Pues ya me animé a subir esta historia.
Quizás una pequeña nota aclaratoria es que casi todo lo que utilice en el fic, son referencias verídicas a la movida madrileña.
El fic está ubicado en 1980 e intentado que toda la referencia, en especial musical y de televisión sea la correcta, aun así para los títulos de los capítulos, los cuales son de canciones, me he saltado un poco eso y algunos títulos pueden pertenecer a grupos de varios años posteriores al fic.
En la mitad de las ocasiones, la letra de la canción del título no tiene nada que ver con el capítulo, y muchas veces simplemente hay que tomar el título como tal, como en este caso. La tribu de las Chochonis de Alaska y los Pegamoides, no habla de lo que que habla este capítulo, simplemente hay que tomarlo como en aquella época había como especies de tribus, que es un poco de lo que sí habla el capítulo.
El título del fic, Mujer contra mujer, es una canción de Mecano.
Los personajes le pertenecen a Himaruya, yo solo he creado el Universo Alterno
Disfruten de la lectura
La tribu de las Chochonis.
Sardinita hablaba en Radio Juventud sobre la actualidad en el panorama musical. Hacía varios meses que se había llevado a cabo el Concierto homenaje a Canito y los artistas que habían participado en tal evento eran los más sonados en la radio a nivel estatal, todos los jóvenes que vivieran la noche cantaban aquellas maquetas encerrados en sus habitaciones y tocando una guitarra imaginaria, las silbaban en cualquier parte, ya fuera en la calle, en el metro o en medio de un examen y martilleaban con sus letras liberales las cabezas de los padres españoles que no comprendían que podían ver los jóvenes de aquella época en letras tales como "Rosario toca el pito"
Una de esas jóvenes hacía media hora que se había levantado y tarareaba por su habitación la canción que Sardinita había dado paso, al igual que otros muchos, Alaska y los Pegamoides habían participado en aquel homenaje, aunque la joven seguía desde antes la trayectoria del grupo.
Iba de un lado a otro del cuarto, de un tono rojo tomate, mientras se probaba algunas prendas que tenía encima de la cama, no solía ser bastante dada a eso de probarse ropa y deshacer con ello el armario, y menos para algo tan simple como era acudir a la universidad, pero aquel día era especial. Empezaba su segundo año de carrera.
Se pasó el cepillo por el cabello mirándose en el tocador que estaba repleto de diversas fotos de toda la adolescencia. Jóvenes en edad de instituto que se iban a lugares tan diversos como la playa de la Barceloneta, Sierra Nevada o los bosques de Galicia. Algunos de esos jóvenes todavía eran miembros de la misma pandilla, otros se habían ido fuera de Madrid, o de España en general.
Tras hacerse una coleta y sin estar muy conforme con aquel peinado, se la soltó con una mano, arreglándose los rizos castaños con la misma mano, que aquel día estaban, como ella solía denominar, bonitos. Prescindió de la laca o la espuma, era algo que solo usaba cuando salía por la noche y se colocó las cientos de pulseras, todas regaladas por amigas, en el brazo derecho. Nunca se maquillaba. Su rostro con bronceado natural, se veía mejor sin potingues y los ojos verdes de largas pestañas no necesitaban rímel para acentuarlas.
Cogió la carpeta adornada con recortes de revistas y pegatinas algunos Fanzines daban como aquellas de la película E. T., que adornaban parte del exterior y el interior de la carpeta compartiendo espacio con grupos de músicas o artistas de cine, en su mayoría extranjeros, y salió de la habitación luciendo aquellos pantalones pegados y la blusa un poco escotada, si su padre la viera le obligaría a ponerse algo más tapado, pero por la mañana siempre estaba sola, por lo que no habría problema.
Puso la radio en la cocina, quitó la cadena cristiana que escuchaba su madre todas las mañanas y sintonizó aquella que estaba escuchando en su cuarto que todavía seguía retransmitiendo el programa de la mañana. Se echó en la taza con la bandera española el café frío y una cucharada de azúcar, cogió una bolsa de magdalenas y la guardó en el bolso con forma de tomate que descansaba en el sofá desde la noche anterior. De un trago se bebió el café. Ahora que el presentador lo decía, llegaba tarde.
Se lavó los dientes de manera rápida e hizo pis antes de correr de nuevo a su cuarto para ponerse los zapatos de tacón bajo. Todavía no había aprendido a caminar con aquellos taconazos que llevaban las jóvenes y no creía que fuera a aprender en la vida, lejos de aquellos tacones con los que bailaba sevillana en las fiestas de los pueblos.
