Disclaimer: Digimon no me pertenece. Este fic es para Freyja af-Folkvangr por su cumpleaños (que es el día 9).

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Joder, me gustas


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1. Taichi es el mayor imbécil del planeta

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—«Simplemente, estoy triste». —Yamato, que afinaba el bajo en su habitación, se quedó quieto al escuchar la voz de Taichi—. «Porque me gustas. Joder, me gustas».

—No sé si deberías seguir leyendo eso… —lo interrumpió Koushiro.

—Definitivamente tiene que seguir leyéndolo —dijo Takeru. Taichi no respondió, pero se escuchó un papel—. «Más de lo que me ha gustado nadie. Pero a ti no te importará nunca…».

Tuvo que dejar de leer porque el papel desapareció de su mano. Yamato estaba que echaba humo.

—¿Qué hacéis con esto?

—Lo he encontrado entre mis apuntes, supongo que lo vi por la mesa y pensé que era mío, perdona —se disculpó Koushiro.

—Y yo me he dado cuenta de que era tu letra. ¿Para quién es, Yama? —preguntó Taichi, con una ceja arqueada.

—Es una canción que estamos componiendo.

—¿Y por qué no rima?

Yamato quería arrancarle esa ceja alzada de un mordisco.

—He dicho que estamos componiendo. No está terminada.

Koushiro había perdido el interés en la conversación, aparentemente, y Taichi se encogió de hombros. Así que Yamato recordó cómo se respira. Aunque el momento de alivio no duró mucho.

—He leído la siguiente línea —susurró Takeru en la oreja a su hermano—. Un poco violento para referirte a una chica, ¿no? Eso de no saber si quieres darle una paliza o llenarle de besos…

Quería hacer una réplica mordaz, pero la cabeza le daba vueltas y solo podía pensar en lo estúpido que había sido.

Sí, Yamato a veces escribía poesía melodramática y violenta.

Sí, lo hacía cuando se frustraba de más.

Sí, era toda dedicada a él.

Takeru se marchó con una risita, Yamato se preguntó si tan malo sería quedar como hijo único. Lo fulminó con la mirada desde la ventana y estuvo a punto de meterse el papel en la boca para comérselo y fingir que nada de aquello había pasado.

En lugar de eso, lo rompió varias veces por la mitad y lo tiró a la basura.

Saliendo de la cocina se cruzó con Taichi. Sintió de nuevo deseos violentos y contradictorios. Todo era su culpa.

Taichi le sonrió.

Imbécil.

Yamato se encerró en su habitación y enterró la cara en la almohada. No recordaba aquel poema, lo había escrito unos días atrás, borracho y frustrado porque estaba solo mientras sus dos compañeros de piso estaban bien acompañados. Koushiro y Mimi habían puesto música alta y cerrado la puerta de la habitación, no había que echar mucha imaginación para saber qué pasaba. Taichi se había besuqueado con una rubia en la discoteca (lo que le dejó claro a Yamato que era el momento de volver a casa) y todavía seguía por ahí a las tantas de la madrugada.

El Yamato borracho de unas noches atrás no podía dormir. Así que se bebió las cervezas que quedaban en la nevera, tocó el bajo hasta que rompió una cuerda y escribió poesía patética como siempre hacía. Pero debía haber olvidado el papel en la mesa.

Tal vez el imbécil era él, no Taichi.

Qué va. Taichi era el mayor imbécil del planeta.

Y estaba jodidamente enamorado de él.

Imbécil, imbécil, imbécil…

Podía lidiar con ello. Tal vez a veces recayera, en borracheras sobre todo, pero podía pelear contra eso. Podía desenamorarse. Además, era lo más estúpido del mundo que hubiera acabado sintiendo algo por alguien como Taichi.

Se lo repetía hasta que casi se lo creía. Día tras día.

Estaba seguro de que podía convencerse.

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Gruñó cuando Taichi, de nuevo, intentó quitarle el mando de la consola.

—¡Deja de hacer trampas! —se quejó Yamato, agradeciendo una vez más ser unos centímetros más alto.

—¡Tú haces trampas!

—¿Por jugar bien?

Forcejearon, pero, como casi siempre, Yamato ganó. Y Taichi, enfurruñado, le pasó su mando a Koushiro. El pelirrojo les prestaba atención solo a ratos, estaba muy pendiente de su teléfono. Derrotó a Yamato en unos segundos. Tenía una extraña súper habilidad en los juegos de peleas, decía que era porque memorizaba los combos y era lógico saber cuál usar en cada momento.

