Estaba viendo la película y escuchando "What Kind Of Man" cuando escribí esto, por lo que no es mi culpa que esta historia contenga ese tipo de desagradable romance.

Esta la cara triste y dulce del Jonmon.


What Kind Of Man

Capítulo Uno

Primer día del mes, un día más pero el día en que debía levantarse temprano para sacrificarse durante unas horas a la mirada del público. Al principio se retorció quejándose por lo bajo, los rayos del sol entraban por lo blanco de las cortinas, odiaba el primer día de todos los meses y mucho más tener que despertarse tres horas antes. Puso en funcionamiento el tocadiscos y preparó café mientras bostezaba y se frotaba los ojos.

—¡Fantasma! ¡Ven por el desayuno, chico!

Cuando era pequeño, a Fantasma le gustaba dormir a sus pies y despertar junto a él, y ahora que alcanzó los siete años prefería dormir solo en el jardín. No se quejó, con el tiempo fue creciendo hasta ocupar la mitad de la cama y cada vez que se tiraba en ella le aplastaba las rodillas, entumeciéndolo e interrumpiéndole el sueño por consecuencia del dolor.

—¡Fantasma! ¡Si no te apuras no quedara nada!

Vertió los granos de comida en el tazón y lo sacudió para el sonido alcanzara los grandes orejas. Fantasma nunca tardaba más de cinco segundos en correr hacia él, si no colocaba el tazón en el suelo con rapidez la gran bestia levantaba las pesadas patas sobre sus muslos y lo derribaba. Por alguna razón, esta mañana nada de eso pasó, Fantasma tardó más de cinco segundos, el tazón no estuvo en el suelo y las patas no lo derribaron.

—¡Fantasma! ¿Dónde estás, chico?

Esto no estaba bien, Fantasma era obediente y siempre respondía al llamado de su voz. Dejó el tazón en la mesada y el café a medio preparar para dirigirse al jardín, sus piernas eran mucho más agiles que ninguna otra vez. Las únicas ocasiones en que sentía miedo eran en las de este estilo y la última fue hace tres años a la tarde en el parque donde Fantasma se alejó tanto que tardo cuatro horas en encontrarlo y su mente no estaba de su lado en esos momentos, sus peores pensamientos surgían únicamente esos días.

—Fantasma. —Su respiración volvió a ser tranquila al verlo acostado sobre la vieja manta. —Levántate, tenemos cosas que hacer.

Fantasma respondió con un bufido y nada más, tenía los ojos abiertos y no lo miraba. Tampoco lucían bien, los parpados se le caían y las comisuras se le humedecían, era una triste expresión. Con el segundo bufido, más largo y afligido, se acuclilló para tocarlo, la respiración era normal y no había ningún hueso quebrado. Lo acarició desde las orejas a la cola, no hubo ninguna muestra de dolor ni un gemido, simplemente la quietud con la que lo encontró. Y la quietud no era parte de su Fantasma, todo el momento estaba en movimiento persiguiéndolo por la entera casa y mordisqueándole la punta de los dedos cuando le quitaba los ojos de encima.

—¿Qué paso contigo, chico?

El café se enfrió y no le importó. Posicionó toda su fuerza en sus brazos para poder alzar a Fantasma sobre ellos, el peso de este era demasiado para un hombre y él lo aguantaría ya que Fantasma lo soportaba a él durante esas noches en las que se dormía llorando. Apretó los labios y con pasos muy rápidos y largos consiguió llevarlo a los asientos traseros del coche. Un bufido, eso era lo único que recibía y prefería no recibirlo porque odiaba verlo sufriendo y pensar en la diminuta posibilidad de perderlo, ya perdió mucho y una perdida más seria demasiado para su mente.

—Aguanta, chico, el doctor te ayudará a ponerte mejor.

La veterinaria estaba a unos cuantos kilómetros de la casa y si iba lo suficientemente veloz podría llegar cuanto antes. Fantasma lo visitaba una vez por año, dos este, para los controles anuales que siempre eran perfectos porque Fantasma se ponía en forma corriendo de esquina a esquina en el jardín y comiendo lo necesario para mantener la salud estable, cada tanto algunos dulces por debajo de la mesa que eran olvidados por ambos para no lamentarse luego. Robb hace mucho le dijo que lo cuidaba demasiado, tanto que el propio Fantasma se cansaría de ese cuidado. Y tal vez era razón, quizás ahora Fantasma se cansó de la comida recetada y los ejercicios por la mañana y la tarde.

Tuvo ayuda de un joven enfermero para bajar a Fantasma del coche, era mucho más pesado cuando no deseaba moverse. El veterinario lo revisó como si fuera un normal control a pesar de que le repitió más de tres veces que algo andaba mal con Fantasma, le hubiese gustado que se tomara con mayor seriedad el problema y tragarse sus palabras, ese hombre era un experto y estaba obligado a saber lo que sucedía.

