The first cut is the deepest
(El primer corte es el más profundo)

Capítulo 1

Ad astra per aspera

Contempló de nuevo la alta torre que se erguía imponente sobre la colina. Sus piedras parecían a punto de derrumbarse, la hiedra cubría gran parte de las paredes y el viento hacía oscilar unas contraventanas de madera que desafiaban el temporal. El sendero que llevaba hasta ella era estrecho y serpenteante, plagado de baches y de guijarros que crujían bajo sus pies, y sólo había recorrido la mitad. Suspirando se cubrió con la capucha de su capa; estaba empezando a llover.

Siguió su camino hasta llegar al portón que custodiaba la entrada de la torre. Era viejo, muy viejo, y sintió el poder que emanaba de él. Acercó la mano inconscientemente a la pesada aldaba de bronce y salió despedida por los hechizos que custodiaban el lugar, cayendo a una distancia de dos metros. Se levantó frotándose la espalda. "Casi lo había olvidado". Buscó entre los pliegues de su túnica y extrajo una varita. La acercó al llamador y frunció el ceño.

Ad astra per aspera.

El macizo portón chirrió y se apartó, descubriendo una pequeña estancia iluminada por antorchas, y ocupada casi en su totalidad por una escalera de caracol ascendente. Con los músculos tensos y preparados para reaccionar en cualquier momento subió los peldaños uno a uno. Las llamas de las antorchas se agitaban y retorcían a su paso. Cuando hubo subido bastantes escalones una sombra surgió de improviso de lo que parecía un pasadizo secreto frente a ella. No pudo evitar un escalofrío cuando la figura se acercó y observó su cara detenidamente.

Has hecho un buen trabajo. –susurró.

Calla, nos oirán.

Debo ir a buscar a Crabbe y Goyle. Recuerda, nueve peldaños más y habrás llegado.

Desapareció tan rápido como había llegado por el mismo pasadizo. Contando sus pasos siguió subiendo, hasta detenerse. La escalera seguía ascendiendo, pero ella se agachó y buscó algo en la base de la pared. Se oyó un clic y el eco resonó por toda la torre. La pared de piedra pareció fundirse en decenas de brazos, que alargaron sus manos y palparon su cuerpo y su cara. Finalmente se apartaron y la dejaron pasar. Dando algún que otro traspiés se encaminó hacia la luz que se veía al final del sombrío pasillo que estaba recorriendo. Llegó a una sala semicircular en la que unas butacas mohosas estaban dispuestas alrededor de una chimenea en la que ardía un fuego verde. Los sillones restantes, a los lados de la sala, estaban ocupados.

Veo que por fin ha podido llegar, mademoiselle Betancourt. –un hombre se levantó y le indicó que se sentara en una de las butacas.

Oui, mais… Pardon. He encontjado las medidas de segujidad un tanto… excesivas. –rápidamente identificó al hombre, de rasgos rudos y pelo oscuro. El hijo bastardo de Avery, Patrick Faggard.

Para nada, amiga, para nada… -él también la examinaba con atención. La mujer se sentó en la butaca más alejada de la chimenea, así que se limitó a contemplarla. De rasgos finos y delicados, pelo corto, negro y con un flequillo que ocultaba la mayor parte de su frente, la mujer no aparentaba más de 25 años. Probablemente no tuviera ni idea de en qué se estaba metiendo. Tanto mejor. Un sonido de pasos interrumpió sus pensamientos. –Malfoy, Crabbe, Goyle, por fin habéis llegado. Sentaos, sentaos.

Sin mediar palabra éstos se sentaron en las butacas que les indicaba. Echó unas cenizas al fuego, murmuró algunas palabras y él también se sentó. Las llamas brillaron con intensidad y se volvieron de color plateado. Una cara surgió de ellas y una voz retumbó en la estancia.

Me agrada ver que están todos. Faggard, preséntenos su proyecto.

Sí, señor. Como todos saben, nos hemos puesto en contacto con organizaciones puristas a lo largo y ancho del globo, por supuesto con la mayor discreción posible. Muchas apoyan nuestra causa. Tras la caída del Lord y la creación de una nueva ideología más coherente aplicable a la sociedad actual, en la que la posesión o no de poderes mágicos sea la causa de estratificación, numerosos magos han adoptado nuestro punto de vista. Hoy nos acompaña una representante francesa de "Organisation pour le développement et suprématie du Pur Sang". ¿Lo he dicho bien? Sí, pero también es miembro la Confederación Mágica Internacional, y una fiel informadora.

