Autor: Nayen Lemunantu.

Título: Amargo.

Género: AU.

Calificación: No menores de 16 años.

Advertencias: Mención a una relación pasada entre Rin y Haruka.

Resumen: Un beso amargo dado en una noche amarga, donde ambos habían dado el primer paso para decir adiós al pasado.

Declaración: Free! Y todos sus personajes son propiedad de Koji Oji, Hiroko Utsumi y KyoAni.


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Amargo

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Ese jueves, después de rehuir de las insistencias de su familia para la tradicional sobremesa jugando cartas y tomando ponche, tomó el celular para llamarlo. Se había aguantado las ganas durante todo el día, pero ya no podía más.

Burlando todos los problemas de nula cobertura de la casa vieja de su abuela, encerrada de las señales telefónicas por los pequeños cerros costeros, el celular marcó. Esperó de rodillas en la banca de madera de roble construida con las propias manos de su abuelo hace más de cincuenta años atrás, con la cara apegada al cristal de la ventana para no perder la inestable señal telefónica, con el tamborileo de su corazón latiendo cada vez más fuerte, ansioso del momento en que escucharía la voz de Haru a través de la línea, con la inútil esperanza de que esa noche él le dijera «Ahora estoy seguro, es contigo con quien quiero estar.» Hasta que luego de los segundos de espera, comprendió que el teléfono podría seguir marcando eternamente y él nunca iba a contestar.

Lo justificó entonces, pensando que tal vez era muy tarde y ya estaba dormido. O que tal vez había dejado el celular en otra pieza y no pudo oír su llamada. O que quizá estaba tomando un baño y no pudo contestar.

Y con el corazón desbocado, preso de un miedo creciente a la desconfianza que crecía en él, oculto por una sonrisa que mentía que todo estaba bien, le envió un whatsapp, reiterando por escrito, el cariño que siempre le había tenido, incluso cuando él le rompió el corazón. Su mensaje fue respondido al instante, y aunque también era una dulce expresión de cariño, le sirvió para entender que Haru simplemente no quiso responder a su llamada.

Se hundió entonces en una fiebre de rabia, celos y dolor. Lo imaginaba en su casa, pasando esa noche tomado de la mano de otro hombre, recibiendo los besos de otro y haciéndole promesas de amor eterno que serían completamente devueltas por la inocencia de ese novio que no sabía nada.

No pudo fingir más esa sonrisa que decía que todo estaba bien y se refugió en la cama de su abuela como hiciera veinte años atrás, cuando sólo era un niño que huía de los castigos de su madre, acurrucado en posición fetal, tiritando de rabia y de frío.

No habían pasado ni quince minutos, en los que sólo había podido derramar un par de lágrimas, pequeñas e interrumpidas, que ni siquiera alcanzaron a humedecer la almohada bordada a mano, cuando se levantó con una decisión tomada. Desde esa noche se iba a librar de ese amor tóxico que sentía por Haruka Nanase.

Lo que siguió, fueron una serie de decisiones precipitadas, tomadas en parte por despecho y en parte para refugiarse durante esa noche en que sabía que no podría conciliar el sueño. Se trazaron los planes, y él y su hermana, Gou, se encaminaron al único centro de entretención dentro de ese pueblo olvidado de la civilización: la discoteque.

La última vez que él había estado ahí, había sido hace más de un año atrás, cuando volvió a pasar unos días con su abuela aprovechando las pocas vacaciones que tenía. Pero cuando aún vivía en el pueblo había pasado noches enteras bailando junto a un montón de amigos que después de su vida en la capital, ya había olvidado.

Llegaron pasadas las tres de la madrugada. Él vestía lo mismo que estaba usando durante la cena, unos jeans oscuros, una camiseta negra y una camisa a cuadros. Gou, por su parte, se había puesto un vestido corto, se había soltado el cabello y se había retocado el maquillaje marcando el rojo de sus labios y destacando sus ojos con un impresionante cat eye. Ambos caminaron hasta la barra y pidieron un par de cervezas en botellitas pequeñas. El barman les regaló junto a los tragos un antifaz de cartón brillante, explicándoles que la temática de la noche era fiesta del anonimato. Gou se lo puso de inmediato, sonriendo divertida. Los tonos bermellón y dorado del antifaz combinaban a la perfección con su largo cabello suelo y la hacían verse hermosa y misteriosa a la vez. Él en cambio se envolvió el elástico en la muñeca izquierda, y el antifaz se trasformó en una enorme mariposa de alas azul eléctrico y plateado.

