Primera Parte
—Capítulo 1—
El inicio de una aventura sucede en cualquier momento.
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Akashi Seijūrō
Después de mucho tiempo asistiría a un cumpleaños. Seijūrō se vistió y bajó al salón principal. Su padre le había brindado el permiso, con la condición de que fuese luego de culminar sus tutorías particulares. Él acató y agilizó los deberes. Suspiró varias veces de camino a la casa de Reo, recogería a su amigo de preparatoria antes de ir al agasajo. A pesar de su común gesto estoico, estaba nervioso. Aquella fiesta lo tensaba. Shintarō —su único exnovio— confirmó la asistencia el día de ayer por la noche. Le provocó un fuerte retortijón en el estómago por la incomodidad de coincidir una vez más fuera del básquet.
Shintarō todavía no le perdonaba la infidelidad que rompió aquel noviazgo, vivía resentido con él y se lo demostraba con miradas altivas, prepotentes. Shintarō era muy rencoroso, y construyó entre ellos una gran pared cuando terminó el compromiso y lo botó de su casa como una bolsa de basura. Le dolía recordar. Era una espina clavada. Para fiestas de fin de año, él dio el primer paso para la reconciliación. Le envió a su exnovio una postal de buenos deseos, pero no recibió una de vuelta. Fue un movimiento fallido. Lo lamentaba y se arrepentía de haber roto la relación, también la amistad de años. Conocía a Shintarō desde jardín de niños. Era un tiempo considerable, que resquebrajó al iniciar un romance.
Se sintió nostálgico al escarbar en el pasado, pero a pesar de que su buen humor oscilara, deseó tener una buena noche. Reo subió a la limusina y le contagió su sosiego, siempre equilibrado y sereno.
—Pensé que ya no vendrían —Taiga les dijo y los invitó a pasar. Seijūrō se excusó por la tardanza, muy frecuente de él, y felicitó a Tetsuya por el onomástico, también le agradeció a Taiga por la invitación.
En el salón, solo había dos almohadillas desocupadas y, para su mala suerte, justo al costado izquierdo de su exnovio. Reo le facilitó la conmoción y se situó al costado del as Shūtoku. Shintarō no lo saludó, a pesar de que le mostró un gesto amigable. Se resignó a soportar la incomodidad y se sentó. Quien sí volteó a decirle Buenas Noches fue Kazunari —el nuevo mejor amigo de Shintarō—. Le respondió por cortesía. Le purgaba que Shintarō lo hubiese remplazado tan pronto, en apenas dos años.
El gusto de Shintarō por Kazunari era obvio para él. Conocía a su expareja de pies a cabeza y la leía con facilidad. Los observó un buen rato, preguntándose cómo Shintarō cambió tanto el estándar. Kazunari era pícaro, burlón, abierto y hasta raspaba lo simple para él; mientras que su exnovio era disciplinado, metódico, excéntrico. Aquello le encantaba de Shintarō, que fuese auténtico y no se dejase influenciar.
Por un segundo, sintió que Shintarō miró hacia él, pero cortó ese instante en un chistar. El trato frío y distante persistiría. Lo lamentó, porque se ilusionó con una reconciliación, aunque sea amical.
—Sei-chan, ¿qué me recomiendas? —escuchó. Reo miraba la bandeja de sushi—. Todo se ve exquisito.
—Estos están muy buenos —Kazunari fue quien le respondió a su amigo, señalando la extensa tabla de calamares fritos y algas sancochadas—. Los rollitos de col también-…
—Esos están horrorosos, lo sabes. —Shintarō los interrumpió.
—Oye-oye, no andes criticándome —el halcón contestó pícaro— o te voy a robar un beso~.
Se acobardó y miró para otro lado. Él no tenía ningún derecho en involucrarse en la vida privada de su exnovio, menos después de haberle fallado, pero le ardía el nuevo pretendiente de Shintarō.
No disfrutó del resto de la noche por la molestia que le producía escucharlos. Consideró inventarse la mejor excusa para retirarse; sin embargo, el orgullo lo obligó a quedarse y a soportar. Controlarse era parte de ser un Akashi. Ryōta se sentó a su costado cuando varios se fueron para el rincón del karaoke. Aprovechó la oportunidad para felicitarlo por su constancia en las terapias médicas. Su amigo asistía a rehabilitación para restaurar el músculo de la rodilla derecha. Le deseó una exitosa recuperación, pero fuera de los temas médicos, buscaba un tema más personal. Sabía de buena fuente que Ryōta se había convertido en el amigo cercano de Shintarō por tratarse justo en la clínica Midorima. Ryōta debía estar enterado de algunos detalles sobre la estrecha relación entre Kazunari y su expareja. Contó con buena fortuna. Su amigo soltó solo el chisme apenas Shintarō y Kazunari se pararon para irse al karaoke.
—Sé que uno no debe juzgar a la ligera, pero QUÉ mal gusto tiene Midorimacchi —Ryōta dijo con total libertad, con un tono despectivo—. Es corriente, del montón y fácil, fácil como la tabla del cero.
—¿Fácil en qué sentido? —preguntó sin comprender la frase.
—Eh, ya sabes, fácil, no sé, resbaloso, regalado. —Su amigo le aclaró—. Aparte de Midorimacchi, tiene a dos más. Bueno, a los zorros les abundan los novios —dijo entre dientes. Ryōta tenía la peculiaridad de expresarse con frivolidad y solía tener razón cuando no exageraba—. No sé, Midorimacchi dice que él es más que los otros dos y no lo niego, pero eso no quita que Takao sea poca cosa, su peor es nada.
—Pero si a Kazu-chan se le ve tan lindo, —Reo opinó—, es muy espontáneo.
—¡Oye, Kise, sigue tu canción! —escucharon.
Le quedaba claro que Shintarō estaba pasando la página ¿Cuánto tiempo más debía pasar para él poder superar lo que hubo entre ellos? Se arrepentía de su equivocación y le pesó en ese momento. Atsushi lo saludó como un vil recuerdo y le compartió una golosina antes de irse también al karaoke. Lo siguió con la mirada. Cada día entendía menos su propia infidelidad. Se cansó del pasado y le avisó a Reo que regresaría a su casa, aunque su amigo no se lo permitió. El mundo no giraba alrededor de un exnovio. Reo dejó de conversar con Shun y le ofreció a colaborar con la causa, romper ese gran bloque de hielo por él. Shintarō era muy creyente de la fortuna, le favorecía a su amigo porque Reo leía el tarot.
Sudó frío cuando su compañero se acercó Shintarō a pesar de haberle pedido mantenerse al margen, era mejor no remover nada. El tiempo comenzó a avanzar con lentitud. Segundo a segundo. Sintió sus latidos por el nerviosismo y se olvidó de la cháchara del resto por enfocarse en Reo. En unos minutos, Shintarō volteó hacia él, mirándolo fijo por primera vez. Reo pagaría con sangre si el plan no resultaba o no lo beneficiaba en algo. Sintió un apretón en la garganta cuando Shintarō se acercó. Lo saludó para disimular. El ambiente era incómodo, pero mostrarse orgulloso y esquivo no arreglaría aquel estrago. Shintarō fue conciso, buscaba una tregua, pero por salud mental. Él solo se limitó a acatar, aceptó ese modo de conciliación. Las exquisiteces no estaban a su favor. Además, una tregua le convenía mucho, era la excusa perfecta para acercase de nuevo y reconstruir al menos el lazo de amistad que los unió.
A pesar de ya haberse disculpado en aquel entonces, se lo reiteró. Tenía la necesidad de pedirle perdón otra vez, siempre sentía que no era suficiente. Shintarō lo observó sin responderle, algo fastidiado.
