No se por que lo escribí en primera persona, lo juro, no se que me pasó. Tanto rodeo tiene su recompensa. Muy rudo para mentes no maduras.
Advertencia: Sexo explícito y demasiado… ¿Demasiado?
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.:.·¨*¨:*ºl•l*•)"Broken Hearted Soul"(•*l•lº*:¨*¨·.:.
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Desde el primer momento en que entré al negocio más próspero de todo ese barrio supe que todo por lo que había estado negándome por tanto tiempo lo había llegado a encontrar en el peor sitio posible.
Sus ojos tristes y vacios me agobiaron cuando por fin noté su existencia recargada en la ventana con la lluvia y el granizo golpeando levemente el vidrio de uno de tantos ventanales en el segundo piso. Su negro cabello se veía recién bañado así como el aroma inocente de su cutis ventilando una pura esencia por cada poro de su fina y suave piel llena de marcas indelebles que solo para ella podrían ser vistas. Tenía vergüenza de todo su ser, de sí misma. Por eso mismo hizo un ademán con la mano fingiendo llevarse el cabello hacia atrás del oído con una mano al percatarse de que yo la estaba observando en cuanto entre a la habitación, ya que en realidad se bajo varios mechones a la cara en conjunto con su desalineado fleco para que no pudiera verla.
Había una razón para aquello. Sus lágrimas de cristal rodando una a una como diamantes por sus níveas mejillas se veían preciosas. La mayoría solo veía sus ojos o su piel y la deseaba. Por más que tratara de usar lo menos provocativo posible para no ser torturada como todos los días era, explotada noche tras noche, incluso de día robándole de un tajo el descanso y el sueño, sonaba aterrador al no importarles a quienes la pedían. En eso se basaba su vida, en desear morir e intentar lograrlo. Había sido arrancada de su hogar para acabar en ese sitio de mala muerte como prostituta a la fuerza. Todos sus clientes preferidos la querían por eso, la razón principal de que no la corrieran por no poderse acoplar a tratar de darles gusto a los hombres que llegaban para satisfacerse con ella: Su brillante y pulcro llanto sensible a cada roce malintencionado que le daban.
Sus lágrimas la hacían parecer virgen a los ojos de cada interesado en ella, pues nunca sabía hacer nada y acababan obligándola a tocante acto que quisieran hacerle a la fuerza. Como siendo un deleite violarla una y otra vez. Por eso les gustaba, por los gritos ahogados que reprimía, por su inexperiencia y por esa terriblemente sana alma que poseía y que destruían desde la primera mirada que le lanzaban para comprarla por una noche o por una o dos horas.
-La cuenta de este mes- apareció aquel anciano de cabello cano detrás de una puerta en donde su rubia esposa aleccionaba a una chica de cabello rosa también para que fuera a un cuarto con un cliente que la había pedido. Ese día había ido a cobrar la renta mensual por mantener aquel prostíbulo sin nuestra presencia. Como hijo de uno de los mafiosos más poderosos en el mundo de las drogas y la trata de personas así como contrabando de armamento, desde niño me enseñaron como tratar a las personas inferiores a mí.
Según quisiera o no podía ir a cobrarles yo. Me desagradaba la idea de molestarme en venir aquí, pero en cuanto vi a aquella chica de aproximadamente dieciséis años, por primera vez en la vida, aún con lo frio y seco que soy como asesino, sentí remordimiento por mis acciones.
Aquellos ojos blancos como la nieve, con un destello violáceo de vida por la cual odiarse miraban la altura de la ventana con ahínco esperando fuera más. Era obvio que estaba dudando entre lanzarse o no, pero tenía miedo. Temblaba por que no se sentía capaz de hacerlo, por que sufría, no por el frio, sino por la agonía que tenía que soportar.
Me atrapó tanto su débil y delgada figura a la luz atenuada de la ventana con aquel impecable cielo azul detrás de ella que Jiraya no pudo evitar salir con sus irreverentes comentarios como siempre.
-Vaya, si que tienes gustos morbosos y sádicos- me sonrió ataviado. –Siempre llora cada vez que alguien la pide, parece que nunca se acostumbrará- negó con la cabeza repetidas veces llamando mi atención por su plática. Así había sido como me había enterado de tanto acerca de ella aquella vez. –Sin embargo los clientes no se quejan, cualquiera que tenga alguna fantasía muy oculta sentiría que la estuviere violando con solo tocarla…- insinuó de forma tan arrogante que me infundo rabia. Como si estar casado no le bastara y se hubiera divertido también con ella al ser su dueño.
-Amor- entró Tsunade por la puerta del pasillo al salón. –Oh, buenas tardes Uchiha sama- se reverenció ante mí. –Han venido a preguntar por Hinata de nuevo, solo vengo para llevármela…-
En ese instante la pelinegra en la ventana se estremeció abrazándose a si misma y llevándose una mano a la boca callando un gemido que había soltado.
-Por favor, no empieces a llorar desde ahora, se te verán los ojos rojos en cuanto te vea la clientela niña- se dirigió a ella la rubia con brusquedad jalándola del brazo para llevarla fuera de la habitación.
La seguía con la vista, y de nuevo el viejo encargado del prostíbulo me descubrió prestándole demasiada atención.
-Te dije que era muy delicada. Tendrás que disculparme por su comportamiento pero como ya te dije, parece que le gusta a nuestros clientes. Es como… nuestra "atracción especial"- volvió a decirme Jiraya repitiendo su condición frágil. Yo me había quedado viéndola al salir, arrastraba los pasos luchando en vano contra la rubia de coletas que la jalaba con tanta fuerza a pesar de ahorrarse los golpes que podría darle pues en vano serían si eso era lo que el hombre que pagaría por ella quería ver: Querella por ser utilizada de nuevo contra su voluntad abusando de su cuerpo.
-Aquí esta joven- le decía al cliente que había preguntado por Hinata y las había alcanzado en el segundo piso, al de las habitaciones. Desde mi lugar podía sentir la sonrisa lasciva de ese tipo relamiéndose los labios al verla. Y por igual sentía en la piel las lágrimas de Hinata cayendo al piso de madera aún calientes, casi hirviendo. Quemándome.
-Bueno, regresando a nuestros negocios, la mensualidad del mes…-
-La quiero a ella- interrumpí con voz lóbrega. Ese fue mi primer impulso y el comienzo de mi perdición.
-¿Eh?- se regresó el viejo a mirarme sorprendido. -¿Cómo?, ¿a Hinata?- Sabía a que me refería. No en pago, solo en disfrute, pero muy distinto a lo que podría hacerle cualquiera como todos los demás, yo quería protegerla. Algo me había llamado viéndola en primer plano en cuanto Jiraya y yo entramos a su despacho y la vimos llorar en silencio al igual que el cielo. Esos ojos prístinos ansiando la muerte, ese brillo austral de vida agonizando dentro de su ser.
Mi mirada de fuego siempre ha sido asesina, así que Jiraya, resignado, salió por la puerta para ir a perseguir a Tsunade antes de que aquel sujeto se enrollara con ella en alguna habitación sin poder soltarla, y como consecuencia, sin dejarla en paz y sin poder salvarla de su destino.
