"INEFABLE"

Disclaimer: Ninguno de los personajes que aquí se mencionan de Dragon Ball Z me pertenecen. Son única y exclusivamente del gran Akira Toriyama.

La imagen que utilizo como cover es propiedad de Kuri Kousin.

Warning: [Vegeta x Bulma] [Lemmon] [UA]

Notas de Autora: Este fic se desarrolla en Vegetasei, donde nuestro querido Veggie sigue siendo príncipe de su reino. Bulma, es una de las científicas terrícolas que –contra voluntad- durante el saqueo y conquista del planeta Tierra por parte de los saiyayins, fue llevada al planeta Rojo Vegetasei a trabajar para ellos. Sé que esta descripción es muy corta y general, pero bueno, supongo que cuando la musa de la inspiración golpee mi puerta cerebral escribiré completa la historia. El resto, imagínenlo!

Pre-secuela de "Efímero"


PARTE I

Inefable: ´Algo tan increíble que no puede ser expresado en palabras´- Extraído de Las palabras más bonitas del Español.

El príncipe de los saiyayins pasó el dorso de la mano por su frente sudorosa. Se despojó de su armadura y bajó la parte superior de su traje, exponiendo la piel de su pecho musculoso a la leve brisa que rondaba por estos días. Se sentó en el piso, abrumado por la infernal temperatura que lo agobiaba tanto en el exterior como en el interior.

Nunca antes había sentido tanto calor como en estos días. Si bien Vegetasei era un planeta cargado de un aire denso y caliente, nunca antes había odiado tanto el ambiente como ahora. O mejor dicho, nunca se había dado cuenta del poder magnético que ejercía el calor sobre él hasta que se topó con aquella curiosa conversación que tuvo hace unos días con el maldito tercer clase de Raditz. Y para él ya era más que humillante escuchar a sus camaradas Nappa y Raditz contando a diestra y siniestra sus fechorías y odiseas sexuales, cuando él a duras penas había conocido mujer.

¡Cómo los odiaba!

Como príncipe heredero del trono de Vegetasei, nunca había caído tan bajo en ninguna de las muchas tentaciones obscenas que se presentaban: féminas de otros planetas como regalo, prostitutas y hetarias de Vegetasei, incluso princesas y mujeres de alta clase que se ofrecían ante él como carne fresca, solamente por su título monárquico.

Pero el insensato de Raditz no creía en la pureza de sus principios.

– También la moral es asunto del tiempo, príncipe– decía el muy imprudente, con una sonrisa maligna y burlona. –Date prisa, tu sabes que órgano que no se usa, se atrofia-

– Indudablemente, como tu cerebro- respondió Vegeta, dando por finalizada aquella molesta charla. Nappa y Raditz observaron cómo desaparecía.

–¿Sabe que está próximo el doble eclipse lunar?- preguntó Raditz, sin dejar de sonreír. Su compañero, ahora calvo, asintió.

– El celo destila por sus poros – carcajeó Nappa –Ese chiquillo no sabe lo que le espera–

– Pues si antes estaba insoportable, ahora estará peor– Raditz cambió el gesto, preocupado por su futuro. Nappa le palmeó el hombro, para sosegarlo.

– Trata de sobrevivir, Raditz. Nos vemos más tarde, si es que no te ha asesinado antes –


La peliazul corrió lo máximo que sus piernas y sus pulmones le daban, subiendo aquella enorme cima de infinitas escaleras que dirigían al Palacio, mientras que con las manos intentaba taparse los ojos para ver con claridad a través de las gruesas gotas de lluvia que amenazaba con volverse diluvio en cualquier momento.

"¡Que suerte la mía! Estoy muerta de tanto subir escaleras… ¿Por qué no traje mis cápsulas? Una dama tan bonita como yo no debe hacer estos esfuerzos inhumanos. ¿Por qué no han invertido en instalar un ascensor aquí? ¡Malditos saiyayins! ¡Maldita gravedad!"

Iba por la mitad del camino cuando la lluvia empezó a mermar y la brisa se detuvo, logrando que Bulma pudiera ver un poco mejor. Se detuvo unos segundos mientras tomaba aire y escupía el exceso de agua que se le había metido en la boca, cuando notó una sombra diagonal de donde estaba. Dio un respingo de susto, y después de refregar sus ojos suspiró tranquila al notar los cabellos flameantes de Vegeta.