—¿Shintarō? —lo llamó por tercera vez.
—Deja de repetir mi nombre, pareces una grabadora —le contestó, pero altanero—. Ya sabrás que no estoy interesado en tu amistad, lo sabes, pero haré un esfuerzo para evitar el mal karma.
—Supongo que lo necesitas ahora ¿Cómo has estado?
—Como siempre, lo sabes… ¿Vas a cantar? —Aquello era mejor que un prolongado silencio. Asintió y lo acompañó al grupo de karaoke. Shintarō regresó al mismo sitio, al lado del halcón.
Reo continuaba con la lectura, entre risas por las bromas de Kazunari. Le llamaría a ello traición amical si fuese envidioso como Ryōta, aunque no era su caso. Taiga le alcanzó la lista de canciones y escogió una pista con pesadez. No le gustaba tanto cantar, pero ya le había confirmado a Shintarō que lo haría. Ryōta dejó el micrófono después de unos minutos y se ubicó junto con él, curioso por el tarot. Kazunari se arrimó. Según Reo, la lectura era personal, pero allí ya había más de tres. Shintarō prestaba atención a cada palabra de la predicción y él también. Su amigo era muy acertado o eso se decía por Rakuzan.
Suspiró cuando Reo acabó la lectura del halcón. Su amigo le avecinaba un futuro amoroso muy variado a Kazunari, y aquello lo alivió por interpretarse como si Shintarō fuese un amante más, pero le produjo cierta envidia. Después de Shintarō, no existió nadie más para él, nadie que lo llenara a tal grado como para comprometerse en una relación. No se sentía impaciente por ello, la persona correcta llegaría en algún momento, aunque si comparaba, el desosiego le aparecía. Tal vez no era afortunado en el amor.
Haizaki Shōgo
Regresar a Tokio le resultaba un fastidio. Su vida en general lo abrumaba ya desde hace un tiempo por temas familiares, que prefería no mencionar. Shōgo suspiró y cayó rendido en la banca del parque, su lugar favorito hace dos años. Frecuentaba aquel lugar cuando salía con Shūzō —su expareja— luego del club de básquetbol. Se desvivió tanto por ese tipo que le causaba hastío haberlo perdido de un día para otro. Se levantó antes de entrar en la añoranza, no le gustaba escarbar en el pasado. Pasó por su antigua secundaria. Teikō seguía igual a como lo recordaba. Se detuvo allí un momento y miró al gran gimnasio, allí fue donde Shūzō lo mandó al diablo. Bufó al de nuevo perseguir recuerdos que no valían la pena. Su expareja estaba muy lejos de Japón y ni siquiera sabía si regresaría algún día. Se cerró bien la cremallera y comenzó a correr otra vez. Necesitaba hacer ejercicio para no pensar, para sosegarse.
Llegó hasta la ciudad de Nakano, muy sudado. Se limpió el rostro con la misma ropa y bebió más de la mitad de su botella de agua. Correr era la terapia más sana que tenía, también una de las más útiles al estar ejercitándose, cuidando su salud. Era vanidoso con su cuerpo, debía estar en forma. Siempre listo para la guerra, siempre listo para sobrevivir a base de la fuerza. Brincó varias veces antes de continuar con su trayecto, su destino final era el centro comercial Nakano Broadway, faltaban unas cuadras más.
Midorima Shintarō
Se sentía más liviano esa noche, más cómodo, a pesar de que la nieve le mojara gota-a-gota su cabello. Shintarō se acomodó mejor los guantes. Había comenzado a nevar minutos después de salir de la fiesta de Tetsuya. Kazunari lo acompañaba, conversándole animado. En aquella oportunidad, él sería quien lo llevase hasta la puerta de su casa. Hacía méritos desde hace unos días, para demostrarle a su amigo que le interesaba. La lectura de cartas de Reo le había confirmado que debía pasar la página, fluir como un río. Seijūrō había sido una parte muy importante de él, pero la vigencia de sus sentimientos estaba por vencer. No podía aferrarse a algo que ya se había roto con una infidelidad. Él era desconfiado, no regeneraba su confianza en una persona, le costaba, y su exnovio lo había lastimado de verdad.
Aún le dolía recordar el día que se enteró por boca de Shōgo que Seijūrō se había estaba besuqueando con Atsushi en el almacén del club. Fue ridiculizado por algunos, que aprovecharon para burlarse de él diciéndole venado. Tardó en entender la referencia y les rompió la boca a esos cuando Ryōta le tradujo el insulto. Admitía que Ryōta se portó muy bien con él cuando rompió con Seijūrō, por eso lo ayudó al enterarse de su problema en la rodilla. La clínica de su familia trataba a su amigo sin costo alguno.
Suspiró y se regañó por caer en recuerdos. Se había reconciliado con Seijūrō precisamente para opacar la nostalgia. Aquel tema estaba cerrado. Kazunari se detuvo cuando un niño se acercó a pedirle ayuda para alcanzar un globo. Lo observó sin decirle nada. Su amigo podía llegar a ser muy burlón, holgazán en los estudios e incrédulo, pero era una buena persona. Gracias a Kazunari, él había conectado mucho mejor con sus compañeros de equipo, de salón. Le había enseñado a no ser tan tímido con esa manera tan fresca y elocuente que lo caracterizaba a su amigo. Lo complementaba y esperaba que tal amistad se transformara en algo más. Kazunari le enviaba señales y las anulaba a la vez. Aquello lo confundía.
—Mañana iré con Miyaji-san a renovar su clóset —el halcón le comentó—. Dice que ya nada le queda, que está gordo… a veces habla cada burrada —dijo ácido— ¿Cómo va a estar gordo? Está bueno.
—No sabría qué decirte.
—¿Por qué tanto ego viril~? Ustedes nunca quieren darse un cumplido, es estúpido.
—¡No es por eso, lo sabes! S-solo… no tengo por qué halagar a nadie. —Kazunari rio— ¡Es en serio!
Detestaba hablar de Kiyoshi en sí. Sabía que Kazunari era amigo cercano de los hermanos Miyaji y eso le incomodaba. No podía confirmarlo, pero presentía que su superior de tercer año tenía sentimientos encontrados hacia su amigo. Aquello lo catalogaba como rival, era imposible mirarlo de otra manera.
Kazunari se detuvo en la esquina. La señora Takao era una mujer especial, impaciente, y no le gustaban las visitas sin previa aviso. Se despidió allí, recordándole que el sábado tenían una salida pendiente. Su amigo asintió y le guiñó antes de irse. Si no fuese tan tímido, se hubiese atrevido a abrazarlo. Kazunari no era tan afectivo sino, más bien, atrevido. Hace una semana, su amigo le insinuó que no se ennoviaría de alguien que no conociese en la cama. Esa había sido una indirecta bastante clara, tanto que inclusive él la captó, pero aquello lo mortificaba. Él siempre pensó en intimar solo con su esposo, con nadie más.
Kasamatsu Yukio
Ser el capitán del equipo de Kaijō consumía mucho tiempo. Yukio lo aseguraba con creces. A veces se quedaba una o dos horas más que sus compañeros, ni siquiera divirtiéndose sino arreglando el papeleo del club como todos los meses. Ese día el entrenador le pidió un presupuesto para un campamento de entrenamiento para mediados de febrero, pero ¿por qué él debía encargarse de aquello? Le aburría y creía que Genta abusaba de su excelente responsabilidad para cargarlo con más tareas. No recordaba que el anterior capitán gastara tantas horas en los pendientes del club y si no fuese por su mejor amigo, se hubiera arrancado los cabellos del estrés esa noche. Yoshitaka lo estaba ayudando con el deber.
