«Adelante», se dijo Angela Ziegler con la determinación que la caracterizaba. Aunque fuese la más reciente incorporación de Overwatch, su experiencia como jefa de cirugía la había convertido en una mujer responsable y resuelta. Por eso tenía la certeza de que debía transmitirle a su compañero Jack Morrison las sospechas que albergaba… si quería protegerle.

Apuró su humeante taza de té y fue a buscarle. Se encontró con Ana Amari encaminándose hacia la salida de las instalaciones.

—¿Ana? —la llamó dubitativa—. Estabas con Jack hace un momento, ¿verdad?

—Sí, ha ido a cambiarse —explicó la egipcia.

—Le buscaré en los vestuarios… —murmuró Angela cambiando la dirección de sus pasos. «Sólo se cambia cuando va a irse… y esto no puede posponerse», pensó.

—Dale unos minutos para que se cambie, de todas formas no suele tard…

Ana se interrumpió al ver que la doctora, obcecada en tratar sus apremiantes conjeturas, no sólo no hacía ademán de escucharla, sino que se encontraba muy lejos ya.


Jack Morrison guardó su desodorante en la taquilla. Seleccionaba su ropa de calle del pequeño caos que conformaban sus pertenencias cuando la voz de Gabriel Reyes llamó su atención.

—Jack, ¿cómo lo ves? —preguntó con ese tono monocorde de quien está muy concentrado. Se giró y le mostró al indianés su barba recién afeitada señalando con especial insistencia el área de debajo de la barbilla, que siempre era la que más problemas le daba a la hora de dejar el corte simétrico.

Al darle la espalda al espejo de los lavabos quedó a contraluz.

Lógicamente, Jack no pudo verle bien.

Mercy llegó en aquel momento. Antes de irrumpir decidió aguardar unos instantes para no comprometer el pudor de nadie. Escuchó, tomó aire, abrió la boca para avisar de que estaba a punto de entrar, y…

—Ven aquí, déjame verte bien —llegó la voz de Jack.

Angela enarcó una ceja.

«¿Ver bien algo en un vestuario…?».

Dentro, Gabriel se aproximó a su amigo con la cuchilla de afeitar aún en las manos. Se detuvo ante él y giró la cara repetidamente con impaciencia para que todos los ángulos de su perilla fuesen juzgados. Le transmitió su nerviosismo a Jack, que le agarró por la mandíbula para que se estuviese quieto y así poder ver algo más que una mancha borrosa en movimiento. Angela acababa de asomarse tímidamente, y al descubrir a los dos hombres con sus respectivas toallas enrolladas en la cintura mientras el indianés sostenía sugerentemente el rostro del californiano, se ruborizó.

«N-no puedo interrumpir esto…», se dijo. Luego recordó el problema que la asolaba. «Pero tengo que…».

—No la tienes recta —observó Jack al ver un mechón mal recortado en la barbilla de su compañero. Intentó coger la cuchilla de afeitar para marcarle el sitio exacto, pero Gabriel no se dio cuenta de sus intenciones y apartó la mano pensando en evitarle un corte a su amigo.

El objeto terminó accidentalmente en el suelo.

Lo último que vio Mercy antes de decidir que éticamente no podía quedarse mirando un solo segundo más, fue a Jack agachándose frente a Gabriel.

Se alejó a gran velocidad de los vestuarios.

—No hace falta que me afeites tú, hombre. Que no eres mi padre —bromeó Gabriel cuando su amigo se hubo incorporado. A Jack le dio la sensación de que aquella afirmación sonaba un tanto amarga. Gabriel era un buen amigo suyo, le apreciaba de todo corazón desde los tiempos en el ejército, y nunca le había oído hablar de sus padres.

No obstante, el californiano sonreía mientras recuperaba su cuchilla.

Volvió a los lavabos para terminar de afeitarse.

—¿Tienes planes para luego? —preguntó Jack.

—He quedado con una chica.

—¿Otra rubia, Gabe?

—Pues… sí.

El indianés rio de buena gana mientras se vestía.

—¿Por qué no la llevas al restaurante italiano donde estuvimos el otro día?

—Esa es una gran idea. Estaba algo agobiado porque aún no tenía plan…

—Te irá bien mientras no te pongas el gorro de lana.


Jack entró en el despacho de la doctora Ziegler, que llevaba un par de días tratando de reunirse con él en privado. La encontró sentada en su escritorio con expresión de preocupación.

Su taza humeaba rellena de un delicioso té importado desde Reino Unido.

—Cierra la puerta, por favor. Esto es importante…

—¿Ocurre algo malo?

—Sólo si no podemos evitarlo.

—¿Debo avisar a Reyes?

Nein. Esto es complicado, y siento que sólo puedo hablar de ello contigo… —Mercy se incorporó y le tendió a su compañero un periódico de varias semanas de antigüedad—. ¿Oíste algo de esta noticia?

—El escándalo sobre O'Deorain… Sí, claro que lo escuché. Recuerdo que Torbjörn estaba bastante interesado al principio. Pensaba que si el descubrimiento progresaba quizá recuperaría su brazo algún día. Le afectó saber que se trataba de una farsa, y se postuló en contra en cuanto llegó el gran escándalo. Ya sabes, la comparación con el desencadenante de la Crisis Ómnica…

—Conozco a O'Deorain —le interrumpió Angela. Su ceño estaba fruncido, empujando su mirada hacia un lugar muy profundo en sus recuerdos.

—Angela, ¿qué ocurre?

—Moira ha intentado contactar contigo. Leí su carta… Entschuldigung, Jack, no ha sido a propósito. No quería leer tu correspondencia privada, pero creí que era para mí porque conocía al remitente y lo hice sin fijarme.

