El incesante zumbido que insistía cada mañana a la misma hora despertó al moreno que amanecía entre desordenadas sábanas. No dudó en acabar con el ruido deslizando su yema por la pantalla de su teléfono móvil, dando paso a la habitual calmada habitación, comenzando un nuevo día en la vida de Sousuke Yamazaki.

Suspiró fatigosamente, queriendo disfrutar un rato más de la calidez que desprendía su cama, repitiendo su rutina otro día más. Se duchó en menos de cinco minutos, y vistió el elegante y costoso traje que guardaba en una percha sin pliegue alguno en su gran armario. Saludó a sus dos sirvientes que, erguidos, le esperaban en el comedor para comenzar a servirle su desayuno. El moreno comió en silencio y, sin entretenerse demasiado, cogió las llaves de su coche y se dirigió a la empresa Samezuka donde le aguardaba su despacho.

—¡Buenos días Yamazaki-senpai!

Sousuke se limitó a inclinar la cabeza en cuanto vio cómo diariamente algunos trabajadores le solían recibir. Era normal que se dirigiesen a él con aquel sobrenombre puesto que ocupaba un alto cargo como jefe de ventas de coches Samezuka -aunque esto no le hacía mucha gracia, ya que le llegaba a resultar algo tedioso-.

Su semblante serio acompañado con sus andares firmes reflejaban la actitud severa y trabajadora que Sousuke poseía, así que se limitaban a saludarle al verle pasar, sin siquiera plantearse mantener una conversación a tan tempranas horas con alguien que posiblemente les diría que se apartasen de su camino lo más rápido que pudieran. Todos, menos Rin Matsuoka, jefe del departamento de marketing y fiel compañero, que lograba sacarle de su rutina sin ningún esfuerzo más que una afilada sonrisa.

—¡Qué buen día hace hoy para trabajar! ¿Verdad, Sou?

Yamazaki miró el rostro pícaro que portaba su amigo apoyado en la entrada de su despacho y, sin contestar a su pregunta, abrió la puerta y se adentró en él, con un pelirrojo sonriente detrás.

Se sentó en la silla de oscuro color y, ordenando algunos papeles que se encontraban esparcidos por la mesa, dirigió su mirada hacia el oji-rubí, que yacía expectante de pie, aguardando como si de un perro tratase. Un perro grande y molesto, de los que cuando dormías aprovechaban para morderte las zapatillas y te pedían, mediante gruñidos, que les dieras atención constante. Cabe decir que Sousuke no poseía una mascota, con Rin y sus comparaciones ya tenía más que suficiente.

En un intento de alzar una ceja, le indicó que hablase, pues el de sonrisa afilada seguía en su misma posición, sin captar el gesto de su amigo y al mismo tiempo consiguiendo exasperarlo.

—¿No tienes que trabajar...? —comenzó a preguntar, invitándole indirectamente hacia la salida y que, por favor, cerrase detrás. Aunque el último mensaje no supo si lo cogería o no.

—¿Esas son tus palabras? ¡Arriba, que es lunes! ¡Quita esa cara de muerto que llevas!

—Me extraña que estés de tan buen humor un lunes...

—¿Qué? ¿No puedo estar con una sonrisa de buena mañana? No todos somos como tú, Sousuke.

El mencionado rodó los ojos y no le quedó más que suspirar al ir descubriendo el por qué de su energético aspecto, claro que no le diría lo que tenía en mente porque no consideraba que era hora de escucharle parlotear sobre ya sabía quién, y, siendo las ocho en punto de un maravilloso día, Yamazaki se vio obligado a forzar una sonrisa.

—Bien, sal de mi despacho —dicho esto, deshizo cualquier rastro de simpatía y dirigió su mirada hacia el ordenador, que encendió al instante. Ignoró los comentarios de su amigo -al parecer, enfadado— y, al ver que este no le prestaba atención, decidió recurrir a otro método.

—Oye, ¿ese no es Nitori...?

En el momento en el que el pelirrojo escuchó su nombre, una ráfaga de aire gélido le recorrió toda la espalda, cambiando su burlesco rostro por una mueca más asustada. Con débiles y torpes balbuceos, Rin consiguió despedirse, corriendo hasta su puesto de trabajo y dejando, al fin, a Yamazaki trabajar en calma.

