RECUERDOS DE UNA AMIGA

Gabrielle se encontraba en el barco de vuelta a Grecia, en Egipto lo único que había hallado eran pirámides y arena, nada de lo que ocuparse mientras estuvo allí, poco más que tres días. Había decidido no demorar más la vuelta a su patria para contarle a Eva la mala noticia, pensar en ello le producía un dolor enorme y sus ojos azules aun se llenaban de lágrimas cada vez que abría uno de sus pergaminos para escribir los últimos días de su amiga.

Mientras miraba al horizonte desde la cubierta del barco no pudo evitar que unas lágrimas rodaran por sus mejillas.

- Xena – susurró secándoselas con la mano.

Hacía también tres días que no sentía el espíritu de su amiga a su lado. Quizás había podido entrar en los Campos Elíseos. No lo sabía, pero había dejado un vacío incluso mas grande que cuando estaba con su espíritu.

La tierra comenzaba a verse ya en el horizonte, pronto pisaría de nuevo Grecia y tendría que llevar la horrible noticia a Amphipolis.

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Parpadeó un par de veces antes de sentir el dolor en cada rincón de su cuerpo, y empezar a vislumbrar el lugar en el que se encontraba. Escuchó con atención, pues el resto de sus sentidos aun no respondían correctamente, y oyó una carcajada.

- ¿Qué pasa Xena, tan raro se te hace estar viva?

La voz le resultaba familiar.

- Solo hace unos días que has muerto.

Era cierto, había muerto. Pero entonces, ¿por qué no estaba con Gabrielle, o en Japa? Ni siquiera parecía que estuviera en el infierno, pero tampoco en el cielo, o en el Tártaro o los Campos Elíseos… No, algo raro ocurría y aquella voz tenía que ver con ello.

- Ares – murmuró y abrió los ojos por completo.

- ¡Correcto! – contestó dejándose ver al lado de la puerta de la habitación.

- ¿Por qué lo has hecho? – se había dado cuenta de todo en cuanto lo había visto aparecer.

- ¡Xena, qué poco me conoces! – se rió - ¿Acaso pensabas que te iba a dejar morir a manos de esos samuráis?

- De hecho si que llegué a morir, Ares – le sonrió y a continuación se puso seria - ¿Qué truco has usado esta vez?

- ¿Truco? – se acercó hasta llegar al lado de la cama – No es ningún truco, yo diría que he usado alquimia.

- ¿Alqui… qué? – Xena sabía de lo que se trataba, pero no sabía qué tenía que ver con su regreso al mundo.

- He utilizado algo que en el futuro llaman, algo así como "Transmutación humana" – la miró – Y en manos de un dios, parece que sale perfecta.

- ¿Perfecta? – dijo Xena señalando las vendas que cubrían su estómago – Yo a esto lo llamo chapuza.

- Llámalo como quieras Xena, me debes una – desapareció con un chasquido.

Xena sonrió. Estaba viva gracias a Ares, lo había echado de menos, al final sí le debía una.

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Eva subía las escaleras esa mañana para ver qué tal estaba su madre, si había despertado o por el contrario no despertaría jamás. Parecía que en los últimos días habían mejorado las heridas, pero no se despertaba. Cuando la había recogido, estaba tirada en el camino, con muchas heridas que, por la profundidad y la forma, supo que eran de flecha. La había recogido y la había llevado a casa. Dos de los voluntarios de Eli, con los que ahora predicaba sus enseñanzas, la habían ayudado a curar las heridas de su madre y a subirla a la habitación, donde ya llevaba varios días sin moverse.

Se le formó un nudo en el estómago cuando llegó a la puerta y se dispuso a abrir.

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Xena escuchó con atención, alguien se acercaba. Esperó a que se abriera la puerta dispuesta a atacar. Pero cuando se abrió, no apareció ningún enemigo, la figura triste y nerviosa de Eva se recortaba entre la luz que entraba por ella. Aun así Xena, haciendo caso omiso al dolor, saltó de la cama y cayó justo al lado de Eva, tenía que comprobar que era ella.

- ¡Eva! – la abrazó con lágrimas en los ojos.

- ¡Madre, madre! Pensé que ibas a morir, no sabes lo mal que lo he pasado – dijo ella casi llorando también en el hombro de Xena.

- Estoy aquí, Eva.

Se separaron y Xena volvió a sentir el dolor de las heridas, algo de sangre empapaba las vendas.

- Hay que desinfectar las heridas y cambiar las vendas – dijo Xena sentándose en la cama ayudada por Eva.

- Iré a por unas limpias – dijo Eva saliendo por la puerta.

