Jeremy Matthew Carter no fue un hijo fácil de concebir. El matrimonio de su madre fue complicado por el hecho de que el mundo en que vivía su esposo era totalmente diferente al de ella. El padre de Jeremy era un mago y las leyes con respecto a los seres que no poseen magia en su sangre –llamados por ellos muggles- aún eran muy inestables. Con la derrota de Lord Voldemort, todos creían que las cosas iban a solucionarse pero el Ministerio de Magia seguía al mando de incompetentes que creían que la mezcla de sangre era una atrocidad. Esto repercutió directamente en la familia Carter, una de las primeras familias que se atrevió a formarse después de la caída del Señor Tenebroso. El pequeño Jeremy no tenía amigos en la escuela ya que siempre que se metía en problemas con algún alumno, cosas extrañas le sucedían, las cosas se movían solas y hacía desaparecer las cosas que estaban a su alrededor. Esto generó un miedo por parte de sus compañeros de aula e incluso de sus profesores. Ahora tenía diez años –próximo a cumplir once- y vivía con su madre, en una pequeña casa en Bristol. Jeremy pasaba sus vacaciones con su madre, quien le contaba fabulosos cuentos sobre magos y brujas que lucharon contra un hechicero oscuro que atormentaba al mundo mágico. Ella se encargó de que el pequeño Jeremy no supiera sobre el mundo mágico, con el temor de que se convirtiera en un ser igual a su padre, un hombre frío, descuidado y desinteresado. Después de que se casaran, el padre de Jeremy tuvo que trabajar mucho para que el Ministerio aceptara su compromiso, pero siempre le decían la misma excusa: "Las leyes aún no están listas, espera un poco más." Esto de a poco lo fue deprimiendo y cuando tuvieron al bebé, él se aisló por completo para poder general los ingresos necesarios para que su familia no sufriera. Su madre no entendía esto y siempre peleaban por correspondencia. Jeremy siempre veía a su madre triste, con muchas cartas en sus manos pero no entendía el por qué.

En el cumpleaños número once de Jeremy, su madre lo llevó a un parque de diversiones que se había puesto cerca de su casa. Estaban en la fila para subir a la montaña rusa cuando Jeremy se percató de un extraño sujeto que los observaba desde lejos. Llevaba una larga túnica verde y un enorme gorro en punta. Este hombre le saludó cordialmente pero la madre de Jeremy le dijo que no lo saludara. Aun así, el niño quedó mirándole.

Mientras compraba un dulce en una de las tiendas, Jeremy se encontró con uno de sus compañeros de clases.

- Con que la rata salió de su escondite. – Dijo este, que lo miraba despectivamente.

- Hola Henry – Jeremy recibió el dulce de la señora cuando el niño se lo tiró al suelo.

- ¿Acaso tu madre no puede comprarte algo más grande?

- No… no puede.

- ¿Tan pobres son? – El niño rio fuertemente, mientras se llevaba un dulce del porte de una raqueta de tenis. Jeremy se quedó mirándolo, lleno de enojo y no supo cómo, de un segundo a otro, el dulce que sostenía Henry en la mano había estallado en mil pedazos.

- ¡Mi dulce! – El niño lloraba porque su dulce yacía desparramado por todo el suelo. Henry se acercaba a Jeremy con los puños cerrados, destinado a pegarle, hasta que llegó la madre del último.

- Vámonos cariño, no necesitamos problemas.

- Mamá… te juro que no hice nada.

- Lo sé cariño. – Ambos regresaron a su casa para evitar los problemas.

Era de noche, Jeremy y su madre veían la televisión cuando sonó el timbre y el niño corrió a abrir la puerta. Era el extraño que habían visto en el parque, sólo que ahora sostenía la túnica con el brazo y pude fijarse bien en su rostro. Era su padre. Ellos no se conocían muy bien en personas, escasas veces habían estado en la misma habitación, por lo que Jeremy siempre se olvidaba de él, aunque esta vez era diferente. Jeremy le había pedido a su madre verlo.

- Hijo… - Se quedó mirando al niño que tenía un cuerpo delgado y pálido.

- Papá. – Jeremy lo abrazó. Su padre estuvo a punto de llorar pero se aguantó en cuanto vio a su mujer salir de la cocina.

- ¿Cómo has estado, Gerard? – Preguntó fríamente la mujer.

- Bien, con un poco de trabajado – Irina emitió una pequeña risa sarcástica. – ¿Y tú Irina?

- Bien. – Fríamente, abrazó a su hijo.

- Emm… le traje un regalo al niño. – El hombre metió su mano al bolsillo interior de su chaqueta.

- ¿En serio? – Jeremy estaba impresionado. Vio como su padre sacaba un sobre de su chaqueta que estaba timbrado con un sello rojo con un escudo. - ¿Qué es esto?

- No Gerard, él no. – El rostro de la madre de Jeremy se había llenado de preocupación.

- Cariño… tiene que ir… - Ahora, los ojos de Irina estaban llenos de lágrimas.