Su amistad con el oji-rubí nació hace un par de años, cuando el protagonista apenas comenzaba a trabajar en la empresa. Matsuoka entró al mismo tiempo que él, cuando apenas la compañía era tan conocida como lo era ahora y todavía la gobernaba su antiguo jefe. Ambos, a pesar de ser de diferentes departamentos, coincidían en los descansos, y Rin, con la excusa que los dos eran nuevos en el oficio, decidió acercarse a Sousuke con la mera intención de forjar, al menos, una amistad en su trabajo. Cuando ingresó, al verse tan estresado por el cambio, Yamazaki se cerró a todo tipo de contacto para no tener la más mínima distracción y así poder progresar en su rama lo antes posible para no ir tan atrasado con sus superiores pero, a medida que Rin se relacionaba con él y le soltaba cualquier bobada que se le ocurría, el moreno no tuvo más opción que contestarle.

Su amistad no surgió de la nada, al principio sólo eran breves conversaciones que no iban más allá del clima que hacía o alguna que otra broma sobre los proyectos que realizaban, sin embargo, mientras los días pasaban las dos palabras que compartían crecían a cuatro y lo que eran bromas y el clima pasaron a ser las quejas y sucesos que ocurrían ajenos a su vida laboral. En apenas tres meses, el pelirrojo había conseguido el número de móvil de Sousuke y, como consecuencia, éste le fue arrastrado múltiples de veces a salir de su casa con el fin de desahogarse y pasar un buen rato juntos, según le decía Rin.

Sousuke jamás lo diría en voz alta, pero agradecía que Matsuoka hubiese entrado en su vida, ya que, los múltiples logros que cometía en el trabajo, habían sido gracias a él.

Posiblemente si el pelirrojo nunca se le hubiese acercado, Yamazaki seguiría atrapado en su estrés y las ansias por crecer rápido. No lo sabía a ciencia cierta, pero así pensaba él de Rin. Alguien que le enseñó a tomarse las cosas con calma cuando era necesario y que también la diversión era apta aunque tuvieses un serio trabajo.

Aunque, claro, eso Rin jamás lo sabría.

No supo contar las diversas llamadas que hizo para comprobar y encargar los materiales, ni tampoco cuando le tocó comer dentro de su despacho, teniendo que disculparse con su amigo por la gran cantidad de trabajo que tenía nada más iniciar la semana, ni cuando fue que de pasar de las ocho de la mañana fueron las nueve de la noche. Trece horas encerrado en una habitación de cuatro paredes. Trece horas contestando amablemente a gente y recibiendo malas noticias de por medio, relacionadas con el retraso de algunas piezas. En situaciones como ésas, Sousuke pensaba que se ahogaría y moriría ahí dentro.

A veces pensaba que pasar demasiado tiempo con Matsuoka le volvía el exagerado que es ahora.

El moreno, completamente agotado, vio que su trabajo por hoy había finalizado, y crujiendo sus nudillos y estirando los músculos de su espalda, se percató de las altas horas que eran y, sin poder evitarlo, un suspiro se escapó de sus labios.

Seguidamente, recogió sus cosas en silencio para después atravesar el sobrio pasillo, debido a las escasas luces encendidas, puesto que, a aquellas horas, poca gente se albergaba en la empresa -posiblemente el jefe, su secretario y él- y se dirigió directamente hacia la salida, queriendo abandonar el lugar cuanto antes, y cuál fue su sorpresa al encontrarse con que aquel clima soleado de la mañana se había tranformado drásticamente en una lluviosa tarde. El moreno, al verse en tal situación, decidió volver sobre us pasos en busca de un paraguas que guardan en su despacho.

Andando por los pasillos, escuchó voces y extraños sonidos provenientes de la oficina donde se hallaba su jefe pero, al pensar que eso a él ni le iba ni le venía, pasó de largo y encontró lo que estaba buscando.

Después de coger el objeto, lo abrió y, a paso ligero, se adentró en su coche. Se abrochó el cinturón, metió la llave y arrancó. Y arrancó. Y vovió a arrancar. Pero nada distinto sucedía. Sousuke, exasperado, frunció el ceño, ¿qué se suponía que le ocurría?

