Para los que me conocen: Ya sé, ya sé, otra historia cuando tengo muchas que no he terminado (en verdad que no tienes vergüenza), para los que no me conocen, les presento al Señor Paréntesis, la manifestación de mis pensamientos más petulantes y soberbios (Querrás decir tus mejores pensamientos), ¿Lo ven? Tiendo a pelearme conmigo mismo, no me presten atención, y eso que no soy un Géminis (Si lo fueras tus historias serían de lo peor). En fin, ignoremos al de los paréntesis.
Los que me conocen saben que mi especialidad es trabajar con Milo de Escorpio como protagonista de mis historias, pero eso ya se está haciendo viejo, tengo muchas historias de él todavía que tengo que terminar, pero hay veces en las que simplemente quiero concentrarme en otros personajes (Ni tú te la crees), silencio Señor Paréntesis. Mis historias son, en su mayoría, sombrías y llenas de desesperanza como cualquier comedia griega (Y por comedia no se refiere a risas, se refiere al origen de la palabra comedia como una tragedia). Así es, lo que me lleva a querer escribir historias como: "Guerras de Troya", que ya estoy trabajando en continuar. Historias con un fin mitológico. Pero lo que no he logrado hacer es sacar a Milo de la ecuación y darle el protagonismo que se merecen a los demás. Además de que algunos han comenzado a llamar mi favoritismo por Milo irreal y sin bases, pero esos son los que solo han visto la serie de anime y no han leído los mangas (Divagas, ve al punto). Perdón, perdón.
El punto es, que ya llevo tiempo queriendo explorar el pasado de todos los caballeros dorados, y ese deseo se ha visto intensificado por la serie de "Soul of Gold", que en mi opinión está buena, no excelente, pero sí buena. Es por eso que he decidido escribir mi versión del pasado de los dorados, recabando toda la información posible de mangas y otras fuentes, juguetes, videojuegos, etc. Todo lo que me dé información, ya hasta leí: "La historia secreta de Excalibur", y estuve a punto de vomitar con: "El amor de Athena", el punto es que considero que estoy bien documentado para escribir esto. (Y después de semejante sumario sin sentido, ya es hora de que les digas el verdadero punto). Ya voy, ya voy, soy artísticamente apasionado, por Dios.
Comenzaremos esta locura con la historia de Mu, y cuando esta se termine continuaremos con Aldebarán, y así sucesivamente. Mis lectores fieles saben que el pasado de Milo ya lo he escrito antes y de una vez les prometo que no será el mismo. Para mí todos los dorados son importantes, hasta Máscara Mortal y Afrodita, que Afrodita cada vez se gana más mi respeto. En fin, en sus inicios esta historia trata exclusivamente de Mu como protagonista, espero lo disfruten.
(Advertencia: Debido al arco argumental que planea el autor de esta obra, y a la existencia de dos pasados: "The Lost Canvas" y "Next Dimension", con la finalidad de no entrar en ningún incumplimiento con la obra de Kurumada que está sin terminar, esta obra tomará como pasado oficial de esta historia a: "The Lost Canvas". Como segunda advertencia, y de igual manera por el arco argumental, existe la necesidad de tener personajes originales creados para el seguimiento de la serie. Dichos personajes no serán abusados en su nivel protagónico, ni serán interpretaciones del autor y sus amigos dentro de la historia, serán personajes estéticos creados para el correcto seguimiento de la historia).
NOTA: El sumario general de la historia e imagen cambiarán dependiendo del protagonista de la historia en ese momento con la finalidad de contar con la historia individual de cada personaje. En dicho sumario se colocarán los capítulos correspondientes a la historia del personaje, cada personaje tendrá una historia de 12 capítulos acomodándose como se muestra a continuación:
Mu de Aries: Capítulos 1 al 12.
Aldebarán de Tauro: Capítulos 13 al 24.
Saga de Géminis: Capítulos 25 al 36.
Mephisto de Cáncer: Capítulos 37 al 48.
Aioria de Leo: Capítulos 49 al 60.
Shaka de Virgo: Capítulos 61 al 72.
Dohko de Libra: Capítulos 73 al 84.
Milo de Escorpio: Capítulos 85 al 96.
Aioros de Sagitario: Capítulos 97 al 108.
Shura de Capricornio: Capítulos 109 al 120.
Camus de Acuario: Capítulos 121 al 132.
Afrodita de Piscis: Capítulos 133 al 154.
(¿Estás loco? ¡Nadie leerá semejante tontería!) Si lo harán, ya leyeron "Guerras Doradas" y tenía 54 capítulos. (¡Esto es el triple de largo!) Antes de que se me asusten como el Señor Paréntesis, sí, son muchos capítulos, pero serán más cortos que mis capítulos habituales, tengo un límite de páginas que planeo respetar para no derretirles los ojos. De igual manera, les prometo actualizaciones semanales, todos los viernes actualizaré esta historia, lo que significa que probablemente actualice este viernes. Ojo, lo de este viernes en específico no es seguro porque es martes y acabo de publicar, además tengo otras historias en las cuales trabajar, pero esta es la única que tiene fechas compromiso. Así que, pueden esperar actualización ya sea este viernes o el próximo, pero del viernes que cumpla los siguientes serán subsiguientes. (Nadie te va a creer esta blasfemia), ustedes confíen en mí.
Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, este es un trabajo de un fan, para los fans y sin fines de lucro alguno. Sin más que decir por el momento, espero que disfruten de esta primera entrega.
Prólogo de Serie Completa:
El Hades, Muro de los Lamentos. Año 1990.
—¡Aquí vamos! —resuena la voz de Aioros, liderando al grupo como nunca pudo hacerlo en vida—. ¡El amor y la justicia! —continuaron Mu y Aldebarán, inspirando al grupo—. ¡Prevalecerán en la tierra! —se unieron a ellos Saga, Máscara Mortal y Aioria—. ¡Con toda nuestra alma y nuestra fuerza vital! —prosiguieron con el credo dorado en alianza las voces de Shaka, Dohko y Milo—. ¡Arde Ahora! —y les siguieron las pocas pero determinadas palabras de Shura, Camus y Afrodita—. ¡Nuestro cosmos dorado! —se unieron todos, con sus cosmos fundidos, uniéndose ante la flecha de Sagitario—. ¡Para traer un rayo de luz a este mundo de oscuridad! —termina el credo, la luz se extiende, y frente al Muro de los Lamentos llega el fin de los más grandes héroes de almas doradas, abriendo el camino para la salvación del mundo.
¿Quién es en verdad un héroe? ¿Aquel a quien las condiciones de la vida han puesto en la senda de la justicia, el bien y la esperanza? ¿O lo es acaso quien aun conociendo el destino que le deparaba, tomó las riendas de su propio andar, y vivió con el objetivo de saber que su vida se extinguiría por el bien de la tierra y de la diosa Athena? El fin puede haberle llegado a los grandes héroes de almas doradas, pero su historia, por siempre será leyenda.
Antes de ser héroes, fueron los mortales más grandes. Aquellos a quienes los dioses admiraron, amaron, odiaron, e incluso llegaron a temer. 12 individuos, 12 destellos del Sol en la Tierra, 12 quienes fueron la esperanza de Athena, y cuya alma brilló de dorado, alimentada por las enseñanzas de 12 dioses que incineraron sus cosmos directa o indirectamente:
Mu de Aries, el Caballero del Descubrimiento. Heraldo de Hefestos el señor de la forja, quien en su armadura guardara los conocimientos que las estrellas se encargarían de hacer realidad. Con sus martillos místicos y su herencia Muviana, emprendió el viaje a la Atlántida y a Lemuria en busca de los secretos de la forja de Oribarkon, el creador de las primeras armaduras que fueron confeccionadas por los hombres.
Aldebarán de Tauro, el Caballero de la Fortaleza. Odiado por Hera por lo que su armadura representaba. Desde su condecoración a caballero tuvo que enfrentar a las bestias de la reina de los dioses, quien directamente lo enviaba a misiones suicidas que rivalizarían con las 12 tareas de Heracles. Su gran viaje lo llevó ante Argos, la bestia de 100 ojos que solo los dioses lograron detener y que el mortal debía ahora enfrentar.
Saga de Géminis, el Caballero de la Redención. Maldecido desde joven por Deméter, la diosa de las estaciones, y como todos bajo su estrella, obligado a vivir una dualidad de personalidad que traería tanto gloria contra Poseidón y Hades, como desdicha bajo la mano de Cronos. E incluso se levantaría en contra de su propia diosa, Athena. Uno de los más grandes discípulos del Patriarca Shion que cayó bajo la sombra de la oscuridad.