—¿Y cómo va la búsqueda de tu chico ideal? —su amigo lo molestó—. ¿Lo agregaste?
—No vas a parar, ¿verdad?
—Solo trato de amenizar esto —dijo y alzó los papeles enfatizando el contexto—, si quieres hablamos de la clase de literatura o de los exámenes para la universidad, los ponderados, las carreras…
Aquellos temas eran más deprimentes. Se desparramó perezoso sobre el escritorio, se rendía. Cedería ante el juego infantil de Yoshitaka. Hablar de sentimientos lo intimidaba por la timidez. Relacionarse y lanzarse al amor no era precisamente su fuerte. Su mejor amigo era más desenvuelto en ello, aunque lo cierto era que ninguno de los dos lograba llamar la atención de la persona que les gustaba.
—No le he enviado la solicitud. Miyaji es muy popular, ¿por qué se fijaría en mí?
—Su última novia fue una de su escuela y era una escoba con falda, Yukio, tú tienes más posibilidades. O tal vez le gusten así, ¿escuálidas? Puede ser, ¿no? Tal vez le gustan las que parecen muñequitas.
—Entonces es un caso perdido, seguro solo sale con mujeres y zanja el tema.
Los tipos como Kiyoshi no se fijaban en muchachos como él, era ley de vida. Los estudiantes populares no volteaban a ver los cerebritos del salón. No estaba en Shūtoku para verlo cara-a-cara, pero sabía de muy buena fuente que su flechazo era bastante asediado en la preparatoria; era lógico. Yoshitaka era el único idiota que se creía esas fofas tramas de comedias románticas y él también por permitirlo.
Haizaki Shōgo
Nakano Broadway sí había cambiado. Tenía más tiendas, más propaganda de la necesaria. Shōgo miró curioso los puestos. En realidad, a él no le interesaba el mundo del anime ni del manga, le aburría estar frente a una pantalla viendo dibujos, pero aquel mall estaba repleto de chiquillos y chiquillas ingenuas a quien podía caramelear sin mucho esfuerzo. Buscaba sexo fácil. Era conocido por esos lares, aunque no encontró a sus víctimas favoritas, solo nuevas caras. Recorrió hasta el último piso, deteniéndose al ver un rostro conocido. El tipo conversaba con una chica. Lo siguió con la mirada, apoyándose en las barras cerca de las escaleras eléctricas. Quería que lo notara, que renegara al verlo de nuevo por Tokio, esa vez para quedarse. El momento no tardó y sonrió de oreja a oreja cuando hicieron contacto visual.
—¿Qué tal, Yoyo~? —le preguntó burlón y se acercó, con aparente simpatía— ¿No te alegras de verme?
—Vuelve a llamarme Yoyo y te entierro vivo, infeliz ¿Qué haces aquí? ¿No te habías largado a Shizuoka?
—Ah, qué lindo~, ¿sabías a dónde me había mudado~? —Kiyoshi lo botó apenas le puso una mano en el hombro. Cómo le gustaba molestarlo. La chica se intimidó— ¿Tu novio te lo dijo? Ah, perdón~, me olvidé de que él ya no es tu novio~. Una pena, ¿no? Hacían muy bonita pareja… ¿Ella es tu nueva novia~?
—Sí, a metros de ella, infeliz. —Trastabilló por el empujón, divertido de sacarlo de quicio—. Esta ya no es tu zona, así que piérdete y no te quiero ver cerca de Kōtō, menos cerca de él, te lo advierto.
—No te preocupes, me vacié en él cuando era tu novio~ —le susurró con sorna— ya no le tengo ganas.
Lo esquivó esta vez y le guiñó. Era suficiente por un día. La tipa lucía nerviosa y no quería que llamase a seguridad, así que se despidió. Kiyoshi era un excelente contrincante para pelear, pero no estaba con ganas. Estaba cansado por la pesada mudanza y por haber corrido a mayor velocidad de la usual.
Se mojó el rostro con el agua que le quedaba y se ajustó las zapatillas. Era momento de regresar a su casa y de terminar su rutina de diez kilómetros. Estaba delgado por la crisis económica de su familia, pero a veces se financiaba con algunos negocios y acababa en un KFC. Le gustaban mucho las frituras, por eso prevenía, lo último que quería era engordar. Sus ínfulas eran tan grandes como su ego viril.
El estómago le rugió justo antes de comenzar. Miró alrededor, por una tienda donde comprar una sola fruta, que le entretuviese el estómago un rato. Divisó una panadería en la esquina. Si no se equivocaba, esa tienda llevaba años en aquellas cuadras. Era un punto estratégico. Se acercó desganado, lo último que comía era harina, pan, dulces llenos de azúcar. Él era más de alimentos salados, ácidos. Se asomó sin entrar, solo vitrineó. Reconoció al cajero, siempre con la mirada en el suelo cuando pasaba por allí. Si ese muchacho no fuese amigo cercano de Daiki, lo hubiese incluido a su pelotón sexual, pero no era el caso. Además, Daiki tenía la peculiaridad de creerse el gran defensor de otros. Ello le aburría y, sobre todo, no quería nada ni a nadie que lo relacionase con sus antiguos compañeros de secundaria.
Suspiró, resignado a comerse un bollo, pero no llegó a entrar al ver a Pepe Grillo o a Nash Gold Jr., era lo mismo para él. Sonrió y levantó la mano para confirmar que a quien veía con enojo era a él y sí era a él. Tal vez no debió irse sin colaborar a cargar las cajas. Qué podía hacer, no era el señor amabilidad.
—Eres el colmo. Tengo que salir a buscarte como si fueses un chiquillo. Tu hermano está preocupado por ti, sabes que está paranoico estos últimos días. Sé más considerado, Shō. —Nash lo reprendió.
—Sí, sí, como digas —respondió con desdén—, pero tengo una vida y no voy a dejar de vivirla por los tormentos de mi hermano ¿Ya no te lo había dicho? —Nash se enojó— ¿Nos vamos? Corre nomás~.
Nash era susceptible al enojo como Shinji, como su mamá, como Shūzō, hasta como Shintarō. No creía en los signos del zodiaco, pero algo de razón le daba al excéntrico de Teikō, a veces seguían un patrón. Rio al recordar su signo entonces. Escorpio: muy sexuales e intensos. En él calzaba a la perfección.
Hara Kazuya
Su recámara era una de las habitaciones más grandes y espaciosas de la casa. Tenía una zona de juegos, un baño propio con jacuzzi, un balcón para barbacoas, una cama personalizada, entre otros lujos. Vivir allí era un sueño. Kazuya sacó de su frigorífico dos botellas de jugo de limón y le alcanzó una a su mejor amigo, su inquilino momentáneo. Makoto dejó de revisar los discos de música, recibiéndole la bebida. Su mejor amigo solía mudarse a su cuarto de enero a marzo todos los años, para ayudarlo a estudiar y aprobar todas las materias sin problemas. Estudiaba de 20:00 a 22:00 de lunes a viernes, y los fines de semana de 16:00 a 20:00. Makoto lo presionaba mucho esos meses, pero no se quejaba si al final iba a mantener contenta a su familia. Su rendimiento académico debía ser del tercio superior para continuar con su libertad. Su padre se lo había advertido desde que ingresó a la secundaria y así lo cumplía, como una orden militar. Además, sus padres sabían que su mejor amigo era también su tutor de cabecera.