Se colgó el bolso, sacó las llaves y se colocó la carpeta en un brazo antes de salir cerrando la puerta con llave. La guardó de manera rápida y corrió escaleras abajo para llegar al portal. Saludó a una de las vecinas que entraba en aquellos momentos, a quien le sujetó la puerta antes de seguir corriendo calle abajo hasta la entrada del metro más cercano, donde sus dos mejores amigos, siempre presentes en aquellas fotos que decoraban su tocador, esperaban a la muchacha.
El más alto, un joven albino de origen alemán que estaba asentado en España desde casi su nacimiento, fue el primero en ver a la chica y alzó un brazo saludándola con lo que llamó la atención del otro, un francés que había llegado al país con diez años y que la recibió con los brazos abiertos cuando vio a la española tropezar con una piedra que había en el camino.
—¡Llegas tarde!—Saludó el albino mientras le revolvía el cabello que tanto trabajo le había costado domina
La chica se soltó del francés con una amplia sonrisa infantil y tan característica que tenía a la vez que se arreglaba el cabello con ambas manos, antes de revolvérselo a ambos chicos y echar a correr hacia el interior del metro saltando las escaleras y siendo perseguida por los otros dos.
—¡Isabel!—La llamaron a gritos por toda la estación mientras veían como ésta cruzaba los tornos de seguridad e iba, sin dejar de correr, hacia el andén.
—¡El metro se nos va!—Chilló la morena mientras doblaba la esquina solo para ver como el metro acababa cerrando las puertas y empezaba a andar hacia su siguiente parada.
Con un suspiro se apoyó en la pared más cercana dejándose caer al suelo, mientras escuchaba como sus amigos llegaban a su lado. Ambos lanzaron improperios al ver que no habían llegado para coger el metro, como si la culpa fuera del tren.
Isabel, con gesto más despreocupado, comenzó a rebuscar en su bolso ganándose la mirada de sus amigos, hasta sacar las magdalenas y empezar a comer. Ante las miradas de los dos hombres, ésta tan solo farfulló algo inteligible tener la boca llena, por lo que causó risas en ambos que se resignaron a imitarla sentándose en el suelo junto a ella y a comer magdalenas, sin tan siquiera preguntar si podían coger. La confianza era de carácter excesivo y esas cuestiones sobraban
El metro acabó llegando cuando el paquete de magdalenas estaba casi en las últimas. Isabel lo volvió a guardar en el bolso y entró en el vehículo apoyándose al otro lado de la entrada mientras abrazaba la carpeta contra su pecho.
—Ahora que te veo bien…—Habló el francés mientras se pasaba una mano por la perilla rubia que se estaba dejando, mirando de manera directa a la chica—¿A qué se debe esas ropas?
En un alarde de feminidad, la chica apartó la mirada tal y como había visto en aquellas series que retransmitían por la televisión y que podía ver cuando su padre no estaba en casa y su madre estaba en la cocina, se pasó una mano por el cabello y les habló con un tono dulce que hizo estremecer a ambos chicos.
—¿Acaso no me queda bien?
Ante aquella visión de los dos se pudo aguantar la risa estruendosa que hizo que todas las miradas en el vagón se fueran a ellos y que se ganó, además, los golpes de carpeta de Isabel, quien tenía bastante fuerza, aunque no lo aparentase.
—¡Perdón! Pero... ¿qué te ha pasado?—Su amigo albino tenía la voz casi tan sonora como la risa, por lo que a pesar de haber parado de reír, seguía haciendo demasiado ruido para el silencioso metro.
—Es algo que vi en un programa—Su tono y sonrisa volvían a ser los de siempre.
La Universidad Complutense había sido escenario de enfrentamiento entre los rebeldes y los republicanos haría varias décadas. Sin embargo, hoy los resquicios de aquello solo se encontraban en los libros torturados que habían servido de barrera y estaban mutilados y con balas incrustadas en sus lomos.
La antigua facultad de Económicas, hoy situada en un campus cercano al cuartel de la Guardia civil cuyo propósito era vigilar cualquier revuelo que tuviera un extraño carácter, ahora era sede de asignaturas relacionadas con Historia y Geografía.
Ubicada en el campus Moncloa, Isabel acudía a ella de manera regular, en especial por cuestiones relacionadas con su imposibilidad de hacer nada productivo si se encontraba fuera de las cuatro paredes que formaban la biblioteca.