Mephisto de Cáncer, el Caballero de la Muerte. Apodado Máscara Mortal por su sed de poder y muerte. Pocos comprenderían lo que Hades hizo por convertir a uno de los caballeros más nobles de Athena en un despiadado reclutador de almas para el dios del Inframundo. Con las Erinias como sus principales atormentadoras, Alecto, Megara y Tisífone, son las verdaderas responsables del colapso mental del alguna vez leal caballero.
Aioria de Leo, el Caballero de la Valentía. Desde la muerte de su hermano fue considerado un traidor en la búsqueda de volverse merecedor de su melena. Bendecido por el mismo Zeus con sus relámpagos, se ganó el odio de Apolo y de los Egleteos a quienes el dios del Sol ordenó su ejecución. Sin el apoyo del Santuario y recordando las enseñanzas de su hermano, debió de armarse de valor para enfrentar a los mismos dioses.
Shaka de Virgo, el Caballero de la Justicia. Descendiente de la estirpe Diciriana, y entrenado por Buda en el arte de la iluminación del espíritu. Entabló una amistad con Hestia, la diosa del hogar y la calidez. El más cercano a los dioses ganó la enemistad de Adicia, la daimona de la Injusticia, quien utilizando a las Diskastis, que representan el principal pecado de Dice, libró una batalla que traería consigo la muerte de una diosa.
Dohko de Libra, el Caballero del Equilibrio. Partícipe de 2 Guerras Santas, ya desde sus orígenes fue odiado por Ares, el dios de la Brutalidad en la Guerra. Previo al despertar de Hades y bajo órdenes de Sasha, la anterior diosa Athena, con su orden enfrentó al dios de la Guerra y a sus Daimones, y se encargó de plantar la semilla de la nueva generación de guerreros que lucharía en el nombre de Athena.
Milo de Escorpio, el Caballero del Juicio. Desde niño el Santuario asesinó a su familia y amigos y amenazó con arrebatarle también su hogar. Apiadándose de él, Artemisa, la diosa de la Luna y la Cacería, lo adoptó y entrenó en el arte de la cacería, convirtiéndolo en el Caballero Dorado más joven de la historia, pero también en el cazador que eligió a la Luna como su próxima presa. Ni los dioses podrían haber imaginado la extensión de su brutalidad.
Aioros de Sagitario, el Caballero de la Esperanza. Un simple ladrón convertido en héroe tras salvar al Patriarca Shion de un intento de asesinato orquestado por las Gorgonas. Tras sus valientes acciones es aceptado por Shion como escudero, y avanza en sus estudios hasta convertirse en caballero, y maestro. Antes de su primera muerte, logra salvar al Santuario de las malignas Gorgonas.
Shura de Capricornio, el Caballero de la Lealtad. Amigo de Aioros de Sagitario y también su asesino. Fue capturado por el dios de los ríos Aqueloo bajo las órdenes de Hermes como castigo por su crimen, y enfrentó a las ninfas de los ríos que fueran sus hijas. Mas su proeza más grande previo a los eventos de la Nueva Titanomaquia, fue la de enfrentarse a un héroe casi tan grande como el mismísimo Heracles, Teseo.
Camus de Acuario, el Caballero de la Templanza. Prodigio desde el nacimiento, el Santuario descubrió su cosmos desde que tenía tan solo 3 años. Intentó por cuenta propia invadir el Santuario de Poseidón y evitar así las tragedias por venir, liberando de forma accidental a las Bestias Ctónicas y a Clito, la reina de la Atlántida. Su deseo de proteger a la tierra por poco termina en un segundo diluvio universal.
Afrodita de Piscis, el Caballero de la Belleza. Bajo el principio del poder es justicia, el Caballero de Piscis jamás dudó en hacer valer las órdenes del Santuario. Con la diosa del Amor y la Lujuria, Afrodita, celosa de la belleza del hombre, y con Dionisio como su declarado enemigo buscando nuevamente un trono del Olimpo. Afrodita aprendió las lecciones más valiosas de la caballería al descubrir que probablemente, el poder no fuera verdaderamente la justicia.
12 grandes historias jamás contadas que enaltecen la ya de por sí grandiosa historia de los Caballeros de Athena. 12 protagonistas indiscutibles de sus propias leyendas. 12 mortales, que brillan con la intensidad de sus constelaciones, y forjan los verdaderos pilares del heroísmo mismo. Estas son sus 12 grandes historias.
Prólogo de Aries.
El Tibet, Jamir. 27 de Marzo de 1969.
En los confines de las fronteras entre China e India, dónde se encuentran erguidos numerosos monasterios, allí donde la densidad del aire es tan baja que incluso los Tibetanos evitan y temen la zona como si los espíritus de los aventureros caídos la protegiesen, se encuentra el Jamir. Una zona donde cuesta respirar, y las piernas pesan como el plomo mismo. Para muchos Tibetanos, estas inhóspitas tierras son conocidas como: 'las tierras del diablo'.
En estos desolados valles de acantilados que terminan en afiladas rocas presumiendo los cadáveres de los desafortunados aventureros, un viajero más cauto prosigue su largo viaje. Su cabello resplandeciente como la plata, su rostro ligeramente arrugado a pesar de la inmensa edad que nadie le creería aunque mencionase, y unos ojos violetas divisando la inmensa torre al final del camino y en medio de un par de aperturas en la montaña.
—No es necesario que me sigas —aclaró el anciano viajero, quien al virarse encontró a un esqueleto vistiendo una Armadura demacrada y tan oscura como el plomo. El esqueleto, aún tras notar que había sido descubierto, parecía observar al viajero con las cuencas de sus ojos inmersas en una profunda tristeza—. Te agradezco tu preocupación, pero fui el Caballero Dorado de Aries, no es necesaria tanta atención —le recordó el anciano, y el esqueleto tan solo viró su rostro en dirección a la torre, y de sus cuencas vacías parecía derramarse un líquido. El esqueleto lloraba, aún sin tener medios para hacerlo, como si las lágrimas provinieran del alma de quien fue en vida—. No… —se horrorizó el anciano en un susurro, y emprendió el resto del camino a paso apresurado. Corrió lo más rápido que le permitieron sus cansados pies, y su cuerpo se iluminó de una luz intensa, aunque muy pegada a su cuerpo. Llegó ante el Templo de 5 pisos, el primero de los cuales estaba desprovisto de puerta alguna, saltó, y con la fuerza de la luz que le rodeaba el cuerpo, entró dentro de la torre—. ¡Vieja maestra! —gritó el anciano, y recibió una patada de una anciana de cabellera de plata igual a la suya, el impacto amenazó con derribarlo de la torre, aunque el anciano se sostuvo de los bordes de la apertura por la que había entrado y previno su caída.
—¿A quién estás llamando vieja? ¿Te has visto en un espejo, Shion? —le recriminó la anciana, y Shion se repuso, colocando su mano sobre su pecho, tranquilizando su anciano corazón—. Llegaste algo tarde —le mencionó la anciana, y Shion bajó la mirada sabiendo que lo peor había ocurrido, aún más al notar la tristeza dibujada en el rostro de la anciana. Pero la mujer se las arregló para sonreír, con aquella ternura que en su juventud la caracterizó, por lo que Shion tuvo que admitir para sus adentros que la anciana seguía siendo bella sin importar la cruel inclemencia del tiempo—. Su nombre… es Mu —le explicó, haciéndose a un lado, y presentando a un recién nacido con un par de manchas violetas sobre las cejas, y quién dormía pacíficamente sobre su pesebre. Shion se le acercó, lo miró fijamente, y una gentil sonrisa se dibujó en su arrugado rostro.
—¡La esposa de Atla! —se preocupó Shion, y su grito despertó al bebé, que humedeció sus ojos un poco. Pero la anciana se adelantó, tomó a Mu en sus brazos, y comenzó a alimentarlo con leche que extraía de un cuenco cercano a una ventana—. ¿Acaso ella ha…? —intentó preguntar.
—No resistió las inclemencias de Jamir… —le respondió la anciana, sustituyendo la leche materna con cucharadas de la leche dentro del cuenco—. Ella era la última de mis bisnietas, de las que decidieron quedarse al menos. Tengo otras, pero jamás las veré. Mu se ha convertido ahora en la última herencia de mi sangre en Jamir —le explicó mientras le ofrecía un brazalete de oro, y Shion lo aceptaba de sus manos—. Seguro me hubiera ido mejor si hubiese aceptado tu cortejo, Shion. Pero nunca me gustó seguir las reglas —le sonrió la anciana.
—Lo entrenaré como si fuese mi hijo… —fue la respuesta de Shion, y la anciana lo miró fijamente—. Es un hijo de Jamir, sobrevivió donde su madre y padre no pudieron. He leído su destino en las estrellas. Es él, lo he visto —explicó.
