1) Rowena Ravenclaw
Capítulo 1, parte I:
El insistente relincho de un joven corcel rompe el relativo silencio de la estancia. Algo que debería sin duda haber alarmado a Rowena, teniendo en cuenta que normalmente nadie osaba a acercarse hasta allí. Sin embargo la muchacha se encontraba sumida en tal estado de letargo desde hacía tres días, que no mostró el más mínimo asomo de temor o curiosidad. Porque sin duda de quien se tratara, no estaría allí por casualidad. Casi nadie solía subir hasta la cañada, donde se decía vivían dos mujeres extrañas abandonadas por el único hombre de la casa. Algo malo debían tener ésas mujeres para que un hombre tan bueno y alegre como Edwin Rawenclaw se marchara sin avisar de la aldea, y nadie hubiera vuelto a saber de él. Al menos era esto lo que se decía por las aldeas colindantes a la suya. Los rumores sobre ambas habían comenzado a ser demasiado peligrosos teniendo en cuenta el cada vez más virulento ambiente de miedo y violencia hacia lo raro y lo desconocido, propagado por la incultura y la ignorancia. La persecución de populacho, nobleza, realeza y ante todo clero hacia lo "no normal" estaba alcanzando cotas nunca antes vistas, y ya no era seguro ni mucho menos cómodo intentar mantener una existencia tranquila entre los aldeanos siendo una verdadera bruja. La inquisición estaba alzando un gran muro de odio, dolor e ignorancia que comenzaba a resultar inexpugnable, y así sería, en opinión de Rowena, ya sin marcha atrás. Y era esa una de las razones por las que Rowena y su madre, Nerys, habían ido a vivir a aquel lugar tan apartado del resto de la aldea, hacía ya tantos años atrás. Por eso, y porque ninguna de las dos aguantaba ya el intenso parloteo de las alegres mañanas en la aldea, ninguna podía soportar el recuerdo de cuando todos ellos eran felices, de cuando Edwin todavía estaba con ellas. Nerys… mujer noble, era un nombre que, en opinión de Rowena, era perfecto para su madre. Mujer noble. Ella nunca había sido como su marido: cobarde, innoble y mentiroso, ella se había quedado con ella, ella la había cuidado, la había protegido, había luchado por su supervivencia, ella jamás la había abandonado… hasta ahora, inevitablemente. Sin embargo su padre sí lo había escogido por propia voluntad. Rowena sabía que jamás lo perdonaría. Ella no perdonaba los errores, al menos no desde entonces.
Una hermosa mariposa se cuela por el trocito de ventana abierto, y Rowena, tumbada sobre su catre se dedica a observar sus vivos e intrigantes colores mientras ésta se posa en su pelo. La muchacha comienza a perder el hilo de sus pensamientos. A su mente vienen interesantes teorías sobre el motivo de que aquel insecto tenga esos vivos colores, y pierde la noción del tiempo. Como siempre… sólo que es ésta la primera vez que lo consigue desde que su madre ha muerto. La mariposa parece cómoda en ese lugar, ajena a todo el dolor que invade el cuerpo de la joven muchacha. Agita sus alitas una vez más, e inicia un suave planeo para ir a posarse ésta vez en el hombro de la chica. Rowena observa fascinada la pequeña cantidad de brillante polvito que la mariposa ha dejado en su largo y negro pelo, lo que lo hace brillar de forma especial, más incluso de lo habitual. ¿Qué sustancia compondría aquel extraño polvo? ¿podría volar sin él la mariposa? Tiempo atrás Rowena había leído en uno de los maravillosos libros traídos por su padre que era el polvillo soltado por las alas de las mariposas lo que las hacía volar… quizá si tomara un poco del mismo e hiciera experimentos, podría encontrar un modo de que las brujas y magos… volaran. Pensó en los viejos cachivaches de su padre, escondidos en la más remota profundidad del bosque… solían frecuentar ese lugar cuando ella sólo era una niña, él le enseñaba poderosas fórmulas alquímicas de increíbles y milagrosos resultados… él era uno de tan pocos mortales nacidos con el don de poder jugar a ser dioses… era aquél lugar pues, escondido y lleno de magia, el único sitio que les recordaba a ambos el inmenso tesoro que tenían los hombres en su poder sólo si daban rienda suelta a su ingenio… un lugar que rara vez había pisado desde su marcha, tan sólo en las raras ocasiones en las que echaba a su padre tanto de menos que por unos instantes, llegaba incluso a perdonarlo. Sin embargo desde que su madre había enfermado, Rowena se había jurado a sí misma no regresar a ese lugar que tan bellos y a la vez desesperados recuerdos le traía.
