Disclaimer: Esta es una traducción/adaptación de la historia original de DesertC, The Book that Binds. Con el permiso de la autora, les traigo esta nueva historia. Los personajes reconocibles son propiedad de J. K. Rowling, la historia original, pertenece a DesertC

El Libro que Une.

Capítulo 1. El libro que une.

Los dedos de Hermione casi flotaban sobre los lomos de los libros, como los maderos de la cerca que había seguido de niña, de regreso a casa.

Esos libros la llamaban, mostrándoles sus títulos, invitándola audazmente, pidiéndole que entrara.

¿Cuál debo escoger? ¿Cuál escoger esta vez?

Los ojos castaños observaban, brillantes, como perdidos en la rivera hipnótica, mientras se desplazaba en la semioscuridad, y su sombra se movía y deslizaba a su alrededor, escondiéndose de las fluctuantes lámparas que apenas iluminaban la biblioteca.

Tal vez debía elegir uno de esos libros envejecidos y un poco ajados, llenos con las notas de sus autores, que ya llevaban tanto tiempo muertos. O tal vez, uno de esos tomos rígidos, que clamaban su atención, tan derechos como soldados que guardaban el conocimiento que se escondía en sus páginas.

En realidad, no importaba. Ninguno de ellos tenía oportunidad frente a ella. Ella conocía cada truco para conseguir que, hasta el más secreto de los libros, revelara sus tesoros ocultos.

Siendo estudiante, Hermione Granger había pensado que la biblioteca de Hogwarts era vasta, pero como la recientemente establecida Profesora de Estudios Muggles, se había expandido exponencialmente. No era simplemente la expansión mágica del lugar. Era un asunto de acceso. Había una enorme cantidad de salas adicionales para el personal de enseñanza. Cuarto tras cuarto de polvorientos estantes en donde descansaban los libros más extraños y raros que en más de una ocasión, la mayor de las preocupaciones no fuera que los estudiantes y los profesores fueran desintegrados hasta el olvido, si no que tan preciosa colección de antiguos e irremplazables conocimientos se perdiera.

Y era con la reverencia que esa preocupación demandaba, que la joven castaña encaraba esos libros. Ella susurraba sus nombres, como un suspiro apenas, inhalando suavemente, como una caricia suave, mientras se movía de sala en sala. Repentinamente, se sintió dichosa de encontrarse sola allí, (aunque, de hecho, ya no debería estar en el lugar, teniendo en cuenta lo tarde que era), ya que cualquiera que la viera, podría confundir su extrema reverencia con la alocada lujuria de un acosador, lo que de hecho ya era.

Lujuria…mmmmm…

Tendría que haber evitado esa palabra. Aún en el inocente espacio de su propia mente, (¡Ja! ¿A quién tratas de engañar?), el tráfico de pensamientos que se desplegaban en su cerebro estaban muy lejos de ser inocentes. Algunas veces se iban tan dejos de la inocencia que la asustaban…y, además, tenía que admitirlo, la excitaban

Y así, sin más, su resolución de ser una profesora centrada y sencilla, se fue. Desapareció. Tan tenue era su agarre en lo que era apropiado, que solo bastó una palabra, lujuria, para desintegrar todos esos años de bien entrenada amabilidad y corrección. Él había tenido razón.

Ese bastardo Profesor Snape había tenido toda la razón con respecto a su entrevista. No era cuestión de mérito. Todo se había debido a que era la favorita de la Directora McGonagall, un tercio del trío de oro. Sí, claro, tal vez había crecido en el mundo muggle, así que tenía que ser razonablemente apta para el puesto. Pero Snape había hecho volar su seguridad. Solo había bastado con una semana de comentarios ácidos y miradas socarronas para que perdiera su confianza, para regresarla a la torpe y balbuceante estudiante una vez más. Para él, ella ni siquiera era ya la insufrible sabelotodo. Ahora era la insufrible ignorante.

Apurando el paso al tiempo que su respiración se agitaba, dio vuelta en la esquina y comenzó a buscar en una nueva hilera.

