Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está hecha con el único fin de entretener.

Advertencias: lenguaje vulgar, lime a detalle y, obviamente, temas sexuales y adultos.


Naraku la Araña

Kagura estaba más fastidiada e irritada que de costumbre, pero a pesar de ello aprovechó su inusual momento de autocontrol para enfrentar a su creador y no dudó demasiado en ir a buscarlo directamente a su dormitorio, el principal y, por consiguiente, más grande del palacio.

A veces ni entendía por qué Naraku se había empeñado caprichosamente en adueñarse de ese sitio, ¡si no hacía nada en ese lugar! Incluso en ocasiones se veía asaltada por preguntas algo idiotas que nada o poco tenían que ver con su vida, por ejemplo, ¿realmente su amo dormía, o para qué diablos quería un cuarto tan grande? Era una pregunta que siempre quedaba sin respuesta y sobre la cual Kagura no estaba dispuesta a saber nada, francamente no le interesaba demasiado. Lo que sí sabía es que él únicamente se la pasaba sentado en un rincón cual araña prendada de sus pegajosas redes de seda, al acecho de moscas y presas que se enredasen en su trampa, siempre esperando, maquinando nuevos hilos en su tramposa telaraña y esperando nuevas víctimas a las cuales devorar.

Y Naraku siempre estaba hambriento.

En el caso de su creador, este sólo la vivía sentado ahí, probablemente con el culo entumecido, espiando a sus enemigos en el espejo de Kanna o sumido en sus místicos pensamientos, sabrá el cielo con qué nuevo e insidioso plan en el tintero para propinar a los mismos o, peor aún, a sus "aliados". ¡Y él que la tachaba de traidora!

Pero en fin, esas cosas a ella le daban igual, no le iban ni venían y no le ayudaban en lo más mínimo con las metas que perseguía en su vida y destino. Siempre lo encontraba de la misma forma cada vez que lo buscaba; eso sí, a veces lo encontraba mortalmente serio, como si estuviera a un paso de matar algo, pero las mayoría de las veces tenía encima la misma jeta de estreñido que tenía ella cada vez que se veían las caras.

Para cuando estuvo frente a las puertas no lo pensó ni un instante para pasar y correr las puertas como si le hubiesen dado permiso. Entrar a la habitación de Naraku, para ella, no requería de ninguna clase de autorización, a diferencia de Kanna o Kohaku.

A veces creía que Naraku le permitía tamaña insolencia porque se divertía con su fresca e ingenua desfachateces. Mientras sus manifestaciones de rebeldía fueran relativamente insignificantes y no le obstaculizaran nada más allá de su propia diversión o sus planes malvados, encerrados siempre en ese lugar de mala muerte que apestaba día y noche a veneno, él no le hacía nada.

En cierto sentido, y aunque la idea no convencía del todo, ella era la única esclava de Naraku que gozaba del superfluo privilegio de fulminarlo con la mirada o cuestionar sus palabras y órdenes a viva voz, incluso con uno que otro comentario sarcástico, aunque la única respuesta que recibiera a cambio fuera una amenaza o un simple "cállate".

Ignoró por completo los gemidos y gruñidos que salían de la habitación. De hecho, la hechicera de los vientos ni siquiera los escuchó, demasiado concentrada en mantener la calma y el temple una vez que se presentara frente a él. Siempre era difícil enfrentarse a su mirada y su prepotente actitud sin sentir que tenía que tragarse su orgullo y evitar que le temblasen las rodillas ante el impredecible comportamiento de su amo, pero esta vez necesitaba consultar algo con él y deslizó, como solía hacerlo, el abanico cerrado entre el reducido espacio de la puerta y el marco de madera, haciéndolo a un lado con una rapidez y agilidad que daba la sensación de ver un gesto hipócritamente elegante, lleno de un desafiante coqueteo que anunciaba un próximo golpe de gracia.

Al entrar siguió escuchando los gemidos, pero estos se detuvieron al instante, en seco, cuando la mujer puso un pie dentro de la habitación apenas iluminada por las velas, entrando al recinto y llenándolo con su presencia como si se tratase de una mortal tempestad como las que creaba con su Danza de las Serpientes.

Tal y como esperaba y siempre era así, Naraku estaba contra una de las paredes de la habitación, sentado y mirando directamente frente a la puerta, como si todo el tiempo estuviera al acecho de alguien o esperara para encontrar a un atacante cruzando su puerta, pero esta vez Kagura lo encontró mucho más distraído de lo que jamás pensó, mucho más de lo que jamás le hubiese pasado por la cabeza.

Sin contar que lo había encontrado con una cara de todo, menos de estreñimiento.

Al verlo se quedó completamente helada y paralizada en su sitio. Sí, efectivamente, él estaba ahí, sentado en el amplio marco de la ventana, con las piernas ligeramente abiertas y los pantalones desacomodados, pero su expresión manifestaba cierto espanto, como si lo hubiesen encontrado haciendo algo realmente indebido, con toda la confianza de salirse con la suya quebrada y tirada en el suelo cual sucio remedo de orgullo.

—¡Kagura, lárgate! —ordenó él a viva voz, pero ella siguió en su lugar, sin que sus piernas le respondieran, con sus pies desnudos casi fusionados en la madera que pisaban.

Kagura se enteró rápido del por qué el inusual gesto de su creador. Sus ojos no pudieron evitar bajar hacia el sitio donde Naraku tenía su mano derecha. Estaba justo sobre su entrepierna; formaba una media luna con los dedos juntos y sostenía algo que, segundos antes, parecía manipular con la mano de arriba hacia abajo a un ritmo rápido y suave, como si se estuviera dando su tiempo en hacer aquello pero insistiera con intensificarlo.

Antes de que pudiese reaccionar, Naraku ya había guardado y ocultado lo que sea que había estado manipulando debajo de los pantalones. Se puso de pie al instante, listo para sacar a Kagura a patadas de ahí, pero entonces ella reaccionó e hiló la situación a la razón más lógica posible y, encontrando que rayaba incluso en lo ridículo e inesperado, por supuesto, soltó una estridente carcajada que provocó que su creador se quedara quieto, casi sin reacción y a medio camino hacia ella.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Kagura, apenas capaz de hablar entre sus carcajadas. ¡Había encontrado a Naraku haciendo manualidades con él mismo!

Es decir, básicamente y sin pudores, lo había encontrado masturbándose.

Apenas y podía creerlo, pensaba la insolente extensión sin dejar de lado sus carcajadas, provocando que Naraku se enrojeciera del coraje, o al menos así le hubiese pasado de no tener ya una ligera tonalidad rojiza en las mejillas luego de lo que había estado haciendo justo unos segundos atrás. ¡Y joder, que así y todo todavía no se le bajaba!

Kagura, por su parte, encontraba la situación de lo más risible. Asquerosamente risible. No podía creer que Naraku tuviese esa clase de necesidades, a lo cual no le veía nada de malo, ella no era una chica de moral y pudor, pero no podía evitar sentir que era la cosa más ridícula de todas. La más absurda de todas las que podía encontrar relacionadas con su arrogante creador que se las daba de tan duro y autocontrolado… bueno, ahora sobre todo de duro, ¿cierto?

Por alguna razón tenía la idea, bastante tonta, debía admitir, de que Naraku no tenía esa clase de necesidades ni intereses, quizás influenciada por la idea de verlo tan obsesionado en conseguir la Perla de Shikon y acabar con sus enemigos, tanto así que no se lo podía imaginar haciendo otra cosa y mucho menos pasando sus ratos de ocio haciendo eso, porque claramente no estaba urdiendo planes malvados.

A menos que fuera así como se inspiraba, lo cual provocó un desagradable escalofrío en la mujer. ¡Semejante forma de inspirarse! No quería ni saber la cara que pondría InuYasha si capaz se enteraba que Naraku llegaba a la resolución de sus planes malvados contra él, su grupo y aquella sacerdotisa, en base a la propia culminación de su cuerpo. ¡Aunque era capaz de vender su alma al Diablo por ver la cara de espanto al pobre híbrido de pacotilla!

No, quién sabe, que ya hasta estaba alucinando y pensando tonterías. Sabrá el cielo en qué había estado pensando su creador, se dijo Kagura, intentando calmar sus risas de un momento a otro; tampoco podía darse el lujo de tentar la impredecible ira de Naraku.

Se quedó parada en su lugar, escondiendo su ladina y burlesca sonrisa tras su abanico abierto como gesto de cruel coquetería. Incluso había comenzado a abanicarse por el calor que le había dado por reír tanto. Hasta le dolía el abdomen y las mejillas, ¡hace tiempo que no se reía así!

No pudo evitar que sus ojos volvieran a bajar a la entrepierna de Naraku y, aunque su creador se había escondido a su amiguito tras la ropa, se podía apreciar fácilmente el bulto que se presionaba de forma incómoda contra las costuras de la tela.

Ni así se le había bajado la emoción, pensó Kagura, ahora poniendo sus ojos sobre los de Naraku, quien a esas alturas ya la fulminaba con la mirada y se había mantenido mortalmente callado.

—¿Qué tanto miras? Lárgate —ordenó una vez más, pero su creación hizo caso omiso encogiéndose de hombros. No iba a dejar pasar la oportunidad de oro de humillar y burlarse de Naraku, aunque fuera algo tan insignificante y poco trascendente como el hecho de encontrarlo masturbándose. Ni que con eso lo fueran a destruir, vaya.

Aunque siempre existía la posibilidad de castrarlo.

Para ese entonces Naraku ya había pegado media vuelta (acomodándose su aún animado amigo discretamente en cuanto le dio la espalda a Kagura) y fue a sentarse de nuevo al marco de la ventana, observando con dureza a su extensión y esperando el momento en que decidiera irse. No tenía pensado frustrarse por sus infantiles burlas ni mucho menos que la muy tarada se creyera capaz de causarle un dolor más de cabeza; si se quería pasar de lista e insolente, ella sabía muy bien que recibiría un apretón a su corazón a cambio, así que confiaba en el hecho de que Kagura no fuera tan descuidada en su afán de querer tomarle el pelo.

