"Por mucho tiempo, una vieja leyenda recorrió las largas planicies del oeste americano: un famoso pistolero, El Mariachi, habría ocultado, en algún punto de aquellas calientes arenas, un inigualable tesoro.
El mapa, segundo algunos, forjado por el propio pistolero con su sangre, fue dividido en 7 partes y propagados por su amada Europa.
Muchos hombres perdieron sus fortunas y sus vidas intentando encontrarlo. Pero con el pasar del tiempo, todo se volvió sólo un cuento de western.
Sin embargo, segundo la leyenda, quien encuentre el tesoro, habrá encontrado también el corazón del viejo y leyendario matador del Oeste!"
o.O.o Atenas o.O.o
Se podía observar, en las principales calles de la capital griega, un pequeño folleto de papel blanco amarillento, ya muy gastado, que exhibía en negro y blanco la foto de dos hombres iguales.
El subtítulo: BUSCADOS
Razón: ROBOS, ESTAFAS, TRAMPAS, VIOLACIÓN Y HOMICIDO.
Recompensa: .ooo Dracmas VIVOS O MUERTOS
Era un día caloroso en Atenas. El sol de verano iba alto en el cielo. En aquel domingo, muy bullicioso, dos muchachos de largos cabellos azules y ojos de un verde nublado, caras angulares, aprovechaban el día con un partido de dados. Parecía que la suerte estaba con ellos.
- ¡Ahhhh! – gritó Kanon de felicidad - ¡Siete! – saltando - ¡Siete!¡Siete!¡Siete de nuevo!
- Vamos, señores, vamos apostando. – llamaba Saga, golpeando las cuerdas de una vieja guitarra.
El grupo de hombres con los cuales jugaban estaba muy confuso, una vez que no entendían como los dados podían haber dado siete por la milésima vez. Fue cuando un señor de aire extranjero, enojado por sus pérdidas, les gritó:
- Yo quiero apostar.
Saga, desviando la atención de un bello ejemplar espartano, miró al hombrecillo con cinismo y una sonrisa sarcástica en sus labios finos y sensuales.
- Amigo...- y fregó su pulgar en el dedo indicador – ¡Usted no tiene más qué apostar! Está roto.
- Ora...- él se enojó, metiendo la mano dentro de su chaqueta – ¡Tengo un mapa!
- ¡UN MAPA! – gritó Kanon interesado, caminando hacia los dos.
- Un mapa...- dijo Saga con desdén.
- Sí...- sonrió el hombre – Un mapa de un tesoro.
- ¿Usted no cree que está viejo demás para jugar de pirata? – ironizó Saga.
- ¡Dame espacio!
Kanon tiró el hermano para un costado, casi atropellándolo, tomando la delantera de la situación. Se acercó al viejo con ojos brillantes y arrancó, súbitamente, el pedazo de papel viejo y sucio de las manos de aquel torpe.
- Déjeme ver... – murmuraba muy entusiasmado.
- Kanon, es sólo un pedazo viejo de papel...- Saga parecía no creer - ¿Cómo puede ser tan imbécil?
- ¡NO! – Kanon lo miró con ojos desesperados, abrazando al mapa como a una cosa sagrada – ¡Es el mapa! ¡La tercera parte del mapa!
- Estoy viendo que es un mapa. – Saga parecía aburrido – Y si es sólo la tercera parte. ¿Qué harás sin las otras dos? – le gritó.
- ¡Es el mapa para el tesoro de Mariachi!
Y Kanon, pareciendo tener en manos la armadura de Atena, encaró su hermano con ojos nerviosos, como si esperara las congratulaciones.
- Kanon...- Saga soberbio, creyéndolo un tonto – Eso son leyendas. Mariachi no existe.
- ¡Ven aquí!
Y agarrando al hermano por el cuello de la camisa, Kanon hundió la cara del mismo en el papel maloliente que parecía ser su salvación. Saga limpió la garganta, mirando las personas a su alrededor, una sonrisa idiota en la cara.
- Un segundo...- pidió.
- Es el mapa de las maravillas. Puede ser nuestro futuro... – le murmuraba Kanon, eufórico – Nuestro destino...