En el siguiente enfrentamiento entre ellos, Taichi volvió a molestar para ver si podía ganar, y, por alguna razón desconocida, se las apañó para arrastrar el sofá casi un metro hacia atrás y se escuchó un golpe. Yamato tuvo que asomarse a mirar (algo se había caído, a saber el qué) y Taichi aprovechó para ganar.

—No podrías ser más insufrible, aunque te esforzases —se quejó el rubio, apagando los gritos de victoria.

—Eso debería haberme dolido, y mucho.

—Es la verdad.

—Deja de quejarte, soy lo que hace tu vida mucho más entretenida, Yama.

Rodó los ojos. Su réplica no llegó a salir, porque los ojos de Taichi se habían clavado en Koushiro. Y tenía esa mirada. La que le cambiaba la cara entera, la que hacía que Yamato quisiera darle un puñetazo por ponerse serio y maduro de pronto. Era más fácil tratar con él cuando se comportaba como un crío.

—¿Qué pasa, Kou?

El pelirrojo levantó la cabeza y suspiró.

—Mimi.

—Eso es lo que te pasa siempre —comentó Yamato.

—Ya.

—¿Habéis discutido? —preguntó Taichi.

—Es una tontería, en realidad. Creo que es que por mensajes no se entiende bien el tono y… dice que no soy cariñoso a distancia o algo así.

—¿Cuántas veces vais a tener la misma pelea…? —empezó a quejarse el rubio, no completamente en serio, pero una mirada de Taichi lo silenció.

—Es cierto que es una tontería para ti, para mí, y para Yama, pero para ella es importante. Entonces es algo importante. Deberías mover el culo e ir a buscarla. Las cosas no se hablan por mensajes.

Koushiro asintió con la cabeza y se levantó. En menos de un minuto ya estaba preparado y saliendo por la puerta.

Yamato era terriblemente consciente de que la rodilla de Taichi rozaba la suya.

El gesto serio volvió a cambiar, y tenía a su amigo risueño y atolondrado de nuevo.

—He conseguido que se vaya, ya no me dará más palizas, ¡prepárate para perder, rubito!

Y perdió. Probablemente, porque sus rodillas seguían rozándose de vez en cuando. O porque le abrumaba a niveles patéticos cuando lo veía cambiar de despreocupado a la voz de la razón, y de nuevo a despreocupado.

Escribió más poesía estúpida hasta que se quedó dormido.

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El día, probablemente, no podía ir peor. Yamato era consciente de que ese pensamiento solía provocar lluvia en las películas. Pero es que ya estaba lloviendo.

Se sentía idiota. No había comido en todo el día porque había olvidado la cartera en casa. Había recibido una llamada de su madre, lo cual siempre era incómodo. El ensayo había ido mal porque simplemente no estaban inspirados. Siempre se quedaba el último recogiendo (estaba harto de eso) y cuando salió se encontró con la tormenta del siglo y los bolsillos vacíos. Le gustaba volver caminando a casa a veces, pero no era el día oportuno. Había mandado un mensaje a Koushiro, no había recibido respuesta. De la rabia, había apagado el teléfono.

Y, lo que hacía el día aún peor, era que Taichi y él habían discutido.

Pateó lo que encontraba por el suelo, sintiéndose más patético de lo habitual al pensar en Taichi.

No era que no estuviera acostumbrado a sus peleas, pero eso no hacía que no le amargasen el día. Aunque supiera que probablemente en un par de días su amigo aparecería en su habitación con una ofrenda de paz (literalmente, solía comprar alguna comida y fingir que nada había pasado).

Además, aquella pelea… había sido por algo que Taichi no sabía.

Yamato estaba acostumbrado a que su amigo fuera el peor compañero de piso del mundo, a que dejara los platos sin enjuagar, envases vacíos en la nevera y le robara desodorante y champú. Pero, las mañanas tras borracheras, cuando Taichi había llegado a las tantas por estar por ahí con la chica de turno, era algo que no aguantaba.

Así que le había gritado por ser un desastre, sin importarle que ambos tuvieran resaca. Aunque en realidad le gritaba por lo que le hacía sentir.

Koushiro, antes de que Yamato cerrara de un portazo con el bajo a la espalda, le había dicho que se había pasado en su forma de decir las cosas. Saber que era cierto no hacía que se sintiera menos enfadado.