Minutos después Eva regresó con las vendas y ayudó a Xena a cambiar las que ya tenía puestas.

- Gabrielle… - murmuró Xena mientras Eva terminaba de atar la última – Gabrielle aún no ha vuelto.

- No se dónde está… no la he visto, ni he oído nada sobre ella – caminó por la habitación – Madre, cuando te encontré sólo estabas tú. No había restos de batalla alguna, pero tú estabas allí medio muerta, así que busqué por alrededor el rastro de Gabrielle, pero no encontré ni una sola huella.

- Lo sé – dijo Xena para asombro de Eva – Gabrielle está en Egipto o de camino a Grecia desde allí.

Eva puso cara extrañada, así que Xena pensó que no tenía más remedio que contarle lo sucedido. Se levantó, fue hacia ella y comenzó:

- Escucha, Eva. Cuando me encontraste tenía las heridas que tenía porque yo había muerto – le sonó extraño hasta a ella, pero su hija debía saber lo ocurrido, y en cuanto mencionara a Ares lo entendería – Sé que suena extraño, pero en Japa tuve que resolver ciertos asuntos y sólo lo podía hacer muriendo.

Eva se sentó en la cama, estaba pálida.

- ¿Quieres decir que estás muerta? – dijo entrecortadamente.

- No, a eso voy – se sentó a su lado – Morí y en forma de espíritu subí a un barco con Gabrielle hacia Egipto, me dijo que iría allí unos días y que después vendría a traerte la noticia – apartó el pelo de la cara de Eva – De pronto me encontré aquí, viva.

- ¿Pero quién…?

- Ares, siempre Ares – dijo Xena.

- Me alegro de que no te haya dejado morir, madre – Eva abrazó a Xena fuertemente.

- Lo que no sé es qué habrá hecho en Japa para que yo pudiera marchar… - miró hacia arriba – Conociéndole habrá hecho algún arreglo, provisional o drástico…

- Lo drástico se le da mejor – apuntó Eva.

Ambas rieron.

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El barco llegó a la costa de Grecia sin ningún contratiempo. Gabrielle desembarcó y pensó en partir hacia Potidaia, pues estaba de paso hacia Amphipolis, y se cercioraría de que la aldea estaba segura.

Desde Atenas, el camino hacia Potidaia estaría plagado de pequeños señores de la guerra que la estorbarían hasta que llegara. Contando con eso y con que tenía que ir a por su caballo y Argo, por si Eva quería conservarla, tardaría en llegar aproximadamente cinco días. Decidió parar en una taberna, con un poco de suerte encontraría a alguien que se dirigiera al norte y así hacer medio camino hasta el lugar donde habían dejado a los caballos. Se entristeció al recordar a Xena al despedirse de su preciada Argo, casi había visto lágrimas en el rostro de su amiga, como si ya intuyera que no volvería.

Se apoyó en la barra de la taberna, que a esas horas estaba abarrotada, y esperó a que el tabernero pudiera atenderla.

- Ponme una cerveza y un poco de pollo… - se giró para mirar si había, por algún casual, una mesa. Al fondo encontró una – Me sentaré allí – indicó al tabernero.

Se dirigió a la mesa apartando a los hombres que discutían por distintas cosas, alguno que otro le hizo una insinuación, a la que ella respondió con algún que otro puñetazo. Al fin, consiguió alcanzar la mesa, se sentó y dejó caer a su lado en el suelo su bolsa con los pergaminos que había estado escribiendo estos días. Los dejaría en algún lugar escondidos junto con el chakram, lo haría en Amphipolis, pues allí era donde pertenecía Xena y era el lugar más adecuado.

El tabernero llegó con lo que había pedido, lo colocó sobre la mesa e informó:

- Son ocho dinares – alargó la mano.

- ¿Ocho dinares? Venga, pero si sólo es una jarra de cerveza y un plato de pollo. Y que te hubiera pedido néctar y ambrosía – dijo ella indignada.

- La vida cada vez es más cara y aquí en Atenas se nota más que en el resto de Grecia – movió los dedos apurándola para que le pagara - ¿Crees que a mi me sale mucho más barato? Dame los ocho dinares, tengo que seguir atendiendo en la barra.

- Te doy los ocho dinares con una condición – Gabrielle sacó el dinero de su bolsa- ¿Puedes decirme si hay alguien que me pueda llevar hasta Feres?