—¿Has visto su muerte también, Shion? —le preguntó la anciana, y por un instante, la mente de Shion pareció dibujar a un valiente guerrero, y a 11 de sus hermanos, todos elevando la fuerza dorada y lanzándola mientras con esta sus vidas se extinguían. La visión se acabó cuando la anciana le entregaba al niño en sus brazos a Shion nuevamente—. El trabajo de un Patriarca es siempre estar un paso adelante de las circunstancias. Pero incluso el Patriarca no puede verlo todo. Hayas visto solo el futuro hasta donde se vuelve un Caballero Dorado, o llegado a conocer su muerte, eso es algo que no me concierne. Pero… si tienes el poder… detenlo ahora que puedes. Antes de que sea demasiado tarde. El promedio de vida de un Caballero Dorado es… —intentó decir con sus ojos cubiertos en lágrimas.
—Un suspiro comparado con la vida misma… —le respondió Shion, y la anciana lloró, mientras con su mano alcanzaba una de las agrietadas armaduras, una con la forma de un Unicornio de plomo—. Athena pronto renacerá en este mundo, y estoy muy viejo para cuidar de ella. Solo los dioses saben si viviré tanto para verla nacer. Pero Mu será parte de su vida, parte de su esperanza. Yo le enseñaré el camino. Pero solo él podrá decidir si ha de convertirse en el Caballero Dorado de Aries… —declaró Shion, abrazando con gentileza al bebé, que sonreía ante la vida que muy pronto descubriría que ya no le pertenecía.
Saint Seiya: La Orden Dorada.
Saga de Aries.
Capítulo 1: El Caballero del Descubrimiento.
El Tíbet, Lhasa. Palacio de Potala. 27 de Marzo de 1976.
—¡El señorito ha vuelto a escapar! —gritaba una de las bhikkhun, interrumpiendo la meditación de varias monjas budistas que inmediatamente entraron en pánico, y todas inmediatamente viraron a ver a la más anciana de las monjas, quien suspiró contrariada, se puso de pie, e hizo una reverencia en dirección a la estatua de buda guardando su respeto antes de salir de la habitación, seguida de la preocupada bhikkhun—. Uno de los jóvenes señores me reprendió severamente por la inasistencia del señorito al bhavana. Hoy es un día muy importante, nos visitará el Bodhisattva. ¿Qué vamos a hacer? —lloraba la mujer.
—Bhikkhun esto… bhavana aquello… Bodhisattva lo otro… no es de sorprenderse el por qué Mu siempre se escapa. Incluso yo me he visto tentada a partirle el rostro de una patada a algunos de esos monjes idiotas que pretende darme ordenes… —se quejaba la anciana, que había cuidado de Mu desde el día en que lo vio nacer, y mientras se paseaba por el enorme palacio de Potala, la mayor maravilla arquitectónica del Tíbet—. Ahora… ¿dónde podrá estar ese mocoso? —se preguntó, y cerró los ojos intentando concentrarse. La bhikkhun estaba sumamente preocupada y pretendía interrumpir a la mujer, cuando esta la silenció al poner su mano sobre los labios de la monja, quien temblaba de impaciencia—. No te muevas… pronto se distraerá… sé que está aquí… —susurró, y en ese momento, su mente dibujó el sonido del agua al partirse, una gota, y agudizó los oídos.
Sobre las cabezas de ambas había varias tiras de telas y cuerdas sosteniendo tapices bordados. Sobre estas cuerdas escarlatas se encontraba un niño, de cabellera rosada, perfectamente equilibrado de cabeza bajo las cuerdas a una altura cercana al techo del palacio. Se sostenía con los dedos de los pies bien afianzados a la cuerda escarlata que sostenía a los tapices, sobre la cual había estado equilibrándose hasta la llegada de la anciana. Mu estaba sudando, pero no solamente por el esfuerzo, sino por el temor de ser descubierto. Tristemente, sus fluidos corporales no parecían querer cooperar con él y continuaban acumulándose y cosquilleándole la frente, hasta que caían, y Mu se veía forzado a tambalearse, sujetarse de la cuerda con las manos, y usar toda su concentración para que mientras viraba atrapara con sus pies descalzos las gotas traicioneras de su sudor. El giro por la cuerda significaba que más de su sudor amenazaba con caer de dónde estaba, pero su entrenamiento le permitía ver estas gotas, y atraparlas todas con patadas rápidas y certeras, o embistes de sus manos a gran velocidad.
—¿Puedes escuchar como el viento se parte? —preguntó la anciana, y la bhikkhun no supo qué decir—. Tus palillos… —apuntó la anciana a la monja, que se quitó los palillos que le sostenían la oscura cabellera, liberando su cabello, y se los entregó a la anciana—. ¡Primer tiro! —gritó y lanzó el palillo al aire, y Mu, quien apenas y había logrado volverse a incorporar, miró el lanzamiento de uno de los palillos de madera dirigirse a su rostro, forzándolo a esquivar, y a aferrarse con los dedos de sus pies a la cuerda nuevamente de cabeza para no caerse—. ¡Segundo tiro! —lanzó el segundo palillo, golpeando con fuerza el pie del pequeño Mu, quien sintió la punzante sensación de dolor, pero se cubrió la boca negándose a gritar—. ¿Oh? Parece que me equivoqué… debe estarse escondiendo en otro lugar… —sonrió la anciana, y la bhikkhun no entendía nada de lo que ocurría, pero se estremecía por sus palillos que fueron lanzados indiscriminadamente. Mu entonces no toleró las lágrimas del dolor del tremendo lanzamiento del palillo, y una lágrima se le escapó, esta le rodó por la mejilla mientras se frotaba el adolorido pie con su otro pie, y para cuando Mu se dio cuenta de que la lágrima caía, incluso al verlo todo en visión lenta por su avanzado entrenamiento, no le permitió atraparla y esta cayó al suelo, alertando a la anciana.
—Casi lo logras, Mu, pero de todas formas ya sabía que estabas allí arriba. No importa cuántos tapices hayan en el techo detrás de los cuales ocultarte, sigues siendo muy ruidoso… —le sonrió la anciana, viendo a Mu de cabeza, y la bhikkhun al notar en dónde se encontraba Mu, se desmayó y azotó con fuerza el suelo—. ¿Ya vez las desdichas que haces pasar a la pobre de Manjari? —preguntó la anciana, y Mu intentó hablar—. No olvides tus votos —le reprendió—. Ahora abajo y atiende al bhavana… —ordenó. Pero para sorpresa de la anciana, Mu se cruzó de brazos aún de cabeza—. Mu… —se fastidió, y Mu movió su cabeza en negación—. Hiciste votos, debes obedecerlos —y Mu lo volvió a negar, y Manjari, la bhikkhun asignada a los cuidados de Mu, comenzó a despertar—. Yo tampoco quiero estar aquí, pero reglas son reglas —y Mu la apuntó a ella—. Ya lo sé, yo rompo las reglas, pero yo tengo cientos de años más que tú, jovencito, y mientras vivas bajo el techo de Potala, y bajo mis órdenes, obedecerás a tus votos —y en respuesta, Mu le sacó la lengua—. Ahora baja. Los monjes te están esperando —y Mu se apuntó a la boca—. No te atrevas… —le amenazó la anciana, y Mu sonrió—. ¡No lo hagas! —gritó.
—¡Ya estoy harto de todas las reglas! —le respondió Mu, y su grito resonó por todo el Palacio de Potala, y cuando lo hizo, todos los monjes presentes se horrorizaron al verlo colgado de cabeza de los tapices en el techo. Manjari volvió a desmayarse—. Lo siento, Manjari… pero ya toleré muchas órdenes. Ni siquiera puedes perseguirme hasta aquí arriba, Yuzuriha… —se quejó Mu, y para su sorpresa encontró a la anciana corriendo por las paredes hasta saltar a donde Mu se balanceaba de cabeza, sorprendiendo al niño, quien la evadió al columpiarse y atrapar con los dedos de su pie otro conjunto de cuerdas y tapices diferentes lejos de la molesta anciana.
—Rompiste tu voto de silencio… —se molestó la anciana, y Mu la miró con preocupación—. Ahora sufrirás las consecuencias —tomó un cuchillo de debajo de su manga, horrorizando a todos los mirones que llegaban a ver el circo de Mu, y cortó la cuerda frente a ella de un movimiento rápido y certero, forzando a Mu a caer mientras se sostenía con los pies a la cuerda—. ¿Cómo saldrás de esta, Mu? —le preguntó a manera de burla, mientras Mu se dirigía peligrosamente a la pared, comenzaba a brillar de dorado, y aplaudía con ambas manos, generando una potente fuerza dorada que lo detuvo momentos antes de estrellarse de cara contra el muro, luego se dejó caer, lo cual aún era una altura considerable, pero lanzó otra fuerza dorada y se mantuvo a flote y cayó con gentileza—. Impresionante, la meditación te ha ayudado a controlar tu destructivo cosmos —sonrió Yuzuriha—. ¿Vez ahora que no todo en tu entrenamiento en este palacio ha sido malo? —le preguntó.