Se estiró en la cama, adormecido. Mañana debía levantarse temprano para repasar para el examen de matemáticas. Dormitó unos segundos antes de que escuchara la melodiosa voz de su hermano mayor. Kō era una molestia con sus dramas de querer independizarse. No lo entendía. A él no le gustaría vivir solo, aburrido en un pent-house sin nadie con quien conversar. Extrañaría mucho a sus papás, también la sazón de los cocineros de su casa, hasta echaría de menos las rabietas de Kō y las preguntas tontas sobre el universo de su hermanito Kenma. Makoto se rio cuando Kō comenzó a levantar más la voz, la conversación retumbaba y la discusión comenzaba a subir de nivel. Sintió vergüenza, aunque Makoto era considerado como de la familia. Brincó cuando oyó el timbre de la cochera, su padre había llegado.
—Necesito un poco de libertad, ¿tan difícil de entender es? —su hermano casi gritó.
Se bajó de la cama y pegó la oreja a la puerta, quería divertirse con lo tajante que sería su padre con su hermano. A Kō siempre le había reventado que él tuviese las preferencias en casi todo.
—Baja la voz, esta residencia no es un mercado —su padre habló—. No te compraré un pent-house ni hoy ni nunca. Es mi dinero, Kō. Si quieres independizarte, trabaja y costéate la libertad que TÚ ansías.
Razón número siete para no mudarse: conservar al patrocinador. Él no se imaginaba viviendo miserias ni limitaciones. Estaba seguro de que su padre a él no le pondría peros para comprarle un apartamento de oro, pero prefería no tentar ni abusar del diablo. No era bueno contrariar el carácter de su padre.
—Puedo preguntar los motivos de tu hermano para independizarse —Makoto le preguntó, a pesar de estar concentrado leyendo la lista de canciones de un disco— ¿Por qué su repentino interés?
—No lo sé, quizás ha conocido a alguien, yo qué sé… mi hermano es así, bipolar.
—Curioso que tú utilices esa palabra. —Makoto dejó el disco y volteó hacia él cuando su celular vibró. Su amiga no había entendido la frase: cero mensajes a partir de las 20:00—. Dámelo, tú no aprendes.
—Pero…
Fue un déjà-vu[1]. Su mejor amigo tenía la mano extendida, con un gesto aburrido, tal vez fastidiado por su insistente desobediencia. Makoto decía que las amiguitas que conocía eran una fila de oportunistas, que debía ser más cuidadoso al relacionarse. No era hijo de un panadero, era el hijo de un gran político empresario y la gente solía verlo como una billetera. Quizás tenía razón. Le entregó su móvil para evitar discutir. Era su mejor amigo y Makoto nunca haría algo con la intención de lastimarlo, era un hecho.
Kagami Taiga
Organizar una fiesta era cansado, sobre todo al final. Taiga terminó de despejar las últimas serpentinas de las paredes y tiró la bolsa de basura a un rincón. Había sido una buena noche. Lo único negativo que vio fue la ausencia de regalos para su mejor amigo. En Estados Unidos, nadie se presentaba a una fiesta sin un presente. Era ley. La cultura japonesa era extraña, nunca se acostumbraría del todo a ella.
Reposó un largo rato en el sillón, desparramado, hasta que timbró el teléfono fijo. Se extrañó. Su padre lo llamaba cada quincena. Se reincorporó antes de perder la llamada. Los códigos eran de Los Ángeles.
—Dad? —preguntó en inglés apenas levantó el teléfono.
—No, soy yo, Ty —escuchó—. Te tengo una buena noticia.
—Es raro que tú me llames, supongo que debe ser algo grande —contestó casi para sí—. ¿Qué fue? ¿Tu mamá ya descubrió tu doble vida? ¿Te encontraron en la esquina con Nijimura-san? —Bromeó.
—No y no tengo una doble vida —Tatsuya respondió resignado. No lo dejaría de molestar con ello al enterarse de las salidas nocturnas de su medio hermano hace unos pocos meses—. Regreso a Japón, estoy en el aeropuerto. Le dije a tu padre que me guardara la exclusiva, veo que lo hizo. Sorpresa.
El regreso de Tatsuya le extrañó. Hasta donde recordaba, su hermano mayor se quedaría en California con sus padres hasta que terminara los estudios, más o menos en julio de ese año. Recién allí su familia volvería a Tokio después de 24 años fuera del país, para retomar las raíces y asentarse nuevamente en esos lares. Faltaba en sí cerca de medio año para dicho acontecimiento. Él volvió un año antes por una negociación de su padre en Tokio y luego decidió quedarse por comodidad, pero había sido planeado, no de manera tan precipitada. Tatsuya lo enredó con un sinfín de excusas, hasta que al final le confesó la verdad. Un paquete de marihuana había sido el aliciente. Las tentaciones y los vicios en Los Ángeles eran muy fáciles de conseguir, y su hermano siempre había tenido un imán para las malas amistades.
—¿Estabas fumando droga? —le preguntó incrédulo—. ¿Tú eres imbécil?
—Solo probé una vez y te juro que el paquete era de un amigo —Tatsuya le explicó avergonzado—. Tu padre sigue muy molesto conmigo, pero espero que se le pase. Dice que en Japón me corregiré… y creo que tendré que repetir el último grado ¿O allá es igual? No quiero estudiar un año más…
—Técnicamente tienen los mismos años, pero te atrasarán, según ellos sus niveles de estudios son los mejores del mundo —dijo en burla—. En fin, seguro acabarás en marzo del próximo año, bro.
—Cielos… sí, eso me dijo tu padre. Dice que la vida allá es más estricta.
Su padre tenía la razón: la educación en Japón era muy disciplinada y la calidad de vida, mucho mejor por la seguridad. Tatsuya debía tener un contacto sumido en las cloacas de Tokio para conseguir droga.
Fuese cual fuese la razón, se alegró de la noticia. Vivir solo le aburría, sobre todo cuando regresaba de la preparatoria. Tatsuya siempre había sido el acompañante ideal para las tardes de Netflix, con ACT II o con comida rápida. Su relación con Tatsuya era excelente y le alegraba tenerlo de vuelta, aunque el único inconveniente era que, la habitación de invitados se había convertido en su trastero oficial.
—Llego a las 3:55 a.m. y supongo que estaré a la casa a las 5:00. Pon una alarma.
—¡¿Me harás madrugar?! ¿Por qué no puedes escoger un horario normal? —Se frotó el rostro, cansado de pensar en levantarse temprano. Tatsuya se despidió sin más noticias—. Nos vemos.
Cogió una toalla y se metió a la ducha, ahora estaba contra reloj. Debía terminar las tareas pendientes y limpiar el futuro cuarto de su hermano político. Llenaría el basurero del edificio y el presidente de la comunidad le llamaría la atención otra vez por no botar los desperdicios grandes el día adecuado.
Se trasnochó por la limpieza y se ganó su papeleta por infringir las reglas. Si Tatsuya le hubiese avisado con un par de días de anticipación, no se hubiera ganado un demérito por incumplimientos generales del edificio. Su abuelo lo requintaría, llevaba cuatro sanciones desde que llegó a aquel lugar. Su alarma sonó levantándolo. Se despabiló y fue a la cocina para preparar una buena comida de bienvenida.
Un desayuno americano era la elección ideal: panqueques con miel, huevos revueltos con jamón y tiras ahumadas de tocino. Picó más de una vez del tocino. Cocinar le abría el apetito. Su celular sonó, pero era un mensaje de Riko preguntándole por los deberes. Taiga le respondió y siguió con la comida.
—¿Tu padre no te prohibió comer tocino? —escuchó. Taiga volteó asustándose. Tatsuya había llegado cargado con dos pesadas maletas—. Huele desde que se abre el ascensor… ¿Sorpresa?
Su hermano no perdía la costumbre de entrar a una casa sin hacer ni el mínimo ruido, las madrugadas en la discoteca lo respaldaban. Lo abrazó efusivo, apretándolo. Él era más cariñoso en ese sentido.
