"Devuélvemelo"
-¡No!
"Es mío… Ha sido mío durante muchos años, y quiero que me lo devuelvas. ¿Para qué quieres vivir una vida que ya no te pertenece?"
-¡No, no!
"Devuélveme mi cuerpo"
-No…
Una lágrima, pequeñita, prácticamente insignificante, se le enredó durante un par de segundos en las pestañas hasta caer sobre la almohada. La chica se abrazó a las sábanas, que estaban medio sacadas. Deseaba despertar, pero no hallaba la salida. En sus sueños, siempre debía hallar una salida para despertar. Él no la dejaba escapar fácilmente de su prisión de aire y nada. Era un ser cruel que jamás la dejaba en paz. Durante muchos años había estado dormida, acurrucada en un rincón de su propia mente. Sus sueños se mezclaban con los de aquél ser cruel que la mantenía encadenada, y la hierba fresca de los prados aparecía machacada y enrojecida por la sangre en un simple parpadeo. Había cadáveres que la miraban y le rogaban que le detuviera, le susurraban que era la única persona que podía detenerlo.
Le dolían los pies, pero seguía corriendo, siempre perseguida por aquella voz cruel, implacable. A veces le parecía ver su sombra a su lado, pero se giraba para no encontrar nada. Siempre era lo mismo.
La puerta. Por fin veía la puerta: esta vez era un árbol retorcido y viejo, triste y sin hojas, iluminado, como siempre, por un haz de luz que parecía venir de ninguna parte. Algunas veces le parecía oír que tras aquella puerta oía la voz de Jajuka, su querido Jajuka. Le echaba tanto de menos… Pero al despertar debía enfrentarse a la dura realidad: sólo podía contar con el apoyo de su hermano.
De algún modo, hacía un par de meses que se había corrido la voz por toda Astria que ella era el Asesino, el Terror de Gaea. Ya nadie confiaba en ellos, no podían salir a la calle sin que les mirasen de soslayo. Millerna y Dryden les protegían, Van les invitaba algunas veces a su palacio, pero aquello no era una situación sostenible. A veces deseaba poder vengarse algún día de tanto sufrimiento, pero aquella voz que le atormentaba en sueños cobraba vida, se volvía más fuerte. Sabía que debía evitar a toda costa aquél tipo de pensamientos. El rey Van también estaba solo, pero era fuerte y no desfallecía jamás, y gobernaba justamente. Debía ser fuerte, como él.
Al fin alcanzó el árbol retorcido y logró despertar, aún con el eco de aquella voz temible resonando en sus oídos. Las sábanas estaban húmedas de sudor. Se levantó y se encaminó sobre sus pies descalzos hacia las cocinas para beber algo de agua. Hacía tiempo que el servicio había huido de aquella casa. En el fondo del pasillo había un espejo, y por un momento le pareció que la mirada que le devolvía su reflejo perdía el color azul y se volvía rojiza. Sólo efecto de tantas noches de dormir mal. No era nada: seguía siendo ella. Al pasar junto a la habitación de su hermano pudo oír su respiración profunda. Dormía. Estaba indefenso. Aquel ser cruel y sanguinario que habitaba en su mente, siempre pugnando por salir a la superficie, tenía sed de sangre. Deseaba matarlo. Y después, a todos los demás, especialmente a Van Fanel. Y a Hitomi, no le importaba tener que hallar el medio para ir hasta la Luna de las Ilusiones. Deseaba matarla. Matarles a todos. Quemarlo todo.
Serena, al borde de las escaleras, se tapó los oídos. No quería oír nada de todo aquello, pero la vocecita se lo susurraba al oído, envenenando su mente y sus sentidos. Cerró los ojos fuertemente, tropezó. Rodó por las escaleras, despertando con el alboroto a su hermano Allen. La halló en el vestíbulo, al pié de las escaleras y con el cuello roto. Muerta.