Pero ese día, y al menos hasta pasado noviembre, Isabel no iba a para ir a la biblioteca, salvo que tuviera que coger un libro, ni mucho menos. Su idea era muy distinta. Siendo su primer día de clase y con el horario pegado en el interior de la carpeta, sube por las escaleras del edificio de diez plantas, aunque ella no va tan arriba.
Llegó al salón de clase y tomó asiento en medio de la clase. Dejó la mochila en el suelo y la carpeta encima de la mesa antes de sacar las magdalenas y seguir comiéndoselas tranquilamente. Había muchos compañeros que conocía del curso anterior y que la saludaron con amistad y con preguntas relacionadas al verano que Isa respondió con la boca llena en muchas ocasiones.
El profesor entró en clase de manera puntual, traje de chaqueta con corbata monocolor que le daba un sobrio aspecto y maletín que era más propio de un abogado que de un profesor de universidad. Los chicos intuyeron a primera vista que las clases con aquel profesor iban a ser magistrales, o lo que es lo mismo, el maestro se sentaba, sacaba unos folios, y comenzaba a leer, mientras que ellos tomaban notas en sus cuadernos o folios. Quizás con suerte, al final de la clase hubiera un turno de preguntas, sino, habría que pedir una tutoría.
Tras presentarse y dar el horario de tutoría, comenzó a dictar los puntos que iba a dar en aquel semestre, y a la velocidad que iba, la chica creía que iba a sobrar meses para ver todo aquel temario. Isabel perdió el hilo de los apuntes varias veces y supo que acabaría teniendo que pedirle los apuntes a algún compañero. Quizás a esa chica ucraniana que el curso pasado había sacado varias matrículas que estaba sentada en primera fila y tenía tiempo hasta para mirar la agenda o la hora.
Por suerte, una vez había dado la clase de introducción, dio por acabada la clase y le dejó ir sin forzar más la clase o empezar temario. Solo por eso le cayó bien a Isabel, lejos de aquella forma de dictar o del amenazante aspecto que llevaba de "vais a suspender todos".
Salió del aula detrás del profesor con el bolso para ir a las máquinas que había por los pasillos y compró una botella de agua, sin muchas prisas, había dejado la carpeta en el pupitre y la carpeta era sagrada. Nadie se atrevía a quitar una carpeta o una mochila o cualquier cosa que estuviera en un sitio, ya había habido peleas por ello en otros cursos…
Saludó a varios compañeros que conocía del año pasado y se quedó extrañada con el bronceado que lucían muchas chicas de cabellos rubios. Temer reírse de manera descarada fue lo que hizo que entrara de nuevo en clase, donde la mayoría se había saltado las normas de educación no escritas y hablaban con otros sentados encima de las mesas. Se podía saber cuándo el chico intentaba ligar con la chica cuando este estaba sentado en la mesa con actitud dominante y dejaba a la chica sentada en la silla sin poder cruzarse de piernas por los vaqueros pitillos tan pegados que se llevaban en aquellos momentos.
Una profesora de cabellos morenos escardados y gafa de pasta blanca entró en la clase con un montón de carpetas y papeles que dejó encima de la mesa antes de volver a la pizarra y comenzar a dibujar un mapa de España con cierta habilidad.
La clase se fue sentando, murmurando la extrañeza de la profesora. Cuando todos se hubieron callado, la mujer detuvo el dibujo, al que le faltaban las Islas Canarias y se volvió a la clase quitándose las gafas que cayeron por su pecho ignorando la gravedad gracias a la cadena que llevaba. Isabel pensó que sin las gafas, la profesora perdía muchos años.
—Si alguna vez logro terminar el dibujo del mapa de España, y no os habéis callado, habrá al día siguiente examen.—Parecía mentira que aquella mujer con acento árabe o turco pudiera tener tan mal genio.—Me llamo Sila y seré vuestra profesora de Estadísticas.
La morena acabó comprendiéndolo. Todas las profesoras de matemáticas tenían mala leche por muy jóvenes que fueran.
Nada más verla, Isabel supo que no sería complicado ver a esa mujer en locales tales como El Rock-Ola o El Pentagrama, locales que ella misma frecuentaba por la clase de música que solían poner. Vestía falda larga y negra a juego con los tacones altos que a la española les encantó, y una blusa roja con encaje tanto en la tela del cuerpo, como por las mangas.
Como buena hija de puta, la condenada vestía de puta madre.
