CRONICA DE HINATA CIBORG

GRACIAS X DARLE UNA OPORTUNIDAD AL LEER MI HISTORIA QUE ES UNA ADAPTACION DEL LIBRO CRONICAS LUNARES ESPERO Y LES AGRADEPROTAGONISTAS PRINCIPALES HINATA HYUGA NARUTO UZUMAKI

ARGUMENTO

Bienvenidos a Nueva Pekín, metrópoli central de un mundo futuro donde humanos, ciborgs y androides coexisten enprecaria convivencia, amenazados todos por una extraña y caprichosa plaga mortal para la que los científicos no encuentran cura.Esa es la ciudad en la que vive hyuga hinata o,simplemente, hinata, una ciborg que, por serlo, es odiada y despreciada por todos, y sobre todos, por kana, su madrastra,cuyo amor y respeto jamás ha tenido a pesar de que gracias al trabajo de hinata ella y sus dos hijas, karin y sakura, pueden salir adelante y aparentar más de lo que son. Aunque no todo son malas noticias: sakura es su mejor amiga. Su mejor amiga humana. Sabe que no lo logrará, pero no deja de alimentar la esperanza, que sabe vana, de ganarse el favor de su familia y de ir, ¿por qué no?, al baile real que cada año se celebra en Palacio. Pero es el cuento de nunca acabar porque kana, que no deja debprometerle lo mejor para cuando acabe lo que sea que tiene que hacer, siempre le tiene guardada una tarea nueva, que arregle el levitador o cualquier otro cachivache. Porque hinata es la mejor mecánica de Nueva Pekín, y tan grande es su fama que el mismísimo Príncipe naruto, heredero de la Comunidad Oriental, ha acudido a su cuchitril enel mercado para confiarle el arreglo de su androide. «Contienebinformación confidencial y es una cuestión de seguridad nacional que la recupere… antes de que lo haga otra persona», le explica. Vale, hinata es una ciborg pero no es de piedra, y ese príncipe se demuestra capaz de alterar todos sus circuitos. Pero se cierne sobre ella, sobre ellos, una amenaza más grave que el enamoramiento: la de una fuerza procedente del espacio exterior que aguarda el momento adecuado para atacar la tierra.

CAPÍTULO 1

El tornillo que le atravesaba la articulación del pie se había oxidado, y tenía tan desgastados los surcos en forma de cruz de la cabeza que,en su lugar, solo quedaba una depresión circular de bordes irregulares.

Le dolían los nudillos de la fuerza que ejercía en cada giro de destornillador,intentando aflojar el tornillo. Cuando consiguió que asomara lo suficiente para poder arrancarlo con la mano biónica de acero, el fino relieve en espiral había quedado completamente borrado.

hinata arrojó el destornillador sobre la mesa, asió el pie por el tobillo y tiró con fuerza para desencajarlo. De pronto saltó una chispa que le chamuscó las puntas de los dedos. hinata soltó el pie de golpe y se apartó rápidamente, por lo que este quedó colgando de una maraña de cables rojos y amarillos.

Se recostó hacia atrás con pesadez y dejó escapar un gruñido de alivio. Una sensación de liberación revoloteaba al final de los cables. Después de llevar cuatro años maldiciendo aquel pie que le venía demasiado pequeño,juró no volver a ponerse aquel chisme nunca más. Ahora solo faltaba que Iko no tardara demasiado en volver con el recambio. hinata era la única mecánica del mercado semanal de Nueva Pekín que ofrecía un servicio integral. Sin letrero, lo único que delataba la naturaleza de su negocio eran las estanterías que llenaban las paredes, abarrotadas de recambios de serie para androides.

La tienda estaba encajada en un recoveco sombreado, entre un comerciante de seda y un hombre que se dedicaba a la compraventa de telerredes. Ambos solían quejarse del fuerte y desagradable olor a grasa y metal que manaba del tenderete de hinata, a pesar de que el aroma de los bollitos de miel de la panadería del otro lado de la plaza solía disimularlo. hinsta sabía que, en realidad, lo que no les gustaba era estar cerca de ella.