- ¿Ves a ese hombre de ahí? – dijo el tabernero señalando a un hombre que se divertía con una chica mucho más joven que él unas mesas más adelante – Se llama Tácitus, lleva mercancías hasta la siguiente aldea, quizás te lleve con él, y si lo hace, podrás encontrar a algún comerciante allí que te lleve. Sale cada dos días, pero acaba de llegar.

- Eso me llevaría más tiempo que ir a pie.

- Yo sólo conozco a Tácitus, e igualmente dudo que te llevase con él si no es como concubina.

Gabrielle observó a Tácitus con desprecio, se volvió hacia el tabernero y, desganada, le dio el dinero.

- Gracias – y añadió para sí – por nada.

El tabernero se alejó. Gabrielle cogió un trozo de pollo con fastidio y se lo metió en la boca como si fuera algo asqueroso, le dio un trago a la cerveza y sacó un mapa.

- A ver como puedo atajar – miró el mapa sin prestarle mucha atención - ¡Ocho dinares! – se llevó las manos a la cabeza – Menudo robo…

Ahora sí se centró en el mapa y miró caminos que había, muchos los había recorrido con Xena, pero había otros más cortos que nunca habían cogido, ¿por qué sería?

- Si quieres yo te puedo ayudar – Gabrielle alzó la vista y vio a un hombre que le recordó a alguien – Me llamo Jester, mi espada está a tu servicio – desenvainó su espada y la puso en la mesa encima del mapa rompiéndolo por la mitad.

Gabrielle cogió los dos trozos del mapa, ya sabía a quién le recordaba, no era que se le pareciera en físico, pues Jester era mucho más atractivo y vestía una ropa bastante más normal, pero era tan irritante y estúpido, o eso le pareció en aquel momento, como él. Blandió los dos trozos del mapa y gritó:

- ¡Joxer! – luego, dándose cuenta de su error, se tranquilizó un poco y continuó – Quería decir, Jester…

- Dime, pequeña

- ¿Pequeña? Mi nombre es Gabrielle – dijo ella enfadada – Jester, me has roto el mapa.

- ¡No te preocupes! Seguro que a este señor no le importa prestarte uno.

Dicho esto le cogió a un corpulento hombre que tenía al lado, el mapa que asomaba de su bolsillo trasero. Desdobló el mapa y lo extendió en la mesa.

- ¿Lo ves? – señaló el mapa – el camino más corto es por aquí.

- Yo no quiero ir a Esparta, me dirijo precisamente al lado contrario.

- Ah, pues entonces es por aquí.

El hombre picó a Jester por detrás.

- Un momento, estamos estudiando la ruta más adecuada para ir a…

El hombre lo cogió por los hombros y lo lanzó al otro lado de la taberna. Gabrielle saltó la mesa para ayudar a Jester, corrió a su lado y le ayudó a incorporarse.

- ¿Estás bien? – se dio la vuelta y sacó sus sais.

- Sí – contestó Jester quejumbroso.

Jester se levantó, mientras Gabrielle hacía retroceder al hombre y a los que atraídos por la violencia también querían participar, sacó su espada y amenazó con ella.

- ¡Ahá! Os enfrentaréis con el terrible Jester – agitó la espada por encima de su cabeza con un grito de guerra y de pronto la espada cayó empuñadura abajo sobre su cabeza, dejándolo aturdido - ¡Ay! – lloriqueó.

Gabrielle guardó sus sais y cogió una antorcha de pie que estaba cerca de ella, e intentó echar hacia atrás a los hombres con el fuego. El hombre que había atacado a Jester le arrojó agua y se apagó.

- ¿Por qué no usas tus armas? – la provocó.

- No me apetece herir a nadie – agarró la antorcha como si fuera un cayado y los empujó a todos con ella, cogió a Jester y lo empujó afuera de la taberna.

Corrieron hasta que los perdieron y entonces se sentaron en una escalera en la calle.

- Jester, no puedes andar cogiendo cosas sin permiso, sobre todo a un señor de la guerra – se sentía como cuando regañaba a Joxer. Le estaba tomando cariño por el simple hecho de que se lo recordaba.

- Pero sí se lo pedí.

- No lo hiciste.

- Le dije "A este señor no le importará prestarnos uno".

- Me lo dijiste a mí, y además no esperaste su respuesta – suspiró – Los señores de la guerra buscan cualquier excusa para pelear.

- Lo siento Gabby, yo… - Gabrielle le miró fijamente.

- ¿Cómo me has llamado?

- Gabby.

- ¿Tú tienes algún parentesco con Joxer? – bromeó Gabrielle, aunque sabía que la única que entendería la broma sería ella.

- Soy su sobrino – dijo él para su sorpresa – Un momento, ¿conocías a Joxer?