Contrario a lo que esperó, Kagura dirigió sus pasos hasta él y se sentó a su lado en la ventana, a una distancia razonable. No pudo evitar notar que parecía más desinhibida y descarada que de costumbre, y ella apenas y se percató del cambio en su actitud cuando quedó sentada a su lado, aún sonriendo burlona. La situación la divertía demasiado como para guardar la sensatez de largarse rápido de ahí, la risa descontrolada la había soltado y su amo estaba demasiado sorprendido y enfadado como para pensar con claridad.

—Oh, ¿estás enojado? —Su tono tenía una sensualidad burlona, claramente tenía ganas de fastidiarlo en respuesta a las muchas veces que él lo hizo con ella. De igual forma se ganó una mirada fulminante por parte de él, una clara amenaza de que no siguiera hablando o podría perder la lengua, pero ella no se detuvo. ¡Oportunidades como esas no se daban todos los días!—. ¿Qué sucede, Naraku? ¿Acaso necesitas una mano?

Estuvo a punto de echarse a reír de nuevo, pero la sonrisa que esbozó su creador la sacó de juego de inmediato. Ni de cerca se esperaba semejante gesto ante una burla directa.

Él cerró los ojos unos instantes y junto a su insidiosa sonrisa, una breve y seca risa escapó de sus labios como si se tratase de una voz de ultratumba mofándose de la ingenuidad de los mortales.

Kagura frunció el ceño y se dio cuenta de lo que acababa de decir, aunque Naraku fue más rápido, malicioso por naturaleza, para encontrarle el doble sentido a las palabras de su extensión y usarlas contra ella tal y como ella había intentado hacerlo contra él.

—Sólo si eso quieres, Kagura… —murmuró, esta vez mirándola directamente a los ojos, y la forma en la cual la miró fue tan intensa que la mujer sintió como si la fuerza de sus orbes rojas penetraran a través de su pecho haciendo que, donde quiera que estuviera su corazón, este diera un vuelco impulsado por el impacto de sus palabras, seguido de un espanto paralizante.

Se quedó tiesa en su lugar, probablemente más tiesa de lo que Naraku tenía entre las piernas y aún se mantenía erguido, incómodamente apretado contra los pantalones exigiendo liberarse y terminar con lo que había empezado.

Kagura volvió a mirar hacia el mismo lugar, anonadada, y luego devolvió la vista al rostro de su creador, quien mantenía la misma mirada sobre ella.

—¡¿Qué?! —Kagura se echó hacia atrás, dejando caer nerviosa su abanico, temiendo que a Naraku ahora se le ocurría ordenarle que, efectivamente, le diera una mano.

¡Joder, ella y su gran bocota! Claro que había utilizado el doble sentido a propósito, pero al ver a Naraku tan enojado y desenfocado, jamás pensó que se daría el lujo de usarlo en su contra e insinuar semejante propuesta.

—¿Por qué te pones así? Tú fuiste la que empezó —se excusó el híbrido encogiéndose de hombros, restándole importancia a la situación.

Pensó en soltarle algún insulto, ponerse de pie, pegar media vuelta y largarse de ahí, sin ganas de verle la cara un buen tiempo (y sin saber ahora cómo podría verlo a los ojos sin enrojecerse del coraje y la vergüenza). Pero a pesar de que su cuerpo exigía salir corriendo de ahí antes de que las cosas se pusieran peores, su mente la obligó a quedarse en su lugar sólo un momento más, únicamente para aclarar las cosas.

No quería hacer creer a Naraku que de pronto estaba interesada en él y se ofrecía abiertamente a ayudarlo con esos menesteres. ¡Jamás! Prefería dejar bien en claro su posición que darle ideas falsas que luego quisiera usar en su contra, ordenándole cosas muy lejos de mandarla a misiones, atacar a sus enemigos, hacer de espía o enviarla a buscar fragmentos.

—¡Yo no…! —Se detuvo de golpe, de pronto sin saber cómo proseguir. También sintió un muy ligero sonrojo invadir sus mejillas y frunció el ceño con más fuerza, tratando de intimidarlo en vano—. ¡Sabes bien que yo no quise decir eso!

Para toda respuesta Naraku negó con la cabeza levemente, jugando con no creerle ni media palabra de lo que aseguraba.

No es que se sintiera realmente avergonzado por haber sido atrapado, literalmente, con las manos en la masa, mucho menos por alguien como Kagura, una mujer tan falta de pudor y que no tenía problemas en quedar desnuda en pleno campo de batalla si le destruían la ropa. Hasta hubiera sido hipócrita de su parte ponerse en un plan muy moralista, pero contrario a eso, y como también esperaba, lo primero que ella había hecho había sido tomarlo como una oportunidad para burlarse de él y hacerlo ver débil. ¡Semejante niña tonta e ingenua!

Bueno, debía admitir a sí mismo que, aunque era un demonio (híbrido, exactamente, aunque le costara trabajo recodárselo) tenía las mismas necesidades que cualquier otro ser humano o demonio, y aunque intentaba luchar constantemente contra ellas por considerarlas debilidades bajas, carnales, únicamente propias de los humanos y por consiguiente, obstáculos imbéciles del poder verdadero que él buscaba, intentaba no pensar en los impulsos que de vez en cuando inundaban su cabeza con toda clase de perversidades que volvían su respiración más pesada y elevaban su temperatura de un momento a otro.

Y sí, había ocasiones en que su represión se quebraba por completo y para cuando acordaba, movido por ese gusanito que le causaba sutiles cosquillas en el pecho, terminaba deslizando su mano hacia el centro de su cuerpo y sin darse cuenta del todo, como cegado por el instinto y el placentero impulso de probar algo equivocado, largamente anhelado y reprimido, terminaba dándose placer a sí mismo.

Y lo peor de todo es que lo disfrutaba como un cabrón.

Cuando sucedía, en ocasiones lograba callarse los gemidos y los sustituía por gruñidos mientras sentía cómo sus cejas se retorcían y sus ojos se cerraban con fuerza, víctimas el placer ardoroso que lo invadía con cada movimiento hasta que, luego de un rato, dependiendo de cuántas ganas tuviera de alargar eso o terminar de una buena vez con todo aquel placer que se asemejaba al de un calvario irresistible, explotaba en una culminación que le cegaba los sentidos por segundos que parecían eternos, haciéndolo gruñir con fuerza, terminando con los dedos húmedos y un maldito desastre sobre la ropa.

Bueno, definitivamente el orgasmo masculino no era nada discreto, pensaba de vez en cuando Naraku cuando tenía que cambiarse de pantalones, pero no era algo que le preocupara. Él era el Gran Naraku (y ahora más que nunca Kagura debía estar segura de eso), y ese era su castillo; podía masturbarse donde le diera la real gana y nadie le podía poner peros.

Ni siquiera Kagura.

—¿Estás segura de eso? Por algo lo habrás dicho —replicó Naraku con un tono que dejó a la manipuladora del viento nadando en un mar de confusión.

Siguió negándose a irse; al parecer él aún no la había comprendido (ni siquiera sabía si lo estaba haciendo a propósito, para molestarla, o si tenía los sentidos nublados, o si de plano había perdido el puto juicio) pero se obligó a quedarse ahí un poco más, sólo para intentar, nuevamente, dejar las cosas en claro. ¡No fuera a ser que el muy idiota entendiera todo mal!

—Claro que estoy segura —afirmó, y aunque su gesto era decidido, su mirar parecía contrariado, aunque no dejó de lado su eterna expresión de irritabilidad para dejar en manifiesto que el sólo hablar de ese tema con él le molestaba—. Como que estás diciendo muchas tonterías, ¿no te parece? —agregó, alzando una ceja y cruzando los brazos—. No me digas que hacer eso te nubla el juicio.

Naraku se cruzó de brazos también y la miró intensamente. Ella no pudo evitar sentirse intimidada y frunció más el ceño, tanto que Naraku pensó que se le partiría el cráneo en dos o le quedaría una fea arruga permanente en la frente.

—Mi juicio depende… depende de lo que esté pensando.

Se atrevió a ampliar su sonrisa, esta vez fue abierta y dejó ver la blanca hilera de dientes, junto a sus colmillos ligeramente más afilados que los de un humano común y corriente, producto de la sangre de demonio que corría por sus venas, porque vaya que le corría sangre por las venas.

A la hechicera de los vientos la recorrió un violento y extraño escalofrío que la hizo estremecerse de pies a cabeza, cosa que no pasó desapercibida para su creador y lo hizo reír a sus adentros. Kagura estaba tan nerviosa, tan angustiada y sin saber cómo reaccionar ante sus vagas respuestas, que incluso le resultaba encantadora.

—Bien, yo… ¡ugh! No quiero saber nada de tus… asquerosas fantasías —balbuceó con un descolocado gesto de asco, mientras sacudía las manos como si intentase sacarse de encima algún líquido repugnante pegado a sus dedos—. Demasiada información para mí; además eres tan narcisista que seguramente piensas en ti mismo. Me largo para que termines con tu asuntito.

Hizo ademán de levantarse, pero en ese momento el nuevo e inesperado comentario de Naraku la detuvo de golpe.

—¿Y si te dijera que estaba pensando en ti?

Kagura sintió como si toda la sangre de su cuerpo bajara directo a sus pies impulsada por un baldazo de agua fría directo a su cabeza, pero luego la sensación pareció subir en un dos por tres hasta ella, de regreso y más ardiente que nunca, hasta provocar que sus mejillas se tiñeran violentamente de rojo entre la vergüenza y la más absoluta sorpresa.

Volvió a quedarse quieta en su lugar, sin saber cómo reaccionar, qué decir ni cómo contraatacar, y lo único que atinó hacer fue a soltar el comentario más descolocado de todos.

—¡Eres un mentiroso! —exclamó, ofendida, aunque ninguno de los dos supo interpretar si estaba ofendida por el hecho de que él estuviera pensando en ella, o por el hecho de que quizá le estuviera mintiendo y en realidad no estuviese pensando en ella. De una u otra forma, independientemente de lo que la mujer pensara, la realidad es que Naraku no había mentido.

Sí había estado pensando en Kagura.

No es que deseara buscar intimidad con su más rebelde extensión, a pesar de que tenía que admitir que era una demonio inhumanamente atractiva, una auténtica delicia para cualquier par de ojos masculinos. Después de todo, la había creado perfecta, a su imagen y semejanza, y su intención siempre narcisista y ególatra, desde un principio, fue la de crear a una mujer hermosa que estuviera a su servicio, una que fuera él mismo en su expresión más femenina para luego arrancarle el corazón antes de poder sentir cualquier cosa por ella.

