RENDEZ VOUS

Autora: Marion S. Lee

Fandom: The Avengers

Pairing: Clint Barton/Natasha Romanoff

Rating: NC-17

Extensión: 27.000 palabras aprox.

Beta: Apocrypha73 y m_enia

Nota: Mis conocimientos del universo Marvel se reducen a las películas y poco más. Aún así, sí hay algunos datos que son canon dentro de éste.

Resumen: ¿Qué queda cuando pierdes todo lo que te hace especial?

PRÓLOGO

Las órdenes del director Nick Fury fueron precisas y escuetas: acabar con la instalación clandestina.

Les había proporcionado todo lo que la tecnología de S.H.I.E.L.D podía poner a su alcance: planos, mapas, horarios, nombres… todo lo que pudiera ser necesario para que la misión fuera un éxito. Lo estudiaron con detenimiento durante días; primero por separado y, más tarde, juntos, para enfrentar puntos de vistas y acordar estrategias. Una nueva misión que los llevaría hasta el otro lado del mundo, a un remoto enclave del sureste asiático.

La llegada hasta allí había sido complicada. Los aeropuertos eran poco más que viejos barracones con aviones de la Segunda Guerra Mundial y las carreteras, caminos sin asfaltar. La densa selva lo enmarañaba todo, haciendo que el aire fuera cálido, húmedo y difícil de respirar. Y tenía la sospecha de que las comunicaciones iban a ser igual de tercermundistas que todo lo que veía a su alrededor. Un país para hacer el trabajo y salir de él lo más rápidamente posible.

Les llevó casi seis horas llegar hasta el lugar que les había fotografiado S.H.I.E.L.D. por satélite. La carretera había discurrido entre malezas e insectos del tamaño de una pelota de golfl. En algunas ocasiones les había resultado difícil ver el cielo debido a la espesa vegetación. Habían avanzado despacio, en un todoterreno sin techo y con muchos kilómetros en sus gastadas ruedas.

Cuando al fin llegaron al sitio indicado, bajaron del coche y una oleada de calor del abofeteó la cara. Un vapor inquietante salía del suelo debido a la alta humedad y extraños sonidos de animales les dieron la bienvenida.

Dejaron el vehículo bajo las ramas de un gran arbusto, que lo cubría casi por completo. Iban a necesitarlo para su huida. Cambiaron sus ropas de viaje por sus habituales uniformes de trabajo, los cuales necesitaban. Sin intercambiar palabra alguna, se pusieron en marcha para cubrir los dos últimos kilómetros que les faltaban.

Sabían que una pared alta, larga y sólida, encalada, se levantaría ante ellos. Y así era. Allí estaba, imponente. Y aparentemente inexpugnable. Pero para aquellos dos curtidos agentes de S.H.I.E.L.D., no había instalación inquebrantable ni puerta que no pudiera ser sobrepasada. Ambos miraron hacia arriba. Una flecha se clavó en la pared y él ya estaba en lo alto del muro. Una vez arriba, miró por encima de su hombro y asintió. Ella quedó a la espera de la señal acordada a los pies de la empalizada.

No hubieron pasado más de dos minutos cuando una flecha surcó el cielo y supo que su momento había llegado. Con la agilidad propia de un animal o la de una experta gimnasta, trepó por la pared por la cuerda que su compañero había dejado. Se descolgó con facilidad hacia el otro lado, cayendo en silencio y agazapada. En medio del patio yacía un cuerpo, con una saeta atravesada en el centro del pecho. El pobre diablo no había visto venir su muerte, pensó. Se levantó con cautela, dispuesta a traspasar la arcada que daría paso al patio interior.

Desenfundó sus dos pistolas del cinto y, con una en cada mano, se adentró en el lugar con paso firme.

Las flechas llovían desde algún punto alto del recinto. Algunos trabajadores de la instalación, se habían cubierto tras improvisados parapetos e intentaban disparar hacia el tejado, aunque, evidentemente no podía divisar de quién o de dónde procedían aquellas que los estaban acribillando.

No aguardó ni un segundo y abrió fuego contra el primer grupo que tuvo a su alcance. Para cuando los hombres se dieron cuenta de que el peligro no sólo les acechaba desde las alturas, uno de ellos ya había caído. Otro se giró hacia donde se encontraba ella y abrió fuego. Ella rodó por el suelo con elegancia, poniéndose a salvo. Una flecha cayó desde el cielo, clavándose en el entrecejo de aquel que le había amenazado.

Se incorporó de nuevo, arma en mano, y avanzó su posición. Disparó una, dos veces, antes de derribar a un nuevo contendiente. Su objetivo se encontraba al otro lado del patio, tras una puerta con código de seguridad, custodiada por dos guardias que no habían abandonado su puesto, pese a estar presentando batalla desde su posición a las flechas que les caían por doquier.

