Schwarzbier

La botella mecía entre sus dedos morenos.

–Me preocupa que estés solo –Los aros se quemaban crujiendo entre respuestas.

–Lo dices como si no lo estuviera antes.

–Sabes a lo que me refiero –Su voz agravó. –Necesitas algo, alguien.

–No necesito nada, Marik –Ninguna bocanada, sólo crujidos.

–La soledad te sienta mal.

–Me gusta mi vida así –El cigarro dio contra el piso, la mirada violeta reventó el fuego bajo su pie. Un gesto cansado nació, una sonrisa chueca.

–¿Absorberte en el trabajo cual maniaco y dejarte coger por una cerveza? –Su sonrisa creció. –Eso me cuesta a mí, ¿no?

De golpe las piernas de Atemu se tensaron lo suficiente para levantarse.

–No lo digo por eso, Atemu –Por primera vez en toda la noche, la voz del antiguo cuidador de tumbas poseyó un tono terso, casi paternal –Lo sabes.

–Vete a la mierda.

–No te hagas esto –Entrecerró sus ojos. Le contempló por un instante, sentado sobre la orilla del sillón, con el cabello despeinado y oscuro cayendo en sus hombros, los ojos rojizos hirvientes y los labios comidos por sal y mordiscos ¿Cuántas noches no cruzó el abismo queriendo sentir que le contenía de saltar la orilla? –Necesitas a alguien –.Tomó un suspiro. No volvería a frenar sus pasos, tampoco contemplaría ese abismo latirle bajo la noche. Bebió de un pozo sin fondo. –Ya no podemos jugar con esto… Él, él realmente –Nunca pudo terminar las palabras.

–No tienes por qué darme explicaciones. Ambos sabíamos que esto pasaría en algún punto –El fuego quemaba con una oscuridad inquietante en sus ojos. –Tienes lo que buscabas –Cerró sus ojos y súbitamente se deslizó. Se levantó, tomó un sorbo a la cerveza y contempló un instante el rostro moreno que conocía mejor que el suyo. Sonrió sinceramente, sin el sarcasmo o la ironía que acostumbraba ocupar sus labios, una vieja melancolía le nació en el rostro. Jamás aprendió a mentir, que desgracia. –Se feliz. No lo arruines –Silenciosamente colocó la botella sobre la mesita que descansaba entre ellos. Sus manos se condujeron a sus bolsillos. Con delicadeza sacó una cajetilla nueva que brillaba Lucky Strike y un encendedor verde neón. Colocó todo sobre la mesa. Una extraña ternura pareció fugar un instante, después, sus pasos reconocieron el camino de salida. Sin mirar los violetas ojos de Marik, a pesar de sentirlos sobre su cuerpo, dio la espalda y comenzó sus pasos.

–Lo siento.

–Ya –Su mano despidió con un gesto flojo –Yo entiendo.

–Perdóname en alguna vida, Seshen.

Los pasos se detuvieron y por primera vez en su vida, Marik sintió el arrepentimiento de una frase. Hubo algo oscuro que se filtró, algo antiguo que revivió por un instante y que se alejó de sus dedos. Sintió que el hombre que conocía había desocupado el cuarto.

–Nos vemos. –Una voz muerta despidió su cuerpo y una puerta que al cerrar no pudo romper el silencio.

Cuando vuelva a sentir el llanto


Caminó por el departamento. Un vaso temblaba entre sus dedos. Intentaba pensar cuantos años habían pasado, ¿dos?, ¿diez? Jamás ocupó en cuidar el tiempo, pero repentinamente parecía que era demasiado. Había estado con él durante años, ahí, en la cama, en las mesas, cientos de veces junto a él, con otros, en silencio. Marik había sido lo más cercano que había tenido a una pareja desde…

Él.

Ojos azules parpadearon en su memoria. Un grito frustrado reventó en sus brazos. Alas agitadas que golpearon todo a su paso. Un sonido de cristal estalló en el piso.

Aroma a cerveza amarga. Labios salados que fueron suyos.

Sollozó. Prendió la luz y caminó por el departamento.


N/A: Gracias por leer.