Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Labyrinth (Laberinto/Dentro del Laberinto) son propiedad de Jim Henson, Lucasfilm, The Delphi V Productions y TriStar Pictures (película) y A. C. H. Smith (novelización).
David Bowie y Jennifer Connelly son y serán para toda la posteridad la inspiración para Jareth y Sarah.
Advertencias:
Basado en la obra de la película y la novelización.
La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física o psicológica o contenido de índole sexual en determinado momento, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.
Notas introductorias:
En lo personal odio cuando toda buena historia fantástica es al final "solo un sueño" y todo en la habitación de Sarah indicaba eso, me rehusé a creerlo por la aparición de la lechuza blanca mirando por la ventana, pero entonces todo se volvía confuso, que si Jareth había creado ese mundo solo para ella o no, la cosa es, que se me ocurrió algo peculiar…
Dedicatorias:
Para quienes creen en magia, y guardan un poco de oscura esperanza.
La reina del Laberinto
Sarah había imaginado todo, eso era un hecho; el laberinto era una maqueta, sus amigos modelos de peluche, Jareth había sido recortado de una revista y todos los diálogos venían del libro.
Capítulo I
Erase una vez…
—La política industrial abolicionista que proponía el norte…
Sarah había perdido el hilo de la clase en algún momento, parpadeó rápido para salir del letargo momentáneo en el que se había inducido tras rayar en su cuaderno un garabato de formas básicas de similitud extraordinaria con Ludo.
Terminando de repasar con la tinta del bolígrafo aquél dibujo, suspiró, tendría que ir a la biblioteca para buscar información sobre la guerra de secesión porque no había captado mucho de los cuarenta minutos de clases que iban.
Ludo…
Arrugó las cejas sintiendo los ojos acuosos y un nudo en su garganta que amenazaba con desbordar en llanto ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un año?
—Señorita Williams.
La voz del maestro la volvió a colocar dentro del aula, muy lejos de los pasillos del laberinto.
—Sal por favor — indicó adelantándose para abrir la puerta mientras ella recogía sus cosas. Sarah desvió la mirada ante el murmullo de la clase, cruzó el umbral y detrás de ella el maestro llenaba un pase de salida.
—Ve por favor con la señorita Jane.
—Estoy bien.
—No, no lo estás. Sarah, por favor, completa las sesiones ¿Si?
Ella asintió, tomó el pase y se alejó por el pasillo con la mochila al hombro.
No era real. No había pasado, todo fue un sueño. Ni Ludo ni Hoggle, ni Sir Didymus, ni Ambrosius existían, no eran más que muñecos que había regalado a Toby para dejar de torturarse frente al espejo esperando que regresaran cuando los llamaba tal y como lo habían prometido, pero nunca había siquiera un reflejo de ellos en el cristal. No eran reales, tan solo un producto de su imaginación, una advertencia de lo lejos que llegaba con su fantasía tan…
Absurda.
Cursaba el décimo grado y su promedio estaba por debajo de la media, apenas podía concentrarse, casi siempre terminaba llorando en los servicios porque la vivencia más extraordinaria que había tenido no era más que un producto de su imaginación, y nunca era capaz de asistir a más de dos sesiones seguidas con la señorita Jane, la directora del departamento de Psicología.
Obedientemente llegó a la oficina que se señalaba como la que buscaba por la placa metálica a un costado de la puerta, llamó dando dos golpes y entró cuando se le permitió.
—Realmente me sorprende verte, Sarah. Creí que estarías aquí hasta la próxima semana, tal vez.
La joven se encogió de hombros atendiendo la indicación para que ocupase la silla de visitas que era un cómodo sillón rojo, algo desgastado pero perfectamente limpio. Dejó la mochila sobre el suelo a un lado, no muy lejos por si de pronto decidía marcharse ofendida tras escuchar una vez más el sermón de la madurez y las responsabilidades del mundo real.
— ¿Cómo están tus padres? — preguntó la mujer acomodando los papeles que había estado leyendo anteriormente para desplazarlos y sacar el expediente de Sarah.
—Bien — pero su respuesta no era del todo segura. Trataba de no pelear mucho con su madrastra, de llevarse bien con Toby -aunque seguía siendo llorón-, de no ser una preocupación para su padre, así que llevaba bien el papel que interpretaba a la muchacha renovada y con gran crecimiento espiritual en la que se había convertido en los días inmediatos a… al sueño del laberinto.
—Me alegra ¿gustas una galleta? — ofreció de un paquete metálico que había sacado del escritorio.