—Con todo respeto, maestra… —reverenció Mu—. ¡No me importa! —le aseguró con una vena saltada sobre su frente, y corrió en dirección a Manjari, jalándola para ayudarla a levantarse—. Huyamos, soy un monje hombre y como tal debes obedecerme —le recordó Mu antes de que Manjari se pudiera quejar, y así la pobre bhikkhun fue forzada a permanecer en silencio, mientras Mu la tomaba de la mano y huía con ella tirándole del brazo.
—¡Vuelve aquí en este instante jovencito! —le recriminó la anciana, saltando y cayendo al suelo con agilidad, y varias de las bhikkhun se desmayaron al presenciar semejante movimiento, Manjari lo hubiese hecho también si lo hubiera visto—. Le advertí a Shion que someter a alguien tan joven a una rutina de entrenamientos como esta era una tiranía, ¿pero me hizo caso? No, yo soy la vieja cascarrabias que aún no supera las viejas costumbres —se quejaba Yuzuriha, y daba persecución a Mu, quien era más rápido que la anciana, pero iba jalando de Manjari que muy apenas podía seguirle el paso—. ¡Deténganlo! —le gritaba a las bhikkhun, quienes se interpusieron en su camino.
—¡Como su superior les ordeno que no lo hagan! —ordenó Mu, y las bhikkhun se estremecieron de tristeza y se hicieron a un lado, obedeciendo—. Libertades religiosas pero sin acceso a libertades de género… los budistas de verdad necesitan revalorar sus principios… —se quejó Mu, sorprendido por la obediencia de las mujeres.
—Con el debido respeto, señorito, usted nunca ha sido budista… —reflexionó Manjari, y de improviso plantó los pies a tierra cuando Mu intentó volver a correr, y con su peso lo derribó al suelo—. Lo siento mucho, señorito, pero las bhikkhun solo debemos obedecer a los monjes que pertenecen al budismo. De verdad le pido una disculpa, pero su entrenamiento es muy importante —intentó convencerlo Manjari, y Mu notó que Yuzuriha ya estaba muy cerca.
—Esto te va a doler… —le mencionó Mu tranquilamente, aunque con algo de tristeza en el tono de su voz, y mientras Yuzuriha estaba a punto de atraparlo, gritó con fuerza—. ¡Extinción de la Luz de las Estrellas! —conjuró a su alrededor y del de Manjari, y con un grito de miedo de la bhikkhun, tanto ella como Mu desaparecieron, tragados por destellos de luz dorada.
—¿Utilizó la Extinción de la Luz de las Estrellas? ¿Cómo es posible? Solo tiene 6 años —se quejó Yuzuriha al ver los destellos de luz dorada que pasaban por sus alrededores como pequeñas burlas de Mu hacia su persona.
—7 años, Yuzuriha —le mencionó alguien a sus espaldas, un recién llegado quien presenció la desaparición de Mu—. Hoy es su cumpleaños. Y probablemente no lo habrías olvidado si no fueras una gruñona todo el tiempo —se trataba de Shion, quién después de un largo viaje por fin llegaba al Palacio de Potala.
—Patriarca… —se sorprendió Yuzuriha, e hizo una reverencia ante su líder en el Santuario—. No tenía presente el que vendría a supervisar los avances de su discípulo. De haberlo sabido, pudiera haberle advertido que hoy sería la llegada del Bodhisattva —le mencionó ella.
—El encargado de encontrar la suprema iluminación. Estoy bien informado al respecto, vieja maestra. Ya que fui yo quien lo trajo —le explicó Shion, y Yuzuriha miró en todas direcciones, intentando encontrarlo—. Tristemente, a mí también se me escapó. Tanto él como Mu son muy buenos escondiendo sus cosmos. Así que me temo que tendremos que cancelar las reuniones hasta más tarde —le explicó.
—Me cuesta tanto entender el cómo Mu se comporta de esta manera mientras comprende lo grande que en sus días de juventud usted llegó a ser, maestro Shion —se preocupó Yuzuriha—. He hecho todo lo que he podido, pero, se niega a aprender, y el castigo físico ya no resulta serle muy inconveniente, está en una etapa de rebeldía sin igual —le mencionó.
—Sé que no tienes cosmos desde la anterior guerra contra Hades, pero aun así tu condición física es envidiable, en especial para alguien de tu edad. Me sorprende que te hayas dejado aventajar por Mu —se burló un poco Shion, quien de pronto tuvo que retroceder al encontrar el pie de Yuzuriha peligrosamente cerca de su rostro—. Te huelen los pies —se quejó.
—¿Cómo no van a olerme si los budistas me fuerzan a ir descalza por todos lados? —se quejó ella mientras se cruzaba de brazos—. Además, con o sin cosmos, Mu aprendió técnicas de combate cuerpo a cuerpo de mí, así como de metalúrgica básica. Y por si eso no fuera poco, el chiquillo impertinente ha aprendido muy bien a usar su cosmos gracias a tus enseñanzas, Shion —le apuntó Yuzuriha al rostro, y el Patriarca se mostró apenado por el comportamiento de su discípulo—. Además, ¿cómo se supone que pueda cuidar de él si utiliza sus técnicas de Caballero de Aries aún sin utilizar su armadura? —se preguntaba ella.
—Por extraño que esto vaya a parecerte, la Extinción de la Luz de las Estrellas no es una técnica de los Caballeros de Aries —le confesó Shion, y Yuzuriha se mostró curiosa por aquellas palabras, y comenzó a seguir a Shion por el palacio hasta llegar a un balcón de madera roja que daba vista a la montaña Hongshan, lugar donde estaba construido el Palacio de Potala—. Los caballeros pueden aprender técnicas de batalla básicas con o sin la necesidad de sus armaduras. Pero solo vistiéndolas, el conocimiento oculto de sus constelaciones les es revelado. Mu jamás ha vestido la Armadura de Aries pero ya está muy cerca. La Extinción de la Luz de las Estrellas es prueba de ello. Un Caballero Dorado de Aries que no sea Muviano no puede aprender esa técnica aun vistiendo esa armadura simplemente porque es una habilidad Muviana que requiere de años de concentración y entrenamiento. Si tuvieses cosmos aún, seguramente la podrías haber desarrollado, pero tu cosmos fue sellado y no hay forma de volverlo a abrir —ante el recordatorio, Yuzuriha bajó la cabeza, añorando su fuerza de cosmos perdida—. Mu puede aparentar ser muy fuerte, pero no es más que un niño indefenso con un excelente control de su telequinesis. Fuera de eso, en una batalla real, es tan vulnerable como un Caballero de Bronce —le recordó.
—Si tú lo dices… —se quejó la anciana cruzándose de brazos—. De cualquier forma sería algo difícil de creer. Pero necesitaría sentir su cosmos para poder corroborarlo. En todo caso, Shion. ¿Cuándo planeas darle la Armadura del Escultor? —recriminó.
—¿Vestir a Mu de Bronce? ¿Te has vuelto loca? —se quejó el Patriarca del Santuario—. Le otorgaré la Armadura del Escultor por razones distintas a la caballería, no para que la vista y acepte a Athena aún —le mencionó, y Yuzuriha se mostró curiosa—. Mu debe aceptar a Athena por convicción propia, y solo cuando lo haga, Aries interferirá y lo vestirá, liberando su verdadero cosmos dormido, porque, Yuzuriha, el cosmos de Mu es uno de los más altos que jamás he sentido. Pero solo encontrando a Athena en su corazón podrá liberarlo. Esta generación… está llena de jóvenes como Mu y el Bodhisattva quienes tienen un cosmos terriblemente grande —sonrió.
—¿El Bodhisattva es un Caballero Dorado? —se preguntó Yuzuriha impresionada, y Shion asintió—. ¿Cómo es posible? Pero si Buda enseña a sus seguidores a renunciar a todo y a todos por el deseo de alcanzar el equilibrio espiritual —le recordó como indicando que bajo aquella premisa era imposible que el Bodhisattva se convirtiera en un Caballero Dorado.
—El Bodhisattva es un individuo encarnado que eternamente busca la suprema iluminación, no solo de sí mismo, sino de quienes le rodean —explicó Shion, y Yuzuriha se rascó la nuca sin entenderlo—. Se puede decir que un Bodhisattva es un individuo que comparte una relación de simbiosis con la gran eminencia, Buda, quien es su maestro. Pero el Bodhisattva no siempre alcanza la iluminación, por eso reencarna y reencarna continuamente intentando llegar al Nirvana. Pero yo estoy seguro de que Shaka no logrará alcanzar esa iluminación… —sonrió—. Uno nunca puede alcanzar la iluminación tras conocer a Athena y aceptarla en su corazón —finalizó.
