Saint Seiya le pertenece a Masami Kurumada, a la Toei Animation y a la Bandai Entertainment, lo único que tendría mi protección son los personajes de mi invención. Hago esto porque me vino en gana y no gano nada con ello (sólo sentirme menos inútil)
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Capitulo 1: El Santuario
Ya era de día y la brisa marina se daba el lujo de jugar con las largas cabelleras que para ello se prestaban. Milo estaba de espaldas en la proa del barco en el cual viajaba. Camus continuaba mirando hacía el dominio de Poseidón, el cual imitaba casi a la perfección el color y la profundidad de sus ojos. El Escorpión sonreía cálidamente.
-Lykes, ven y absorbe un poco de sol. Por Athena te aseguro que no Apolo no te lastimara-
Una jovencita se acercó a ellos, sus ojos no abiertos del todo. No era por soñolencia, simplemente no tenía la costumbre de abrir sus párpados por completo. Esa simple característica daba a entender que esta persona no sonreía con demasiada facilidad. –Como diga, maestro-
Rozaba los quince años, poseía buena altura y gracias al entrenamiento que recibía también mantenía buena figura. Sus ojos eran de un verde limón particularmente cristalino y su cabello de un índigo brillante. Así lucía la heredera del Templo del Escorpión.
-Se que Camus te agrada pero no querrás ser tan pálida como él- le dijo con una sonrisa juguetona y acercándola a sí mismo. La joven rió calladamente. El francés miró de reojo al griego con cierto desencanto pero a su tercera acompañante le dedicó el más escondido de sus gestos: una imperceptible sonrisa.
-Dime Lykes, ¿estás emocionada por finalmente ir al Santuario?- le preguntó. La joven asintió, sonriendo. Era curioso, hasta ahora sólo Milo la hacía sonreír así. –Así es, maestro Camus. Me siento honrada al poder tener ese privilegio-
-Hey, hey. El único al que puedes llamar maestro es a mí, Camus tiene rusos que cumplen con esa rutina para él- reclamó el espartano, observando más allá de la popa del barco la tierra que lo vio nacer: Milos. El maestro del hielo lo notó y volvió a preguntarle algo a la jovencita. -¿Extrañarás esta isla, Lykes?-
-Un poco nada más. De todos modos, si regreso no habrá nada para mí ahí- respondió sinceramente mientras se sentaba en el suelo.
-Sus seis años de entrenamiento en Milos han terminado. Ya es tiempo de que se presente en la sagrada tierra de nuestra Diosa- recordó Milo, volteando ahora hacia la masa continental donde se ubicaba la capital de Atenas. Nada en especial le recordó al Escorpión algo muy importante que había olvidado mencionar.
-Lykes, de una vez de advierto que puede que en ese recinto divino tengas que usar una máscara y ocultar tu rostro-
Lykes parpadeó comprensiva y respondió en el mismo tono. –Sí, maestro-
Ambos Santos se miraron entre sí, levemente sorprendidos. Habían esperado un "¿por qué?" por parte de la joven aprendiz pero parecía que no lo habría. Camus fue quien se sacó la duda primero. -¿No vas a preguntar por qué debes hacerlo?-
-Yo no hago preguntas, maestro Camus. Si mi maestro me lo dice, acataré la orden- respondió mecánicamente, rascándose el punto donde su frente moría y su brillante cabellera brotaba. Ahí tenía marcado un escorpión relativamente pequeño que también tenía esa M tan singular que representaba el signo al que pertenecía.
-No te lo rasques- ordenó el portador de la octava armadura dorada. Lykes obedeció inmediatamente. Camus puso su mano sobre la cabeza de la aprendiz. –Sientes comezón porque sabes que tu destino está tomando forma- le indicó, aunque ella no lo preguntara.
-¿Es por eso? Vaya alguien pudo habérmelo dicho cuando a mi me ardía- se quejó Milo, colocando instintivamente su mano en su cuello. Él tenía la misma marca, pero estaba escondida tras su rebelde melena azulada y no era visible. La de Lykes tampoco era muy notable gracias al mechón que, poco a poco, lograba ocultar su ojo derecho.
Milo se apoyó en la baranda y volteó hacia Camus. –Gracias por acompañarnos viejo amigo-
El francés asintió con la cabeza cortésmente. –Después de todo, soy uno de los pocos que posee una relación amistosa con– Bajo su volumen de voz para que sólo el espartano le escuchara –el asesino Milo de Escorpión-
El aludido miró de reojo a su discípula para comprobar que no había escuchado la última frase. Luego entabló una conexión psíquica con su igual. "Te pido cuidado al mencionar eso".
