Bleach
Ichigo - Rukia
Advertencia: el lenguaje y las escenas descritas pueden ofender a quienes no les agrade situaciones discriptivas con un lenguaje que a para algunos puede parecer injurioso.
Prólogo
Me sentía mareado y el mundo daba literalmente vueltas. Lamenté haber tomado esa última cerveza. Ginjo había insistido y yo no me hice de rogar. En un comienzo cuando empecé a juntarme con él no bebía demasiado, pero poco a poco me dejé influenciar, de cierto modo porque él insistía hasta el agotamiento y también porque comenzaba a desarrollar esa necesidad de experimentar; era tan fácil dejarse llevar cuando uno en el fondo siente la curiosidad... y esa noche en particular había estado llena de excesos, y vivía las consecuencias de lo que en su momento parecía la mejor idea del mundo. Apenas y podía mantener los ojos abiertos.
—Kurosaki —escuché a lo lejos.
Reconocía esa voz pero mi mente no podía darle un nombre o asociarla a un rostro.
—Oye, Kurosaki —insistió esa voz.
Juraría que escuché a esa voz que me daba de algún modo confianza, aunque no pudiera dilucidar de quien era, y ésta estaba maldiciendo. Sentí que me guiaba y yo sólo me dejé llevar, cualquier lugar iba a ser mejor que ese antro en el que estaba. Me ayudó a subir a un auto y yo incluso me acomodé. Fue la primera vez que sopesé que tal vez había algo más en esa cerveza, porque nunca me había sentido así…
—¿A dónde me llevas? —apenas fui capaz de mascullar.
—A tu casa —respondió esa voz.
Lo único que tenía claro era que la voz pertenecía a una mujer. Ella cerró la puerta y luego se sentó en el lado del conductor. Estaba oscuro y no pude ver bien quien era, el movimiento del auto no me ayudó; mis ojos pesaban y me quedé dormido antes de poder descubrir la identidad de la chica.
Desperté desnudo, en mi cama y sin la más mínima idea de cómo había llegado ahí. Me traté de acomodar, me senté en el borde, y apoyé mi cabeza entre mis manos mientras que mis codos estaban en mis muslos. Sí que había sido una noche inusual; le iba a preguntar a Ginjo qué había sido esa mierda que me había dado y la partiría la cara si su respuesta no me convencía. Miré la hora y ya era pasado el mediodía. Si las cosas fueran como antes no hubiese podido dormir hasta tan tarde sin que mis hermanas me hubiesen despertado para desayunar, pero ellas ahora ya no me buscaban, ya no me pedían que las acompañara, y de hecho ni siquiera estaban en casa…
Fui a bañarme y pensé seriamente en quemar la ropa que tenía puesta la noche anterior; olía peor que el suelo de un bar después de la fiesta y mientras el agua corría por mi cuerpo unas imágenes que no tenían sentido ni correlación me abordaron. Era yo y besaba a una mujer y ella no parecía convencida de aquella muestra de afecto. Agité mi cabeza y dejé que el agua me diera de lleno en ella. Miré mis brazos y tenía unos rasguños y con el agua caliente me ardían, y también lo hacía la espalda. Terminé la ducha extrañado por el escozor y me miré: tenía claramente marcadas unas medias lunas, que al ser cuatro me dieron el claro indicio de que esas marcas habían sido hechas por uñas. Estaban muy marcadas y no recordaba de dónde pude haberlas obtenido.
Me vestí y bajé, no había nadie en casa porque se habían ido de vacaciones ayer. Busqué algo que comer y al menos Yuzu, a pesar de todo, no olvidó dejarme algo de comida preparada. La calenté y la saboreé, estaba deliciosa; mi hermana mejoraba a medida que pasaban los años y después de una noche como la que había pasado, nada mejor que unos carbohidratos para reponerse. Lavé lo utilizado y me fui a mi habitación, porque ya desde hacía un tiempo que los espacios comunes de la casa no eran algo que frecuentara; yo ya no compartía con mi familia.