Si la hubiese creado con fines carnales, hace mucho tiempo que la hubiese obligado a yacer con él como mujer, estuviera ella de acuerdo o no, pero no la había creado con esos propósitos. Las razones por las cuales solía fantasear con Kagura cuando hacía eso eran bastante simples y lógicas, completamente racionales dentro de la perturbada y retorcida mente de un villano de su calaña.

Onigumo, el eternamente odioso bandido que vivía dentro de Naraku, pugnaba por fantasear con, como era de esperarse, Kikyō. El híbrido no tenía intenciones de distraer su objetivo de matar a la sacerdotisa en base a las repugnantes y lascivas obsesiones de un corazón humano que luchaba con todos sus medios por arrancarse del pecho como el más putrefacto de los tumores. No iba a detenerse en matar a Kikyō por terminar deseándola como tanto insistía Onigumo. Ya era bastante embarazoso el hecho de que no fuera capaz de lastimarla ni tocarle un solo cabello por el cariño enfermizo que el corazón de ese bandido guardaba por ella aún después de cincuenta años.

A pesar de que muchas veces había cometido el desliz de evocar su fría imagen en su mente mientras se daba placer, se obligaba con todas sus fuerzas a pensar en otra mujer, ¡en la que fuera! por mucho que lo tentara la idea corrompida de la sacerdotisa presa de la lujuria y la impureza bajo sus manos súbitamente lascivas, pero siempre insidiosas y pérfidas.

No tardó mucho tiempo en encontrar en la imagen de Kagura, la mujer que más tenía a la mano, una excelente opción para distraer sus pensamientos de la obsesión que le creaba Kikyō, y la táctica resulto de lo más favorecedora porque, por muy insufrible que Kagura fuera, no podía negar que era bella y deseable, una mujer que sería la delicia de cualquier hombre que se dejara llevar por sus instintos más bajos y carnales, a pesar de que la mayoría del tiempo tuviese ganas de darle con un mazo en la cabeza a la maldita mujer que se había creado.

Dejando de lado eso, evocando su imagen encontró mucho más placenteras sus sesiones solitarias, excitándolo a un nivel mucho más relajado y superior del que podría tener pensando en la angustia que le provocaba pensar en Kikyō, a diferencia de Kagura, sobre quien sí tenía poder absoluto.

También, a esas alturas de las cosas, ya había tenido un tiempo de haber madurado sus fantasías con ella: le gustaba imaginarla completamente dominada por él, sometida y sujeta a sus deseos, en un placentero papel de esclava que tomaba de buena gana con una sonrisa perversa en los labios, ronroneando su nombre y suplicando por más, con sus ojos rojos ardiendo en una lujuria incontrolable únicamente por él y lo que quisiera hacerle. Por supuesto, algo prácticamente imposible de conseguir en alguien tan rebelde como ella. Precisamente por eso es que había transformado lo que quería ver en ella en una fantasía sexual.

En otras ocasiones se daba el lujo de pensar que era ella quien luchaba por dominarlo, y se deleitaba en privado imaginándola sobre él, moviéndose como una desquiciada sin control y aún guardando la oportunidad de tenerlo debajo buscando que la complaciera como ella quería, casi demandante y exigente, pero finalmente buscándolo a él.

En otras ocasiones la imaginaba arrodillada, usando su boca y su lengua para darle placer sin chistar y sin quejarse, mientras la tomaba del cabello para apreciar mejor el trabajo que hacía sobre su cuerpo y manejar el ritmo como él quería, aunque en otras ocasiones gustaba de dejarle todo el trabajo a ella y él simplemente relajarse y quedar sujeto a sus atenciones.

Pero, probablemente, lo más perverso que había fantaseado con Kagura era tenerla completamente sometida, haciendo uso de la misma extensión de su cuerpo con la cual solía imaginar que la penetraba, al tiempo que utilizaba sus tentáculos como un elemento adicional para someterla aún más y llevarla a un punto de placer que resultaba demencial y casi doloroso, provocando que se dejara la garganta en el proceso y muriera por unos instantes mientras la poseía de todas las formas posibles.

Sí, sus fantasías con ella eran variadas, y aunque en un principio incluso le avergonzó e indignó que alguien como él se rebajase a desear en silencio y en privado a una esclava que le causaba tantos dolores de cabeza, era mucho más divertido que imaginar a Kikyō, siempre impulsado por los detestables deseos de Onigumo, sin contar que de esa forma cumplía su deseo de ver a Kagura sumisa y dócil ante él, pero en un contexto mucho más entretenido y encantador, se atrevía a pensar.

Esta vez había estado fantaseando en tenerla arrodilla, haciendo uso de su boca para complacerlo mientras metía las manos por debajo de su kimono, haciendo lo mismo con ella misma, buscando provocarlo para que la tomara en cualquier instante hasta saciarse cuales bestias. Era un pensamiento que a esas alturas ya le resultaba delicioso, pero jamás imaginó que su misma fantasía fuera tan abruptamente interrumpida por la misma protagonista de ellas.

—¿Por qué habría de mentir? —espetó Naraku, adoptando un gesto más serio—. ¿Crees que me interesa lo que opines de mí, Kagura? Me da igual si saber esto te resulta repugnante o no. Así como tú siempre dices, no tienes poder alguno sobre mi cabeza, mis pensamientos y sobre nada relacionado conmigo. Puedo hacer y pensar lo que quiera, y con quien quiera, te guste o no.

La aludida se quedó de piedra y tragó duro ante aquella abrupta confesión, escupida a su rostro con tanta brutalidad como un veneno lento e insidioso que ya le comenzaba a carcomer la piel junto al vapor caliente que sentía expulsaba su cara enrojecida. Lo miraba con los ojos bien abiertos, incapaz de deshacerse del sonrojo que seguía tiñendo su rostro.

No podía contradecirlo, tenía toda la razón en ese punto. Naraku podía tener control sobre ella y su vida, pero no podía meterse en su cabeza, y si ella decidía odiarlo o fantasear con su libertad y la cabeza de su creador cercenada a sus pies, podía hacerlo. El poder de él no llegaba hasta su mente, pero de igual forma, las quejas, caprichos, reclamos y el odio de Kagura tampoco tenían poder alguno sobre lo que sea que Naraku pudiese pensar con respecto a ella y lo que hiciera mientras lo hacía, así la considerara una traidora a la vez que era capaz de desearla, si acaso lo que le decía era verdad.

Sin embargo no fue eso lo que más perturbó los pensamientos de Kagura, sino que una extraña zozobra se apoderó de ella al pensar en ser así de deseada. Era demasiado nuevo, pero a la vez era excitante el pensar en la idea de ser capaz de crear semejante efecto sobre alguien, sobre todo si se trataba de Naraku.

Porque sí, Naraku era un maldito bastardo demente que en cualquier instante podía matarla y mientras tanto la esclavizaba, pero no pudo negar que sintió un retorcido y sublime atisbo de poder que hizo que otro escalofrío recorriera su cuerpo por entero, como si se tratase de una advertencia dual y débil carente de la real intención de alertarla.

Ella no era ninguna inocentona, tal vez inexperta, ni por mucho que Naraku la dejara tener citas, pero sabía lo que eso significaba. Era un deseo que había florecido en ella nuevamente luego de haberlo enterrado mucho tiempo atrás, cuando en algún momento, en los primeros días de su creación, sin conocer nada del mundo y sometida a la ingenuidad propia de la inexperiencia y únicamente a las garras de Naraku como su guía, se dejó llevar cual chiquilla adolescente por fantasías tontas que ahora le resultaban de lo más estúpidas.

Sí, en algún momento había deseado a Naraku y había fantaseado con él. En un principio fue el único hombre con el cual tuvo contacto y sus órdenes, aderezadas con vaga dulzura junto a los regalos que él le dio, como sus pendientes de jade y la extensa variedad de finos y bellos kimonos que dejó a su completa disposición, la hizo caer por un breve tiempo a sus pies, fantasías que no supo cómo separar de la realidad ni interpretar tras de ellas las verdaderas y crueles intenciones de su creador para con ella, impulsándola a matar sin remordimiento alguno con tal de verlo feliz y complacerlo.

¡Se sentía tan tonta sólo de recordarlo! Cuando se dio cuenta de quién era realmente Naraku, prefirió hacer como si nada hubiese pasado por su cabeza, y enterró aquellos deseos ingenuos en lo más profundo de su mente, siempre ocultándolos bajo capas y capas de odio y repulsión ya oxidado luego de abrir los ojos ante la realidad apabullante de lo que significaba ser una extensión de ese maligno ser.

Por supuesto, era un secreto del cual nadie tenía conocimiento, ni siquiera Naraku, aunque por primera vez le pasó por la cabeza la posibilidad de que su amo estuviera consciente de lo que alguna había pensado con respecto a él, y eso la aterró y la hizo sentir más expuesta y vulnerable que nunca. El muy maldito era capaz de utilizarlo en su contra sin piedad.

—No entiendo por qué me dices esto —masculló Kagura al obligarse a salir de sus pensamientos, cosa que duró apenas unos segundos, sin embargo se le antojaron una eternidad.

No quiso darle tiempo de contestar. Nuevamente pugnó por simplemente salir de ahí y evitar a Naraku un buen rato, pero esta vez no fue la parálisis del asombro ni la sorpresa lo que se lo impidió, sino la misma imagen de Naraku frente a ella, que hacía que sus antiguas fantasías despertaran otra vez en su mente como si jamás las hubiese ocultado de su propio ser y sólo se hubiesen intensificado durante todo ese tiempo.

Diablos, estaba jodida.

No conforme con eso, la sensación de poder no desapareció, aunque resultara una ironía por el mismo hecho de que no tenía poder alguno en los pensamientos y fantasías de Naraku, pero la idea la tentó tanto como seguramente él se sentía tentado cada que hacía eso pensando en ella.

De pronto tuvo ganas de saber hasta qué limite estaba su poder, experimentar hasta dónde podía llegar, aún cuando tuviese su corazón en las garras de un monstruo que en esos momentos lucía asquerosamente atractivo con la sonrisa perversa que le dedicaba únicamente a ella.

Sabrá el cielo qué le estaba cruzando por la mente en esos momentos.

