Disclaimer:

Los personajes, trama y detalles originales de Bleach son propiedad Tite Kubo, Shūeisha y Shōnen Jump (Manga), Noriyuki Abe, Pierrot y TV Tokyo (Anime)

Advertencias:

Basado en la obra del anime y el manga.

La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física o psicológica, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.

La ubicación temporal: luego de la batalla de invierno, antes de la saga del "Agente perdido".

Notas introductorias:

Incursionando en un terreno nuevo aunque con un tema no tanto. Me baso en el antecedente de la nacionalidad de Chad y aprovecho la mía para tratar de responder a una serie de dudas que tengo respecto a la administración de almas que hace, valga la redundancia, la Sociedad de Almas. ¿Han notado que todos son japoneses? ¿A dónde van las almas que no son niponas? (o españolas que parece ser que todos son Arrancar, o alemanas que son Quincy)

No entremos en detalles filosóficos, pero vamos, me pareció algo curioso que toda la Sociedad de Almas sea japonesa cuando la muerte es un fenómeno mundial, no exclusivo de las islas del sol naciente.

Dedicatorias:

Para todos los lectores mexicanos, latinoamericanos y occidentales en general.

Para quienes creen que Chad no ha sido del todo explotado como personaje.


La moneda de oro

Aquella moneda que colgaba de su cuello contenía más de un secreto, y su propia aventura.


La carta de un extraño

Saltó de la cama para contestar el teléfono, quien fuera que llamara a las tres treinta de la mañana debía de tener una urgencia lo suficientemente poderosa como para no esperar a que fueran cuando menos las siete. La sábana se atoró en su pierna pero salvó la caída poniendo las manos al frente derribando la mesa y alcanzando al vuelo el aparato que iba por el tercer timbrazo.

Atendió la llamada como era costumbre, pero algo de interferencia y un murmullo le hicieron recordar algo que tenía muchos años que no ponía en práctica.

¿Yasutora? — preguntó una mujer bastante confundida que, sin embargo, por el acento y el que no hubiera honorífico, le hizo saber que se trataba de una llamada de larga distancia internacional.

—Sí ¿Quién habla? —inquirió en español algo forzado por el desuso, con el mote de confusión por algo que no esperaba, ni durante el fin del mundo -que ya había vivido, por llamar de alguna manera los desvaríos de Aizen-.

¡Ah! ¡Bendito Dios! Habla Maricarmen, tu tía, la hermana de tu mamá…

—Sí, ya sé — interrumpió antes de que le sacara todo el árbol genealógico para ubicar su parentesco.

Oye mijo ¿Ya recibiste la carta que te mandé?

Chad arqueó una ceja.

—No, aún no.

Ps bueno, ya te hablé, esque necesitamos que te vengas pa'acá, vendimos la casa de mi papá y estábamos sacando sus cosas pa'repartírnoslas y salió una caja que tiene tu nombre.

— ¿Para mí? — preguntó neciamente — ¿No podrían enviarla por correo? Tengo escuela, y trabajo.

Ps ya tratamos pero no se deja la re'cabrona.

— ¿No pasa la aduana?

Hubo un momento de silencio por parte de ella, aunque la interferencia continuaba.

No es eso. Ándale, mira si no quieres venir porque te lo pido yo, ven por tu abuelo. Te dejo porque ya se me acabó el tiempo en la cabina, espero que te llegue la carta, ahí te explico todo, cuídate mijo. Bye.

—A… adiós…

Colgó mirando con recelo el aparato, como si fueran a hablar de nuevo aunque la llamada se había cortado y el pitido lo remarcaba. Se encaminó a la caja del buzón que nunca revisaba, pues no tenía familiares a quienes les interesara escribirle; ni tampoco estaba suscrito a ningún tipo de publicación. Aunque efectivamente, al fondo, entre algunos folletos y basura que metían los niños ociosos; había una carta en sobre largo con el remitente de "María del Carmen de la Rosa Sánchez", domiciliado en México y los pertinentes sellos postales que tenían fecha de hacía unas dos semanas.

