Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Candy Candy son propiedad Kyōko Mizuki, Yumiko Igarashi, Kōdansha y Nakayoshi (Manga), Shun-ichi Yukimuro, Toei Animation y TV Asahi (Anime)
Advertencias:
Basado en la obra del anime.
La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física o psicológica, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.
Notas introductorias:
Este fic surgió a raíz de otro (El honor de un caballero), cuando buscaba el capítulo de la charla entre el Duque y Candy respecto a Terry, vi a esta chica, Luisa y dije… ¿Por qué no?
Sinceramente creo que todas (bueno, y todos también, por si hay algún caballero leyendo) estaremos de acuerdo en que quedaron muchísimos cabos sueltos, como por ejemplo el coma diabético de Elisa al saber que el tío abuelo era el mismo "vagabundo" que pretendía junto con Candy "robar" la fortuna de la familia, pero eso es para otra historia, hoy decidí hacer algo de Neal más profundo de lo que hay… que bueno, tampoco es que haya mucho de este muchacho.
Como lo advertí, no es un fic para toda la familia aunque en sus orígenes la historia de Candy Candy pretendiera que sí, si bien tampoco es una obra malsana y aberrante, solo que no quiero herir sensibilidades sorpresivamente.
Dedicatorias:
Para quienes creen que aún los malos tienen esperanzas.
Un buen Leagan
¿Hasta dónde el miedo puede robarle la ilusión?
Vas a casarte
Como toda madre amorosa no podía evitar mirar con preocupación la forma en la que las horas sin clientes, su hija las pasaba contemplando el acontecer de la ciudad desde la ventana, simulando limpiar las mesas, arreglando las flores y las sillas, pero el paño giraba en cien círculos antes de moverse de lugar.
— ¿Qué hace esa niña? —preguntó su padre bajando la mercancía comprada en el mercado.
—Mira a los paseantes. —respondió la señora con amargura disfrazada —Pobrecilla, comprende que es un verdadero castigo haberse sabido rica y a punto de graduarse de un honorable colegio y ahora estar anclada en un comedor familiar limpiando mesas de quienes en otros días trabajaran para ella.
—Seguramente…
El padre hacía mucho que no retaba a su esposa por los constantes reproches de su ruina económica, bien entendía que no había más culpable que él mismo y su afición al juego, de la que aún no se deslindaba completamente, más su mujer habiendo sufrido de mala manera la debilidad de su carácter, se procuraba por su propia administración la repartición adecuada de dinero para rentas, proveedores y gastos de la vida diaria. La mujer desvió la mirada no soportando ver la desgracia de su hija, que aún después de varios años seguía asolando su ánimo.
—Aún le queda el joven jefe de estación.— murmuró el padre queriendo sonar reconciliador.
—No puedo entretenerme más. — interrumpió la madre consultando su reloj de bolsillo y cotejándolo con el del comedor —Está a punto de sonar la campana del medio día, la mayoría de los trabajadores tienen hora del almuerzo.
Y adoptando un aire solemne, como convenía a una mujer educada en la nobleza, que aún teniendo a su cargo un modesto trabajo no permitiría jamás a la negligencia y holgazanería apoderarse de su día, se alejó hacia la cocina dejando a su marido y la horrorosa propuesta de matrimonio que tanto ella como su hija evadían cada que podían.
Ya daban las tres, el almuerzo había terminado pero las rondas de comida sucedían unas a otras con la llegada de tres navíos de pasajeros en los puertos muy cerca de ahí. El silbido prolongado de los barcos inundaba el ambiente opacando por poco el chocar de platos y hervores de ollas.
Los pasajeros solitarios comían en la barra, los grupos de hombres al fondo del lado izquierdo donde sus comentarios vulgares, así como sus alientos alcohólicos no perturbaran a las familias que ocupaban la derecha, donde el sol iluminaba mejor y las ventanas tenían vista al mar. La joven hija, que en unos meses cumpliría veintitrés años, daba rápidos pasos solo en las mesas familiares, la barra estaba a cargo de su madre, su padre con los hombres, ella preferiría morir que volver a poner un pie en esa sección. Bajaba una charola con filete asado, ensalada de legumbres, patatas y judías cuando una voz a su espalda le causó tal impresión que su corazón se detuvo unos segundos, su rostro palideció, de no ser porque la mesa estaba cerca y pudo apoyarse en ella, se habría desvanecido.
—Buenas tardes, Luisa.
—Eliza…
La joven camarera pegó la charola ya vacía contra su pecho.
—Bu… buenas tardes, señorita Leagan…— se corrigió apenada, sabiendo su posición muy por debajo de la heredera americana, incluso agachó la cabeza.
—No seas tonta Luisa, soy yo, Eliza.
—Lo sé… es solo que…
—Disculpa por no avisarte que venía, ha sido una total grosería, en realidad ha sido muy difícil encontrarte ¡En todos estos años no tuve ni una sola dirección para escribirte! ¡Ni siquiera pude despedirme!
La morena estaba exaltada, el entrecejo fruncido, los puños apretados, la boca tensa, a Luisa mucho le recordó los momentos en que Candy salía triunfante dejando todo plan saboteado. Volvió a bajar la mirada.
