-¡Abran! -Gritó el hombre golpeando fuertemente, Potter venía corriendo desesperado y tras él, Longbottom y Weasley intentaban darle alcance, igual de ansiosos pero mucho menos alterados; era un barrio pobre, en un pueblo alejado de una metrópoli francesa, la bahía se veía a muchos metros y el aroma a sal y arena les golpeaba la nariz con fuerza; era el paraíso para cualquier pareja, el nido de amor para una unión desconsolada. Era el refugio para un secuestrador, escondite para un asesino.

Encontrar el sitio donde estaban había sido más complicado de lo que todos esperaban; dar con ellos representó casi una misión imposible. Con los zapatos llenos de arena y el sudor empapándole la espalda Neville buscó divisar por la ventana alguna sombra que le dijera que había alguien dentro de la casa, pero no tuvo resultado; se sentía asustado, tenía el extraño presentimiento de que nada iba a salir bien, de que si al fin habían dado con ellos era sólo para encontrar algo fatídico; convencido de esto, clavó los ojos en el piso y no volvió a levantarlos en un buen rato. Ron miraba a todos lados, sabía que estaban causando mucho escándalo y aunque era obvio que aquél era un pueblo de magos, también lo era que no estaban acostumbrados a ver tanto movimiento; frunció el ceño e infló las mejillas cuando escuchó a Harry gritar, quizá todos estaban muy alterados, pero él, más que ninguno.

-¡¿Por qué no han entrado?!... ¡Tiren la puerta si es necesario! -Ordenó haciendo a los aurores a un lado y sacando su varita. -¡Está ahí adentro!

-No podemos entrar sin un motivo aparente, no podemos invadir una propiedad mágica privada. -Exclamó el auror a su lado, un hombre francés que hablaba tan bien el inglés como el propio Potter; éste no le hizo caso, apuntó con firmeza y derrumbó la puerta sin siquiera murmurar algo, la ansiedad lo corroía, había prometido regresar con ella a salvo e iba a cumplirlo.

-Si quiere, que me demande después. -Espetó entrando con fiereza, los aurores se quedaron afuera, entendían la preocupación de Potter por la desaparición, desde hacía tanto tiempo, de una de sus mejores aliadas, pero ayudarle a invadir así, era otra cosa, ellos tenían protocolos; Weasley y Longbottom subieron al porche de la casa apresurados y entraron tras de Potter, con las varitas afuera y las caras preocupadas; el primero convencido de que algo malo pasaba, el segundo, irritantemente asustado.

Nada más entrar Harry deseó salir corriendo, la casa estaba hecha una mierda, el polvo cubría cada mueble como una densa capa de raso blanco, las ventanas estaban empañadas de mugre y en el suelo, vasos de plástico, botellas rotas y papeles parecían querer formar una alfombra de basura; pero más allá de eso, la piel se le había erizado al detectar un olor especial: el aroma a muerto.

-¡Dicen que nadie ha salido o entrado desde la tormenta de hace dos días! -Gritó uno de los aurores sin atreverse a entrar, con un acento francés acrecentado por la agitación de venir corriendo desde la otra esquina; Harry empezó a agacharse para dar con algo, una señal al menos que le dijera que alguien seguía ahí; Ron sospechaba que se habían largado, que habían huido de nuevo, aprovechándose de la rara tormenta de la que todo el mundo hablaba, aunque su instinto le advertía de ese aroma extraño; Neville, erizado como un gato, sabía que estaban ahí, lo olía en la sala húmeda, en las cortinas cerradas, en el comedor revuelto y en ese perfume, que rondaba frecuentemente el ambiente de sus padres.

Harry dio la vuelta en el pasillo, caminando hacia esa terraza separada del patio trasero por una enorme ventana, cubierta por unas cortinas de lino gruesas, azules, llenas de telarañas y quemadas en la parte inferior; creyó que seguramente en otro momento, aquél sitio debía ser el más hermoso de la casa y no estaba equivocado. Se quedó mirando hacia la ventana con la idea de abrir las cortinas, para dejar entrar la luz y buscar mejor; pronto su atención fue captada por las cosas en el suelo, un frasco de tinta roto, papeles con notas, muchas, por doquier, plumas hechas añicos, trozos de ropa y manchas, demasiadas manchas de sangre.

