Diluviaba en New York, el sonido del agua cayendo como cascada sobre la ciudad que nunca duerme. Katherine Beckett yacía despierta, sin poder dormir, sin poder moverse… sin poder respirar.
Sus labios estaban dulces e hinchados; dolían deliciosamente al recordar con tan perfecto detalle los labios de él sobre ellos. Horas habían pasado desde que él se había animado a robar ese pedazo de ella, sus bocas colapsando juntas por primera vez, sellando un pacto que ninguno de los dos había discutido previamente. En medio de una crisis, en un callejón mal iluminado, lo frío y oscuro se había encontrado con la luz y la calidez, y repentinamente ella había sentido que se ahogaba en un mar de fuego, y para su horror, ni su cabeza ni su corazón habían deseado ser rescatados.
Palabras melodiosas que ella había tratado de olvidar con todas sus fuerzas torturaban sus oídos como una vieja, melancólica canción mezclándose con el recuerdo de sus manos recorriendo su espalda a través del abrigo que llevaba puesto, acariciando su cabello, sus brazos atrayéndola posesivamente hacia él, cerrándose fuertemente alrededor de su figura para proteger a la mujer que juraba no necesitar nada de protección porque ella podía valerse por sí misma. Las dos lenguas una en duelo con la otra, bailando, acariciándose, provocándose.
Siempre…
Vas a conocer a alguien llamado Alexander…
¿Por qué seguís volviendo, Rick?
Está enamorado de vos, eso le da valentía…
Los compañeros siempre terminan siendo asesinados…
Gracias por haberme cuidado las espaldas…
Soy tu compañero, entonces…
Siempre voy a hacer lo que necesites, incluso nada, si eso es lo que necesitás…
No se la está creyendo, Castle…
Cuando vi la sangre en tu camisa, pensé que te habían disparado…
Gracias, es muy dulce de tu parte…
Quería gritar. Literalmente tenía la urgencia de gritar, de llenar con sus aullidos de dolor el silencio en el que su apartamento estaba sumergido, quería llenarlo con los sonidos de su frustración, de su confusión, de sus miedos… de su agonía. Frustrada y confundida – esos dos adjetivos le sentaban bien. También herida, asustada y agonizante. Tenía el corazón roto. Y estaba aterrorizada. Estaba aterrorizada a pesar de que seguía insistiendo con mentirse a sí misma, diciéndose que estaba bien, que todo estaba bien.
Ella no estaba bien. Nada estaba bien.
Con su pulgar acarició sus labios hinchados y adoloridos, muy despacio y con timidez, como si temiera que sus yemas pudieran borrar las huellas de él. El recuerdo de él… el sabor de él. Involuntariamente permitió que sus párpados cayeran de placer por un momento, recordando cómo se había sentido al ser besada por el hombre que había salvado su vida. Pero en cuanto tomó conciencia de lo que estaba haciendo los abrió otra vez y fijándolos intensamente en el cielo raso, tratando de olvidar…
Qué idiota había sido al pensar que una ducha sería suficiente para lavar de su sistema todas esas emociones que jamás en su existencia había experimentado, emociones que aun estaban ahí porque no eran precisamente de la clase de la que uno puede deshacerse fácilmente. Qué idiota había sido, con su mente envuelta en la neblina y sus pensamientos nublados… ¿Cómo había sido capaz de creer que ese beso no afectaría las cosas? La realidad estaba golpeándola de repente, y ahora ella temía lo que fuera que el futuro les deparara a los dos.
Besarlo había sido como tocar el cielo con las manos – eso no podía negarlo; su estómago se había llenado de un millón de mariposas, había sido mágico. Tampoco podía negar la pasión que había fluido libre y naturalmente entre ellos durante esos escasos segundos en los que habían estado absortos en comerse a besos como si no hubiera un mañana. Sus caricias y el brillo en sus ojos cuando se habían clavado en los suyos justo antes de que la besara habían roto la pared que ella había construido para proteger su alma de cualquier daño que pudieran ocasionarle.