—¡Óyeme pero qué te pasa! ¡Casi me matas del susto!— chilló la científica bastante molesta. Se acercó al hombre y se dio cuenta de que tenía el traje rasgado en la parte superior del pecho. Acercó su rostro y vio que el pelinegro retrocedió, incómodo por la cercanía de la peliazul. La chica no pudo ocultar la preocupación en su rostro —¿Qué te pasó?— Ignorando la expresión del príncipe, se acercó nuevamente a él.

La maldijo mentalmente, podía jurar que lo estaba haciendo a propósito. Parecía que Bulma se regodeaba al notar lo perturbado que se ponía de repente.

Contra toda lógica, Vegeta respondió. —Entrenando— Dio unos grandes pasos hacia atrás sintiendo que el aire le faltaba por sentir invadido su perímetro personal. Se giró, dispuesto a irse sin despedirse, como siempre.

—¿A dónde se supone que va su alteza?—soltó con veneno y sorna. Se acercó a él y lo tomó sin tacto del brazo mientras lo jalaba con fuerza en dirección escaleras arriba.—Nos vamos ahora mismo al laboratorio a curarte esa herida—

La escena era terriblemente bizarra, por no decir cómica. En otrora, Vegeta le habría amputado las manos por su osadía. Lo había tocado. Y no solo eso, lo arrastraba lo máximo que su patética fuerza terrícola le permitía. Vegeta arqueó las cejas algo desconcertado. ¿Era su imaginación o esa chica le estaba dando órdenes a él? ¿Al gran Príncipe de los Saiyayins? Tuvo unos fuertes impulsos bipolares de asesinarla sin piedad, y de reír estruendosamente.

Bulma era la fémina más pesada y osada de la galaxia, o era la más estúpida e ingenua de todas.

Avanzó unos cuantos pasos, preso de la perturbación y se detuvo en seco. Retiró el agarre de su mano con rabia y brusquedad. Bulma posó las manos en sus caderas y frunció el ceño.

—Si serás terco. Sube y déjate ayudar— la peliazul se acercó a él, y esta vez, suavemente lo tomó de la mano. Era un gesto suave. ¿Por qué era suave con él? El cálido contacto logró que Vegeta se distrajera un poco, dejándose llevar unos cuantos escalones arriba. ¿Cuándo fue la última –o la primera- vez que lo tomaron de la mano? Sintió sus mejillas arder.

—Si tanto quieres ayudarme, puedes llevarme volando. Terrícola— comentó con ironía el príncipe, recalcando esa palabra como si se tratara de un insulto.

—Muy gracioso, príncipe— contestó Bulma con igual dejo de sarcasmo que él. Cielos, a veces eran tan parecidos. Lo sintió caminar a su lado y la lluvia se acrecentó otra vez, evitando que viera muy bien por donde iba. Sin embargo no necesitaba verlo todo, pues sentía que Vegeta todavía le sostenía la mano sin protestar y sin soltarla.

Él, que había sido fiel enemigo del contacto físico, podría irse volando. Supuso que estaba agotado. Podría haberla soltado, insultado, maldecido y hasta empujado como anteriormente lo había hecho. ¿Qué pasaba ahora? Estaba extrañamente dócil. Bulma pensó si en algún punto se volvió masoquista, al recibir tantos desplantes del altanero saiyayin y aún así buscarlo, como si nada hubiera pasado.

"Tal vez no se ha dado cuenta" la científica se mordió los labios algo nerviosa. Aun así, ella tampoco quería soltarlo…


—Holaaaa holaaaa— Bulma llamó desde la entrada del laboratorio, escuchando nada aparte de su eco y los furiosos truenos. Se quitó las botas después de entrar y tanteó las paredes para buscar el interruptor de la luz. Maldijo un par de veces por lo bajo después de chocarse con mil cosas. Al encender la luz, notó que toda la planta estaba vacía, seguramente ya era bastante tarde y los demás científicos estaban en sus cubículos de descanso.