Necesitaba algo sucio que leer y pronto. Era una cuestión urgente.

Apretó la mandíbula en claro desafío al fantasma de Severus Snape, que la atormentaba en formas que hacían que las maldades de Peeves fueran un auténtico alivio.

Su aguda acidez, (posiblemente debida a su narizona malevolencia), se había filtrado en su cerebro como ácido, dejando un agujero con la forma de Snape, que no había sido capaz de cerrar en nueve años como aprendiz.

Bueno, ahora tenía la oportunidad de demostrar que tan poco adecuada era para el rol.

Tenía que encontrar el libro más pervertido del lugar y azotarse con él.

Seguramente, él era un absoluto mojigato que no tenía ni la menor idea del sexo. ¿Dónde podría haber ganado experiencia? ¿En su nunca recíproco amor por Lily Evans? Bueno, sí, eso era un golpe bajo. Incluso para ella. Pero es que necesitaba bajarlo de ese pedestal en el que lo había puesto en su mente. ¿Por qué le importaba tanto su miserable vida sexual? Tan solo el pensar en tocarlo, le causaba asco. Posiblemente, porque estaba segura que la idea de tocarla a ella, le causaba asco a él.

La castaña refunfuñó, llena de una mezcla de desafío y excitación, mas determinada que antes a encontrar algo lascivo para rebelarse. Luego de adquirir dicho libro, iría a la torre de astronomía y danzaría desnuda, frotándose el jodido libro por todo el cuerpo y gritando sus orgasmos al cielo. Bueno, en realidad, no haría tal cosa. Estaba muy frío para estar poniéndose en pelotas por ahí. Además, tenía un nuevo juguete que la esperaba en el cajón de su mesita de noche, al que aún no le había quitado el brillo.

Al final de la hilera de libros, encontró otra puerta cerrada. Con llave. Disimuladamente, sacó su varita de la manga y lanzó un alohomora para poder entrar.

Bueno, bueno. Esto sí era interesante.

Solo había dos gabinetes. El frente de vidrio, y… movió una de las manijas de plata. También cerrado.

La tenue luz de la luna solo hacía que el lugar se viera más sombrío. Activó un lumos y revisó el gabinete. Aaahhhh. El descubrimiento fue doblemente sorprendente e inevitable. Sabía que esos magos y hechiceras no podían vivir tan solo de conocimiento.

Miró con lascivia su botín.

Sexo sin edad, Cockatrice, el hombre con tres penes, La bruja del séptimo año, Tentáculos estimulantes, Gilderoy Lockhart, dios del sexo, (escrito por Gilderoy Lockhart), Una Snitch en el matorral, Pociones de pasión, Los anales no necesitan ser banales… la chica sacudió la cabeza. Eso ni siquiera tenía sentido. Solo uno había captado su atención de verdad. Pociones de Pasión. Se preguntó si su interés se había dirigido hacia ese libro en particular debido a su reciente interés en cierto Maestro Pocionista. Más allá de su motivación, consideró que podría llegar a ser útil, si alguna vez necesitaba preparar alguna poción de ese estilo.

Echó una mirada sobre el hombro, más que nada por disimular, y se enfocó en la cerradura. Estaba muy protegida y el mecanismo de la cerradura era innecesariamente complejo, considerando que solo protegía un puñado de libros pornográficos. Pero ella no había sido la primera de su clase por nada. Ella era lista. Lanzó una andanada de hechizos de desciframiento y de configuración, hasta que logró achicar la lista de opciones y comenzó a lanzar los hechizos más complejos y metódicamente comenzó a desarmar las guardas y a tratar de forzar la cerradura. En cuestión de minutos, logró abrir la cerradura.

Abrió la puerta con una mano y con la otra atrapó el libro deseado por el lomo. "Gracias Sr. Boats," murmuró, notando el nombre del autor. "Espero que no me deje tan mojada como para naufragar, en… alguien…"

Se escuchó un ruido que venía de afuera.