Ya con el sueño ahuyentado y la curiosidad picando, fue al desayunador para leer mientras bebía algo de jugo.

Se trataba de tres hojas blancas escritas por ambos lados, empezaba con tinta azul y terminaba con roja, dejando evidentes muestras a finales de la tercera cuartilla que la tinta del primer bolígrafo se estaba acabando.

Al principio se incluía un animoso saludo al que no vio mucho sentido, pues desde que había dejado México, o más concretamente, desde que había muerto su abuelo unos dos meses antes de su partida, no se habían dirigido mucho la palabra. Luego la mujer resumía con que ella y su tío Joaquín habían ganado el lío legal que habían empezado por la herencia del difunto anciano.

Una sensación amarga lo obligó a darle otro trago al jugo. Recordaba los días posteriores a la ceremonia mortuoria y lo mucho que aquello se había convertido en una batalla campal sin importar cuáles hubieran sido los deseos del hombre que era padre de cinco personas que habían montado una horrible escena durante uno de los rezos cuando la hermana mayor sacó por casualidad un reloj de oro que había pertenecido al difunto.

Entonces, tras los párrafos de protocolo, aunaron los detalles sobre cómo tomaron posesión luego de años con abogados y notarios, del dinero del banco, la camioneta, la finca, los terrenos de siembra y por supuesto; la casa con todo lo que había adentro y a la que debieron llenar de candados para evitar algún saqueo. Al reverso de la segunda hoja finalmente aparecía lo que importaba respecto a su olvidada persona en cuanto a lo que concernía a parientes mexicanos: la caja.

Honestamente, al principio no pensaban dársela, pasaría a manos de su desconocido primo Juan Carlos, pero lo último que supieron de él, fue un grito, y para cuando sus padres subieron a verlo, yacía muerto en el piso de su habitación.

Tras los eventos funerarios del muchacho parecieron dejar de lado la susodicha caja hasta que nuevamente se hicieron las reparticiones de pertenencias, yendo esta a parar a casa de otra prima, aunque la falta de interés por tan misteriosa y antigua herencia la dejó olvidada en alguna esquina de su habitación; originalmente planeando arrojarla a la basura apenas se pasara el asunto "de obsequio", por aquello de la solidaridad y respeto al fallecido.

No obstante, un día, sin más, se inició un incendio en la habitación que pudo ser controlado pero, quedaba en manifiesto que algo poco normal acontecía con el paquete que ya había sido abierto.

La familia acordó que se desharían de eso sin importar el contenido, que entre otras cosas incluía una colección de monedas de níquel y cobre sin más valor que el histórico, un escapulario de Nuestra señora del Carmen, un rosario católico de ámbar, una herradura de caballo, un amuleto de "la mano de Fátima" y pequeños "puños" de diferentes cuarzos de colores; algunos misales, un espejo con marco de plata, unas tijeras de sastre y un Cristo de madera.

Entre las líneas que le costaba trabajo leer -y el hecho poco tenía que ver con la legibilidad caligráfica, que en realidad era buena-, la mujer le confesaba que ella misma llevó a su casa el Cristo, encontrándolo en el suelo a la mañana siguiente luego de colocarlo, y sin importar el método para fijarlo en la pared junto a los otros Santos de su devoción, siempre terminaba en el suelo. En una ocasión incluso parecía haber sido arrancado con tal fuerza que se desprendió un trozo de tabique con él.

Las monedas habían ido a parar con un comprador de chatarra que las devolvió unos días después jurando que por las noches "jugaban con ellas", y quedaban dispersas en el suelo. Y sobre el espejo, una horrorizada tía apalabraba que había visto al diablo en él.

Pronto, todas las pertenencias habían regresado a la caja. Alguien sugirió que para desaparecerla, solo había que arrojarla a la basura o quemarla, pero despertó tanto terror en la familia que optaron por lo primero que debieron hacer: enviarla a su legítimo heredero. La situación era ¿A dónde enviarla?