Buscaron una mesa vacía en el fondo del local. Aunque estaba prácticamente a oscuras, no tuvieron problemas para dar con una mesa libre; a esa hora aún no había llegado casi nadie.

Se entretuvieron con sus cervezas en la mano, mirando al único grupito de amigos que bailaba en círculo en medio de una pista ridículamente vacía. Eran chicos que no tenían más de dieciocho años, y se les notaba. Su hermana se inclinó sobre la mesa para comentarle al oído que entre ellos se encontraba Momotarou Mikoshiba, su prospecto de cuñado.

Esa misma noche, durante la cena, Gou le había contado a toda la familia entre risas que aquel muchachito pueblerino seis años menor que ella, había irrumpido en su dormitorio trepando por la ventana para colgar en la puerta una pancarta hecha de cartulina y recortes de corazones con colores brillantes donde se leía una poética declaración de amor junto a un chocolate barato. Él miró al chico con una mezcla de envidia y fascinación. Evidentemente, sabía que no tenía ni una mísera posibilidad con Gou, pero se sentía atraído por el coraje del chico, por su juventud, por su atrevimiento, porque a los dieciocho todos los muchachos se creen dueños del mundo, y él extrañaba esa sensación. Y se dio cuenta que no tendría nunca el valor de ese chico para exponer sus sentimientos tan abiertamente. Tal vez porque él tenía demasiado orgullo.

Podría haber seguido mirando a Momo por toda la noche, perdiéndose en los pensamientos que lo llevaban a replantearse una y otra vez su decisión de olvidar a Haru, pero Gou se aburrió pronto de sólo estar mirando y lo tomó de la mano para arrastrarlo a la pista de baile. Se movían a la perfección, con sus botellitas de cerveza en la mano, justo en el centro de la pista, protegidos por dos grupos de amigos que bailaban en círculo.

Ya eran pasadas las cuatro de la madrugada cuando el resto de la población juvenil del pueblo pareció recordar el camino al único centro de entretención nocturna, y de a poco, la discoteque empezó a llenarse de vida.

Ellos bailaban envueltos en una nube blanca hecha de hielo seco cuando se les acercó Kisumi, un antiguo compañero de fiestas lapidarias en medio de la plaza del pueblo, bebiendo cerveza barata incluso en las noches donde el frío de la brisa del mar se hacía insoportable. Venía acompañado de otro sujeto, y luego del saludo correspondiente, ambos se quedaron a bailar con ellos.

De algún modo, al cabo de unos minutos quedaron bailando en pareja, él con Kisumi, aprovechando para platicar sobre la vida y el tiempo en que no se habían visto, y su hermana con el otro sujeto, un tipo de estatura alta y complexión fuerte, cabello oscuro y ojos turquesa de párpados caídos; era apuesto, pero daba la impresión de que no reía ni aunque lo apalearan. Él se dio cuenta que el sujeto le hablaba de vez en cuando a Kisumi haciendo señas, y cuando hablaba, de su boca sólo salían sonidos ahogados. Creyó entonces que era mudo, hasta que Kisumi le explicó entre carcajadas que sólo estaba afónico por la parranda descomunal que se había pegado y que llevaba ya dos días seguidos.

Él y Kisumi resultaron ser un completo fracaso como pareja de baile. Su antiguo compañero de parrandas le confesó —tal como él había sospechado— que habían pasado años desde la última vez que había bailado. Lo descoordinado de sus pasos, su extraña timidez y su mirada esquiva, sólo lo confirmaban. Así que al final, se dedicaron más que nada a conversar, simulando que bailaban. A fin de cuentas, él no podría estar menos interesado en bailar; su mente seguía perdida en Haru, y su recuerdo era un tormento del que no podía librarse, menos aún al sentir el retorcijón en las tripas cada vez que imaginaba su sonrisa suave enmarcada por unos ojos azules y calmos.