—¿Y a sabiendas de eso le arruinas la existencia al pobre dándole una Armadura Dorada? ¿No te parece eso algo cruel? —le preguntó Yuzuriha. Shion no le respondió, y mantuvo una mirada perdida. Aquella reacción solo sirvió para preocupar a Yuzuriha, quien se acercó a Shion con cautela, sobresaltada—. Shion. ¿Qué hiciste? —le preguntó.
—Athena pronto llegará a este mundo, y lo más probable es que mi vida se extinga antes de que pueda conocerla… debo preparar a estos niños para cuidar de ella, y tendré que ser tan cruel y despiadado como sea necesario para lograr ese objetivo, no olvides que soy el Patriarca del Santuario —le enunció, y se irguió con orgullo—. Si debo convertir a un pequeño de 7 años en un genocida, que así sea, si debo atormentar la mente de otro, que así sea, si debo obligar a alguien a renunciar a su vida para servir a Athena, que así sea. Cada Caballero Dorado tiene su fortaleza y su rol en la Orden Dorada. La del Caballero de Virgo es la de nunca alcanzar la iluminación, así como la de Escorpio es ser un asesino despiadado, y la de Capricornio ser capaz de renunciar a su propia existencia por buscar la reencarnación eterna. Así deben ser las cosas, un Caballero Dorado que no lo es sin sacrificio alguno, no es más que un guerrero en una armadura brillante. Todos, sin excepción, deben renunciar a lo que es más valioso para ellos. Y lo que es más valioso para Mu es… —cerró los ojos Shion, y viró para ver a Yuzuriha—. Pero ya he hablado suficiente. Es diferente de caballero a caballero, pero Mu deberá averiguarlo por sí mismo. ¿Te invito el té? —le preguntó.
—Te rechacé antes y lo seguiré haciendo, ya soy viuda —se quejó, y Shion bajó la cabeza y suspiró por la frívola respuesta—. Lo importante ahora es encontrar a Mu para que asista a la reunión con el Bodhisattva —le recordó.
—Primero que nada, una invitación al té no es una propuesta de matrimonio —se quejó Shion—. En segundo lugar, no te preocupes por el Bodhisattva. Se reunirá con Mu definitivamente. Al llevarse a Manjari con él no debió haber ido muy lejos. De lo contrario, Manjari no sobreviviría a que su cuerpo sea desfragmentado átomo por átomo para volver a formarse tras el movimiento de Mu —Shion miró entonces en dirección a las montañas, sabiendo que en algún punto cercano, Mu se materializaba y daba inicio así a la primera de las reuniones entre los destinados a convertirse en Caballeros Dorados.
Montaña Hongshan.
—¡Aaaaahhhhh! —resonó el grito femenino de Manjari a momento en que su cuerpo se materializaba, lo cual ya había sido una inmensa sorpresa. La verdadera sorpresa sin embargo, fue el de encontrarse varios metros por encima de la altura del Palacio de Potala y cayendo en picada. Mu caía a su lado, pero estaba bastante tranquilo, y con su cosmos dorado redujo la velocidad de su caída y de la de Manjari, y ambos aterrizaron tranquilamente en el césped, aunque Manjari estaba totalmente conmocionada por todo lo que había ocurrido. Mu por su parte, se limitó a ver las montañas, y suspirar con extrañeza.
—Lamento haberte involucrado en todo esto… —se disculpó Mu, y la intranquila bhikkhun con manos temblorosas comenzó a acomodarse la desarreglada cabellera, aunque sin sus palillos terminó amarrándola de forma extraña—. Eso te pasa por no aceptar el ritual de iniciación de las bhikkhun. Si de verdad estás interesada en esta religión deberías aceptar las reglas que se te inculcan —le recordó.
—Lo mismo podría aplicarse para usted, joven señor —le recordó Manjari, a lo que Mu respondió simplemente con el desvío de su mirada—. Apenas el año pasado fue aceptado en toda China el tratado de la libre elección de religiones. Es por eso que quiero conocer las religiones que se profesan y elegir aquella en la que verdaderamente pueda creer. No me he afeitado la cabellera como las demás monjas budistas porque aún estoy experimentando, y mientras en el monasterio no me echen o me profesen, tengo libertad de hacer lo que yo piense correcto, por eso me atreví a detenerlo, usted tampoco ha aceptado la religión budista aún —le explicó.
—Si tanto pretendes demostrar tu libertad de elecciones de religiones entonces puedes comenzar dejando de llamarme señorito como todas las demás bhikkhun —se molestó un poco Mu. Y Manjari, al notarlo, se mostró curiosa del mal humor con el que Mu se había levantado aquella mañana—. Estoy cansado de que me sean impuestas reglas. Debes levantarte temprano para el bhavana, debes raparte la cabellera, no debes dejarte tentar por el duhkha —se fastidió cruzándose de brazos, y Manjari intentó traducir todo lo que había dicho Mu al sacar sus notas de debajo de las mangas de su túnica escarlata de monje, la cual tenía bordados varios bolsillos interiores.
—Bhikkhun es monja budista, el bhavana es meditación con los monjes… esos conceptos los conozco bien pero no recuerdo haber escuchado del duhkha —y Mu la observó mientras ella corría las manos por sus apuntes rápidamente—. Aquí está. Descontento, desilusión, insatisfacción, sufrimiento, incomodidad, sed, dolor, intranquilidad, imperfección, malestar… ¿todo eso? Y aún hay mucho más… —se sorprendió Manjari.
—Básicamente me están pidiendo dejar de ser humano —se quejó Mu—. La maestra Yuzuriha dice que todas mis dudas provienen de mi cerebro Muviano que a pesar de tener 7 años me hace pensar como un adulto porque es superior al cerebro humano común, pero no cambia el hecho de que tan solo soy un niño y que como todo niño tan solo quiero que me dejen en paz y me dejen explorar por mí mismo. Quiero descubrir qué hay allí afuera —se quejó mientras miraba las montañas nevadas, y Manjari lo miró con curiosidad, y una revelación le llegó a la mente en ese momento.
—¿Acaso está molesto porque la maestra Yuzuriha olvidó su cumpleaños, señorito? —le preguntó Manjari, y el rubor que se hizo presente en el rostro del Muviano lo delató, por lo que Mu ocultó su rostro detrás de su cabellera. Manjari por su parte, caminó hasta posarse frente a él y comenzó a buscar debajo de sus mangas. Mu la miró desde abajo ya que la joven le doblaba la edad—. Aquí tiene, señorito —le mencionó tras sacar un collar de cuencas de madera barnizada muy bien tratada, y pintada de colores rosados suaves casi blancos. Las divisiones del collar eran 3 cuentas de mayor tamaño de una piedra vidriosa llamada amatista—. Sé que regalarle un Mala a un budista o a una persona que no se considera budista puede parecer algo extraño. Seguro le regalarán u otorgarán muchos otros Malas, pero, trabajé este yo misma y pensé que sería un buen regalo. Los monjes piensan en la austeridad y todo eso, así que fue lo único que se me ocurrió —se apenó Manjari, y Mu tomó el collar de cuencas en sus manos, admirando el mismo—. ¿No le gusta? —preguntó.
—Mi cumpleaños… es solo un día como cualquiera… —le explicó Mu, y Manjari se mostró un poco deprimida, pero entonces vio el cómo Mu se amarraba el rosario alrededor del brazo izquierdo, y se alegraba al ver que la extensión del mismo le quedaba bastante bien—. Pero ahora, creo que recordaré mi cumpleaños con cariño tras haber recibido de Manjari este obsequio —se alegró, y movió los dedos para demostrar que el collar no le cortaba movilidad—. Me alegra que no se haya roto durante la des-atomización… lo que me recuerda… —la miró Mu con curiosidad—. Se supone que estarías adolorida, pero no lo estás —se sorprendió.
—Estaba más asustada que adolorida —se apenó Manjari por el recordatorio, como si se culpara a sí misma por olvidarse de tan traumático evento—. Pero cuando el señorito me rodeó con esa luz dorada, casi me sentí iluminada —la mención sorprendió a Mu, aquellos quienes desconocían el cosmos no debían poder verlo, y sin embargo, Manjari había visto aquella luz—. Señorito, quiera o no entrar en la doctrina budista, la verdad es que está más cerca del Nirvana que cualquiera. Probablemente usted debería ser el Bodhisattva —se alegró Manjari.
