La guerra había terminado por fin y el mundo mágico estaba nuevamente en paz, aunque bastante ocupado reconstruyéndose a sí mismo. Y en medio de todo aquel pacífico caos se encontraba uno de los protagonistas de nuestra historia, Harry Potter: el mago (y héroe) más famoso de Gran Bretaña y, probablemente, del mundo.
Pero el pobre Harry no podía estar menos de acuerdo con ello. Todos esos artículos de El Profeta y Corazón de Bruja eran meras exageraciones de la realidad (según él), y no podrían estar más equivocadas. Definitivamente, no se veía como un héroe de guerra o un gran mago, pero hablar de ello a la comunidad mágica era en vano, cada vez que decía algo terminaban enalteciendolo aún más, apelando a su modestia y buena voluntad. "Bah, estupideces", decía él.
Aunque si algo era verdaderamente irritante para Harry eran las multitudes de magos y brujas agradecidos que se amontonaban alrededor del él buscando darle la mano, un abrazo, obtener un autógrafo o tomarse una fotografía con él. Por ello, el Gryffindor evitaba poner pie alguno en el mundo mágico; se limitaba a frecuentar lugares muggles donde nadie lo reconocía. Eso le encantaba, adoraba saber que los muggles no lo veían como un héroe o salvador, si no como lo que en realidad era: un simple muchacho de 17 años.
De cualquier manera, hacia semanas que Harry acostumbraba comer en un pequeño restaurante, muggle por supuesto, que se encontraba a varias calles de Grimmauld Place. El lugar era bastante acogedor y servían comida de primera categoría a un muy buen precio. Lo único que no le gustaba de ese lugar eran las dos extrañas meseras que siempre lo atendían. Harry no era un joven con prejuicios, o siquiera alguien que juzga a las personas sin conocerlas, pero algo en esas dos mujeres no le acababa de encajar, desde su mirada hasta su extraña forma de hablar, como un siseo. Simplemente le producían escalofríos, pero la comida de ahí lo compensaba con sobra.
Un día como cualquiera, Harry decidió ir a desayunar fuera, no le apetecía nada cocinar. Se dió una ducha rápida, se vistió e intento sin éxito peinar su cabello, tomó sus llaves y salió.
Aun cuándo pudo aparecerse en el callejón que se hallaba a dos locales del restaurante, Harry prefirió caminar hasta allá. Le agradaba hacerlo, le ayudaba a despejar su mente y por alguna razón, la comida se le antojaba aún más deliciosa.
El cielo estaba cubierto de grisáceas nubes y el frío aire chocaba contra sus cabellos, alborotandolos todavía más.
Suspiró.
Más temprano, ese mismo día, los señores Weasley le habían mandado una carta invitándolo a comer, casi como siempre hacían, tal vez pensando que se sentía demasiado solo en Grimmauld Place. No se equivocaban, lo hacía, pero Harry sabía que necesitaba ese tiempo a solas para lamentarse, y más que nada, perdonarse.
No había forma de volver a ver los rostros amables de los señores Weasley y no sentir culpa. No después de la guerra. No después de haber perdido a Fred y a Ginny... por él.
Sacudió su cabeza, como intentando desechar todos esos pensamientos.
Otra razón para no ir eran Ron y Hermione. Eran sus mejores amigos y los quería, no podia describir cuanto se alegraba de que ambos estuvieran juntos. Pero de la misma manera, lo hacían sentirse incómodo, excluido.
Tropezó.
Entre tanta distracción no fijo su vista en el desnivel de la banqueta y cayó, empujando a alguien que avanzaba en dirección contraria.
Terminó de cara el suelo y la otra persona, por lo que pudo percibir, sentada y con sus cosas desperdigadas por todos lados.
Observó bien al otro. Era un hombre de mediana edad que vestía un elegante traje a rayas, tenía su barba entrecana pulcramente recortada y su cabello cuidadosamente peinado. A su lado, pudo ver un portafolio de cuero negro abierto, y entonces algo hizo click en su cerebro.
Se levantó como pudo, avergonzado, y empezó a recoger todo rápidamente mientras balbuceaba vagas y apresuradas disculpas al hombre frente a él.
— Hey, tranquilo. Está bien, no te preocupes — le llamó.