Pero todo era, como Nikki Heat, una ilusión. Él estaba encantado por la idea de ella, no por ella. Él estaba enamorado de la idea de ella, no estaba enamorado de ella. No era la clase de hombre que se enamora y sienta cabeza, eso ella lo sabía bien, lo había aprendido al verlo interactuar con todas esas mujeres que como buitres lo revoloteaban aguardando el momento de llevarse un pedazo. Era un playboy, un mujeriego, cargaba sobre sus hombros el peso de dos matrimonios fallidos, y tenía el mal habito de disfrutar siendo seducido por modelos y actrices preciosas cuyo único interés era el dinero en sus cuentas bancarias y la fama detrás de su nombre, cosas en las que Kate definitivamente no estaba interesada. Los 'asuntos de una noche' eran de su estilo, y hacía bastante tiempo ella había decidido que no sería una más de sus conquistas, no sólo por una cuestión de respeto a sí misma: la realidad era que se había enamorado perdidamente de él segundos después de conocerlo, y lo último que su pobre y frágil corazón necesitaba era que un hombre al que le profesaba adoración lo estrujara cruelmente.
No podía arriesgarse a poner en juego tanto por tan poco. Esos besos habían sido equivalentes a tocar el cielo con las manos, era cierto. Las imágenes que su mente estaba fabricando de los dos besándose hasta perder el sentido, besándose por horas, besándose hasta desfallecer, estaba segura de que también la harían sentir como si estuviera acariciando el cielo con los dedos si alguna vez pasaran del plano de los deseos al plano de la realidad. Pero no podían convertirse en una realidad. No podían ir más allá de los límites de los sueños y fantasías (no le gustaba admitirlo, pero lo cierto es que soñaba y fantaseaba con él, bastante); acabaría con el corazón y la cabeza partidos al medio. Porque incluso si ella le importaba a él como amiga y compañera, nunca sería capaz de amarla como un hombre ama a una mujer; simplemente estaba en su naturaleza, esa incapacidad de pertenecer enteramente a una única alma.
Demasiados pensamientos, demasiadas reflexiones, demasiadas conclusiones, demasiadas dudas… Quería que su corazón se callara. Quería quedarse dormida y no soñar, así no tendría que revivir una y otra vez lo sucedido, incluidos sus besos. No quería enfrentarse a las pesadillas: Castle siendo asesinado en sus intentos por salvarla a ella de una muerte que habría sido segura si él no hubiera arriesgado todo para defenderla.
Pero no lograba conciliar el sueño, que le escapaba, como si estuviera jugando una versión enfermiza de las escondidas con la pobre Kate, que yacía tratando de librarse de los recuerdos y de sus sentimientos, de sus miedos… Pero no lo lograba, y estaba viéndose obligado a enfrentarse cara a cara a un hecho alrededor del cual había estado deambulando en puntitas de pies, pero que ya no podía ignorar.
Se había enamorado de Richard Castle. Estaba loca, perdidamente enamorada de él. Se había enamorado de él como jamás de cualquier otro hombre, porque ningún otro hombre la había hecho sentir como él la hacía sentir: extraordinaria.
Ella no solía creer en eso de 'y vivieron felices para siempre'. Nunca había creído que las cosas fueran para siempre, porque todo debe llegar a su final, incluso aquellas que podría creerse deberían durar para toda la eternidad. Sin embargo, allí estaba ella, a las cuatro de la madrugada, deseando desesperadamente que Richard Castle pudiera prometerle que estarían juntos para siempre. Tres años atrás ella habría jurado y vuelto a jurar que no creía en las historias de amor que jamás acaban, pero ahora se encontraba anhelando - inútilmente, ella pensaba - que él estuviera dispuesto a sacrificar su estilo de vida del mismo modo en el que más de una vez había estado dispuesto a sacrificar su vida por ella. Por ella. Su musa. Su extraordinaria KB.
Cómo deseaba no haber empezado a querer un 'para siempre'.
Cómo deseaba no haber empezado a creer en eso de 'y vivieron felices para siempre'.
Cómo deseaba que se callaran las voces en su cabeza, esas voces que le decían que en realidad ella siempre había querido un cuento de hadas pero que no se había dado cuenta hasta ese entonces porque no había conocido al hombre indicado, al amor de su vida. Quería que esas voces se callaran y la dejaran en paz.
Cómo deseaba poder dejar de agonizar porque 'para siempre' no era algo que ella creyera Richard Castle podía ofrecerle.