Aunque Kisumi le contaba chistes casi a los gritos en el oído y él se reía genuinamente, sus sonrisas eran incapaces de alegrarle la mirada, agriada por el mal amor. Sólo volvió otra vez a la realidad cuando se dio cuenta que Kisumi conversaba animado con Gou y que ella ahora bailaba con ellos; el sujeto alto, el falso mudo, se había esfumado en el aire y ni siquiera se dio cuenta cuándo. Aprovechó el momento y se disculpó con la excusa de ir al baño; dejó a Kisumi bailando con Gou y así se libró de un baile por compromiso.

Cuando salió del baño, aprovechó de buscar una nueva cerveza y se sentó otra vez en la misma mesa que habían ocupado en un principio, que estaba libre sólo de milagro, porque a esa hora la disco estaba llena a rebosar. Antes de sentarse, se sacó la camisa y se la amarró a la cadera, aunque aquel bailoteo tan poco motivante junto a Kisumi apenas le sirvió para hacerlo entrar en calor, se remangó las mangas de la camiseta hasta los hombros y dejó a la vista la marcada musculatura de sus brazos. Se dejó caer en una silla cualquiera, sin siquiera darse cuenta—en medio de la penumbra— que a dos sillas más allá estaba sentado el falso mudo.

—Hace un montón de tiempo que no te veía —le dijo.

Él se sobresaltó al notar que el sujeto se había movido de asiento y ahora estaba sentado a su lado, con los dos brazos cruzados apoyados sobre la mesa y el cuerpo inclinado levemente hacia adelante, para hablarle cerca del oído izquierdo.

—Sí, es que ya no vengo mucho… Antes solía pasar los veranos enteros aquí, pero ya sabes, la adultez, el trabajo… —Se encogió de hombros y tomó un sorbo de su cerveza. No podía evitar mirar de frente a ese sujeto que le hablaba como si ambos se conocieran.

—¿Dónde estás viviendo? —le preguntó estirándose para acercarse más a su oído izquierdo. Su voz era rasposa, pero era entendible a pesar del ruido de la música.

—En Tokio.

Volvió a detallarlo con la mirada. Era un sujeto con un físico imponente, los fuertes músculos de sus brazos se dejaban entrever debajo de la camisa celeste que estaba usando. Era de piel clara, aunque levemente bronceada, iba perfectamente afeitado para la ocasión, tenía unos ojos enormes de color turquesa, preciosos, pero un poco tristes, y el pelo oscuro le enmarcaba la frente en medio de mechones cortos que le caían desordenados. No le desagradó nada de la vista que tenía enfrente, pero eso lo llevó a preguntarse otra vez cómo era posible que se hubiera olvidado de él.

Buceó en las lagunas de su memoria, tratando de sacar a flote aquel rostro que había hundido junto al montón de fracasados que le había parecido siempre la gente de ese pueblucho, pero fue inútil. No tenía idea de quién era aquel sujeto.

—¿De dónde nos conocemos? —preguntó una vez que se rindió ante su mala memoria.

—Bueno, no nos conocemos en realidad —le respondió el sujeto esbozando una perfecta sonrisa de medio lado, algo tímida, le pareció—. Yo sólo te he visto algunas veces, caminando por la playa, siempre en los veranos.

—Ah… Es que antes venía más seguido a pasar los veranos con mi abuela paterna, pero ya no vengo mucho.

—Por eso no te había visto hace muchos años por acá, ¿qué haces?

—Soy nadador profesional —respondió sonriendo por anticipado a la reacción de incredulidad de la gente frente a una profesión tan poco común como la suya—. Aunque no soy tan bueno y no he ganado ningún título importante.

El sujeto pestañeó sorprendido antes de acercársele y susurrarle al oído algo sobre lo increíble de su profesión, sobre lo valiente que era al atreverse a seguir sus sueños y un montón de cosas más que no entendió, en parte por el ruido de la música y en parte por lo débil de su voz.

—¿Cómo te llamas?

—Rin. Rin Matsuoka, ¿y tú?

—Francesco —le susurró al oído con una voz que insinuaba un secreto.

—¿En serio? —preguntó sin saber si le tomaban el pelo o no. El sujeto se rió de su reacción en su cara.

—Me llamo Sousuke.

Le gustó el nombre, era fuerte, seguro, decidido, igual que el dueño. Y esta vez, Rin tuvo la certeza de que no le mentía. Le sonrió amplio antes de desviar la mirada a su botellita de cerveza y tomarse un trago largo. La intensidad de la mirada de Sousuke lo turbaba de alguna forma extraña que no se lograba explicar.