El pelinegro observó a la chica con curiosidad. Estaba distinta. No portaba su ridículo vestido rosa que siempre llevaba debajo de la bata blanca, sino un pantalón negro bastante ajustado y una corta blusa negra de mangas largas que dejaba expuesto todo su abdomen. Llevaba el cabello azul sobre los hombros, pulcramente aplastado por la lluvia. Inconscientemente duró unos segundos detallando cómo por sobre la blusa mojada se le marcaban los pezones erectos.

"Descarada exhibicionista"

Al saiyayin no le incomodaba la desnudez. Incluso, más de una vez se paseó por las cámaras de recuperación sin nada con que cubrirse, aparte de su cola. Pero era curioso cómo aquella mujer portaba ropa tan ajustada y provocativa, y al mismo tiempo se moría de la vergüenza si le pedían que se quitara la ropa para realizarle un chequeo de rutina, por ejemplo. Estaba loca.

Se sacudió mentalmente y se dio cuenta que la terrícola ya no estaba. Sintió entonces nuevamente el calor presente en el ambiente ¿o tal vez era dentro de él a pesar de estar empapado de pies a cabeza?

Al poco rato la sintió llegar con un pequeño kit de curaciones y un par de toallas. Le acercó una a Vegeta y le indicó que se sentara en una de las sillas cerca al ordenador. El príncipe la obedeció, secó su cabello con fuerza y dejando la toalla en sus piernas, se bajó los jirones de traje que quedaban manchados de sangre, sudor y agua lluvia. Bulma se acercó, viendo la enorme herida sobre el pecho izquierdo del pelinegro.

—Hay que coserla—diagnosticó como si fuera un médico, acomodándose entre el fino espacio entre la mesa y la silla en donde estaba sentado Vegeta. —¡Cielos, se ve terrible!—

—No soy como tus patéticos congéneres terrícolas—escupió con burla el saiyayin. ¿Por qué dejaba que lo curara? Hasta este punto de su vida, se había curado solo, ¿Por qué tendría que ser diferente ahora? Ni siquiera era tan grave. Seguramente en 2 días ya estaba como nuevo.

—Déjate ayudar, cabeza dura—la chica empapó una gasa con el rocío de un spray. Inclinó su tronco hacia adelante para quedar al mismo nivel del saiyayin y posó una mano en su pecho.

Y fue justo ahí, cuando el tiempo se detuvo.

Vio cómo su mano se levantaba levemente por el compás alocado de su corazón. Supuso que era por el esfuerzo físico por haber subido tantas escaleras. Pero sabía que no era así. Se dedicó entonces, a verlo directamente a los ojos. No lo había notado antes, pero estaban bastante cerca… Bulma se dio un par de cachetadas mentalmente, parpadeando al despertarse de su ensoñación. Ahora, mágicamente se puso nerviosa.

Nunca antes había estado tan nerviosa con Vegeta, excepto aquella vez en la que estuvo segura de que la iba a asesinar, recien había llegado a Veggetasei.

Su corazón se aceleró y su respiración se hizo un poco más honda, mientras sus dedos vibraban levemente aún sobre el pecho caliente del saiyayin. Sintió que Vegeta no le había bajado la mirada a pesar de que ella sí, y eso la ponía mucho más nerviosa.

"Tonta, tonta, tonta, tonta…"

—Te arderá un poco… es para desinfectar— comentó Bulma, sintiéndose algo estúpida. De repente tenía ganas de hablar, con tal de romper ese incómodo y pesado silencio. Empezó a pasar la gasa en la herida y se tensó aún más al ver que Vegeta la sujetó de la mano, deteniendo su curación. Bulma lo miró a los ojos, confundida. Él solo la observaba, sin decir nada, sin cambiar su frívolo rostro inerte. Y ella nunca había sido buena sosteniéndole la mirada a la gente, siempre la esquivaba, era demasiada energía etérea que hasta la asustaba. Percibió entonces, en los ojos azabache de Vegeta algo extraño que creyó descifrar en alguna ocasión, que había sospechado, que había estado presente en muchos encuentros, que apareció como por arte de magia allí mismo … Ese 'algo' presente en su mirada era tan tangible que lo podía respirar ahora mismo. Incluso, podía olerlo.

Carraspeó incómoda, intentando despertar a Vegeta de lo-que-sea-que-estuviera-pensando. El pelinegro pestañeó dos veces, levantándose de la silla que chirrió sobre el piso de mármol, eso si, sin soltarle la mano. Bulma posó su mano libre en el borde de la mesa al sentir a Vegeta aproximarse hacia ella, estrechándola contra su cuerpo y la mesa, enredándose firmemente entre sus piernas hasta el punto de sentir su fuerza y la masculinidad de su cuerpo.

