Algún Día
Si, no, talvez, algún día... Sí, algún día, algún día te diré todo esto. Te diré cómo cada terminación nerviosa de mi cuerpo parece cobrar vida cuando tomas mi mano, y cómo cuando sonríes siento mi corazón volver a latir.
Ahora, ahora te veo caminar de un lado al otro en el salón, arreglas algo aquí, algo allá, y luego lo dejas todo como estaba al principio. Sonrío. Te ves nerviosa, has acomodado un arreglo floral unas diez veces y, al parecer, sigue sin gustarte.
No te has dado cuenta de mi presencia en la habitación, como ya dije, estás nerviosa. No lo entiendo, no entiendo como alguien como tu puede tener miedo al rechazo, pero supongo que es normal, eres nueva en todo esto, yo, yo ya estoy acostumbrado.
Vuelves a acomodar el arreglo floral y yo río ligeramente. Por fin notas mi presencia. Me miras. Te miro. Sonríes. Camino hacia ti. Tomo tu mano causando que una corriente
eléctrica recorra mi cuerpo. Tranquila, susurro. Me ves como si quisieras que te explicara algo. Una vez más, no te entiendo. Sueltas mi mano con delicadeza y regresas a tu tarea de acomodar el inexistente desorden en el salón.
Regreso a mi lugar en la puerta. Me recargo en el marco. Cruzo los brazos sobre mi pecho. Espero, espero a que acabes con todo este innecesario movimiento. Pones un mechón de cabello tras tu oreja, costumbre supongo. Suspiro y me regaño una vez más por no tener el valor de decírtelo, algún día, me repito.
Camino unos pasos y me dejo caer en el sillón frente a la chimenea. Tú sigues moviéndote de un lado a otro. Acomodando, desacomodando, y volviendo a acomodar. Después de unos minutos te sientas a mi lado. No puedo evitarlo, comentas. Lo se, susurro con una pequeña sonrisa en mi rostro. Te miro. Recargas tu cabeza en el respaldo del sofá. Tus ojos están cerrados. De algún modo, sé que sabes que te estoy mirando. Intento evitarlo, veo el techo, veo el bosque, pero por alguna razón mi mirada siempre acaba posándose en ti. En ti. En ti. En ti. En ti y en tus perfectas facciones. En ti y en tu forma de tamborilear los dedos aún cuando quieres aparentar estar tranquila. Sin pensarlo, dejo que mi mano cubra la tuya, parando el movimiento. Tranquila, repito. Me miras, ahora, un poco enojada. No respondes, pero te paras y comienzas otra vez con tus andares. Río. Me miras. Caminas y sales del cuarto. Suspiro rodando los ojos. Eres adorable cuando estas molesta. Incluso cuando es un efecto secundario de algo que yo hice.
Me acerco a la ventana. Te oigo mover cosas en el segundo piso. No puedo evitar sonreír. Estoy seguro de que si subo tu volverás a bajar. No lo hago. Espero a que te desesperes un poco más y bajes por tu cuenta, probablemente, con las intenciones de decirme algo no muy agradable. Sorpresivamente, pasan los minutos y tu aun no has bajado. Subo las escaleras a paso lento, ya no oigo que estés moviendo nada. Me detengo en la entrada de tu habitación, la puerta está abierta. Estás acostada boca arriba y una almohada te cubre la cara. Sonrío ante la imagen. Algún día, si, algún día te diré todo lo que siento, hasta entonces, me conformo con tenerte aquí, y, tal vez, si tengo suerte, con lograr que sientas algo por mi.