—Gracias.
La tomó aunque no tenía hambre, y le dio una mordida descubriendo que el nudo que tenía en la garganta se rehusaba a dejarla tragar.
— ¿Otra vez el laberinto? — volvió a preguntar la mujer enlazando las manos para recargar el mentón en ellas.
—No.
—Tranquila, Sarah, todos los chicos pasan por una transición así, algunos un poco más difíciles que otros, pero es normal.
—Sí.
—A mi me resulta realmente interesante, Sarah, que sea un laberinto. Desde la primera vez que hablamos me he interesado mucho en ello, su significado y construcción son realmente complejos.
—Señorita Jane, yo… yo de verdad estoy bien, el señor Blanc exagera, solo me distraje un poco.
—Bien, si tú lo crees así… Tengo algo tuyo.
Enseguida volvió a abrir esa gaveta de donde salía todo tipo de cosas extra oficiales, como la comida, por ejemplo. Y de ahí sacó un pequeño libro de pastas duras color rojo y cuyas letras grabadas escribían "Laberinto".
—Ya lo terminé. Es muy bonito.
Sarah bajo el rostro tendiendo la mano para recibirlo.
—No me gusta el final — dijo con una seguridad que no había sentido en mucho tiempo al hablar.
— ¿Lo cambiarias?
—Sí.
— ¿Dejarías que la muchacha aceptara la propuesta del Rey?
No respondió. La habían enviado con ella a principios del noveno grado, y se había visto en la necesidad, tras varias sesiones de insistencia, de contarle la travesía del laberinto, omitiendo algunos detalles que no creyó convenientes que supiera, como la última declaración de Jareth antes de que ella pronunciara las palabras que colapsaron el castillo.
—Bueno, Sarah.
La chica apretó inconscientemente la quijada, odiaba que usara tanto su nombre, como si hubiera alguien más con quien pudiera confundir el diálogo, o si ella misma no supiera cómo se llamaba. La señorita Jane por sí misma tampoco le agradaba mucho, pero no podía decir que la odiaba, aunque parte de la angustia y el sentimiento de volverse loca era gracias a ella que había sembrado muy profundamente la idea de que todo había sido un complejo sueño que significaba su transición de niña a mujer, comparándola constantemente con "Alicia" y "Dorothy", lo que la llevaba inevitablemente a sentirse más tonta por haber creído en los primeros días que había sido real.
—Pienso que, de haber aceptado, se perdería de ella la cualidad que atrajo al Rey: la jovencita que nadie controla.
La dejó dar su explicación sobre lo que representaba cada personaje a nivel psicológico pero desvió su atención hacia la ventana.
Si la muchacha aceptara la propuesta del rey.
¿Qué habría pasado? ¿Se habría quedado en el castillo para siempre? ¿Sería la Reina? ¿Qué habría hecho de ser así?
La reina del laberinto. La reina de los goblins. La reina de Jareth.
Supo que estaba sonrojada porque sintió el calor en sus mejillas. Ella no había tenido novio, ni antes, ni después de esa noche, y no porque considerara poco importante el asunto, toda princesa tiene a su príncipe, imaginario o de revista. Volvió los ojos a los adornos del escritorio pensando con amargura que David Bowie la miraría como quien ve a una loca en cuanto ella se le abalanzara acusándolo de ser el Rey de los Goblins.
Y con eso no quedaba duda alguna. Cerró los ojos repitiéndose la idea que sofocaba sus esperanzas de encontrarse en un mundo mágico, así como le hacía doler el pecho el comprender que los únicos amigos que había hecho con facilidad, no eran más que proyecciones de sus muñecos de peluche: todo había sido un sueño.
No existía la ciudad de los goblins porque ella no era ningún tipo de dios creador que por solo haberlo imaginado, su pensamiento se volvía una realidad irrefutable.
No existía el laberinto porque la maqueta se la había regalado su padre en su cumpleaños nueve, no había sido creada por Jareth, sino por algún diseñador de WoodToys.
Y no existía Jareth porque difícilmente una estrella rock tendría una doble vida que conseguía ocultar muy exitosamente de los paparazzi que le seguían a sol y sombra.
La campana que marcaba el término de clases se escuchó junto con el barbullo de los demás alumnos que se precipitaban a la salida. Sarah levantó la vista sobresaltada por el ruido que había cortado abruptamente el monólogo de la mujer.
— ¿Puedo irme?
—Sí, Sarah.
Recogió su libro, tomó su mochila y en dos saltos alcanzó la puerta para retirarse uniéndose al tumulto camino a la puerta principal.