-¿Cómo?- escuché reaccionar sobresaltada a su esposa, le debía haber susurrado mi disposición por la joven. Hubo un silencio corto de algunos segundos, y el ruido de los pliegues de su ropa se movió hacia la chica y el idiota que la sujetaba del brazo sintiéndose ya dueño de ella por el tiempo que pagaría. –Señor,… discúlpenos, pero Hinata ha sido pedida por alguien más antes- se reverencio pidiéndole perdón. Presentía que reclamaría, así que salí por la puerta con la mano empuñando mi katana por el mango a espera de cualquier absurdo comentario de su parte.
-¿Alguien más?- gruño. Ese tipo debía tener mi edad, pero en cuanto me vio aparecer así como el nerviosismo de Jiraya y Tsunade al verme declarándome a mi mismo como quien iba a tenerla en vez de él lo callaron. Sabía que quien era yo, y que no podía meterse conmigo.
-Lo lamento mucho- repitió Jiraya reverenciándose también mientras Tsunade tomaba a Hinata de la mano camino de vuelta hacia mí y el despacho. –Hay otras chicas de las que puede disponer si gusta, tenemos…-
-Puedo esperar- dijo muy seguro de si mismo. Jiraya calló derrotado. Tan hipnotizado y necio estaba ese sujeto con ella como para querer tenerla bajo su cuerpo ese día a como diera lugar. Pero yo no se lo iba a permitir. Con mi pulgar deje ver parte del brillo de mi espada fuera de su estuche sujetándola por el mismo, un destello tan luminoso y letal salió de mi acción que pude ver una gota de sudor correr por la sien de ese sujeto de cabello café y marcas en las mejillas mientras tragaba saliva.
-La quiero toda la noche Jiraya. Procura no causarme problemas- espeté irritado, poniendo en jaque al anciano así como a su esposa ante los enormes ojos que puso aterrorizados por mi voz.
Aquel sujeto solo trono la boca mostrándome sus dientes así como su ceño fruncido antes de dar media vuelta e irse. Acababa de arruinarle la fiesta, atormentado sus ansias.
-Kiba san, Kiba san, aguarde- decía Jiraya para alcanzarlo, pero no iba a regresar. Poco después me enteraría de que por Hinata pagaban bastantes sumas de dinero por exclusividad, tanto así sufría por causa de ellos, sus perversos clientes.
-Sasuke kun- me llamó la rubia de edad mayor con Hinata a mi lado. Simplemente la ignoré tomando a la chica de la muñeca caminando hacia las escaleras para subir al tercer piso. La mejor habitación de la casa era la última del piso de arriba, la más amplia y la más lujosa si le podía llamar lujo a aquello. Azote la puerta y puse el seguro, la lluvia seguía cayendo y las cortinas estaban entrecerradas dando un aspecto sombrío a las partes de la habitación en las cuales no llegaba la poca luz que se colaba y alargaba en el piso y en parte de la cama.
Me llevé una mano a la cabeza, no comprendía que acababa de hacer, nunca antes había tenido un capricho así, cuando quería estar con alguna mujer por una noche no necesitaba de prostitutas, jamás en la vida me habían interesado, solo eran negocio y no se me hacían para nada atractivas por ser lo que eran, pero esta vez, en este maldito día, sus ojos me hipnotizaron solo con verla haciéndome actuar de esa manera tan torpe.
Me revolví el cabello bufando, no entendía que tenía ella que me había hecho hacer aquello, pero lo había hecho y ahora estaba solo con ella en ese cuarto con la mente de todos afuera pensando que al igual que todos la iba a violar. Pues ella nunca se entregaba a nadie por más golpes que le dieran así como el maltrato al que era sometisa, por eso era tan demandada, por ser bastante frágil y especial, por ser bella y única. Según el mundo yo no sería la excepción. Sin embargo al voltear a verla, temblando encogida por el miedo aún abrazándose a si misma medio convulsionada por el pánico que yo le daba, me hizo de nuevo sentir ternura, una asquerosa y torturante tortura solo con verle los ojos, oculta entre su largo cabello negro azulado y llorando en voz baja.
Camine dos pasos hacia ella, parecía morirse frente a mi. Y aunque había mirado la espada a mi cadera antes que atreverse a hablar, procuró no tartamudear al girar los ojos hacia mi pecho para no tener que verme la cara.
-¿Qui… quiere q-que me quite la ropa?- dijo a penas audible y totalmente mortificada mientras sujetaba con ambas manos su chamarra abriéndola lentamente aún temblando. Tenía que admitir que para ser tan joven tenía bastante desarrolladas algunas curvas. Más solo era igual a un animal asustado ante su depredador apunto de ser devorado. Y no es que no tuviera ganas de hacérselo, por que más que puesto estaba, pero ella era una prostituta y yo no podía acabar de asimilar el por que me la había llevado a solas a ese cuarto.
-No- logré decirle suspirando. Me di cuenta de que mi cercanía la ponía así de impávida por lo que decidí alejarme, caminé hacia el buró y me serví un trago, realmente lo necesitaba, y sentado en la mullida silla de a un lado la vi dejarse escurrir pegada a la pared directamente al suelo aún llorando en silencio y sin dejar de sujetarse los brazos por el terror.
Pasaron así varios minutos hasta que la escuche dejar de llorar y gemir, casi resignada, a mi parecer era mayormente que nada extrañeza por que yo no porocedía con ella. Pero en cuanto me puse de pie para quitarme la katana del cinturón de nuevo la vi encogerse por mi altura. Tenía miedo, se sentía vulnerable por que sabía lo que era yo, alguien que tenía más poder sobre Jiraya y Tsunade como para decidir sobre la vida de todos solo con hacer un ademán de mi mano. Tanto así tenía alcance mi poder, y si bien me gustaba también no lo presumía. Verla temerme me hacía sentir extraño a mi por igual.
Siempre perseguido por las más hermosas mujeres de mundo acostándose conmigo por atracción, gusto o con un simple flirteo mío, todas estaban a mis pies.
Ahora me encontraba frio y sin sentido en la misma habitación que un alma rota obligada a satisfacer los instintos sexuales de decenas de hombres todos los días de la semana por lo que le quedara de vida, juventud o novedad.
Volví a sentarme, no sabía como proceder o como actuar, solamente fue mi alteración por verla herida lo que me había llevado a salvarla del cliente que había ido a buscarla, pero… ¿Me atrevería yo a tomarla? ¡Por su puesto que no! Quien sabe que enfermedades tendría o cuantos hubieran pasado por ella antes. No iba a arriesgarme.
Sin embargo, sus ojos, esos malditos ojos platinos temerosos no dejaban de llamarme a mirarla.
-Métete a bañar- ordené tiempo después, levanto su cara tan rápido que hasta su cabello se meció por su acción tan repentina. Tardo en reaccionar, pero no esperó a que se lo dijera de nuevo, se dirigió al baño de inmediato a pesar de haber regresado a sentir las lágrimas acosarla de nuevo. Vi caer una brillando cuando abrió la puerta para entrar al tocador.
