Disclaimer: Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto. La historia sí es mía.
Aviso: Este fic participa en la Copa Fanficker, del grupo Shhh... SasuNaru NaruSasu.
Género sorteado: Family.
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Dice: «Estoy en casa», y nadie contesta. Se ha acostumbrado a la soledad de las cuatro paredes que huelen a ramen y a humedad. No le molesta ni le entristece volver a la rutina diaria, pues es la que le salva de echarse un clavado desde la cara de Hashirama al abismo. Supone que es normal sentirse así, después de todo, sus circunstancias no le merecen una opinión más alentadora, y como una medusa sin cerebro realiza sus labores a tiempo para no perderse el programa de las ocho donde los conductores se tiran pullas y, en ocasiones, frases que suenan a tensión sexual.
Naruto tiene tres años de divorciado y siete de infelicidad, pero no se queja; ni siquiera cuando de verdad quiere hacerlo, como aquellas veces donde el alcohol le nubla los sentidos y está a tres copas de abrazarse a Gaara y contarle que quiere tirar la capa y montarse en un sueño que le permita descansar al menos cuatro horas seguidas. Supone que es demasiado pedir que alguien le devuelva la custodia de los niños y las esperanzas de convertirse en buen padre, pues no tiene la cara para decirle a Hinata que ahora sí tendrá tiempo para sus hijos.
—Ya no tienes vergüenza, ¿no? —Se repite al espejo, observando bien los círculos negros que le dejan los besos del insomnio—. Tuviste la oportunidad y la dejaste ir.
A veces Shikamaru le tiene compasión y lo acompaña a casa, mirando el reloj con disimulo esperando que Temari no se enfade si se queda a tomar una cerveza con el pobre infeliz. La rubia suele perdonarle que fume un cuarto cigarrillo al día, pero le toma días olvidar la afrenta de una cena fría en la mesa.
—No tienes qué.
Y Shikamaru finge ser idiota por más tiempo del que le gustaría, como si no supiera que Naruto conoce la lástima al igual que conoce las marcas que le cruzan el estómago, acostumbrado a tal punto a las dos que le parecen normales.
Sakura le regaña día tras día, como si fuese su madre, y alarga las sílabas al gritarle maldiciones y palabras de aliento. «Deja de arruinarte la vida y pídele perdón», le dice, con una ingenuidad que duele; «vas a ver que te deja volver». ¿Y qué si lo hacía? ¿En qué se diferenciaría la presencia tácita de Hinata y un cuarto vacío? Una respuesta hueca le esperaría tras llegar, una advertencia muda de inminente soledad que no se apagaría ni con los besos más tiernos que Hinata pueda regalar.
—No va a volver, ¿cierto? —pregunta una tarde lluviosa en el despacho, con octubre escurriéndose como arena en el calendario digital.
—No sabe que lo esperas —reclama Shikamaru, atento a la manera en que la mano de Naruto tiembla al devolver el retrato de Sasuke a su lugar.
—No sé si le va a importar.
Ahí van los tres tristes vasos de sake que pertenecían al primero. Sirve dos para sí mismo y un tercero para el fantasma en la habitación, el mismo que le hiela la sangre tan rápido como la suele calentar. Se acaba media botella antes de volver arrastrando los pies hasta su habitación, y prende la luz con los ojos cerrados, sin saber cuánto tiempo más va a resistir la carencia que le pica el miocardio.
—Estoy en casa —anuncia.
—Bienvenido.
La voz le hace abrir los ojos de golpe, mismos que valoran la situación en que se encuentra su mejor amigo antes de darse cuenta que le escuece un frenético latido en el pecho. Se ve cansado, pero entero (o casi), con la misma mirada de cielo negro que le asfixia las madrugadas. Abre la boca y los labios se curvan en una mueca que tira hacia abajo, y las lágrimas se acumulan en su nariz, casi esperando que Uchiha no se burle al verlo tan incompleto.
—Eres patético, Naruto —dice de golpe, levantándose del sofá a la par que camina hacia él, con la majestuosidad de un gato callejero al que le falta una pata pero le sobran muchas vidas—. No tienes comida en el refrigerador y tu ducha no funciona bien. Hay que pintar la cocina y lavar las sábanas puercas de tu cama.
Sasuke se para frente a él y luego se voltea, esperando que el rubio reaccione en cualquier momento y se ponga a gritarle estupideces, que es lo único que Naruto sabe decir. El blondo sonríe después de darse cuenta que Sasuke de verdad está ahí, y lo abraza fuerte por la espalda, mojándole de lágrimas los omóplatos de leche que tanto ha querido volver a tocar.
—Sasuke...
La falta de habla de Naruto es condonada por sus acciones; aprieta a Sasuke en un acto desesperado de no volverlo a perder, esperando que fuese suficiente todo el amor y toda la alegría para que no se largara de su lado. La mano fría de Uchiha toca los nudillos que le cruzan el estómago como si fueran cadenas, y acaricia la muñeca desnuda del rubio en un intento de decirle con ello lo que no se va a atrever hasta que puedan hablar con verdadera seriedad sobre todo lo que está pasando (y lo que pasará). Por primera vez en años, Naruto se siente acompañado de su familia.
—Ya estoy en casa, inútil.
—Bienvenido, bastardo.