-"Tarde o temprano tendrá que enterarse de cuál es el prototipo del octavo signo del zodiaco"-
-"Ya lo conoce..."-
- "¿Lo ha puesto en práctica?"-
- "Pues..."-
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Enorme. Era la única manera de describir el sagrado Santuario de Athena, ubicado en los lugares más remotos de Atenas. Tan sólo el umbral de la antigua entrada superaba los cinco metros de altura. Ahí se detuvieron momentáneamente mientras Milo le cubría a Lykes el rostro, enrollando una tela negra alrededor de su cabeza. Le dejó una rendija lo suficientemente abierta para que pudiera ver sin problemas. -Es sólo hasta que lleguemos ante el Patriarca, ¿está bien?-
La joven asintió y espero a que los dos hombres comenzaran a caminar de nuevo. Quería ir ligeramente detrás de ellos para observar mejor las destellantes armaduras que usaban. Estas sólo eran portadas por los guerreros atenienses de mayor rango: los Santos de Oro.
Y hablando de ellos, acababan de llegar a las 12 Casas del Zodiaco donde esta elite residía y resguardaba el camino hacia los aposentos del Patriarca.
-Lykes, si dentro de alguno de estos templos se encuentra su guardián, deberemos presentar respetos, ¿entendido?-
-Así será maestro- respondió, siguiéndoles de cerca. Subieron los peldaños hasta estar frente a frente con un enorme templo que tenía un carnero grabado en la parte superior: Aries. En la entrada estaba un hombre alto de cabello lavanda, acompañado de un niño pelirrojo. Ambos tenían dos curiosos puntos que cumplían la función de cejas. El de cabello lavanda saludó a ambos caballeros al verlos.
-Presentamos nuestros respetos ante el guardián Mu de Aries, primer miembro de la elite dorada- recitó Camus con mucho formalismo y sin inmutarse. Los tres viajeros inclinaron la cabeza. Mu les sonrió amigablemente. –Y yo presento los míos ante Milo de Escorpión y Camus de Acuario, compañeros de armas y también miembros atenienses de Oro-
Claro está que se había percatado de la jovencita que los acompañaba pero prefirió que alguno de ellos le llenara los espacios.
-Mu, me gustaría que conozcas a mi discípula Lykes- introdujo Milo a la joven al hacerla dar un paso hacia delante. Lykes, como era de esperase, hizo una profunda reverencia ante el guerrero y no se levantó hasta que escuchó que le dirigían la palabra. –Es un placer conocer a dicha combatiente que ha demostrado ser digna de pisar el Santuario de Athena-
Después de un intercambio de palabras y la presentación de Kiki de Apéndice, aprendiz de Aries, continuaron hasta el segundo templo del zodiaco. No encontraron a nadie ni en ese ni en los siguientes dos templos. Sin embargo, la Casa de Cáncer poseía un aura bastante perversa dentro y fuera que inquietaba a los tres viajeros. Se vieron aliviados cuando entraron a la quinta casa de Leo. Ahí ya los esperaba su protector.
-Presentamos nuestros respetos ante el guardián Aioria de Leo, quinto miembro de la elite dorada- recitó esta vez Milo, sonriendo al ver a un gran amigo como lo era el León Dorado. –Me honra que guerreros como el mortífero Escorpión y la diosa de la Vasija de Agua penetren en este humilde templo… y que además una acompañante tenga el mismo privilegio- respondió al ver que Milo era seguido de cerca. Lykes se inclinó en señal de respeto, pero no dijo nada y probablemente no lo haría con ninguno de los Santos que encontrasen. No tenía nada que decir. Milo sabía esto muy bien, por ello no se molestaba en hacerla responder. Se excusaron y siguieron avanzando. El León Estelar les mencionó que no encontrarían a Shaka de Virgo y probablemente tampoco a Afrodita de Piscis. Continuaron entonces por los templos hasta llegar al octavo, el de los Escorpiones.
Milo sonrió ampliamente al cruzar el umbral de su propio templo. Todo el lugar parecía estar impregnado de su esencia y parecía que comenzaba a reaccionar ante la presencia de su dueño. Camus se aclaró la garganta e inclinó levemente la cabeza. -Presento mis respetos ante el guardián Milo de Escorpión, octavo miembro de la elite dorada-
-No tenías que hacer pero bueno, los acepto- se carcajeó el aludido espartano, invitando a los otros dos a pasar adelante. Lykes estaba maravillada. ¿Ahí pasaría sus días como defensora de la Diosa Athena? Eso le parecía algo difícil de tragar.
-Después te mostraré tu nuevo hogar, Lykes. Ahora tenemos asuntos más importantes- ordenó, atravesando su templo. Camus y Lykes avanzaron tras él sin mencionar palabra. Está de más decir que ninguno de los dos era muy comunicativo. La Casa de Sagitario estaba obviamente vacía por lo que no dudaron en atravesarla. La joven, sin embargo, sí vio la necesidad de preguntar porque no se sentía la esencia de su protector.