- Era mi mejor amigo – Gabrielle no podía creerlo, el sobrino de Joxer se parecía más a él que su hijo Virgilio - ¿Eres hijo de Jet o de Jes?

- De Jes – contestó él – Oye, ¿conocías a mi padre y a mi otro tío?

- ¿De Jes? – se extrañó – Creía que tu padre era… - dio un respingo – Joxer me presentó a sus hermanos, ya te dije que era mi mejor amigo.

- Pero tú eres mucho más joven – dijo él en un alarde de inteligencia.

- Es una larga historia, podrás leerla en mis pergaminos algún día, si nos volvemos a ver.

- ¡Ah! Tú eres la amiga bardo de mi tío.

- Pues sí, ¿te han hablado de mí?

- Mi padre dice que eras el gran amor del tito Joxer – la miró de arriba abajo – no es extraño, conociéndote – dio un gruñido.

Como solía hacer con Joxer, Gabrielle agarró a Jester por la nariz y se la retorció.

- No me mires de esa manera, podría ser tu abuela.

- Cualquiera lo diría – contestó él entre quejidos.

Ella le retorció más la nariz provocando un quejido más fuerte.

- No puedo perder el tiempo más contigo – dijo soltándole fuertemente – tengo que recuperar mi bolsa de la taberna y salir enseguida hacia el norte.

- Espera, voy contigo, te defenderé de los señores de la guerra – se palpó la cintura en busca de su espada, pero no estaba – Mi espada, no está.

- Estará en la taberna, ya te la traeré.

- No, iré contigo, seguro que me necesitas.

- Está bien, date prisa – contestó ella empezando a caminar.

Entraron en la taberna los dos juntos, ahora ya no había ni la mitad de gente. Gabrielle miró hacia la mesa del fondo, allí en el suelo tenía que estar su bolsa. Corrió hacia ella y para su tranquilidad allí estaba, parecía que nadie la había visto al estar en el suelo, pero aun así comprobó que estuvieran todos los pergaminos.

- ¿Sólo escribiste esos? – preguntó Jester al ver que sólo había seis – pensé que habiendo vivido tanto habrías escrito más.

- Obviamente, Jester, escribí más – contestó Gabrielle airada – Pero no los voy a llevar todos conmigo, el resto es tan en Potidaia.

- ¿Poti… qué?

- Potidaia, mi aldea – replicó ella enrollando el último pergamino que había comprobado - ¿Has encontrado tu espada?

- No…

- ¿Y estás tan tranquilo?

- No, estaba esperándote, no se quién la puede tener, pero cuatro ojos ven mejor que dos.

- Muy bien Jester, has pensado – se dirigió al tabernero – Hemos perdido una espada, ¿sabes de alguien que la haya cogido?

- Yo no vi ninguna espada. ¿Cómo era?

Gabrielle miró hacia Jester, esperando una respuesta.

- Ah, pues era… tenía una hoja… y una empuñadura… - Gabrielle se desesperaba por momentos – ¡Ah! Y tenía un rubí en ella, justo en la parte de atrás.

Gabrielle notó que el tabernero cambiaba la cara, luego empezó a recoger unos vasos.

- No la he visto – dijo.

Gabrielle entonces se acercó y cogió por el cuello al hombre.

- No tenemos todo el día, ¿quién se la llevó?

- Tácitus, además de comerciar con comida, trafica con armas, le gustó su espada y se la llevó.

- Muchas gracias – dijo Gabrielle soltándolo - ¿Dónde podemos encontrarle?

- A dos calles de aquí, conoceréis el edificio porque tiene grabado el escudo de Ares en toda su fachada, es el único edificio así en toda Atenas.

- Gracias de nuevo y adiós.

Salieron de la taberna y se dirigieron a ese edificio, no les fue difícil encontrarlo, pues ya habían pasado por él antes.

- Quédate aquí, yo entraré y recuperaré tu espada – le dijo Gabrielle a Jester.

- ¿Por qué?

- Porque así vigilarás que nadie más salga con ella.

Dicho esto se acercó a la puerta con su cara más inocente.

- Hola – saludó a un guardia - ¿Está Tácitus? Me dijeron que él podía ayudarme.

- Lo siento pequeña, pero Tácitus se ha ido a Potidaia, y no volverá hasta dentro de varios días. Pero igual yo te puedo ayudar – se acercó peligrosamente a ella, pero ella le dio un rodillazo en el estómago y salió corriendo a donde estaba Jester.

- Jester, tu espada va a tener que esperar, nos vamos.

- ¿A dónde? ¿Por qué no cogiste mi espada?