Rowena se estira para alcanzar su varita, su mente trabajando a toda velocidad por vez primera desde hace lo que le parece una eternidad. Se juró no regresar mientras su madre estuviera enferma, pero… ¿qué importaba ya? ¿qué importaba ahora que su madre se había marchado para siempre, allá donde ningún dolor podía alcanzarla jamás? Quizá pueda volver a ese lugar, todavía imbuido de la etérea presencia de su progenitor… Se convence de volver, quizá ésta vez en la que su mente parece fluir tan libremente pueda hallar en aquel místico lugar las respuestas que tanto tiempo lleva buscando, y se da cuenta de que es la primera vez que logra mitigar ligeramente su dolor desde la muerte de su madre. Apresurados pasos corretean por el piso inferior, pero Rowena está concentrada en sus ideas, ajena al posible peligro, ajena a todo lo demás.
El dueño de los presurosos pasos se presenta en su habitación sin siquiera pedir permiso para entrar. Su expresión agita el corazón de Rowena, haciéndole sentir por vez primera algo, desde hace tres días, o quizá, para ella, mil años.
- Rowena.
El muchacho observa el hermoso rostro de la joven a la que ama, con el corazón en la mano. Una belleza tan pura y al tiempo exótica como la de Rowena, una belleza exquisita e inteligente que lo deja sin aliento cada vez que la contempla, una belleza e inteligencia que tantos rumores malignos había traído, alimentados por la envidia. El muchacho hace un rápido repaso visual de la habitación, una vez comprobado que su amada no corre peligro, al menos no inminente.
El catre deshecho, y algo revuelto, por todo lado pieles de animales esparcidas. Ningún cazo, tazón, resto de agua o comida ni aquí, ni en la cocina previamente inspeccionada. Cientos de libros abandonados a los pies de la cama de la muchacha extremadamente pálida y de pelo revuelto que le devuelve una alarmantemente inexpresiva mirada, anteriormente tan llena de vida.
Su largo, sedoso y brillante cabello negro ya casi ha perdido el brillo, y yace a ambos lados de su rostro enredado y desmadejado, sin cuidado alguno. Sus grandes y brillantes ojos claros no son tan vivos como siempre, y se muestran hinchados, enrojecidos y cansados, unas marcadas y oscuras ojeras los enmarcan y Mervin se pregunta cuánto tiempo llevará Rowena sin dormir, cuánto tiempo sin vivir…
El amor de su vida no contesta, y él se lanza a su encuentro, salvando sin demora la escasa maldita distancia que los separa. Y la abraza con fuerza, hace de su dolor su propio dolor, y le besa el pelo, acaricia su cara, la mece en su pecho. Es consciente de lo extremadamente delgado que está su siempre esbelto cuerpo, y se siente culpable de no haber estado ahí para ella.
Rowena cierra los ojos y deja escapar por primera vez las dolorosas lágrimas que llevan enterradas en su cuerpo desde que sus propios sentidos la traicionaron, avisándole de que su madre se había apagado… Mervin ha vuelto, y es por primera vez verdaderamente consciente del horrible dolor que supone la pérdida de su madre, su apoyo en su vida. Es la primera vez que alguien la abraza desde entonces, es la primera vez que siente contacto humano, y se derrumba. Aquel muchacho que siempre estuvo allí para ella, aquel chico alto y apuesto que desde niña fue su apoyo incondicional… está allí, para ella, por fin.