Su llanto parecía tener vida, poseía un brillo tal que cada gota cayendo de su cara parecía una fina y costosa gema. Era tan extraña. Y además tenía buen trasero.
La llave del agua se abrió corriendo el vital líquido por la regadera. Le había dicho que tomara un baño, pero algo alterada había decidió hacerlo en la ducha y no en la tina a pesar de lo que yo había pensado. No podía enojarme, no había sido específico en mi orden y cualquier otro la hubiera regañado por preguntar o por haberse sentido tan digna en querer bañarse en una tina en vez de simplemente darse un regaderazo.
Me sentía criminal. No sabía que iba a hacer con ella a pesar de tenerla ya en la habitación y saberla hermosa.
Me serví otro trago. No me sentía capaz. Me preocupaba no solo el peligro que fuera y representara si me acostaba con ella, pero lo que realmente hacía que tuviera horror de mi mismo era el hecho de haberme sentido atraído solo con un simple vistazo inicial en el que la vi llorar al unísono con el cielo cayendo afuera. Casi como un extraño hechizo en el que había caído.
Deje el vaso de vidrio a un lado y me encaminé al baño. La cama tenía sábanas de satín y una colcha bastante fina, incluso las cortinas eran de terciopelo, me recordaba mucho a un hotel a pesar de que sabía no estaba en uno. Abrí más la puerta unos centímetros para permitirme llegar a ver la regadera, las puertas de cristal estaban empañadas por el vapor del agua caliente, aunque a pesar de eso podía ver claramente el cuerpo desnudo de Hinata con su blanca piel de porcelana bajo el agua, en su mano derecha llevaba la esponja enjabonada con bastante espuma formada, la pasaba por sus brazos, por su abdomen, por su clavícula, por sus bien formadas y delineadas piernas, pero más que erótico aquella escena se veía como de alguien desesperado y deprimido. Casi podía saber como debía estar pasándola, sintiéndose sucia y ultrajada, como un objeto. De nuevo me atacó ese horrible sentimiento de culpa interior a pesar de sentirme distinto viéndola sin nada en cima, de hecho por el piso de mármol estaba esparcida toda su ropa por la prisa que había tenido en atacar mi orden.
Negué con la cabeza y me decidí a entrar. Caminé hacia la tina y abrí la llave del agua caliente, asumo que ella debió hacerme visto u oído, pues bajo el ritmo con el que estaba tallándose los omóplatos hasta de plano dejar de hacerlo permaneciendo bajo la regadera solamente. Creí que esperaría que la regañara aunque en realidad sus pensamientos debieron haber sido los de otro tipo, pues algunos debieron atacarla estando en un escenario parecido.
Me tarde tanto en hacer algo de nuevo que acabó de bañarse y no logró sentirse capaz de cerrar el agua hasta que fui yo el que abrió la puerta de cristal para cerrarla en su lugar.
-Toma. Sécate- le pase la toalla del baño, y viéndola sentirse incómoda y con nuevas ganas de llorar le di la espalda para que tratara de tranquilizarse.
Salió del baño chorreando del cabello y con la vista baja, sin saber que hacer, solo esperando a que yo hablara, pero no quería hacerlo.
-¿Cómo fue que llegaste aquí?- pensé en voz alta con vagas esperanzas de recibir alguna respuesta. Por el rabillo del ojo la vi enterrar sus manos en su pecho sujetando la toalla, dudosa en responderme. Pensó mucho para por fin responderme, realmente dudó y tardo mucho.
-Como todas las demás- pronunció a penas con un hilo de voz sin más que decir.
-¿Tienes familia?- pregunté indiscreto. La lluvia que cayó de su cara no supe identificarla como agua por haberse duchado o como lágrimas. Tal vez habían sido ambas, y entonces caí en cuenta de la gravedad de mi pregunta. -¿Tienes a donde regresar si no estuvieras aquí?-
Sus gemidos la delataron. En verdad lloraba.
-¿Con que cara podría regresar después de todo lo que ha pasado?- se le quebró la voz terriblemente sin más fuerzas con las cuales abstenerse de sacar a flote lo que tenía clavado en el pecho y que yo acababa de recordarle.
Lloro por todo el tiempo en que la tina tardó en llenarse. Cerré la llave al percatarme. No volvía decir palabra alguna, y fue ella la que habló.
-Lo siento- escuche su voz decirme. Me pedía perdón por llorar frente a mí, aunque yo no estaba furibundo como otros podían estar. El que ella llorara era una fantasía morbosa y abominable, no me hacía gracia abusar de una chica menor de edad retenida en ese prostíbulo a orden de golpes y amenazas con tantas ganas de dejar de dejar de vivir. Eso era lo que me apuñalaba.
-Sasuke. Ese es mi nombre- apunté a decir. No me respondió. No tenía por que hacerlo, yo era uno más de sus clientes aunque no pagara, solo seguía órdenes y se estremecía con el toque de cualquiera reaccionando con repulsión como un imán. Queriendo escapar, pero sabia no era posible.
Tan denso estaba el aire que no recibía respuestas ni de mi cabeza ni de ninguna otra parte para saber que hacer. Y cuando volteé a verla la descubrí viéndome a mí, sonrojándose con miedo y bajando la mirada de nuevo. Había sido la primera vez que la había visto sonrojarse.
Fue entonces que sentí aquello por lo cual la buscaban a ella para poseerla con tanta intensidad a pesar de lastimarla. Esa aura de inocencia que despedía, esas lágrimas reales de dolor expeliendo melancolía y tanta tristeza, era un manjar para los más bajos pervertidos.
Mi primer impulso fue correr a abrazarla por más estúpido que me sintiera al hacerlo. No quería hacerlo, eso me repetía en la mente, que no era correcto, que era un error, que me arrepentiría, que debía largarme, más mis pies no reaccionaban y cuando menos me había percatado de mis acciones ya la había envuelto entre mis brazos sintiendo su rigidez por el miedo que le daba al haberme acercado a ella tan golpeado y absurdo que no sabía que hacer o como reaccionar. Pasó tanto tiempo en el que aún no confiaba en mi pero en el cual se sintió tan extraña por mi abrazo que finalmente se destensó creyéndose víctima de algún juego cruel que estuviera planeando para hacerle lo que mi morbo me dejara al descubierto. Más eso no pasó por más que esperara que ocurriera.
-¿Qué es lo que quieres de mi?- sentí sus tibias lágrimas caer en mi camisa distintas al agua que de su piel y de su cabello me habían empapado. Era tan extraña esa sensación, y a la vez dolorosa. Como si cada lágrima que cayera de sus ojos encerrara un poco de su sufrimiento. Llegaba incluso a preguntarme como era posible que un humano sobreviviera llorando todos los días sin haberse muerto por dentro o desgastado tanto al grado de morir en verdad.
-Quiero que dejes de temerme. No te voy a hacer nada- respondí sin medir mis palabras y sin haberlo pensado, también usando un tono demasiado frívolo.