—¿Quieres bailar? —le preguntó Sousuke en el oído.

—Me acabo de sentar, espérame a que descanse un rato y bailamos. —No supo por qué respondió eso; en realidad no estaba cansado, era que sentía algo extraño, turbio, intenso, revolverse en su interior cada vez que Sousuke lo miraba fijo.

Éste asintió con una sonrisa tranquila y recostó la espalda en la silla antes de tomar su lata de cerveza y dar un trago largo.

Rin lo miraba de reojo, ya no tenía valor para mirarlo de frente. Estaba intrigado por ese hombre, preguntándose una y otra vez cómo era que nunca lo había visto antes. Debatiéndose entre ir a bailar con él y dejarse arrastrar por la noche, o no correr ningún riesgo y volver a casa, al dolor y la angustia de siempre, preguntándose una y otra vez por qué Haru no lograba amarlo.

Bufó, molesto consigo mismo por ser tan débil en sus convicciones de dejar a Haru atrás, y después de dar un trago lago, bajó la botella de cerveza con fuerza desmedida. Giró el rostro y se dio cuenta que Sousuke lo miraba con una ceja levantada.

—Vamos a bailar ahora —propuso.

Sousuke asintió con un movimiento de cejas antes de levantarse y Rin lo siguió entre las sillas apretujadas y desordenadas, hasta que Sousuke las removió para crearles un camino y dejarlo pasar adelante. Rin caminó hasta el centro de la pista, sabiendo que era seguido de cerca y se giró para mirarlo de frente mientras bailaban.

Sousuke tenía una forma muy particular de bailar, era serio incluso para eso, pero se movía bien, lento, sensual. Rin en cambio era más juguetón, casi extravagante por lo exagerado de sus movimientos, saltaba y sacudía la cabeza al ritmo de un rock suave, haciendo que su pelo le rozara los hombros y le cubriera los ojos de vez en cuando. Sonreía mientras bailaba, y extrañado, se dio cuenta que por primera vez en la noche se estaba divirtiendo de verdad. Ahí cayó en la cuenta de que era porque desde que empezó a hablar con Sousuke, había dejado de torturarse pensando constantemente en Haru, y en consecuencia, el nudo de angustia que le apretaba el estómago se aflojó.

Sousuke se le acercó y le habló con su voz rasposa y a penas audible en el oído derecho.

—¿Y esto? —preguntó rosándole con los dedos de la mano derecha el antifaz que tenía por decoración en la muñeca.

—Me lo dieron aquí —respondió Rin encogiéndose de hombros—. ¿Te gusta?

—Sí —reconoció Sousuke antes de abrir la boca para decir algo más, pero se arrepintió a medio camino y sonrió como si se hubiera cohibido de repente, moviendo la cabeza. Rin lo miraba curioso, la timidez de ese hombre imponente le resultaba encantadora.

—Creo que es demasiado afeminado, no sé ni por qué me lo puse —confesó Rin riéndose de sí mismo.

—Te voy a decir algo que siempre he pensado. Pero ahora me voy a arriesgar y lo voy a decir. —Rin sonrió y se apartó sólo un poco para mirarlo a los ojos antes de oír su confesión, los ojos caídos de Sousuke lo miraban con una mezcla de expectación y timidez, con una sonrisa mínima curvándole los labios—. Siempre te he encontrado muy lindo.

—Gracias —respondió sonriéndole con cierta ternura. Sousuke le estaba provocando demasiados sentimientos inesperados.

—¡Maldición! No me gusta estar así —dijo Sousuke apretándose la garganta con la mano derecha—. Me gustaría estar bien para poder hablar más contigo.

—¿Pero qué te pasó?

—Nada, anoche quedé así.

—Seguramente estuviste a la intemperie y te pasaste de frío.

—Sí, he estado de fiesta en fiesta con los amigos —reconoció. Luego volvió a tocarle el antifaz, rozándole con la punta de los dedos el interior de su muñeca—. ¡Qué lindo! Como tú.

