I

El Acuerdo


— Ha visto, seguramente, señor Ferrars — le dijo cierto día su esposa — , como el carácter de Margaret ha variado estos últimos meses — el comentario de la señora Ferrars no sacó en lo absoluto de su trabajo a su marido, quién se disponía a corregir nuevamente los cortos sermones de los que tanto se enorgullecía. Sin embargo, no pasó desapercibido el tono de preocupación que Mrs. Ferrars había puesto en sus palabras. Su esposo alzó la vista, solamente para enfatizar sus palabras.

— Es normal querida, Margaret ya ha crecido — la simpleza de aquella respuesta supo hacerse un espacio evidente dentro de la cabeza de la señora Ferrars.

Margaret ya había crecido y del carácter aventurero y descuidado había pasado a uno silencioso y ambivalente que solía coincidir con el estado del clima. Sentada desde el diván en el cual arreglaba la ropa de los gemelos, no pudo evitar alzar la vista y buscar a su hermana que, como muchas veces en aquellos días se balanceaba en uno de los columpios que Edward dispusiera para los niños; lo hacia de manera descuidada al tiempo en que ojeaba un libro de ilustraciones.

Elinor apelando más a su terquedad que a la simpleza y verdad de la respuesta de su marido, insistió; volteó hacia el señor Ferrars y nuevamente habló:

— Se me hace difícil imaginar a Margaret perdida en mayores cavilaciones que… — no fue capaz de terminar, la tranquila y tierna mirada de su marido la sumió en un incompleto silencio, enmarcado por un gesto interrogante que no hizo más que extender la sonrisa de su esposo.

— ¿Qué cuales querida? — El señor Ferrars se colocó de pie y se dirigió a la chimenea del pequeño salón, ahí cogió una finísima arena que extendió sobre el papel.

— Qué bueno… los libros y sus mapas — el señor Ferrars se cruzó de brazos sin cambiar en un ápice su gesto.

— Es comprensible, querida Elinor, que te sea difícil el creer que Margaret haya podido cultivar mayores intereses que los libros y sus mapas, pero te recuerdo que ya no es una niña de doce años, pronto, si no me equivoco cumplirá los dieciocho.

— No lo comprendo a esa edad Marianne o yo, no éramos especialmente reservadas — tras aquellas palabras el gesto comprensivo se extendió en el rostro del señor Ferrars con toda la mueca de una tierna burla.

— Habré conocido a otra Elinor en ese tiempo. Es cierto, sin embargo, que Marianne no era especialmente silenciosa — y enmarcó esas palabras con un suave beso en la frente de su esposa.

Aun así las palabras del señor Ferrars no fueron capaces de tranquilizar a Elinor, quién con calma extendió su mano a modo de saludo, cuando repentinamente Margaret giró la vista hacia ella. Seguido a esto, la menor de las Dashwood se colocó de pie y se encaminó hacia la pequeña casa de ambos en Delaford.

Era un día gris con fuertes vientos, los cuales, no fueron capaces de intimidar a Margaret Dashwood, quién, como venía haciéndolo ya hace un par de meses, tal cual lo indicara su hermana, se había prestado a pasar una tranquila mañana leyendo al aire libre.

Cuando los gemelos cumplieran los dos años, Edward Ferrars había insistido en hacer columpios para ambos a la sombra de un antiguo fresno que crecía en las afueras de su acogedora casa en Delaford, sin embargo los pequeños poca atención le prestaron, Margaret en cuanto lo vio se adueñó de él para pasar, ya fuera horas o minutos, el señor Ferrars agradecía que alguien le viera utilidad, se había sentido muy decepcionado cuando ninguno de sus hijos tomó en cuenta aquél artilugio.

La infantil rebeldía de Margaret ostentara en un tiempo pasado, se veía inclinada a la obediencia cada vez que Elinor o su esposo le dirigían alguna orden, obviaba, bajo esa misma conducta el tratar a su hermana y a su esposo de una forma diferente a la manera en que lo había hecho cuando era una niña. Así que cuando ingresando por la cocina llamó al señor Ferrars por su nombre, nadie, ni Elinor o los sirvientes se asombraron por ello.

— ¡Edward! — le llamó cruzando una iluminada sala de estar, mientras sujetaba el libro de ilustraciones con ambos brazos.

— ¡En la biblioteca Margaret! — contestó el aludido, sin dar muestra alguna de molestia por las confianzas que la muchacha se tomaba hacia él.

Sus pasos, seguros y fuertes, delataban un estado de ánimo alegre o al menos jovial, el cual se calmó al momento de poner un pie en el santuario de su cuñado.

— ¿Deseas algo querida? —preguntó el señor Ferrars con el mismo tono calmado con el cual solía dar sus sermones en la iglesia.

— ¿Dónde está Elinor? — tuvo por respuesta.

— Creo que fue con los niños— Margaret asintió.

— ¿Iremos esta noche con Marianne? — preguntó nuevamente la muchacha, dejando en parte al señor Ferrars en el aire.