Mervin no le pregunta cómo se encuentra, ya conoce la respuesta. Toma su barbilla con delicadeza, levanta su mirada para que se encuentre con la suya.
-No debería haberme marchado, no, estando tu madre enferma- resuelve, y sin previo aviso alza a la muchacha entre sus brazos. Lleva a Rowena hasta la planta de abajo, donde acomoda un lugar donde acostarla entre cálidas y confortables pieles traídas desde su hogar a propósito. No está dispuesto a separarse de ella ni un solo segundo. La arropa besando su frente mientras intenta secar con besos y sin éxito las lágrimas que recorren sus sonrojadas mejillas.
Rowena sabe que él no tiene la culpa de nada. Mervin, su eterno apoyo, su amigo, su consejero, y desde hacía ya algún tiempo… su alma gemela, él siempre había estado con ella, siempre la había apoyado, siempre ayudándola a buscar a su padre, aunque sin éxito por el momento. No era culpa del muchacho que su padre y tío lo hubieran obligado a hacer un largo viaje de dos semanas por el sur de Inglaterra con intereses mercantiles , y que nada más llegar se hubiera enterado de la muerte de su madre. Lo que Rowena no sabía es que Mervin traía renovadas noticias, que no contaría por el momento. No hasta ver la vida volver a los ojos de la muchacha.
Mervin aprieta la mano de Rowena y se la lleva a los labios, la besa, en sus ojos la promesa implícita de que todo va a estar bien. Sale un momento al exterior de la casa, donde su obediente corcel espera a su amo, con las alforjas llenas de provisiones. Mervin toma huesos de cordero y pollo, un especialmente jugoso trozo de ternera, y todo tipo de verduras y hortalizas, y ya en la cocina, comienza a preparar un caldo. En otro cazo prepara unas especialmente espesas gachas de avena sin perder de vista ni un solo segundo a Rowena. Llena una taza de agua fresca y se arrodilla frente a la muchacha, a quien ayuda a incorporarse. Lleva la taza hasta sus labios, pero ella se niega con vehemencia.
-Rowena- insiste, y ella cede, incitada por el tono de preocupación que la voz del muchacho acusa.
-Despacio- recomienda él, y Rowena agarra la taza con ambas manos, bebiendo lentamente, sintiendo incomodidad por cómo el frío líquido golpea las paredes de su vacío estómago. Las gachas están listas, y Mervin se las ingenia para llevar a Rowena hasta la mesa y sentarla, arropada aún en sus mantas. Sirve una abundante ración en el cazo anteriormente utilizado para el agua, y se las ofrece con una cuchara de madera.
Rowena acepta a regañadientes, sabe que será inútil discutir, pero también sabe que su estómago no resistirá demasiado alimento, al menos por el momento. Comienza a tragar con deliberada lentitud su ración, y para cuando ha terminado, tiene un humeante tazón de caldo caliente esperándola.
Mervin sonríe tímidamente, el nudo de su pecho ha comenzado a aflojar desde que Rowena ha comenzado a alimentarse.
Rowena bebe, nerviosa por el implacable escrutinio silencioso al que el muchacho la somete. El caldo es como un bálsamo que la hace sentirse mejor de lo que recuerda haberse sentido nunca, y un agradable y cálido estado de letargo comienza a acunar su cuerpo. Poco a poco el persistente insomnio, la calidez del alimento y la seguridad traída por Mervin comienzan a hacer efecto en su agotado cuerpo, y se rinde a los brazos de Morfeo.
¡Hola a todos! ^^ esto es sólo una prueba... nunca he escrito acerca de la edad media, ni sobre los fundadores, fue una idea repentina, y dependiendo del éxito que coseche y mi inspiración, continuaré o no la historia... de momento tendremos uno (o dos capítulos) por fundador, y ya los mezclaré a todos en su encuentro. Espero que guste y plis! agradezco muchísimo los comentarios.
Besitos! ^^