"Ay Kami…" Ahora mismo la chica deseaba ser namekiana o tener telepatía para leerle el pensamiento al condenado saiyayin. Ya era suficiente, si seguía así moriría de un ataque de nervios. La peliazul intentó moverse, pero Vegeta posó una mano en la mesa, acorralándola. "Si señor, esto se volvió personal". Se movió un poco más y hasta se imaginó a ella misma retorciéndose como un pez entre los tentáculos de Vegeta.

—Quieta— ordenó el príncipe, con voz ronca y extrañamente erótica. Bulma solo rió nerviosa y lo miró sin disimular su cara de pánico, pensando una y mil veces si el tono de voz que usó el saiyayin fue producto de su imaginación.

—¿Por qué? — preguntó la peliazul, arrepintiéndose de haberlo dicho, pues en el rostro de Vegeta se dibujó una macabra semi-sonrisa. Esa era la sonrisa de asesino cruel que ya había visto tantas veces. Por Kami, iba a matarla. Iba a morir.

Bulma abrió la boca para decir algo, pero al mirarlo a sus profundas pupilas con una intensidad que le calaba los huesos, un beso ahogó sus palabras. Sintió un vacío que le venía desde adentro -como cuando se baja en una montaña rusa- cuando sintió el primer contacto casi chocante de sus labios húmedos y ardientes.

Casi muere de un infarto. Así fue como Bulma se sintió. No supo cómo reaccionar, se mantuvo paralizada por unos cortos segundos que a Vegeta le parecieron siglos. Después de asimilar que eso era real, cerró los ojos dejándose llevar por el momento.

Al sentir que la chica le respondía por fin, Vegeta sintió la desesperación y las ansias mezclándose con todo el deseo que sentía en esos momentos. La empezó a besar con una furia desatada como si llevara encerrada mil años, desde la era de sus ancestros de Vegetasei. Una furia que si se manifestaba con violencia física, de seguro la hubiera matado. Era un beso impactante, deseoso, arrebatador, loco, desesperante, que cada vez se hacían más profundo. ¿Cuántas ganas reprimidas, todas consumadas de un solo golpe en aquel beso?

No supo en que momento pasó, pero cuando se dio cuenta ya estaba acostada sobre la mesa con las piernas rodeando la cintura del pelinegro que recargaba su peso encima de ella. Lo sintió presionando su cuerpo contra el suyo, podía sentir su sólido pecho aplastar sus senos, su estómago, sus caderas y por supuesto, su excitación. En su cabeza sonaron miles de sirenas y alarmas de 'DANGER', advirtiéndole que estaban los dos solos en el laboratorio y que la situación se le podía salir de las manos, pero Bulma no las escuchó o simplemente las ignoró.

Por kami, no estaba con cualquier hombre.

Estaba revolcándose con Vegeta.

Con el odioso, apático, cretino, cruel, soberbio y sexy príncipe de los saiyayin.

Dejó los pensamientos atrás al sentir que la lengua del hombre se adentraba para robarle otro profundo beso, el cual fue correspondido inmediatamente casi como si lo estuviera deseando incluso desde antes de nacer, al igual que aquellas manos que empezaron ahora a estrujarle todo su cuerpo, tocándole con desespero las piernas, pasando por el abdomen descubierto.

Sin vacilar más, se llenó la mano de un pecho de la chica, tocándolo con firmeza, desesperación y algo de brusquedad por encima de la blusa. Para este punto, Vegeta dejó de pensar con claridad.

Al tenerla acostada sobre la mesa, tenía un mejor alcance a su piel. Vegeta se inclinó aún más sobre ella para poder degustarla, así que mientras le sujetaba las piernas alrededor de su cintura para no desacomodarla, su boca se precipitó sobre la piel armiño de los hombros de Bulma, lamiéndola con insistencia. La sintió tensar la espalda y no pudo evitar sonreír aún sobre su piel. Sin embargo el trozo que tenía expuesto era muy pequeño comparado con todo lo que podía degustar. Bajó la blusa hasta enroscarla un poco en la cintura, dejando a la peliazul tan desnuda como él lo estaba. Se levantó de su clavícula para observarle los pechos. Eran redondos, preciosos, terriblemente tentativos, con los pezones de un tenue color rosáceo totalmente erectos a causa del frio o de la excitación.