En efecto, en efecto. Como ustedes sabján, la O.D.S.P.S. apoya su causa completamente. He tjaído numejosos documentos que me gustajía discutij con ustedes. Punto uno: sobje la cjeación de un Comité de colabojación intejnacional secjeto. Punto dos: discusión del atentado que planean al ministejio de asuntos extejiojes muggle. ¡Es indignante! ¡La embajada fjansesa está al lado! Punto tjes: …


Se alejó colina abajo. Notaba unos ojos clavados en ella, pero no apresuró el paso. Cuando se hubo alejado unos doscientos metros volvió la vista atrás. Estaba anocheciendo y la silueta de la torre se recortaba en un cielo cubierto de nubes rosáceas. Trató de apartar de su mente todo lo que había descubierto en aquella reunión, se concentró y desapareció. Apareció en el centro de Londres. Luego en Kings Cross, donde disimuladamente comprobó con su varita hechizos localizadores. Como no encontró ninguno siguió con su ruta. París, Montmartre. Avignon. Montpellier. Y así en una serie de lugares totalmente aleatorios, hasta aparecer finalmente en una callejuela sucia de un barrio londinense. Caminó hasta llegar a un edificio viejo, con una verja oxidada. Estaba a punto de abrirla cuando oyó una voz a su espalda.

Permítame decirle que, francamente, su acento es lo más ridículo que he oído en mucho tiempo.

- Por el mero hecho de que nunca hayas salido de tu magna casa y no hayas oído un acento extranjero en tu vida no tienes que…

En ese momento la puerta se abrió y un hombre asomó la cabeza.

Granger, Malfoy... –dijo, mirando a un lado y otro de la calle -Pasad, pasad.

Se introdujeron en el edificio sin cruzar ninguna palabra más. Siguieron al hombre hasta llegar a un despacho de tamaño mediano, con las paredes desconchadas y manchas en la moqueta. Se sentaron en un sofá desvencijado, y el hombre que parecía el jefe, de edad madura y cabellos grises, agitó su varita e hizo aparecer un juego de té.

Ella extrajo un pequeño frasco de su bolsillo y lo vertió en su taza. Instantes después de beber su cara se contrajo en un rictus de dolor y su aspecto volvió a ser el de siempre: una indomable melena castaña y unos vivaces ojos miel que brillaban con inteligencia.

¿Tenéis el informe?

Sí. Como pensábamos, el atentado está previsto para el martes. He intentado detenerlo por la vía diplomática, pero no he podido lograrlo.

No sé de qué te extjañas.

Calla, Malfoy. Está bien, ordenaré que aurores de incógnito vigilen en lugar. ¿Apareció Eden en la reunión? –interrogó el hombre.

Sí, pero sólo en la chimenea. Su cara no se distinguía bien, pero aún así creo que lo conozco de algo –reflexionó Malfoy. Se llevó la mano a la frente y frunció el ceño. –Deberíamos dejar el informe para mañana. Es viernes por la noche.

Está bien, está bien. Yo también estoy algo cansado. –Hermione y Draco se miraron de reojo. Su jefe había estado tomando té y leyendo toda la tarde. –Cosas de la edad, ya sabéis –se disculpó, encogiéndose de hombros.-Mañana nos veremos en el Ministerio, no aquí.

Adiós, entonces.

Draco Malfoy se levantó dignamente tras tropezar por enganchar su túnica en un muelle roto del sofá, se oyó un plop y desapareció.

Yo también me voy entonces, Scott. Escuche, debemos prestar especial atención a la organización internacional que están llevando a cabo.

Sí, Granger, pero mañana.

Hermione desapareció con otro plop, nada convencida. Pero una voz chillona la sacó rápido de sus pensamientos.

Hermione, querida. Por fin llegas. En ese trabajo tuyo te están explotando, ¿sabes? –la miró algo incómoda -Bueno, ya están todos en la mesa, así que ya sabes. Ahora voy yo con la comida.

Claro, Molly. ¿necesitas ayuda?

No, no, vete a ver a Ron y a Harry. Están hablando de quidditch, pero creo que si vas cambiarán de tema – le guiñó un ojo.

Suspirando, Hermione salió de la Madriguera y fue recibida en el jardín por grititos alegres de Ginny, que estaba acabando de poner la mesa y silbidos jocosos de los gemelos. Ron y Harry estaban tan enfrascados en su discusión sobre el último partido de los Chudley Cannons que no se dieron cuenta de su llegada hasta que alguien les dio un codazo.


Horas más tarde Hermione cerraba con llave tras de sí la puerta de su piso, en el centro de Londres. Le encantaba cenar con los Weasley, pero eran agotadores. Abrió el grifo de la bañera y esperó a que se llenara de agua caliente. Se miró al espejo. Unas oscuras ojeras rodeaban sus ojos, y empezaban a aparecer unas pequeñas arrugas en su frente, a pesar de que sólo tenía 23 años. A pesar de todo se alegró de que su imagen le devolviera la mirada; aquellas transformaciones eran cada vez más frecuentes, desgraciadamente.

Se hundió en el agua caliente, casi hirviendo, y abrió un libro. Tramas y conspiraciones se agolpaban en su cabeza, pero haciendo un esfuerzo intentó desterrarlas y poder disfrutar aunque sólo fuera un rato de la lectura. Tras quince minutos se rindió. Hundió la cabeza en el agua. No se podía concentrar, pequeños detalles venían una y otra vez a su cabeza. Resopló. Al fin y al cabo era parte de su trabajo; y no se podía quejar. En el fondo le encantaba ser una inefable.