Escuchó los pies enormes de Ron a su espalda, ir a la izquierda a asomarse a la cocina, a donde entró sin volverse a mirarlo; dentro el pelirrojo encontró platos sucios, flores secas en un florero de cristal, con el agua enverdecida por el abandono; al verlas de cerca, las reconoció como claveles y pensó en ella, en su sonrisa de siempre. Fue al refrigerador y lo encontró vacío, sólo bolsas con hielo en el congelador parecían haber sido el contenido de siempre; en el fregador, encontró cuchillos, tenedores y cucharas, todos atados con pedazos de lo que identificó como una falda azul, la ventana tenía vista a la bahía, el cristal estaba roto y una brisa marítima entraba por el hueco; el azul del mar le hizo recordar sus vivaces ojos.

Harry seguía fijo mirando a las cortinas, pensando en ella y en la posibilidad de que se les hubieran escapado otra vez, de que no dieran de nueva cuenta con ellos y tener que regresar a decirle a Ginny y a Hermione que no la habían recuperado; estaba harto, cansado, frustrado, ya no podía seguir así y sabía que ni ellas dos, soportarían más la incertidumbre. Mientras pensaba, Neville seguía en la entrada, mirando cada cosa que parecía insignificante, pero que de pronto le pareció de una relevancia descomunal: una manta en un rincón, un portarretratos con una imagen de esos dos, él frío, ella dulce, flores secas sobre la repisa, una caja de dulces vacía en la mesita de la sala; era como si hubieran tenido tiempos felices.

Siguió a Ron y a Harry hacia la pequeña sala con terraza y nada más entrar, comprendió que todo terminaba en esa habitación; se volvió al diván a espaldas de Harry, que por la oscuridad de esa habitación cerrada, no había visto nada; él sí veía, veía bien y deseó no tener vista para no mirarla. Contuvo la respiración y el llanto le llenó los ojos tan rápido que se preguntó si no lo habría tenido desde mucho tiempo antes, listo a salir.

Harry notó que Neville se quedaba parado ahí, a su espalda sin decir nada, rígido como si hubiera visto un fantasma; se volvió intrigado por esa actitud y al verle el rostro que miraba justo a lo que había estado a su espalda, en medio de la habitación, frunció el ceño y le siguió la mirada. No pudo decir nada, absolutamente nada. Atinó a caminar hasta el diván y tirarse de rodillas frente a él, la varita se le cayó rodando unos centímetros, ¿para qué la quería ya?; tragó saliva tratando de hablar pero no podía, nada quedaba en su garganta sino la necesidad de...

-No hay comida, debieron irse. -Ron salió de la cocina y al verlos ahí, aguzó la vista que no le daba para distinguir, entre la penumbra de las cortinas, nada más que la sombra del diván y esos dos.

-Lu… -Murmuró Neville a medias, el labio inferior le temblaba tanto que no podía articular una palabra; Ron dio dos pasos hasta ellos consumido por algo que le pareció ser emoción por encontrarla, pero Harry se sacudía convulso y comprendió que no era buena señal; Neville no podía ver ya nada, nada más que esa figura de Harry en el suelo y el cuerpo de Ron a pocos pasos a su lado que con la boca abierta, al fin se había dado cuenta; se sorprendió en demasía al ver que alguien salía de la habitación contigua y se acercaba presuroso, al tiempo que Harry estiraba su mano para tocarla, para asegurarse de que no estaba soñando.

-¡No la toquen! -Gritó rabioso, con una voz más parecida a un chillido que a la voz arrastrada y presuntuosa que le conocían; Ron se volvió sorprendido al ver a ese hombre, delgado hasta los huesos, de cabello largo despeinado y bigote insignificante; ardía en rabia y sin poder evitarlo soltó la varita y se le fue encima lleno de ira, convencido de que sólo con sus manos podría desquitar todo el odio que sentía.