- ¡Destino! – Saga le gritó en un susurro – Si creyera en destino, no jugaba con dados tramposos.
Y abriendo su mano, mostró los dados con pequeños e imperceptibles plomitos en una de sus bases. Y antes que pudieran hablar más cualquier cosa, el viejo, que veía todo con mucha sospecha, tiró su papel de las manos de Kanon con la misma educación que éste había usado para agarrarlo.
- ¿Entonces? – preguntó - ¿Otra vez?
Kanon miró a Saga con un pico inmenso en sus labios, ojos brillantes y cara de llanto.
- No, Kanon...- pedía Saga – No me hagas esta cara. ¡Para! – se rindió – Bueno, otra vez.
Y apretando los dados en la mano, se volvió hacia el viejo.
- Juguemos otra vez. Su mapa por mi dinero. – y alzó la mano para tirar los dados.
- ¡No! – gritó el viejo. - Espere.
Saga paralizó la mano en el aire. Kanon tocó algunas cuerdas de la guitarra, parando para escuchar qué más aquel tonto iba a pedir.
- Esta vez con mis dados. – completó el viejo.
Saga y Kanon si miraron. Fue entonces que el mayor de los gemelos, llevando un dedo hasta su propia garganta, pasando frente a ella en un gesto de amenaza para su hermano, le murmuró con voz furiosa:
- Te voy a matar.
- ¡Glup!
Kanon sonrió tímido, limpió la garganta y tocando la guitarra, empezó a cantar una canción del folklore griego. Saga agarró los nuevos dados, giró su mano en el aire y con un suspiro fuerte y tenso, los tiró en el piso, completando con una súplica desesperada.
- Dame un siete.
Las dos piecitas cayeron por tierra, girando y saltando varias veces, como si no fueran más parar. La tensión se hizo presente en todos que asistían. Kanon había abandonado el instrumento, tenía sus ojos pegados en el suelo. Saga, con aflicción, tapó sus ojos con las manos, abriéndolos sólamente cuando el grito de Kanon sonó por toda calle.
- ¡SIETE!
Los hermanos se abrazaron con alegría. Todos aplaudieron, menos el viejo, que había perdido el mapa y el dinero. Mientras Kanon volvía a tocar su canción, Saga se agachó para agarrar su premio.
- Fue muy bueno jugar con usted.
Decía, mientras metía el mapa y las monedas en los bolsillos del pantalón. El viejo cayera de rodillas, arruinado. Pero algo pasó. Sin querer, mientras se movía para guardar los objetos, Saga dejó caer los dados que le pertenecían. Y por una rara coincidencia, los dados cayeron mostrando las bases 3 y 4, sumando siete.
Él quedó paralizado. El viejo frunció la cara, agarró los dados antes que Saga y, tirándolos al piso, vio que, de nuevo, salían los números 3 y 4. Otra vez, furioso, los tiró, observando que paraban en la misma posición. El extranjero miró a Saga con odio. Éste le sonrió con desconsuelo.
- ¡Lo sabía! – gritó el viejo – Sus dados son tramposos.
Hubo un pequeño silencio. Kanon parecía congelado con la guitarra en las manos. Fue cuando Saga, repentinamente, frunció sus cejas con una actitud muy sorprendida y agarrando sus dados, gritó:
- ¿Tramposos?
Se recompuso rápidamente, mirando a su hermano con ojos desolados y desentendidos.
- ¿Me diste dados tramposos?
Kanon parpadeó por dos veces los ojos, sin nada comprender. Pero Saga, cerrando su cara por el enojo, miró a un policía, indicando al hermano con un dedo.
- ¡Señor, deténgalo!
Kanon tiró el instrumento al piso, muy indignado.
- Ora, ¿Estás loco? Era él quien estaba haciendo trampas. ¡Deténgalo a él!
- Ah...- Saga agarró al hermano por su camisa y fregó su cara en la armadura muy pulida del comisario. – Mire su cara cínica en el espejo.
Kanon se libró de Saga y tirando la espada del policía, que todo asistía muy intrigado, así como todas las otras personas, gritó, apuntando al hermano:
- ¡Ahora lavaré mi honor con sangre!
- Ora...- Saga lo encaraba con sarcasmo – Te daré una muerte rápida e indolora.