— No, no está bien. Discúlpeme, debí haber prestado atención al camino — Harry volvió a disculparse mientras le entregaba su portafolio.
— Te digo que no hay problema. En fin, gracias por recoger todo. Eres muy amable, Harry — dijo el hombre, poniendo una mano en el hombro del chico a manera de despedida.
— No hay de qué, era lo menos que podía hacer después de... espere ¿cómo sabe mi nombre?
No respondió. El hombre se limitó a esbozar una extraña sonrisa y se alejó caminando.
— ¡Oiga, espere! — Harry desvió un poco su vista y reparo en un lapicero plateado que había quedado en el suelo. Se veía caro. — ¡Espere! ¡Olvidó su lapicero!
No volteo, ni dió muestra alguna de haberlo escuchado, simplemente siguió caminando. Harry corrió tras él pero lo perdió de vista cuando el hombre dió vuelta en la esquina que daba a un callejón. Hizo lo mismo pero cuando llegó no encontró a nadie. Se había esfumado.
Harry se preguntó si se había tratado de un mago. Eso explicaría varias cosas, pero no todas, como el porqué estaba vestido como muggle. Había conocido muchos magos pero no podía recordar alguno que llegara a vestir y, a juzgar por sus cosas, trabajar como muggle. La mayoría eran personas orgullosas de su estirpe y jamás se "rebajarían" a vivir como un muggle.
Volvió a suspirar.
Se echó el lapicero a su bolsillo y volvió sobre sus pasos. Necesitaba urgentemente tomar su desayuno.
Todo el camino de vuelta se le hizo largo, aún con el raro sabor de boca que le había provocado tal encuentro. Pero todo se quedó en el olvido una vez llegó frente al local y pudo ver el gastado letrero con gastadas letras doradas que rezaba: "McQuarrey's".
Genial. La comida siempre le ayudaba a sentirse mejor.
Entró y se encaminó a uno de los extremos del lugar, a la mesa donde solía sentarse. Recorrió su entorno con la mirada y se extrañó, no había nadie además de él. Se encogió de hombros, tenía demasiada hambre como para pensar en ello. Casi inmediatamente, la mesera llegó con su libreta en mano y una sonrisa bastante retorcida. Se trataba de una mujer regordeta y para nada agraciada.
"Bessie", tal como decía su gafete de empleada, lo miro unos segundos más y después le hizo señas a su compañera para que se acercara a la mesa. "Tina", una mujer muy parecida a ella, se acercó cargando con una bandeja con varios panecillos.
— Harry, querido ¿que te podemos ofrecer hoy? ¿puedo hacerte una sugerencia? — dijo Bessie
— No, de hecho quisiera... — comenzó a decir Harry pero fue interrumpido por Tina
— Oh, vamos, pequeño semidios — lo llamó mostrándole la bandeja — Come un poco, son deliciosos ¡están rellenos con sangre de centauro! antes solíamos echarle un poco de nuestra propia sangre pero los semidioses morían de manera muy rápida e indolora. Ahora hemos cambiado un poco la receta ¡será una muerte extremadamente lenta y dolorosa! ¡no te arrepentirás!
— ¡¿Pero qué demonios?! — dijo alarmado Harry.
— ¡Esteno, serás imbécil! Si le dices que están envenenadas no se las comerá ¿cuántas veces hemos hablado de esto? — la reprendió Bessie
— ¿Pero por qué, Euríale? — preguntó — Vamos Harry, toma una, es más... por ser tú te haré un descuento especial ¿no es fabuloso? ¡a mitad de precio!
—¡Idiota! — exclamó la otra — No tienes que tratar de venderle nada, es sólo una fachada. ¡Bah, que importa! Igual te mataremos, semidios.
Harry no supo cómo pasó o siquiera si algo de eso tenía sentido, pero vio perfectamente como de repente el cabello de ambas fue reemplazado por un nido de víboras y sus pies por asquerosas patas de pollo, por no mencionar los perturbadores colmillos de jabalí que salían de las comisuras de sus bocas.
No era normal, nada normal, incluso para un mago como él.
— ¡Por Merlin! ¿Que mierda está pasando?
Instintivamente tocó su bolsillo en busca de su varita y, al no encontrarla, se alarmó. En definitiva tenía mala suerte. Haber olvidado su varita justo ese día... pero pensándolo bien ¿como Morgana iba a saber que iba a ser atacado por dos viejas/fenómenos?