—Lo que has visto no tiene nada que ver con el budismo, bhikkhun Manjari —escucharon ambos, y un aura de serenidad rodeó a Mu, mientras el viento parecía invitarlo a virarse, y encontrarse cara a cara con otro joven de su edad, de cabellera rubia y larga, y vistiendo una túnica tibetana diferente de la de Mu o Manjari, siendo la suya de un color blanco, y rodeándole el brazo izquierdo llevaba también un Mala de cuencas color ámbar, de un material más resistente que las cuencas de Mu, y que hacían mayor ruido al moverlas—. Aquello, era el cosmos —explicó, y Mu no logró disimular el sobresaltó de enterarse de que alguien más en Potala conocía sobre el cosmos, y aquello lo alertó y puso a la defensiva, por lo que se colocó frente a Manjari, y la obligó a guardar su distancia—. El universo está regido por 2 grandes fuerzas, una creacionista, la otra destructiva. Existen en todos lados: en la tierra, en el aire, en las plantas, en los seres vivos. Y quienes tienen la capacidad de manipular estas fuerzas poseen una galaxia en su interior, que al estallar, se cuenta que con un revés de la mano se es capaz de desgarrar el cielo, y que de un solo puntapié se pueden abrir grietas en la tierra. A esto se le denomina cosmos, la fuerza destructiva del universo —finalizó con su explicación el joven, que hizo una reverencia—. Debo suponer que eso fue lo que viste, bhikkhun Manjari —aclaró.
—¿2 fuerzas? —preguntó Mu, incrédulo de lo que acababa de escuchar—. He recibido la misma lección de parte de mi maestro, Shion, el Caballero Dorado de Aries. Pero jamás se me ha dicho que sean 2 las fuerzas universales. Tenía entendido que solo existe el cosmos —defendió Mu las enseñanzas de su maestro.
—Entonces, joven caballero. ¿Cómo podría existir algo, cualquier cosa, si solo existe la fuerza destructiva en el universo? —le preguntó, y por la reacción sin sorpresa de Mu, el de cabellera rubia comprendió que la mente de Mu funcionaba de una forma muy diferente, ya que ni se inmutó. Era un adulto en el cuerpo de un niño—. La otra fuerza universal, es el dunamis. Una fuerza de creación, de expansión, de recomienzo. El dunamis es la fuerza creacionista. Todas las religiones, sin importar las bases, han descrito esta fuerza de alguna u otra manera. La han llamado luz, la han llamado Nirvana, pero la concepción más común es la de llamarla: 'la fuerza de los dioses' —le explicó, pero Mu mantuvo su cautela.
—Los budistas no creen en la existencia o inexistencia de los dioses —le mencionó Mu, y el joven asintió, sentándose en la posición de loto con la espalda pegada a un árbol, por lo que Mu comprendió que la pose le resultaba dolorosa, y por fin bajó sus defensas—. Ya lo entiendo… —se le acercó Mu, y se sentó en la pose de loto frente a él—. Eres como yo… un individuo obligado por otros a un entrenamiento que nunca eligió —lo observó Mu con tristeza, y entonces notó sus ojos cerrados—. ¿Eres…? —preguntó.
—¿Ciego? —intuyó la pregunta el joven—. No exactamente. Pero mis ojos han sido sellados por la protección de los demás a mí alrededor —explicó el joven con cierta tristeza—. Nadie me ha obligado a seguir esta senda, no aún al menos. Y estoy seguro de que también se te será dada la elección de seguir o no este camino —le mencionó, y Mu suspiró deseando creer en esas palabras—. Pero te explicaba del dunamis… —apuntó el joven con una sonrisa—. Si el dunamis es considerado, directa o indirectamente como la fuerza de los dioses, entonces su fuerza opuesta, el cosmos, es la fuerza que poseen los mortales —y Mu sintió la galaxia de su interior, y cerró la mano con fuerza alrededor de su collar de cuencas—. Todos los individuos poseen esta galaxia, y esta capacidad de dominar el cosmos. Pero igual que en el budismo, solo quienes demuestren con su entrenamiento el poseer cierto grado de iluminación, podrán demostrar la fuerza de sus galaxias, la fuerza de su cosmos —terminó, y Mu asintió en ese momento—. La verdadera pregunta es, sin embargo: ¿qué es lo que tú quieres? Recuerda que en el budismo el materialismo y los deseos no existen, y si tomas esta senda deberás aprender a abandonar el duhkha —le recordó.
—¿Abandonar mi sentimentalismo humano? —preguntó, y miró el collar de cuencas, y luego a Manjari, que no entendía nada, pero por sus tradiciones budistas no podía interrumpir en ningún momento—. ¿Se es posible dejar de ser humano, para así convertirse en alguien capaz de manipular el dunamis de los dioses? —preguntó.
—¿Los dioses? —sonrió el joven rubio—. Si has enunciado la existencia de más de un dios, eso comienza a darme una idea de tu religión, y si a eso le sumamos que conoces el cosmos, entonces tu religión es… —intentó deducir Shaka, y una fuerza dorada de cosmos lo rodeó, y Mu se puso de pie y elevó el propio, sintiendo que habría alguna clase de enfrentamiento—. Eres igual que yo… —sonrió—. No has elegido aún —y Mu, ya no entendía si preocuparse o no—. Si elegimos al mismo dios o diosa, nos volveremos a ver y seremos aliados. Pero si elegimos bandos distintos, por las circunstancias de nuestra religión, estaremos obligados a odiarnos unos a otros y a destruirnos. No me queda más que pedirle al karma que esta reunión que hemos sostenido no nos repela, y en su lugar, nos acerque —se puso de pie, e hizo una gentil reverencia—. Eso si yo considero que es pertinente el elegir un bando… la libre elección aún la tengo… tú también deberás elegir, Mu… —y el de cabellera rosada se sorprendió.
—¡Shaka! —escuchó el grupo, y Shaka sonrió, mientras una pequeña de su edad, con la piel ligeramente bronceada y con la cabellera color esmeralda, corría en su dirección—. ¡Te dije que no me abandonaras! ¡Tenía miedo, este no es mi hogar! —hablaba la niña, y Mu entonces sintió una inmensa fuerza similar al cosmos emanando de la niña, y no solo eso, la niña hablaba en un idioma diferente, pero Mu podía comprenderla perfectamente. Viró para ver a Manjari, que estaba realmente confundida, pero que no podía decir nada—. Termina con tus responsabilidades y vámonos por favor. Quiero irme a casa… —sintió que lloraría la niña, y Shaka le frotó la cabellera con gentileza.
—Nuestro hogar, estará siempre en nuestros corazones, Hestia… —le recordó Shaka, se viró, e hizo una reverencia budista para Mu, quien de inmediato regresó la reverencia, aunque sin poder tranquilizar su agitado corazón por la aplastante fuerza que sentía emanando en la niña—. Me temo que mis responsabilidades como Bodhisattva me impiden continuar con nuestra charla. Si las estrellas nos guían, nos volveremos a ver, Mu… —terminó Shaka, y se retiró junto a la niña de cabellera esmeralda.
—Así será… Shaka… —le respondió Mu—. Definitivamente así será —y de inmediato, viró para ver a Manjari, quien se limpiaba los oídos en ese momento—. ¿Lo entendiste? —preguntó de improviso, y Manjari se mostró curiosa de a lo que Mu se refería—. Te pregunto si fuiste capaz de entender nuestra conversación. ¿Pudiste? —preguntó.
—Yo… la verdad no entendí absolutamente nada… —se disculpó Manjari con una reverencia—. De pronto usted comenzó a hablar en un idioma extraño después de que él joven Hindú llegó —Mu meditó al respecto. Tal como sospechó, Shaka estuvo hablando Hindú mientras él había estado hablando Tibetano, pero en algún momento ambos comenzaron a compartir un idioma distinto—. Conozco el Hindú por lo que comprendí lo primero que dijeron, pero después ambos comenzaron a hablar en otro idioma que no conozco, no era ni Chino, ni Tibetano, ni Hindú… parecía más… —intentó concentrarse Manjari.
—¿Griego? —preguntó Mu, y de inmediato Manjari asintió—. Eso es extraño porque… yo no sé hablar Griego… —en respuesta, Manjari parpadeó un par de veces en señal de incredulidad—. Entonces eso significa que el cosmos es un lenguaje común entre los que pueden manipularlo. Y para el resto del mundo suena como a Griego —dedujo—. El cosmos esconde tantos misterios, casi hace deseable el estudiarlo y aprenderlo. Pero no ha sido mi decisión, me ha sido impuesta. ¿Cómo se le llama al comenzar a desear lo que se te ha sido impuesto? —le preguntó a Manjari, quien no tenía ni idea de cómo responder a las preguntas tan extrañas de Mu.