-Mientes- me contradijo tratando de deshacerse de mí empujándome con sus manos. Mi fuerza era mayor, no podía hacerme nada, ni siquiera moverme unos centímetros.
-No estoy mintiendo- la retraje hacia mi cuerpo con brusquedad. No supe ver ni prevenir mis palabras otra vez; tan solo salieron de mi boca… –Por tanto has pasado que ya no puedes confiar en nadie- la levante cargándola entre mis brazos ante una terrible y temerosa reacción de ella por la cual incluso trato de pelear conmigo. Cuando la metí en la tina con todo y toalla puesta Hinata no supo que pensar.
-¿Qué… que estas haciendo?- me habló por fin como igual y no de usted.
-Te estoy respetando ¿Te es tan difícil de creer?-
-¿Respeto?- se colocó una fría expresión de aprensión en su cara. -¿A esto le llamas respeto?- se quejó entre el agua molesta, por fin molesta. Distinta a la imagen rota que proyectaba eternamente.
-Tienes derecho a mostrar tu cuerpo únicamente a quien quieras hacerlo- me expliqué, y aunque ella no supo entenderme calló sin replicar.
Caminé por la habitación como león enjaulado más de una vez, en la tina la veía abrazarse a si misma, la había llevado hasta allá con fines de querer entrar con ella y por fin acabar con lo que me había llevado a pedirla esa noche para mí, hacerla mía aún con una máscara falsa y confusa que incluso yo sentía irreal tratando de entenderla, pero me detuve, no supe por que razón pero me supe contener. Regresé a su lado viendo sus exquisitas piernas dobladas hacia su pecho, después de tanto estremecimiento inútil, después de tanto que pensé en ella, para acabar en la conclusión de que yo también la deseaba.
Pero no la tomé, por más que quería hacerlo no me sentí capaz de herirla también.
Me odie por eso,
Ella solo me vio salir y regresar con otra toalla.
-Vístete- fue lo único que le dije. Salí de baño cerrando la puerta a mi paso y ella al salir me encontró parado junto a la ventana viendo la noche y pasando los autos abajo. El silencio volvió a reinar sintiéndola silente e inmóvil como un mueble más para que yo no reparara en su existencia en el cuarto.
Estaba molesto, no con ella, o quizás sí, solo con ella, pero también conmigo, mucho más conmigo mismo. Me había buscado todos esos problemas por un estúpido reflejo de lo que parecía ser humanidad para mí.
Miré la hora, era temprano, demasiado temprano, aunque no me importó cuando la tomé de las muñecas de nuevo llevándola a la cama y tirándola en el colchón. Me puse arriba de ella, acorralándola, rompiendo mi palabra de no tocarla, se retorcía debajo de mí, temblorosa, esperando mi primer ataque para defenderse pues no sabía como responder. Me acerqué demasiado a ella, no pude resistir el querer besarla, con tal acción comenzó a forcejear de verdad pidiéndome que la dejara en paz. La iba a besar, quería callarla, pero cuando giró su cabeza rechazándome solo me hundí en su cuello respirando el aroma de su cabello sin poder pensar en otra cosa.
-Si te levantas de la cama no respondo en hacerte algo- susurré a su oído dejándola tiesa por mis palabras. Me giré hacia el otro lado de la cama y levante las sábanas. No supe cuando ni como, pero me quedé dormido.
Tantos pensamientos burbujeaban en mi cabeza que mi mente parecía champaña recién abierta. Mis sueños fueron demasiado densos, por eso no los recordé al despertar. Los golpes en la puerta fueron los que me trajeron a la realidad al día siguiente.
Girándome encontré a Hinata recargada en las almohadas estremecida, viendo sus ojos supe que ella me había obedecido, y que por lo cansada que estaba también se había dejado vencer por el sueño poco después que yo. Nunca pensó en desobedecerme, le había advertido de mis intenciones, así que me obedeció al pie de la letra. Ahora le asustaban los golpes llamando a la habitación por que al amanecer debía volver al trabajo.
-Sasuke- De nuevo los golpes en la puerta me pegaron en la cabeza como si fuera mi cerebro el que estuviera en vez de la madera. Salté de la cama tomando mi katana de la silla y abriendo la puerta con brusquedad, Hinata se sumió en las sábanas cubriéndose el cuerpo a pesar de estar vestida.
-¡¿Qué rayos es lo que quieres?- salí como bestia sujetando mi espada del estuche con firmeza. Jiraya se hizo pequeño al verme.
-Aguarda, lo siento, lo siento- decía. –Solo vine para ver si necesitabas algo, si querías desayunar- se explicó mirando también adentro de la habitación, casi como confirmando que hubiera dormido con ella.
Suspiré con ira estoico, me recargué en la puerta y resoplé harto del anciano, había dormido demasiado.
-Tráenos algo a los dos- respondí por fin.
-Ah ¿Qué?- reacciono incrédulo Jiraya, me estaba preocupando por ella y lo sorprendía. Eso me molestó.
-¿Qué no comprendiste?- hice sonar mi espada. –Has lo que te digo y no me tientes a poner a alguien nuevo en tu lugar después de tu funeral- cerré la puerta con fuerza y brusquedad dejando boquiabierto y horrendo al anciano por mi aseveración. Pasos rápidos hacia las escaleras se escucharon después.
Volvía a suspirar recogiéndome el cabello, y al levantar la vista me di cuenta de que Hinata tenía la vista fija en mí. No soportaba esa situación, me veía como cobarde y también débil. No sabía si ella abriría la boca o callaría a pesar de que a respuesta era obvia siendo tan dócil en algunos aspectos, pues para mí no lo era.
Siendo tan dulce nunca hablaría de mí, pero su dulzura estaba salada de amargura y depresiva soledad.
-¿Dormiste bien?- pregunté como tonto mientras ella pareció captarme solo asintiendo con la cabeza. –Que bueno- respondí caminando hacia el baño desabotonándome la camisa.
Tan estúpido había sido, tan torpe me sentía. Era obsceno compararme con el hombre que había entrado a aquel sitio el día anterior, el asesino que era.
Me detuve de tajo en la puerta. Tenía algo último que decir antes de desaparecer por completo de su vida tal y como no debía haberme inmiscuido metiéndome donde no me llaman solo por haber visto aquel destello de luz viva dentro de sus ojos la primera vez que la divisé.
-¿Sabes por que no te hice mía anoche?- la sola mención del acto la hizo volver a temerme, pero guardo silencio esperando mi respuesta pacientemente. Volteé a mirarla con atisbo, sus ojos eran iguales a pesar de no haber lágrimas en ellos, estaba más que confirmado, pasara lo que pasara la pureza no le podría ser arrancada hasta que su alma se pudriera por dentro, no sabía cuanto tardaría para que sucediera, pero resultaba lo más probable después de mi gesto de caridad con ella. –Tantas veces que has sido tomada por otros contra tu voluntad, aprovechándose solo de ti con sexo…- me detuve viendo la miseria de su mirada, el rencor y también el vacio cambiándose por odio hacia mi –No sabes lo que es hacer el amor. Esa es tu condena- retome mis pasos para meterme a bañar, después de todo tenía que irme.