— No lo creo querida… — la momentánea mueca de fastidio de la muchacha se iluminó en cuanto agregó — Elinor ha invitado al coronel y a su joven esposa a cenar con nosotros — la muchacha extendió una tenue sonrisa, gesto que le resultaba muy similar al de su hermana mayor.

— Entonces iré a ayudarle con los niños — Edward la vio retirarse quizás más animada de lo que había llegado a la biblioteca y no pudo evitar preguntarse el por qué la muchacha le había buscado, y como respuesta a ello la menor de las Dashwood apareció de vuelta — Olvidé dejar esto… — dijo sonriendo, mientras colocaba en su lugar el libro de ilustraciones que durante aquella mañana había preocupado tanto a su hermana.

Fuera de la intranquilidad que para Elinor significaban el actual comportamiento de Margaret, la vida para las Dashwood había generado los cambios que se esperaron, así como algunos imprevistos. Ambas se habían casado; Marianne en mejores condiciones económicas y Elinor amorosas.

Esto sin embargo, no significaba que en el matrimonio de Marianne no existiera un respeto mutuo y el reposado amor que ella sentía hacia su marido, nacido del importante pilar que el coronel Brandon había significado en su recuperación. Así que en donde había visto extinguir su romanticismo desenfrenado, se vio doblegada por aquella paciente calma llena de la más absoluta devoción que no la presionaba u obligaba a nada. Fue así como poco a poco se vio inclinada ante aquella silente figura, en la cual solo había visto defectos y amargura para entender que una sabiduría llena de comprensión albergaba a un corazón noble y de intachable pureza, fue ello lo que finalmente le curó su mal de amores y convenció para enlazar su vida a un hombre que la merecía tanto como la entendía.

Dentro del hogar el coronel Brandon demostró ser un marido atento, sorprendentemente tierno y cariñoso, que a fuerza de complacencia aprendió a llenar sus constantes vacíos verbales con palabras que en ocasiones si, en ocasiones no, podían contradecir o agradar a su esposa. Marianne no se angustiaba con ello, para ella era un logro. Y a principios de aquél año la situación se volvió más favorable para aquél matrimonio, sobre todo cuando se recibió la noticia de que Marianne esperaba a su primer hijo, logrando que el coronel se mostrara aún más abierto a relacionarse con todos, así como iluminado por la súbita llama de inmejorables noticias.

Estos, por otro lado, no eran todos los cambios que se habían obrado en la vida continua de las Dashwood. Beth, la niña protegida del coronel, hija de la fallecida Eliza dio a luz, un par de meses después de que Marianne Dashwood se casara con el coronel, a un bebe al cual bautizó con el nombre de Albert.

Después de sufrir una aguda septicemia Beth falleció a los tres días de nacido su hijo. Al saberlo Marianne se se negó a que el niño fuera criado por extraños a quienes el coronel pidió oficiar de tutores. Si bien había sido idea de su marido, ya que creía que su joven esposa podría sentirse ofendida ante la presencia de otro niño, Marianne hizo mucho, pero mucho más al acogerlo y convencer al coronel de darle su apellido, aunque se aclaró que solo heredaría Delaford si es que no existían más parientes masculinos. En aquella época el niño ya contaba con cinco años y era visitante continuo tanto en la casa de los Ferrars, como en la casa de la señora Dashwood, quien a su vez lo acogió como si de su propio nieto se tratase.

Los Ferrars en tanto ya habían sido bendecidos con dos niños, ambos nacidos con solo minutos de diferencia, se les nombró como Edward y Thomas, ambos ya caminaban aunque ninguno había heredado la calma de sus padres, de hecho cualquiera que los viera los calificaría como hijos de Marianne, por lo mismo era que Elinor se veía continuamente obligada a ejercer una disciplinada vigilancia sobre ambos.

En aquél preciso momento fue cuando Margaret hizo su aparición en la cocina.

— Asumo que necesitas ayuda — Elinor solo asintió, sonriendo pero sin dejar de mostrarse preocupada por su hermana pequeña.

Dicho esto, la más pequeña de las Dashwood se acercó a Betsy cogiendo una patata junto a un cuchillo, la sirvienta solo asintió y le sonrió.

— Le dije a mamá que nos acompañara esta noche, Margaret.

— Exactamente quería preguntarte eso ¿Invitaste a la señora Jennings? — preguntó mientras picaba las patatas que Betsy iba descascarando.

— No, pero le dije a mamá que los invitara si así lo deseaba — Margaret no agregó nada más, ya se imaginaba la escena en la cual los muchos perros de Sir John Middelton atravesarían las cercas de Delaford, así como, para desgracia de Edward, arrasarían con varias de sus rosas y claveles.

No pudo evitar sonreír ante aquella perspectiva.


Marianne estaba según las palabras de la señora Jennings enorme, situación que a esta no le gustaba le recordaran.