La primera clase se basó en unas fotografías de estadísticas sobre población en distintos años y distintos países en las que tuvieron que hacer un ensayo sobre la tendencia que estaban tomando aquellos números. En él, había también que hacer hincapié sobre la zona en la que se trataba y el cómo la zona podía afectar a la población. Si todas las clases eran igual, aparentemente, Isabel no iba a tener muchos problemas para aprobar.
Dos clases después, Isabel salía de la facultad comiéndose un bocadillo de tortilla, que había comprado en la cafetería, por el camino. Le tocaba volver sola a casa, porque tanto su amigo francés como el alemán tenían horarios muy distintos al suyo
El primero, Francis, andaba cerca de su facultad, estudiando Filología hispánica a falta de no poder estudiar Filología francesa. Pero él ya había salido de la clase hacía rato.
Mientras que el otro, Gilbert, estudiaba en el otro campus Empresariales, por lo que le pillaba algo lejano acercarse, por no hablar que todavía le quedaba una clase, que en lugar de darla por la mañana, había preferido tenla por la tarde por el profesor que la daba.
El camino en el metro fue tranquilo, releyó los apuntes por no encontrar nada más interesante que hacer hasta que dos jóvenes entraron con minifaldas de colores chillones y lápiz de labios pocos convencionales, que hablaban de una fiesta en la Sala Carolina con actuación de Alaska y los Pegamoides aquel mismo fin de semana.
La que estaba más cerca de Isabel, una rubia con permanente, no dejaba de presumir frente a la otra, que imitaba de mala manera el look de la época luciendo camiseta con estampado de piel de leopardo, que ella estaba en la lista y por ello iba a poder entrar, a la vez que hablaba del primo de un amigo que tenía una prima que trabajaba de camarera en aquel local y le iba a colar para que conociera a Alaska.
Las dos bajaron ante que Isabel y por la parada, la chica intuyó que iban a ir al centro.
Hizo un repaso mental de la conversación que había presenciado. Ella tenía que ir a tal evento, estuviera o no estuviera en la dichosa lista que la rubia no dejaba de señalar… Y ahora que lo recordaba, la rubia tenía cejas muy oscuras.
Tumbada en la cama de su cuarto no dejaba de darle vueltas a todos sus conocidos, pensando en si alguien podía colarla en tal lugar, pero lo cierto es que tanto ella como sus amistades preferían otros locales como la Vía Láctea, por lo que acabó desistiendo mientras terminaba las fichas de clase que debía de entregar a todos sus profesores.
Rodó en la cama, mientras terminaba en la radio la última canción que habían grabado TOS. Se habían pasado la última hora con grandes éxitos del grupo a modo de recordatorio, aunque ahora con los Secretos tampoco es que lo estuvieran haciendo del todo mal.
Lanzó un bostezo al techo, cerrando los ojos y se cruzó de piernas. El escogido modelito había sido sustituido por un pantalón de chándal que le quedaba algo grande y una camiseta del Real Madrid que usaba para dormir. El costoso peinado ahora estaba recogido en un alto moño que dejaba varios mechones sueltos por su rostro. Junto a ella había infinidad de papeles que poco tenían que ver con la universidad, pero que ella tenía allí porque buscando tal cosa, se había entretenido con tal otra y todo acababa siendo un caos que no tenía salida.
Y como no tenía salida, Isabel alargó la mano hasta acabar tocando los botones de la radio, aunque tuviera que estirarse en la cama, colocar la otra mano en el suelo para no caerse y hacer equilibrismo con la otra para no tener que levantarse. Todo para bajar el volumen.
Se quitó las zapatillas con los pies tirándolas al suelo y se estiró en la cama, tumbándose con las piernas a un lado y con el cuerpo hacia otro para no tener que quitar nada, a pesar de que sabía que, sino todos, buena parte de los objetos que había en la cama acabarían tirados en el suelo de la habitación.
Abrazó su cojín con la funda de un tomate y apagó la luz desde el interruptor que tenía al lado de la cama, antes de echarse aquellas siestas de casi todas las tardes.
Sea la hora que fuera, Isabel necesitaba dormir algo por la tarde, aunque fuera la media hora en la su madre estaba preparando la cena. A ella le sabía a gloria.
Justo cuando cogió el sueño, en la radio comenzaba a sonar la Tentación de Kaka De Luxe.
Por si hay alguna duda, la profe de Isa que viste tan bien, es FemTurquía. En lugar de ponerle el antifaz, le he dado unas gafas de anchos cristales.