-Murió hace más de trece años- dijo el francés, levantando la mirada para apreciar la Casa de Capricornio en la lejanía. Estaba comenzando a oscurecer. Milo bufó, perceptible desagrado en su voz. –Se dice que ese traidor, Aioros de Sagitario, intentó asesinar a la bebé Athena. La pobre infante ni defenderse podía e intentaron matarla-
-Pero sólo se dice, nadie sabe realmente qué ocurrió esa noche…- recalcó Camus para evitar que Lykes se apegara a la versión de su maestro. Por muy agradable que le pareciese, ella tendía a aceptar todo lo que Milo le dijera. Una ráfaga dorada le hizo desviar sus pensamientos y saltar hacia un lado para evitarla. Milo había hecho lo mismo pero Lykes cometió el error de hacerlo hacia atrás y por lo tanto moverse de espaldas. No fue hasta que chocó con un peñasco que decidió moverse lateralmente y evitar ser cortada en dos.
Pasos resonaron hasta que una figura, fornida y alta, emergió ante los tres. Lykes se acercó y clavó su rodilla derecha en el suelo, mostrando sumisión.
-Presento mis respetos ante el guardián Shura de Capricornio, décimo miembro de la elite dorada- recitaron ambos hombres. El espartano se tomó la molestia de socar la tela negra que cubría el rostro de su aprendiz, dado que el ataque de la Cabra Montañesa la había aflojado peligrosamente.
-Dudo de la necesidad de esa ofensiva, Shura- reprendió el siempre formal protector de Acuario. Shura le dedicó una sonrisa retorcida, quitándose el casco. –En tiempos en que Athena ha vuelto a esta tierra, no se sabe cuándo el enemigo aparecerá- se defendió, observando de reojo a la jovencita. -¿Una amazona sin máscara? ¿Acaso no sabe que una ofensa así en mi presencia podría garantizarle su ejecución?-
Milo le miró con esa típica expresión de predador al acecho. Le indicó a Lykes que podía erguirse y seguirlo. Caminó, pasándole de largo a Shura y sin siquiera voltear hacia él. Dado que Camus no era quien precisaba llegar con el Patriarca, se quedó atrás para poner a su igual al tanto. -Es la discípula de Milo, Shura. Te aconsejo no hacerle ese tipo de comentarios-
-Bah, calmaos Acuario. Sabéis bien que me gusta fastidiarlo. Además… la chavala no poseía un mal cuerpo...- le comentó el español con su marcado acento. Se colocó de nuevo el casco e invitó al francés a entrar a su templo. Camus no pudo evitar girar los ojos en sus órbitas. -¿No es suficiente con las demás amazonas, mon amie?-
-La carne fresca no se debe desperdiciar…- le dijo, sirviendo un poco de champagne.
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"Estúpida cabra españoleta, pronto te cerraré ese hocico de un sólo aguijonazo" maldecía Milo, inflamando su cosmos ligeramente. Shura sabía muy bien que hilos jalar para fastidiar al Escorpión Celeste. Pero ya no era el momento de pensar en ello, estaban justo afuera del Templo del Patriarca. Se aseguró de que Lykes lo seguía y entró en el lugar, atestado de guardias de bajo rango. Uno de ellos se inclinó en su presencia.
-Milo de Escorpión, el Patriarca lo está esperando- anunció, su mirada fija en el suelo. El peliazul avanzó entonces, seguido de cerca por su protegida. Caminó lentamente para que ella no alcanzara y le advirtió un par de cosas.
-Cuando su Santidad te dirija la palabra, escucha atentamente y no hables si no se te pide… Aunque de por sí nunca lo haces…- reflexionó, luego retomó su frase. –Mantente hincada hasta que se te exija lo contrario y tampoco le mires a menos que él te lo indique. Muy importante, NO lo interrumpas-
Lykes asentía obedientemente, observando las enormes puertas decoradas a la cuales se dirigían. Estas se abrieron apenas estuvieron frente a ellas para revelar una estancia exquisitamente decorada con alfombras y objetos invaluables. Al final estaba un trono de oro sólido sobre una especie de nivel. En él estaba sentado el hombre que comandaba a los 88 Santos en nombre de Athena: el Patriarca. Su casco escarlata tenía un dragón justo encima, expandiendo sus alas. Unas hombreras de igual color con amenazantes agujas emergiendo de él. Sobre su rostro, una máscara azul con ojos carmesí. Los escorpiones clavaron sus rodillas derechas en el suelo en señal de profundo y protocolar respeto.
-Milo, Escorpión Celeste. Por fin has regresado al Santuario de Athena- dijo una voz ronca tras la máscara. El aludido bajó la cabeza al contestar. –Así es, Gran Maestro. Mi protegida y yo hemos venido para pedir que este refugio sagrado nos acoja-
El Patriarca se levantó de su lugar y caminó hacía ellos. Se detuvo frente a Milo y le indicó que se pusiera de pie. –El Santuario no le niega ese derecho a sus valientes guerreros. El Escorpión Celeste tiene libertad para retomar su lugar en la Octava Casa del Zodiaco ahora-
Milo, como el protocolo lo indicaba, besó uno de los tantos anillos que el poderoso hombre usaba en sus manos y se dio media vuelta. Esperaba, con toda su fe, que Lykes no lo siguiera y para su suerte, no fue así. Las puertas se cerraron pesadamente tras él. El espartano decidió mejor no quedarse a esperar, dado que el Gran Maestro detectaría su presencia y lo castigaría por no obedecer sus órdenes. Le deseó suerte a su protegida antes de devolverse hacia su templo.