—Te lo digo porque me da la gana —contestó Naraku, más tajante que nunca—. Ya te dije que no me interesa lo que opines de mí. Además, es encantador verte tan confundida y asustada, ¿no te parece?

—¡Já! ¿Crees que estoy asustada? —Arqueó una ceja. Era un desafío. Odiaba que Naraku creyera que podía asustarla más de lo que ya lo hacía al tener la fuente de su vida a su completa merced, no le iba a dar el gusto de más—. Porque si es así, te equivocas. Tus fantasías a mí no me hacen daño.

—¿En serio? ¿Y entonces por qué la cara de espanto? —inquirió su creador, luciendo por mucho más relajado que ella.

Al encararla con el asunto de su angustia, Kagura se percató de que mantenía los músculos de su espalda y abdomen tensos, como si se preparara para defenderse de un inminente ataque. No, más bien, como si luchara enérgicamente por ocultar algo. Para su desgracia Naraku era alguien quién sabía cómo leer y adivinar las debilidades y puntos vulnerables de aquellos que lo rodeaban, y había perfeccionado el pérfido arte de cómo usarlos a su favor.

—No te interesa, ¿cierto? Me lo acabas de decir —contraatacó alzando una ceja, adoptando un gesto un tanto más descarado, como el que él llevaba todo el rato usando, y el mismo que desapareció por unos instantes cuando ella soltó su argumento, negándose a romper más la barrera que siempre había existido entre ellos dos, barrera que, de pronto, sin saber cómo o cuándo había pasado, parecía comenzar a desvanecerse de a poco, como arrastrada por una brisa que se embravecía igual que una tormenta cada que alguno hablaba, para luego terminar chocando contra ese muro de distancia y odio y hacerlo temblar peligrosamente sobre sus cimientos.

Era difícil mantenerla para ambos en medio del ambiente en el que se había sumido su situación, con ellos dos dentro como únicos protagonistas y dueños de esa barrera, como si la jugarreta del otro intentando aminorarse mutuamente y desafiarse con gestos, miradas y palabras mordaces, enviciara cada vez más el carácter de ambos, creyéndose metidos hasta las narices en una competencia sin tregua por ver quién lograba engullir más tragos de sake.

—Tal vez, tal vez no, Kagura. Eres una niñita asustadiza, eso siempre lo he sabido.

La afirmación hizo desaparecer el gesto descarado de Kagura, regresándola de golpe al ciego enojo que le nublaba los sentidos, así como el deseo podía hacerlo con Naraku en ocasiones.

—Te he dicho que no lo soy —insistió enérgica, aunque sus palabras no fueron más que un murmullo irritado. A simple vista parecía ya encaprichada por hacerlo cambiar de opinión. Detestaba que el tipo creyera que tenía poder sobre ella en base del miedo, ¡él, que no era más que un vil cobarde que se escondía tras sus marionetas y extensiones!

—Entonces, demuéstramelo.

Frunció el ceño y lo miró confundida. ¿Y cómo se supone que lo demostrara? ¿Haciendo una tontería y poniendo en riesgo su vida para que él la castigara? ¡Claro, qué conveniente!

—¿A qué te refieres?

La curiosidad, nuevamente, le ganó. Además prefería saber qué pensaba y cómo pensaba Naraku, que no tener idea de lo que pasaba por su cabeza (incluso si eso le costaba enterarse que era capaz de fantasear con ella en sabrá el cielo qué clase de perversiones). Pero recibió rápido su respuesta cuando él le sonrió ligeramente y bajó su potente mirada, con un gesto sugerente y elegante, directo a su entrepierna.

Kagura miró al mismo lugar y se dio cuenta que, por unos instantes, había olvidado el asunto por el cual inicialmente fue a verlo, y el asunto por el cual luego olvidó eso al haberlo encontrado divirtiéndose en solitario mientras pensaba en ella.

Otro escalofrío la recorrió al pensar en eso, pero no quiso lucir asustada ni angustiada, casi como si se tratase de una niña intentando demostrar que era una mujer, sin embargo su miedo sólo provenía de la inexperiencia, de la novedad y del hecho de que estuviera hablando de ese asunto con Naraku. No podía creer ni entendía cómo es que había terminado en tal situación con su creador y con semejante tema de conversación que ambos sacaban de sus bocas como quien no quiere la cosa.

¡Joder! ¡¿Por qué mierda tenía la mala costumbre de no tocar la puerta antes de entrar?!

—¿Me estás retando?

Entendía qué era lo que él estaba proponiendo; no sabía si lo hacía por el hecho de cumplir alguna asquerosa fantasía, siquiera si era cierto que fantaseaba con ella, o si lo hacía como un "pago" o castigo por haberlo interrumpido tan abruptamente y encima reírse de él.

—Tómalo como quieras. A ver si te atreves.

La respuesta no fue decente para Kagura. Él sólo la dejó con la incertidumbre de lo que realmente quería, pero el reto era abierto y estaba listo para decirle buena chica si lo tomaba, o tildarla de cobarde si no lo hacía. De una forma u otra, Kagura no sabía exactamente quién ganaba en esa situación, o siquiera podría haber perdedores esta vez, pero lo seguro es que de una manera u otra, Naraku ganaba con todo eso.

Tampoco pudo negar que hubo algo que se removió en su pecho con un cosquilleo agradable y extraño que la hizo vacilar. Le fue imposible reprimir las fantasías que alguna vez tuvo con su creador y que de pronto la había asaltado de nuevo, y su curiosidad se disparó al igual que su adrenalina y la respiración, la cual intentó disimular como normal y no pesada, como ya se estaba tornando a pasos agigantados.

—¿Por qué diablos me pides algo así? —exclamó de pronto, tratando de volver a ser la misma insolente de siempre y no manifestar tontamente el nerviosismo que desde hacía rato no la dejaba en paz. Naraku rodó los ojos.

—¿Y quién te está rogando? Te estoy retando.

—¡Ah, qué conveniente! —respondió con sarcasmo, haciéndose la desinteresada al tiempo que descruzaba los brazos y recargaba el cuerpo sobre sus manos, fingiéndose indiferente e impune a sus tretas y palabras.

—Puedes verlo de una forma u otra, querida, o como tú quieras —La forma en la cual se dirigió a ella volvió a sacarle un escalofrío, y aunque le mantuvo la mirada, se obligó a fruncir más el ceño, intentando no lucir nerviosa, tarea que cada vez le costaba más trabajo—. Un pago por haberme interrumpido y, encima, tomarte la libertad de burlarte de mí; o bien, puede que la próxima vez que intentes algo contra mí, no me dé cuenta.

Kagura no creyó ni media palabra de eso y sonrió con sarcasmo, a punto de largar una carcajada.

—¿Ahora es un trato? ¿Placer a cambio de mi vida?

—Diciéndolo de esa manera, suena al peor de los chantajes. De ambas formas ganamos los dos, Kagura, y prolongas tu vida.

—Eres un asqueroso —le espetó de mala gana, sin pararse a pensar en medir sus palabras, aunque en esos momentos le costaba pensar racionalmente con tamaño giro que había dado la situación—. Nunca pensé que me quisieras como esa… clase de esclava. No quiero saber nada de eso. ¡Que ni siquiera se te ocurra! —exclamó súbitamente alterada—. Antes preferiría morir que satisfacer tu repugnante lujuria.

—Por favor, no seas tan dramática. No te estoy obligando a nada —argumentó el híbrido despreocupadamente—. Si quisiera esclavizarte de esa forma, créeme, querida, lo habría hecho hace mucho tiempo y no tendrías posibilidades de negarte.

La recorrió, esta vez, un escalofrío desagradable al pensar en las cosas que ese hombre era capaz de hacerle si, efectivamente, quisiera hacerlo. También se sorprendió al notar que de hecho, no la estaba obligando a nada, sólo intentando convencerla, como si quisiera cazarla y seducirla, enviciar su carácter y sus decisiones en base a sutiles palabras y proposiciones descaradas, sabrá el cielo con qué clase de intenciones, aunque tenía que estar muy negada como para estar haciéndose la tonta con respecto a la respuesta de esa obvia cuestión.

Le estaba dando a elegir: en la forma más extraña y conveniente, le estaba dando por primera vez la libertad para decidir qué hacer, si quería o no, y aunque Kagura en ese instante no dio una respuesta verbal, su cuerpo habló por ella cuando decidió quedarse sentada ahí mismo, sin atreverse a mover un músculo, como esperando un siguiente movimiento que la hiciera decidir entre un sí o un no.

Naraku no tuvo más paciencia para esperarla, porque además había leído perfectamente el lenguaje corporal de su extensión y, sin dar más tiempo, se acercó lentamente a ella y la tomó por los hombros con suavidad. Pudo sentir cómo se estremeció violentamente cuando sus manos hicieron contacto con ella y sonrió de medio lado.

La mujer entreabrió la boca como si quisiera protestar cuando la instó a ponerse de pie y, acto seguido, la fue arrodillando frente a él.

En ningún momento Kagura reclamó, estaba demasiado anonadada como para decir algo, y tampoco sentía intenciones de hacerlo. Pensó que era su oportunidad para aceptar el reto o mandarlo a que se pudriera en el infierno, pero en lugar de eso, para cuando acordó, estaba arrodillada entre las piernas de Naraku mientras se mantenía sentado en el borde de la ventana.

Una emoción extraña la recorrió de pies a cabeza cuando dirigió la vista a la entrepierna de su amo, y pensó que nunca habían estado tan cerca, mucho menos en semejante posición. Aún sin verlo, podía sentir la penetrante mirada de él sobre ella, esperando su siguiente movimiento.

—Sólo será un momento —afirmó Kagura luego de unos momentos de duda, volviendo a mirarlo, levantando de a poco su mano derecha—. No es como si realmente quisiera hacerlo. Es para que no se te ocurra obligarme después.

—¿De verdad? No lo parece —argumentó sonriendo lascivo al observar cómo ella levantaba la mano, dudando en su camino hacia su objetivo, ese que aún mantenía el ánimo levantado, aunque no con tanta fuerza luego de la profunda charla que habían tenido y que no servía tanto para mantenerlo con el interés a tope, sin contar que, si Kagura quería, de verdad sabía cómo mandar el deseo de un hombre a la mierda—. Ya te dije que si quisiera hacerlo, lo haría… pero si estás ahora mismo aquí, es tu decisión. Yo me lavo las manos en este asuntito.