Rin pestañeó sorprendido. No sabía qué pensar de ese sujeto, tan extraño, tan duro por unos instantes y tan tierno como un niño en otros. No terminaba de creerse todo aquello, y por eso de negaba a dejarse arrastrar en ese coqueteo implícito en cada frase, cada roce y cada mirada. ¿Qué acaso eso no era lo que decían todos en una disco, cuando lo único que quieren es ligar con lo que sea que se mueva? Aún así, no pudo negar que fue lindo oír sus confesiones torpes, despertaron en su corazón un sentimiento revuelto que no sabía identificar, era casi como de felicidad.

La música dio un cambio abrupto y empezó a sonar algo parecido a una salsa, aunque Rin no estuvo seguro, porque su atención estaba puesta en Sousuke. Sólo se dio cuenta cuando lo sintió ponerle una mano en la cintura y se le acercó al oído.

—¿Te puedo tomar de aquí? No quiero incomodarte.

Como respuesta, Rin puso la mano en su hombro y la deslizó lento hasta afirmarse a la parte posterior de su cuello, dejó que él le diera una vuelta antes de tomar sus manos y dar unos pasos torpes de salsa en medio de una carcajada. Sousuke sólo sonreía mínimo, pero Rin estaba divertidísimo.

Ninguno de los dos hizo el intento de soltarse de las manos, habría sido como romper la magia del momento. Rin sentía los fuertes dedos de Sousuke enredarse con los suyos, detallando las asperezas en las palmas, dedujo que era un hombre de trabajo duro.

—Me pones nervioso —le confesó Sousuke de pronto, y él sonrió mirándolo a los ojos. ¿Era normal que un hombre tan imponente como él le pareciera tan adorable?—. No puedo mirarte a los ojos.

Rin lo miró con el ceño fruncido, porque no podía creerse semejante confesión; no parecía algo propio de un hombre así. Sousuke, que pareció darse cuenta, se le volvió a acercar al oído para hablarle, pero cuando Rin movió la cabeza en sentido contrario en un movimiento abrupto, sus labios chocaron en un contacto sorpresivo y breve.

—Disculpa. —Sousuke abrió los ojos enormemente, impresionado, y se cubrió la boca con las manos. Rin soltó una carcajada con su reacción, era como un niño atrapado en el cuerpo de un hombre.

—Tranquilo, no te preocupes —dijo mientras se sobaba la nariz adolorida por el choque.

Sousuke aún lo miraba con esa expresión extraña, como perturbada, rehuyendo su mirada, así que Rin se le acercó otra vez y sin saber bien por qué, enredó los brazos en torno a su cuello. Sólo en ese instante Sousuke volvió a relajarse y le pasó ambos brazos por la cintura. Sus manos eran grandes, firmes, y lo sostuvieron con un agarre que de inmediato le transmitió un intenso sentimiento de seguridad.

—Creí que te habías molestado conmigo —le susurró Sousuke bajando el rostro para hablarle suave directo en el oído izquierdo—. En serio no lo hice intencionalmente.

—Lo sé, fue sólo un accidente. Tranquilo.

Ambos parecieron relajarse después de eso. La música volvió a cambiar así que tuvieron que separarse, pero Sousuke no hizo el intento de soltarle la mano, y aunque ahora saltaban al ritmo de una canción punk, daban la impresión que ambos seguían atrapados en la melodía de una balada. Y poco a poco, la pista se fue vaciando.

No se dio cuenta cuándo pasó. Entre saltos, vueltas, roces y entrelazar de dedos, se hizo de día. Cuando miró su reloj, éste marcaba casi las siete de la mañana.

—Ya es súper tarde, o temprano —dijo Rin mirando las ventanas del techo. Afuera ya había amanecido—. Tengo que irme.

—¡No te vayas! —rogó Sousuke de improviso, con un tono de urgencia en la voz, tomándolo con fuerza de ambas manos—. Quedémonos hasta que cierren.

—No… Ya es muy tarde —respondió Rin recuperando la cordura, esa urgencia en la voz de Sousuke lo había asustado—. Mañana tengo muchas cosas que hacer y necesito dormir al menos un par de horas.

—No te vayas, por favor —volvió a repetir Sousuke, esta vez jalándolo para acercarlo a su cuerpo.

Rin sintió que su corazón dio un salto dentro de su pecho, y no pudo rechazarlo más…

—Si quieres, puedes ir a dejarme

—¿Dónde vives?

—Pasando el puente.

