DISCLAIMER: Saint Seiya no me pertenece. Únicamente escribo por placer y entretenimiento.

Este fic se basa en ideas de Apigueil de Cobra, autora de Sucesores que valen oro, para un juego de rol que sostenemos con otros amigos y quien me cedió los derechos para escribir esta historia de amor.

Un joven de largo cabello lila atado en una coleta baja y lunares rojos en su frente se encontraba sentado, preso de la ansiedad con el corazón en la boca, en una banca del parque principal de Rodorio. Era el caballero dorado de Aries, Mu.

Respira 1, 2, 3. Otra vez respira. Profundo. ¡Que nervioso estoy! Siento que si hablo me saldrá una cacatúa por la garganta. ¿Y si lo echo todo a perder? Debo controlarme. A ver, Shaina me informó que ella vendrá y que haga lo posible por encontrármela de casualidad. ¡Cómo si fuera tan fácil! ¡Qué Athena me ampare!

Durante años ha estado secretamente enamorado de la mejor amiga de Shaina de Ofiuco, una secular de nombre Yola. Pese a pertenecen a mundos completamente distintos, la amistad entre ambas ha sido entrañable y duradera.

Shaina y Yola se conocieron a la edad de 11 y 12 años de edad, respectivamente. Un día que la primera entrenaba sus golpes escuchó campanitas en el muro que delimita el Santuario del pueblo de Rodorio. Ahí, Yola jugaba con un pandero, un objeto que Shaina jamás había visto en su vida. Ambas se sorprendieron; había algo más que sus rutinas de ir a la escuela y los entrenamientos.

La Niña de Afuera, como llamaron a Yola los del Santuario, tenía cabello castaño al hombro y acostumbraba hacerse una media cola hacia atrás. Tenía ojos cafés y piel apiñonada. Por lo general, vestía con shorts y playeras estampadas con animales. Era de complexión delgada y ligeramente más alta que su amiga del Santuario.

Con el tiempo, se les unió Miguel, el mejor amigo de Shaina y aspirante al manto dorado de Piscis, entrenado por Afrodita. A diferencia de sus antecesores, tenía el cabello negro profundo, corto con un flequillo ondulado, piel trigueña y ojos café rojizo. Les sacaba una cabeza de estatura a sus amigas. Era impulsivo, de fácil palabra y muy travieso. Era un año mayor que Yola y dos que Shaina. Los tres gustaban de las aventuras. Iban a la playa, a Rodorio a jugar entre los olivos, a comer helados o ellos la invitaban al Santuario para ver sus prácticas.

Para entonces, el patriarca Shion de Aries había consentido que tan peculiar vista conviviera con sus pupilos, especialmente porque consideró que la explosiva ariana Shaina se podría mantener centrada, pues Yola nació bajo la luz de Acuario. Sin embargo, pese a permanecer tranquila la mayor parte del tiempo, si la jovencita llegaba a enojarse también convenía correr.

¿Dónde estará? Rodorio es un pueblo pequeño. Solamente la encuentro, me acerco y le hago la plática. ¿Cuál es el problema? ¿Y si no me reconoce? Mu, admítelo, estás frito.

Justo un año después, Mu, de entonces 16 años, estudiaba bajo la sombra de unos olivos. Tenía una pila de libros que leer por orden de su maestro Shion. Escogió aquel sitio por la deliciosa brisa que soplaba desde el mar lo que le hacía agradables sus tareas. Estaba muy concentrado leyendo cuando el alboroto de voces lo obligó a despegar los ojos de la página. Recogió los libros y se dispuso averiguar qué era aquello. Eran Yola y Shaina que corrían riéndose.

Lo que Yola pretendía era que su amiga regresara a tiempo al recinto de amazonas para evitarle un castigo. En un momento que la niña de una blusa roja bordada con chaquira y jeans volteó, Mu tiró sus libros. La imagen de aquellas mejillas encendidas, sonrisa fresca y mirada de travesura cautivaron al aprendiz de Aries.