—Bueno… es igual, no vamos a discutir por eso. —El californiano sacudió la mano como para dar a entender que aquello no tenía importancia en esos momentos—. ¿Qué es lo que quiere?

—Quiere que Overwatch la financie, aunque no ha especificado con qué objetivo. Ha conseguido algunos historiales médicos del programa de mejora de soldados estadounidense… entre ellos, el tuyo y el de nuestro líder, el agente Reyes. —Alzó la vista con curiosidad para comprobar si la cara de Jack manifestaba algún tipo de reconocimiento especial hacia su amante. Una sonrisa contenida, ojos brillantes o algo por el estilo… Pero no sucedió nada—. Muestra un interés bastante preocupante por las mejoras que os realizaron. Sospecho que quiere experimentar con vosotros.

—Sí que es un asunto delicado… Angie, eres una médica formidable y además una persona muy sensata. ¿Cuáles crees que son sus intenciones?

La doctora le dio un pequeño sorbo a su té mientras intentaba volver a centrarse en sus inquietudes… prioritarias.

—Como científica es brillante. Siempre lo ha sido. Yo… tengo contactos en hospitales y laboratorios, buena parte me los ha presentado Winston pero muchos son de mi etapa como jefa de cirugía, y sé de buena tinta que nadie ha podido emular sus descubrimientos. Consideraría esto como una prueba de su declive de no ser porque Moira posee una habilidad excepcional, una mano increíble que pocos podrían imitar… Lo que realmente me preocupa es que haya obtenido vuestros expedientes militares. No puede tratarse de una acción legal de ninguna manera, ¿no crees?

—Yo también lo he pensado, sí.

—Eso me lleva a una conclusión: algo le ha ocurrido. Si ha sido antes de recibir este revés o si ha sido a consecuencia de él, no sé determinarlo. Quiero creer que ha sido la segunda opción, pero…

—No confías en sus intenciones.

Ja. Y en cirugía, cuando un tumor es maligno debe extirparse antes de que cause estragos.

—Y aún no es demasiado tarde para operar, ¿verdad, doctora? —Jack sonrió. Angela seguía compungida, sosteniendo la taza entre sus manos para procurarse un poco de calor—. Angie, me encargaré de que esta mujer sea investigada para que sepamos cómo ha obtenido nuestros expedientes, y después irá a la cárcel por el crimen que ha cometido al robar al ejército de los Estados Unidos de América.

—No sé si es lo que quiero, Jack… La aprecio. La apreciaba, mejor dicho.

—Eso no importa cuando ha infringido la ley.

—Ya… —Sumida en aquellos contradictorios pensamientos, la doctora dio un par de tragos más a su té.

Una voz intervino desde el umbral de la puerta.

—¡Eh, Jack! Te he oído desde el pasillo —dijo Gabriel—. Quería darte las gracias por lo del otro día.

Angela estuvo a punto de escupir el té. No podía referirse a la escena que ella había presenciado en el vestuario… ¿no?

—¿Eh? —preguntó Jack, que había estado demasiado concentrado en la conversación con la doctora como para desconectar de inmediato, y no entendió a lo que se refería el californiano.

—Ya sabes… —Gabriel miró a Mercy. No le parecía apropiado hablar de su conquista delante de una mujer… y más recordando la mofa (sobradamente justificada) que había hecho Jack sobre su gusto por las rubias—. Lo de… eso… el otro día en el vestuario. Me vino muy bien.

La tez clara de la doctora se tiñó de un intenso carmesí.

—¡Ah, eso! —Cayó en la cuenta de que le había recomendado el restaurante—. Sí, me alegro. Por cierto, tenemos que organizar una incursión para evaluar la situación en Gibraltar. Luego te busco.

—Vale. —Y antes de irse, se giró hacia Angela para hacer gala de sus buenas maneras como líder—. Hasta luego, doctora Ziegler.

—Tenga un b-buen día, agente Reyes. —«Si vas a verte luego con Jack seguro que lo tendrás…», agregó mentalmente.

La puerta de la consulta-despacho se cerró, y Jack retomó el hilo de aquella conversación que le había parecido tan preocupante como a su interlocutora.

—Deberíamos realizar nosotros mismos la investigación. Tiene nuestros datos… —Mientras hablaba, Angela no podía dejar de pensar en Gabriel y en Jack en el vestuario. El uno tan moreno, tan cínico, tan urbanita… Y el otro, a sus pies, complaciente y casi ingenuo en comparación. Sus mejillas comenzaron a arder. ¿Debía denunciar aquello…? No era lícito que hubiese relaciones entre los compañeros. Mercy no tenía nada en contra de que se tratase de dos hombres, sino de que pudiese repercutir en su trabajo como agentes de Overwatch. Claro que… ¿Realmente mantenían una relación o había sido algo esporádico? ¿Debía preguntar…?

«Quizá es algo que surgió cuando estaban en el ejército…», se le ocurrió. Un torrente de imágenes de índole sexual se desparramó por sus pensamientos. ¿Qué más daba que rondasen los cuarenta años? Ambos eran bien parecidos, bien formados… Su musculatura resultaba, cuanto menos, muy interesante…

Se le escapó un jadeo.

—¿Me… me escuchas? ¿Angie? —la llamó Jack. Ella, cuyo rostro había enrojecido hasta las doradas raíces de su cabello, parpadeó—. Tienes mala cara, parece que tengas fiebre…

—¿Yo? —¿Por qué no desaparecían aquellas imágenes de su cabeza…? Apartó el té para abanicarse con las manos—. E-es el té. Q-quema… —balbuceó.

Dio la sensación de que Jack aceptaba la excusa sólo para respetar el intento de la suiza por mantener ocultos sus asuntos.

—Recurriré a mis contactos del ejército. Te informaré en cuanto obtenga algo.

Dankeschön.