Y agarrando algo de dentro de sus pantalones, se vio con un puñal de fabricación casera en sus manos. Una gota surgió en la cabeza de todos. Sonrió tímido.
- Ora, hermanito...- Kanon dio una carcajada - ¿Entonces es eso que tienes dentro de los pantalones? ¡No me admira que yo te tenga robado aquella chica en Esparta!
Saga lo encaró con espanto por un instante y olvidándose de la escenación, le gritó.
- ¡Miserable! ¿Fuiste tú?
- Ah...- Kanon hizo un gesto para que se contuviera - Estamos en medio de un duelo, hermano...- y lo amenazó de nuevo con la punta de su espada.
Saga miró el puñal que tenía en sus manos y tirándolo, dijo:
- Claro que con eso no da. – guardando y agarrando una espada de otro policía.
Kanon lo atacó primero, pero Saga se defendió con firmeza.
- ¿Sus últimas palabras? – preguntó Saga, cínico.
- Te haré en mil pedazos. – contestó Kanon.
- Ora...- Saga atacó Kanon, que escapó con rapidez. – Deje que tu espada hable por ti.
Kanon fue hacia el hermano que, girando, pudo huir de su golpe.
- La dejaré y ella no parará de hablar hasta tu muerte. – dijo el menor de los hermanos.
- ¡Bailarín pedante!
Gritó Saga, recibiendo otro golpe, pero pudo detenerlo caminando para el fin de la calle. Kanon lo seguía, siempre atacando. Ahora ya era difícil para la gente acompañar, los hermanos se encontraban a una distancia considerable.
- ¡Peleas como una mujer! – provocó kanon.
- Ya he luchado con una, es una alabanza. – se rió Saga con cinismo.
- Ahora será tu fin.
Y con un fuerte golpe, Kanon pone abajo a Saga, amenazándolo con la punta de su espada.
- No en la cara. No en la cara. – murmuraba Saga para su hermano.
Pero con un brusco movimiento, Saga puede pararse y desarmar a Kanon. De golpe, los dos muchachos se vuelven hacia el lejano público, que esperaba , ansiosos, el final de la lucha. Gritan:
- Señores, decidimos que fue empate. – habló Saga.
- Gracias por sus presencias. Chau.
Y bajo los ojos de todos, los dos hermanos empezaron una carrera loca por las calles y callejones de Atenas, golpeándose contra los negocios de frutas, personas, mezclándose en la multitud. Atrás, enfurecidos, ciudadanos y policías comenzaron una marcha alucinada en busca de los pájaros.
- ¡Ese es nuestro fin! – gritó Kanon, casi golpeando a una viejita.
- Aún no. – contestó Saga. - No he robado toda mi vida para terminar así.
Y llegando al puerto, donde un cargamento de cajas estaba siendo hecho, los hermanos encontraron escondite dentro de dos grandes toneles de madera, cerrándose adentro.
- Cuando de el orden. – murmura Saga.
- ¿Por qué tú? - rebatió Kanon - ¡Eres siempre tú quien da las órdenes!
- Porque soy el mayor, ahora cállate y obedezca.
- Creo que el peligro ya pasó. – susurra Kanon en respuesta, loco por salir de allí.
- Yo digo cuando haya pasado. - retrucó Saha - Ya ha pasado. Vámonos.
- En el tres...
- Vale, en el tres, entonces. – dice el mayor.
- Uno...- Kanon empieza a contar, preparándose para abrir la tapa y huir – Dos...y...
Pero la tapa no abrió. Los gemelos, apretados contra las paredes húmedas, parecían presos en un destino que ellos mismos desconocían. Si pudieran ver, quedarían sorprendidos al saber que aquella "mercadería" estaba siendo mandada para la América, destino: EEUU.
o.O.o Sevilla o.O.o
Era una linda mañana de verano en tierra flamenca. En la plaza central de la comunidad andaluza, tambores empezaron a sonar en un ritmo frenético, marcando el compás del acto que estaba por iniciarse.
Una multitud se juntara alrededor del palco montado, donde un tronco de madera masivo dejaba pendiente la cuerda que sería utilizada en la ejecución. Un banquillo, también de madera, un poco más oscuro, también estaba presente, solitario en medio a los gritos de festejo de las personas. Los tambores silenciaron.