Un mantel lleno de manchas separaba a hinata de los curiosos que se paseaban por delante. La plaza estaba atestada de compradores y vendedores ambulantes, de niños y bullicio. De los gritos de quienes intentaban regatear con tenderos robóticos, empeñados en que los ordenadores rebajaran su margen de beneficio. Del zumbido de los escáneres de identidad y la monótona voz que anunciaba la recepción del dinero cuando este cambiaba de cuenta. Del rumor de las telerredes, que revestían los edificios y asfixiaban el aire con el murmullo de anuncios, noticias y cotilleos.

La interfaz auditiva de hinata amortiguaba el ruido y lo convertía en un susurro vibrante, pero ese día no conseguía ahogar la persistente melodía que se imponía a todo lo demás. A pocos pasos de su puesto, unos niños bailaban en corro cantando «cenizas, cenizas, todo se derrumba» y luego se tiraban al suelo, riendo alborozadamente.

Una sonrisa se debatía en los labios de hinata. No tanto por la cancioncita infantil —una canción sobrecogedora sobre la peste y la muerte, que había recobrado popularidad durante la última década y que le provocaba cierto repelús— como por la satisfacción con que acogía las miradas desaprobadoras que los transeúntes les dirigían a los niños, que, muertos de risa, les entorpecían el camino con sus caídas. La molestia de tener que sortear los cuerpos que se retorcían en el suelo provocaba los reniegos de los compradores. Solo por eso, hinata adoraba a los niños.

—¡metal! ¡metal!

Se había acabado la diversión. hinata vio que ten ten, la panadera, se abría camino entre la gente, vestida con su delantal cubierto de harina.

—¡metal, ven aquí! Te he dicho que no quiero que juegues tan cerca de…

Ten miró a hinata, frunció los labios, cogió a su hijo por el brazo y dio media vuelta. El niño gimoteó y fue tras ella arrastrando los pies mientras su madre le ordenaba que no se alejara del tenderete. hinata arrugó la nariz en un gesto de burla dirigido a la espalda de la panadera.Los demás niños desaparecieron raudos y veloces entre la multitud y se llevaron sus risas cantarinas consigo.

—Como si los cables fueran contagiosos —comentó hinata entre dientes a su puesto vacío.

Las vértebras le crujieron al estirar los brazos y pasarse los sucios dedos por el pelo para retirárselo hacia atrás y recogérselo en una coleta despeluzada. Luego recogió los guantes de trabajo chamuscados y se cubrió primero la mano de acero. Aunque la palma de la otra empezó a sudarle en el acto dentro del grueso material, se sentía más cómoda cuando los llevaba puestos y ocultaban el revestimiento metálico de la mano biónica. Estiró y separó los dedos todo lo que pudo para aliviar el calambre que le contraía la base del pulgar de apretar el destornillador con tanta fuerza y volvió a echar un vistazo a la plaza de la ciudad. Vio unos cuantos androides retacos y blancos entre la muchedumbre, pero ninguno de ellos era Iko.

Con un suspiro, hinata se inclinó sobre la caja de herramientas que guardaba debajo de la mesa de trabajo. Después de rebuscar entre el batiburrillo de destornilladores y llaves inglesas, por fin dio con el extractor de fusibles que llevaba siglos enterrado en el fondo. Uno tras otro, desconectó los cables que todavía unían el pie al tobillo, arrancando un chispazo cada vez que tiraba de uno de ellos. No los sentía gracias a los guantes, pero el visor retinal le informaba debidamente que perdía la conexión con la pierna a través del textobrojo y parpadeante.

El pie cayó con estrépito al suelo de cemento tras propinarle un tirón al último cable.

El cambio fue instantáneo. Por primera vez en su vida se sentía…ligera.