Cómo deseaba que esos besos no la hubieran convencido de que solamente a su lado sería posible un final feliz.
Cómo deseaba haber sido capaz de detenerlo todo antes de que él se convirtiera en su luna, su sol, sus estrellas, su cielo azul, su Universo. Incluso si una parte de ella le aseguraba que no había nada que pudiera haber hecho para evitar que esto sucediera porque así lo había escrito el destino (qué curioso: antes ella no creía en el destino).
Cómo deseaba no estar muriéndose de ganas de soñar con él esa noche (o, en todo caso, en las pocas horas que restaban a la llegada del amanecer). Moría por soñar con él prometiéndole ese 'siempre' que ella pensaba no era capaz de prometerle a nadie, ni a ella ni a ninguna otra mujer.
Cómo deseaba que su felicidad no hubiera llegado a depender de un hombre que sabía acabaría rompiéndole el corazón, a pesar de que estaba segura de que no sería intencionalmente, de que él pondría cada onza de su voluntad en protegerla. Pero también sabía que, tarde o temprano, se daría cuenta de que jamás podría lograrlo, y ella acabaría con su corazón y sus esperanzas rotas, abandonada nuevamente y envenenada de memorias, incapaz de recobrarse de las heridas infligidas por un romance trunco con él.
Cómo deseaba tener el coraje para arriesgarse a zambullirse en una relación con él y descubrir que estaba equivocada al pensar que Richard Castle no podría prometerle 'para siempre' a una mujer.
Cómo deseaba no estar tan profundamente enamorada de él, y sólo de él.
Cómo deseaba que una parte de ella no estuviera tan tentada de arrojarse en los brazos del peligro y correr el riesgo de ser amada, al menos una vez, por el hombre con el que ella quería estar para siempre, incluso si eso significaba terminar con el corazón roto, incluso si eso significaba terminar hecha trizas, incluso si eso significaba terminar con su alma partida en pedazos cuando llegara el momento de que él escribiera el punto final y se fuera en búsqueda de su siguiente conquista. Su nueva musa. Otra mujer sobre la cual escribir, otra mujer a la cual llamar 'extraordinaria'… otra mujer de la que ser héroe.
Cómo deseaba poder convencerse de que existía la posibilidad de que ella podría ser el amor de su vida. Cómo deseaba poder convencerse de que él podría serle fiel. Cómo deseaba poder convencerse de que nadie más sería extraordinaria a los ojos de él como ella lo era, jamás.
Acarició sus labios otra vez, sus labios hinchados y adoloridos y empapados en la dulzura de sus besos, peleando contra la urgencia de gritar.
Todas esas cosas deseaba, con la misma fuerza con la que deseaba que fuera posible que él le prometería estar con ella para siempre, a pesar de que había jurado hasta el cansancio no creer en esas cosas. Ella aun no sabía que eso estaba por verse. Aun le faltaba ver al hombre detrás del playboy, detrás del mujeriego, detrás del escritor de novelas de misterio. Así como a él le faltaba ver a la mujer escondiéndose detrás de la pared, a la princesa disfrazada de detective, de oficial de policía resolviendo enigmas, atrapando asesinos, descifrando misterios.
No se trataba realmente de las diferencias entre los dos. Era una combinación de tiempos mal coordinados e incapacidad de ver que, aunque fueran distintos y provinieran de mundos que no tenían nada que ver uno con otro, estaban destinados a una eternidad juntos, algo que sólo lograrían si peleaban juntos hasta poder prometerse 'para siempre'.
'Para siempre' había comenzado un largo tiempo atrás. Había comenzado el día en el que ella leyó sus libros por primera vez y se enamoró de él intelectualmente; mucho antes de que él la conociera y se sintiera atraído por ella; mucho antes de que ella se convirtiera en la musa de su escritor favorito; mucho antes de que entre ellos naciera la amistad; mucho antes de que empezara a volvérseles costumbre arriesgar la propia vida por la del otro; mucho antes de que empezaran a amarse con locura.
Katherine Beckett finalmente había descubierto qué era exactamente lo que quería de Richard Castle, pero pensaba que, dada la naturaleza de él, era algo que no podría prometerle.
No tenía la menor idea de lo terriblemente equivocada que estaba.
No tenía la menor idea de lo que el futuro les deparaba.
