Esto no es un fic... más o menos. Esta es la historia de Matt y Pam, personajes de Amo del Universo (más conocido como el fic del psicópata para algunos). Aquí Beckett y Castle no tienen mucha importancia, así que no sé yo si esto tendrá muchos lectores, pero para dos personajes que puedo decir que son míos y no prestados me apetecía escribir sobre ellos. Comienza justo el día antes de la visita de Matt a Castle del episodio 37 del fic. Espero que os guste, aunque sea un poquito.


Capítulo 1

La puerta se cerró con demasiada fuerza, sobresaltándola. Asustada y con la mano en el pecho miró hacia el escaparte, pero como ya sabía, él no estaba ahí. Basta Pam, supéralo. Pero no era tan fácil, superar un trauma así no era algo que se consiguiese en un día… ni en unos años. Soltó un suspiro triste antes de dirigirse a la trastienda y volver con un par de tinteros y un plumero. Los limpió cuidadosamente antes de colocarlos en uno de los elegantes aparadores de cristal en los que mostraba las antigüedades que vendía. Se apartó, mirando con cariño a su alrededor, aquello era todo suyo, su tienda, su trabajo y le encantaba. Ella misma buscaba cada objeto, cada pintura, cada libro entre mercadillos, internet y coleccionistas y negociaba con tesón para sacar el mejor precio. Estaba muy orgullosa de lo que había conseguido y especialmente de haberlo mantenido. Sí, su negocio era lo único que ese cabrón no le había quitado.

-¿Otra vez pensando?

Su empleada, una joven de mirada divertida y cabello muy corto se acercó a ella y le entregó una muñeca de trapo que había arreglado con sus propias manos. Pam la había contratado porque le recordaba a ella al salir de la universidad, llena de vida y de ilusión. Forzó una sonrisa y negó.

-La has dejado como nueva –la halagó -. A ver si ahora me van a decir que no es antigua –la regañó falsamente.

-Lleva la etiqueta de su artesano –repuso. Pam asintió y colocó la bonita muñeca junto con otros juguetes. Un rasguño en un caballito de madera llamó su atención y se agachó para examinarlo.

-¿Quieres que me ocupe también de ese?

-Pues… -lo observó por unos minutos, con ayuda de la pequeña lupa que llevaba a todas partes -. No, parece un defecto del juguetero, lo dejaremos así.

-Como quieras, pues si no necesitas nada más… -La chica la miró con timidez. Pam sonrió, Miranda acababa de empezar una relación y se la veía ansiosa. Sintió una punzada de nostalgia al recordar los tiempos en los que ella también se comportaba como una adolescente. Se sintió vieja pensando así. Estúpida, sólo tienes treinta años, deja de sentirte como una vieja. Volvió la mirada hacia la joven y señaló la puerta.

-Vamos, vete.

-¡Gracias! –Alegremente le dio un beso en la mejilla y cogió su bolso y chaqueta, acercándose de nuevo a ella para darle otro beso antes de salir por la puerta radiante de felicidad.

El resto de la tarde fue demasiado tranquilo, salvo por la visita de un par de turistas que se marcharon con las manos vacías tras mirar durante casi una hora y un anciano que se llevó la muñeca de trapo.

-Para mi mujer, ¿sabe usted?, ella tenía una muy parecida cuando era una niña con trenzas.

-Seguro que le encantará –aseguró -. ¿La quiere para regalo?

-Sí, por favor.

Cuando el hombre se marchó Pam comenzó a guardar en sus cajas plumas estilográficas, pequeñas brújulas, llaves de hierro y demás objetos pequeños que siempre guardaba al terminar el día y sacaba de nuevo al abrir. Trataba de decidir si debía guardar también las plumas de los nuevos tinteros cuando su móvil la interrumpió, sobresaltándola de nuevo. Aún nerviosa sonrió débilmente al ver la pantalla. Matt.

-¿Matt?

-Preciosa –la saludó.

-¿Ocurre algo? –Preguntó preocupada. ¿Se habría arrepentido?

-Nada. Siempre te pones en lo peor, ¿eh? –se rio. Pam se sintió mejor al oírle así, Matt siempre conseguía mejorar su humor. Lástima que no pudiera hacer lo mismo con sus miedos. Y sin embargo se había propuesto intentarlo, con él, quería superarlo. Lo necesitaba. -¿Has salido ya?

-Estaba a punto.

-Bien, acabo de salir y no tengo ganas de cocinar, ¿te apetece una buena pizza?

-Matt… no sé.

-Vamos Pam, es un local, lleno de gente. Piensa en una pizza recién hecha, con sus bordes crujientes, el queso fundido… dime que no se te hace la boca agua.

-Está bien –terminó cediendo -. Pero yo elijo.

-Hecho –dijo, triunfante. Luego cambió su tono de voz -. Si la pides vegetal te calentaré el trasero. Te paso a buscar.

Colgó. Pam se sorprendió a sí misma mirándose al espejo y viéndose con una autentica sonrisa en el rostro y sintiéndose excitada ante la mención de unos azotes. Quizás no estuviera tan lejos de curarse.