Hizo sitio en la mesa para dejar encima el pie arrancado y lo colocó en medio de las llaves inglesas y las tuercas de bloqueo, como si le hubiera hecho un santuario, antes de volverse a agachar sobre el tobillo y limpiar con un trapo viejo la suciedad que se había acumulado en el anclaje.

¡Pam!

hinata se sobresaltó y se golpeó la cabeza contra la parte inferior del tablero. Irritada, lo primero con que se topó al separarse de la mesa fue con una androide apagada que descansaba repantingada sobre el tablero y, lo segundo, con el hombre que esperaba detrás. Un joven de melena rubia que le llegaba por debajo de las orejas, ojos azul celeste que la miraban sorprendidos y unos labios que todas las chicas del país habían admirado miles de veces.

hinata relajó el entrecejo. El breve desconcierto del joven se transformó en culpabilidad.

—Lo siento —se disculpó—, no sabía que había alguien ahí abajo.

Estaba tan estupefacta que le costó comprender que se dirigía a ella. Con el pulso acelerado, el visor retinal de hinata escaneó las facciones del joven, aunque después de los años que llevaba viéndolo en la telerred le resultaban muy familiares. Parecía más alto en persona, y la sudadera gris con capucha no casaba con la ropa elegante que solía lucir en sus apariciones públicas, pero aun así el escáner de hinata solo necesitó 2,6 segundos para medir los puntos del rostro y enlazar la imagen con la base de datos de la red.

Al instante, el visor le informó de lo que ya sabía. Los datos aparecieron en la parte inferior de su campo de visión, en una cadena de texto de color verde.

PRÍNCIPE NARUTO, PRÍNCIPE HEREDERO DE LA COMUNIDAD ORIENTAL

ID # 0082719057

NACIMIENTO 7 ABR. DE 108 T. E.

SS. 88.987 APARICIONES EN LOS MEDIOS, CRONO INVERSA

PUBLICADO EL 14 DE AG. DE 126 T. E.: EL PRÍNCIPE HEREDERO NARU CELEBRARÁ UNA RUEDA DE PRENSA EL 15 DE AG. PARA INFORMAR SOBRE EL TRABAJO DE INVESTIGACIÓN QUE ESTÁ LLEVÁNDOSE A CABO EN TORNO A LA LETUMOSIS Y LAS POSIBLES VÍAS PARA HALLAR UN ANTÍDOTO…

hinata se levantó de un salto y poco le faltó para caerse, pues olvidó que le faltaba un pie. Recuperó el equilibrio apoyándose en la mesa con ambas manos y, como pudo, hizo una desmañada reverencia. El visor retinal se apagó al instante.

—Su Alteza —balbució, con la cabeza gacha, alegrándose de que el joven no pudiera ver que le faltaba un pie gracias a la tela que cubría el tablero de trabajo.

El príncipe hizo un mohín y echó un rápido vistazo a sus espaldas, antes de inclinarse hacia ella.

—Tal vez, eso… —Se llevó un dedo a los labios—. Lo de Alteza y esas cosas.

Con los ojos como platos, hinata asintió temblorosa.

—Claro. Por supuesto. ¿En qué… puedo…? ¿Qué… estáis…?

Tragó saliva, las palabras se le pegaban al paladar como si estuvieran hechas de pasta de alubias.

—Busco a hyuga hinata —dijo el príncipe—. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

hinata se arriesgó a levantar una de las manos que la ayudaban a mantener el equilibrio y tiró del borde del guante para subírselo un poco más y ocultar la muñeca.

—Yo… Yo… soy hyuga hinata—tartamudeó, sin alzar la vista más allá del pecho del príncipe.

hinata siguió el movimiento de la mano del joven, que la plantó sobre la protuberante cabeza de la androide.

—¿Tú eres hyuga hinata? —Sí, Alte… —Se mordió el labio.

—¿El mecánico?

FIN DE LA PRIMERA PARTE DEL PRIMER CAP 1.0 ESPERO SEA DE SU AGRADO HASTA LA PROXIMA...