Y ahí estaba, pateando las calles de Tokio, mojado hasta los huesos y deseando, una vez más, que las cosas fueran distintas. Todo era más fácil cuando no era consciente de por qué Taichi le afectaba tanto. En todos los sentidos.

Una hora más tarde, con el pelo y la ropa calados, se dio cuenta de que también se había dejado las llaves de casa. Se dio un golpe en la cabeza con la puerta, y escuchó pasos al otro lado. Taichi, con el pelo revuelto y la camiseta arrugada, de haber pasado el día tirado en el sofá, le abrió.

Yamato se tragó cualquier comentario. Seguía enfadado. Taichi lo miró de arriba abajo y, después, pareció más indignado que en toda su vida.

—Kou acaba de decirme que ha visto tu mensaje, y te ha llamado, pero tienes el teléfono apagado.

No podía importarle menos. Arqueó las cejas, a la espera de que Taichi se apartase para dejarle pasar. En lugar de eso, el chico se cruzó de brazos y se aseguró de obstaculizar el paso.

—Deberías haberme llamado a mí, hubiera ido en autobús a llevarte dinero y que volviéramos juntos. —Yamato soltó algo a medio camino entre suspiro y gruñido. Era obvio por qué no había pensado en avisarlo a él. Taichi le puso una mano en el hombro y le sostuvo la mirada—. ¡No hagas eso! Me da igual que estemos enfadados, o que yo esté ocupado, o lo que sea… si necesitas algo, voy a estar ahí. ¿No tienes eso claro, después de tantos años?

—No seas dramático, solo me he mojado. Si te apartas, podré entrar en casa y darme una ducha.

Fue el turno de Taichi de suspirar. Dio un paso a un lado y dejó que pasara.

Yamato, antes de desaparecer por el pasillo, lo miró por encima del hombro. No pudo contener una media sonrisa. Aunque pretendía lo contrario, Taichi la vio y se la devolvió.

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—Definitivamente, me rindo.

Yamato puso los ojos en blanco y le dio un golpecito con los nudillos en la cabeza. Ni qué decir que Taichi se quejó exageradamente.

—Venga, le gustará cualquier cosa, ya lo sabes.

—Pues por eso tengo que esforzarme más. Hikari se lo merece.

El rubio tuvo que parpadear un poco, mirando esa sonrisa blanca en contraste con la piel morena. Probablemente era que las luces del centro comercial brillaban demasiado, por eso se sentía deslumbrado.

—Podríamos entrar ahí —propuso Mimi. Algo había en su voz que le hizo pensar a Yamato que solo quería recordarles que estaba ahí.

Las orejas rojas de Koushiro hicieron que supiera a qué tienda había señalado Mimi, antes de mirarla. Se le escapó una carcajada por la cara de consternación de Taichi.

—¡No pienso comprarle ropa interior a mi hermana!

—También venden pijamas y otras cosas, ¿sabes?

—Ah, vale, qué susto. Pensaba que eras una degenerada.

—Difícil que lo sea más que tú —murmuró Yamato en voz baja. O quizá no tan baja.

Taichi debería haberse ofendido, como haría una persona normal, pero en lugar de eso arqueó las cejas.

—No sabes cómo de degenerado puedo ser, Yama, cuando quieras te lo enseño.

Dijo su nombre con un tono de voz que hizo que tuviera que tragar saliva. Pero no apartó los ojos de él. No era raro que se lanzasen miradas desafiantes y se negaran a ser el primero en apartar la vista, lo extraño era que hubiera insinuaciones subidas de tono de por medio.

De reojo, vio cómo Mimi intentaba aguantarse la risa y Koushiro parecía completamente fuera de lugar. Sí, no debía ser cómodo estar en medio de un coqueteo.

Un momento… ¿Taichi estaba coqueteando con él?

Demasiados segundos le tomó a Yamato procesar todo el momento, para cuando quiso contestar algo ya era tarde y los otros tres estaban entrando a la tienda. Volverse lento y distraído era un problema.

Aunque, intentando que su mirada no bajase por el cuerpo de Taichi, se dijo que ese era el menor de sus problemas.

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En realidad, este fic no es nada del otro mundo y tiene una historia muy simple, pero se alargó y preferí subirlo por capítulos. Así que aquí empieza la cuenta atrás hasta el cumple de Frey :)