- Vamos, ya te lo explico por el camino, tenemos que ir a Potidaia – cogió su bolsa y caminó rápidamente hacia la salida norte de Atenas.

- ¿A qué? – dijo Jester siguiéndola.

- Tu espada estará allí, vamos – dicho esto empezó a correr.

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Xena desayunó con avidez, hacía mucho que no comía y le parecía estar llenando un pozo sin fondo.

- Madre, te vas a atragantar – dijo Eva observando que su madre no paraba ni para respirar.

- Tranquila, Eva, esto es como cuando acumulas a un montón de enemigos, en el último momento tienes que zurrarles a todos a la vez – respondió Xena mientras masticaba un trozo de carne, tomó un sorbo de agua y continuó – esto es lo mismo, pero con la comida.

- Ya…

Más tarde Eva le enseñó lo que hacía en Amphipolis. Transmitía el mensaje de Eli a la vez que ayudaba a la gente a elegir el camino correcto. Además había abierto un hospicio donde se curaba a heridos y enfermos y se ayudaba a la gente que no tenía hogar.

- Has hecho un buen trabajo aquí – le comentó Xena mientras caminaban por una de las calles del pueblo.

- Todo lo que haga es poco para expiar mi pasado – objetó Eva – Pero así poco a poco voy transmitiendo el mensaje de Eli, cada vez viene más gente a verme para pedir mi ayuda.

- Voy a dar un paseo por el bosque, quizá entrene un poco, me noto un poco torpe – dijo Xena al llegar al final de la aldea.

- ¿Estarás bien? – preguntó Eva intuyendo que Xena querría estar sola.

Xena dio un salto para que Eva comprobara que si no le sucedía nada con eso, no le sucedería con nada. Cuando aterrizó posó su mano en el hombro de Eva y afirmó:

- Divinamente.

Eva se fue al hospicio y Xena se adentró en el bosque. Observó los árboles cuyos troncos eran aun más gruesos que la última vez que había estado allí, y todavía más si se remontaba a su adolescencia en que había entrenado con sus hermanos y los chicos de la aldea. Vio que en algunos de ellos todavía había marcas de espadas y lanzas.

Al lado de un arroyo encontró dos árboles a una distancia perfecta para colocar un cayado, y perfectamente paralelos. Allí todavía estaban las muescas que había hecho ella misma para encajar el palo y ensayar lo que ahora era su salto. Corrió y saltó entre los dos árboles. Cuando aterrizó observó el arroyo ahora con menos agua que en sus recuerdos. Luego, súbitamente le vino a la memoria la imagen de Gabrielle con su muñeca ensayando el salto, poco después lo había intentado sin el cayado y se había roto la pierna. Echaba mucho de menos a su amiga, ¿cuándo vendría a Amphipolis?

- Ares, sé que estás aquí – dijo de pronto.

- ¿Sabes? Nunca me cansaré de eso – dijo éste pasando entre los árboles y situándose a su lado.

- ¿Qué quieres?

- ¿No puedo querer simplemente estar contigo?

- No, siempre quieres algo.

- Tienes razón, informarte de que Gabrielle está bien – ladeó la cabeza – Pero tendrá problemas en Potidaia.

- Problemas que tú te encargarás de ponerle – adivinó Xena.

- ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo algo de diversión?

- ¿Qué vas a hacerle?

- ¿Yo? Nada. Más bien, tiene pensado enfrentarse ella sola con mi ejército, que ahora se dirige a Potidaia.

- Y tu ejército la machacará. ¿Cómo eres tan canalla?

- Mi ejército sólo estará en Potidaia de paso, pero si ella ataca… tendrán que defenderse – se rió.

Xena comenzó a caminar hacia su casa.

- ¿A dónde vas? Potidaia está cerca, pero aun a caballo llegarías muy tarde, Gabrielle debe estar ya llegando.

Xena se dio la vuelta.

- ¿Qué sugieres que haga?

- Yo te ayudo, tú me ayudas. Aunque admito que tengo ganas de ver a mi princesa guerrera en acción.

- Pues, la verdad, no me va el plan de yo te rasco y tú me rascas… - sonrió – Creo que seguiré como siempre, aunque te deba una.

- Ya me la cobraré – le guiñó el ojo y desapareció.

Xena corrió hacia casa y subió a su habitación, su armadura no estaba, con lo cual tuvo que quedarse con el vestido rojo que llevaba, comprobó que era muy parecido al que llevaba cuando había conocido a Hércules e Iolus.

Por la noche se despidió de Eva y partió hacia Potidaia.