Corrió por el patio, sorteando las balas que le llegaban desde su izquierda, respondiendo a ellas con sus dos Glocks 26. No tardó más de unos segundos en llegar a su destino final. Los dos esbirros se plantaron ante ella e intentaron encañonarla. Fue mucho más ágil que ambos. Uno encontró una muerte rápida con una bala entre los ojos. El otro cayó de bruces, en una postura grotesca, mientras la mujer pisaba su cuello, aplastando la cara contra el empedrado del suelo.

-Dime el código – exigió sin cortapisas, a la vez que ejercía más presión con su pie.

Entre bocanadas de aire y súplicas por su vida, el sicario le dio una serie de números que introdujo con presteza en la pequeña pantalla. Un destello verde le anunció que, en efecto, era la clave correcta. Sin esperar, apuntó al hombre tendido a sus pies y disparó.

Entró en la sala precedida de ambas pistolas. Dos hombres intentaron detenerla, pero era mucho más rápida. Estuvo sola antes de llegar al panel de operaciones. Echó un vistazo rápido a las pantallas y, sin dilación, sacó del interior de su uniforme una pequeña porción de explosivo, que colocó bajo el cuadro de mandos. Satisfecha consigo misma y con su trabajo, dio media vuelta, rumbo al exterior.

El patio estaba en silencio. Cuerpos de hombres caídos yacían aquí y allá. Se mantuvo alerta, asiendo con fuerza sus armas. Cuando llegó al centro, miró hacia arriba. Su compañero estaba allí, aguardando en las alturas. Ella asintió con un breve cabeceo y él la imitó al punto. Se giró y emprendió rumbo hacia el punto donde ambos deberían encontrarse.

No había dado más de dos pasos cuando oyó una explosión. Instintivamente, se agachó y se cubrió la cabeza con ambos brazos. Cuando estuvo segura de que no corría peligro, se levantó despacio. Entonces, una nube de polvo blanco se alzó en el lugar en donde segundos antes había estado su compañero.

Corrió hacia las escaleras más cercanas, adosadas a la pared exterior, con el corazón bombeándole en el pecho. Subió los peldaños de metal de dos en dos mientras los tacones de sus botas retumbaban. Cuando llegó al tejado, el polvo aún no se había aposentado y las proximidades estaban llenas de cascotes y piedras. A través de la nube pudo ver cómo el suelo había cedido, dejando un gran agujero en su lugar. Se asomó con cautela. Allí abajo, tendido, estaba su compañero.

Sin pensarlo más que un segundo, saltó desde el tejado, aterrizando con ambas piernas flexionadas. Perdió ligeramente el equilibrio al intentar incorporarse demasiado rápido, dando con una rodilla en el suelo. Sin importarle el dolor que pudiera haberle causado el golpe, se precipitó sobre el cuerpo inerte de su compañero.

-¡Clint, Clint! – exclamó, acunando su rostro en la cuenca de sus manos.

Tras lo que le parecieron unos segundos eternos, el hombre se movió levemente. Ella cerró los ojos con fuerza y sonrió.

-¿Estás bien?

Él intentó incorporarse pero un punzante dolor en la espalda se lo impidió.

Natasha se acuclilló a su lado y palpó la parte de atrás de la cabeza de su compañero. No había sangre y él parecía estar bien

-Eh… sí. La caída ha sido dura pero creo que estoy bien – respondió-. Espera un instante.

Satisfecha con la respuesta, se puso en pie, mirando a su alrededor.

-No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Esto volará por los aires dentro de pocos minutos.

El hombre asintió mientras se sentaba en el duro suelo.

-Bien. Entonces, marchémonos.

Tomó la iniciativa para levantarse pero se quedó congelado a medio camino.

-Nat.

Ella se giró para mirarlo.

-¿Qué ocurre?

-Creo que hay un problema- le respondió con voz neutra.

La mujer se acercó a él, tendiéndole una mano, que él no tomó.

-¿Qué problema, Clint? – preguntó a su vez, con la mano extendida hacia él y sin ser aceptada.

Despacio, se deshizo de las gafas oscuras que solía llevar. Las dejó lentamente a su lado y parpadeó varias veces antes de alzar el rostro.

-No puedo ver nada, Nat.

El aire se congeló en los pulmones de ella. Se agachó de nuevo, junto a su compañero, colocándole una mano sobre su hombro.

-¿Cómo dices?

Tras unos largos segundos, Clint contestó:

-Creo que estoy ciego.

Para los agentes de S.H.I.E.L.D. Clint Barton y Natasha Romanoff no hubo un viaje más largo de regreso a casa como aquel.

CONTINUARÁ