Disclaimer: El Universo de Harry Potter, sus personajes y todo lo reconocible son propiedad de JK Rowling, yo solo juego con sus creaciones y todo es sin fines de lucro. la trama de esta historia sí es mía y su distribución, adaptación y/o traducción está prohibida sin mi previo consentimiento.

Aviso: Esta historia participa en el III Fest del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black, y está basada en el prompt #46


Capítulo uno.

El potente sol entraba por la ventana, alumbrando casi directamente todos los libros que tenían a sus pies. Ese era el lugar favorito de Tonks. En uno de los pasillos menos transitados de Hogwarts sentada con su pelirrojo preferido a su lado.

Dejó la pluma con la que escribía a un lado para mirar a Charlie. Su cabello a la luz del sol se veía de un rojo intenso, por eso amaba tanto los días soleados. Tonks estaba segura de que, si él la mirara, entonces sus ojos tendrían una tonalidad celeste más intensa que la del mismo cielo despejado. Sus pecas resaltaban en su pálida piel y estaba más que concentrado en un libro en su regazo.

Se asomó un poco sobre él para ver qué leía. Era un libro sobre dragones.

Desde tercer año su mejor amigo no ha parado de hablarle sobre dragones. Estaba realmente enamorado de ellos. Muchas veces había pensado en lo feliz que sería si Charlie le ofreciera la mitad de la atención de la que tiene sobre los dragones. Ya ha intentado utilizar su habilidad de metamorfomaga para parecerse a un dragón y llamar su atención, pero no salía tan bien como lo suponía, y prefería no hacerlo. Aunque las carcajadas que recibía por respuesta valían la pena.

—Este es el inicio de nuestro último año en Hogwarts —mencionó Tonks. Más que nada para entablar una conversación con él que para solucionar ese tema que la estaba atormentando desde hacía algún tiempo.

El libro sobre dragones quedó completamente abandonado a su lado, y finalmente esos ojos atraparon su mirada, tan profundos e intensos como lo supuso. Definitivamente amaba los días soleados, sobre todo en la compañía de esos ojos.

—Lo sé —fue lo único que recibió por respuesta. Conocía lo suficiente a Charlie como para saber que él no era así. Sus respuestas no eran tan serias, tan cortas, tan… frías.

Charlie nunca era frío. No con ella, su ridícula amiga torpe que siempre lo hacía reír. Pero de pronto cayó en la cuenta de que ella tampoco se estaba comportando como lo hacía siempre.

—Espero que sigamos siendo igual de cercanos cuando todo acabe —susurró con una sonrisa muy sincera, sin saber realmente qué era eso que acabaría.

Su único temor era perderlo. Podía soportar no tenerlo de la manera que deseaba, porque era mucho mejor que vivir sin él. No podría no ver más ese celeste intenso, ese cabello rojizo… los días soleados ya no serían sus favoritos si no estaba él a su lado.

Su grande y pecosa mano interceptó la distancia que los separaba para apretar la suya, que descansaba en su regazo. Sabía lo que se avecinaba, y no podía soportarlo.

—Tonks, por favor no llores —le susurró. Ella sonrió. Charlie en verdad no era muy bueno con las chicas, y era algo torpe al momento de consolar a alguien. Pero hacía su mejor esfuerzo y eso era muy tierno —. Sé que viste esa carta, en la sala común, el año pasado —confesó.

El corazón de Tonks se detuvo por un microsegundo, y un montón de sensaciones se acumularon en su pecho. Sensaciones que recordaría por siempre.

Las mismas sensaciones que la ahogaron cuando estaba haciendo las tareas en una mesa de la sala común junto a Charlie, y él la dejó para ir al baño. Esas mismas sensaciones que la entristeció cuando abrió la carta sobre la mesa. Esa tristeza, desesperanza, perdición y melancolía que cegaron su vista cuando descubrió que se iba.

Y nada menos que a Rumania, con sus queridos dragones. Pudo haberlo previsto y ahorrarse tanto dolor. Los dragones eran todo para Charlie, y los amaba. Incluso más de lo que la amaba a ella.

—¿Charlie? —susurró con un hilo de voz muy quebrada. No pensó que realmente iría. Habían hablado mucho sobre su futuro y siempre se habían visto juntos —. Se que odias escribir cartas, pero…

Su pulgar se acercó lentamente a su rostro para limpiar una de las tantas lágrimas que se adueñaron sin permiso de sus mejillas. Incluso tan cegada de sentimiento como estaba, pudo notar que las nubes comenzaban a ocultar el sol, opacando su belleza. Así como su vida se desparramaba al saber que no podría admirar su cabello rojizo y sus ojos celestes para toda la vida —. Prometo que te escribiré millones de cartas —susurró, leyendo su mente.

—¿Vendrás de visita? —preguntó débilmente —, porque yo te visitaré cada vez que pueda —rió. No sabía de dónde había sacado fuerzas para esa carcajada, pero Charlie también rió. Intentó guardar esa risa en su memoria, recordarla hasta el último de sus días.

—Tengo que hacerlo. De lo contrario, ¿cómo podré ser feliz si no estás tú para hacerme reír?

Formó una temblorosa sonrisa. La sonrisa más falsa que ha formado en su vida. Solo en ese momento comprendió que ella para Charlie era solo eso. La amiga patética, ridícula y torpe que estaba ahí para hacerlo reír, para alegrarle la vida. Pero lo cierto es que uno puede encontrar muy fácilmente a alguien más que te alegre la vida. O, incluso, algo más.

Su sonrisa se desvaneció contra su voluntad al pensar que Charlie la reemplazará por una cosa para ser feliz. Aunque en realidad solo pensaba en eso porque le dolía mucho más pensar en que Charlie la reemplazará por unos dragones.

¿Y cómo podría ella reemplazarlo a él?

Le parecía sencillamente imposible.

De pronto ya los días soleados no le parecían tan bellos. Sobre todo cuando se dejaba reemplazar por las nubes tan fácilmente, sin oponer resistencia. Pensaba en eso mientras observaba las delgadas gotas que caían sobre la ventana. Cuando volvió a mirar a Charlie, su cabello no era tan intenso, y sus ojos no eran tan profundos. Casi no lograba distinguir sus pecas.