Dedicado a Miata Montesco.

Pace tua

Enciendes el fuego, aunque no sea necesario para mantener tu piel a la temperatura correcta. Quieres ver la madera húmeda arder, el rojo empapando tus manos y sus piernas, una última vez. Es como si estuvieras inmolando lo que has sido hasta ahora. La única frazada que tienes se la cedes y repites su nombre una, otra vez, mientras que remueves la comida en la olla. En realidad no necesitas comer. No te gusta mucho tampoco, pero su figura es tan delgada (la forma en la que sobrevive el recuerdo que no te apetece olvidar) que es urgente una buena cena día de por medio. También calientas la hoja de la espada, con algo que no sabes si es vergüenza o solo cuidado. Como si no se imaginara lo que vas a hacer. Su energía está empañada por la tristeza cuando se postra ante ti, colocando sus manos huesudas sobre tus rodillas desnudas.

-Si te quitas la vista no podrás verme. Ni siquiera me reconocerás una vez que volvamos a encontrarnos.

Su voz suena dolida pero resignada. No te obliga a recapacitar, ni siquiera por un momento.

-Claro que no. Recuerdo cómo eres. Es probable de que me dé cuenta de dónde estás mucho antes de que me notes, siquiera.

Se miran por largo tiempo. Es la última vez, quizás. Pero al menos, la reproducirás una y otra vez en el vacío negro donde caerán tus ojos. Si no es como te han dicho unos monjes que pasaban en peregrinaje: espectáculo de sombras chinas en tela amarillenta. Eso será tu mundo. Humana, al fin y al cabo. Suficiente, no es como si hubiera lugar a debate. Nada que exponer, venga el filo de la espada y adiós quién sabe por cuánto a los de la Organización. Te ríes con amargura al imaginarles atrapándote en la próxima ciudad, a la entrada de cualquiera, las nuevas cinco primeras, dispuestas a tomar tu cabeza. Oh, bueno, que vengan…

Mientras que la tienes pegada a tu cuerpo traidor, la sacudes y te inclinas para besar a la número cuarenta y siete una vez más. Es una pena que tengas poca imaginación, que flaquee por este segundo crucial y su figura se desvanezca en la noche, obligándote a apoyar los labios que se sienten tan solitarios sobre la brisa nocturna, deseando que acabe pronto esta existencia miserable.