Adentro, Lykes continuaba arrodillada y mirando atentamente el suelo. Obedecía al pie de la letra todas y cada una de las indicaciones que su maestro le dio. Esperó pacientemente hasta que se le habló. –Jovencita, quítate esa tela de tan mal gusto- exigió el hombre. Ella obedeció inmediatamente, estrujándola fuertemente en su puño y sin levantar la mirada. El Patriarca estaba muy complacido con esa manera tan estricta de seguir el protocolo. –Ponte de pie- ordenó. Una vez erguida, le tomó la barbilla con su mano. –Ah. No veía un rostro tan fino y delicado desde que…- pausó momentáneamente. –Conocí a la Diosa Athena-
Le soltó y la rodeó, quedando justo tras ella. –Como cualquiera que desee la armadura del Escorpión, eres originaria de Milos ¿o me equivoco?-
-No, mi Señor. Vuestra merced ha acertado maravillosamente- le respondió. Tras la máscara se dibujó una leve sonrisa; esa manera tan formal de expresarse era música para sus oídos. Le demostraba que ella también sabía del gran poder que poseía.
-Sigues el protocolo de manera impecable, jovencita. Sin embargo, hay un asunto que resolver contigo. Las amazonas de este recinto usan una máscara para ocultar su feminidad-
Lykes sintió la necesidad de decirle que estaba al tanto de esa norma, pero recordó que no debía interrumpirlo. –Sólo recuerdo a una mujer que haya portado una armadura dorada desde las pasadas Guerras Sagradas: la geminiana de la Orden pasada. Una máscara ocultaba su hermoso rostro, aún siendo de la elite… Pero no veo por qué tú deberías esconder el tuyo, Lykes-
La joven parpadeó un par de veces, viendo al frente por supuesto. El Patriarca finalizó su reflexión y ahora se colocaba frente a ella. -¿Estás de acuerdo?-
-Por supuesto, Gran Maestro. Es un honor que me concedáis esa libertad-
-Sí alguien se atreve a cuestionar mi decisión, tienes permiso para callar al sacrílego-
-Como diga, mi Señor-
-Puedes retirarte, heredera del Escorpión-
A Lykes no le gustaba hacer preguntas, pero simplemente no encontraba otra manera de sacarse la duda. –Disculpad si me aprovecho de estar en vuestra presencia, Patriarca, pero me…-
-Te preguntas cómo conozco tu nombre- interrumpió el hombre de cabello gris. Se sentó en su trono de oro y extendió su mano. –Es una habilidad que se desarrolla al poseer tanto poder como el mío- explicó, elevando su cosmos y haciendo que una pequeña esfera de energía se formara en la palma de su mano. Lykes miró hacia su derecha, avergonzada. Si lo hubiera analizado un poco más, de seguro habría llegado a esa obvia conclusión. Le ordenaron retirarse y ella obedeció, perdiéndose en el ya oscuro pasillo del templo mayor.
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-¿Así que uno de vuestros aprendices se ahogó?- repitió Shura, bebiendo de su copa muy indignado. -¿Estáis seguro que no fue presa de algún enemigo?-
-Lo estoy, yo mismo registré el área. Además, mi otro protegido me lo confirmó- respondió Camus, dejando su propia copa sobre la mesa frente a la cual estaba sentado. Capricornio hizo un ligero movimiento manual para demostrar su incomprensión. Claro, olvidó que hasta el más sutil de sus movimientos podía generar un corte. Una fina e imperceptible ráfaga cortó la punta de uno de los mechones del francés.
-La muerte es un enemigo silencioso que... Oh, lo siento Camus- se disculpó, interrumpiendo la frase al ver que Acuario congelaba el cabello cortado y luego lo hacía polvo, para evitarse molestias. –No te preocupes-
Ambos sintieron que alguien aproximárseles, por lo que voltearon hacia la salida del lugar. No era un Santo, puesto que su silueta era más delgada y delicada. Camus notó la reconfortada sonrisa que Shura mostró al ver quién era.
-Observaos nada más quien regresa- dijo en voz alta y caminando hacia ella. - Presento mis respetos ante el guardián Shura de Capricornio, décimo miembro de la elite dorada- recitó la joven Lykes, bajando su cabeza. El español le levantó ligeramente el rostro, colocando su otro brazo justo en su cuello. –He visto tu rostro, jovencita. Ahora resta saber si os resignaréis a amarme o intentaréis matarme-
-Tengo la bendición de su Señoría para no cubrir mi rostro, Maestro Shura- informó sin cambiar esa ausente expresión que siempre tenía. El Santo arqueó una ceja. –Eso no lo esperaba-
-Suéltala ya- ordenó Camus, enfriando el ambiente. A veces Shura conseguía fastidiarlo a él también.