Kagura lo miró confundida, pero fue incapaz de mantener sus ojos sobre los de su creador que la miraban cada vez con más potencia, tanto que prefirió concentrarse en lo que tenía enfrente y no tener que verlo a los malditos ojos.

Bueno… en cierto sentido, ella tenía el control de la situación, ¿no? Él le había asegurado fantasear con ella y seguramente lo que estaba por hacer era cumplir una de esas visiones; esta vez era la protagonista, y en cierta forma, estaba tomando el control de las fantasías de Naraku, incluso si eran perversas.

Era como estar tomando el control de la mente de su amo llevándola a la realidad misma. Rara forma de verlo, pero así lo percibía.

Con eso en mente finalmente rompió la barrera del pudor que jamás creyó tener y se atrevió a posar su mano derecha sobre la entrepierna de Naraku, muy ligeramente, apenas rozando la tela del pantalón con la yema de sus dedos.

En ese instante se sonrojó un poco más y su rostro se volvió una mezcla de vergüenza y seriedad, cosa a la cual Naraku no pudo evitar reír. Se veía encantadora fingiendo que nada de eso le afectaba.

—Por favor… si no te va a morder —bromeó con descaro, ganándose una mirada fulminante de ella, pero Kagura, como provocada por la burla, lo miró unos instantes y volvió a posar su mano, esta vez más firmemente, sobre el mismo sitio.

Respiró pesadamente cuando sintió la dureza debajo de la tela. Eso la hizo temblar.

Claramente seguía excitado, pero él no daba una muestra más clara de ello además de la que tenía oculta tras la ropa y su sonrisa de superioridad y arrogancia mientras la observaba. Probablemente el sólo hecho de que lo tocara por encima no lo estimulaba mucho, pero aún así ella no se sintió preparada para irse a las prisas y, francamente, sabía que esa sería la única vez que haría tal cosa, o que estuviera tentada a hacerlo; no pudo llegar a una conclusión concreta que le indicara si la mejor opción era hacerlo lentamente, sin perderse ningún detalle, o si debía hacerlo lo más rápido posible y salir de ahí.

Tampoco pudo evitar sentirse extraña ante el nuevo tacto. Aquello se sentía tan cercano y a la vez era tan oculto y prohibido que el sonrojo en su cara no pudo desvanecerse. Intentó pensar que no era Naraku a quien le hacía eso, pero le fue imposible, y eso también fue por lo que, en un principio, tardó tanto en tomar un ritmo y una seguridad más o menos decentes.

Fue perdiendo la timidez y el pudor conforme avanzaban los segundos, mientras su mano masajeaba suavemente la zona. En cierto momento Naraku se relajó un poco más en su sitio, observando atento los movimientos de Kagura, cada vez más seguros y firmes sobre él.

Había, definitivamente, algo de tabú en hacer eso; ella no entendía el por qué, quizá por tratarse de su creador, el desgraciado al que detestaba, pero a la vez poco a poco fue sintiendo cómo ese placentero poder la recorría al pensar que de pronto se había convertido en una fuente que controlaba el mismo placer de él. Por primera vez lo controlaba en algo y, a juzgar por su pasividad y silencio, no parecía tener intenciones de tomar las riendas, esperando el siguiente movimiento de ella, dándole la libertad de hacerle lo que quisiera.

¿Dejaría que se la arrancara de un mordisco, si a esas iban?

A los pocos segundos su mano se concentró en acariciar la forma alargada y gruesa que levantaba con poca discreción la oscura tela de su ropa, sabiendo perfectamente lo que era, y antes de que quisiera pensarlo demasiado, acercó su otra mano al listón que sujetaba sus pantalones a la cintura y lo desató con sus temblorosos dedos.

Naraku amplió su sonrisa de burla, pero ella estaba demasiado concentrada en desatar el nudo con una lentitud desesperante que no pudo ver la perversidad con la cual la observaba, pero sin duda estaba disfrutando de aquello, sin contar que aún ni empezaba lo mejor.

Kagura, ya desesperada por su propia actitud tan falsamente tímida que intentaba quebrar para seguir sin parecer una reverenda tonta, bajó de a poco la parte superior del pantalón que cubría la zona que momentos antes había estado acariciando; el miembro de Naraku no tardó en descubrirse por entre la tela.

La hechicera de los vientos echó la cabeza hacia atrás, sobresaltada y alzando ambas cejas con los ojos bien abiertos, al tiempo que apretaba con fuerza la mandíbula al ver el miembro masculino erguido frente a ella, sobresaliendo entre los pantalones que apenas había bajado lo suficiente para dejar ver su sexo. El oscuro vello cubría la zona de la pelvis por encima de la erguida extensión y seguía un camino arriba por la piel, desvaneciéndose de a poco hasta perderse tras el resto de su ropa.

Era la primera vez que veía el sexo de un hombre, así que no pudo evitar sorprenderse un poco, cosa que hizo que a Naraku se le subiera el ego hasta el puto cielo. Ella lo miraba como si intentase matarla con eso y la sola idea hacía que le entraran ganas de soltar la risa loca, y lo habría hecho de haber adivinado los pensamientos de la manipuladora del viento, quien llena de curiosidad ante la novedad y lo desconocido, no supo si tomarlo entre sus manos para verlo por completo y estudiarlo como si se tratase de un espécimen de experimento, o soltar una risita nerviosa como quien no quiere la cosa.

Tampoco pudo pensar demasiado en eso ni vacilar. Kagura enseguida se enteró que las caricias anteriores habían servido para recuperar por completo la erección que de a poco Naraku había perdido mientras hablaba con ella. Había pensado que eso no lo estimulaba nada, aunque también le ahorraba un poco de trabajo.

Un tanto más segura de lo que hacía, dirigió nuevamente su mano derecha al sitio y con ella rodeó, muy lentamente, pero sin titubear, el sexo de Naraku.

Era extraño tenerlo entre las manos. Creyó que cuando la gente hacía eso perdía todo el control sobre su cabeza, sus pensamientos y simplemente se volvían locos de deseo, pero en realidad ella también estaba con mil cosas en la mente y vuelta loca preguntándose cómo diablos había terminado haciendo eso, pero aunque se lo cuestionaba y mil dudas la asaltaban, no se detenía ni retrocedía, a pesar de que su parte más racional pugnaba por encontrar una respuesta.

Sabiendo lo que tenía que hacer, presionó un poco su mano contra la extensión y comenzó a moverla rítmicamente de arriba hacia abajo, llena de zozobra y con movimientos inexpertos, pero que ni por mucho molestaron a Naraku, aunque consideró que no estaba de más una que otra sugerencia.

—Tómalo con más firmeza. Así no haces nada —espetó burlón y cínico como él solo, ganándose a cambio un irritado gesto de ella quien, a pesar de todo, tomó en cuenta la sugerencia.

Una vez que comenzó a hacerlo, se relajó mucho más. Ya había empezado y no había resultado ser tan malo. De hecho, comenzó a disfrutarlo cuando notó cómo la respiración de él se volvía cada vez más densa al tiempo que una pesadez infernal se apoderaba del cuerpo de ella, como si la ansiedad se hubiese solidificado en sus venas y luchara por ser intensificada hasta el punto de quiebre y luego volver a derretirse lentamente en su interior.

Siguió haciendo lo suyo cada vez con más ritmo y seguridad. Se preguntó en qué estaría pensando él mientras, prácticamente, lo masturbaba, pero luego quiso creer que probablemente no estaba pensando en nada, porque la tenía ahí mismo volviendo una fantasía realidad y que, por lo tanto, ya no le quedaba más que fantasear con respecto a ella.

Comenzó a mover rítmicamente su mano de arriba hacia abajo con más ahínco y rapidez cuando escuchó cómo Naraku soltaba pequeños gemidos que parecía intentar ahogar por momentos. Eran parecidos a los que había escuchado antes de entrar y dedujo, por lógica, que aquello le gustaba, probablemente lo estaba haciendo bien y ella ni en cuenta hasta ese momento. ¡Vale, que no habría estado de más que le dijera algo aparte de regañarla!

La mujer sonrió de medio lado, mucho más segura y sin detenerse, buscando variar las cosas de vez en cuando, guiada por su propio instinto e imaginación; manipulaba las cosas con movimientos circulares y firmes al tiempo que bajaba y subía; otras veces variaba la fuerza y firmeza con la cual sostenía y presionaba el miembro masculino. En ocasiones se concentraba en tocar únicamente la punta mientras con su otra mano, que momentos antes había unido al juego, seguía estimulando el resto del tronco. Incluso le sorprendía la textura suave y ligeramente resbaladiza de la piel que hacía que su mano se deslizara con suavidad alrededor, a pesar de sentir que tocaba una barra de hierro al rojo vivo que la quemaba sin dañarla. Era una sensación interesante, tan interesante que resultaba excitante.

Se sintió más poderosa que nunca al saber que era ella quien estaba logrando poner a Naraku en tal situación. El gesto de placer ligeramente reprimido que le brindaba era uno que seguramente nadie había visto y que jamás se atrevería a mostrar ante el mundo. Era un gesto débil alimentado por la lujuria y la debilidad, y era ella quien lo estaba provocando.

La mayor revelación que tuvo en ese momento fue que tampoco pudo evitar sentir cómo ella misma se excitaba al ver su expresión y sus gestos, y cómo con el paso de los segundos sentía que una humedad cálida se instalaba entre sus piernas haciendo que cada vez estuviera más desinhibida.

Naraku se veía asquerosamente atractivo así, al igual que cuando sonreía con malicia, para qué negarlo, la diferencia es que esta vez era ella quien lo estaba controlando. Esa sonrisa que le mandaba cuando fraguaba algo en su contra, esta vez era de puro placer y ella misma era quien la provocaba.

La idea de tener ese poder placentero en sus manos la corrompía como jamás imaginó ni en sus más salvajes fantasías

Por otro lado el híbrido se encontró bastante sorprendido con la creatividad que mostraba su extensión, una que, definitivamente, no esperaba. Si era franco lo único que había esperado era una paja mal hecha, sin ganas y llena de pudor que sólo serviría para hacerlo terminar con el trabajo que él mismo había comenzado y que a futuro podría servirle para chantajear a Kagura, pero a esas alturas de las cosas estaba claramente sorprendido, aunque claro, consideró que un poco más de práctica no le haría daño a su extensión.

