De pronto me vi a mí misma, en esa cama, durmiendo. Una señora de tercera edad, blanca cabellera, arrugas y una leve sonrisa. Me vi, pero la imagen se alejaba. Miré hacia arriba entonces y noté que estaba ascendiendo, iba hacia el cielo.

¿Morí? Me pregunté a mi misma, sin hallar respuesta alguna.

Llegué arriba y me pareció tal cual lo había imaginado más de alguna vez. El suelo, blanco como una nieve y tan suave como algodón me recibía cómodamente, pese a que yo pisaba con mucho cuidado para que no me dejara caer.

Miré hacia el frente y un alto muchacho, de cabellera y ojos oscuros, parecía esperarme. Me parecía conocido, tenía una semi-sonrisa inigualable.

– ¡Hola! Estaba esperando tu llegada – Dijo él, con un lindo acento… ¿canadiense?

– Perdón… ¿te conozco, muchacho? – Respondí cuidadosamente.

– Oh… Fui muy importante para ti cuando eras más pequeña. Lo sé, porque, a pesar de que no me pudiste conocer antes, sufriste mucho cuando llegué acá. Te vi llorar por mí, rezar por Lea y por mis amigos, y sobre todo, esperar que yo estuviera mejor aquí. –

Cada palabra me hizo recordarlo, sentí algo… algo que no había sentido antes. Algo en mi corazón que… no puedo explicar.

– ¿C… Cory? – Le dije, con tono de duda, ya que no podía creer lo que veían mis ahora llorosos ojos. Bajé la mirada luego y escuché su voz, algo risueña, diciendo

– Frankenteen, a sus órdenes.

–P… ¿Puedo darte un abrazo? – alcé la mirada

– Claro, ven – abrió sus brazos y sonrió, esperando que me acercara. Cosa que hice de inmediato.

Abracé fuertemente su torso, ya que mis brazos no podían llegar más arriba. Afirmé mi cabeza contra él y un par de lágrimas corrieron por mis mejillas. Y lo notó enseguida, ya que me dijo

– ¿Por qué lloras, muchacha? Estoy aquí, para ti –

– Por eso lloro, Cory. Porque al fin te veo, puedo abrazarte y decirte lo mucho que te amo, lo que significas para mí, contarte que fuiste o, más bien eres, mi héroe. – Respondí.

– ¿Pese a todo? –

– Pese a todo. Para siempre – Asentí, mirándole, con una sonrisa en mi rostro.

Y entonces, besó mi mejilla suavemente y me dijo que no era mi momento de quedarme ahí con él, pero que, cuando en realidad lo fuera me estaría esperando, para seguir hablando conmigo.

Lo siguiente no lo recuerdo. Solo sé que desperté, con los ojos llorosos y una gran sonrisa en mi rostro.