Fue entonces cuando se me detuvo el corazón y el raciocinio al escuchar su reclamo, o la excusa de lo que parecía serlo.
-¿Y tú si sabes?- un extenso frío se esparció por mi pecho atravesándome hasta salir por mi espalda. Nadie me había preguntado o hecho ver eso antes. Asumí de inmediato que no había diferencia entre lo que yo hacía y los clientes de aquel sitio, aunque no pagara por ellas realmente yo solo veía a las mujeres para llevármelas a la cama. –Hablas como si fueras un experto en ello…- se acongojó de nuevo, triste, aunque digna. –Dime entonces cual es la diferencia, los dos tenemos la condena de no conocer el amor; ya que mientras nadie puede amarme en verdad tu no pones atención a quienes están contigo y ofrecen todo de si por ti-
El haberme enfurecido le dio la razón, pues era verdad, y a pesar de su impresión y terror cuando fui hacia ella acorralándola en la cabecera de la cama inmovilizándola de las muñecas, me vi realmente acelerado al pegarmele tanto. Gritó levemente cerrando los ojos con fuerza cuando le arranque de tajo la chamarra que llevaba puesta pegada al cuerpo, abajo solo levaba una simple playera de manga hasta debajo de los codos, como una simple estudiante, como una chica normal, esa había sido la vida de la cual la habían alejado totalmente.
Eso fue lo que me detuvo de hacerle algo de nuevo.
-No te quieras pasar de lista conmigo- la pegue a mi cara con violencia, pase mi lengua por su mejilla hasta el lóbulo de su oreja, se sintió transgredida más de la cuenta con eso, así me dio la victoria. –Yo no soy quien es salvajemente masacrada todo el día por infinidad de hombres solo por una linda cara y una estúpida sumisión-
Fue todo, ella me arrojo con todas sus fuerzas y de verdad logró descolocarme de lugar. Volví a hacerla llorar.
-¡Deja de burlarte de mí!- me gritó.
-No me estoy burlando- respondí, de verdad no quería hacerlo y no lo haría, me había sentido atraído a ella por su fragilidad, por su rostro lloroso junto a la ventana, y solo por ella me había metido en tan estúpida e innecesaria situación.
-Eres el peor de todos…- trató de limpiarse la cara, esas malditas y saladas lágrimas que nunca dejan de brillar cayendo de su cara. –Tan cruel eres que insistes en dejar lo peor para el final- exclamó en un arrebato con las manos en su pecho. -¡Deja de torturarme y hazlo de una buena vez!- increpó perturbada, sollozando. –Solo hazlo y deja de fingir interés por mí que no existe…- aspiró lo suelto de su nariz limpiándose con las manos las lágrimas, incluso yo sentía lo vulnerable e infantil que se sentía por llorar. –Tan solo hazlo…- bajó la cabeza llegando a recargarse en mi pecho suplicante. Tan rota estaba que sería imposible hacerla olvidar todo por lo que había pasado ya.
Me lleve una mano a la boca, yo no era condescendiente con nadie, ¿Qué me había hecho cambiar de opinión con solo mirarla? ¡¿Qué rayos me había hecho esa niña?
La abrase levemente sintiendo su pesadumbre cernirla con ferocidad, no pude soportarlo mucho tiempo y la tome del mentón para obligarla a mirarme, tanta influencia tenían sobre mi esos ojos que no podía explicarlo y obedecer a mi razón. Solo uní nuestros labios sin que hubiera ninguna replica o sinsabor por parte de ella, y entonces lo sentí por primera vez al avanzar en nuestra unión, ahí estaba su pecho pegado al mío, y el hielo que ambos teníamos resguardando nuestros corazones comenzaba a derretirse el uno por el otro en ese único momento. Nunca sentí algo igual o parecido.
Con algo de duda accedió a que yo la tomara de la cintura pegándola más a mi cuerpo sin haber un solo espacio entre nosotros salvo la textura de la playera que aún llevaba puesta, pues mi camisa estaba totalmente abierta. Por eso ella también lo notó; nuestros latidos, acelerándose lentamente, estaban sincronizados como un solo corazón.
Tan profundo estaba abriéndome paso en su boca que podía sentir su inquietud en mover su lengua como la mía e incluso con miedo a invadirme. Mi mano enterrada en su cuello y enredándose con su cabello le dio la pauta para que se atreviera a hacerlo, así que con los ojos entrecerrados y sonrojada levemente la vi por fin cerrar por fin sus ojos mientras se atrevía a luchar con migo en medio de nuestro pasional beso, probándome a mí así como yo la degustaba a ella. No sabía si había besado antes o si la habían obligado a hacerlo tantas veces posteriores a mí, a lo nuestro, pero no me importó, simplemente dejé de pensar en ello cuando la pegue a la pared acariciando con una mano su cuello y con el otro estremeciéndola de una forma muy distinta a las que ella había reaccionado antes al pasearme por su piel de la forma en la que estaba haciéndolo, cruzando incluso por la tela de su sostén y palpando las vértebras de su columna arqueándose hacia atrás por mi contacto.
Dejándola respirar me había apartado de sus labios besando su cuello con ternura y lujuria después. Era tan distinto lo que estaba haciéndole que no sabía como reaccionar ante el propio calor que dentro de ella se estaba desatando. Incluso su piel parecía tener sabor propio, uno deleitable a mi gusto, paseé mi lengua por su cuello bajando lentamente hasta su clavícula y deteniéndome ahí para de nuevo verla y subir hasta ella para besarla. Tan incitante había sido que tomó valor para rodear con sus brazos mi cuello evitando que me alejara de su cercanía, permitiéndome a mí, solo a mí, hacerla sentir como lo estaba haciendo.
-Uchiha san- sonó la puerta con leves tres golpes, la voz de Tsunade tensó a Hinata apartándose de mí mientras yo maldecía por dentro con los dientes apretados su maldita interrupción. –Sasuke…- trató de armonizar su voz en un llamado maternal, llevaba el encargo de Jirara llevándonos el desayuno a ambos a la habitación, pero yo solo la mande al diablo.
-¡Largo de aquí!- grité, de haber llevado un revolver habría disparado sin prejuicios ni trabas a la puerta para que se largara o incluso matarla.
Algunos trastos pegándose los unos con los otros se oyeron antes de que la vieja se decidiera por fin a marcharse. Solo hasta entonces caímos los dos, Hinata y yo en cuenta de la realidad.
La ojiperla se había helado lo suficiente como para dejarse ensombrecer de nuevo bajo el velo de la desesperanza, y yo solo había podido sacarla de ese abatimiento unos instantes, no para siempre, pues esa era su vida y lo seguiría siendo cuando yo hubiera desaparecido.
Consiente de eso y tal vez derrotado me levante de la cama mirando hacia otro lado con ella encogida de hombros frente a mí.
