Lacrimosa
Ciel se miró el anillo en el dedo y acarició con delicadeza el zafiro que sobresalía, azul y brillante como su propio cabello. El legado de su padre, el símbolo del señor de la casa Phantomhive, el distintivo del Perro de la Reina. Ya no sería ni lo uno ni lo otro. Había llegado el momento de pagar el precio por aquello que deseó, varios años atrás.
-Joven Amo, ya es la hora –Sebastián se reverenció ante él.
-Sí –no derramó ni una sola lágrima, sería señor hasta el final.
En realidad no se sentía triste, no tenía motivos para sentirse triste. Su venganza había sido completada, sus deseos cumplidos y sus enemigos enterrados; entregar su alma a Sebastián le era indiferente, había aceptado el hecho mucho tiempo atrás. Quizás lo único que le dolía en parte era no haberse despedido de aquellos que estuvieron junto a él: Finnian, Mey-Rin, Tanaka, Bard, Soma, Agni, Elizabeth… ¡Pobre Elizabeth! Posiblemente estaría llorando, gritando, buscándolo sin remedio.
Ya no la vería más, ya no vería a nadie nunca más.
Las olas chocaban contra las rocas, la playa estaba desierta, arriba en el cielo estrellado la luna llena se erguía maravillosa y su luz blanca le daba a la superficie del mar cierto matiz de serenidad. Ciel estuvo a punto de preguntarle a su mayordomo dónde estaban pero de sus labios no salió ni una palabra.
-"No, incluso si no lo sé, me siento cómodo…"
Sebastián escoltó a su amo hasta una banca de piedra, apostada en las ruinas de un viejo castillo no muy lejos de la costa. Una vez allí lo despojó con gentileza del parche, el pentagrama del contrato quedó a la vista. Ciel se acarició el párpado.
-¿Dolerá?
-Sí, un poco. Lo haré tan gentil como sea posible.
-No, hazlo tan doloroso como puedas –miró los ojos rojizos de su mayordomo –Graba el dolor de mi vida en mi alma.
-Sí, mi Señor.
Una suave brisa sopló y trajo consigo el sonido de violines, Ciel de inmediato reconoció el cántico de la mujer que acompañaba a la orquesta: el réquiem de Mozart. Si bien sonrió con ironía al pensar que quien le daría el descanso eterno no era Dios sino el Diablo, dejó que sus oídos se recrearan con la música:
"Lacrimosa dies illa
qua resurget ex favilla
judicandus homo reus.
huic ergo parce, Deus;
pie Jesu Domine,
dona eis requiem."
Sebastián tomó la barbilla de su amo e hizo que lo mirara directamente a los ojos rojizos, esta vez brillantes, Ciel sintió arder los suyos, aún así no se movió. Gritó varias veces, aún así no se movió. Sintió que el pecho se le desgarraba en mil pedazos y tampoco se movió. Su último suspiro fue una mezcla de dolor y desesperación. Al fin el cuerpo vacío quedó sobre la banca, inmóvil.
El demonio contempló el cadáver por unos momentos más, luego lo trasladó de vuelta a la orilla del mar donde yacía una barcaza cubierta de rosas blancas. Colocó a quien fuera Ciel Phantomhive en ella y le acomodó con pericia el saco y la corbata. Entonces remó hacia aquella isla que se encontraba al frente… la Isla de la Muerte.
Notas:
-Los personajes mencionados son propiedad de Yana Toboso.
-La inspiración para este fic fue el segundo ending de Kuroshitsuji, el cual es mi favorito. La secuencia es muy simbólica y si se fijan bien la isla a donde Sebastián está remando es la misma que aparece en la serie de cuadros "La isla de los muertos" del pintor suizo Arnold Böcklin, compárenlas y verán.
-La letra de la canción que Ciel escucha es la parte final del himno "Dies Irae" ("Día de la ira") utilizada por Mozart en su famoso Réquiem y también título de la canción de Kalafina así como de este mismo one-shot.