Con la ansiedad tomando el mando de la razón, cerró con fuerza el gabinete, mucho más rápido y fuerte de lo intentado.

'¡Mierda! ¡Qué fuerte sonó!'

La respiración contenida hizo que le latiera más rápido el corazón, cuyo latido se transfirió a sus oídos, dificultándole la audición.

Tal vez no era nada. Tal vez era… ¡mierda! ¡mierda!

La puerta se abrió con fuerza. El hombre de sus pesadillas se materializó allí mismo, con todo, el rostro pálido, envuelto en ropas negras… como la muerte misma.

"Srta.… Granger. ¿Qué… cree… que… está… haciendo?" La voz de Snape sonaba grave y peligrosa y sus ojos oscuros la traspasaban y petrificaban, como si de un basilisco humano se tratase.

Hermione no podía respirar, mucho menos, hablar.

"Dije…"

Sin terminar de hablar, los ojos del hombre se posaron en el libro que tenía en la mano la castaña. Se abalanzó sobre ella y se lo arrebató.

"Yo tomaré eso." Siseó con los dientes apretados.

A pesar de su abyecto terror, ella no soltó el libro.

La respuesta automática a tenerlo sobre ella, imponentemente alto como era, e inmensamente poderoso, incluso cuando no se aparecía como un espectro del infierno, estaba firmemente anclada en las inseguridades de su niña interior. Pero, trataba de recordarse con desesperación, ya no era una niña. Era una mujer adulta. Y también era una profesora, como él, (al menos en título lo era). Él no podía decirle qué hacer, de hecho, eso último casi podría apostar que sonaba truculentamente como su niña interior, pero, de todos modos, ese remedo de convicción tendría que bastar.

"Profesor, me fue dado permiso para acceder a todos los libros de la biblioteca." Replicó ella, tratando de sonar madura y razonable, a pesar del obvio terror que tocaba sus cuerdas vocales como el cello en la escena de la ducha de Psicosis.

"¿Acaso le fue dado permiso de desmantelar las guardas… y las cerraduras de la biblioteca?" Se puso más serio, como si fuera posible, tanto que la grieta entre sus ojos parecía que iba a seccionar su rostro.

Hermione trató de tomar aire y alzó su temblorosa barbilla.

"No entiendo por qué son necesarios tantos hechizos y cerraduras en áreas que sólo son accesibles para el personal."

Snape hizo un ruido de desaprobación y le lanzó tal mirada de enfado que Hermione se sorprendió que no causara que se derritiera allí mismo, como la Malvada Bruja del Oeste.

"Posiblemente para mantener a cierto personal lejos del contenido." Dijo con desprecio.

"Tengo tanto derecho de estar aquí como usted," retrucó ella con indignación. "Y tengo igual derecho a leer los libros en esta área."

Él ladró una risa seca. "¡Ja! ¿Porno? ¿Es eso lo que vino a… buscar?"

Con las mejillas encendidas para delatarla, negó estúpidamente con la cabeza.

Snape alzó la barbilla y la miró con desdén, desde esa monumental nariz que tenía. "Le sugiero que suelte el libro y se vaya."

Ella lo miró enfadada. No deseaba tanto ese libro, pero no quería dejarlo ganar. Ya había soportado suficiente de sus ataques en la sala de profesores, durante toda la semana, en donde ella no podía responder. Ahora estaban los dos solos. Solo ellos dos.

"Suéltelo," contestó ella, con la voz llena de un dejo de desafío. "Suéltelo y lo devolveré al gabinete."

Era inmaduro. Un estúpido y torpe intento de ganarle la mano, pero era toda la hiperventilación que su niña interior podía soportar.

Él le dedicó una mirada de desdén, arrastrando la mirada sobre la temblorosa forma de la chica. Parecía que podía diseccionar todas y cada una de las partes de ella. Cortarla hasta lo más profundo, con unas pocas y bien puestas, además de muy filosas, palabras. Pero lo cierto era que estaba a punto de colapsar de cansancio después de un largo día de enseñar, seguido de horas y horas de rondas improductivas. Además, estaba determinado a no aparecer como un idiota inmaduro frente a la chica, así que, con un rígido movimiento de su cuello, como si hubiera olido algo asqueroso, accedió.