- Traigan el prisionero.
Ordenó el comisario, responsable por el cumplimiento de la sentencia. Un joven, piel morocha, cabellos rebeldes y negros, barba malhecha, ojos verdes, un poco maliciosos, ropas que recordaban a los gitanos, quizá mostrando su origen, fue conducido, sin dificultades, por dos policías, que lo escoltaban. Una pequeña argolla dorada en la oreja derecha completaba su figura.
Sus manos, atadas, eran tiradas por uno de los hombres que caminaba delante de él. El otro le tiraba por las espaldas. Él sabía que andaba en dirección a su muerte, pero al revés de lo que pasaba a otros que tenían el mismo destino, el muchacho parecía muy tranquilo.
- Acérquenlo. – gritó el comisario – Leamos las acusaciones.
El hombre fue llevado para el palco y una bulla sonora, proveniente de la multitud, sonó por la plaza junto con los tambores que empezaron a tocar de nuevo, parando luego de un rato. Un hombre, llevando una tela negra sobre su cabeza, también se acercó. El comisario inició la lectura.
- Shura Sanchéz, 23 años, está aquí para responder por los siguientes crímenes:
Empezó. Shura dejó que una sonrisa cínica se abriera en sus labios al oír su nombre. Su mirada pasaba por las personas, volviéndose tranquilos cuando encontraron lo que estaban buscando.
- Robos, asaltos a bancos, latrocinio, corrupción de menores, falsedad ideológica, herejía, estelionato, asesinato y violación.
Pasó la lengua por sus labios secos cuando escuchó la última acusación, muy satisfecho con la lista. Su mirada de nuevo buscó la figura vestida con humildad, un chal negro destacándola en medio de la algarabía. Ella le devolvió, discretamente, la mirada.
- Juzgado y condenado por el primero comisariato de policía del distrito de Andalucía, yo lo condeno a la pena de muerte por horca y descuartizamiento.
Una conmoción tomó cuenta de todos.
- Que la ley sea cumplida. – completó el comisario con gravedad.
El hombre dobló el papel y lo puso bajo su brazo. Caminó para la pequeña escalera a fin de dejar libre el palco para que el verdugo tuviera libertad. Sin embargo, Shura le llamó la atención con un silbido. El viejo lo miró:
- Se olvidó de decir curanderismo. – sonrisa cínica – Además...- pícaro – Sobre la violación, ¿fue exactamente eso que te dijo tu mujer? – frunció las cejas como ofendido.
El comisario lo encaró enojado y con un gesto de su mano, bajó los tres escalones. El mascarado tiró Shura con brusquedad para más cerca de la cuerda. El gitano lo miró, muy enojado por la agresividad. Pero sin excederse, Shura se dejó guiar.
- Eso es lo que llamo de estar "con la soga al cuello".
Comentó sarcástico para el hombre misterioso. Éste, ya aburrido, le apretó más la misma. Servicio hecho, se puso a un costado, esperando el orden para patear el banquillo. Más una vez, Shura volvió a mirar la multitud.
"No se equivoque." – pedía en sus pensamientos.
El comisario pidió para que todos silenciaran e irguiendo la mano, su voz principió por salir fuerte, pero viniendo de un lugar improbable, un puñal se alojó en su garganta, tornándola aguda y luego extinta. Un grito dio el alarme.
Las personas se disiparon para todos los lados y en medio de todos ella apareció, altiva, como siempre acontecía cuando él estaba en peligro. Y tan rápido como el viento, una daga ya estaba en sus hábiles manos y pronto, con un golpe preciso, hizo caer el hombre que, asustado, había mandado el banquillo para lejos con su potente pie. Sacándole de Shura su apoyo, ahorcándole.
- ¡Shura! – gritó ella, corriendo hacia él.
Con un golpe brusco de espada, cortó la soga que lo mantenía preso, tirándolo al piso.
- Sabía que no me fallarías. – comentó él, sin aire.
- Jamás digas que una ejecución no es lugar para mujeres.
Contestó ella, libertando también sus manos. Shura se recompuso, agarrando su espada que ella le entregaba, preparándose para la batalla que se armaba frente a él. Los soldados ya estaban con sus láminas empuñadas.