— ¡Sarah!
Escuchó la voz familiar y trató de buscar con la mirada a quién pertenecía.
— ¡Sarah!
No podía detenerse, el mismo avance de todos la empujaba. Las vacaciones se habían hecho esperar con un clima pesado y caluroso, pero finalmente era el último día y no habría poder humano que retuviera un minuto más a alguno de ellos.
— ¡Sarah!
Finalmente dio con la menuda muchacha que agitaba por encima de su cabeza un cuaderno amarillo y la llamaba con casi desesperación. Sarah luchó contra la corriente humana para alcanzarla, juntas se refugiaron en el servicio de mujeres donde además de estar más fresco, no había tanta gente.
—Dejaste esto en el salón — dijo la chica entregándole el cuaderno.
—Gracias.
—Sabes, mi padre está organizando un campamento de arte en San Francisco ¿No quisieras asistir?
—No creo que sea buena idea. Es algo lejos.
— ¿Por qué? Dibujas bien y además, entendía que serviría de referencia para la universidad. Piénsalo, tienes mi número puedes llamarme durante el fin de semana, no saldré.
Pero no le dejó responder, ella ya se había unido a los que quedaban por salir. Sarah giró la mochila que estaba a su espalda para meter las cosas que le habían sido devueltas y por primera vez, en varios meses, pudo mirar a detalle el libro que le había sido "confiscado".
Era tan extraño ver algo conocido tras un tiempo de ausencia, por un instante sintió como si ya no le perteneciera, como si todo lo que una vez le hubiese unido a él, se hubiera esfumado convirtiéndolo en un objeto más, lejos de todo sentimiento que en otros tiempos albergara sus sueños. Ya no era más un artilugio mágico, era papel, cartón, cuero y tinta: un libro.
El titulo empezaba a desteñirse a causa del uso, pero el grabado dejaría por siempre marcado el nombre al menos hasta que perdiera las pastas. Las hojas ya no eran tan blancas y las sintió rígidas, abandonadas. Mientras hojeaba, buscando si aquella mujer había hecho alguna anotación doblado alguna hoja, o tal vez abandonado un separador, se preguntó por vez primera algo que todo niño ignora olímpicamente, algo que no se había molestado en indagar porque nunca le había interesado: los datos técnicos del libro.
La primera página estaba en blanco, era la prolongación de la guarda y solo había una pequeña firma en tinta negra en la esquina que, sabía, era de su madre junto con la fecha de compra, una tradición de la anterior señora Williams que ella misma había heredado. La portadilla tenía solo con letras góticas "Laberinto" al igual que la cubierta pero sin el marco decorado, y la portada repetía el título, bajo este, dos iniciales casi desapareciendo: R. G.
Ese debía ser el nombre del autor, o autora.
¿Quién era R. G.? ¿Quién tenía la culpa de que se pasara los días soñando despierta con pasajes de su cuento?
De pronto, una pequeña emoción se albergó en su estómago subiendo hasta su pecho, abrió mucho los ojos solo de pensar en una idea tan disparatada como genial, tan absurda como lógica.
Meses atrás, la señorita Jane le había sugerido escribir a detalle lo ocurrido en el sueño para que pudieran interpretarlo juntas, y había empezado el proyecto aunque le daba largas para que la mujer no lo leyera, y a medida que avanzaba, se percataba pues, de que había un sinnúmero de pequeños momentos que, para alguien que ha tenido solo un sueño, sería imposible describir.
Ya había tratado de hacerlo con sueños posteriores, pero ninguno le daba la exactitud del laberinto.
Bien podría deberse esa exactitud a que todo era un diseño que había entretejido desde pequeña, pero si su padre que había leído los dos primeros capítulos le había dicho que lo publicarían al terminarlo, podría ser…
Muchos cuentos eran extensiones de vivencias y sueños. Creaciones que dejaban pequeños fragmentos de la vida del autor colándose en la trama y los personajes, si había alguien que podía decirle si el Laberinto era un sueño o no, era R. G.
Tomó el libro acercándoselo hasta la boca.
—Sarah Williams, estás completamente loca.
Y debía estarlo porque tal vez R. G. estaría ya muerto, o muerta. Sacudió la cabeza desechando esa estúpida idea. Guardó todo en su mochila y salió corriendo antes de que perdiera el autobús.
Comentarios y aclaraciones:
Pues de momento, solo les repetiré que me traumatiza la idea de que haya sido solo un sueño…
¡Gracias por leer!
