Bueeeno este es mi primer SasuNaruSasu de varios capítulos ^^
Llevo bastante pensando la trama y estoy orgullosa de decir que nunca he publicado algo que me haya preparado tan bien. Estuve leyendo sobre distintos temas para documentarme acerca de cosas que saldrán más adelante, por lo que he invertido bastante tiempo y esfuerzo que espero que apreciéis T-T
Claro que... no puedo garantizar que os guste, ¡así que os toca juzgar!
Este fanfic tendrá bastante drama, pero como estoy bastante acostumbrada a escribir tramas no oscuras y comedia... probablemente se me escape algo de esa temática XD
El título del fic es bastante relevante en la historia, pero principalmente está sacado de la canción "How you remind me" de Nickelback, aunque no tiene nada que ver con lo que dice XD
Ah, ¡y en principio todo esta narrado por Sasuke!
Por aquellos días en los que nuestro encuentro aún no se había producido, yo era un estudiante de bellas artes en plena crisis existencial.
Por desgracia, en mi adolescencia no había tenido el tiempo suficiente como para preocuparme por toda esa clase de misterios cósmicos como el funcionamiento de las relaciones humanas se me presentaba. O... para ser más precisos, si lo había tenido, definitivamente no lo recordaba. Supongo que más tarde hablaré de eso.
Antes de conocerte, Naruto, literalmente odiaba a las personas. Bueno, en realidad a veces me rodeaba de un círculo pequeño de gente constituido por mi hermano Itachi, mi primo Sai, y dos o tres compañeros de universidad que no me caían demasiado mal.
Toda mi vida fui taciturno, huraño, y no demasiado simpático. Y aún así siempre tuve mis... fans.
No me gusta presumir, pero desde que tengo memoria las mujeres me han encontrado... atractivo por alguna razón. Claro que como iba contando, siempre fui un paso por detrás, por lo que realmente nunca me interesé ni en el sexo opuesto ni en el tema amoroso, en general.
En el invierno de mis diecinueve años solía exponer algunos de mis cuadros en exposiciones pequeñas —de fines naturalmente benéficos—. Para ser una persona tan antisocial, curiosamente me gustaba que la gente admirara mi arte.
Fue entonces que un día empezaste a aparecer mis lienzos, Naruto. Supongo que así es como empezó todo...
Un chico joven, rubio, aparentemente despreocupado y de complexión menuda. Con tres marquitas con apariencia de bigotes a ambos lados de las mejillas y una sonrisa zorruna, tú eras el protagonista de todos mis cuadros.
Tú eras mi creación, un ser que nació bajo las caricias de mi pincel y el cobijo de mi lienzo. Una existencia silenciosa, turbadora, misteriosa y... fantástica. Tú cargabas mis esperanzas, mis secretos, mis pecados y mis frustraciones en tus acanelados hombros.
"Si alguien me conoce y comprende realmente bien, ese eres tú. Lástima que no existas."
Eso era lo que solía pensar mientras retocaba las sombras y perfilaba tu cuerpo esbelto. ¿Quién podía decir con exactitud cuánto tiempo habías estado en mi mente? Yo no lo sabía.
Lo que nunca esperé, —porque en su momento pareció salido de mis más increíbles fantasías— fue encontrarme contigo, mi invención majestuosa y divina.
Nunca había creído en lo sobrenatural, y es por eso que la situación se me antojó un poco como en el cuento de Pinocho, aunque sin hadas madrinas ni marionetas parlantes, por supuesto.
Sin embargo el que esa tarde de diciembre te encontrara parado frente a la puerta de mi casa fue definitivamente un hecho, no un cuento infantil.
Lo recuerdo todo claramente; estabas ahí, Naruto, envuelto en una bufanda naranja y con las mejillas sonrojadas por el frío, frente a mi puerta.
—Hola. —saludaste frotándote las manos enfundadas en un par de guantes de lana. —Hola, ¿sabes quién soy, verdad?
Me quedé estático, en silencio. Si mis padres fallecidos hace ocho años por aquel entonces hubieran sido los que se hubieran presentado en mi casa aquella tarde, definitivamente habría estado menos sorprendido.