—Se llama destino, caballero, y estás por aprender más sobre el concepto —escuchó Mu que le comunicaban a su cosmos, y viró en todas direcciones intentando encontrar de dónde provenía la voz. Miró a Manjari, pero por las expresiones de su rostro, Mu dedujo que no había escuchado nada, pero cuando la tierra comenzó a temblar, tomó a Mu de la mano, lo jaló en dirección al árbol donde Shaka había estado meditando, y lo abrazó de forma maternal—. Desde la era del mito, los destinados a convertirse en los reparadores de armaduras han sido protegidos por Hefestos, el dios de la forja. Pero esos tiempos han terminado ya, niego a los Muvianos el derecho de continuar con mi labor. ¡He visto el mundo que han destruido con mis armaduras! ¡He visto el culto que se ha perdido por el deseo humano de desafiar a los dioses! ¡Y ahora que Atenea está débil, y que su Orden Dorada es ahora la más insignificante de toda la historia del Santuario, ha llegado el momento de atacar! ¡Levántate, Talos! —resonó el poderoso grito como una autoridad divina, y un cosmos inmenso, muy similar al que sintió por la presencia de la niña que venía con Shaka, se dejó sentir.
En la mente de Mu, volcanes estallaban alrededor del mundo sin razón alguna, y el caos comenzaba a extenderse, mientras la montaña Hongchan comenzaba a despedazarse, y una inmensa mano de bronce se alzaba, sorprendiendo a Mu y horrorizando a Manjari, que abrazó a Mu con fuerza mientras la inmensa mano caía pesadamente contra el árbol en el cual descansaban.
Palacio de Potala.
—¿Qué ha sido eso? —se levantó de improviso Shion. Había estado tomando el té con la anciana maestra hasta sentir la tremenda sacudida de la tierra, y del cosmos mismo. Yuzuriha intentaba mantener el equilibrio mientras el Palacio de Potala se venía abajo—. ¡Saca a las bhikkhun de aquí! —le ordenó, la anciana asintió, y Shion se asomó por su ventana mientras miraba a un inmenso ser, una estatua viviente completamente hecha de bronce levantándose de la tierra mientras esta lanzaba magma hirviente de sus alrededores y comenzaba con un incendio e imitación de erupción volcánica mientras el magma salía de agujeros pequeños en la tierra—. El gigante de cobre, Talos —se impresionó Shion.
—¿El gigante que en la era mitológica servía a Hefestos el dios del Fuego y de la Forja? —se sobresaltó Yuzuriha—. ¿Quiere decir que los dioses se han levantado en contra del Santuario? Lo creería de Poseidón, de Ares o Hades, pero de Hefestos. ¿Qué podría haber enfurecido al dios de la Forja? —se preguntó.
—Preguntar sobre qué pudo haber enfurecido al dios de la Forja y el Fuego sería equivalente a preguntar: ¿qué pudo haber enfurecido a Ares el dios de la Brutalidad en la Guerra? Cualquier cosa pudo haberlo enfurecido. La verdadera pregunta es: ¿qué o quién pudo enfurecerlo tanto para manifestarse en la tierra? —se preguntó Shion, y el segundo brazo de Talos salió de la tierra y azotó en contra de la montaña, haciéndola temblar nuevamente, y al palacio a cuartearse y venirse abajo en pedazos en diferentes secciones—. ¡Continua la evacuación! ¡Yo tengo algo que hacer! —mencionó y corrió fuera del palacio.
—¿Acaso vas a dejarme todo el trabajo a mí? —se molestó Yuzuriha, pero entonces logró divisar la luz del cosmos rodeando a Shion—. No puedo sentirla… pero aún puedo verla… Shion, ¿acaso vas a hacer lo que creo que vas a hacer? —le preguntó mientras las prendas de Shion comenzaban a danzar con el aire.
Atenas, Grecia. El Santuario.
—La Casa de Aries está rodeándose de un cosmos que hace años no se ha sentido —mencionaba un joven de cabellera negra vistiendo la Armadura de Plata de Altar. Frente a él se encontraban otros 2 jóvenes vistiendo sus Armaduras Doradas, la de Géminis y la de Sagitario—. Saga, Aioros… —continuó el Caballero de Plata, mientras el Templo de Aries estallaba, y un cometa dorado salía disparado en dirección al cielo—. Ahora más que nunca, es importante el entrenamiento de los jóvenes que se convertirán en la esperanza de Athena, la Orden Dorada, por lo que Aioros, pese a tu solicitud de cancelar el torneo por la Armadura de Escorpio, me temo que debo declinar —continuó el hombre.
—¡Pero Vice-Ministro Arles! —se quejaba Aioros, el Caballero Dorado de Sagitario—. ¿Cuándo van a entender que lo que hacen es brutal y sin sentido? ¿Convertir toda una isla en una zona de guerra? Mientras Shion no se encuentre en el Santuario, usted es el que da las ordenes, se lo ruego, son solo niños, no me pida que me quede de brazos cruzados mientras en la Isla de Milo, 800 aspirantes se asesinarán unos a otros solo por el derecho de portar la Armadura de Escorpio. ¿Qué va a pedirme entonces por vestir a mi escudero con la de Leo? —le preguntó Aioros con ira.
—Aioros, tranquilízate —intentó calmarlo Saga—. Es el deber del Patriarca del Santuario estar preparado para todo. Y mientras hablamos, el Caballero de Aries está siendo elegido, y si es quien creemos que es entonces él apenas tiene 7 años —le recordó Saga, intentando calmar a un Aioros que ya lloraba en pena.
—¡No dirías lo mismo si hubieras visto la mirada del huérfano de la Isla de Milo cuando a tan solo 6 años de edad lo obligaron a quitar su primera vida, Saga! —le gritó Aioros, y Saga se mostró perturbado—. Por favor… por favor. ¡Que alguien detenga todas estás locuras! —se estremeció de dolor Aioros, mientras la Armadura de Aries continuaba con su trayecto en dirección al Tibet.
El Tíbet, Lhasa. Montaña Hongshan.
La parte de la montaña en que Mu y Manjari habían estado comenzó a deslavarse, el gigante de cobre entonces abrió la mano para verificar que había aplastado el objetivo, solo para percatarse de que su mano solo poseía tierra y un árbol destrozado.
—¡Aaaaahhhhh! —resonó el grito de Manjari, quien apenas y se sostenía de una sección diferente de la montaña, a una mayor altura, y con Mu ayudándola a incorporarse—. ¿Qué está pasando? ¿Enfurecimos a algún dios budista? ¡Me raparé la cabeza inmediatamente! —lloró ella preocupada y tras pensar que todo había sido su culpa.
—Los budistas no creen ni en la existencia ni en la inexistencia de los dioses. En todo caso si un dios está furioso no es budista —le explicó Mu y la ayudó a incorporarse. Tras haberlo hecho intentó correr con ella a terreno más firme, pero la mano derecha del gigante se estrelló frente a ellos—. ¡Tienes que regresar al palacio! —le mencionó, y Manjari lo negó.
—¡No puedo dejarte aquí, Mu! —lloró ella del miedo, y Mu se mostró agradecido por la mención de su nombre, pero la mano izquierda del gigante se acercó peligrosamente, y Mu elevó su cosmos, y con su fuerza telequinesia lanzó varios escombros en dirección al gigante de cobre, que se retrajo un poco y les dio el tiempo para intentar huir nuevamente.
—El cosmos de un Caballero Dorado puede que te respalde, pequeño. Pero no posees la experiencia, y a tan escasa edad no eres siquiera una amenaza —volvió a escuchar la voz, y Mu, tras concentrarse, encontró con su cosmos el origen: un hombre parado sobre una piedra entre los ríos de magma hirviente, de alrededor de unos 40 años, con la barba larga y desarreglada de un café castaño oscuro, la cabellera larga del mismo color despeinada y medio tapando una calva, un ojo tuerto, jorobado, con la mandíbula cuadrada, y dientes desarreglados—. ¿Qué pasa, niño? ¿Los dioses no son lo que esperabas? No tiene caso hacerle advertencias a un niño, pero en mi Armadura Divina me veo formidable, ah… pero es una lástima que jamás vivirás lo suficiente para verla. Mátalo ya, Talos —ordenó, y la estatua cerró su mano en un puño, pero esta se detuvo en su camino, temblando por ser repelida—. Al parecer hice bien en no subestimarte. Frenar a Talos de esta forma, es algo que jamás pensé posible en un mortal. Tu fuerza telequinesia es sorprendente —lo admiró el supuesto dios, mientras Mu con su mano envuelta en el rosario, hacía un esfuerzo sobrehumano por mantener una fuerza telequinesia sosteniendo el puño de Talos en su lugar. Sangre comenzó a caerle de la nariz, lo que horrorizó a Manjari, pero su horror fue aún más grande cuando esta comenzó a salirle de los lagrimales y los oídos—. Cuando era un bebé, mi madre, Hera, me lanzó desde la cima del Monte Olimpo y caí por 9 días y 9 noches. Acababa de nacer, ¿cómo crees que eso se siente? El terror de un bebé llorando mientras caía, y negado por su madre por nacer feo. Después de eso la verdad es que no te queda mucho amor en el corazón. Por eso no me molesta asesinar a un pequeño de 7 años —le mencionó fríamente.