—No tuve oportunidad por tu aislamiento… no me permitieron verte.
—Olvídalo. ¿Podemos salir?
Supo enseguida la joven que era por el ambiente coloquial de gente obrera, no se sintió ofendida, más bien comprendió el sentimiento de repudio porque ella misma venía sintiéndolo aún tras tantos años.
—Solo debo avisar a mi mamá.
—Esperó afuera, en el auto.
Apenas la señorita Leagan hubo girado sobre sus talones, Luisa corrió a toda prisa a la cocina, se despojó del delantal y por tres minutos se encerró en el cuarto de baño tratando de acomodar su cabello. Informar a su madre fue lo último que hizo pese a los reproches de su padre sobre la cantidad de clientes que aún quedaban.
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—Ni un solo comentario, Neal. Comprendo perfectamente lo que pudiera pensarse de los harapos de una camarera, pero no olvides primordialmente porqué estamos aquí.
Neal emitió algo como un asentimiento, pero realmente no le importaba, se quedó mirando el puerto a través del cristal del auto. Pocos minutos después, el chofer abría la puerta permitiendo el paso a la joven.
El vestido era corriente, no feo, pero de tela barata, con pocos adornos y de joyas solo tenía unos pequeños pendientes.
Saludó, siento todo decoro y educación, en el interior solo estaban Eliza y Neal.
—Sácanos de este lugar.— dijo la joven aristócrata omitiendo justo a tiempo la palabra "horrible" que estaba por poner entre "este" y "lugar". El auto encendió su motor y Eliza empezó a desplegar la inusual amabilidad que guardaba celosamente para ocasiones especiales, como esa.
—Tanto tiempo, Luisa ¿Cómo lo has pasado? Seguramente terrible, la hermana Margaret me contó lo que sucedió cuando terminó mi aislamiento, ya te imaginarás cómo me sentí yo…
Tomó las manos de Luisa entre las suyas armándose de valor para resistir al contacto áspero y descuidado que en otra persona le habría hecho rehuir enseguida. La verdad respecto a la expulsión de Luisa del colegio San Pablo era un poco más simple y no tan halagadora, Eliza simplemente se había molestado, pero no le preocupó demasiado, en ese entonces se le figuró que Luisa ya no tenía nada para ofrecerle a los Leagan, y no fue sino hasta hacía casi un año cuando se celebró la boda de Archie, que pensó muy seriamente en el destino de la familia. La sangre de los Ardley estaba diluida, contaminada con la de huérfanas del hogar de Pony, y ante tal aberración solo pudo compartir el dolor de la anciana tía abuela Elroy, ya que la decisión estaba tomada, el patriarca de la familia daba su consentimiento y le restaba importancia como si de cualquier insignificancia se tratara.
Pero no era así para ella, estaba harta, completamente abatida por su propia impotencia, por la inferioridad social de los Leagan y la situación no podía permanecer así. ¿Qué era lo que faltaba entonces? ¿Cuál era la sutil diferencia entre un Ardley y un Leagan?
Ella ya tenía la respuesta.
Nunca más un Ardley sería más importante, regresarían a ser inferiores, y no por ella, sino por su propia elección de aceptar basuras en su sangre.
—Me da mucho gusto encontrarte, Luisa, pero no solo por mi.
Eliza se inclinó para susurrarle unas palabras, aunque no tenía realmente mucho sentido porque habló lo suficientemente alto como para que Neal escuchara, y supiera que era el momento de hacer su parte del plan.
—Neal también está muy feliz… no tienes idea de cómo sufrió cuando te marchaste.
A la joven camarera se le subieron los colores al rostro no pudiendo evitar mirar al muchacho que estaba detrás de su amiga, mirándola.
— ¿Verdad, Neal?
Neal por toda respuesta se acomodó en el asiento para mirarla sacando de entre su ropa una caja negra de terciopelo que casi ocasionó un desmayo en Luisa.
— ¡Neal!— chilló Eliza molesta, no debía sacar eso aún, solo tenía que decir algo romántico, el anillo se lo daría hasta que estuvieran en el parque de la casa de verano de los Ardley que la tía abuela le había prestado para tales propósitos, cuando Luisa estuviera arreglada con un vestido de acuerdo a la ocasión, durante la fiesta que ella organizaría por el feliz reencuentro con su amiga.
—Luisa, no quiero volver a perderte, así que antes de que cualquier otra cosa suceda, necesito saber si quisieras casarte conmigo.
Neal había sido tajante, distante del momento soñado que había imaginado Eliza, y ella habría estallado en gritos de furia de no ser porque el objetivo estaba logrado, Luisa la había soltado a ella para tomar a Neal y con lágrimas en los ojos hacía saber su afirmativa respuesta.
Comentarios y aclaraciones:
Creo que este será mi fic favorito de Candy -de los que he escrito yo- espero que también sea de ustedes. Por si no recuerdan a Luisa, pues es una niña de San Pablo, a ella le informan que su padre quebró el mismo día que Candy decide dejar la escuela… eh, no me acuerdo el número de capítulo, lo siento. Era compañera de maldades de Eliza.
¡Gracias por leer!