-No voy a obligarte a nada- me aparté. –Te dije que no te lastimaría y cumpliré con mi palabra- me levante de la cama, mirándola solo un segundo para después caminar hacia el baño. Dormir con la camisa algo mojada no había sido nada cómodo, pero me había dado lo mismo.
Ahora ya podía pudrirme por dentro réprobo en mi miseria. Tan solo un paso en llegar hasta el baño, un paso que lo marcó todo y que si hubiera logrado dar hubieran sido muy distintas las cosas así como mi destino, y fue eso, precisamente un paso, lo que me falto para deshacerme de ideas tontas en la cabeza cuando fueron las manos de Hinata las que me detuvieron de continuar alejandome de ella, se pegaron a mi espalda jalando mi camisa impidiéndome caminar.
Trataba de hablar, lo intentaba, pero no sabía como explicarse, y yo solo me quede esperando a que lo dijera, como una necedad para mí.
Sabía que cuando yo me fuera las cosas seguirían siendo las mismas, temía a lo que sería cuando yo desapareciera, que cuando los dos nos fundiéramos en uno solo no soportaríamos abandonar lo demás, y cuando se quebraran nuestras alas y el frio regresara veríamos las cosas con claridad en medio de lo imposible, y aún con todo ese peligro ella se aventuró a lo desconocido queriendo descubrir en si misma que era lo que yo despertaba desde lo más profundo de su ser, y a la vez que ella explotaba en mí.
-No… no…- trataba de formular con impericia. –No me estas obligando…- me soltó insegura de si sus palabras darían resultado o no para que yo regresara a su lado. Me quede estático un segundo dándole la espalda, renegando lo que podría hacer y con quien lo iba a hacer, pero me fue inevitable.
Gire sobre mi mismo tomándola de las caderas y pegándola a mi pelvis con fulgor con mi creciente y notable excitación en mi entrepierna haciéndola temblar.
-No temas a nada- pronuncie bastante dulce en su oído con un aire tan cálido que Hinata no pudo contenerse en volver a poner sus brazos alrededor de mi cuello a pesar de que con nadie había hecho lo mismo. Metiendo mis manos bajo su blusa acabé quitándosela dejándola al descubierto ante mi salvo por el sostén de encaje blanco que aún llevaba puesto. Cuando le puse las manos sobre las solapas de mi camisa miró varias veces mi cuello detenidamente, y después, algo trémula y sonrojada la fue apartando de mi torso hasta que yo me la quité totalmente.
Paseé de nuevo mis manos por su perfecto abdomen, un vientre plano, suave y delicado, bastante sensible para ella con cada roce que le daba. Las mayas que llevaba debajo de la falda me eran un estorbo, así que empujándola lentamente a la cama mientras con una mano sostenía su curvilínea espalda, con la otra me dedicada a deshacerme de la molesta prenda y, completamente intencional, también de su ropa interior. El sentir mi mano tan cerca de su sexo la hizo arquearse y reaccionar llevando una de sus manos para detenerme y sacarme de ahí, pero solo logró que me viera incitado a tocarla.
-Ah…- cerró los ojos como reflejo, pidiéndome que parara con palabras, con lo cual me dieron más ganas de querer seguir ahí.
Dejarle la falda fue voluntad mía, sentados en el centro de la cama teniéndola entre mis piernas con su espalda sobre mi pecho mientras yo mordía sus oídos y seguía besando su cuello, fui deslizando mis manos hacia sus piernas completamente descubiertas para abrirlas mientras que introducía mi mano derecha a su sexo haciéndola dar respingos y sacudidas cuando mis dedos jugaban por entre ella saliendo y entrando, friccionando aquel botón tan vulnerable con el cual rogaba y gemía que parara, pero que a la vez sentía ameno al sentirla humedecerse lentamente por mi vigor mientras que la dureza de mi erección entre sus caderas era ya insoportable.
Volví a besarla atrayendo su cara a la mía, hundiendo mi lengua en su boca y arrebatándole todo el aliento que le había quedado de tanto que la había hecho plañir. Su respiración se había hecho dificultosa envuelta entre mis brazos y su piel se había perlado por la excitación que la había hecho sentir y que a penas estaba empezando.
Entre su pecho desabroche su brasier liberando sus senos, masajeándolos y apretando con ellos el brote que de ambos se erguía en su magnifica piel de leche.
-Ah… Ah…- volvió a suspirar con la respiración agitada, con los ojos llorosos no por tristeza sino por placer esta vez. Bebí sus lágrimas con tesón volviendo a besarla. –Sasuke…- clamaban sus deseables labios enrojecidos por la pasión junto a mi oído cuando yo besaba su cuello. Para mi escucharla era la evidente prueba de que por primera vez estaba disfrutando aquello, el que yo la tocara, que la hiciera sentir, que la estremeciera incluso arrancándole lágrimas con sentimientos y sensaciones tan distintas por las cuales habituaba llorar penosamente.
-Ya no puedo más…- Inquirí tomándola de las caderas, arrancándole la falda, quitándome el cinturón, abriendo con desesperación la hebilla y liberando mi necesitada ansiedad de la ropa que me cubría.
Una chica como ella debería estar agradecida por haber tenido que evitar durante el día entero que estuvimos juntos el no tener que trabajar atendiendo a nadie cayendo en sus sádicas y macabras garras, pero completamente contrariado a lo que me había hecho protegerla el día anterior de servirle a aquel tipo de pupilas rectificadas en línea, ahora era yo el que estaba aprovechándose de ella.
Tan solo acerqué la punta de mi miembro a la entrada de su cuerpo cuando sus blancas piernas se tensaron por mi presencia entre lo que sería seguir siendo solo nosotros o ser uno solo. Entrelacé mis manos entre las suyas a ambos lados de su cabeza con el cabello húmedo de su transpiración regado levemente en su piel y sonrojando su cara por el pudor innegable de su personalidad profeso en sus mejillas.
-Hinata…- me acerqué a su oído cuando todo a nuestro alrededor se disolvía en una imagen borrosa ajena a nosotros, polvo arrastrado por nuestras voces corrompidas por la lujuria.
No le pude decir lo que sentía, ni siquiera yo sabía lo que sentía, ¿Misericordia? ¿Compasión? ¿Indulgencia? Eso había sido el día anterior, ahora estaba demasiado confundido como para saberlo, había sido así al principio, pero ahora no lo sabía, así que solamente la bese.
No fue ni rápida ni lenta mi entrada en ella, pero misteriosamente eran tan angostas las paredes de su interior que me fue imposible no sentirme recorrido en éxtasis desde la primera estocada. Y aunque Hinata hubiera querido evitarlo gritó al sentirme adentro de ella pegándose a mí arriba de su cuerpo con temor y lo que parecía ser incluso dolor.
Siseé en su oído pidiéndole calma y volviendo a estimular sus pechos arqueando su espalda de forma en que sin quererlo salí de ella un poco al moverse. Esa sensación, tan sensible estaba mi piel o tan excitante era moverme en ella que no pude evitar salir para volver a penetrarla completamente de nuevo. Me mantuve cerca de su cuerpo de tal modo que con cada movimiento mío dentro de Hinata ella pudiera sentir más placer mi roce y estimulación en su sexo dentro y en sus cercanías, que todo eso la proyectara tanto como estaba haciendolo con migo.