No sé si me viste o no, pero desde entonces te llevó en mi alma, Yola.

—Únicamente quiero estar contigo —suspiró profundamente el caballero dorado—. Esto parece una batalla, con la única diferencia que mi corazón puede resultar herido.

Y escuchó claramente en su mente a Shaina.

¡Ya, cállate! O te agarras los güevos y haces algo de una puta vez o le cuento todo a Yola, ¿me oíste, borrego? TOOOODO. ¡Tonto, tienes una segunda oportunidad.

—Es verdad. Athena nos revivió tras la última guerra santa contra Hades. Esa visión de mi futuro…

Fue cuando la vio como en cámara lenta.

Su cabello castaño había crecido hasta la mitad de la espalda y llevaba dos mechones hechos trenzas a cada lado. Usaba un pantalón capri en tela de algodón amarillo pastel, una blusa blanca de manga corta también de algodón con bordados en rojo, alpargatas de piso color crudo, un morral tejido en variedad de colores y un brazalete en piel rojo vino.

—Y-Y-Yola —el corazón de Mu se aceleró. La vio detenerse en un puesto donde vendían piedras semipreciosas—. Listo o no, adelante.

Aunque se lanzó decidido, todavía sentía un poco de temor. Con sigilo, se colocó al lado de la mujer sin decir palabra. La observó atentamente cómo tomaba las piezas de cuarzo examinándolas con curiosidad. Las pesaba con una mano, las palpaba con delicadeza. De pronto, una le llamó poderosamente la atención.

—Disculpe, señor, ¿cómo se llama esta piedra? ¿Cuánto cuesta?

Antes que el vendedor respondiera, Mu habló mientras deleitaba su tacto con un cuarzo rosa sin siquiera mirar a Yola.

—Cuarzo lechoso —mencionó en voz alta.

La mujer elevó la pieza para verlo a contraluz. Y al bajarlo habló al desconocido.

—Gracias, se… —se quedó extrañada—. Oye, yo te conozco.

Mu tragó saliva. Era el momento de la verdad. Tomó aire. Lentamente, se giró hacia ella.

—¡No es posible! La Niña de Afuera.

—Lo que no es posible es que me sigan llamando así después de todos estos años —hizo un leve puchero—. Y más tú, Mu de Aries, que tienes memoria de elefante.

—(risas) Estás igualita. Bueno, tu cabello es más largo.

—A ver, ¿cómo me llamo?

Frotándose la barbilla.

—Ummmm —realizando un gran esfuerzo—. Esteee (risas) no recuerdo.

—¿Tanto tiempo me fui de Grecia? —se sintió un poco triste. Había convivido con Mu desde chicos, pero más recordaba el día que lo vio por vez primera.

Yola sólo visitaba el Santuario los fines de semana, ya que su padre, químico en jefe del departamento de control de calidad de la aceitera Olivar de Athena, le permitía acompañarlo a visitar los cultivos de aceitunas de Rodorio. La compañía le asignaba una casa en las afueras del pueblo. Al saber su padre que había hecho amigos, le dio permiso de estar con ellos. La única condición fue que mantuviera sus calificaciones aceptables para continuar yendo.

Una semana después de que llevara a Shaina a empellones hasta el recinto, ambas se quedaron de ver en la playa del Santuario. En lo que la esperaba, se puso a jugar en la arena cuando un ruido la obligó a esconderse detrás de unas rocas. Desde allí vio intrigada a Mu practicando algunos movimientos. Una vez que terminó, el chico corrió a las rocas y Yola se agachó más. En cuanto lo consideró prudente, volvió a salir. Mu jugaba alegre con un barquito entre las olas. La niña no creía que aquel chico tan serio poseyera una linda sonrisa, una mirada luminosa y una risa especial. Y se quedó contemplándolo hasta que Shaina la llamó.