Una vez ya en mi habitación, me tiré a la cama con tal fuerza que la esta llegó a cambiar de posición, corriéndose, haciendo un ruido particular que consiguió que un recuerdo me abordara: una chica rechazando mis besos, alejándome... y yo insistiendo. Abrí los ojos de golpe y traté de recordar más. Mi corazón latió agitado y comencé a sentirme ahogado y supe que algo no encajaba, porque aquello parecía demasiado real. Hice memoria y visualicé desde el momento que salí de mi casa hacia el bar que frecuentaba ese idiota de Ginjo. Noté que tenía una actitud sospechosa, pero nada distinto a lo usual; él usaba drogas y aunque delante de mí no lo hacía, no me engañaba ni por un segundo con sus idas misteriosas al baño o las prolongadas ausencias abruptas y ni hablar de esas misteriosas urgencias que debía atender de pronto. Personalmente me daba igual, mi límite era el alcohol y nunca me ofreció algo distinto a eso, pero esa noche insistió en que bebiera más contenido de una botella distinta y acepté… luego de beber eso y después de un rato la música se escuchaba más profunda y lejana y luego esa voz… una mujer que me sacó de ese maloliente lugar ¿quién había sido? Ella había pronunciado mi apellido y yo había reconocido su voz… recordé el vaivén pacificador del auto y de pronto, después de lo que me pareció como un minuto de sueño, que ella me despertó para entrar a mi casa. Ella incluso sabía dónde vivía...
—¿Y tus padres? —preguntó molesta.
La mención de ellos me dio rabia. Recuerdo que me enojé. Escuchar hablar de ellos provocaba ese efecto en mí, incluso me dio un poco de claridad mental temporal.
—No están. Se fueron —expuse.
La chica a la cual no podía verle el rostro se impacientó. Me senté en la entrada… no me podía el cuerpo.
—¿Y tus llaves? —preguntó.
—En mi bolsillo —respondí.
No hice ningún esfuerzo de buscar las llaves por mí mismo y pasó un rato y comencé a quedarme dormido de nuevo, cuando de pronto sentí la mano intrusa de la chica en mi bolsillo, buscó las llaves, pero aquel no era el correcto. Esos bolsillos eran profundos por lo que con su búsqueda llegué a sentirme estimulado por el prolongado roce, para cuando ella buscó en el otro a mí ya se había puesto duro con el solo aroma de la chica cerca de mí. Fue de un momento a otro que toda la sangre se me concentró en el pene. La chica se alejó y consiguió abrir la puerta. Recordé su queja cuando le dije que mi habitación estaba en el segundo piso. Ella insistió en dejarme sólo dentro de la casa, y no sé qué le habré dicho o habré hecho, pero finalmente me ayudó a subir la escalera. Su olor me tenía excitado y no estaba pensando. Ella me sentó en la cama y se despidió. Algo se despertó en mí y el letargo en el que estaba de un momento se desvaneció: mi pene ardía y dolía y era más fuerte la necesidad de saciar ese apetito, que el sueño que casi me vencía. Estaba ansioso como nunca lo había estado y esa chica estaba ahí y no quise dejarla ir, y antes de que ella se marchara la alcancé y la sujeté con firmeza. Cerré la puerta con violencia, haciendo que se asustara.
—¡Suéltame! —exigió.
Acallé su boca con un beso y la apreté contra la puerta ya cerrada de mi habitación. Más guiado por el instinto que por la habilidad, me desabroché el pantalón y este cayó. A esa chica de estatura baja le hice notar mi erección, que para esa altura ya la sentía latir.
—Déjame hacértelo, por favor —le rogué —. Tengamos sexo.
Ella se negó pero no le di espacio para que pudiera alejarse y la besé de nuevo. Toqué su cuerpo y la manipulé para tuviera los mismos deseos que yo; doblegué su voluntad haciéndola gemir y me aproveché de haber despertado también sus bajos instintos. La llevé a la cama, abrí sus piernas y la toqué, la lamí… se lo metí. La escuchaba gimotear, y la sentí temblar. La recepción de mi pene en ella se sentía maravillosa. Era la mejor sensación que había experimentado en la vida. Acabé dentro sin medir consecuencias, porque poco me importaba, me regocijé en mi propio placer y pocos segundos después no supe más.