- Ahora soy yo. – dijo – Sabes qué hacer. Nos vemos luego.
Esmeralda lo comprendió. Shura la agarró por la cintura, pegando sus labios en los suyos, en un beso rápido pero prfundo. La joven, con una sonrisa cínica le dio las espaldas, dejándolo con los soldados, yendo a preparar la parte más importante: la huida.
Shura se tiró con ganas en los brazos de aquellos hombres tan orgullosos de sus uniformes, pero sin ningún calor de batallas. Empuñaban sus espadas en nombre del dinero, pero él la empuñaba en nombre de la justicia, lo que le daba una gran ventaja.
Los aceros se chocaban. Toda multitud había parado, locos, para verlo saltar por entre las murallas y tiendas, dirigiéndose para la arena de los toros. Solito, ya había matado más de la mitad de los soldados reales.
- ¿Estos son los hombres a quienes llaman de "furia española"? – con desdén – España no necesita de canallas como ustedes.
Y con mucha habilidad, nunca antes vista, atacaba y defendía con agilidad y fuerza, violencia y elegancia. Parecía haber nacido con una espada en las manos.
- Atrápenlo. – gritaba el rey que, enojado por la desventaja de su ejército, había entrada en campo.
- No darás un paso hasta nuestro enemigo. – le pidió la esposa, en llanto.
- Te haré comer su corazón, traidora.
Ladró el monarca, trastornado por su orgullo masculino y real herido por un pobre gitano. La reina parecía asustada. No por su marido, sino por aquel hombre que la hizo sentirse mujer por primera vez.
- ¡Tráiganme su cabeza servida en una bandeja! - bradaba el monarca.
- Oh, Shura...- reina suspirante.
Shura, no teniendo más para donde ir, entró en la arena de las toradas. Junto con él, un sin fin de hombres persiguiéndolo entraron también. El crujido de las espadas herían el aire y con un movimiento rápido, el hábil gitano pudo impedir una colisión con el toro, que se marchaba hacia el grupo.
"Necesito llegar allá". – decía para sí.
Sus ojos corrían todo sitio hasta encontrar lo que buscaban. La soga estaba discretamente puesta en la muralla que daba para la ruta.
"Esmeralda, ¿Dónde estás, cariño?"
Y como si lo hubiera escuchado, la misma mujer apareció, con su larga falda rodada, de colores fuertes, un corselete negro y ya gastado le prendía el robusto tórax, una remera de mangas anchas y desnudándole los hombros. Había surgido por detrás de Shura y sus enemigos de uniformes reales.
- ¡Es ella! – gritó alguien, llamando la atención de los demás.
- Es la cómplice, ¡Agárrenla! – ordenaron algunos soldados a la vez.
Era la oportunidad que Shura esperaba. Esmeralda miró a todos con una cínica sonrisa y un modo feroz en sus ojos claros. Y de golpe, irguiendo un poco su falda, mostrando a los soldados sus bien torneadas piernas de gitana, haciéndolos estacar con caras de tontos, una daga le vino a la mano, rápida, casi por magia, y ella, con la misma habilidad de su compañero, la hizo volar de encuentro al que parecía ser el comandante.
- ¡No la dejen escapar! – gritó un soldado.- Háganla prisionera!
- Los hombres son tan infantiles.
Decía ella, corriendo como podía. Al pasar por la muralla, vio que la soga ya no estaba. Sonrió. Sus pies parecían tener alas, saltando los obstáculos que surgían, tirando quien se le cruzara por delante.
Pero, virando una esquina, Esmeralda dio con uno de sus verdugos, que la agarró por los brazos, fuertemente. Ella intentó librarse, pero el hombre la mantuvo presa, apretándola con violencia en el cuello. Éste sonrió por su aparente victoria.
- Ahora tendré una gitana limpiando mi piso... – comentó, haciéndola mirar en sus ojos – Y a la noche...- él aspiró el fuerte olor de sándalo que salía de ella.
Ella no tuvo dudas. Su última daga ya estaba lista. Sin parpadear, la clavó en el cuello de su perseguidor, le dio las espaldas y se fue, haciendo el trayecto contrario.