-Calmaos, Acuario. No es para tanto- le dijo, alejándose de ella. –Puedes pasar, Lykes… heredera de Escorpión-
La otra asintió y se fue, sin maldecir o inflamar su cosmos por enfado. El Capricornio retomó su lugar en la silla, sorprendido. -¿Estáis seguro que está viva?-
Camus también arqueó una ceja. –Excuse moi?-
Shura se encogió de hombros. –Si le hubiera dicho eso a cualquier otra amazona, de seguro me hubiera sacado los dientes de un golpe-
-Eso es cierto, se fue muy tranquila. Supongo que sabe controlar muy bien sus emociones-
-O no tiene del todo- sugirió Shura, bebiendo de su copa.
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Milo la vio llegar y suspiró aliviado, le había preocupado que tardara tanto. –¡Ah Lykes! Me alegra que ya hayas regresado-
-Mis disculpas, maestro, si le causé inconveniencias- dijo, rascándose el brazo. El Escorpión Celeste soltó una carcajada al oírla. -¡Bah! De todo lo que puedes provocar, "inconvenientes" es algo que no calza-
La invitó a seguirle y se detuvieron justo en medio del templo, alumbrado por antorchas. –Escoge ¿derecha o izquierda?-
-Izquierda, considerando que soy zurda- respondió sencillamente. Milo asintió de acuerdo. –Bien, entonces el lado derecho del templo será mío y el izquierdo será tuyo. Ahora ven por acá que ya la cena está lista-
Lykes le siguió, sorprendida de lo fácil que habían decidido ese asunto. Su maestro la guió hasta lo que cumplía la función de comedor y ahí ambos degustaron una deliciosa comida.
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Calor, calor y probablemente más calor. Era casi lo único que se percibía en el Coliseo además de los quejidos ahogados de los pocos que ahí combatían. Milo sonrió al ver como Aioria se empeñaba en que su oponente, una mujer, no le acertara ningún golpe. Cuando el León Estelar detuvo uno de los puños de su atacante, dieron por terminada esa parte del entrenamiento. –Vaya Marin, tu velocidad se está volviendo peligrosa-
Una risa amigable se apagó levemente debido a la máscara de plata que la pelirroja usaba. –O te estás aflojando, Aioria-kun-
-¿Yo? ¿Aflojarme?-
-Te lo creería- interrumpió la alegre voz de Milo en la conversación. Ambos voltearon hacia él para darle los buenos días. –Porque todos saben que al final es sólo un gatito mimado y perezoso-
-Y tú una pestilente alimaña, ¿cierto?- respondió Aioria, dándole un golpe amistoso en el hombro. La pelirroja japonesa notó que algunos metros alejados de ellos, estaba una jovencita haciendo levitar un par de piedras que se encontró. Como no la había visto en el recinto de las amazonas, se apresuró a preguntar. –Milo, ¿quién es ella?-
El espartano no le respondió inmediatamente, ya que primero llamó a la distraída joven. El escuchar su nombre logró que dejara en paz las piedras y obedeciera el llamado.
-Lykes, es un honor para mí presentarte a la siempre bella y encantadora Marin de Áquila, Santo femenino de Plata- explicó él, guiñándole un ojo a la aludida. Aioria entrecerró sus ojos; no le gustaba cuando Milo se pasaba de listo.
-Buenos días, señorita Marin- saludó ella con el más formal de sus tonos. Marin le sonrió amigablemente. –Sólo llámame Marin, joven Lykes-
-Ella es mi más prestigiosa discípula- aseguró Milo, pasando su brazo por sobre los hombros de la pelimorada.
-La única, que yo recuerde- opinó el León.
-Que nombre más curioso- comentó Marin con un dedo en su barbilla de plata reluciente. La otra tuvo que aceptar que le estaban hablando a ella. –Yo siempre lo he visto normal-
-Jeje por supuesto, ya que es tu nombre. Lo que pasa es nunca había escuchado de alguien cuyo nombre significara "lobo"- se explicó para cambiar de tema. -¿Cómo es que tienes la suerte de no usar una máscara? Podrían ejecutarte por ello-
-Estoy al tanto de ello, el maestro Shura ya me lo hizo saber…-respondió Lykes, rascándose la frente. –Pero el Gran Maestro ignoró esa norma y me dio su permiso de no usar una-
-Mucha suerte tienes entonces. ¿Te propongo una batalla te práctica?- ofreció la pelirroja. La pelimorada asintió de acuerdo y cada una adoptó una posición de ataque a cada lado del campo del Coliseo. Milo y Aioria se retiraron hacia las graderías para observar desde el mejor ángulo posible
-¿Con cosmos o sin?- preguntó Marin desde el extremo norte. Lykes se encogió de hombros y escogió usarlo. La otra asintió y elevó el suyo a un nivel medio, por el momento desconocía la fuerza de su oponente. Corrió hacia Lykes y comenzó su ofensiva con miles de golpes por segundo, cada uno más fuerte que el anterior. La pelimorada se vio obligada a encender su cosmos también. Tomó una de las muñecas de Marin y la lanzó hacia atrás, recuperando terreno. Aioria rió en voz baja. –Le he dicho una y otra vez que no permita que la agarren los brazos en medio de una ofensiva-
-Bonita pareja conseguiste, igual de testaruda que tú- le dijo Milo, esquivando un golpe hacia su quijada. –Ya gatito, no afiles tus garras conmigo-
Abajo en la arena, Lykes ahora atacaba con una patada como distracción para después clavarle una sola aguja a su oponente en el muslo derecho. Con eso logró un momento para respirar.
