Orgullo

Undine se sorprendió por lo ligera que era Flora. Vale, se veía pequeña, pero antes de desmayarse por el menudo corte recibido de pe a pa, la verdad que estaba erguida y resultaba muy imponente. Era más fácil inclinarse ante ella que ante Miria, que parecía desafiarla, tratarle de débil y utilizable solo con mirarla e intentar manejarla como si no fuese más que una pieza (no es malo eso, pero si eres mediocre y llegaste de pura suerte a tu número, eso sí que no se lo perdonaría nunca).

"¿Cómo puede alguien con un solo dígito ser tan blando?" Se preguntó Undine CASI en voz alta, cuando Flora-muñeca-de-seda-y-porcelana-irritantemente-frágil-en-apariencia-al-menos, cayó sobre sus brazos abiertos de casualidad, porque no estaban acostumbrados a ser amables con nadie. Casi, porque entonces reparó en que además pesaba tanto como una niña y pensó que estaba a punto de resbalársele y caer a las fauces de la bestia. Sus pestañas blancas estaban cubriéndose con nieve y de no temer perderla al suelo, habría limpiado su cara con el extremo de su capa, aunque quedara brusco. Tendría que conformarse, porque ella no era su maldita mamá.

-Estamos bien, lo haré papilla.-E iba a agarrar su espada. Pero no la tenía consigo. La había dejado con su cuerpo, que estaba partido al medio, ensuciando la nieve que no cesaba de caer sobre sí misma y el suelo de piedra. Lo reconocía como un viejo hogar. Y no supo qué decirle a Flora, que ahora más que nunca le parecía diminuta, viendo lo mismo que ella, a tan pocos metros. Quiso insultarle, porque cayó en la cuenta de que debían ser idénticas, a esas alturas. Pero no lo hizo, no le salían palabras de la boca que le temblaba. Hubiera llorado, pero se dio cuenta de que Flora se sentiría mal de verla así. Y no quería que Deneve le oyera sufrir de nuevo, no fuera cosa que se le ocurriera seguirle en suerte o algo parecido. Era todo un arte esto de morir como un guerrero y marchar hacia la luz con el mentón más o menos en alto.