El rítmico sonido de su respiración indicaba que se había quedado dormido. Volteó en el sofá, quedando cara abajo.
–Fratello!
Italia se hizo notar, consiguiendo que su hermano se despertara súbitamente. Un hilo de saliva caía por su barbilla. El recién despertado le dedicó una mirada de odio.
– ¿Qué quieres?
– Hoy voy a salir así que no voy a poder preparar la comida. ¿Te las apañarás solo?
Romano abrió los ojos, sorprendido. Después volvió a entrecerrarlos para mostrar su enojo.
– ¿Eh? ¿Por qué?
–He quedado.
A pesar de la sonrisa de su hermano menor, Romano seguía con una mueca molesta.
– ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
–Hermanito... Siempre puedes ir a ver al hermano mayor España. Sabes que se alegrará de verte.
La expresión del otro se tornó aún más oscura. Italia se estremeció.
– ¡Lo siento, lo siento! Vamos, hermano. Pásamelo hoy al menos...
Romano se encogió de hombros y salió de casa, sin permitir que su hermano pequeño terminara de hablar. Todo el camino estuvo refunfuñando mientras pateaba cada piedra que encontraba.
El joven llegó a casa, completamente cansado. Tener que trabajar durante toda la mañana sin haber dormido más de tres horas no era algo realmente favorable. Tras oír el leve chasquido que le indicaba que la puerta se había abierto, pasó hacia dentro. Un "buongiorno" sonó desde el sofá, haciendo que España saltara por la sorpresa.
– ¿Romano? ¿Qué haces aquí?
El otro se estiró hasta que su espalda comenzó a crujir. Después contestó.
– ¿Acaso no puedo venir sin avisar y darte una visita?
–Eh... Sí, claro– sonrió, algo confuso–. Pero...¿Cómo has entrado?
Romano metió la mano en su pantalón y sacó unas llaves que comenzó a girar para que el mayor lo viera.
–Me las habías dado hace mucho, estúpido.
–Ah, sí. –Aún estaba confundido– Es igual.
Se sentó al lado de su antiguo "subordinado" y le dedicó una amplia sonrisa.
– ¿Qué te trae por aquí?
–Tengo hambre, y mi estúpido hermano hoy no quiere hacer la comida.
España sintió como herían su frágil orgullo.
–Me hace sentir un poco triste el que solo me visites por eso. Hace mucho que no vienes. Por un momento pensé que querías pasar mi cumpleaños junto a mí o algo.
– ¿Bromeas? Este tiempo es horrible. Hace demasiado frío en febrero.
El mayor resopló en voz alta, haciendo que el otro se molestara.
–Siempre te quejas de todo. Si voy yo, soy un acosador. Si te llamo y pregunto cómo estás, acosador. Si no hago nada, paso de ti. Obviamente tengo que esperar a que vengas tú, y también te quejas del clima.
–Yo no me he quejado de tus visitas, bastardo.
El español simplemente prefirió no contestar. Su amigo era peor que un niño pequeño, sobre todo si tenía hambre.
–Mira. Voy a preparar la comida, pero por favor, no te quejes. Hoy no me veo con suficiente aguante.
Se levantó y fue a la cocina. Mientras, Romano permaneció en el sofá, buscando un canal en la televisión donde pudiera entender que decía este. Finalmente, la apagó algo molesto por no dar con su objetivo.
–Espero que no te importe pero hoy comeremos tortilla–España se asomó un poco por la puerta–. No tengo mucho más para cocinar.
"Otra vez tortilla. Parece ser que el hombre no sabe hacer nada más que eso. Sabe que odio las malditas patatas. Estúpido egoísta."
Romano no detuvo sus pensamientos en donde asesinaba a todos varias veces. Odiaba que su hermano lo dejara de lado, y más si ocurría justo en el último momento. Seguramente él tendría pensamientos cómo: "Ve~ Siempre puedes comprar en un puesto o ir a un restaurante, o mismo con el hermano mayor España." Sí, y mover su culo acomodado en el sofá, algo impensable para Romano.
España salió de la cocina tarareando una canción de forma alegre mientras llevaba un plato con la comida y dos copas en la otra mano.
–Sabes que no me gusta la tortilla.
–La última vez no dijiste lo mismo– comentó poniendo la mesa–. Bueno. Lo dijiste, mas te comiste la mitad.
–Al menos tienes vino. Así no tendré que aguantar esto de todo sobrio.
El español sonrió y depositó todo sobre la mesa. Romano se levantó a regañadientes.
–Así que dentro de poco es tu cumpleaños. Siempre lo olvido.
–Es igual. No es como si nos conociéramos desde hace 500 años o algo así– soltó una leve carcajada mientras el otro removía su comida con el tenedor–. Es el doce, como siempre. Vienes este año también, ¿verdad?
–No es que tenga muchas ganas sinceramente.
– ¿Por qué? ¿Y qué que el año pasado acabaras completamente borracho y empezaras a bailar sobre la mesa insultando a todos? ¿Y qué que al final de la noche me agarraras y besaras? Eso son tonterías sin importancia que le ocurren a cualquiera.
Romano se había tornado a un color escarlata. Supuraba vergüenza.
–Te he dicho mil veces que no menciones eso.
–Está bien, lo siento– volvió a reír con un tono cantarín–. Permaneceré en silencio.
No pasaron ni cinco minutos cuándo el mayor volvió a hablar.
– ¿Y por qué Ita no pudo prepararte la comida?
–Tenía una cita con el macho patata.
España arqueó la ceja, con ligera sorpresa.
– ¿Van enserio?
La curiosidad del ojiverde molestó al joven.
– ¿Y yo que sé? Joder. ¡Mira que eres pesado!
– ¿Y esa reacción?– sonrió–. ¿Celos?
– ¿P-por qué iba a estar celoso del macho patata ese? Me importa una mierda con quien vaya mi hermano.
–Bueno, vale. En fin. Ya no podré casarme con Italia al final.
Humo comenzó a salir de la cabeza del pequeño al escuchar aquellas palabras. España volvió a reírse, pero esta vez de forma más ruidosa. Realmente estaba celoso.
–Tú me rechazaste la vez que te lo pedí– giró el tenedor un par de veces en el aire, algo distraído–. No debería molestarte.
–No te rechacé.
El tenedor del español cayó al suelo cuando este oyó aquellas palabras. Se agachó para recogerlo y acabó golpeándose en la cabeza con la mesa.
– ¿Por qué iba a decir que no? Serían comidas gratis, y me limpiarías la casa. Además, no tendría que ver al bastardo aquel tan a menudo.
–Espera. ¿Estás hablando enserio?
–Claro. Además, cuándo una chica se apegara en exceso, podría saltarle con lo de estar casado. Es una buena idea. Nos compensa.
La sonrisa permanente de España se esfumó, dejando simplemente una expresión apagada.
–Querrás decir que te compensa a ti– comentó, llevando el tenedor al fregadero y cogiendo otro–. No pensé en esas cosas cuando te pedí matrimonio. Si va a ser así, prefiero seguir soltero.
– ¿¡Qué pensabas entonces!?