-Ah, como amo ver cuando mis técnicas han sido ejecutadas con tal precisión- dijo Milo, orgulloso. El León Estelar observó que la minúscula herida comenzaba a sangrar y se preocupó, como cualquier buen caballero.
-Buena táctica- apreció Marin, incendiando su cosmos para detener la hemorragia. –Pero necesitarás más que eso para dejarme fuera- un aura brillante la rodeó y dio un salto para poder atacar –RYU SEI KEN-
Miles de incandescentes meteoros bombardearon la zona. Lykes cruzó los brazos frente a su rostro para defenderse. Inflamó su cosmos hasta donde su maestro diariamente le insistía que lo hiciera; al 7mo Sentido. Con ello logró ver la velocidad de los golpes y así evitar la mayoría para poder acercarse. En su dedo índice derecho brillaba una esfera carmesí. –Aguja Escarlata- invocó la griega en un tono de voz normal, lanzando dos de las susodichas hacia un brazo y acertando. Recibió varios puñetazos en el rostro a cambio.
-¡Sí! ¡Le dio!- celebró Aioria, mirando de reojo a Milo para ver la teórica reacción de disgusto que debía mostrar. El espartano, sin embargo, sólo se cruzó de brazos. -¿Qué?-
-Le están dando una paliza a tu preciosa protegida, tarado- recalcó el primero con algo de enfado. Milo se encogió de hombros. –Violencia, violencia, violencia. El ataque del Escorpión Celeste es todo un arte, Aioria. ¿Crees que Lykes dispara tan pocos a la vez sólo porque sí?-
-Pues yo no la veo realmente empeñada en vencer a Marin, considerando que acaba de ser pateada en el estómago-
El espartano lo sabía, pero confiaba en que su discípula no estuviera recibiendo la tunda que aparentaba. Sólo porque Aioria le metía malas teorías en la mente, tomó partido en el encuentro. –Lykes, ejecuta una combinación- ordenó desde su puesto.
La joven volteó escasamente hacia él y asintió con la cabeza. Una orden de Milo debía ser acatada a como de lugar. Mantuvo su cosmos en su máxima expresión, sus ojos cambiando del hermoso verde a un asesino amarillo abeja. Dio varios saltos mientras esquivaba el Ryu Sei Ken de la japonesa hasta conseguir cansarla. Una vez así tomó el control de su cuerpo. –La Restricción-
Marin estaba flotando a escasos 10cm del suelo y le costaba incluso respirar. Lykes la lanzó en el aire y ahí ejecutó tres relampagueantes veces la Aguja Escarlata, acertando con precisión quirúrgica en el blanco. Aioria entonces saltó desde las graderías y atrapó el debilitado cuerpo de su amada. El Escorpión bajó más tranquilamente y puso su mano en el hombro de Lykes una vez a su lado.
-Bájalo ya- pidió, percibiendo como el cosmos de la joven se desvanecía casi de inmediato y sus ojos retomaban el atractivo esmeralda de siempre.
-Marin, ¿estás bien?- preguntó el León Estelar, elevando su cosmos y trasmitiéndolo hacia ella para ayudarla a cerrar las heridas. La pelirroja asintió con una débil sonrisa bajo la máscara. –Daijobu, Aioria-kun-
Milo tomó la mano de Marin y la besó, luego invocó su propia Aguja Escarlata y con el filo que su uña adquirió le abrió una pequeña cortada en la palma de la mano.
-Así el veneno saldrá más rápido- se apresuró a explicar al ver que el otro Santo le clavaba la mirada. –¿Cómo diablos puede ser eso si se desangrará más fácilmente?-
-Porque abrió la abrió con el mismo ataque. El veneno se neutralizará, maestro Aioria- explicó Lykes con esa perdida expresión en su rostro. Luego retomó su actividad de hacer levitar piedras. El León levantó una ceja al verla, una indirecta para que Milo explicara.