—Hola... —conseguí articular al fin.
—Por fin te he encontrado —reíste, y fue al estirar las comisuras de tus labios que esas pequeñas marquitas faciales tuyas se acentuaron. Eras tú, definitivamente lo eras.
—¿Cómo...?
—No lo sé. —respondiste despreocupado— Solo recuerdo vagar por las calles durante un tiempo hasta que me sentí atraído hasta aquí.
—...
En ese momento aún no te había bautizado, aunque de alguna manera tu nombre siempre estuvo enredado entre mis labios, empeñado en permanecer oculto. ¿Cómo explicarlo...? tu nombre era como un recuerdo borroso, un recuerdo que llevaba tiempo intentando desbloquear. Irónico que desde aquel desafortunado accidente esa había sido la historia de mi vida.
—Naruto. —logré pronunciar de pronto, y tú pareciste realmente sorprendido.
Siempre supe que tenías un nombre, desde que comencé a dibujarte lo supe, pero nunca conseguí descubrir cuál era. Hasta ese día.
Tanto tiempo retratándote, dándole vueltas al misterio del nombre que sabía que tenías, y esa tarde escapo de mis labios como un suspiro desesperado.
—Tú eres Sasuke. —afirmaste —Y yo soy obra tuya. Puedes llamarlo milagro, dattebayo.
—Esto es tan surrealista...
Cuando quise darme cuenta sostenía tu carita entre mis manos y, silenciosamente, trazaba tus rasgos finos con las yemas de mis dedos, hipnotizado.
—Esto es de locos.— dije dejando caer los brazos.
—Eres mi creador, Sasuke. —dijiste entonces —Mi existencia te la debo a ti, ¡y te estoy eternamente agradecido, dattebayo!
—Aún no sé cómo es esto posible...
—Cálmate Sasuke. Estoy aquí para ayudarte... ¡para ayudarte a encontrar la felicidad!
—¿Estás de coña?
Pero te limitaste a ignorar mi comentario y continuaste.
—Veamos... —dijiste recargándote contra el marco de mi puerta —Considéralo un regalo del cielo, —pero de pronto pareciste dudar —...o, algo así. —sacudiste la cabeza y continuaste —En cualquier caso no puedo irme hasta que te haya ayudado, ttebayo. Así que a partir de ahora no me despegaré de tu lado ni un momento... jeje.
—Oye dobe, ¿qué estás diciendo? —te pregunte con brusquedad, completamente desorientado. Esa mañana no me había preparado mentalmente como para recibir la visita de un ser fantástico como tú, Naruto. Me disculpo por ello.
—Lo que oyes —dijiste colándote en mi casa sin esperar invitación —¡Espero que nos llevemos bien!
Y de improvisto te echaste en mi sofá, con los brazos extendidos detrás de la nuca y una sonrisita de satisfacción pintada en la cara.
No tenía ni idea de lo que me esperaba.
Derrotado, cerré la puerta, me dejé caer en una de las sillas del comedor de mi apartamento y me incliné, apoyando la cabeza en mis puños. Cuando levanté la vista, estabas parado frente a mí. Tus grandes ojos azules, que entonces se encontraban a mi altura, —te habías colocado de rodillas en el suelo— brillaban de excitación e incontenible inquietud. Eras como un niño pequeño.
Te veías realmente feliz, eso fue lo que pensé.
—Sasuke, ¿eres feliz? —preguntaste de improvisto apoyando los codos en mis piernas.
Me pillaste desprevenido.
—¿Feliz...? ¿qué estás diciendo, dobe?
Pero me aguantaste la mirada, expectante. Yo suspiré.
—No sabría que decirte, he tenido muchos problemas a lo largo de mi vida. Supongo que no me definiría como una persona feliz... pero tampoco como alguien infeliz, no sé.
Tú esbozaste una sonrisa triste y te inclinaste hacia mí. Fue apenas un roce, imperceptible, pero supe que mi mejilla había sido besada cuando, al alejarte, desviaste la mirada ruborizado.
—No te puedes quedar aquí, —te dije al no saber cómo reaccionar— eres prácticamente un desconocido.