-¡Malfoy hijo de perra!... ¡¿Qué le hiciste?!... ¡¿Qué le hiciste?! -Preguntó tirándolo al suelo de un puñetazo en el rostro, Draco no hizo por defenderse, sólo tendía los brazos hacia el cuerpo como un maniaco, como desesperado, como si fueran a arrancarle del pecho el corazón mismo; con los ojos profundos de un enfermo y desvelado moribundo y los labios blancos y partidos de quien no ha comido en días, Draco gritó lleno de desconsuelo.

-¡Suéltala, Potter! -Cayó al suelo, con la boca reventada por el golpe de Ron, sin meter las manos para defenderse de los golpes que amenazan con matarlo. -¡No la toquen!... ¡Aléjense!

-No… -Murmuró Harry sin darle importancia al rubio, Ron seguía forcejeando con él y Neville con la mano en el pecho, apretándose el suéter como si quisiera contener el latido de su corazón, dio dos pasos atrás para llamar a los aurores; Harry la tocó apenas y estaba tan helada que se mordió el labio inferior en un intento por no gritar de pena; pero no funcionó, el sonido le brotó como un gemido angustioso.

Se arrastró por el piso hasta llegar al diván, le puso la mano en el cuello, pero la frialdad era más que evidencia de que ya no estaba ahí; subió la mano hasta tocarle la mejilla y le movió la cabeza para mirarla, tenía los ojos cerrados como dormida y los labios dibujaban una sonrisa traviesa y tímida; la bajó del diván jalándola con su mano, colocada en su cintura, ella descendió hasta caer en sus piernas, tan pesada como la verdad de lo que ocurría. Le apoyó la cara en su brazo como a un bebé y le quitó el cabello de la frente con cuidado, Neville se arrodilló a su lado y los gritos de Draco y rugidos de Ron se les hacían lejanos, como si el silencio de ella fuera tan intenso, que los hundiera sin remedio a ellos también.

Le miró la frente, límpida y clara, las ojeras profundas y casi verdes y la línea roja de la sangre que le había escurrido de la nariz, hasta por debajo de la oreja izquierda; su oído derecho tenía también las marcas de haber sangrado y su cuello, del lado izquierdo, mostraba una herida como de algo que revienta desde dentro, herida que pudo sentir le corría por la espalda hasta alcanzarle la cadera; sollozó desconsolado abrazándola y Neville pudo verle los brazos marcados por cardenales y las piernas manchadas de sangre; el aroma era ya terrible, pero seguía siendo hermosa e inocente como en el Colegio.

-¿Por qué? -Preguntó Harry con la cabeza oculta en aquel pecho muerto. -¿Por qué tenía que ser así?

-Si la hubiéramos encontrado antes. -Murmuró Neville a medias, Ron intentaba controlar a Draco que ahora luchaba, pero por ponerse de pie e ir hasta ellos.

-¡Suéltenla!... ¡Déjenla!... ¡Déjenla en paz! -Gritó desesperado, arañándole a Ron el cuello en un intento por soltarse, Harry no hacía caso y los aurores entraron y ayudaron a Ron a someterlo, sorprendidos de la fuerza que tenía pese a su claro estado de inanición; Ron, exhausto, fue directo a verla en brazos de Harry, a confirmar que lo que le estaba pareciendo un ensueño era cierto; los hombres tomaron a Draco y lo llevaron a la puerta, pero él no quería irse y con los ojos desorbitados, pataleó y rabió para que no lo sacaran de ahí.

-No es cierto… no es cierto. -Repetía Ron sacudiendo la cabeza, mientras Harry le empapaba el pecho con su llanto, a ella, que ya estaba muerta; Neville le acariciaba la cabeza entre sollozos y Ron golpeaba un mueble desconsolado; Draco logró aferrarse de la puerta, para que no lo sacaran y llorando gritó lo único que ya le interesaba.

-¡Luna!... ¡Luna!... -Ron apretó los dientes para no volverse y golpearlo de nuevo, Neville no le daba importancia y Harry, demasiado dolido, no podía ya ni escuchar a aquél hombre que al ser sacado de la casa, todavía gritaba:

¡Luna!