—¿Depresión? —Preguntó atónito, jamás oyó hablar sobre eso en los perros. —Es imposible, él es feliz y estamos todo el tiempo juntos y jugando.

—Es algo normal en los perros de su edad, ya no son jóvenes y ellos lo notan. No es un gran problema, durara unos cuatro o tres días y luego todo será como antes. —El veterinario firmó y selló la receta que le extendió. —Le dará esto por tres días, uno por día, preferentemente a la noche. ¿Tiene otros perros? —Jon negó sacudiendo la cabeza. —Le recomiendo que tenga más visitas con los suyos, la interacción con otros perros es bueno para el tratamiento de la depresión. Una última pregunta, ¿es sobreprotector?

—No, creo que no.

—Bien, la sobreprotección no es buena, es una gran causa de la depresión. No debe tratar al perro como si fuera un bebé, no lo son y ellos no se consideran como tales, por eso es molesto para ellos que se los trate como bebés.

Depresión, Fantasma no podría tener tal cosa, aunque eso era mejor que alguna otra grave enfermedad. La depresión se curaría en tres o cuatro días, cualquier otra enfermedad le causaría la muerte instantánea o un acortamiento de los días por vivir con él. Sería capaz de vivir con un depresivo Fantasma que con un muerto, una muerte más. Él cargaba con demasiadas muertes, la de su padre, su tío, su hermano, su madrastra y la de su madre su es que esta existió. Fantasma no moriría, no, estaría siempre con él y nunca lo dejaría en una completa soledad, no soportaría una vida solitaria. No tenía a nadie, los pequeños Stark estaban lejos de él y sus problemas que compartía únicamente en navidad, y no tenía amigos, el único a su lado era Fantasma.

—Iré al banco por algo de dinero y haré las compras, volveré enseguida. Quédate aquí, chico, no tardare. —Por supuesto, se quedaría allí echado a lo largo del asiento porque otra cosa no haría con la depresión y con la falta de deseo de moverse, ni siquiera levantaba las orejas para oírlo. —Bueno, si quieres empezar a moverte otra vez solo espera a que lleguemos a casa.

No necesitaba trabajar, el dinero de la pequeña herencia que su padre le dejó y la pensión por su participación en la Guerra de Vietnam era bastante para que ambos tuvieran comida y cuidados ilimitados, y sobraba. Y el trámite era rápido, la cajera lo conocía más que bien por lo que no era más que firmas y estirar los dedos para sostener los billetes en su palma, no era más de un minuto.

El primero de cada mes junto a Fantasma hacía una gran compra, tan grande para que no tuvieran que volver a salir por un mes. Fantasma tenia entrada libre al supermercado, se comportaba y no atentaba contra las carnes al verlas por lo que no provocaba problemas y lo escoltaba, ayudándolo a elegir la comida que le gustaba más y algún nuevo juguete. Y esta vez debía hacerlo solo, perdiendo toda la emoción de ese día.

La comida favorita de Fantasma era la que mezclaba todos los sabores en un solo grano, pollo, carne, pescado y verduras en uno. Muy pocas veces se lo compró porque era el que más grasas poseía, este mes se lo permitiría por su estado. Quizas le dio este susto justamente para que le comprara esa comida. Y un juguete, el nuevo de este mes sería una pelota de béisbol, sus dedos la oprimían comprobando que no era dura y que no le quebraría los dientes.

No podría cumplir las recomendaciones que el veterinario le proveyó por lo que lo sustentaría con un juguete. No lo llevaría a una plaza otra vez, lo hizo hace mucho tiempo y no era bueno, Fantasma siempre terminaba peleándose con un perro malcriado o perdiéndose entre los arboles por perseguir a los gatos. Al volver a casa tenía más de tres heridas y no permitiría a esa edad, debía cuidarlo de cualquier mal.

Fue al alzar la mirada que lo encontró, la pelota se habría caído de su mano si la presión de sus dedos no fuera tan intensa. Era un hombre alto, unos diez centímetros más que él podría deducir, y delgado; cabellos rubios, largos hasta la cintura y desgreñados; una nimia barba dispar y más clara que los cabellos que le cubrían los hombros; ojos de un color verdoso con betas castañas en torno a las negras pupilas.

—¿Podrías ayudarme? —Tenía la voz suave y los labios finos.

La mano oprimía por encima de la cintura en el extremo izquierdo, la sangre se escurría entre los dedos que intentaban ocultarla. —Estas sangrando.