Su vientre bajaba y subía al compas de nuestras caderas, tan intensas comenzaron a hacerse mis penetraciones moviéndome tan urgentemente en su interior, haciéndola gritar, arrugando las sábanas que apretaba entre sus manos con fuerza al ritmo de nuestro vigor, mientras verdaderamente hacíamos el amor fundiéndonos en uno solo sobre la cama.
Aumenté la velocidad con hambre voraz de querer seguir disfrutando lo que me estaba haciendo sentir aquella pelinegra de ojos cristalinos con su glorioso cuerpo, pero de tal manera que los dos nos estábamos derritiendo a la vez con fuerza y placer, gozando y disfrutando tanto estar juntos. Si era cuestión de describirlo a lo ortodoxo tener sexo con ella, con esa mujer, con una niña de dieciséis años de sueños rotos y esperanzas nulas de un futuro, el simple movimiento de su deleitable cadera con sus pechos rebotando por la fuerza de mi impulso me ponía rendido a sus pies.
Mi corazón explotaba en mi pecho, galopaba incesantemente, mi voz rugía, gemía también, jalaba aire con dificultad, besaba a Hinata de nuevo y mezclábamos nuestros alientos a la par respirando rápido. Nuestras lenguas peleaban, succionaba sus pechos, los besaba e incluso mordía, los inocentes brazos de Hinata solo me abrazaban, me acercaban a ella y a su cálido cuerpo en plenitud deshaciéndose debajo de mí. Escuchaba entre sus senos el latir vertiginoso de su corazón bombeando sangre a mil por hora en su pecho, con sus pulmones a los lados moviendo rítmicamente su pecho arriba y hacia abajo en un hipnotizante baile.
De nuevo un estallido en mí, estaba llegando al climax y quería hacerlo dentro de ella. Volví a acelerar la velocidad con mis rodillas temblando de tanto embriaguez, aletargado por todas las sensaciones hasta extrasensoriales que me proyectaba, solo hasta ese punto me di cuenta de que mis ojos también estaban húmedos y que de había estado derramando lágrimas de placer también todo ese tiempo, las cuales se intensificaron al igual que todo lo demás.
Con ambos brazos cargué a Hinata hacia mí para poder llegar más profundo moviéndola con arrebato y violencia, hasta desesperadamente pegando sus senos descubiertos a mi pecho y sintiéndola venirse conmigo.
-Ah- se mezclaron nuestros gemidos volviéndose una sola voz conjunta –Haaa… Ha…- la movía encima mío sentado con ella rodeándome con sus largas piernas dobladas en mi cadera bajando y subiendo su pelvis con violencia y una rapidez mortal casi imposible, nunca antes me había visto más excitado ni impulsado como aquella vez, poseyendo un cuerpo inocente y a pesar de todo virginal por la pureza de su alma. Tal vez era la diferencia de edad, la juventud de su cuerpo o su brillante mente, pero fue más que obvio para mí ver que también se sentía como yo, con la vista nublada, palpando una delicia en lo más sensible de nuestros cuerpos, con los sentidos atrofiados, detonando por dentro con esa conmoción recorriendo mi espina dorsal con tanta satisfacción. Se movía conmigo con tanta potencia, con tanto impulso, teniéndola rodeada con mis brazos subiendo y bajando, halando mi piel y abriendo la de ella que parecía el más grande los pecados al sentir tanto deleite carnal en el sexo.
Entonces en una estocada, una profunda y fogosa entre los dos, abrazados, gritando, gimiendo con toda nuestra voz y lo que nuestro aliento dificultoso daba, me corrí dentro de ella viniéndonos juntos en la más fuerte sensación con una potencia tan enérgica, tan apasionada y poderosa que me sentía morir.
Me deje caer sobre Hinata con todo mi peso encima, nuestras respiraciones estaban tan agitadas que mi sudor caía por mi cara y mi cuerpo notablemente al igual que el rocío de la joven debajo de mí por toda su blanca piel.
-Sa… Sasuke…- trataba de pronunciar aún con la voz cortada y sin aliento. Yo cerré mis ojos tratando de estabilizarme, pero no podía, era tan amplia mi sonrisa, tan dichoso era que no podía controlarme, y aunque con ansias seguía estando, besando a Hinata de nuevo, enterrando sus pechos en mi torso, batallando con nuestras lenguas nuevamente, no pude detener el incendiarme de nuevo después del primer goce, casi en automático con una nueva erección que Hinata sintió en su entrepierna al haberme yo salido de ella, pero no alejado demasiado.
La confusión y ese leve temblor en su cuerpo la desconcertaron, estaba igual de encendida como me encontraba, así de alterada. Era yo el que tenía que mostrarle el camino a seguir con esta posibilidad tan grande teniéndola entre mis manos para hacerle lo que quisiere de la forma en que deseara.
Me valí de mi fuerza para llevarla a la cabecera y girar su cuerpo para pasear mi lengua por su espalda teniéndola recargada en la pared aplastando las almohadas con nuestras rodillas antes de quitarlas de en medio para que no fueran un estorbo. Sintiéndome detrás de ella volvió a temblar, más con mi miembro entre sus perfectos glúteos redondos y firmes, de suave piel.
Volví a apoderarme de sus pechos jugando con ellos, presionando con más fuerza, estrujándolos y jugando con el botón que los coronaba y los cuales volvían a ponerse rígidos entre mis dedos. La besé en el cuello moviendo su cabello hacia delante y bajando una de mis manos a su sexo, acariciando su vientre y haciendo círculos en él. Cuando sintió mi mano intrusa en ella de nuevo, en donde los dos habíamos mezclado nuestros líquidos a la par, gritó.
-¡Sasuke!- tomo mi mano para que la dejara, de cierta forma se sentía extraña, así que tome su mano en mi lugar para obligarla a explorarse lo quisiera o no. Se sintió regida por mí, y comprendiendo lo mucho que la estaba avergonzando incendiándose su cara con un rojo eléctrico, la dejé en paz siendo yo el que la estimulara moviendo mis dedos en su intimidad con enjundia para partirla y hacerla retorcerse. –Sa… Sa… Sasuke…- decía cortada su voz.
Me sentí más excitado aún, y aún con el estremecimiento que le producía la pose en la que la había puesto, la abrí hacia mí adentrándome de tal forma en ella aventó su cabeza hacía atrás trémula con mi palpitante miembro introduciéndose lenta y torturadoramente en su interior. Su estatura era menor a la mía, era más joven que yo después de todo, así que moverme dentro de ella teniendo sus piernas abiertas entre las mías teniéndola acorralada, me permitió embestirla con empuje y energía suficientes sujetando nuestras manos entrelazadas arriba de su cabeza pegada a la pared. Su otra mano estaba vuelta puño y pegada a su jadeante boca gimiendo y gritando de placer con el vaho de su aliento visible por tanta efusión. Tenerla sufriendo con mis dedos enfrente, colándose delante de donde yo estaba penetrándola, induciéndola al orgasmo con tanta energía, la hacían moverse de tal forma oscilando y vibrando con movimientos bruscos que nos ponían más fogosos a ambos y de nuevo sentía caer sus lágrimas hasta mi mano allá abajo.