—Ty, me dejas sin aire —Tatsuya dijo al soltarse de su abrazo, pero le sonrió—. Te extrañé, han sido dos años muy largos, bro, y muchos años alejado de aquí… cómo ha cambiado.
—No te hagas el nostálgico, que tenías dos años cuando te mudaste a California.
—Pero tengo recuerdos… pocos, pero los conservo ¿Y qué has cocinado?
Como lo predijo, Tatsuya llegaría hambriento. Le sirvió una taza cargada de leche chocolatada. Conocía los gustos de su hermano de memoria, hasta cuán dulces le gustaban los panqueques de naranja.
Había tiempo para hablar en aquella hora disponible, antes de irse corriendo a la preparatoria. Tatsuya llegaba justo a tiempo para los exámenes de categorización. Le recomendó buscarse una preparatoria particular, que se adecuara al sistema educativo estadounidense para evitar el choque tan abrupto de las culturas. En Estados Unidos, Tatsuya y él asistían al mismo grado a pesar de llevarse 10 meses de diferencia, porque el inicio de año era a fines de agosto, no en abril. Tatsuya era inteligente y dominaba el japonés a pesar de no haber vivido en Japón, él sí podía aprobar los rigurosos exámenes.
—Estudiarás conmigo, ¿verdad? —Tatsuya le preguntó.
—Eh… pero es que tú solo te quedas un año y yo ya tengo mis amigos en mi club de básquet, no sé si podría. Mi entrenadora me mata, hasta me está ayudando a estudiar —le explicó un poco incómodo. Tatsuya no le insistió—. P-pero primero averigua, todavía faltan dos meses, quizás te acepten en Seirin, prueba primero con ese examen de categorización, tal vez sí te respeten el tercer año.
Tenía un severo problema con decirle no a su hermano, pero era natural que Tatsuya quisiese estudiar otra vez con él el último año, aunque no creyese que le fuera difícil hacer amigos. Su hermano, a pesar de tener un perfil triste y opacado, siempre conseguía fácilmente la confianza de su alrededor.
Haizaki Shōgo
Su hermano mayor era un tema tabú ¿Haizaki Shinji? No, jamás había escuchado de él. Cualquier tonto y moralista podía juzgarlo como quisiera, tacharlo de mala persona, pero el asunto era más complicado de lo que parecía. Se quitó la almohada del rostro y miró hacia el otro lado de la habitación. Esta vez le tocaba compartir cuarto con su hermano, no había dinero para más espacio. Shinji era el complejo más grande de su vida y no exageraba. Se frotó el rostro, exhausto de tallar tanto en el mismo tema. Nada iba a cambiar. Lo observó dormir durante buen rato. Ya era hora de levantarse, de salir a la preparatoria y luego buscar clientes. Vender drogas era su único medio para subsistir, al menos hasta encontrar un buen empleo, que le pagase el sueldo de tres personas. Su hermano no laboraba y su mamá tampoco, ninguno de los dos podía por detalles que les impedía estar en la PEA[2]. No sabía qué hacer. Cada día se acercaba más el año de su graduación. No ingresaría a la universidad, ni estudiaría. No tenía tiempo.
Salió del cuarto sin hacer ruido, estaba hambriento. No revisó las alacenas, solo prendió la candela de la cocina y colocó las manos cerca para calentarse. No había calefacción en esa casa a punto de caerse a pedazos, pero lo peor del invierno acabaría pronto. Su mamá lo sorprendió al llegar con unas bolsas, pensó que estaría aun durmiendo. Revisó las compras y suspiró. Arroz, menestras: comida que llenase lo más posible. Shinji comía un montón por su altura, medía más de dos metros. Su mamá se quitó las capas de ropa de encima, que funcionaban más como un disfraz ideal para una prófuga de la justicia.
—Pensé que dormirías un poco más, corazón, ayer te desvelaste —su mamá le dijo en turco, con un tono dulce de por medio. Ella era demasiado melosa y se notaba a leguas que no era japonesa.
—De nuevo estoy con insomnio, lo normal~ —contestó juguetón. Su mamá lo apachurró, aunque él no le correspondiera tan abiertamente a su cariño—. Hoy me perderé todo el día, no me esperes hasta más de la medianoche. Eso les tiene que durar lo más que puedas, Anne[3], este mes no he conseguido tanto.
Su mamá le guiñó y le avisó que sacara una chompa extra, había nevado. Asintió y se cambió antes de que le ganase el sueño. Su hermano se levantó en ese entonces. Lo saludó con un gesto, avisándole lo mismo que a su mamá. No se quedaría a compartir un desayuno familiar con ellos, tenía pedidos que entrar en Shizuoka antes de ir a la preparatoria. Esperaba pronto conseguir más clientes en la capital, así apenas acabara el año escolar, se desvincularía por completo de esa prefectura. Pedía suerte.
Takao Kazunari
La vida de hijos de padres divorciados contaba con ciertas ventajas. Kazunari las conocía, las adoraba y las exprimía cada que se le presentaba la oportunidad para escaquearse de los pendientes escolares, de los castigos impartidos por parte de su mamá, entre otros beneficios. De algo servía la separación.
Ese jueves se sentía exhausto y algo constipado. Ayer después de llegar del cumpleaños de Tetsuya, se había puesto a jugar con la nieve con Kasumi —su hermana menor—. Su mamá lo obligaría a asistir así estuviera muy enfermo. Su relación materno-filial no se sostenía de una buena base, pero allí tallaba muy bien la separación de sus padres. Su padre era el tutor principal, tanto de su hermana como de él, por más que los cuatro viviesen en la misma casa como una familia feliz. Había razones tras ello.
—Entonces, ¿a dónde quieres llegar, hijo? ¿No quieres ir a la escuela? —su padre le preguntó. Kazunari conversaba hasta por los codos—. Estoy en una reunión, no puedo hablar mucho.
—Eh~, pero si a ti te aburren esas reuniones~ ¡Pon cara de tragedia y di que mi abuelo está en la otra!
—Me gustaría montar el pollo —contestó cómplice—, pero tu padrino está aquí, él sabe perfectamente que el abuelo está muchos metros bajo tierra. Además, si intento escaquearme, luego tendré que soportarle la cara de puño un mes entero —susurró— y no me conviene hacerlo enojar. Él no perdona y yo no me disculpo.
—Tan tú~, ¿y cómo está mi padrino? Hace uf, milenios que no lo veo~. Dices que es millonario, pero hasta ahora no he recibido ningún regalo suyo.
—Así son los millonarios, avaros. ¿Recuerdas mi llavero de oso panda? Ese fue el regalo de cumpleaños que me dio el gran empresario Hara Kanato. —Kazunari se desternilló—. Es para reírse, pero…
—¡Kazuo! —Ambos escucharon.
Pegó un respingo y dejó de reírse. Odiaba que su padre siempre estuviese en reuniones o muy ocupado en alguna supervisión de trabajo. Escuchó algunas voces antes de que la llamada continuase.
—Kazunari, —su padre lo llamó serio de repente—, estoy ocupado. No puedo conversar, al grano.
—¡Pero si ya te lo dije! Estoy afiebrado.
—Está bien, está bien, no vayas a la escuela, pero no te acostumbres al haraganeo por favor.
Su padre era su máximo. Sus amigos le insinuaban seguido que él tenía más un amigo adulto que una figura paternal, porque su padre solo le llevaba 16 años. Él era un condón roto o un error de cálculos. Su padre le confesó que no lo esperaba, pero que afrontó el reto y hasta el momento, no se arrepentía. Además, él era su preferido por mucho. Su padre conversaba más con él que con su hermana menor.