—Sí, me caí de una ventana. —El hombre observó en ambas direcciones. —¿Podrías llevarme en tu auto? Tienes cara de que puedes ayudarme.

Lo vio otra vez, respiraba con fuerza y se distraía asegurando de que nadie lo observara, no percataba que sus ojos estaban sobre la herida. —Yo… tengo una tarde muy ocupada. No creo que lo pueda ayudar.

—Es una lástima.

El hombre dio un paso y cerró la distancia entre ambos, se agacho un poco y pudo notar que también tenía sangre en la oreja. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al sentir la punción en su vientre, el brazo derecho rodeó su cuello y los dedos se plantaron en su nuca. Estiró su pierna hacia atrás y la presión en su vientre fue mayor.

—Veo que llevas mucha comida para perro, ¿tienes un refugio? ¿O algo por el estilo?

—No, solo tengo un perro.

—Ya veo, ¿y cómo se sentiría ese perro si su dueño no volviera?

Él no lograría vivir sin Fantasma y Fantasma no lograría vivir sin él. Todavía tenía que darle las tres pastillas para que se recuperara, alimentarlo para que no perdiera su forma y regalarle la pelota de béisbol. Su deber era regresar con él, cuidarlo y hacerlo feliz para que no volviera a recaer, lo necesitaba.

—Está bien.

El hombre rengueaba y tomó una campera y una gorra de las estanterías, trató de verlo pero lo hizo. Lo socorrió con las bolsas más cargadas, eran las que contenían la comida y los juguetes para Fantasma. En el coche se sentó a su lado, Fantasma bufó al sentir el olor a sudor y sangre del intruso, si no tuviera la depresión ya le estaría rasgando la arteria carótida. El hombre se fijó en Fantasma y sonrió, él colaboró y eso significaba que no le haría nada a ninguno de los dos, o al menos no a Fantasma.

—¿A dónde vamos?

—A tu casa. Solo por un momento, para descansar.

Cada tanto su vista salía de la calle para asegurarse de que el hombre no estuviera concentrado en Fantasma, y la regresaba al momento en que los ojos se conectaban. Una patrulla pasó por enfrente suyo, no se detuvo y con una inclinación su acción fue aprobada, si se hubiese detenido en un segundo el hombre contraatacaría contra Fantasma.

El hombre se ocupó de las bolsas y él de Fantasma, quiso ayudarlo en eso también y no pudo, no le dejaría tocar a Fantasma. Lo recostó en la manta que situó muy cerca suyo, en un lugar en que pudiera cuidarlo. Con las bolsas en la mesa el rubio inspeccionó la casa, elevando la cabeza en cada techo y bajando en los pisos.

—Lindo lugar.

Se apresuró a agarrar una cuchara y un cuchillo, cual guardó en el bolsillo más cercano de su pantalón. —¿Cómo le gusta el café?

—Negro. —Se sentó y extendió las piernas con un rugido por el dolor, la sangre no emergía más y se limitaba a secarse en la ropa.

El café de esa mañana estaba helado y el olor se intensificó por las horas. —¿Cómo te lastimaste?

—¿Cómo te llamas?

Titubeó, no deseaba que él supiera su nombre. —Jon. Me llamo Jon.

—Seré sincero contigo, Jon. No te voy a mentir. Me lastime saltando de la ventana del segundo piso de un hospital al que me llevaron para sacarme el apéndice. Estaba en prisión y así me escapé.

Esparció el agua caliente en la taza y revolvió dándole un color oscuro y un aroma fuerte. —¿C-cuando?

—Esta mañana. —Se aproximó a la mesa, ubicó el café en ella y antes de que quitara su mano la del otro se ubicó por encima. El vapor del café chocaba contra su palma humedeciéndola y quemándola. —Te agradecería que dejes que me quede por esta noche. Tratare de ayudar y no te pediré nada a cambio.

—Acabas de pedirme algo.

—Solo pido un lugar en cual ocultarme y descansar por unas horas.

No aceptaría, no podía hacerlo. Pensar en Fantasma solo le daba una respuesta y era negativa. No era para ninguno de los dos tener a un prófugo en la casa que los amenazara. —¿Cómo sé que no nos hará daño?

—Si no me das motivos no te lastimare, tampoco al pequeño-grande perro.

No le creyó por eso mantendría con él el cuchillo hasta que la noche llegara y se testificaría de que Fantasma estuviera siempre a su lado. La policía busca a Damon, un reo de Stinchfield, que se escapó esta mañana; era lo que el noticiero decía, el hombre que ocultaba en su casa era Damon. Damon se recuperaba de apendicitis en el segundo piso de este hospital cuando la policía dice que saltó por la ventana. Las autoridades desean recordar a los televidentes que este tipo de saltos indica desesperación. Especialmente en un reo condenado a dieciocho años por homicidio.