No podía evitar gemir cuando ella variaba la presión y la velocidad, no por una gran experiencia, sino por el único impulso de experimentar y probar, ver qué era lo que funcionaba mejor con él, experimentar qué tantas cosas podía hacer y hacerle. Apretaba los dientes y en ocasiones tenía que echar la cabeza hacia atrás, rebasado por el deleite que aquello le provocaba. También había comenzado a sudar ligeramente y cuando las intensas oleadas de placer lo invadían, se veía tentado por unas inmensas ganas de tomarla del cabello y hacer que esta vez usara la boca en lugar de las manos.

Aunque la tenía ahí en frente, cumpliendo sus deseos sin siquiera haber tenido que obligarla, no podía evitar deleitarse con la idea de tomarla en ese momento hasta saciarse tal y como muchas veces había imaginado. Quería tomarla de los brazos, hacer que se sentara sobre él, que lo rodeara con toda su calidez y humedad y luego embestirla con una lascivia salvaje que la hiciera retorcerse hasta la locura.

En ese instante abrió un poco los ojos y bajó la mirada a su extensión, quien estaba concentrada en su trabajo. De pronto se preguntó si ella también lo estaría disfrutando o si estaría tan excitada como él, pero lo único que pudo encontrar cómo indicio de ello fue el adorable sonrojo que le teñía las mejillas. Cuando puso un poco más de atención y la recorrió con los ojos sin recato, notó la delicada forma puntiaguda de sus pezones que se marcaban debajo del kimono. Al ver eso sonrió unos instantes, pero el gesto desapareció al ser interrumpido por otro gemido imposible de ahogar.

—¿Esto te gusta? —inquirió Kagura alzando la vista desde su sitio, aunque su pregunta no fue una burla ni una descarada afirmación, sino una pregunta seria que buscaba una respuesta con la misma intención. Al mismo tiempo intentaba ignorar su propia excitación y la forma en la cual su respiración había sonado agitada debajo de sus palabras. Necesitaba algo con que distraerse.

Naraku arqueó una ceja y la miró con la misma seriedad con la cual ella había soltado su pregunta.

—Eres buena, a pesar de ser una ridícula virgen —respondió con descaro, sacándole un gesto ofendido a la mujer. La primera vez que le preguntaba algo sin tono de burla, ¡y él iba y le respondía eso!

—No es como si me dejaras tener citas, ¿sabes? —reclamó, aumentando cada vez más el ritmo de su mano derecha, que ahora era la única que se encargaba del miembro de Naraku.

—¿Y para qué quieres eso? —rezongó burlón, aún cuando le faltaba un poco el aliento. ¡Vaya momento para ponerse hablar de esos temas!—. Ahora mismo te veo muy cómoda conmigo.

—No lo estoy —Eso a leguas se veía que era una vil mentira, aunado a la fuerte firmeza con la cual siguió haciendo lo suyo—. Lo hago por… para demostrarte que eres débil.

En ese momento Naraku la penetró con toda la crudeza de su mirada. Ella se detuvo unos instantes, y no supo si sentir alivio cuando él simplemente cerró los ojos unos momentos y rió en voz baja, o si asustarse aún más con eso.

—¿Quieres hablar de debilidad? ¿Tú?

Antes de que pudiese contestar, inclinó el cuerpo hacia ella y la tomó por la nuca, enterrando los dedos en su cabello. Kagura soltó un gemido cuando él la hizo erguirse y curvar la espalda hacia atrás. Su mano se quedó tiesa rodeando con fuerza el miembro de Naraku y cuando él se percató de ello, bajó la mirada hacia el sitio, alzando una ceja como si se preguntase por qué el cambio de actitud.

—No te detengas —ordenó. Kagura obedeció casi por pura inercia mientras él seguía sujetándola. Tuvo la necesidad de encararlo directamente a los ojos cuando la mano libre de su amo se dirigió al cuello del femenino kimono y ahí apretó la tela en un puño.

En ese instante le bajó todas las mangas del colorido traje, del lado izquierdo, el de su corazón, dejándole el pecho expuesto.

—¡¿Qué estás…?!

No pudo evitar cortar la frase de golpe, demasiado sobresaltada como para seguir hablando. Sin embargo no había detenido su tarea de masturbarlo, y no sabía si sentir miedo o excitación mientras él jugueteaba a pasear su dedo con gentileza por encima de la piel expuesta, siguiendo un delicado camino sobre su clavícula. La sintió cálida a un punto que parecía estar conteniendo el ardor de su sangre corriendo debajo de su piel, entre sus venas clamando por sus manos y el contacto de estas sobre ella.

—Tú también eres débil —afirmó, dirigiendo su mano al pecho expuesto—. Y no sólo por tu corazón…

Una vez ahí acarició la areola del pezón erguido. Kagura se mordió el labio inferior para no gemir. El tacto había sido electricidad pura y los espasmos en su cuerpo aumentaron. Naraku no pudo evitar encontrar encantador todo aquello.

El tacto, aunque era delicado y sutil, como si no se atreviera a ir más allá, le resultó tan placentero que algo parecido a un calambre la abrumó por entero, dejándola con ganas de más, de aumentar y seguir ese mismo contacto que le erizaba la piel. Su creador no pasó por alto ninguna de sus expresiones ni gestos y sonrió con malicia.

—¿Lo disfrutas? —susurró con voz grave, viciosa, pero Kagura respondió moviendo con mucha más rapidez y firmeza su mano alrededor del miembro de Naraku, intentando desestabilizarlo y sin apartar la vista de él. Era una confrontación directa y ninguno de los dos supo quién era en realidad el retado.

Él sintió de inmediato el cambio de ritmo y comenzó a sentirse un poco más abrumado de lo que ya estaba, tanto que llegó un punto en que se obligó a detenerse. En ese momento la soltó con brusquedad y dejó de tocarla como si hacerlo significara exponerse a una mortal quemadura, pero al mismo tiempo la agarró de la muñeca y la miró con severidad, haciendo que ella se detuviera en estimularlo.

—No lo hagas tan rápido, o provocarás que termine antes de tiempo —advirtió con un tono casi juguetón. Kagura entendió a qué se refería, pero no entendió por qué el límite de tiempo.

—¿Antes de tiempo? —Sus palabras salieron agitadas por entre sus labios; ya no tenía muchas intenciones ni ganas de ocultar su deseo.

Para toda respuesta él volvió a llevar su mano libre hacia ella, y le dio a entender lo que quería cuando la tomó del mentón con brusquedad y, en contraste, acarició sus labios con el dedo pulgar muy suavemente, como si el tocarlos precisara de un cuidado extremo con el cual él jugaba a placer.

Sintió el aliento cálido salir de su boca granate, ligeramente entreabierta mientras él recorría su labio inferior como si se tratase de una fina tela de seda. Kagura no lo detuvo y eso lo llevó a meter el dedo pulgar dentro de la boca de la mujer, quien por pura inercia lo atrapó entre sus labios. Entrecerró los ojos, ahora sin poder esconder a nadie su excitación, y lamió con su lengua el pulgar dentro de su boca.

—Precisamente eso es lo que quiero que hagas, querida.

Le sonrió lascivamente mientras ella se dedicaba a lamer unos segundos más su dedo, pero luego su mirar se volvió travieso y sensual, pero era una sensualidad cruel, como el de una mujer fatal buscando seducir a su siguiente víctima para luego darle el golpe de gracia en medio de un torbellino apabullante de placer. Su amo frunció el ceño ligeramente, contrariado por el cambio tan abrupto y voluble de actitud que podía mostrarle Kagura, como si también fuese capaz de jugar tan bien como él

Sin siquiera poder esperarlo ella mordió con fuerza la punta del dedo, provocando que Naraku soltara un pequeño gemido de dolor y lo sacara de su boca. Uno de los colmillos de Kagura había perforado un poco la yema y un punto de sangre sobresalía por encima de la piel.

—¡¿Qué diablos…?!

—¿Y si te la arrancara de un mordisco? —bromeó, sonriendo de la misma forma que solía hacerlo él cuando le hacía una sucia jugarreta a uno de sus enemigos o aliados, sin embargo el aludido no se dejó intimidar por la broma. Sabía que no era capaz (¿o sí?), pero si Kagura era inteligente y sabía lo que le convenía, jamás se atrevería a hacer eso.

—Entonces ya no podrías divertirte a mis expensas.

Vaya forma de voltearle las cosas. No pudo evitar encontrar algo de terriblemente encantador en la bromita, tanto que se le escapó una sonrisa coqueta, sintiendo que por primera vez estaba de acuerdo con algo en Naraku, aunque se tratase de algo tan estúpido e inesperado como eso.

Ahora que había aceptado su propia excitación dentro de la situación, aunada a la del mismo Naraku, se sintió más sensual que nunca, como si de pronto estuviera en la cima del mundo y nadie pudiese bajarla de ahí. Incluso tuvo el atrevimiento de imaginar a Naraku a sus pies, tan sometido como lo eran las fantasías de él con ella, pero luego lo imaginó metiendo la cabeza entre sus piernas, tentando su camino besando y mordiendo la cara interior de sus muslos mientras subía con una lentitud desesperante al centro oculto de su cuerpo, y ahí tuvo que tomar aire, espantando esas súbitas fantasías.

—Nunca lo he hecho antes. No sé hacerlo —advirtió, aún dudosa a acceder, pero Naraku se encogió de hombros.

—Pues comienza a practicar.

Estuvo por tomar a Kagura por la cabeza y hacerla que metiera su miembro en su boca, pero se detuvo al último momento cuando ella acercó su rostro, con la boca entreabierta, y sintió su respiración chocar contra la punta de su sexo.

Los labios de la manipuladora del viento temblaban ligeramente entre el ansia, el nerviosismo y la excitación, pero antes de atreverse a hacer algo demasiado grande, algo de lo que esperaba luego no arrepentirse, cerró los ojos unos momentos, como intentando darse agallas, e inconscientemente presionó el miembro al tiempo que abría un poco más su boca y se relamía los labios.

