Creación obsesiva

Prólogo

Disclaimer: Resident evil y sus personajes no me pertenecen.

Nota de autora: Esta historia es pre-RE0, es canónica y va desde los eventos de RE0 a los de RE2.

Recomendaciones musicales:

Sweet Dreams de Emily Browning.

Dedicatoria: A GeishaPax, mi hermana del mal. Sé que te gustó la idea principal de la historia y al final decidí escribirla para, para que la disfrutes enteramente como lectora.

Agradecimientos: A mi Beta Reader AdrianaSnapeHouse por revisar rápidamente esta historia de romance oscuro. Es un honor tener de beta a la madre del Weskerfield en español.


Hacía más de media hora que naufragaba entre la consciencia y la inconsciencia. El efecto del sedante no había desaparecido del todo; seguía siendo presa de una tentación embriagadora para cerrar los ojos y entrar en el plano onírico.

En el mundo de los sueños era donde ella podía seguir en libertad, encontrarse con sus seres queridos, reír y bailar. Sin embargo, al despertar, un sabor amargo producto de la realidad invadía todos sus sentidos.

Seguía en ese mugriento sótano. Tenía dos correas que la mantenían inmóvil, atada de pies y manos a la incómoda y frígida cama. Era una rata de laboratorio, una simple distracción de un científico trastornado e impulsos agresivos.

Nada era lo que parecía ser.

Albert Wesker no era el honrado capitán de un equipo especial de tácticas de rescate en la comisaría de Raccoon City. Y Claire Redfield no había fallecido en un accidente de auto hace unas semanas.

Ambos, pese a ser opuestos en todos los sentidos, tenían algo en común: vivían en una mentira, crearon una fachada llena de falsas ilusiones y disgustos amargos. Uno por voluntad propia, para conseguir un futuro mejor y un ansiado poder; la otra porque fue obligada a desaparecer del panorama y forzada a convertirse en un sujeto experimental; estaba cautiva en el subterráneo del lujoso chalé de Wesker.

El desinfectante y el alcohol eran los únicos hedores que la pelirroja percibía, recordando al ambiente de un hospital con excelentes condiciones sanitarias. La elevada temperatura la hacía sudar a ratos, pero la combinación de poca ropa y humedad era algo más placentero. El silencio era producto de una soledad constante. Antes tenía a un conejito de compañero. Se distraía escuchando cada cierto tiempo el sonido de cuando bebía agua o masticaba un poco de comida para roedores. Ahora ni ese pobre animal seguía con vida, y lo peor era que ella había sido la asesina.

De repente sonaron unos sonidos fuertes, constantes, como tambores de guerra. Y no era para menos, pues esos pasos robustos creaban un malestar creciente a medida que se intensificaban en el psique de la menor.

La puerta se abrió y un potente resplandor invadió el sótano. Entre lágrimas —creadas por el cambio de luz—, Claire pudo distinguir la sombra erguida del desalmado doble agente de Umbrella.

El hombre cerró el portón con un golpe seco y encendió las luces blanquecinas. Desde lejos, ella podía notar como algo malo estaba por ocurrir, y no era solo un presentimiento. La vez más reciente que había tenido esa sensación fue dormida con cloroformo y llevada a esta morada donde yacía.

El rubio echó una mirada rápida a su experimento y fue al otro lado de la sala para buscar su impecable bata de laboratorio. Debido a que hacía mucho calor, el mayor optó por quitarse la camisa y llevar solo el batín como cubierta.

Claire observaba atentamente cada uno de los movimientos que hacía el capitán de su hermano. Lo vio deshacerse de su camiseta azul marino y dejarla colgada en la percha.

La chica ojeó la espalda trabajada y fuerte de Wesker. Era como una muralla, y sus brazos, en otras circunstancias, podrían haber sido su refugio. Pensó en las veces que había fantaseado en acariciar con sus yemas esa piel uniforme, pero esa fantasía basada en una realidad resultaba ser una farsa.

Ahora no quería verlo ni en pintura, para ella mejor. Estuviera vestido o desnudo. No le perdonaría lo que le estaba haciendo sufrir. Sabía que en el fondo el sádico se divertía al ver sus muecas de dolor al inyectar algún virus desconocido en la frágil tez de su antebrazo.

El mayor terminó de abrocharse la tela blanca y dio un giro brusco. Se había quitado sus gafas, sus orbes marinos la miraban de una manera intimidante. A la chica le recorrieron unos escalofríos por toda la espina dorsal. Definitivamente, su captor no había tenido un buen día.

Su pecho subía y bajaba con fuerza y la respiración era ruidosa. Tenía los puños tiesos a cada lado de su cuerpo y sus labios estaban más apretados que de costumbre.