-Se distrae fácilmente si no tiene nada que hacer- dijo con una sonrisa. –Pero lo importante ahora es llevar a esta hermosa dama a que descanse-
-Entonces nos excusarás-
-Milo-san- murmuró Marin. –Dile que esperaré una revancha-
-Por supuesto, pero antes recupera fuerzas- aconsejó.
Aioria se alejó con Marin en brazos, pasando justo al lado de alguien más –Agotada, ¿eh Marin? Si no la cuidas podría aprovechar la situación, Aioria-
-Cierra esa boca, Argol- ordenó el León con creciente enojo. Ya era suficiente con Milo como para aguantarse a otro. Se alejó haciendo comentarios al respecto. –Todos los escorpiones son igual de ponzoñosos-
El aludido continuó su camino hacia el más prestigioso de los nacidos bajo el octavo signo. –Milo de Escorpión- llamó, bajando un poco la cabeza.
-¡Argol de Perseo! Tiempo sin verte, amigo mío- exclamó Milo con entusiasmo, pasando su brazo por los hombros del otro. -¿Cómo va todo?-
-Nada nuevo, aunque han enviado a varios para eliminar a unos Santos de Bronce-
-¿De Bronce? ¿Desde cuándo ese…rango es problemático?- preguntó con cierto desagrado. Argol cerró sus ojos y bufó. –Desde nunca por supuesto pero están en posesión de la armadura dorada de Sagitario-
-Hm, esas sabandijas la tienen entonces. Qué coraje- terminó Milo antes de ver como alguien más se acercaba, pero a Lykes. Tuvo las buenas intenciones de advertirle que no la sorprendiera pero… era de Plata, podría con el reto.
Asterion de Canes Venatici se veía muy intrigado al ver el rostro de una mujer en el Santuario de Athena ¡y que nadie hiciera algo al respecto! Justo tras la joven griega, puso su mano en su hombro y bruscamente le dio la vuelta. La reacción de Lykes fue lanzarle todas las piedras que hacía levitar justo hacia la cabeza. Acertó las primeras tres, el resto logró ser bloqueado.
-¿¡Cómo te atreves!- exclamó Asterion con disgusto, apretando fuertemente la muñeca de la joven. Ella sólo le miró, tranquila como el día mismo. –Lo lamento-
Milo se carcajeó. Le había pasado varias veces ya y debía admitir que era una situación un tanto digna de reírse. Ese fue el primer instante en que Argol la notó. -¿De dónde salió esa musa?-
-No es una musa, Perseo. Es mi protegida- aclaró el peliazul, caminando hacia ella. Argol lo siguió, todavía intrigado. –Ya se disculpo, Asterion. Suéltala-
-Escorpión Milo, que bueno verlo. Esta amazona está violando el protocolo de.,.- comenzó, pero le interrumpieron.
-Mi discípula no está haciendo absolutamente nada, así que obedece mi orden o enfréntame para defender tus razones-
Asterion suspiró vencido y la soltó. –Ahora comprendo cómo hizo para lanzarme esas rocas-
-Lykes, estás en presencia de Argol de Perseo y Asterion de Canes Venatici- presentó su maestro, señalando a cada uno. Su joven aprendiz hizo una profunda reverencia. –Es un honor conocerlos-
-Modales impecables, así me agradan- opinó Argol con una sonrisa torcida. La observó de arriba abajo y se lamió los labios. Su igual entrecerró los ojos, asqueado. –Mente retorcida, guarda eso para cuando no estés en mi presencia-
-Nadie te dijo que leyeras mi mente, Asterion- gruñó él. Milo levantó una mano para que no continuaran y se percató de algo. –El rango de Plata no puede interrumpir cuando el de Oro entrena, ¿qué hacen aquí?-
-Cierto- dijo Argol, dejando en paz a Lykes por primera vez desde que la vio. –El Patriarca quiere hablar contigo-
-¿Una misión?-
-Podría ser- respondió Asterion. –Entre más rápido vaya a verle, más rápido lo sabrá-
-Bien… Lykes no podrá acompañarme. ¿Te gustaría quedarte a entrenar con estos hombres?-
La pelimorada parpadeó un par de veces, mirando a ambos Santos de Plata. –Me sentiría honrada-
-Perfecto. Se las encargo y si le hacen algo indebido, lo lamento por ustedes- advirtió el Escorpión Celeste con una sonrisa y se retiró, dejando a la imaginación de ambos tipos lo que podría pasarles.
Subió todos y cada uno de los numerosos escalones hasta llegar al templo del Gran Maestro. Hace algunos días que había estado ahí para pedir cobijo ¿por qué no le asignó nada en ese momento? Al entrar al recinto del Patriarca, dejó sus dudas atrás. No era conveniente tenerlas al estar en su presencia.
-Milo, Escorpión de Oro- dijo esa voz tan ronca y grave que penetraba hasta en la carne.