—No sucedió así. —Damon se sentó en el sofá, él se acurrucó más envolviendo con sus brazos a Fantasma.

—No sería bueno si alguien te encuentra aquí.

—Sí, estaba pensando en ello. Eres amable por lo que no es aceptable ponerte en peligro, si alguien viniera debería pensar que te secuestré. —Damon estiró el brazo en el respaldo del sofá, levantaba los dedos para palpar la punta de sus cabellos. —Por eso tendría que atarte.

—Yo… yo no…

—Solo para guardar las apariencias. Creo que sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

—Sí.

Le proporcionó la soga a Damon y esperó con sus brazos detrás de su espalda en la silla y su palma derecha sobre la izquierda. Tembló al percibir la soga en su piel, primero cubriendo su muñeca derecha y después por la silla y otra muñeca, Damon era delicado y no lo apretujaba. Las yemas acariciaban lo largo de sus brazos, causándole incomodidad y cosquilleos en los codos. La soga se deslizaba con lentitud para no quemar su blanca piel, las uñas la rozaban. Sentía como la sangre se acumulaba en las venas de sus muñecas y como su corazón comenzaba a latir sin pausa. Las contó, fueron tres vueltas las que la soga dio y con los últimos trozos hizo un nudo, ese si fue enérgico y le obligó a soltar un gritito.

Continuó con sus pies, los dedos se interpusieron entre sus dedos y las yemas tocaban el talón subiendo hacia el tobillo. Las manos contorneaban la zona en que la soga lo atraparía y esta capturó sus tobillos, jalando los unió a las patas de la silla y con tres vueltas en cada uno las amarró. Sería fácil soltarse si uno quisiera, él no lo intentaría por ahora pero igualmente se arrepentía de ceder, Fantasma estaba solo en el sofá.

—Tomare esto también. —Damon dijo al arrebatarle el cuchillo escondido en su pantalón. —¿Qué te gustaría comer?

—Cualquier cosa.

Damon se ocupó del almuerzo, no muy bien para su pesar. Tenía una cuchara para servir y en vez de usarla, utilizó una taza. Era carne y garbanzos con salsa, la salsa estaba quemada y el mal gusto de esta se pegaba al de la carne y los garbanzos. Sirvió la comida en los platos más pequeños, los que no eran para esa comida. Lo único bien que hizo fue recogerse el largo cabello en una coleta antes de encender el fuego.

—Abre tu boca. —Dijo al soplar la carne que acarreó en la cuchara y arrimarlo a su boca.

Lo observó detenidamente, la manera en que los delgados labios se fruncían para exhalar y en que los ojos se hincaban en los suyos. Separó sus labios y la carne fue colocada en su boca, no sabía bien y eso era suficiente para un hombre como Damon. Recibía una sonrisa por cada vez que abría la boca y masticaba hasta el último bocado. No comió todo, toleró la mitad y la otra se enfrió sin que nadie más la probara.

Damon también alimentó a Fantasma, Jon le tuvo que decir cual de todas las bolsas era la que contenía la comida especial. No quería que alguien que no fuera él se acerque a Fantasma y ahora él estaba atado, no había otra opción más que Damon. Aunque fue bueno, le acarició la cabeza y el lomo, y Fantasma al menos comió cuatro granos de comida. Después le pidió que le diera la pastilla para calmarle la depresión y con las horas comió algo más.

—¿A qué hora pasan los trenes a la mañana?

—No lo sé.

Caída la noche, Damon le desató las piernas y la mano derecha. Subió las escaleras siguiendo al prófugo, le dio indicaciones sobre cuál era su habitación y en ella su muñeca derecha fue amarrada a la cama. Damon nunca abandonó la suavidad, la soga no apretaba lo necesario su mano y al dormir, si lograba hacerlo, se soltaría.

—Quiero que Fantasma este conmigo. Tú podrás dormir en el sofá.

Damon cargó a Fantasma por las escaleras sin algún problema, jamás frunció el ceño por el peso de la bestia. Era más fuerte que él. Y Fantasma tampoco demostraba incomodidad al lado del prófugo, le gustaba y eso no era común, la gente tardaba días en darle una buena impresión a Fantasma y hasta que eso no se conseguía permanecían alejados. Fantasma se enrolló en la punta de la cama, al igual que en los viejos tiempos, y por primera vez no le molestó el dolor en sus piernas.

—¿No dormirás? —Damon apoyó el cuerpo en la puerta y no le quitó los ojos de encima, él tampoco. —Necesitas descansar, estas herido.

—Lo haré cuando tú te duermas.

—No soy bueno durmiendo.

—Yo tampoco.