"De acuerdo."

Los ojos color obsidiana emitían frío. Se veían como la nieve en el más crudo de los inviernos. Hermione se estremeció.

No pasó nada.

Lo miró con recelo. Esperó.

La boca de él se tensó, así como los hombros. Se balanceó un poco.

Ella sacudió la cabeza con confusión. ¿Qué estaba haciendo?

Snape apretó los dientes y se agarró la muleca de la mano que sostenía el libro.

El rostro se le puso pálido, todavía más. "Srta. Granger, suelte el jodido libro ¡AHORA!"

La voz del hombre sonaba oscura y amenazante, capaz de hacer que Hermione renunciara a cualquier derecho que creyera tener sobre el libro. No era tan grande… ¡Ow!

Los músculos de la mano se tensaron e hicieron ruido al intentar soltar el dichoso libro. No pudo. Era como si su mano estuviera pegada. Muy pegada.

Él la tomó de la muñeca con esos dedos larguísimos, tratando de obligarla a soltarlo.

"¡Ay! ¡Profesor! ¡Deténgase!" Ella trató de zafarse del firme apretón, apenas resistiendo las ganas de golpearle el hombro. "¡Está pegado!"

"No puede ser…" murmuró él.

"¡Ya basta!" Hermione tironeó del brazo hasta hacerlo perder el equilibrio, cayendo sobre ella y aprisionándola contra el gabinete.

Su rostro, apenas a unos milímetros del de ella, exhalando su cálido aliento, que olía a menta, sobre la ardiente piel de ella. Era sorprendentemente placentero, pero por completo equivocado.

"!Profesor!"

Snape se enderezó de inmediato y se pasaba la mano distraídamente sobre el cabello negro. "Creo que el libro ha sido hechizado." La quijada se movió de lado a lado un poco, como si su propio cuerpo no pudiera negar la expresión de asombro.

Tomo unos cuantos segundos para que Hermione cayera en la cuenta de lo que había dicho.

"¿Hechizado? ¿De qué forma?" La castaña siguió mirándolo acusatoriamente, frotándose la muñeca dolorida.

"Creo que es un hechizo vinculante en el libro." Sonaba tranquilo, pero sus anchos hombros temblaban un poco con la fuerza de las inhalaciones que tomaba.

"¿Hechizo vinculante?" La chica miró las manos de ambos, que todavía apretaban el libro. Los dedos índices parecía que se besaban.

"Bueno, entonces, deshágalo. ¿No se supone que usted es uno de los más poderosos hechiceros del mundo? ¿No es así?"

Snape le lanzó una mirada cargada de veneno, las mandíbulas apretadas como si fueran a romperse.

"SI tuviera un poco de sapiencia oculta en ese nido de ratas que tiene por cabello, debería saber que un hechizo vinculante en un libro, requiere de una frase específica para cortarlo."

Hermione parpadeó. ¿Cómo se atrevía a insultar a su cabello?

"Y si usted tuviera una pizca de inventiva o iniciativa en ese grasoso lampazo que tiene por cabello, ¡sería capaz de dar con una solución!"

Snape la miró enfurecido y trató de cruzarse de brazos, a pesar del inconveniente de tener una de las manos pegada a un libro.

Se quedaron allí en silencio, avergonzados y enfadados. Ella lo estaba tocando. Solo una pequeña porción de la piel de sus dedos índices se tocaban, pero eso ya era demasiado.

Estaba cansada. Quería encerrarse en su habitación y llorar. Se había llevado un buen susto y ahora, ni siquiera leer un libro picante era prioridad.

"¿No va a hacer nada?" Exigió ella, con su miedo escondiéndose detrás de su creciente enojo.

Él exhaló, viéndose incómodo. Esa es la mano en la que uso la varita."

"¿Qué?"

"La mano con la que uso la varita está pegada al libro. No soy capaz de hacer… nada."