Su mamá renegó, y se enojó muchísimo cuando le avisó con frescura que no asistiría a la preparatoria y que contaba con la autorización de su padre. Su mamá no lo obligó a cambiarse ni a contradecir las consideraciones ya dadas, pero sí le ordenó, déspota, limpiar toda la casa y allí comenzó la fricción.
—Coge la escoba, no lo repetiré otra vez, malcriado —su mamá le dijo histérica.
—No voy a barrer. Si quieres quejarte, quéjate, pero yo no voy a barrer nada. No soy tu empleado.
Su mamá levantó la mano, pero no le llegó a pegar. No hubiese sido la primera vez que ella tentase su suerte en ese lugar. Recordó el correazo de hace unos años y la gran discusión que se provocó.
—¿Por qué no te mudas a la casa de tu amigo?
—¿Por qué no te mudas TÚ? Esta es la casa de MI PADRE. Si no te gusta mi presencia, QUÉ PENA, esta es MI CASA y el día que herede todo, vas a tener que regresarte a la montaña de donde SALISTE.
Su mamá le plantó una fuerte bofetada que le volteó la cara. Había sobrepasado el límite, lo reconocía, pero no le agachó la mirada ni se disculpó. No decía ninguna mentira. Su mamá era una mujer frívola y oportunista que solo se casó con su padre para obtener comodidades. Ella no era una buena persona y fue muy cruel con su padre antes de separarse; por eso, desde ese día, le perdió las consideraciones. Su mamá nunca lo había querido, siempre lo menospreció a pesar de ser su primer hijo y le aguantó el maltrato durante muchísimos años, pero al verla trapear el piso con su padre, se rompió algo en él.
No dijo más y subió a su habitación antes de perder los escrúpulos. Si no le exigía a su padre que botara a su mamá de la casa era por Kasumi, solo por ella. Su hermana no lo merecía. Además, debía reconocer que su mamá cuidaba y engría mucho a Kasumi, al menos con su hermana sí se portaba bien. Cerró su puerta con llave y se tumbó en la cama. Su vida familiar era un asco. Últimamente estaba considerando el mudarse a otra prefectura con su padre, ser egoísta con su hermana, pero le apretaba el estómago cada que lo pensaba. No quería lastimarla, ni mucho menos ser otra vez el causante de otra separación. Él había sido quien le contó a su padre sobre el amante de su mamá y destruyó la aparente felicidad.
Se despertó de la siesta a la 13:00 p. m., por los constantes mensajes que llegaban a su celular. El receso en Shūtoku acababa de comenzar y sus mejores amigos ya estaba en línea, recriminándole la falta.
######Grupo: SQUAD
###De: Yoyo
Con que fiebre, ¿no? FLOJO DE MIERDA. Prepárate que mañana vas a correr el doble.
###De: Yūyita
No creo que sea mentira si ayer estuvo jugando con nieve.
Aprovechando el tema, sé que sonará muy insistente de mi parte, pero ¿en serio vas a salir-salir con Midorima? No es por nada, Kazu, pero él es muy recto para ti y tiene cara de celoso. Yo no soy celoso.
Yo sí te daría libertad, no como mi hermano, créeme que somos muy distintos.
###De: Yoyo
Date por muerto, Yū. Apenas entres al club te voy a COCER la boca.
###De: Yo
Ya-ya~, Yoyo, no seas malo. Y Yūyita, ya lo hemos hablado. Eres el hermano de mi exnovio. Así Yoyo sea ahora mi BFF, hay códigos. No seas terco. Un día vas a desesperarlo y no habrá poder humano que te salve.
###De: Yoyo
Muy de acuerdo con eso.
###De: Yo
Y… ya es un hecho. He decidido salir con Shin-chan en serio.
¡Verdad! No les dije~😏 Me leyeron las cartas~
###De: Yoyo
¿Quién te leyó las cartas? ¿El muerto de hambre de NBR? Que por cierto ha regresado a JODER.
###De: Yo
¡Pero qué celos le tienes a ese tipo! Supéralo😑. No estaba ni enterado y ni me importa.
Me leyeron las cartas en el cumple de Kuroko y según el amigo de Akashi conoceré a un tipo que eclipsará mi vida, me derretirá el corazón y me hará conocer el mundo del amor~. 😍
###De: Yoyo
Supéralo tú y celoso mi culo.
Y tú repartes tanto amor como una piedra.
###De: Yo
Oye, me ofendes, yo soy muy amoroso~.
###De: Yūyita
Kazu, conoces mis sentimientos, pero a otro perro con ese hueso.
###De: Yo
¡Está bien! Olvídense del pan con pollo y de mis gaseosas. Me conseguiré nuevos amigos. BAI.
###De: Yūyita
Kazu, no, no fue nuestra intención…😔
###De: Yo
ASLDFKJADLKFJADLSKFJADLKF
Solo bromeaba~, siempre caes, Yūyita. Y para que no fastidien, LOS MEGA ADORO😍.
###De: Yoyo
A mí corazoncitos en chat NO, a mí en la CARA.
Ah, verdad, tampoco les había dicho. Ya tengo NUEVA novia. Se llama Mayu, es idéntica a Miyu-Miyu.
###De: Yūyita
Tu novia es una escuálida horrorosa, Yoyo. Tú mereces más.
Se dobló de la risa todo el tiempo que duró el recreo en Shūtoku. Kiyoshi se despidió, avisándole por un mensaje privado que al salir del club lo buscaría. Ese día lo acompañaría por un guardarropa nuevo.
Shintarō no le había escrito ningún mensaje y no le extrañó, su compañero no utilizaba el móvil entre clases, solo lo sacaba ocasionalmente. Él tampoco le mensajeó en vano. En vez de insistir, se ducharía para estar listo para salir. Además, era la hora del almuerzo y su mamá seguro había cocinado guisantes y pollo al maní, curioso que él fuese alérgico a tales alimentos. Sacó de su gaveta secreta en el armario una botella de gaseosa y una bolsa de bizcochos. Ahí guardaba varias reservas para esas ocasiones.
Sakurai Ryō
La panadería Panda se encontraba en pleno corazón de Nakano Broadway y se abarrotaba de gente los fines de semana, a la hora de la merienda. Ryō trabajaba allí, colaboraba con el negocio de su familia y era indispensable que se familiarizara con el local. Él estaba aprendiendo a hornear y, a mitad de año, se inscribiría en cursos de pastelería para colaborar con las masas.
Recibió el dinero y le entregó la bolsa de pan al cliente. Su labor se basaba más en el área de la caja los días de semana; mientras que sus padres se encargaban de las barras. A esa hora, el local se llenaba una barbaridad. No había tiempo ni para ir al baño. Trabajó como una máquina por dos horas seguidas y suspiró largo cuando consiguió un par de minutos para tomarse un refresco. Le dolía la garganta por hablar tanto. Cuando volvió de su descanso, se intrigó por unos clientes que nunca había visto por las calles de Nakano Broadway. Uno tenía una mirada extraña y el otro era un extranjero por los rasgos.
El habla del joven raro era opaca, taciturna, lucía incluso distraído. Sintió miedo cuando se acercó a él, con esa mirada tan saltona. El extranjero fue quien le entregó el dinero junto con una tarjeta, requería una factura. Decía Nash Gold Jr., reclutador de Suntory Limited. Esa era una conocida cervecería.
—¿Y Shō? ¿Cómo está? Hoy no lo he visto para nada —el extranjero le dijo al otro.
—Está ocupado, siempre está ocupado —el raro dijo con cierto desdén—. No puede conversar ni cinco minutos conmigo. Ayer le pregunté si podía ayudarlo en algo y me largó. Se fue muy rápido.
