Debilidad

La noche había llegado al Castillo Tsukinami. Mientras estabas metida en tu cama reflexionabas que ya habías perdido la cuenta de cuantos días llevabas al lado de ese par. Fue cosa de secuestro y derribo. Nunca te dieron explicaciones, sólo sabías que eras la clave para su plan de venganza, la cura de Carla y algo así como el saco de boxeo de Shin. El último disfrutaba mucho hacerte sufrir hasta que le suplicaras y, aún así, el muchacho seguía con su tortura hasta que se cansaba o se aburría de escuchar tus gritos y llanto.

Siempre te preguntaste si en ellos existía algo como la bondad y la piedad.

Tus cavilaciones nocturnas fueron interrumpidas por Shin – parecía que lo habías invocado con el pensamiento, quién se metió a tu habitación sin llamar a la puerta (tenía tiempo que el chico había olvido sus modales con tu persona) y se dirigió a tu lecho con cara de venir a jugar contigo. Fue cuestión de que lo vieras para sentir que una serie de escalofríos bajaron por tu espina dorsal de nuca a espalda como si fueran rayos. Shin y sus jueguitos eran impredecibles. ¡Y vaya que el chico lo era!

Cuando estuvo a tu lado se echó sobre ti obligándote a que te recostaras y luego se acomodó en tu cama a la vez que colocó su cabeza sobre tu pecho. Paralizada por la impresión y el miedo a partes iguales, dejaste que el muchacho encontrara lugar en tu espacio. Dejó ir un suspiro largo y rodeo tu cintura con su brazo para luego cerrar los ojos.

-Shi- Shin kun… - te atreviste a balbucear aún impávida - ¿Qué sucede?

-Nada. Ahora, duérmete – ordenó con su voz autoritaria de siempre.

-P-pero

-Ni te sientas especial – te refutó enseguida y abrió los ojos –tengo frío, eso es todo – declaró y sus mejillas dejaron ver un ligero rojo en ellas

-S-si tienes frío, puedes cubrirte con una de las mantas – Te estabas arriesgando mucho al decir eso, pero era tal tu sorpresa que no atinaste a pensar tus palabras.

-Los lobos usan sus cuerpos para calentarse entre ellos…- declaró serio y te miró con cierta molestia. Luego tras su argumento, tomó otra vez sitio acomodándose como cachorro sobre ti y una vez más, su cabeza halló lugar en tu pecho.

Quisiste objetar, que si tal era el caso, fuese a buscar el calor de su hermano, pero decir algo como eso era ganarse un pase directo con todo pagado a la rueda de la tortura con Shin como verdugo. Tampoco te hiciste muchas ilusiones, sabías que en cualquier momento el jovencito te saldría con alguna de sus habituales maldades haciéndote quedar como una estúpida.
Dejaste ir un suspiro con toda la resignación en él, y entonces al prestar más de tu atención, en efecto, Shin no te mentía. Un ligero temblor sacudía su cuerpo de forma rítmica debido al frío. Esa noche la temperatura era tal que incluso habías colocado otras mantas más para no congelarte. Ante la situación, te cuestionaste si cabía la posibilidad de que el muchacho tuviese fiebre o hubiese pescado un resfriado. Los primera sangre, como se hacían llamar ambos, ¿podían enfermarse de algo tan banal como una fiebre o un resfriado? Fuera así o no, te envalentonaste a revisar su temperatura con tu diestra y la colocaste con suavidad sobre su frente. Estaba tibio; pero ¿cómo saber si esa era la temperatura adecuada para alguien como él?

-¿Qué haces? – te preguntó al instante que sintió tu tacto sobre su frente.

-N-nada, Shin kun – retiraste tu mano temiendo lo peor como reacción suya.

-Ya te dije que sólo tengo frío – se quejó y añadió – Deja de moverte, me despiertas y no puedo calentarme

-¡S-sí! – asentiste temerosa y te quedaste inmóvil como una estatua hasta que volviste a sentir que el chico temblaba debido al gélido ambiente. Curiosa, lo miraste y ahí estaba: acorrucado junto a ti para sacarse el frío. La expresión de su rostro estaba relajada y su respiración era pausada, podías sentir el subir y bajar de su pecho; mientras que él ocupaba el tuyo como una almohada. Al reparar en ello, los colores te subieron al rostro de forma vertiginosa. Era la primera vez que un chico estaba de esa manera contigo.

Pasaron unos minutos y el silencio fue su único testigo. Luego, observaste una vez más al muchacho y esta vez te pareció verlo indefenso al mismo tiempo que te provocó algo que jamás creíste que él, ese sujeto orgulloso, violento y tosco en sus acciones, podría provocar en ti: ternura. La sonrisa dulce asomó en tus labios y gentil, tomaste uno de los extremos de las mantas y lo cubriste con él para entonces acariciar sus cabellos rojizos y masajear su cabeza delicadamente.

-¿Qué crees que haces? – gruñó por lo bajo Shin - ¿Crees que soy tu mascota?

-¡No! –rectificaste apresurada – sólo que los humanos, cuando alguien no puede dormir, hacemos esto – Tu rostro era un poema teñido de rojo.

- Mmm… ¿Crees que ese truco para simples humanos funcionaría en alguien como yo? – dijo en un bostezo pero sus palabras estaban cargadas de orgullo.

- Tal vez… - detuviste tu actividad. Habías ido muy lejos y tal como lo imaginaste, el encanto de media noche terminó, o eso pensaste.

-Y bien – añadió mientras volvía acomodarse - ¿Qué no piensas seguir, mujercita?

-¡Sí! – respondiste frenética y seguiste como autómata - ¿Te gusta?

- ¡Qué va! – confirió y luego hundió su rostro sobre tus senos – pero me gusta pensar que eres mi esclava – rió descarado.

Entre la vergüenza y la decepción continuaste. Era demasiado bueno para ser cierto que Shin no te saliera con una de sus ya conocidas majaderías. "¡Qué remedio!", pensaste.

Pasado el tiempo, el joven fundador dormía cual bebé. Había conseguido calentarse y dormir; y estabas segura puesto que ya no lo sentías tiritar. Sonreíste. El descubrimiento de esa noche fue que si Carla era débil al 'endzeit', Shin lo era a las bajas temperaturas. Una extraña alegría recorrió tu cuerpo pues habías tenido la suerte de conocer el lado vulnerable de ese chico tan agresivo.

-Buenas noches, Shin – alcanzaste a musitar antes de también ceder al sueño.

FIN