Hoy era un día un tanto especial para la clase de Xº Y; se contaría con la presencia de un alumno más y Jonathan, como delegado y representante de la misma, debía darle un buen recibimiento y ayudarle a adaptarse lo mejor que pudiera. Todos se encontraban hablando entre ellos, como cada mañana al inicio de la primera hora antes de que el profesor llegara. Hablaban de sus cosas; de chicos, de chicas, de qué tal fue el partido de ayer, de cómo esa se atrevía a mirarle por encima del hombro, de que si el otro vio el capítulo de ayer de cierta serie… cosas de adolescentes, unos más revueltos que otros. Pronto las risas y charlas se fueron disipando poco a poco y volvieron en forma de murmullos y risitas mientras por la puerta pasaba el nuevo compañero, un chico alto que observaba el ambiente serio y desinteresado. Se dirigió al primer sitio libre sobre el que se posaron sus ojos tras una mirada rápida y panorámica. Algunos, los más curiosos, le miraban y cuchicheaban; otros, simplemente seguían metidos en sus cosas. Uno de los curiosos era Jonathan, quien lo miraba fijamente sin disimulo.

-Es una pena, con lo bueno que está…- dijo una chica que se sentaba cerca de él, de cara a sus dos amigas.

-La verdad es que sí, pero si de repente se le va la pinza…- una de ellas miraba al nuevo por el rabillo del ojo con desilusión.

-Bueno, tendremos que fijarnos en otros.- comentó la otra que hacía globos con un chicle, riendo. –Hay muchos chicos en este instituto, y más en esta ciudad.-

Jonathan no tenía ni la más remota idea de lo que hablaban. Quizá estarían hablando de otra persona, así que hizo como si no acabara de oír nada, sin tomarlo en serio, y se acercó al chico nuevo, que estaba sentado mirando por la ventana con rostro de aburrimiento y pasividad.

-Eres Dio Brando, ¿verdad?- sonrió permaneciendo frente a él.

-Sí.- Giró su cabeza levemente. Sus entrecerrados ojos rojos, tapados por algunos mechones rubios de la desaliñada y revuelta melena, rodaron y apuntaron hacia arriba, a los luceros marrones del delegado, quien intuyó una gasa alrededor de su cuello.

-Soy Jonathan Joestar, delegado de la clase. Si necesitas ayuda en lo que sea puedes contar conmigo.- extendió su mano hacia él para que la estrechara.

-De acuerdo.- su mano izquierda permaneció sujetando su barbilla con el codo sobre la mesa, y la derecha extendida sobre la misma. Sus ojos volvieron a dirigirse hacia el despejado cielo azul matutino que se apreciaba a través de la ventana. No parecía querer estrechar su mano o iniciar una presentación, y mucho menos una charla.

-Bueno, pues… ya sabes. Si necesitas algo…-

-Ajá.- asintió vagamente.

Jonathan le echó un último vistazo y se sentó en su sitio. A lo mejor era un chico muy vergonzoso y le costaría abrirse, pero seguro que se acabarían llevando bien. O eso era lo que pensaba.

-Buenos días.- dijo una dulce voz. Una chica sonriente y de esbelta figura se encontraba a su lado con una amable sonrisa y mejillas sonrosadas. Era una compañera de la clase de al lado y una persona muy de fiar, ya que además era una amiga de la infancia.

-Ah, Erina, muy buenos días.- le sonrió también.

-Uff, parece que he llegado a tiempo.- un segundo compañero se unió a la conversación.

-¡Speedwagon!- rio y ambos estrecharon sus manos arqueando los codos.

-Creía que llegaba tarde.- rio. –Erina.- le sonrió.

-Buenos días a ti también, Robert.- le sonrió. –Por cierto, Jonathan, no he podido evitar fijarme. ¿Ese es el chico nuevo?- miró hacia la otra punta de la clase.

-¿Eh?- miró hacia donde ella. –Ah, sí.- la miró de nuevo. –Es Dio Brando. ¿le conoces?-

-Mm… no… sólo he oído hablar de él.-

-¿Y tú, Robert?-

-Uhm… no, no. No le conozco.-

-Pues por lo que dicen, es una suerte que no lo conozcamos.-

-¿Qué quieres decir?- preguntó Jonathan.

-Dicen que le expulsaron de su anterior instituto por mala conducta e incluso conducta agresiva, y no sólo a alumnos, sino también a profesores. Casi nadie se atrevía a hablarle porque con poco que le dijeras se volvía… ¿"loco"?-

-Tendrá algún problema; abusos o algo por el estilo. Puede que ya no sea así y haya… pasado página, por así decirlo. Además, hay gente muy aprensiva.-

-Piensa lo que quieras, pero si tienes dudas, yo preferiría solventarlas con el tutor o director.-

-Oh, vaya, ahora sí que es la hora.- dijo Robert mirando su reloj de pulsera. –Yo me retiro.-

-Vaya, yo también me voy ya.-

-De acuerdo. Luego nos vemos, Erina.- la despidió con una sonrisa.