Sousuke aceptó, y fueron juntos a recoger sus cosas. Rin y Gou habían dejado sus abrigos encargados en la barra, y ahí mismo Sousuke sacó su chaqueta de jeans, raída en las mangas. Salieron en medio de un día despejado y radiante, pero helado. Rin se abotonó bien el abrigo y se tuvo que poner la capucha amplia, porque aún no lograba acostumbrarse a la frialdad del clima costero. Sousuke sólo guardó las manos en los bolsillos.

Caminaron despacio y en silencio en medio de calles vacías, dando vueltas absurdas sólo para retrasar el momento de la separación.

—Soy pescador —dijo Sousuke de pronto.

—Mi padre también era pescador, en esta misma caleta. —Rin se sintió atrapado repentinamente por las redes de la nostalgia, y un nudo se le formó en la garganta; pensar en su padre siempre lo entristecía, tal vez porque sentía que su escaso éxito como nadador profesional traicionaba su memoria.

—Tengo una hija —volvió a decir Sousuke.

—¿En serio? ¿Y cuántos años tiene?

Rin no sentía ni una pizca de desilusión. Sousuke vivía en aquel pueblito perdido de la mano de Dios donde casi todos terminaban casados a los veinte años después de tener el primer hijo antes de terminar la preparatoria, raro habría sido si no hubiera tenido hijos.

—Cinco.

—¿Y cómo se llama?

—Eiko.

—¡Qué lindo nombre!

—Sí, lo escogió su mamá. Yo le quería poner un nombre muy raro y no me dejaron —dijo sonriendo, esta vez más amplio que nunca—. Su mamá y yo estamos separado, eso si. Hace como… Hace más de dos años. —Se apuró a aclarar. Rin lo miró alzando las cejas—. Pero estamos en buenos términos y yo puedo ver a mi hija cuando quiero.

—¡Genial! Imagino que eso es lo que debieran hacer siempre las personas adultas. —Rin intentó decir algo maduro, aunque no tenía ni idea lo que se sentiría ser padre—. Pero supongo que hay que ser muy fuerte para aprender a separar los propios problemas como pareja del hecho de ser padres.

—Yo terminé hace un mes una relación —volvió a decir Sousuke, cambiando abruptamente de tema.

Rin parpadeó, sorprendido, y miró el rostro serio de Sousuke con sus ojos bellos y tristes fijos en el frente, por debajo de la amplia capucha de su abrigo. Tuvo que forzarse para incorporar de una vez tanta y tan personal información.

—¿En serio? ¿Y por qué terminaron?

—Estaba muy loca esa mujer…

Rin no podía dejar de mirarlo, cada vez más sorprendido, preguntándose si no habría malinterpretado los gestos de Sousuke. Hasta el momento sólo le había hablado de chicas, pero en la disco le pareció que le coqueteaba tan abiertamente…

Cuando pasaron el puente, viejo y oxidado por el sol y el aire marino, ambos supieron que la despedida se acercaba, porque la casa de la abuela de Rin estaba sólo a la vuelta de la esquina.

—¿Sentémonos ahí un rato? —sugirió Sousuke indicando con un movimiento de cabeza un skate park que Rin nunca había visto que usaran—. Conversemos un rato más.

—Bueno…

Se sentaron lado a lado en una de las curvaturas de las ramplas de cemento. Rin sintió que el frío se le colaba entre las ropas y le enfriaba hasta los huesos. Se llevó las rodillas al pecho y se las rodeó con los brazos, intentando mantener su calor corporal. Un trío de perros callejeros se les acercaron, jugueteando bajo los primeros rayos de sol.

—¿Y?

—¿Qué?

—Cuéntame qué pasó con tu ex —pidió Rin—. ¿Por qué dices que estaba loca?

—Ella estaba separándose cuando nos conocimos, así que empezamos a salir y todo bien, por un tiempo. Incluso legamos a vivir juntos y ella quería que tuviéramos un hijo. Hasta que un día le pillé mensajes raros en el whatsapp con su ex marido —confesó, haciendo notar la ironía del título y del tiempo pasado.

—¿Pero eran mensajes de cuando estaba contigo?

—¡Sí! Y eran mensajes fuertes —dijo mientras movía la cabeza, con la mirada fija en el frente—. Así que ahí ella dejó de importarme y me dediqué sólo a jugar con ella.