—Yo jamás… celebro mi cumpleaños… porque el día que nací lo hice a costa de la vida de mi madre… —lloró Mu, y Manjari prestó atención a aquellas palabras—. Yo… lo único que siempre he deseado… es sentir el amor de una madre, pero… por darme la vida ella murió… —continuó llorando Mu, y entonces miró a Manjari—. No permitiré. ¡Que nadie me arrebate ese cariño nuevamente! —gritó Mu, usó la otra mano, y empujó al gigante de cobre por la montaña, sorprendiendo incluso al supuesto dios que miró a Talos rodar y sostenerse para evitar continuar cayendo—. ¡No permitiré que nadie más vuelva a sufrir lo que yo sufrí! —gritó nuevamente, azotó ambas manos al suelo, y deslavó la montaña con su cosmos, forzando al dios a saltar, mientras gran parte de la montaña se venía abajo y enterraba al gigante nuevamente bajo la tierra.
Mu entonces cayó de rodillas, respirando pesadamente, y temblando del dolor que se atribuyó a sí mismo al intensificar de esa manera su cosmos. Mu entonces comenzó a llorar, y Manjari lo abrazó con fuerza, brindándole ese amor maternal que Mu siempre deseó sentir.
—Ya, ya, pequeño Mu. Manjari está aquí… —le susurró mientras sacaba un pañuelo de dentro de uno de los múltiples bolsillos debajo de sus mangas, y comenzaba a limpiarle la sangre—. ¿Puedes escuchar bien? —le preguntó, a lo que Mu asintió mientras ella le limpiaba la sangre de los oídos—. De todas formas te voy a llevar a un buen hospital, eso no ha sido nada normal —lo reprendió.
—Lo que no es normal es que un dios se presente ante ustedes y decidan simplemente ignorarlo, pequeñas alimañas —habló Hefestos nuevamente, y golpeó la piedra caliza debajo de sus pies un par de veces con su bastón—. Arriba, Talos. Un simple empujón no puede destruirte, lo sé, yo mismo te forjé —sonrió, y la inmensa criatura volvió a levantarse, horrorizando a Mu, quien ya no tenía fuerzas—. Destruye a la esperanza de Athena —ordenó, Talos lanzó nuevamente un puñetazo, y tanto Mu como Manjari se abrazaron el uno a la otra, con la mayor abrazándolo de forma protectora. Así al menos, Mu supo que antes de morir podría sentir aquel amor maternal que por tanto tiempo deseó sentir. Más al notar que seguían con vida, y que no sentían dolor, ambos se miraron mutuamente, luego a Talos, y notaron al gigante con su brazo paralizado en su lugar—. ¿Cómo es posible? No tienes tanta fuerza —se quejaba Hefestos.
—¡Él puede que no! ¡Pero yo definitivamente la tengo! —escucharon, y del otro lado de la montaña, Shion, vistiendo una agrietada y cuarteada Armadura Dorada, se mantenía firme en su afrenta—. ¡Este es el Muro de Cristal! ¡La máxima técnica ofensiva y defensiva de los Caballeros de Aries! ¡Capaz de regresar la fuerza de cosmos de vuelta al agresor! —enunció, y Mu fue capaz de ver el destello tornasolado del muro, momentos antes de que estallara y cuarteara el puño de cobre de Talos. Shion entonces cayó en su rodilla, sudando pesadamente—. Corre… —le susurró, pero Mu no tuvo que escucharlo para saber a lo que se refería. Tomó de la mano de Manjari, y comenzó a correr con ella de regreso al palacio. El gigante los observó, e intentó nuevamente atacarlos—. ¡Tu oponente soy yo! —le gritó Shion, reuniendo esferas alrededor del brazo derecho, y elevando su cosmos lo más que le era posible—. ¡Observa bien, Mu! ¡El Caballero de Aries posee ambas la mejor defensa y la mejor ofensa! ¡Un ataque de proyección de cosmos certero como lanzas afiladas proyectadas de tu mismo cosmos! ¡La Revolución del Polvo Estelar! —gritó Shion nuevamente, y el gigante fue impactado en repetidas ocasiones por el ataque de Shion, que solo lo empujaba, pero no lograba cuartearlo—. ¿Qué ocurre? Es simple cobre, debería romperse bajo mi ataque —se sorprendía Shion mientras mantenía el ataque y Mu y Manjari se reunían con él.
—Soy Hefestos, el dios de la Forja, Caballero de Aries —le mencionaba Hefestos, nuevamente sobre piedra caliza—. Bajo la fuerza de mis martillos sagrados, con el fuego del Monte Etna, y sobre un yunque de Mithrilo, incluso el cobre adquiere la dureza del oro. No hay armadura más resistente que la que yo fabrico. Incluso para destruir este cobre, tendrías que tener un cosmos capaz de perforar el mismo Oricalco del cual está hecha tu armadura —apuntó Hefestos.
—Te equivocas, Hefestos… —elevó su cosmos Shion, y la estatua de cobre comenzó a cuartearse—. Soy un Caballero de Oro, ese es el material de mi armadura, en aleación con el Oricalco y otro material tan raro que solo un inmortal Atlante conoce. Pero no es el metal del que está forjada mi armadura lo que es verdaderamente importante, sino la fuerza destructiva de mi cosmos. ¡Cuando lo eleve al nivel de desafiar a los dioses! ¡Revolución de Polvo de Estrellas! —insistió Shion en su afrenta, y tanto Hefestos como Mu fueron capaces de ver al Carnero Alado lanzándose entre las flechas e impactando el pecho de Talos, que estalló, y la estatua fue despedazada, aunque la armadura de Shion comenzó a caerse en pedazos de igual manera.
—Hizo estallar su constelación… este sujeto es… —lo miró fijamente Hefestos, y sonrió ante el anciano—. Pero no importa, el Carnero Alado ha muerto, y no existe nadie que pueda reparar una armadura como esa que ha quedado hecha cenizas —se burló Hefestos, golpeó un par de veces la piedra caliza, y un portal de magma se abrió a sus pies, mismo al que entró mientras sonreía con malicia—. Sin que las 12 Armaduras Doradas estén reunidas, es más que suficiente. Alégrate de la vida que Aries te otorgó con su sacrificio, niño. Sin las 12 Bestias de las Constelaciones, los dioses han vuelto a tener la ventaja —y sin más, Hefestos se desvaneció, y Shion cayó débilmente sobre sus rodillas.
—¡Maestro! —le gritó Mu, y lo tomó del brazo para ayudarlo a levantarse—. ¿Qué fue eso maestro? Esa armadura… esa bestia… —pero tras notar los ojos llorosos de Shion, Mu comprendió que no debía hablar más.
—Aries… ha emprendido su último vuelo… —lloró el anciano, mientras miraba a las estrellas que comenzaban a salir mientras el sol se ocultaba—. Pero otro Carnero Alado volverá a levantarse, lo juro —y Shion viró para ver a Mu, quien lo miraba desde abajo, impresionado. Con su cosmos incinerado, Shion se veía mucho más joven—. No puedo obligarte a que vistas la Armadura Dorada, quien la vista tan solo puede encontrar una muerte temprana… pero… si es tu deseo… puedes volver a forjar al Carnero Alado. Y Mu se mantuvo pensativo, mientras observaba la destrucción y devastación causada por Talos, y por Hefestos.
—Lo haré… —susurró—. Resucitaré a Aries… volveré a armar su Armadura Dorada, maestro. No importa cuánto tiempo me lleve, le juro que la resucitaré —Shion se alegró, aunque se encontraba también triste por la idea de ver a su discípulo seguir esa senda—. ¿Qué debo hacer? —le preguntó.
—Lo primero, es lo más importante —le mencionó Shion, apuntando al pecho de Mu—. Debes aceptar a Athena en tu corazón. Si no la aceptas, jamás podrás vestir una Armadura Dorada, y jamás podrás resucitar a Aries. Aceptar a Athena, es lo más importante. Amarla como a nadie más. Incluso sobre la vida de tus seres queridos, sobre la vida de tus familiares y amigos. No habrá a nadie a quien puedas amar más que a Athena… —más antes de poder continuar con su explicación, Shion se desmayó.
—¡Maestro! —se horrorizó Mu—. ¡Manjari! ¡Ve por la maestra Yuzuriha! —la joven obedeció y corrió en dirección al Palacio de Potala—. ¡Resista maestro! ¡Resista! ¡Confiaré en Athena! ¡La amaré más que a nadie! ¡Se lo juro pero por favor no se muera! —lloraba Mu, y abrazaba el inconsciente cuerpo de su maestro, sin querer soltarlo hasta que regresara del mundo de los muertos.