Entonces te hiciste el ofendido e inflaste los mofletes de manera infantil. Estabas tan mono...
—Primero me dibujas desnudo y luego te haces el desentendido... —comentaste desinteresadamente, levantándote —Eso no está nada bien, Sasuke.
Debo admitir que me sentí algo ofendido.
—Es que esto es demasiado repentino. Aún estoy asimilando que estés parado en frente de mí, ¿sabes? —comenté molesto.
—Oh, vamos Sasuke... ya te lo he dicho, estoy aquí para ayudarte. — insististe en un tono suplicante —Es mi único propósito ¿es que no sabes que es de buena educación aceptar la gratitud de las personas...?
—Esto y eso son cosas distintas...
Tú suspiraste.
—Mira, no soy como un genio de la lampara o tu hada madrina, pero soy un ser sobrenatural... —dijiste con cansancio— ¿no podrías tomártelo como un buen augurio, como las personas normales? ¡si incluso podría hacer de modelo para tus cuadros...!
Debía concederte ese punto.
—Eso me sería de gran ayuda... —admití.
Sonreíste.
—Además no tengo adónde ir. Al fin y al cabo este es el lugar al que pertenezco... —dijiste. Un aura enigmática te envolvía completamente, era relajante y a la vez cautivadora...
Antes de seguir creo que cabría señalar los hechos que marcaron mi vida desde el día de mi nacimiento hasta mi encuentro contigo.
Si tuviera que definir mi entorno diría que nací en una familia normal y estructurada, con unos padres que siempre me quisieron y un hermano que a día de hoy sigue cuidando de mí. Ese sería Itachi.
Cuando era niño mis padres murieron y se lo llevaron todo consigo. La rutina, nuestro hogar, mis charlas con papá, la reconfortante sonrisa de mamá... todo se fue para no volver.
Itachi apenas acababa de cumplir la mayoría de edad, y se encontraba en su primer año de universidad en la facultad de derecho. Yo era un mocoso de diez años.
Por entonces mi hermano decidió terminar sus estudios. Gracias a algunas ayudas del gobierno y programas de reinserción Itachi se las apañó para sobrevivir, pero al no poder afrontar la carga económica que yo le supuse en ese momento —pues no teníamos más familia que nosotros mismos—, decidió que lo mejor sería matricularme en un internado que nos subvencionaron, siguiendo el consejo de nuestro asistente social.
Recuerdo que en su momento le odié por abandonarme en un lugar como ese, porque de alguna manera lo que yo esperaba era que mi hermano lo dejara todo para encontrar un trabajo y hacerse cargo de mí. Pero los años pasaron y me di cuenta de que no podía culparle por no traicionar sus sueños.
De lo que pasó después... de lo que pasó después no puedo hablar, porque simplemente, no lo recuerdo.
En realidad los tres años que pasé en ese lugar se borraron de mi memoria sin dejar rastro. ¿Por qué pasó esto? La respuesta es simple; poco tiempo después de regresar a casa con Itachi, —que acabó la carrera y consiguió un puesto de trabajo— fui atropellado y perdí parcialmente la memoria.
Lo raro de todo el asunto fue que no sufrí lesión alguna en la cabeza, según nos dijeron el hospital. Así que los médicos nos contaron que lo más probable había sido que justo antes del accidente pudiera haber sufrido algún tipo de experiencia traumática que el cerebro había bloqueado, junto a mis tres años de reclusión en el internado.
Recuperar mis recuerdos nunca fue algo en lo que tuve especial interés, porque nunca he creído que memorias felices pudieran hallarse entre esos días oscuros.
A veces pienso, Naruto, que el olvidar esos tres años de soledad es, junto a haberte conocido, lo mejor que me ha pasado en la vida.
Si tuviera que resumir aquella primera noche contigo, diría que fue algo así como una sesión de preguntas y respuestas. Naturalmente yo aún seguía intentando digerir el asunto, pero abandonada la posibilidad de encontrar una respuesta lógica, me rendí ante aquella curiosidad inexplicable.
—Y los seres como tú, ¿también comen? ¿beben?, ¿van al baño...?, ¿o por la noche vuelves a convertirte en un trozo de papel colorido o algo así?