—¿Jugar? Pero… ¿Se puede hacer algo así? —preguntó Rin, pensando en Haru—. Digo… Igual a ella la quisiste. Entones, ¿se puede jugar con alguien que quisiste sin mezclar sentimientos?

—Es que lo que ella me hizo fue demasiado feo. Fue algo que yo no podía perdonar.

—¿Y qué hiciste? ¿Cómo jugabas con ella?

—Le hablaba por whatsapp haciéndome pasar por otra persona, y ella cayó redondida. —Sousuke sonreía, pero su sonrisa no era de orgullo, sino de tristeza—. Hasta que un día me aburrí y le mostré el cel y le dije «¡Mira! Ahí tienes.»

—¿Y ella qué hizo?

—Nada, ¿qué iba a hacer? Quedó como… como que no se lo podía creer.

—Increíble…

Rin estaba conmocionado.

—Sí, está loca… Mi mamá me lo dijo cuando la conoció. «Ella no es para ti» me dijo. Es que yo entrego mucho cuando estoy en una relación y nunca nadie hace lo mismo conmigo.

Rin sonrió triste. Sintió ganas de llorar otra vez y se dio cuenta de cuán conectados estaban ambos. Era su misma historia, esa sensación de vacío al entregar tu corazón a alguien y saber que el otro no hace lo mismo; podía entender su desilusión a la perfección.

—Hace unos días, ella llamó a mi casa. Porque como yo perdí mi cel, ya no me puede llamar a mí, así que llamó al teléfono de la casa de mi mamá —le explicó. Rin se limitaba a mirarlo fijo por debajo de la capucha que le escondía la mirada—. Pero yo ya no quiero saber nada de ella.

Sousuke sacó del bolsillo de su chaqueta una lata de cerveza y dio un par de tragos largos, luego se secó la boca con el dorso de la mano y le extendió la lata a Rin, invitándole, pero éste lo rechazó con un movimiento de cabeza.

—¿Y tú? Cuéntame de ti —pidió Sousuke—. He hablado todo el rato yo, ya debo tenerte aburrido.

—En realidad tengo una historia bastante parecida a la tuya.

—¿Cómo es eso?

—Estoy atrapado como en un círculo vicioso de amor enfermizo. —Rin nunca había hablado de su historia con Haru antes, tal vez por eso sintió que un hormigueo le recorrió las manos y le hizo temblar las piernas; no quería que Sousuke lo juzgara como un idiota por seguir teniendo esperanzas—. Él es nadador profesional, igual que yo, por eso nos conocemos. Pero… digamos que es complicado.

—¿Complicado por qué?

—Porque él tiene pareja. —Decirlo en voz alta fue como disparo hacia su propio corazón; certero y letal—. Bueno, tenía pareja cuando nos conocimos hace seis meses atrás, pero había pasado un mes, y la química entre nosotros era tan evidente, que él terminó esa relación para estar conmigo. Pasamos tres meses juntos, fueron los meses más felices de mi vida, pero un día, de la noche a la mañana, me dijo que había decidió volver con su ex. —Rin se atragantó con las palabras y las lágrimas formaron un nudo en su garganta, pero no lloró—. Aunque la historia no terminó ahí, no pasaron ni dos meses cuando volvió diciéndome que me extrañaba y que no podía vivir sin mí. Yo lo perdoné, porque lo entendía. Yo sentía lo mismo, que mi vida estaba incompleta sin él a mi lado. ¡Pero él seguía con su novio! —gritó con rabia, con una rabia que llevaba meses guardada y no había liberado nunca—. Decía que me necesitaba, que no podía vivir sin mí, pero tampoco podía vivir sin él…

—Es un soberano hijo de puta —dijo Sousuke con demasiada seriedad, mirándolo fijo a los ojos.

—Lo sé… pero yo lo amaba… —confesó—. Así que estuvimos así durante un tiempo. Él negándose a terminar esa relación y yo fingiendo que era el único. Hasta esta noche, porque decidí terminar con este juego enfermo de una vez y para siempre.

—Deberías… Es bastante enfermizo.

—Lo sé. Lo que pasa es que Haru es como mi debilidad.