La estuvo observando por unos instantes, luego empezó a aproximarse a la figura demacrada de la Redfield.

Cuando lo tuvo a una distancia más considerable, pudo notar que en una de las comisuras de su boca tenía restos de sangre seca. Su mejilla estaba un poco inflamada, pero incluso así, el científico mantenía sus facciones afiladas y elegantes.

De su garganta quiso nacer una pregunta, una interrogación con la intención de no sentirse tan mal con ella misma. No lo quería hacer por el bienestar del rubio, sino por el de ella misma. Sabía que si él no desenmascaraba sus sentimientos, alguien lo pagaría caro. Y en ese momento la única candidata era ella.

La impresión la dejó pálida y sin habla. Lo tenía a menos de medio metro de su rostro. Hizo un esfuerzo para no temblar, pero sus funciones no respondían.

Se le veía muy cabreado, resoplaba como un toro en brama y se notaba que tenía un dilema mental.

Wesker, por su parte, por más que la contemplara, veía el reflejo del cretino de su hermano en su espíritu.

Ella aspiraba a ser perfecta. Una versión femenina de él en el futuro. La primera de la nueva raza mejorada, más fuerte, resistente, inteligente, rápida…

Pero por más que lo intentara no encontraba solución al único problema del sistema de la chiquilla. El virus no era estable en ella. Los beneficios eran temporales y al cabo de una hora los efectos desaparecían. Le había pedido ayuda a Birkin para que desarrollara un prototipo que no tuviera margen de error.

Necesitaba un virus estabilizado ya.

Hoy habían colmado su paciencia.

Estalló uno de sus puños de militar en el metal donde la estudiante de arte yacía tumbada y amarrada. Ella empezó a tiritar por culpa del agresivo impacto. Ese temperamento incierto del virólogo le ponía los pelos de punta.

—Esto es culpa de tu querido hermano —siseó entre dientes respondiendo a la principal cuestión que habitaba en el subconsciente de la menor.

La tomó por la nuca y la obligó a mirarle. Sus pupilas estaban poco dilatadas por la cantidad generosa de luz. Intentaba fingir fortaleza, pero él sabía que en más de un aspecto ya estaba rota. Y lo que le quedaba…

—Chris no tiene la culpa de…—. El intento de convencer al mayor fue interrumpido por unos labios castigados.

Albert chocó bruscamente su boca contra los carnosos labios de Redfield. Abordó el incómodo lecho y se subió encima del tembloroso cuerpo de la estudiante.

La hermana de Chris intentaba soltarse o mover su rostro, pero no era rival para el capitán de los S.T.A.R.S.

Él gruñía y buscaba adentrarse más allá del límite en la cavidad bucal de la menor. La estaba asfixiando a base de besos bruscos y sentía como empezaba a marearse. La cabeza le rodaba y su cuerpo le exigió descansar los ojos por un momento hasta recuperar el respirar.

Por su suerte, el rubio se apartó y ella pudo aspirar una buena bocanada de oxígeno. El descanso duró poco, en menos de medio minuto ya le tenía reclamando el dulce néctar de sus labios.

La pelirroja no quiso colaborar y cerró la mandíbula, haciendo que la lengua de Wesker fuera mordida por casualidad.

El mayor se enfureció y mordió la carne rosada de la chica; era un modo de lastimarla por negarle acceso a su cuerpo.

Las palmas gruesas del capitán recorrieron la cintura delgada y los rincones más imposibles de alcanzar del cuerpo de su conejillo de indias.

El sabor a hierro invadió el exigente paladar del rubio. Esa sangre derramada valía más que la satisfacción de desquitar su ira con una Redfield. El labio inferior de la retratista había sido partido y le dolía a horrores.

Wesker tomó asiento encima de los muslos de la niña y se complació al verla agonizando.

Estiró su cuerpo hasta alcanzar una bandeja donde guardaba varios utensilios necesarios durante sus exploraciones. Sus dedos eligieron un bisturí plateado, afilado, amenazante. Era una herramienta pequeña pero podía causarle mucho daño, ya lo había comprobado en una situación anterior.

—No… —murmuró ella al ver el instrumental en sus manos.

Se avecinaba tormenta. Los ojos de Wesker transmitían sed de venganza. No era un mar calmado, sino una tempestad eterna donde se perdería el resto de sus días hasta terminar ahogada.

No había escapatoria.


¿Y bien? Esta es la situación que se plantea. ¿Que pasó? ¿Porque Wesker es tan sexy? Eso se responderá en el siguiente capítulo.

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Att. Frozenheart7