-Claro. Y ya sabes, pregunta por Dio. No me gustaría que te pasara nada… q-quiero decir, que nos pasara nada… ni a ti ni a Robert. Y bueno, yo aunque sea de la otra clase…-

-Que sí, no te preocupes.- sonrió y le mostró su puño con el pulgar hacia arriba.

Tras tres largas horas de clases, finalmente llegó el descanso. Los tres amigos se reunieron, como todos los días, cerca de la entrada a hablar de sus cosas triviales y cotidianas. Jonathan pudo percatar una figura solitaria al final del pasillo, sentada en un banco con la espalda estirada y la cabeza levemente inclinada hacia arriba, mirando al cielo desde los ventanales. Esa figura era alguien conocido, alguien que por lo visto era bastante solitario. Quizá por voluntad propia o no.

Finalmente, acabadas las clases, todos se retiraron, despidiéndose de sus amigos o bien quedándose un rato a charlar. Algunos incluso se iban a seguir hablando y divirtiéndose a otros sitios. Jonathan y Robert salieron y se reunieron con Erina para despedirse hasta el día siguiente, pero Jonathan tuvo que volver por orden de Zeppeli, tutor de la clase.

Ambos pasaron al despacho del profesor, quien se sentó en su escritorio. Jonathan se sentó frente a él sin tener ni la más remota idea de lo que tenían que hablar.

-¿Qué tal el día? ¿Todo bien?- preguntó entrelazando ambas manos sobre unos papeles que reposaban sobre el escritorio.

-Sí, ¿por qué lo pregunta?-

-Por Dio, el nuevo alumno. ¿Qué tal con él?-

-Pues no sabría decirle, la verdad. Es un chico poco hablador y solitario. Esta mañana he intentado hablarle, pero no parecía querer cooperar.-

-¿Ha estado todo el día solo?-

-Las veces que lo he visto, sí. En clase sólo mira por la ventana, hacia el cielo.-

-Verás, Jonathan, Dio es un tanto… complicado… seguro que has oído algunas cosas.-

-Sí. ¿Son ciertas? ¿Es verdad que está loco y es agresivo?-

Zeppeli solventó sus dudas en unos minutos. Resulta que el chico sufría de ciertos trastornos psíquicos, lo que explicaba por ambas partes su carácter reservado y su carácter violento (aún no demostrado). Hacía unos años que empezó con un tratamiento a base de grandes dosis de pastillas e inyecciones, pero había momentos en los que estos medios eran inútiles a la hora de detener sus ataques. Pero esto no era lo único que causaba su decadente estado mental.

-Dio vive sólo con su padre.- explicó. –Su madre falleció cuando él era muy pequeño. Desde entonces, su padre se refugia en la bebida sin prestarle apenas atención, y a pesar de ser mayor de edad sigue viviendo con él.-

-Entonces, ¿resulta un peligro para la sociedad?-

-Uno no muy grave, pero sí, podría decirse que sí. Gracias a la acción de la justicia empezó a medicarse hace unos cinco años. Desde entonces, ha tenido pocos incidentes.-

-Pero pueden ocurrir, ¿no?-

-Sí. En el caso de que pase algo, debéis dejarle sólo y avisad a la enfermería. Allí se tomarán medidas al respecto.-

-¿Y no es un poco arriesgado? Quiero decir, ¿no debería estar en un reformatorio o algo?-

-Parece no ser necesario.- miraba los papeles de debajo de sus manos. –Se supone que con la medicación es suficiente. No somos nadie para negarle la educación, y mucho menos mientras pague. No puedo echarle de la clase por su problema. Estaría éticamente mal, sería literalmente una discriminación hacia un enfermo mental.-

-Bueno… intentaremos ser cautelosos.-

-Gracias, Jonathan. Sé que puedo fiarme de ti, eres un hombre de palabra.-

Tras despedirse, salió del despacho y del edificio para dirigirse a casa. Justo en la entrada, apoyado en la pared al lado de las rejas de la entrada, se encontró con Dio, quien estaba mirando al cielo mientras fumaba un cigarrillo a pesar de su relativa corta edad.

-Hasta mañana.- se despidió el castaño.

Dio le miró pero no dijo nada. Permaneció allí conforme Jonathan se alejaba cada vez más de él.