Una media hora después estaba sentada en el asiento del copiloto del coche de Matt. Éste la había recibido con un duro beso y le había abierto la puerta del vehículo, sentándose a su lado y arrancando sin hablar.

-¿Dónde está la pizzería? –preguntó al cabo de un rato.

-Cerca del club –respondió, mirándola de reojo. Pam se encogió en su asiento, nerviosa -. Olvídate de eso por un rato. Ahora sólo vamos a darnos un buen atracón a pizza, relájate.

-Lo intento.

Aparcó cerca del restaurante y dejó que ella eligiese mesa. Era una de las secuelas del trauma, ella necesitaba poder decidir, incluso en pequeños detalles como ese.

-Ahí –señaló una mesa para dos situada junto a la ventana. Él asintió y separó su silla, acercándola a la mesa. –Que caballero –le dijo con una risita.

-Quedamos pocos –respondió, sentándose frente a ella. Cogió la carta y se la entregó. Mientras ella ojeaba entre los numerosos ingredientes un camarero se acercó a tomarles nota.

-¿Qué van a beber?

-Una cerveza para mí y una coca-cola para la señorita, por favor. –Pam levantó la mirada, él se enfrentó a ella -. No vas a beber alcohol, no esta noche.

-¿Y si hubiera querido otra cosa? –replicó. Él la miró, repentinamente serio -. Princesa… sabes que no deseas sólo el control en la cama, sino que te gusta sentirse dominada en otros aspectos de tu vida…

-Shhh, no podemos hablar de esto aquí –dijo, mirando a su alrededor.

-… si de verdad quieres recuperar tu vida como sumisa y disfrutar de ella, tendrás que empezar a ceder algo del control –concluyó.

-No quiero… no quiero volver a ser una sumisa… todo el tiempo. Ya lo hice y fue horrible –murmuró, temblando al pensar en su exmarido. Aún recordaba como él había comprado cordero para navidad y ella había sugerido que prefería pavo. Él se había cabreado y Pam había acabado encadenada durante la nochebuena, mientras abajo su familia y amigos cenaban tranquilamente creyendo que ella se encontraba enferma. Aquella había sido la primera de muchas noches llorando, pero eso se había acabado. Nadie volvería a decirle lo que podía comer y lo que no.

-Pam –Matt le tomó la mano y la acarició, haciendo círculos con el pulgar -. Yo no soy él, jamás te haría daño. He pedido una coca-cola para ti porque el alcohol hoy no te conviene, no sabiendo lo que haremos después. No te hace mucha gracia el agua sin gas y aquí no hay de la que te gusta, tampoco te gustan los refrescos de sabores.

Ella se quedó callada, ¿cómo podía él recordar esos detalles? Miró la mano que seguía sobre la suya, esperando. –Creo que ya sé que pedir –terminó diciendo. Matt sonrió.

La cena estuvo deliciosa y amenizada por una agradable charla sobre sus respectivos trabajos. Él le contó como una bonita husky había tenido ocho cachorros y comentó de pasada que el dueño quería regalarlos. A ella se le iluminaron los ojos al pensar en tener un cachorrito en sus brazos, sería agradable tener a alguien que la recibiera al volver a casa, alguien a quien poder dar un poco de cariño, pero luego miro a un lado, sus ojos tristes. Si no sé cuidar de mí misma no puedo cuidar de un cachorro.

-¿Y tú? ¿Qué nuevos chismes has encontrado? –Pam levantó la vista, indignada.

-¡No son chismes! Son antigüedades con un gran val… -Se calló al ver la risa en sus ojos, le tiró una bolita de papel que había hecho con el envoltorio de los crossinis. Matt la atrapó al vuelo.

-Tirarle cosas a tu señor… al final si que voy a tener que ponerte sobre mis rodillas.

-Shhhh –lo hizo callar, el camarero estaba en la mesa contigua, atendiendo una mesa. Matt sonrió, era divertido verla tan nerviosa. Luego miró su reloj.

-Yo estoy lleno y se hace tarde, ¿vas a querer postre?

-No puedo comer nada más.

-Pediré la cuenta, entonces.

Al salir del restaurante una desagradable brisa los golpeó. Matt le frotó los hombros antes de tomarla de la mano. El club estaba a unos diez minutos andando.

-¿Lista para volver a jugar? –Le preguntó. El llamativo cartel con el nombre del local "Pauline Réage" atraía a amos y sumisos como polillas a la luz, pero no ocurría lo mismo con una sumisa aterrada.

-Creo que sí.

Matt pidió su llave y se dirigió al ascensor, con ella detrás. A cada paso que daban podía sentir como su miedo crecía. Esto no iba a ser fácil.

-Relájate, nena. Te estoy oyendo respirar de aquí.

-Lo siento…

-Lo siento, señor –le recordó. Ella respingó, cuando salieron del ascensor comprendió que Matt ya había adoptado su posición de amo. La condujo hasta una de las habitaciones privadas y la miró.