- ¿A dónde tengo que ir? Mamá, no entiendo nada.

- Quiero que te vayas. – Irina agarró la carta y la escondió entre sus manos mientras echaba a Gerard por la puerta. – Y no me vuelvas a decir así.

- Pero… Irina. – La puerta había sido cerrada en las narices de Gerard.

- ¿Mamá? – Jeremy la siguió hasta su habitación, donde ella se encerró. El niño se quedó escuchando por la puerta, preguntándose qué contenía esa carta.

Jeremy se fue a su habitación, mirando hacía la calle por si venía nuevamente su padre. Pero no, ningún rastro de aquel hombre con atuendos que eran fuera de lo común. Siempre que él venía a casa, la madre de Jeremy terminaba encerrada en la pieza. Jeremy se recostó en su cama y no despegó sus ojos del cielo, pensando en qué sucedía entre sus padres.

Al día siguiente, Jeremy decidió salir por un rato. Fue al centro comercial que había cerca de su casa para distraerse del asunto del cumpleaños. Estaba comiendo un helado cuando sintió que alguien le observaba desde lejos y no estaba equivocado, su padre estaba mirándolo desde el elevador.

- Hola… - Dijo mientras se acercaban.

- Papá. – Cuando su padre escuchó esto, tuvo que controlarse para no explotar de alegría en público. Eran escasas las veces en que Jeremy le decía "papá".

- Perdón por lo de ayer.

- No te preocupes. – Jeremy se volvió a sentar y su padre lo imitó. – Mamá está más tranquila ahora.

- Quiero que sepas que no es mi intención que la familia sea tan desunida. – Se podía sentir toda la culpa que Gerard depositaba en sus palabras. – Hijo, es muy importante la carta que traje ayer, es por eso que he traído otra.

El padre de Gerard sacó otra carta de su chaqueta y su hijo la sostuvo con las manos hasta que de su espalda surgieron unas manos de mujer que las reconoció de inmediato.

- Está bien Gerard, le contaré todo… esta noche. – Jeremy casi salta de alegría. Lo que sea que fuera, sentía que iba a ser algo sorprendente.

- ¿De verdad? – Gerard sentía la misma sensación que su hijo, en eso eran iguales. Ambos tenían la misma sonrisa. – Él será de los mejores, yo mismo me encargaré de eso…

- Se lo diré yo… sola… - Irina tenía una mirada fría.

- Amor… también es mi hijo. – Gerard habían olvidado por completo la existencia de su hijo.

- Está bien. – Rindiéndose, abrazó a su hijo con todas las fuerzas. – Sólo… procura que no le ocurra nada.

- ¿Qué me va a suceder, mamá? – Jeremy aún miraba con entusiasmo a sus padres.

Jeremy esperó toda la tarde para que su madre le contara lo que debía contarle. Su padre también estaría ahí. Jeremy bajó en cuanto sonó la puerta y dejó entrar a su padre, que llevaba un abrigo de color verde musgo.

- Hola hijo. – Ambos se recibieron con un abrazo. El niño podía sentir que algo asombroso iba a ocurrir.

- Mamá está esperando en la sala de estar.

Ambos entraron a la sala y vieron a Irina sentada en el sofá y la carta en el centro de la mesita. Ella estaba tomando un gran tazón de té.

- Llegaste… - Gerard se sentó al lado de ella, diciéndole que todo estaría bien, que no tenía por qué preocuparse. – Cariño, siéntate por favor.

- Sí. – Jimmy se sentó en frente de ambos, mirando ansiosamente la carta.

- Bueno… - Comenzó Irina – Hay una explicación por la cual te suceden cosas extrañas – con un nudo en la garganta, se decidió a escupirlo de una vez. – en especial cuando te emocionas por algo. Es porque eres un mago.

- ¿Qué? – Jeremy no podía creer lo que su madre decía. Él pensaba que todo era una broma.

- Es cierto hijo. – Le contestó su padre al ver la cara de Jeremy. – Es por eso que hiciste explotar el dulce de tu compañero Henry.

- Yo no soy de ese mundo – Siguió su madre. – ya que no poseo magia, para ellos soy un muggle. Heredaste los dones de tu padre y es esa una de las razones por la que no vive con nosotros.

Jeremy aún le costaba creer todo lo que le estaban diciendo sus padres. Era cierto que las cosas se movían o explotaban cuando se emocionaba o se enojaba pero nunca creyó que él sería un mago o que la magia sí existiera.

- Es por eso – Su padre tomó la carta y se la entregó a Jeremy en sus manos. – que mi regalo es esta carta, es muy importante.

Irina miró a su hijo y luego a Gerard, fijándose en cada gesto que hacían. Ambos eran iguales, expresaban de la misma forma sus emociones. Jeremy estaba emocionado, sus manos tiritaban de la emoción. La carta tenía el escudo que había visto anteriormente que contenía un león, una serpiente, un águila y un tejón y la dirección decía:

Señor J. Carter

Habitación del segundo piso

39 de Saint Paul's Road

Bristol

Al leer esto, Jeremy sintió un pequeño cosquilleo en el estómago. No pudo aguantar más y abrió el sobre y leyó la carta.