No había alternativa. Usó magia sin varita. Movió su mano, como empujando algo invisible, y envío volando a Euríale contra las mesas del fondo. Esteno lo volteó a ver indignada.
— Te mataré, asqueroso semidios...
Demasiado lenta. Harry tomo la bandeja de sus manos y la golpeó en la cara, tirándola al piso.
— ¡Mis panecillos! ¡Harry Potter, olvídate de ese descuento!
Ambas se recuperaban, furiosas, y eso a Harry no le sonaba nada bien. No sabía que hacer después, tenia que hurgar algún plan para escapar.
Harry sintió que algo pesaba en su bolsillo y, al mismo tiempo, desprendía cierto calor. Metió la mano rápidamente y lo encontró.
El bolígrafo.
No era para nada útil ¿que podía hacer con eso? ¿redactarles una orden de restricción? ¿enterrarselos en sus horribles ojos?
Incluso así, pensando que no había nada más inútil en ese momento, Harry accionó el mecanismo en la parte superior que empujaba la punta del lapicero hacia afuera.
Inesperadamente, el bolígrafo se transformó en una espada de oro, bastante ligera y adecuada para él.
Que guay pensó.
— ¡Maldito semidios, te despedazaré!
— Euríale no parecía nada contenta.
—¿Semidios? Miren, señoras. — habló — No sé de qué están hablando, pero si me están confundiendo con alguien... lo hicieron con la persona equivocada.
Antes de darse cuenta, Esteno se había lanzado contra él en un intento de ataque. Rápido, y sin dudas, Harry blandió la espada como reflejo. La hoja la atravesó limpiamente, desde el hombro hasta la cintura, y la criatura se volvió polvo.
— ¡Esteno! — gritó Euríale — ¡Tú! ¡Tú la mataste! Eres tan asqueroso y molesto como tu padre.
— ¡Tú...! — exclamó golpeándola con el mango de la espada y haciéndola retroceder — ¡...no conoces a mi padre! — le dió una patada en el pecho, derrumbandola.
Ella rió.
— Por supuesto que lo hago ¡todos los hacen! aunque eso, por lo visto, no lo sabes.
Todavía estaba riendo cuando Harry la decapitó con la espada y se convirtió, como su hermana, en polvo.
El muchacho jadeó. Miró frenéticamente a todos lados. No parecía que hubiera alguien más ahí.
La espada en su mano ya no estaba, volvía a ser un bolígrafo común y corriente.
No quería seguir ahí. Harry salió corriendo del lugar ¿hacía donde? ni él lo sabía.
Afuera, el cielo relampageaba, iluminandolo. Las nubes negras no parecían anunciar nada bueno. De la nada, el aire a su alrededor de volvió sin más frío y pesado.
Sorprendido, observó cómo frente a él se empezaba a formar un pequeño tornado, como de tres metros de altura, que agitaba todo a su alrededor: las hojas de los árboles, papeles, entre otros objetos que difícilmente justificaban su presencia ahí
Harry tuvo que sujetar sus anteojos para evitar que salieran volando.
El tornado comenzó a tomar forma de un caballo. Se veía bastante salvaje, indomable y muy peligroso.
Retrocedió, deseando que no lo hubiera visto. Ya había tenido demasiado con los dos locas meseras de McQuarrey's, no quería más problemas. Pensó en sacar la espada pero desechó la idea de inmediato. Dudaba mucho que una espada pudiera hacer algo contra eso.
Si Harry no estaba muy convencido de si el mundo traía algo contra él o no, en ese momento se despejaron todas sus dudas.
Aquel caballo, comenzó a trotar en su dirección, acelerando cada vez más.
Lo embistió.
Por alguna razón, Harry acabó montado sobre el, sujetándose del cuello del animal mientras éste corría a toda velocidad hacia quien sabe dónde. Puso toda su fuerza en ese agarre pero le parecía casi inútil, sentía que en cualquier momento iba a caer. Sus gafas se habían perdido en algún momento.
No. No sé parecía en nada a montar sobre escoba, un thestral o un hipogrifo. Esto no era nada divertido.
— ¡Ahhhh! ¡Merlin! ¡Bájame...! — gritó.
Había sido secuestrado por un peculiar caballo hecho puramente de aire; si, algo nada común.