—Ya lo conoces, acumula mucho estrés y lo desfoga con su malhumor. Ya te lo he explicado
—A veces creo que no le agrado… con mi mamá conversa mucho, parece un loro.
—Shōgo te quiere mucho, Shinji, además creo que la mamitis es un rasgo de los Haizaki, ¿no?
Sintió un apretón en la garganta al escucharlo y se le cayeron las monedas que iba a entregarle a Nash. Se disculpó de inmediato y se agachó, avergonzado. Se había sorprendido por tan grata coincidencia, al menos para él. Conocía a Haizaki Shōgo y ese tipo raro debía ser el hermano de su imposible. No era descabellado, había visto a Shōgo justo ayer. Significaba que era oficial, los Haizaki estaban de regreso en Tokio después de dos años fuera. La oportunidad de conquistarlo se abría otra vez. Nadie lo sabía, ni siquiera Satsuki y Daiki, pero él llevaba cuatro años enamorado de Shōgo en secreto.
Por timidez, nunca se había acercado a Shōgo, pero lo había visto infinidad de veces pasear por allí. No sabía si había sido amor a primera vista o si se trataba de una ilusión, pero no olvidaba su rostro desde que coincidieron en un campeonato en la secundaria. Muchas veces vaciló con la idea de ofrecérsele; después de todo, Shōgo cogía lo primero que encontraba a juzgar por sus variados gustos, pero ni aun así había puesto un pie afuera de la panadería cuando tenía la oportunidad de exhibirse. Ser atrevido no era su fuerte, no le salía desenvolverse con soltura. Guardaba más la esperanza de que Shōgo fuese hacia él, que cruzara la pista y comprara un pionono de chocolate, aunque nunca sucedería tal cosa.
Kise Ryōta
El cuarto de Shintarō era espacioso, relajante para cualquiera que fuese desordenado. Todo estaba en su lugar, nada desentonaba con el feng shui. Shintarō había nacido maniático compulsivo y moriría tal cual, orgulloso de haber sido diligente a cada segundo de su vida. Ryōta juzgaba a la ligera y su primera impresión, de quien ahora era su amigo cercano, no fue la mejor. Shintarō pecaba de rígido. Era muy diferente a él. Su amistad podía verse fingida desde un ángulo cerrado, pero cuando se retrocedía unos pasos, se entendía cómo había aprendido a congeniar con Shintarō. Él era un signo de aire y las ofensas las olvidaba con rapidez, porque su amigo era testarudo para admitir su poco tacto. Además, le divertía que Shintarō fuese tan de asentadas convicciones. A su amigo no le interesaba la opinión de los demás y ello, para él, que disfrutaba del público y la fama, era impactante. Quería aprender de esa amistad.
Se balanceó entretenido en la hamaca de su amigo, jugaba en ella cada que lo visitaba. Shintarō era su tutor esas semanas y estaba allí desde las 18:30. Como no podía jugar básquet, salía más temprano de la preparatoria. Ese día debía estudiar geometría del espacio, pero en vez de ello, invirtió el tiempo en contarle a Shintarō sobre el expediente del "halcón". No podía entrometerse en las decisiones ajenas, pero sí intentaría hacerlo dudar. Kazunari sería un martirio para su amigo que era muy conservador.
—… sabes que, no te puedo jurar nada, pero te prometo ser más perspicaz con él —le contestó. Eso fue suficiente para él. Sonrió complacido y le guiñó. Su preocupación por él sí era sincera—. Por cierto, sabes que tu mamá me está pagando para ayudarte con tus tareas, ¿vas a sacar un cuaderno sí o no?
—Sí… pero primero dime qué tan compatibles son un Géminis y un Virgo —le preguntó—. He estado pensando en vacilar un rato con Aominecchi, no es WOW, qué guapo, pero a nada.
—No son compatibles, menos Aomine contigo.
—Te lo voy a decir porque sé que eres una tumba. En mi estudio, me apunté en un reto, que se llama Yo-marco-la-diferencia —dijo entre risas—. Supuestamente debo "estar" con una persona de color, ya sabes, como Aominecchi. De otra forma no saldría con él. —Aclaró—. Es una lástima que Aominecchi sea de color, porque me cae bien y es mi… amigo, pero el fin justifica los medios, al fin y al cabo.
—No deberías ser tan racista, lo sabes, y ya bájate de ahí. Tienes que estudiar.
Lo obedeció, el tiempo le comenzaba a jugar en contra. Ryōko —su hermana mayor— lo recogería en dos horas más y para ese momento, él debía haber terminado sus pendientes de matemáticas, sino su mamá lo regañaría por cotorrear en vez de aplicarse. El segundo año estaba a puertas y la universidad también. Era importante que incrementara el ponderado general si deseaba alcanzar algún buen cupo para las universidades de renombre y más si él aspiraba a ser parte del cuerpo aéreo de la JASDF[4].
Hara Kazuya
A pesar de ser mitad de semana, los alumnos de Kirisaki Daīchi organizaron un reventón para las 19:00 p. m. en la fraternidad de Los Lobos. Un grupo de antaño conformado por el alumnado más popular. La casa de la fraternidad quedaba a dos cuadras de la congestión elitista del centro comercial de Ginza. Los miembros habían invertido un montón de dinero para conseguir ese lugar que era endiosado. Todo el club de básquet había logrado mezclarse allí gracias a Kazuya, quien congeniaba bien con los líderes de la fraternidad, a tal punto de ser ascendido a la manada A1, y por eso invitó a sus amigos a la fiesta.
Aquella noche, el salón principal estaba a punto de reventar. Había más gente de la prevista. Pasó por la barra al desocuparse de sus labores como líder de la fraternidad. Pidió una bebida grande y buscó a su grupo. Makoto estaba en la zona de los dardos, junto con los demás. Saludó amistoso, al fin podía divertirse a sus anchas. No le gustaba tanto bailar, pero sí conversar. Hiroshi le cedió el asiento para practicar los dardos, además Kentarō estaba tumbado en el sillón, durmiendo e incomodando. Se burló, solo a ese tipo se le ocurría roncar en plena fiesta, luego aparecería como el aburrido del mes. Kōjirō le dio la razón y tomó una foto de su amigo antes de seguir probando con los dardos. Makoto lo estaba instruyendo para que no diese tanta pena ajena. En el fondo, no entendía qué diablos le había visto su mejor amigo a ese tipo, tenía ojos de pez muerto.
—Creo que tu amigo ese tenía razón, aquí hay más de 150 personas —Hiroshi le dijo mirando a su alrededor—. No pierden la costumbre que las fiestas se les vayan de control, ¿no?
—Sí lo sé. —Se rio—. Alucina que hace un rato me topé con un tipo que vendía como que unas pastillas mágicas. Estaba más enrumbado que muchos, los nuevos van a estar high con esa cosa~.
—¿Droga? ¿Estás seguro?
Makoto prestó atención. Aquello estaba prohibido en Kirisaki Daīchi y en la ley. Tendrían problemas si algún rector llegaba a ver a un alumno drogado. Le indicó dónde había visto al inoportuno vendedor, aunque no recordaba muy bien su rostro por lo tenue de la luz en la pista de baile. Había un mar de gente, era difícil diferenciar cuando casi todos saltaban al ritmo de la música, más con su cerquillo.
—¿Bailas? —escuchó, una chica de bonitas piernas le sonreía con evidente picardía.
No recordaba haber visto ese rostro en Kirisaki Daīchi, pero suponía que todos los presentes estaban en la misma posición social. Le devolvió la sonrisa y aceptó, aprovecharía que Makoto se había perdido un momento. Su mejor amigo era tan acaparador como él y no le permitía salir con cualquier persona.