No entendía cómo había llegado hasta eso, lo que sí comprendía es que lo estaba haciendo porque le gustaba cómo se veía, lo que provocaba en él, lo que era capaz de hacerle; hacer que el Gran Naraku perdiera un poco el control ante ella, mostrando una debilidad más humana de lo que seguramente se atrevía a aceptar incluso en esos momentos, haciéndose el desinteresado, fingiendo tener el control de todo cuando en realidad no tenía el control ni de su propia mente y mucho menos de su cuerpo y vergonzoso deseo, dejándose llevar por la corriente cruenta del placer como lo hacía ella.

Aquello le gustaba, lo ponía vulnerable, y aunque se maldecía mentalmente por el hecho de que a ella le sucedía exactamente lo mismo, no sentía la capacidad de quejarse, y tampoco sintió el pudor para cubrirse el pecho desnudo ni acomodarse la ropa. Quería que él la viera, aunque no estuvo segura de si quería que la tocara más. Quizás era demasiado.

Lo único que se atrevió a hacer fue dejar entrever la punta de su lengua. Con ella acarició tímidamente la punta, como si temiera que aquello tuviera un sabor extraño o desagradable que le provocara arcadas, pero contrario a lo que imaginó, no tenía sabor alguno, era como simplemente lamer una extensión de piel lisa y cálida.

Recuperando la seguridad que recién había adquirido en todo ese loco asunto, abrió más la boca y sacó la lengua, la cual utilizó para dar pequeñas lamidas a la punta que luego dirigió al resto del tronco, empezando desde su base hasta arriba, como si aún quisiera probar de a poco una nueva y extravagante golosina.

No podía creerlo. No sólo había masturbado a Naraku, ahora también estaba usando su boca para darle placer, o como seguramente diría él si quisiera ponerse en un plan más vulgar: le estaba haciendo una mamada.

Estuvo unos momentos utilizando únicamente su lengua, recorriendo verticalmente extensiones de piel sensible que reaccionaban ante su tacto y mandaban a la espina dorsal de Naraku un sinnúmero de sensaciones que le impedían negarse a eso.

Luego, tomando agallas, abrió más la boca e introdujo la punta del miembro en ella, aprisionándola con sus labios, utilizando su lengua para acariciar lo que la invadía y presionando con firmeza. Naraku arrugó las cejas al sentirlo, y echó la cabeza hacia atrás cuando ella introdujo su sexo un poco más dentro de su boca.

Siguió el mismo ritmo que utilizó con su mano, que seguía prendada al miembro para abarcar el resto de espacio que era incapaz de engullir, y mientras trataba de encontrar la forma de atinar su respiración y tomar un balance entre sus labios y lengua, su mano se encargaba de estimular el resto y no hacerla parecer tan torpe, que aunque lo era, lo estaba llevando al punto que él deseaba.

En cierto momento ella se detuvo de golpe y sacó el miembro de su boca, respirando agitadamente, tratando desesperada de recuperar el aliento ante el primer y torpe intento. Siguió aprisionándolo con su mano más sonrojada que nunca, con los ojos entreabiertos y así miró a su creador, quien le sonrió con burla.

—¿Qué pasa, Kagura? ¿No puedes con esto? —la retó, pero ella frunció el ceño y soltó su esperada queja.

—Me cuesta trabajo que entre.

Enseguida se arrepintió de haber sacado ese comentario. Probablemente eso haría que el maldito ego de Naraku subiera hasta el puto cielo; no podía ni imaginar lo asquerosamente insoportable que se pondría al hacer alusión al maldito tamaño.

—Gracias por el cumplido, pero deberías de seguir —sentenció, y manifestó su órden con brutalidad, sin darle tiempo a obedecer ni a reaccionar, tomándola del peinado bruscamente y obligándola a bajar la cabeza, haciendo que su miembro nuevamente se introdujera en la boca de la manipuladora del viento, quien apenas pudo gemir ante el jaloneo de cabello y el súbito tacto, ya no tan desconocido, de sus labios rodeando y aprisionando su sexo.

Esta vez Naraku tomó las riendas y el ritmo. Le deshizo el peinado a las fuerzas y la sujetó por la cabeza agarrándola de la cola de caballo, procurando que los mechones sueltos no le bloquearan la vista. Era deleitoso ver a Kagura haciéndole eso y no se quería perder ni un detalle de aquella imagen que había pasado tantas veces en su cabeza y que ahora vivía en ese instante con cada estimulo y nervio de su cuerpo.

Aquel arranque elevó los niveles de excitación de Kagura a un punto en el que ni siquiera sintió ganas de quejarse ni reclamar. Se dejó hacer mientras él hacía que su cabeza bajara y subiera abarcando parte de su sexo, sin intenciones de obligarla a introducirlo por completo; era imposible que hiciera eso sin práctica alguna, sólo conseguiría ahogarla y que ella lo mandara a la mierda de una buena vez.

No tardó en comenzar a gemir con más fuerza mientras sentía cómo ella correspondía con fiereza, utilizando su lengua como arma y aprisionando su sexo con la cálida humedad de su boca. En ese instante estuvo más convencido que nunca de que no solamente quería sentir los labios de Kagura rodeándolo.

Comenzaba a sentir un agradable mareo que lo hacía estremecerse en cada punto de su cuerpo; era un placer abrumador y violento que se asemejaba a una serie de continuos choques eléctricos, suaves y potentes a la vez, que se iban intensificando lentamente mientras le contrarían los músculos. También se dedicó a bajar de vez en cuando la mirada para observar cómo su sexo se perdía dentro de la boca de ella, mientras sentía sus manos temblar ligeramente al sujetarla y las palmas, así como su frente, formaban ya una capa de sudor.

Kagura notó ese detalle, y harta de que él llevara el control del cual antes había estado gozando ella misma, con su mano libre lo tomó de la muñeca que aprisionaba su cabello y lo hizo detenerse en seco.

Cuando su boca quedó libre volvió a tomar algo de aire y se dirigió a él, más demandante que nunca.

—Déjame hacerlo a mí, ¿vale? —exigió ligeramente enojada. Naraku rodó los ojos, fastidiado, pero hizo caso a su reclamo soltándola irritado.

—Bien. Adelante —espetó de mala gana, algo mosqueado por estar tomando semejante papel pasivo, pero no se quejó más cuando ella volvió a introducir su miembro en su boca, ya más acostumbrada a hacer eso. No era tan malo. Luego de pasar la impresión inicial, de inmediato tomó un placentero ritmo ayudada por su mano, lamiendo de vez en cuando lo que no alcanzaba o simplemente haciéndolo con intenciones de jugar con él, molestarlo y provocarlo, lo cual funcionó excelentemente bien.

Ni siquiera podía suponerlo, era seguro. Puso una de sus manos sobre el muslo de Naraku y por encima de la tela pudo sentir sus músculos tensos a un punto que parecía que se le desgarrarían. A esa altura de las cosas gemía y gruñía sin restricciones, respirando con una potencia que a Kagura la hizo pensar que le daría un síncope ahí mismo. Notó también que su excitación crecía a pasos agigantados cuando volvió a rodear su cabello con la mano, pero sin intenciones de manejarla ni tomar el ritmo; parecía estar únicamente buscando algo de dónde sujetarse en medio de todo su mareo.

Levantó los ojos hacia él, sin detenerse, y apreció satisfecha cómo apretaba la mandíbula de vez en cuando, ya con una capa de sudor que le perlaba la piel bajo la débil iluminación que ofrecían las velas. Lucía tan vulnerable y descontrolado que siguió con su trabajo con aún más ahínco, perdiendo también un poco el control sobre si misma cuando se sintió tentada a llevar su mano libre a su propia entrepierna, deseando calmar ese intenso cosquilleo que hacía arder su cuerpo y se concentraba en su bajo vientre.

No sabía qué era lo que la excitaba más: si tener a Naraku a su merced y estar controlando sus ondas de placer, o el simple hecho de estar haciendo eso, probando, o ambas cosas. Lo cierto es que ella misma se encontraba con sus propios gemidos enmudecidos mientras jugaba con el sexo de Naraku, y por momentos fantasías amorales de lo que súbitamente deseaba que él le hiciera la asaltaban causándole un sentimiento conflictivo entre la vergüenza, la ansiedad y un odio temporalmente oxidado que espantaba lamiendo su sexo con fiereza.

Naraku sintió que ya no podía contenerse más. Dejó de hacer uso de su autocontrol, ansioso por experimentar la culminación de su placer, y consciente de lo que pasaría, esta vez sí sujetó con fuerza el cabello de Kagura buscando restringirle la salida.

En ese momento explotó dentro de su boca y su orgasmo se vio acompañado de un gutural gruñido que lo obligó a echar la cabeza hacia atrás, apretando los dientes, asfixiado por el propio ardor de su placer.

Kagura abrió los ojos como platos, sobresaltada, cuando sintió el líquido invadir su boca. Por pura inercia a lo desconocido y al nuevo sabor quiso apartarse, pero Naraku se lo impidió. Él se perdió unos segundos mientras el producto de su orgasmo se disparaba fuera de su cuerpo, y cuando finalmente terminó, satisfecho, enfocó a Kagura directamente, quien lo miraba algo contrariada, confundida, como si no supiera qué hacer.

Aún con su respiración agitada y apenas con aliento, habló y dictó su siguiente órden.

—Sé buena chica y trágalo.

Kagura parpadeó unos instantes, queriendo negarse, pero a la vez la excitante curiosidad la corrompió a un punto inimaginable que no pudo evitar gozar, como si disfrutara vanagloriándose de hacer algo muy malo y perverso.

De a poco comenzó a beberse el líquido que inundaba su boca. Tenía un sabor ligeramente amargo, pero era también un poco dulzón. Un sabor extraño que no se sentía capaz de describir correctamente, pero no era desagradable y no le costó trabajo hacerlo pasar por su garganta hasta que desapareció por completo de su boca.

Cuando Naraku estuvo seguro de que lo había bebido todo, finalmente la soltó y ella se separó de inmediato de él, impulsada por la sorpresa misma de lo que acababa de hacer y buscando desesperadamente algo de aire que regulara su desatinada respiración. Inconscientemente se llevó una mano a la boca y la tapó como si hubiese soltado la puteada de su vida, y recuperando de a poco la claridad mental, aunque no por completo, y se puso de pie ligeramente incómoda por la humedad aún instalada en su entrepierna.

Naraku ya había tenido más tiempo para recuperar la compostura, pero seguía con su actitud y pensamientos enviciados por la lujuria y la imagen de Kagura ante él, peligrosamente cerca, violentamente sonrojada al tiempo que se arreglaba la ropa, cubriendo su parcial desnudez de él como si de pronto un irritante y molesto pudor la hubiese invadido.