— Nadie está más al tanto que yo, señora Jennings, gracias por recordármelo — finalizó Marianne con aquella risa forzada y seca que solía dirigirle a esa imprudente, pero graciosa mujer.

A Margaret le agradaba todo aquél bullicio. La diferencia de edad con sus hermanas prácticamente le había abandonado en la soledad de la adulta compañía de su madre. Esos años le inculcaron prudencia y recato, los cuales en ocasiones se veían contrastados por sus arranques de una niña abandonada entre sus pares, a medida que crecía; a diferencia de las mayores, Margaret no tuvo a quién hacerle confidencias que ciertamente no tenía, puesto que su vida social se hizo aún más solitaria cuando sus hermanas se casaron, eso le torno retraída.

Sin mencionar que tanto el circulo de amistades de Elinor como del Coronel Brandon estaba limitado a la señora Jennings, Sir Jhon y los Palmer.

Lo triste era que aún los más cercanos a su edad eran los pequeños de Elinor y el pupilo del Coronel Brandon y el hijo de Mr. Palmer, quienes contrariamente a la señora Dashwood, le impulsaban a mantener aquél carácter infantil y juguetón que en ciertas ocasiones la volvía algo rebelde y desgarbada.

Ya en varias ocasiones Elinor había tratado de mantener con ella alguna conversación que le permitiera esclarecer el por qué se encontraba tan cambiada. Pero para Margaret todo aquello era inexistente, fuera del aspecto físico no se sentía en lo absoluto diferente, situación que era esperable en un carácter tan despreocupado de las opiniones como el suyo.

La conversación en la mesa giró en torno, como todas las veces en los últimos meses, a los cuidados necesarios que debería tener Marianne, con respecto a su avanzado embarazo. Margaret, tomó nota mental de aquello, cuando ella estuviera encinta… pero realmente jamás se había imaginado en aquellas circunstancias.

Claramente, como primer paso, debía estar casada y para ello necesitaba, por lógica conocer a algún joven que fuera adecuado. Pensamientos que estaban lejos de su cabeza, siempre se había visto como una extravagante aventurera, con los relatos del coronel Brandon viajaba a las Indias, con las historias del señor Ferrars hacia los países perdidos en américa del sur. Y no había tiempo o espacio para niños en aquellas aventuras.

— Me vendría tan bien la compañía de una jovencita — interrumpió de pronto la señora Jennings, mirándo directamente a la menor de las Dashwood, quién aún permanecía pérdida en sus viajes a las indias — ahora todas las muchachas se han casado y se han olvidado de esta pobre vieja.

— ¡Tonterías! — exclamó Sir John Middelton, logrando que Margaret se centrara en la conversación de la mesa — Aquí la señorita Margaret, es lo suficientemente joven y bella para acompañarle — todos dirigieron de inmediato su atención hacia la más pequeña de las Dashwood.

— Sería una excelente idea— acotó Marianne, aunque la preocupación se centró en los rostros de Elinor y la Mrs. Dashwood.

— A Margaret le desagradan las grandes aglomeraciones — dijo la señora Dashwood.

— Eso no lo sabe… jamás ha salido de Barton — contra atacó Marianne.

Margaret concordó con las palabras de su hermana.

— Bueno... — quiso decir.

— Margaret es demasiado retraída para Londres, que es muy bullicioso — La menor de las Dashwood no halló que contestar a esas palabras. De pronto le molestó que todos estuvieran decidiendo por ella.

— Quizás — dijo de pronto Edward — sería bueno preguntarle a Margaret que es lo que desea — Elinor le lanzó una mirada extrañada, así como Marianne una llena de brillo.

— Además…— agregó el coronel — es necesario que Margaret sepa como relacionarse… y ese tipo de educación solo lo entrega la vida en una sociedad más variada que la de Barton o Delaford y todos concordaremos en que Margaret jamás ha tenido contacto con personas de su edad — ni Elinor, ni la señora Dashwood fueron capaces de rebatir aquellos argumentos.

— Entonces todo está listo — declaro con alegría Sir John, sin que Margaret entendiera muy bien a qué se refería.

— ¡Claro, claro! — aplaudió la señora Jennings — Partiré en dos semanas y me llevaré a la señorita Margaret conmigo — entonces de eso se trataba, la señora Jennings le acababa de invitar a su casa en Londres.


N/A:

¡Hola! Después de ver y leer por décima vez Sensatez y sentimiento, me vi algo decepcionada ante la poca información que se da sobre la pequeña Margaret. Hace mucho había imaginado como sería la vida de los Darcy, después del matrimonio. Pero albergar una historia que irrumpiera en aquél espacio de tiempo, me pareció innecesario. Así que viaje aún más en el futuro y me pregunté cómo serian los hijos de Fitzwilliam y Elizabeth, así como los de Bingley y Jane y por sobre todo los de Wikham y la menor de las Bennet, lo que dio como resultado esta pequeña historia.

Es por ello que he decidido mezclar ambos "universos".

En fin, espero que la historia les agrade.