Tanto le llamó la atención Mu que optó por llegar un poco más temprano con tal de verlo, aunque fuera de lejos. No se acercaba porque pensó que le caía mal, ya que una vez lo notó a cierta distancia y el joven se fue por otro lado. Pero un día, el lemuriano no volvió a la playa.

—Yola —el guerrero de Jamir sonrió.

—¿Eh? —sus recuerdos le habían jugado una distracción.

—Yola, así te dicen.

—¿Ves? Sí te acordaste.

—(risas) ¿Viniste de vacaciones?

—No —sonó triunfante—. Me quedó en Atenas, definitivamente.

—¿En serio? —la alegría brotó en su corazón—. O sea que vendrás más seguido.

—Por supuesto —y suspiró—. Adoro este pueblo. Su aire es tan puro. La gente tan amable.

—¡Ah! Y … y… ¡Rayos! ¡Ahora no! —se le trabó la lengua.

—¿Sí?

—¿Te importaría si… yo?

—¿Si tú qué?

—¿Te acompaño por el pueblo? —esto lo último lo pudo expresar luego de un gran esfuerzo.

Después de unos segundos que a Mu se le hicieron un siglo, respondió:

—¿Por qué no? —y como toque especial, sonrió.

Para el caballero de Aries aquella sonrisa era la mejor señal de que iba por buen camino.

Aquella mañana y parte de la tarde, la pasaron en el mercado ambulante de cada sábado entre textiles de la zona, cerámica, artesanías de todo tipo. Mu le explicó con lujo de detalles su procedencia y acaso su fabricación. Yola no dejó de preguntarle. En eso, se toparon con un grupo de personas que buscaban al herrero ateniense, ya que eran sus alumnos.

—¡Oh, lo había olvidado por completo! —pues sí. Mu ofrecía cada fin de semana, si sus misiones lo permitían, un taller de elaboración de joyería con alambre—. ¿Te gustaría venir?

—¿Sería molestia? —preguntó con cautela.

—Al contrario. Creo que te divertirás.

Los alumnos de Mu eran artesanos ambulantes de Rodorio en su mayoría y, uno que otro, de Atenas. Se reunieron en la plaza central a escuchar a su maestro. Ahí, Yola advirtió la humildad de Mu para con los cumplidos y halagos de sus alumnos para sus creaciones, lo cual agradecía en silencio. Aunque ella lo intentó, jamás le salieron los rizos que mencionó el orfebre.

—Mejor te dejo esto y yo me quedó bailando y con el bordado de mis trajes.

Desde los seis años, Yola bailaba. Su padre la había metido a clases de diversos estilos, pero su gran pasión era la danza árabe. Por eso tuvo que marcharse de Grecia, ya que recibió una beca de una escuela en España, donde obtuvo el título de maestra.

Al terminar la clase, Mu le propuso.

—Vamos a tomar una malteada.

Era un sitio pequeño cerca de donde estaban. Ahí acostumbraba ir a leer, a veces solo o en compañía de Shaka de Virgo, ya que había la posibilidad de que les prestaran libros mientras degustaban sus bebidas.

El caballero de Aries ordenó una malteada de fresa y Yola, una de chocolate, las cuales venían acompañadas de una galleta crujiente con relleno cremoso de vainilla.

—¿Ya tienes lugar dónde quedarte en Atenas? —Mu removió la malteada con la pajilla mientras la escuchaba con atención.

—Papá me dejó el departamento que tenía en su herencia. Así que una preocupación menos.

—¿Y trabajo? —comió la galleta con cierta ansiedad.

—Bueno… acabo de poner una escuela de danza árabe en un local del mismo edificio.

—Oye, es una estupenda noticia. ¿Ya tienes alumnas?

—Apenas se inscribieron unas niñas.

—Pues… —bajó la mirada— es grandioso verte otra vez —la subió. Ahí estaba aquella luz en sus ojos verdes, aquella sonrisa, que impactaron a Yola cuando niña.