- ¡Qué mujer!
Comentó un soldado, que había quedado inerte, con la espada en las manos, sin atreverse a aproximarse, observando todo y recibiendo una mirada crítica de su superior.
Las personas había parado, esperando el final. La joven consiguió llegar hasta el palco montado para recibir los vencedores de las toradas. Con un salto muy femenino, subió. Hizo algunos pasos de danza, moviendo sus brazos, y acercándose a una de las cortinas rojas, pendientes a un canto, se envolvió en ella, como una serpiente, siempre bailando, y desapareció en medio de la multitud, como si hubiera sido engullida por la tierra. Luego de algunos minutos de un profundo silencio, fue posible oír en una sóla voz:
- ¡Brujería!
...
Ya pasaba del medio día cuando una gitana, cabellos negros y largos, ojos verdes cerrándose bajo el caliente sol andaluz, caminando por la ruta que llevaba al campamento Caló, notó al borde de la ruta un señor vestido de negro, la cabeza cubierta, algo jorobado, pareciendo sufrir de un fuerte reumatismo, una pipa era la única cosa visible en medio de su manto oscuro y pesado, y a sus pies, un platillo viejo con algunas moneditas de cobre.
- Tú quedas infame vestido así. – dijo, acercándose al viejo.
Shura se paró, sacándose el disfraz que siempre usaba cuando pedía limosnas en las calles. Él la besó en la frente.
- Fuiste perfecta hoy, *muri shukar.
Shura, agarrando su mujer por la cintura, la quizo traer para sí, pero ella, con una cara de desdén, lo alejó.
- Aún no me he olvidado de la reina Sofía.
- Mi flor...- él intentó acercarse con sensualidad – Sabes que soy tuyo, era una cuestión de vida o muerte: o me acostaba con ella o no salía del castillo con las joyas, quizá ni con la vida... – él hizo cara de drama – Fue prácticamente una violación. Ella me violó.
- ¿Y la esposa del ministro? - ella lo encaró sarcástica, con aire enojado - ¿Ella también te ha violado?
- ¿La Gloria? - Shura con cara desentendida, como si no recordara el nombre.
- ¿Qué Gloria? - Esmeralda tiró humo por la nariz - ¿Su nombre no era Isaura? ¿Quién es esa Gloria, Shura? ¡Eres un Don Juancito de mierd...
Ella irguió la mano para golpearlo, pero Shura agarró la misma, impidiendo la acción. La hizo girar, como un paso de baile y la trajo para sí.
- Mi amor, quise decir que tú eres la gloria de mi vida.
Esmeralda suspiró irónica y aceptando su abrazo, lo besó en los labios ardientes.
- A parte, te había dicho para que te quedaras en casa.
- ¿Y perder un espectáculo como este? ¡Jamás!
- Debías de estar en casa cuidando a nuestro hijos. - él contestó, con autoridad masculina.
- ¿Qué hijos, Shura? No tenemos hijos.
- De los que vendrán...
- Necesitamos ir. Nuestro navío partirá en algunos minutos. – dijo ella.
Shura la tomó en sus brazos, haciéndola girar diversas veces. La libertad, la vida, era eso que importaba para ellos.
- ¿Los documentos? – preguntó él.
- Están aquí. – ella los entregó.
- ¿Y nuestro mapa?
Esmeralda sacó de su corselete un pedazo de papel ya viejo. Shura sostenía los falsos boletos. Los chales fueron puestos nuevamente en las cabezas.
- Tenemos la primera parte, aún falta más seis. – dijo él, entusiasmado.
- Eso es locura, dejar nuestra gente, nuestro pueblo... – comentaba Esmeralda, metiendo algunos trapos por debajo de las falda, haciendo una falsa panza.
- No importa. Vamos para la América y quedaremos millonarios. – decía Shura.
- Tú eres loco, Shura Sanchéz.
- Bueno, no fui yo quien mató el juez del Santo Oficio. – recordó Shura. Ella sonrió.
A las dos de la tarde, el navío La Coruña levantaba ancla de España hacia un nuevo destino y una nueva aventura que ni la magia gitana podía adivinar. En su proa se podía leer: EEUU.
o.O.o Continua o.O.o