Sousuke no volvió a decir nada más y ante sus propias palabras, Rin se dio cuenta que aunque lo intentara toda la vida, nunca podría olvidar a Haru. Se sintió un imbécil por estar ahí con ese sujeto desconocido, y no entendió cómo se había dejado convencer. Ya sabía quien era la única persona con quien quería estar, aunque lo lastimara, aunque fuera doloroso…

—Ahora sí me tengo que ir —sentenció poniéndose de pie.

—¡No! No te vayas —gritó Sousuke, poniéndose de pie tras él y tomándolo de una mano—. ¿Qué? ¿Acaso eres como una especie de Cenicienta?

—Si fuera como una especie de Cenicienta ya habría salido corriendo hace rato —dijo riendo.

Rin no supo cómo había pasado, pero debía recocer que Sousuke tenía la extraña cualidad de hacerlo sentir feliz, y tal vez por eso le gustaba estar con él. Su simplicidad le daba la calma que necesitaba en esos momentos. Era ligero, liviano, por lo tanto era relajante estar a su lado, pero era a la vez firme, seguro, como un buen árbol de raíces profundas en quien puedes apoyarte con tranquilidad porque sabes que puede sostenerte.

Caminó las tres cuadras que le quedaban para llegar a la casa de su abuela, tironeando a Sousuke tras de sí. Para eso tuvo que aplicar el peso de su cuerpo y hacer contrapeso con él para lograr mover a duras penas a Sousuke. Ninguno de los dos quería romper el contacto que los unía, pero fue Sousuke quien se atrevió a entrelazar sus dedos en un agarre firme. Rin no se dio la vuelta, porque no creía tener el valor para mirarlo a la cara.

Cuando llegó a los pies de la casa, se dio la vuelta y detalló la expresión seria y el ceño fruncido de Sousuke, pensando que era muy probable que esa fuera la última vez que lo vería.

—Ahora sí tienes que soltarme, si no, no podré entrar.

—No te entres… —le suplicó.

Rin sonrió, pero Sousuke usó su mano libre para echarle la capucha hacia atrás y despejarle el rostro. Los rayos del sol le sacaron destellos escarlata a su pelo y dos mechones rebeldes le cayeron sobre la frente, ocultándole parcialmente la mirada. Sousuke le acomodó ambos mechones detrás de la oreja con una delicadeza extrema, sin dejar de mirarle fijo los labios.

—No sabía si también te gustaban los chicos —confesó Rin, consciente de las intensiones de Sousuke—, hasta ahora sólo habías hablado de mujeres.

—Tú me gustas.

—¡Pero si ni me conoces!

—Pero quiero conocerte —afirmó con seguridad, con esa voz rasposa, pero grave y firme—. Y quiero que me des la oportunidad de hacer que te olvides de él. ¡Yo sé que puedo lograrlo!

—¿Y cómo piensas lograrlo?

—Voy a empezar por esto.

Sousuke le tomó el rostro con ambas manos; sus pulgares ásperos le acariciaron la mandíbula con una caricia que era a la vez tierna y brusca, luego cerró los ojos y terminó de cortar la distancia entre sus bocas.

El beso de Sousuke fue fuerte, duro, intenso, casi salvaje, aplicando demasiada fuerza en el agarre, en la succión de sus labios y en las mordidas. Aunque Rin nunca había fumado y en toda esa noche no había visto a Sousuke fumar, sintió el inconfundible sabor del cigarro en su paladar, dándole al beso aquel regusto amago y ahumado que tal vez para siempre le recordaría a él.

Un beso amargo dado en una noche amarga, donde ambos habían dado el primer paso para decir adiós al pasado.

Cuando terminó de besarlo, Sousuke depositó dos besos suaves sobre sus labios ya cerrados. Cuando Rin abrió los ojos, se encontró con la expresión relajada de Sousuke, con sus ojos cerrados y con un aura que decía que había dejado el alma en ese beso. Rin lo tomó de la nuca, cerró los ojos, levantó los talones del suelo y se elevó para presionar sus labios con los de él una última vez.

Después de eso, dio media vuelta y se echó a correr escaleras arriba hasta llegar a la puerta de la casa de su abuela. No miró hacia atrás, pero oyó a Sousuke reír antes de gritarle:

—Al final era verdad que eras como una especie de Cenicienta. Pero al igual que el príncipe, removeré cielo, mar y tierra hasta encontrarte.