En ese momento, lo único que existía eran el silencio y los latidos de dos corazones. Mu se quedó de piedra y, sin querer, tomó la galleta de Yola creyendo que era la suya, olvidando que se la había acabado hacía poco.

—¡No te pases! ¡Mi galleta! —infló las mejillas.

El lemuriano reaccionó. Se dio cuenta de lo que había hecho. Se sintió tremendamente mal.

—¡Oh, lo siento! Me distraje. Creí que…

—Ya, déjalo —expresó molesta.

—Si quieres pido otra.

—No, Mu. Muchas gracias —se tomó la malteada ya sin ganas de hablar.

El ariano supo que había metido la pata. Quería verla otra vez. Se levantó para hablar con el gerente y volvió con dos galletas en un platito que colocó delante de ella.

—Pero yo…

—Te dije que lo siento. Es lo que puedo hacer para compensarte. Yo me comí dos, es justo que también te comas dos galletas.

Aquel gesto la impresionó.

—¿Vienes de otro planeta?

Mu no supo que decir.

—Gracias —tomó la galleta y la sumergió en la malteada sonriéndole a Mu.

Para el forjador de Jamir parecía que el tropezón lo superó con éxito.

Se despidieron prometiendo estar en contacto. Yola volvió a Atenas y Mu, directo a casa de Shaina. Quedó de contarle lo ocurrido en aquel encuentro.

—¡Ya ves, cordero miedoso! —la amazona de Ofiuco le palmeó la espalda—. Yola no muerde, excepto…

—Cuando está molesta —completó el caballero dorado de Aries.

—A ella sí le tengo miedo —confesó con un ligero rubor en sus mejillas.

—¿Qué estás diciendo? ¿Le temes a una secular? —el lemuriano abrió muy grandes los ojos.

—Tú no la has visto como yo.

—Pues cuando fue novia de Miguel y se peleaban, no parecía una dulce paloma.

Durante tres años, Miguel, de 17, y Yola, de 16, sostuvieron un noviazgo romántico y apasionado. No obstante, el alumno de Afrodita de Piscis se caracterizó por su comportamiento celoso. Le encantaba ver bailar a su chica y practicar sus coreografías; acompañarla a competencias y recitales, pero al escuchar los comentarios soeces de algunos miembros masculinos del público, bastaba para que iniciaran peleas que podían durar días.

En esos momentos, Yola pensó que la magia existía. Por extrañas razones, encontraba algún hermoso adorno de metal en el quicio de su ventana. O, sencillamente, Mu aparecía y tras uno poco de charla, volvía a sentirse en paz.

La última pelea fue el acabose de la relación. Yola rompió con Miguel, dejándolo muy abatido. Sin nada que la atara a Grecia, partió a España donde permanecería seis años. Únicamente, se carteó con Shaina y volvía a pasar las vacaciones.

—Se le tensan los brazos… —comentó el herrero de Jamir.

—Su mirada se vuelve un témpano —Shaina recordó perfectamente ese detalle.

Ambos

—Y habla y habla sin parar. Sin escuchar a los demás.

—Para ser tu primera incursión, vas bien —le sonrió mientras cargaba a su hija Lala—. Lo único que necesitas es tener más confianza en ti.

—Yo no soy Miguel, Shaina. Tan seductor, puede hablarle a cualquier chica sin sonrojarse y sin que le trabe la lengua, tan romántico. Yo soy más bien callado, tranquilo y tímido —el de Aries bajó la cabeza con pesar.

—Si vas a estar con pesimismos, olvídate de Yola, Mu de Aries —la cobra puso su mano derecha en la cadera para increparlo—. A ella le gustan los hombres que no temen mostrarse tal cual.

—Si tú lo dices. Me voy. Tengo guardia nocturna. Gracias.

Nada más salió el caballero dorado, Shaina aprovechó para llamar por teléfono a su amiga.

—¿Yola? —enredando el cable en sus dedos—. ¿Qué tal Rodorio?