—Joder... —maldijo.

El vehículo, por alguna extraña razón, seguía sin ejercer su función, acabando con la poca paciencia que poseía el moreno ante el tan ajetreado día que se le había venido encima. Golpeó el volante con furia y salió de él sin importarle que su costoso traje se empapase de aquellas gotas de agua que caían incesantes. Estando fuera, abrió de nuevo el paraguas con torpeza, consiguiendo -para su mala suerte- que la tela de éste se rasgase debido a la fuerza que empleó e, inútilmente, se refugió de la lluvia bajo él.

Con la sombrilla rota, un atuendo mojado y un coche que no arrancaba, Sousuke se dijo a sí mismo que aquel no era su día.

Decidió andar por la acera hasta llegar a la estación de metro más cercana e irse a su casa cuanto antes, para así acabar con esa desastrosa jornada. Su rostro, contraído por el enfado, miraba hacia adelante sin preocuparle si alguien que estuviese en la calle le dirigiese la mirada, despreocupado por la patética imagen que ofrecía, pero sus pasos fueron cesando el ritmo al visualizar cómo un chico de aspecto juvenil intentaba estrepitosamente construir una casa con cartón del contenedor para -lo que pudo distinguir- un gato, sin importarle que sus ropas terminasen empapadas.

Pensó que lo único que le faltaba era fijarse en cómo un desconocido cometía semejante estupidez. Era el blanco perfecto para que Sousuke descargase toda la ira que llevaba consigo. Y así lo hizo.

Se acercó a él a pasos veloces y, cuando estuvo a escasos centímetros de él, le miró desde arriba como si de un Dios se tratase, contemplando la coronilla verde oliva oscura, debido a que su cabello se encontraba mojado. No pronunció palabra, ni siquiera se movió, hasta que el chico decidió levantar su mirada y unir aquellos verdes ojos con los suyos color cían.

—¿Hola...? —preguntó el joven, añadiendo seguidamente una sonrisa amigable en su rostro.

No sabía por qué, pero ese gesto exasperó a Yamazaki.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó con dureza.

—¿Qué...? —dijo desconcertado.

El rostro del de cabello verde oliva reflejó cierta sorpresa.

—¿Por qué cojones le estás haciendo una casa a un gato? ¿Es que no sabes que tus esfuerzos son inútiles, que en el momento que te vayas el animal se va a ir y se va a mojar? ¿Que te estás empapando como un estúpido por una tontería?

Sousuke sabía que estaba mal, que no debía decirle eso a un desconocido no sólo porque, como bien decía la palabra, no lo conocía sino que también, por esa misma razón, podía sacar un cuchillo de la nada y clavárselo en el pecho cuando menos se lo esperase, pero en esos instantes había perdido el poco sentido común que poseía como para replantearse las cosas dos veces.

—¿Sabes? He tenido un día de mierda. Me he pasado todo el día trabajando sin poder levantar si quiera mi maldito culo de la silla para que, mágicamente, cuando salga comience a llover y se me estropee el jodido coche. Y ahora te veo a ti, un chico que juega con cartón a ser un alma caritativa que sólo hace que me irrite más.

El nombrado, aún estando de rodillas y escuchando todo aquello que le decía el moreno, volvió a sonreír achinando sus ojos.

—Bueno, no me considero un alma caritativa como tú dices, pero con que un animal venga aquí y se refugie del frío me sobra. Solo lo hago porque lo veo necesario, y me hace feliz —le contestó amablemente, logrando aumentar su mal humor.

Ante el comentario, la escena se vio envuelta en un silencio en el que lo único que se escuchaban eran las gotas de agua golpeando el asfalto y algún que otro coche circulando por aquella peligrosa carretera. Ninguno pronunció nada más. Sousuke, porque se sentía patético al haberse desahogado con un desconocido y, el joven, bueno, el joven tenía razones de sobra para no querer entablar más conversación.

Sin pensárselo dos veces, Yamazaki giró sobre sus talones y prosiguió con su camino hacia la estación de metro, con su traje mojado, su paraguas roto, su rostro contraído y su dignidad por los suelos.