No podía ser peor.

Hermione dudaba que dos personas pudieran odiarse más. Y allí estaban. Pegados. Literalmente.

Era un predicamento tan bizarro que su mente no era capaz de empezar a pensar en cómo proceder. Fue él el que, finalmente, rompió el silencio.

"No podemos quedarnos aquí toda la noche."

"¿Y qué propone que hagamos?" Hermione se puso la mano libre en la cadera en un intento de parecer amenazadora, pero la acción se vio disminuida por la falta de cooperación de la otra mano, que seguía pegada a la de él.

"¿Mi habitación o la suya?"

"¡Ninguna!" Gruñó Severus, claramente furioso por el predicamento. No solo no podía despegarse de ella, sino que también estaba imposibilitado, mágicamente hablando.

"¿No se puede destruir el libro? ¿Cortarlo a la mitad o algo así?" Hermione comenzó a lanzar ideas desesperadas, esperando encontrar alguna respuesta.

Sin siquiera tratar de enmascarar su molestia, Snape respondió.

"El hechizo une simultáneamente todo lo que toque la superficie, haciendo imposible que se haga algo. Originalmente fue pensado para prevenir el robo. No funcionó bien, ¿eh?" Rezongó el hombre.

"Difícilmente soy una ladrona." Murmuró ella.

"Y, aun así, si no te hubieras dedicado tanto a desarmar los sistemas de seguridad de la biblioteca, no nos encontraríamos en una situación… tan… poco placentera."

A pesar de todo, Hermione tuvo la repentina imagen de él, quejándose embadurnado en aceite de nuez. Su voz de barítono era tan oleosa y deliciosa, y tenía la desconcertante capacidad de lubricar cualquier cosa… justo cuando y donde ella no deseaba que ocurriera.

Hermione inhaló rápido, tratando de calmarse y de desviar la atención de su necesidad de retorcerse.

"Mire, no me voy a disculpar. No debió tratar de quitarme el libro de la mano. De verdad estoy cansada y necesito dormir un poco, así que, por favor, piense en algo pronto o solo me iré a mi habitación y le lanzaré un Leviosa y lo llevaré como un globo lleno de helio, detrás de mí."

Logró ver algo de incertidumbre en los ojos del hombre, otra vez. Se permitió una pequeña sonrisa. Era una placentera sorpresa el poder estar encima por una vez. ¿Por qué mierda había usado esa expresión? Ahora tenía la completa y no deseada imagen de… no, no, no. ¡Nunca!

"Iremos al salón de pociones." Saltó él, y girando se dirigió hacia la puerta. Hermione tuvo que correr tras él, arrastrada por la mano pegada al libro.

Fue literalmente arrastrada por los pasillos como una muñeca de trapo. Sus largos pasos seguían un sinuoso camino en medio del laberinto de salones, hasta que finalmente lograron salir de la biblioteca.

"¡Profesor!" Masculló la chica, tratando de contener con la mano libre el dolor que punzaba en su costado. "¡Profesor! ¡Por favor, vaya más despacio! ¡Mis piernas no son tan largas como las suyas!"

Él le lanzó una mirada desdeñosa sobre el hombro. "Tal vez, si no hubiera escogido ropa tan indecorosa no estaría teniendo esa dificultad."

Hermione se erizó. Lo que llevaba puesto era perfectamente apropiado. Una falda granate, ajustada hasta la rodilla, y una blusa suelta, color crema, todo bajo la túnica. Sus sandalias tenían apenas un atisbo de taco, pero nada fuera de lo ordinario.

Había tenido razón. El tipo era un mojigato.

Probablemente, el ver apenas una porción de piel, le parecía desagradable. Ciertamente, se aseguraba que su propia pálida epidermis solo se expusiera en pequeñísimas porciones, como el rostro o los dedos, y aún su propio rostro quedaba tapado la mayoría de las veces, por esa cortina de cabello grasoso.