¡Había despertado desnudo por esa razón! Había tenido sexo con alguien anoche y no tenía la menor idea de quién había sido, sólo recordaba aquel penetrante perfume y que su cabello era oscuro. Después de aquel lapsus robado de tiempo tuve la certeza de que Ginjo me había echado alguna clase de estimulante sexual o algo por el estilo. Salí furioso en su búsqueda, y afortunadamente los sujetos como él son predecibles y me imaginaba que si no estaba en un bar estaría en otro: no frecuentaba demasiados lugares porque nadie lo dejaba entrar, todos sabían que su presencia sólo traía consigo problemas y lo tenían vetado de muchos lugares. Tuve suerte de encontrarlo en el bar de Yukio, Xcution. Lo vi riendo y ya estaba tomando de nuevo ¿aquel sujeto no temía acaso de terminar con daño hepático? No tenía ningún respeto por su cuerpo. Caminé enojado hasta tenerlo frente a mi y lo sujeté de la chaqueta que aparentemente no se sacaba ni para dormir.
—¿Qué mierda fue lo que me diste, Ginjo? —lo interrogué furioso.
Él se comenzó a reír a carcajadas, lo que me daba a entender que no había sido un accidente: lo había hecho deliberadamente.
—¿El pequeño Ichigo tuvo algo de acción anoche? ¿O estás con las bolas azules y por eso la ira? —dijo socarrón.
La sonrisa burlona de su rostro hizo que me invadiera una ira asesina y le borré la sonrisa de un solo puñetazo.
—Eres un jodido marica —dijo él.
Se irguió de modo intimidante; él tenía más cuerpo que yo, también era más alto... si él lo quisiera podría haberme devuelto el golpe con creces, pero aquel hecho no me amedrentó.
—Nunca pensé que me fueras a echar uno de los trucos que tienes para que tu pene muerto por tanto alcohol se pare —hablé con rabia —No necesito de esa mierda química para funcionar.
—Lo más bien que desempeñó su papel para darte confianza para hablar con una chica —expresó con sorna Ginjo —. Con Tsukishima apostábamos a que te gustaban los hombres. Jackie ganó, apostó que era hetero.
¿Ellos habían visto quién había sido la chica? No podía manifestar interés o debilidad… ellos no podían saber que yo no tenía idea de quién hablaban…
—Es cierto —agregó Giriko —era una jovencita muy linda.
Miré alrededor buscando cámaras y pude detectar que las habían, pero aquel no era un lugar que estuviera demasiado apegado a lo legal; quizás no funcionaban. Yukio, el dueño del lugar, aunque se juntaba con Ginjo y su grupo, no era realmente amigo de ellos; él velaba por sus propios intereses y eso me venía bien, porque podía preguntarle si podía acceder a las cámaras en caso de que estas funcionaran. Sin que los demás se enteraran.
—¿Oye, esas cámaras funcionan? —pregunté casual.
—Algunas, no todas –respondió sin siquiera mirarme —. Tienen posiciones estratégicas.
Él era un chico demasiado joven para estar administrando esa clase de negocio y pensar de ese modo que rozaba lo ilícito…
—Y si yo quisiera ver las cámaras ¿podría? —interrogué ansioso.
—Depende de si te cruzaste por una que si funcione —contestó —. Es muy posible.
—¿Me dejarías ver algo? —quise saber.
—Nada es gratis en esta vida —expresó.
—No sé qué pueda ofrecerte que pueda interesarte —dije desganado.
—Me la quedas debiendo, pero ten claro que te lo voy a cobrar —ofreció.
Sabiendo que podía arrepentirme de ello más tarde porque era como firmar un cheque en blanco, acepté. La curiosidad de saber quién había sido esa mujer con esa voz que tanta confianza me inspiró me podía. Aprovechando que Ginjo se fue a otro lado, seguí a Yukio a los computadores que guardaban lo que las cámaras grababan.
—¿Recuerdas al menos a la hora aproximada en la que todo sucedió? Eso reducirá la búsqueda —consultó él.
Sí, algo recordaba. Estaba nervioso de descubrir la identidad de la chica con la que me había acostado, no obstante de todas las personas que nunca imaginé que vería ayudándome, la vi a ella, a Rukia Kuchiki, la persona que había hecho que mi relación con mi familia cambiara para transformarse en la mierda que era ahora... me había acostado con esa jodida perra…
Espero que estén bien, les traigo un nuevo proyecto y quisiera saber si les interesa que lo continue.
Ojalá me hagan saber su opinión a través de un review... muchísimos saludos.