-Me inclino en vuestra presencia- respondió este al clavar su rodilla en el suelo. –¿Deseabais hablar conmigo, mi Señor?-
-Así es. Quiero que tomes control de la Isla Andrómeda y elimines a Albiore de Cepheus si es necesario-
Milo sonrió confiado, sería un trabajo simple y sencillo. –Como gustéis, Gran Maestro. Sin embargo no comprendo por qué se necesitaría a un miembro de la elite dorada-
-Aunque aparente ser una misión simple, está este factor llamado Albiore. Se ha negado a efectuar mis mandatos-
-Pero, su Señoría, sigue siendo un Santo de Plata y nada más-
-No estaría tan seguro, Milo. Su poder podría hacerle frente al de un Santo de Oro, a ti-
-Lo tendré en cuenta entonces. ¿Cuándo desea que efectúe esta misión?-
-En tres días partirás para llevarla a cabo. ¿Entendido?-
-Como el cristal, mi Señor-
-Puedes retirarte- terminó el Patriarca con gesto manual. Milo hizo como se le pidió y salió del lugar. Lo único que lamentaba era tener que dejar a su discípula sola pero bueno, ya encontraría a alguien que la mantuviera entrenando. Una vez afuera bajó el radiante sol de Grecia, calculó que ya el medio día había pasado. Se dispuso a cocinar algo para alimentarse pero antes, entabló una conexión psíquica con su seguidora.
-"Lykes, ¿dónde estás?"-
-"En el Coliseo, maestro. Entrenando con Argol y Asterion como me lo pidió."-
-"Yo no te lo pedí, te lo ofrecí. En fin, regresa a la Octava Casa para comer algo."
-"Como ordene, maestro."-
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Después de atravesar la Tercera Casa, la joven no pudo evitar preguntarse dónde estaba ese guardián. También se preguntó por qué Argol de Perseo se había tomado la molestia de acompañarla.
-Así que... eres la heredera de Escorpión- dijo él, para romper el sencillo silencio que los acompañaba desde que entraron a Aries. Lykes asintió sin mirarlo, seguía dándole vueltas al asunto del tercer Santo de Oro. Argol era relativamente curioso cuando quería conseguir algo y con las mujeres no era le excepción.
-¿En qué día nos honraste con tu presencia, entonces?-
-¿Honrarlos? Dudo que sea para tanto. Yo nací el día cuatro del onceavo mes-
-Ah, mi mes fue bendecido entonces-
Lykes le miró de reojo, confundida. No entendía virtualmente nada de lo que le decía Argol, o al menos la manera en que se lo decía. Claro está que, hacía mucho tiempo que no hablaba con alguien que no fuera su propio maestro. Pudo haber reflexionado un poco más el tema de su falta de comunicación, pero un cuervo negro pasó volando encima de ellos y la distrajo. Milo no bromeaba con el déficit atencional que tenía. De repente, su acompañante se detuvo en seco.
-Maldita sea- dijo en voz baja con una mirada furtiva hacia la derecha. Lykes no cambió su despreocupada cara y sólo volteó hacia él.
–Tendrás que disculparme, princesa Escorpión… ¿Te molesta si te llamo así?- preguntó con una sonrisa pícara adornando sus labios. La joven arqueó una ceja. –Supongo que no-
-En fin, tendré que dejarte aquí en contra de mi voluntad-
-¿Por qué?- se sorprendió Lykes de preguntar. Acababa de hacer una pregunta. Ella. Una pregunta. Eso no pasa.
-Los Santos de Plata tendremos una reunión y requieren de mi valiosa presencia- explicó, tomando la mano de la joven y besándola suavemente. –Te veré luego, Princesa Escorpión-
-De acuerdo, gracias de todos modos- dijo, sorprendentemente mostrando una pequeña sonrisa en su rostro.
Argol dio media vuelta y se alejó físicamente, pero en sus pensamientos no se había movido de su lugar. Lykes hizo lo mismo, pero en dirección contraria. Tenía frente a sí la tétrica Casa de Cáncer que despedía una notable aura perturbada. No había visto al guardián de ese lugar todavía y algo le decía que sería incómodo hacerlo. Sus pasos resonaron dentro del lugar hasta que se detuvo y alzó su voz. - Presento mis respetos ante el guardián de Cáncer, cuarto miembro de la elite dorada- exclamó objetivamente. No conocía a ese guerrero y tampoco su nombre. no obtuvo una respuesta real, sólo una alteración en el cosmos del lugar. Decidió avanzar entre la bruma que ahí había, intentando ver en la oscuridad que invadía el lugar.
Una luz incandescente de un azul eléctrico brilló a lo lejos y por supuesto, ella lo siguió. Esa costumbre de distraerse tan fácilmente podría traerte inconvenientes proporcionales… como el que le esperaba en forma de esa llamarada azul…
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Tenía ganas de hacer un fic de Saint Seiya, considerando que la llevo grabada en el alma desde los (insértese edad exacta) años. Si estás por casualidad megalítica leyendo esto, vaya suerte la que tengo. Deja un review si no te molesta, y si si te molesta, perdón.