Desconocían completamente el paradero del muchacho tras haber dejado México al terminar la primaria, realmente a nadie le importó lo que fuera de él, pues los cinco hijos de Oscar Joaquín de la Rosa se disputaban las propiedades y pertenencias olvidándose de que Yasutora Sado no tenia quien cuidara de él, así que el niño decidió escribir a la familia de su padre pidiéndoles con desesperación que lo llevaran a Japón.

Quizás, la última vez que vio a su tía -la que le escribía- fue en el funeral del abuelo. Ni siquiera podía acordarse quién lo llevó al aeropuerto o quién le arreglo los papeles para que pudiera viajar solo siendo menor de edad. Aunque tampoco le preocupaba de sobremanera, y siendo sincero consigo mismo, no había pensado en ninguna de esas personas así como estaba seguro que ellos tampoco pensaban en él; al menos hasta esos momentos en que el jugo se le revolvía en el estómago.

Continuó leyendo, la única explicación que daban para haber descubierto su dirección y número de teléfono era por un detective privado con una foto suya, y que el hombre había tenido un trabajo muy fácil, por lo drástico que contrastaba el muchacho entre los demás japoneses.

Su tía estaba completamente segura de que la caja traía consigo el alma de su abuelo quien se empeñaba en qué él la tuviera.

No negaba que por alguna razón creía que había algo de verdad en esas palabras, salvo porque él dudaba que fuera específicamente el espíritu de su abuelo, pues el hombre siempre había sido amable y en extremo respetuoso de la vida, sencillamente no lo imaginaba matando a dos de sus nietos ni en su forma Hollow -que era, en su opinión, aún más improbable-, pues de haberse convertido en uno; no habría hecho distinción al momento de asesinarlos ni hubieran sido únicamente dos personas en casi un año que había durado el tiempo para encontrarlo.

Meditó los motivos para que un alma humana se convirtiera en Hollow, no quería pensarlo, no le gustaba imaginarlo. Las palmas de las manos le trasudaban y por nervios se llevó la mano derecha a la boca sujetando su mentón con fuerza.

Los últimos párrafos relataban otra tragedia, cuando el transporte de la oficina de correos de la ciudad iba camino al aeropuerto internacional, la camioneta se volcó muriendo el chofer y siendo la caja el único paquete encontrado; fue devuelto al remitente pues el destinatario había quedado ilegible manchándose de sangre y aceite.

Suspiró con pesadez, iba a ir, era un hecho, y como bien había previsto su tía, no por ella, sino por él, por su abuelo, por cumplir una voluntad que nadie más quiso atender ni porque fueran sus propios hijos. Además, era obvio que si no se daba prisa, alguien más terminaría afectado de mala manera.

Económicamente no tendría problemas, un hecho bien sabido era que México era un país absurdamente viable para cualquier presupuesto extranjero, tampoco era como si se fuera a vivir por tiempo indefinido; un fin de semana estaría perfecto solo para recoger lo que era suyo y ya. De cualquier forma, estaba en condiciones de lidiar con ese algo conflictivo por si quería dar problemas en el viaje. Nada que un buen puñetazo no lo pusiera en su lugar.

Bajó las hojas sin leer lo que pareció una forzada despedida, dejó de torturar su mentón y estiró los musculosos brazos hacia arriba.

No era posible, su abuelo no se podía haber convertido en un Hollow…

Siendo las cuatro con quince minutos y sin nada más que hacer siendo jueves, decidió preparar sus cosas, en un rato más llamaría para reservar el vuelo. Llamaría a su jefe para pedir permiso de faltar al trabajo y a sus amigos para que no lo buscaran; igual si se iba sin avisar lo darían por secuestrado, uno nunca sabía y ya habían conocido a todos los tipos de locos habidos y por haber. Solo llamaría a Ichigo… y a Inoue, Ishida no se alteraría tanto pero le mandaría un mensaje de cualquier forma.

Dobló las hojas de la carta guardándolas en un cajón de la cocina.

Realmente no había pensado regresar y menos tan abruptamente.


Comentarios y aclaraciones:

La verdad es que ni yo misma sé qué decir, es funcional, tengo mi argumento, pero no niego que es demasiado nuevo mezclar así lo conocido y lo desconocido. De corazón espero su opinión al respecto.

¡Gracias por leer!