De pronto fingiste un puchero y, con una voz muy melosa, preguntaste:
—¿Un trozo de papel es todo lo que soy para ti, Sa-su-ke-kun?
—No recuerdo haberte creado una personalidad tan odiosa.
—Vale, vale. No te enfades, ttebayo —dijiste soltando una carcajada. —Podríamos decir que he cobrado vida ¿entiendes?
—Francamente no. Lo sobrenatural sobrepasa mi capacidad de compresión, usuratonkachi.
Estábamos sentados en el sofá, y tú tenías una taza de chocolate caliente que yo te había dado porque me había cansado de verte tiritar —al parecer habías estado un buen rato afuera en la calle—.
Suspirando, dejaste el recipiente humeante en la mesa y te levantaste. Comenzaste a pasearte por la habitación hasta que llegaste a la cocina.
Cuando empezaba a preguntarme qué demonios hacías tan de repente, apareciste de nuevo en el salón, con nada más y nada menos que un sacacorchos apuntando en mi dirección...
Yo di un respingo, y antes de darme cuenta me encontraba en una esquina del sofá con uno o dos cojines como única protección, lo cual pareció resultarte realmente gracioso, ya que bajaste tu arma punzante y te echaste a reír.
—Una demostración, dattebayo. Esto es solo para demostrarte algo. — seguiste riendo.
Avanzaste adonde yo me encontraba sentado, te paraste frente a mí, y sin tomar asiento alzaste tu mano libre y me la mostraste, enseñándome la palma y la cara de los nudillos, respectivamente.
—Como ya te he dicho, solo he cobrado vida. Lo que quiere decir que soy una persona normal al igual que lo eres tú...
Apartaste la mano y acercaste el sacacorchos hacia ella, para después presionar la punta afilada sobre la yema de uno de tus dedos. Instantes después, una gota de sangre brotó de tu piel.
Yo te observaba totalmente absorto.
—Lo que quiere decir que si me cortas, sangraré...
Estaba a punto de hacer un comentario sarcástico, cuando de pronto te remangaste una de las mangas de tu jersey y dejaste el sacacorchos en la mesa, sustituyéndolo por tu taza de chocolate caliente.
Lo que hiciste después fue derramar un reguero de liquido ardiendo contra la piel de tu muñeca, que siguiendo todo pronóstico enrojeció casi instantáneamente.
—... Si me quemas, mi piel pagará el precio... —dijiste mostrándome tu muñeca herida.
—¡Ya está bien, dobe! —exclamé agarrándote el brazo que me tendías mientras me levantaba enfadado.
En ese momento me sonreíste amablemente, y con delicadeza te deshiciste de mi agarre para en su lugar tomar tú mi mano, dispuesto a continuar con tu monólogo.
—... Si pones atención, oirás mi pulso —susurraste presionando mi mano contra tu corazón—, y si me haces cosquillas... —continuaste rozando mi mano contra la superficie de tu pecho —me reiré.
En ese momento mi corazón iba a mil por hora. Si alguien ha tenido alguna vez el don de ponerme nervioso tanto para bien como para mal... ese eres tú, Naruto.
—Pero me pregunto... —dijiste cuando ya andaba pensando que la tortura había acabado.
—Me pregunto... —repetiste, rozando mis dedos contra tus sorprendentemente suaves labios —si me besas, ¿qué pasara?
Mi cara fue un poema. El acoso sexual no estaba entre mis cálculos.
De pronto estallaste en carcajadas y soltaste mi mano
—Tu cara... ¡tu cara ha sido fantástica, ttebayo...! —reíste más fuerte —¡En serio, la recordaré para la posteridad!
—...
No hace falta decirlo, pero el mosqueo que cogí ese día también quedó para la posteridad.
Me levanté malhumorado y recogí la taza de chocolate aún medio llena, dispuesto a vaciarla en el fregadero. Te oí protestar, pero creo que te ignoré.
Cuando regresé a la sala de estar te lancé una manta perfectamente doblada y apagué la luz.
—Te toca dormir en el sofá, dobe.
Esto... ¿alguien quiere continuación? eso espero.
¡Gracias por leer!
¿Review?