Las saiyayin tenían los pezones oscuros, en tonalidades desde el café claro hasta el marrón. El depravado de Raditz le había comentado que una de las cosas más peculiares de la tierra, era que las mujeres tenían distinta tonalidad de cabello, ojos, y por supuesto pezones. Nunca había visto unos pezones rosáceos. Se veían terriblemente suculentos. Sintió que un calor le subía desde los pies y le nublaba la vista, mareándolo. Tenía tanto calor.

Bulma se asustó. Ese hombre podría matarla. Era demasiada fuerza, demasiada energía. Incluso era bastante rudo para su gusto. Estaba segura que a esta altura ya debía tener varias marcas de chupones, mordiscos y morados por todo el cuerpo.

A quien engañaba, le estaba gustando.

La peliazul no pudo evitar sonrojarse pudorosamente al ver que Vegeta le observaba los senos con tanto descaro. Se llevó las manos al pecho para taparse, pero el pelinegro gruñó molesto y sin mucho tacto le tomó las manos y las apartó a lado y lado de su rostro para que no siguieran tapando lo que él quería y ansiaba ver. Relamió sus labios y se lanzó a por ellos, escuchando a la chica gemir suavemente y después de unos segundos le soltó las manos y sintió que le enredaba los dedos en su cabello. Eso fue suficiente para que enloqueciera, más de lo que ya estaba pues la posición lo tenía completamente desquiciado ya que el sexo de Bulma estaba al mismo nivel que el de él y se frotaban con el más mínimo movimiento. Mientras más rudo chupaba sus pechos, Bulma le jalaba el cabello con igual o más insistencia. Se quedó sumiso allí, pensando si quemarle los pantalones o tal vez solo rasgarlos de un solo jalón.

Bulma tenía que admitir que Vegeta sabía usar la lengua y los dientes. Sintió algo de vergüenza al escucharse gimiendo ahogadamente. "No volveré a ver el laboratorio de la misma manera". Estaban encima de la mesa metálica del ordenador principal, la cual se le pegaba a la espalda húmeda por la lluvia y tal vez por el sudor, besándose y toqueteándose con un príncipe de oscuro pasado y presente, que había traído tanta desgracia a su vida. Era una masoquista, eso era.

De repente el príncipe se levantó como impulsado por los mil demonios, logrando que la peliazul abriera los ojos extrañada.

—¡Maldita sea! — se quejó de muy mal humor Vegeta, desenredando las piernas de Bulma —Maldita sea, maldita sea— murmuraba sin cesar. La científica lo miró con indignación, sin embargo pudo leer en las pupilas de Vegeta el pánico mezclado con ira y no tenía que ser Uranai Baba para saber que algo no estaba bien. Se sentó en el borde y se acomodó la blusa, pero al ver al frente casi se le cae la cara de la vergüenza.

—Tarble— dijeron los dos al unísono, mirando al aludido con cara de sorpresa. El menor de la monarquía Saiyayin balbuceaba y su cara estaba tan roja como el cielo del planeta, todavía en shock por la escena que acababa de presenciar. Y si no fuera porque Vegeta se dio cuenta de la cercanía de su ki, de seguro los hubiera encontrado en una escena mucho más fuerte. El chico era listo, no tenía que haberlos visto haciendo cosas impúdicas para saber que interrumpió algo importante.

—Te… lo está llamando mi padre, Nii-sama— el menor señaló a un punto indefinido y se dio la vuelta totalmente nervioso, mientras caminaba con las rodillas flaqueadas hacia la salida. Bulma vio disimuladamente hacia el mayor y no pudo evitar sonrojarse más de lo que ya estaba al ver que por sobre la tela del pantalón se le marcaba todo el paquete.

"No lo mires, no lo mires, no lo mires"

Sin despedirse, poseído por mil demonios, Vegeta salió del laboratorio y de la planta para perderse nuevamente en la lluvia que ya había moderado considerablemente.

Nunca había caído tan bajo.


No se pierdan la Parte II

Nos leemos!