Takao Kazunari
El centro comercial de Kōtō era pequeño, a comparación de los grandes complejos recreacionales que tenían otras ciudades, pero a ellos les gustaba pasear por allí cuando de ropa de trataba. Kiyoshi tenía sus rincones preferidos al igual que él y agradecía que su mejor amigo fuese práctico para las compras, no se demoraba siglos en elegir qué llevarse. Él se encargó de cargar las prendas y hacer la extensa fila en la caja para no demorar tanto y poder visitar el Rincón de los Raspados después. Era una heladería que acababa de abrir hace unos días. Kiyoshi se lo había sugerido ese día y nada perdían con probar.
—Oye, una pregunta, si supuestamente tu novia te dijo este sitio, ¿por qué no vas con ella~?
—Porque si no me gusta, no quiero que me conozca el genio tan pronto —le contestó entre risas algo ácidas. Su mejor amigo era una chispa andante o muy intenso—. Ya me conoces, soy un papel Contac.
—Sí, lo sé —dijo y abrió la puerta del inaugurado local—. Veamos qué tal, ah, y tú pagas.
Kiyoshi bufó. Era una regla de oro entre ellos, quien decía la frase primero al entrar al destino se libraba de gastar. Hasta ese día, él iba ganando dos salidas gratis. Se adelantó para conseguir una buena mesa, el lugar estaba más o menos lleno. No tuvo necesidad de aclararle los sabores de su raspado, su amigo conocía muy bien sus gustos y acertó al confiar otra vez ciegamente en Kiyoshi. El chocolate con menta y chispas de té verde eran sus sabores favoritos. Le recibió la copa y, antes de las bromas, le preguntó por el resultado de la universidad. Kiyoshi había pasado por arduos exámenes hasta el día de ayer y se suponía que hoy le entregarían los resultados. Su mejor amigo alzó el pulgar, satisfecho y complacido, había alcanzado el ponderado para ingresar a la UT[5], estudiaría Finanzas como tanto había deseado.
—Creo que a alguien le comprarán un carro apenas saque su licencia~ —le dijo irónico y rio. Kiyoshi le guiñó. Recordaba que el señor Miyaji le había prometido eso a su mejor amigo— ¿Cuál te comprarás?
—No sé si elegir una camioneta o uno particular, depende cómo vea la universidad. Tengo tiempo, mi carné recién lo podré sacar en noviembre. Apenas cumpla los 18 iré a sacarlo. —También creía que en su primer examen obtendría el brevete. Kiyoshi era bastante decidido, esa fue una de las razones para enamorarse de él hace unos años. Le extrañó estar recordando esa época, pero lo hiló enseguida— ¿Y tú? ¿Ya sabes qué carrera seguir? ¿O sigues con tus locuras de ser cantante? —su amigo le preguntó.
—Que no es una locura, quiero ser cantante —le contestó casi agotado de repetirlo—. El problema es mi familia en realidad, por la constructora, pero nunca he tenido dudas acerca de lo que me gusta.
—¿Por qué mejor no eres coreógrafo? Si Yūya pregunta, nunca lo admití, pero bailas mucho mejor yo.
—Lo último que quiero es convertir mi mayor pasión en un trabajo. De ahí no querré salir a bailar~ y lo veré como algo repetitivo. —Kiyoshi asintió algo convencido—. Prefiero mantener eso como afición y seguir disfrutando los fines de semana de discoteca —dijo divertido—, pero fuera de eso, Yoyo, quiero que hablemos de ese animal —le dijo cambiando el gesto despreocupado. Kiyoshi se incomodó.
El tema de Shōgo los perseguía desde los catorce años, desde que coincidieron en una discoteca cerca de la estación de Shinjuku. Ese tipo se encargó de enfermar de celos a Kiyoshi a tal punto de obligarlo a romper su relación de ese entonces por tanto acoso. Su mejor amigo podía ser muy posesivo cuando la inseguridad le tocaba y Shōgo había sido el causante de ello. Lo despreciaba por inventar que entre ellos había sucedido algo cuando solo se había topado con ese tipo apenas unas tres veces. No dudaba de sus habilidades para conseguir información, de algún lado debía haber sacado el dato de sus lunares en la cadera, de su cicatriz en el muslo y de sus horarios de aquel día que supuestamente se acostaron. Shōgo era un lobo viejo al parecer, a pesar de tener su edad; por eso prefería prevenir otro rumor.
—No quiero que nos enemistemos por la cizaña que pueda meter ese animal, ¿sí? No me gusta, nunca me ha gustado y nunca me gustará. Solo es un patético vendedor de drogas que anda metido en líos.
—… mira, sé que eres mi mejor amigo, nada más. No nos vamos a volver a pelear, te lo aseguro.
Le fastidiaba que, a pesar de ser su mejor amigo desde muy pequeño, no creyese en sus palabras. Para Kiyoshi, él sí le había sido infiel, lo notaba en su mirada de duda y consternación. Suspiró. No escarbaría más en ese asunto, le bastaba con que Kiyoshi le haya asegurado que no caería otra vez con ese tipo.
Kiyoshi se cambió de lugar, a su costado, y descansó un brazo en sus hombros. Hablar del pasado aún le removía algunas cosas, aunque él no creía en segundas oportunidades, como su padre. No olvidaba y le parecía muy difícil reconstruir algo que ya estaba roto. A veces vacilaba con la idea de mandar todo al diablo, de traicionarse, y decirle a Kiyoshi para intentarlo otra vez, pero regresaba al mismo punto.
—Tú sabes que si yo he iniciado una relación con ella es por ti, ¿verdad? —escuchó. Otro tema que no le gustaba era conversar sobre romance con su mejor amigo—. Al parecer, se te hizo muy fácil olvidar lo que sucedió… No te lo estoy recriminando, pero tampoco soy de los que se callan las cosas.
—Es momento de pasar la página, ¿no? —le dijo incómodo y se irguió para terminar su raspado.
Para no darle pie a seguir con ello, le cambió la charla. Aprovechó que Kiyoshi había sacado el tema del canto y le propuso armar una banda. Si quería ser cantante, debía comenzar a crear algo para meterse en el mundo del espectáculo. No era su fin ser parte de un grupo, él prefería la vida del estrellado por su lado, pero una banda de rock le daría el primer empujón. Kiyoshi aceptó con la condición de que sea momentáneo o que tuviese una vigencia máxima de cinco años. Su mejor amigo quería ser relacionista público y no habría poder humano que le hiciese cambiar de opinión. Estrechó su mano, satisfecho.
—¿Y qué quieres que toque? Yo apenas sé tocar la puerta, cuerpo de pueblo.
—No seas exagerado, Yoyo~, podrías tocar el bajo. Es fácil y no te demandaría tanto tiempo como, no sé, la batería. Esa cosa requiere horas… Yū podría ser nuestro publicista, hace buenos afiches.
Le prometió no acaparar a Yūya hasta que terminara ese ciclo escolar. Además, primero debía reclutar más gente para la banda. Su celular vibró una vez, Shintarō se estaba reportando. Trató de contestarle, pero Kiyoshi le quitó el móvil. Su mejor amigo detestaba la reciente moda de ignorar a la persona del frente por contestar mensajes. No se enojó, después de todo, le escribiría cuando regresara a casa.
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Continuará...
[1] Ya antes visto
[2] Población Económicamente Activa
[3] Mamá en turco
[4] Fuerza Aérea de Defensa de Japón
[5] Universidad de Tokio
N/F: Gracias por leer y son bienvenidos los comentarios