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA

Directora: Madame Minerva McGonagall

(Orden de Merlín: Primera Clase, Jefa de Magos de Wizengamot, gran hechicera y animaga registrada)

Querido señor Carter:

Tenemos el placer de informarle que usted tiene una vacante en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Adjunto una lista con el equipo y los libros necesarios.

Las clases comienzan el 1° de septiembre. Esperamos su lechuza no más tarde del 31 de julio.

Muy cordialmente

Filius Flitwick

Subdirector

Ahora sí lo creía todo. Él era un mago e iba a asistir a un colegio donde le enseñarían a ser mago. Se volvió a fijar en la fecha en que debía mandar la lechuza y quedaban dos semanas exactas para que se cumpliera el límite, mirando desesperadamente a su mamá ya que no tenían ni siquiera una paloma mensajera.

- Mamá ¿De dónde vamos a sacar una lechuza? – Los ojos de Jeremy aún brillaban de la emoción.

- Hijo ¿Eso quieres decir que irás? – Dijo su padre, mirando a Irina y a su hijo.

- ¡Por supuesto! – Saltó el muchacho del sillón.

- Cuídalo, por favor. – Irina había agarrado el brazo de Gerard mientras abrazaba a Jeremy.

- Soy su padre, lo cuidaré por siempre – Dijo el hombre, volviéndose a sentar. – Además, Hogwarts es el lugar más seguro en Inglaterra.

- Ammm… la carta. – Dijo Jeremy, dándole un pequeño toque a su madre.

- No te preocupes por eso hijo ¡Alucia¡ - De pronto, una ave entró por la ventana abierta que había en el comedor. Era preciosa, la parte inferior era blanca con rayas oscuras y el resto del cuerpo era marrón con algunas plumas doradas. – Es una fiel amiga. Ella mandará tu carta de respuesta. - El ave entendía todo lo que Gerard decía, haciendo maravillar a Jeremy y a su madre.

- ¿Qué tengo que poner en la carta, papá? – Jeremy buscaba entre las guías de teléfono por si había alguno.

- No es necesario, la escribiré yo. – Gerard sacó una vara de madera y un papel de su chaqueta. – Venía preparado.

- Gerard… - Irina, que estaba a su lado, se alejó un poco.

- No te preocupes, sólo escribiré la carta. – Empezó a dar trazos cortos al aire con la vara de madera y unas letras estaban siendo escritas mágicamente en el papel. Jeremy observó maravillado aquella escena, estaba viendo a su padre hacer magia.

- Increíble – Dijo el pequeño.

- Listo – Su padre amarró el pequeño pedazo de pergamino a una de las patas del ave – Llévale la carta al profesor Flitwick. – El ave salió volando por la ventana, perdiéndose en la oscura noche.

- ¿Eso es una varita? – Preguntó curioso Jeremy.

- Gerard, te prometo que si se vuelve como tú, nunca te lo perdonaré. – Irina, que se había mantenido callada, miró al hombre seriamente hasta que su hijo le tomó las manos.

- Mamá, nunca voy a cambiar. – Irina no aguantó las lágrimas y abrazó a su hijo.

- Lo sé cariño, lo sé.

- Irina, te tengo una proposición. – La mujer quedó pasmada por lo que había dicho Gerard. – Quiero que vayan a mi casa en Londres, Jeremy tiene que hacer muchas compras y queda mucho más cerca de la estación donde tiene que tomar el tren.

- ¿El tren? ¿Viajaré en tren hasta la escuela? – Con cada cosa que su padre decía, Jeremy se emocionaba más.

- No – Irina era fría ante todo lo que decía su ex esposo – Es tu mundo, yo no tengo porque integrarme.

- Mamá, por favor, ven con nosotros – Jeremy no quería alejarse de su madre en este momento tan importante. – Quiero que estés conmigo y papá.

- Pero… - Una de las cosas que no podía hacer Irina, era decirle no a su hijo. – Está bien cariño, iremos a Londres.

- ¡Sí! – Jeremy saltó nuevamente de alegría. Más porque iba a estar en Londres, se sentía feliz de que sus padres estuvieran juntos de nuevo.

- Preparen sus cosas y los vendré a buscar mañana.

Jeremy corrió por las escaleras y empezó a ordenar todo en su bolso. La felicidad recorría por su cuerpo al ver a sus padres. Aún no entendía porque su padre no había estado con él siempre pero algo le dijo que con el tiempo lo iba a entender. Sintió que alguien subía las escaleras y era su padre que ya estaba en la puerta de su pieza.

- Vine a despedirme. – Jeremy abrazó a su padre. – Nos vemos mañana hijo.

- Sí, gracias. – Dijo Jeremy, notando una pequeña lágrima que caía por la mejilla de su padre.

Jeremy trató dormir en la noche, pero no pudo, de un día a otro se había convertido en mago.