-¿Segura?

-Sí, señor.

-¿Tus palabras de seguridad?

-Rojo y amarillo, señor.

Matt abrió la puerta y se hizo a un lado, dejándola entrar. Pam arrastró los pies hasta el centro de la habitación, con la mirada clavada en el suelo. –Desnúdate –El amo le ordenó.

La dureza de la voz escondía una ternura que pocos notarían, pero ella, acostumbrada al enojo y la crueldad se sintió reconfortada ante la orden. Además, él era el único que había visto sus cicatrices, aquel día en que la había sacado de su casa casi muerta. Apartando los recuerdos se quitó la ropa, prenda a prenda y la dejó pulcramente doblada sobre una silla. Luego se colocó junto al hombre y adoptó la posición de una sumisa: arrodillada, las rodillas separadas, la mirada baja. Matt le acarició el cabello.

-Muy bien, princesa. Estoy orgulloso.

Pam cerró los ojos, saboreando las palabras. Muchos no podrían entender por qué para una sumisa esas palabras son música para los oídos. Con la cabeza gacha escuchó como Matt se desvestía, quitándose la camisa y los zapatos, pero dejándose el pantalón negro. El prácticamente vestido y ella totalmente desnuda. Él el amo. Ella la sumisa.

-Esta noche vamos a limitarnos a recordar conceptos –dijo, tomando una silla y sentándose frente a ella. Pam alzó la vista, confusa. Él le acarició la mejilla -. No vamos a follar, Pam.

En otros tiempos se hubiera decepcionado, pero ahora aquello la tranquilizó. Quería recordar la diversión de los juegos, pero no estaba lista para tanto.

-En pie –ordenó. Se levantó y esperó. Podía ver en los ojos de Matt una chispa de excitación, al igual que la preocupación por ella, pero sobre todo veía la tenacidad, el control. Él sabía qué hacer. –Muy bien. Veamos… si te digo que te has portado mal y quiero darte unos azotes, ¿qué tienes que hacer?

Frunció el ceño, no había hecho nada que mereciera un castigo, pero él seguía esperando, su rostro endureciéndose a medida que pasaban los minutos. Tragó saliva antes de situarse a su derecha y preguntarle con la mirada. Él asintió. Se colocó sobre su regazo, boca abajo, su culo sobre sus piernas, su cabeza cerca del suelo. –Perfecto –la felicitó y eso volvió a hacerla sonreír a pesar de la postura. Matt aprovechó para acariciarle el trasero, surcado de blanquecinas marcas al igual que su espalda. Mentalmente maldijo al ex de la preciosa mujer que tenía sobre su regazo. Notó como ella se retorcía, pero no por miedo, sino por excitación. Eso es, cariño, déjate llevar. Pasó la mano entre sus pliegues, notando como algo de lubricación. Aún no, pensó. Siguió acariciándola y de repente levantó la mano y la azotó, justo entre las nalgas.

-¡Ay! –Pam gritó, sorprendida, no esperaba ese golpe. Su corazón se aceleró y notó como se ponía más húmeda. Ya no recordaba lo mucho que a su cuerpo le gustaban las pequeñas dosis de dolor.

-¿Algún problema, nena? –Volvió la cabeza hacia él, que esperaba, con la mano justo en el lugar donde le había pegado, reteniendo el calor. Bajó la mirada, tragando saliva.

-No… -Siseó cuando él volvió a azotarla, de nuevo en el centro.

-¿No se te ha olvidado nada?

-No, señor. Lo siento, señor. Perdóname, señor –dijo a toda prisa, ese había dolido de verdad. Matt se rio y con cuidado la ayudó a ponerse en pie.

-Había olvidado lo encantadora que eres –Pam entrecerró los ojos, mientras se frotaba, dolorida. Él la cogió de la mano y la llevó al otro lado de la habitación. Ella dio un paso hacia atrás. Una cruz de San Andrés. Con ataduras. No, eso no. Comenzó a hiperventilar. –Pam –Se obligó a mirarlo, sus piernas dejarían de sostenerla en cualquier momento -. Sólo será un par de minutos, cuando te veas ahí atada y te des cuenta de que no pasa nada te sentirás mejor, ¿de acuerdo?

-No… no quiero… -casi lloriqueó.

-Pam, tranquila –volvió a frotarle los brazos, los hombros, reconfortándola, pero ella negó, tratando de soltarse.

-No –lloró -. ¡Rojo, rojo, rojo, rojo!

Matt no insistió más, la atrajo hacia su pecho y la abrazó. Ya la has asustado, idiota.

-Shh… ya pasó, cariño, no te ataré, ya está…

La llevó en brazos hasta un sillón y se sentó allí con ella, dejándola llorar hasta que se quedó profundamente dormida por el agotamiento. –Duerme… yo cuidaré de ti.

Sintió como ella caía en un profundo sueño y agotado sacó el teléfono. Esperaba que él no estuviera ocupado con la policía. Necesitaba ayuda. Y para esto sólo podía confiar en Richard Castle.