Se detuvo justo antes de decirle que se vaya a la mierda. Todavía lo estaba tocando. Era desconcertante sentir ese cosquilleo, ese contacto. Si hubiera podido, hubiera corrido y se hubiera escondido, no sin antes lanzarle todo lo que tuviera, con todas sus fuerzas.

A pesar de lo que había dicho Severus, ella notó que sus pasos se hicieron marginalmente más lentos.

Le dolían las piernas. Mientras él no miraba, sacó su varita y susurró un hechizo para transfigurar su calzado en algo más cómodo.

¡Maldito sea!

Cuando llegaron al salón de pociones, distintivamente sepulcral a esa hora, Hermione jadeaba de cansancio, mientras él se veía como si solo hubiera tomado un paseo alrededor del lago.

La joven se dio cuenta que las habitaciones privadas de él, solo podían ser ingresadas a través de una puerta adyacente, pero Severus no hizo ningún movimiento en esa dirección. En lugar de eso, arrastró dos escritorios juntos y luego colocó una silla de cada lado. Se sentó en una y casi obligó a la castaña a sentarse en la otra.

"Así que, ¿este es el plan?" Masculló la chica, con la garganta dolorida por semejante paseo.

Él solo tamborileó los dedos sobre el escritorio, mirando a la nada, ignorándola por completo.

Hermione suspiró y se puso de pie, sacando su varita. Con movimientos seguros, transfiguró las dos sillas en largos bancos de madera, lado a lado y luego levitó algunos trapos de pulir que había en una esquina y los transfiguró en dos suaves y esponjados colchones y almohadas. Se veían un poco delgados, pero era lo que podía hacer con lo que tenía. También transfiguró un cobertor para cada uno.

Hermione arrastró a Severus de su asiento y se dirigió hacia uno de los bancos de madera, acomodándose en uno de los colchones, para luego acomodar su cabeza sobre la almohada y cubrirse con el cobertor. Se rehusaba a hablar con él, o mirarlo siquiera, pero todavía podía sentirlo. Después de todo, sus manos se estaban tocando.

Se oyó una fuerte protesta desde el otro lado del banco, cuando Severus se estiró y lo arrastró por el suelo, lo suficientemente cerca como para que pudiera acostarse él también. Los brazos de ambos quedaron colgando en medio de los dos colchones transfigurados.

Solo pasaron algunos segundos hasta que escuchó el suave susurro de la respiración de la chica. Estaba dormida. El brazo de la joven se movió involuntariamente, jalando el de él. Tal vez soñaba que lo estrangulaba.

Severus todavía estaba furioso. Pero principalmente con él mismo. Estaba exhausto, casi incapaz de pensar. Se quedó mirando las suaves facciones de la chica, que parecían doradas en la escasa luz de la lámpara. Sintió el surgir de una sensación que de inmediato suprimió. La empujó hasta que solo fue una fuerte presión en el pecho, hasta que se sintió incómodo, como resentimiento. No lo era, pero si iba a sobrevivir a esta situación, si ella sobrevivía, tenía que creer que lo era.

Los labios de Hermione temblaron levemente.

Hacía mucho frío. Y ella solo tenía puesta esa falda y esa blusa bajo la túnica.

¡Merlín! Esa falda.

El pecho se le hinchó de nuevo y no se detuvo allí. El calor comenzó a descender por su abdomen, en camino hacia su largamente hibernante miembro, que había estado dormido por tanto tiempo que ya casi no recordaba desde cuándo. ¿Qué mierda iba a hacer?

Se sentó, sacó el brazo libre de la túnica y se quitó la prenda. La deslizó por el brazo que lo unía con ella y pasó el libro por el hoyo de la prenda, para luego deslizarlo por el brazo de ella, para envolverla con el pesado material. Luego regresó a su lugar.

La observó por lo que parecieron horas, hasta que finalmente, se quedó él también dormido.

N/T: Una nueva historia y una disculpa por mi larga desaparición. Espero que esta nueva historia, que tiene un poquito de drama, un poquito de humor y bastantes limones, les guste tanto como me gustó a mí.