Tanto estábamos disfrutándolo que me perdí extasiado en su cuerpo con cada penetración, si ser humano era sentirse de esa forma era el hombre más dichoso en la faz de la tierra poseyendo semejante exquisitez delante de mío.
-Haa… Ha… Mmn Haaa… Haaaaa…- alcanzaba a oírla así como yo gemía a su par. Lo quisiera o no la estaba torturando, tantas veces violada, tanto tormento y aflicción por lo que habían hecho con ella antes, mortificándola por sentir placer al ser liquidada por su agresor al hacerla sentir involuntariamente placer así como dolor e ira por ser usada contra su voluntad. Y ahora, con tanta pasión y delicadeza, con tanta ternura que estaba yo haciéndole el amor, que no hubiera sido sorpresa alguna para mí que cayera muerta entre mis brazos por la extensa y pesada carga de emociones que estaba haciéndola sentir.
Pero ahí, tomándola, penetrándola, moviéndome en su interior con tanto ímpetu, con tanto -no lo negare-, amor, realmente estaban moviéndose demasiadas cosas tanto en mi cabeza como en mi corazón.
Hale sus caderas hacia abajo haciéndola caer de pecho sobre las almohadas que aún habían quedado donde antes estaban sus rodillas, jadeaba jalando aire con dificultad y aún gimiendo, tenerla a cuatro patas llegando más profundo en ella pero relajándole la espalda y acariciando su piel con tanta dulzura la hacían sentir totalmente distinta. Y es que era automático en mí, sus estrechas paredes eran perfectas, acopladas a mí, casi como si ella fuera la mujer de mi vida, pues era como sentir si ambos estuviéramos hechos el uno para el otro ante la maravilla que era apropiarme de esa salvaje forma de su cuerpo.
Mi celeridad creció y se vio en aumento con más atrabancadas embestidas atrayéndola a mí con mis manos en su cadera golpeando contra mi pelvis y sumergiéndonos a ambos en una constante embriaguez por estar enganchado yo a ella de esa descomunal forma.
De nuevo correrme dentro de ella fue una explosión de emoción más grande que cualquier otra maravilla existente en el mundo. Hinata era por mucho la más grande experiencia en mi vida con más fuerza e impacto en esos momentos que la vez en que perdí la virginidad o cometí mi primer crimen de odio.
Esa inocencia suya, ese apasionamiento tan increíble, su desenvolvimiento solo conmigo, eso era especial, era único. Solo para nosotros, solo para ambos.
Lo que ella despertaba en mí era indescriptible. La jale hacia debajo de la cama cuando volví a calentarme tocándola toda de nuevo y sin darle un solo segundo para respirar. La penetré de nuevo con más intensidad y con más pasión solo bajo su consentimiento.
Le había hecho de todo. La había puesto de costado sobre su hombro derecho, abriéndola en escuadra, recogiendo su pierna en mi hombro mientras la penetraba desde esa postura rítmicamente con mi pelvis hambrienta de ella y solo de ella, entrando y saliendo con fuerza. Sus puños presionando las suaves sábanas, sus lágrimas cayendo, sus gemidos resonando en mis oídos, su cabello húmedo esparcido como manto en la cama. La acosté boca arriba de nuevo recogiéndole ambas piernas dobladas hacia arriba entre mi cuello para penetrarla aún más adentro, haciéndola gritar hasta el desagarre, primero una pierna, después la otra. Sus brazos me atraían a ella abrazándome con apego y necesidad de afecto. Yo correspondía.
Era ella, solo ella, la que me había puesto así. Sus lágrimas de cristal, su suave voz rota en gemidos sonoros de placer, sus uñas hundiéndose en mi espalda cuando llegaba demasiado lejos, el sabor de sus besos, su tímida lengua explorando mi boca, su cálido aliento, su suave y tersa piel blanca como la nieve, sus ojos pulcros, llorosos y profundos, el rubor de sus mejillas, su pudor, su tierna inocencia…
¿Quién era ella?
¿Por qué me había cambiado tanto?
¿Por qué me hacía sentir así?
Cuando me di cuenta todo estaba nublado y nebuloso para mis cansados párpados, había caído la tarde y yo estaba recostado en la cama desecha por la acción que tuvimos tan repetitiva y violenta en el lecho que ahora estaba compartiendo con Hinata abrazada a mi cuerpo, pegada completamente a mí y aún yo pegado demasiado a sus caderas. Me separé de ella, se veía tan apacible durmiendo así como cansada que no quise despertarla. Me giré y volví a dejarme vencer por el sueño. Solo que al ver mi katana en la silla de a unos cuantos metros, la realidad me golpeó brutalmente en la boca del estómago siendo completamente realista con respecto a lo que acababa de hacer.
Éramos de mundos distintos, yo era el primogénito de un líder de la mafia tan poderoso y agónicamente rico que dolía para gente común tanta riqueza siendo posible. Y Hinata, era una prostituta parte del círculo vicioso que era la trata de personas y que precisamente los negocios de mi familia, de mi clan, habían hecho de su vida.
Cuando me desperté la culpa realmente arreció sobre mí, me agrié toda la dicha y satisfacción que había alcanzado haciéndolo con Hinata cuando me paré de la cama. Ni siquiera pude bañarme, no quería despertarla, recogí mi ropa del piso junto con mi katana. Acabé resignándome a dejarlo todo en el vacio de mi memoria como una noche de pasión y diversión única e irrepetible si no volvía a verla, me daba mucha pena pero en serio era así lo que pensaba.
¿Qué he hecho? Eso me repetía en la mente una y otra vez, ¿Qué he hecho? Abusé de una menor de edad como cualquier otro cliente.
No, peor aún. Hicimos el amor, y realmente los disfrutamos ambos.
No podía enamorarme, no podía estarme pasando a mí, Sasuke Uchiha, sería una abominación. Cualquiera menos ella, eso debía ser así. Yo era un asesino, no podía dejar de lado mi fría y calculadora mente por el capricho de querer cogerme una niña. Era totalmente absurdo.
Así que salí de la habitación jurándome no volver a verla y no regresar a ese sitio en mi vida. Diciéndome una y otra vez que la olvidaría y que todo pasaría pronto, que yo recuperaría la calma por mis propios medios.
Pero eso no pasaría, me había visto encadenado por mi instinto socorrido solamente por los brazos de una mujer cuyo corazón yacía latiendo desesperadamente entre mis manos llenas de sangre, de su sangre.
Entre más tratara de borrarla de mi mente más se grabaría en ella con cada palabra, con cada mirada y con cada lágrima que derramara.
Amarla me iba a costar caro. Incluso a costa de mi propia cordura.
Continuará...
Esta es una historia con mucho sexo, mucha violencia y mucho gore, si no es de su gusto lo respeto.
Leerla bajo su propio riesgo...