—¿Qué rayos fue eso…? —murmuró para sí, sin embargo él pudo escucharla y no tuvo reparos en contestar.

—¿De verdad quieres que te diga una guarrada como esa? —Alzó una ceja, pero ella frunció el ceño casi ofendida. Se descubrió la boca y lo miró con determinación.

—No volverá a pasar —aseguró de golpe, pegando media vuelta dispuesta a irse, completamente fuera de la idea de hacerse arrumacos o avanzar más en esa lujuria vaga y densa que aún los invadía a ambos y se negaba a desaparecer, dejándolos ya en una permanente tensión imposible de desahogar.

No pudo ni dar un paso cuando sintió cómo él la tomaba de la cintura violentamente. Soltó un gemido de sorpresa cuando su peso la llevó a caer al suelo, con él aún detrás, y sin darle tiempo para hablar Naraku la jaló bruscamente del cabello haciendo que echara la cabeza hacia atrás, casi recargándola sobre su hombro.

Una vez que la tuvo en esa posición comenzó a bajar desesperadamente el cuello de su kimono hasta dejar sus pechos expuestos así como su cuello, listo para ser cazado por su ávida boca.

Kagura instintivamente se llevó un brazo a sus senos tratando de cubrirlos, mientras sentía la potente respiración del híbrido chocar contra su nuca y su calor traspasando la barrera de la ropa, pero él le dejó el torso expuesto rodeándola por completo con uno de sus brazos y sosteniéndola con fuerza, al tiempo que la obligaba a ponerse de rodillas con su espalda pegada a su pecho que subía y bajaba con rapidez, impulsado por la agitada respiración que no le permitía pensar con claridad.

También pudo sentir su miembro aún endurecido rozar su trasero y un atisbo de excitación volvió a envolverla, pero estaba demasiado confundida como para poder acceder esta vez a hacer algo mucho más allá de masturbarlo o usar su boca para complacerlo. Era demasiado y no se sentía con las agallas de traspasar aquella frontera que él, claramente, intentaba romper a punta de rabiosas caricias.

—¡¿Qué diablos haces?! —exclamó, pero él apenas la escuchó cuando dirigió su mano libre a uno de sus muslos y comenzó a subir su kimono, dejando sus temblorosas piernas al aire.

No se detuvo para sentir la piel cálida y tersa de sus piernas. Sin perder tiempo introdujo su mano entre ellas. Kagura no tuvo posibilidad de cerrarlas estando arrodillada y con él detrás, pero tampoco pudo evitar soltó un violento gemido cuando sintió como sus dedos rozaban el punto más sensible de su sexo. Estos se deslizaron son suave facilidad sobre él gracias a la humedad que invadía toda la zona. Jadeó con una mezcla de miedo y excitación que no se sentía capaz de contener, pero que tampoco quería que se rompiera, que la frontera que siempre había existido entre ellos fuera ultrajada tan sorpresivamente.

En medio de su descontrol, Naraku le soltó los brazos y llevó una de sus manos hasta uno de sus pechos, y estando ahí acarició el pezón, dedicándose de cuando en cuando a estrujar la firmeza de sus senos, haciendo que Kagura se retorciera contra él, sobre todo cuando su creador buscó su cuello cual bestia contra su presa y comenzó a mordisquearlo.

—¡No, Naraku, suéltame! —exigió a los gritos, pero él no le prestó atención, así que se vio forzada a resistirse con más ahínco al contacto de sus manos sobre su cuerpo—. ¡Que me sueltes, carajo! ¡No quiero hacerlo!

Él, efectivamente, se detuvo, cansado del rechazo de ella. Aún así no la soltó. En su lugar llevó su mano, antes sobre uno de sus pechos, a su mentón, y ahí la obligó a voltear el rostro hacia él.

—¿Por qué? —sentenció con dureza, pero Kagura pudo ver el claro rastro de intensa lujuria que iluminaba sus ojos y eso la perturbó cómo jamás había pensado. Se sintió sin control sobre la situación y eso la aterró.

La mano que estaba entre sus piernas se alejó del sitio y viajó hasta su cabello desordenado y estando ahí, tomó uno de los mechones, como si quisiera jugar con ellos, pero Kagura pudo escuchar cómo él aspiro profundamente el aroma que desprendían.

—Porque no quiero —contestó Kagura firmemente—. No te hagas tantas ilusiones. Sólo fue un bocado, no pienso cogerlo entero.

Naraku dudó unos instantes, casi sin creer el rechazo que ella le mostraba y que no entendía a qué venía. Kagura había estado tan excitada como él mientras hicieron todo eso, y cuando finalmente decidía saciarse con ella, saciar el deseo y la dolorosa tensión que los invadía y exigía a gritos ser calmada, contestaba rotundamente diciendo que no quería. ¿No era acaso ese el aroma que lo llamaba y lo invitaba? Su aroma lo estaba volviendo loco, le nublaba el juicio, pero regresó a la realidad una vez que la volvió a escuchar hablar.

—Dijiste que no me obligarías —murmuró sin sacarle los ojos de encima, ya sudando frío. Realmente no quería hacerlo, todo había sido tan rápido y tan extraño que no se sentía con la suficiente seguridad para acceder como lo habría hecho antes, al menos no con llevar las cosas al punto álgido y con él portándose de esa manera tan salvaje y brutal.

Naraku, furioso e insatisfecho, masculló algo por lo bajo y la soltó de mala gana, poniéndose de pie al tiempo que Kagura se quedaba en el suelo, acomodándose rápidamente la ropa. Vio cómo su amo ocultaba de nuevo su miembro aún erecto debajo de los pantalones, sin pudor alguno, desviando la vista de ella y notablemente molesto. Tenía la boca torcida y las cejas tensas; no tenía pensado rebajarse y rogar para mantener intimidad con ella, esa no era la gracia del asunto.

Y era extraño, francamente. Podía obligarla y reclamarla como mujer, prácticamente la había amenazado con ello, pero algo en la idea de someterla y forzarla no le terminaba de gustar ni de cuadrar por mucho que había fanfarroneado; era como si perdiera toda la gracia, ese erotismo que le nublaba los sentidos, y es que para él lo realmente excitante de la situación no era el tema del sexo como tal, sino la voluntad de sumisión de la otra persona, la misma sumisión que anhelaba ver en aquella sacerdotisa que le provocaba pesadillas y que había desahogado en Kagura, pero ahora que lo rechazaba parecía perder sentido y su deseo prácticamente se iba directo al infierno.

Su sumisión se había quebrado, si es que realmente había logrado someterla por entero, y volvía a esa misma rebeldía de siempre que le recordaba que, en realidad, lo odiaba mucho más de lo que lo deseaba.

No le dijo nada con respecto a su rechazo ni los pensamientos que le cruzaron por la mente como una flecha impregnada en veneno, simplemente se limitó a portarse como si no recordara nada de lo recién acontecido, agobiado de manera rabiosa por una laguna mental artificial e hipócrita.

—Esto nunca pasó, Kagura —ordenó de golpe, sin mirarla.

Aquello fue una órden clara y contundente: a partir de ahora ninguno de los dos tocaría el tema, ni siquiera se atreverían a recordarlo. ¡Aquello había y tenía que ser ignorado del pasado de ambos! Rememorarlo suponía el peligro de volver a caer en ese juego de tensiones e hipócritas desahogos que ninguno de los dos quería admitir en pos de luchar, cada uno, por sus posturas individuales de control y poder.

Ella se puso de pie, acomodándose el largo del kimono y ocultando de inmediato sus piernas. Quiso preguntarle algo más, cualquier cosa, pero no se le ocurrió qué y no quiso tentar más al azar ni seguir jugando con fuego, ya se había quemado lo suficiente.

Respiró con pesadez, nerviosa y confundida, y entonces se dio la vuelta y salió casi corriendo de la habitación, dejando a Naraku solo y más frustrado que nunca.


Oh, bueno… esto.

La idea de esto nació porque traía ganas de escribir un fic donde Kagura de pronto encontrara a Naraku masturbándose. ¡Imagínense, encontrar al Gran Naraku haciendo manualidades! ¡A huevo, con Manuela, qué Kikyō ni qué nada! (?) aunque me tuve que quebrar la cabeza pensando en una justificación más o menos decente del por qué alguien como él haría eso, encima proponiéndole a Kagura terminar el trabajo y encima ella aceptando. Espero que esa parte haya quedado bien y no muy OOC, que traigo esa espinita clavada.

La idea la comenté con xMorgaine y me dio un par de diálogos que prácticamente me obligaron a escribir (—¿Necesitas una mano? —Sólo si eso quieres, Kagura). Me morí, como se pueden imaginar.

Por otro lado, también tenía desde hace meses otra idea donde Kagura terminara desnudándose frente a Naraku y metiéndose a unas aguas termales con él, entonces ambas ideas se fusionaron y de esa forma encontré el pretexto perfecto para intentar crear toda esa tensión sexual entre ellos y llegar a ciertas cosillas que quería, y es que desde hace rato que tenía ganas de escribir una situación donde Kagura masturbara y le diera sexo oral a Naraku (yaaa, déjenme. Son mi OTP, ¿qué esperaban?)

La cosa es que el siguiente capítulo, que es el final, será el de la escena de las aguas termales, se pondrá un poco más subidito de tono que este. Obviamente esto no es un fic profundo ni nada parecido, de hecho intenté que quedara de comedia y al final no quedó así, como que no logró salir una vez que me agarró la inspiración y terminas escribiendo diez putas hojas de una paja y sexo oral descrito a detalle o.ó (aunque no encuentro con qué otro género marcarlo). También espero que la escena no haya quedado muy aburrida o tediosa o incluso irreal; me da la impresión de que sí, pero ya me dirán ustedes.

Es que quise que disfrutaran como perras esos dos (?)

Antes de irme, mil gracias a xMorgaine y Ari's Madness, quienes siempre me aguantan mis jodidas ideas, mis bloqueos y mis preguntas súper random mientras escribo. ¡Muchas gracias, chicas!

También muchas gracias por pasarse a leer y tomarse un tiempo para hacerlo (que son 22 hojas nomas de esto, coño).

[A favor de la Campaña"Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido

Agatha Romaniev