Salí de la cocina, sosteniendo la charola con ambas manos. El cuerpo me temblaba, no por el intenso frío que siempre hacía aquí, ni siquiera por el miedo que el señor Iván me daba.
Parecía un milagro que los hielos y la botella de vodka siguieran sobre la charola y no en el suelo. Tenía que apresurarme, sino nuevamente me castigaría después de que las visitas se hayan ido, pero este dolor tan intenso en las muñecas no me dejaba seguir camina…
- ¡AH!
Mi gritó resonó por la inmensa mansión. Por suerte la botella no se había derramado pero todos los hielos cayeron dispersos por la alfombra de color carmín que cubría cada metro cuadrado del lugar.
- ¿Fpero fqué…?
Vi la cabeza del señor Alfred asomarse por la puerta donde yo me dirigía. Sentí una especia de consuelo, hasta que seguido de él apareció el señor Yao junto con el señor Iván. Agaché la cabeza y mis manos temblorosas juntaron las ultimas fuerzas que les quedaban y comenzaron a recoger cada pedazo de frío solidificado con la yema de los dedos, sintiéndome mas patético de cuando la vez en que el señor Iván me obligó a cocinarle desnudo a media noche, únicamente con ese diminuto delantal blanco y a mitad de una tormenta de nieve.
El señor Alfred tragó el ultimo pedazo de la hamburguesa casera que le había preparado escasos minutos antes. Anduvo hasta mí, seguido del señor Yao. El señor Iván se contuvo a mirarme con esa infantil sonrisa de oreja a oreja y yo me estremecí, maldiciendo ese dolor que me carcomía hasta los huesos y obligaba a desahogarme con lágrimas en ese mismo instante.
- ¡Ahhh~! ¡Toris! ¡Mira cuantos hielos! –exclamó con ese aire de preocupación despreocupada. Irónico, lo sé, pero no había otra forma llamarlo.- ¡Me hubieras dicho y Arthur con gusto te ayudaba! ¡Le ando enseñando la forma en poder ser un Hero como yo!
- ¿Eh-aru? –el otro tenía algo que le servía para molestarlo- ¿Desde cuando dejas a Arthur ser un "héroe" también-aru?
- ¡Desde el momento en el que tú e Iván quisieron ser uno, comunista bastardo!
-…
El labio me tembló. Por primera vez disfruté que mis oscuros cabellos me taparan la cara y así pudiera seguir llorando en silencio, como siempre lo hacía desde el momento en que llegué aquí. Seguí escuchando la riña chino-americana y terminé de levantar los hielos. Por suerte, ninguno se había descongelado y no tenía la necesidad de molestar a Raivis o Edward para que me ayudaran a limpiar la alfombra. Me incorporé con cuidado esta vez, pero la charola continuaba con quererse caer de mis manos nuevamente.
- ¡Ten cuidado-aru!
La ultima persona de quien quería su lastima me había ayudado a detener la caída de la charola. Entre ese silencio atorado dentro de mi garganta, mis cristalizados ojos esmeraldas se cruzaron con los del señor Yao, quien se quedó atónito al sentir las heridas abiertas debajo de los vendajes que cubría el saco de mi ropa. Aunque lo miraba hacia abajo, esta vez él se encontraba en un lugar tan alto.
- ¡Yao!
La dulce voz del señor Iván le llamó y los lagrimones cubrían mis mejillas. La botella de vodka cayó encima de su ropa y me sentí otra vez de la manera más fatal que pude haberme imaginado.
- ¡Mh-mm! Toris ha estado un poco distraído los últimos días. Espero que disculpen su mal comportamiento…
- ¿Distraído? –se cuestionó a si mismo el señor Yao, dando un paso dirección contraria a mí, justo cuando el señor Iván lo tomó por la cadera y lo atrajo hacia él, obligándolo a olvidar lo que había sentido escasos segundo antes
- …En especial tú, Yao… jeje –y soltó una de aquellas risitas tiernas que alguna vez llegué a escuchar entre susurros cuando platicábamos justo antes de que me lo hiciera en mi habitación
- ¡You're right, Yao! –y el señor Alfred chasqueó los dedos y estuvo por deducir lo que realmente me pasaba- ¡So, Toris…!
De pronto escuchó un grito del señor Arthur y corrió a su ayuda. Seguro que el señor Francis ya comenzaba a hacer de las suyas en la sala. Así que yo me quedé únicamente con el señor Iván, quien comenzaba a susurrarle un par de cosas en ruso directo al oído, sin importarle que yo entendiera perfectamente todo lo que le decía. Él se sonrojó y le dio un pequeño codazo en las costillas, para luego soltar unas pequeñas risitas acompañadas por las del otro.
- Pero, Toris… Seguro que tendrás algo que prestarle a Yao, ¿no es así?
- No tiene por qué-aru –respondió- Traigo una muda extra-aru. Además-aru, esto no fue su culpa-aru
- Jaja –volvió a reír y sentí su fría mirada recorrerme de pies a cabeza- De todos modos, Toris y yo hablaremos sobre qué pasa muy pronto, kolkolkol~
No podía resistir un segundo más así. Él me mataría. El señor Iván lo haría esta noche, después de que todos se hubieran dormido, como ya era costumbre. Pero tal vez y tendría un poco de suerte, porque como el señor Yao se encontraba aquí, lo más probable era que ambos…
- ¿Toris-aru? ¿Te encuentras bien-aru?
- Regresemos de una vez, Yao
Por suerte escuché a Edward y Raivis bajar por las escaleras y correr por mí... Esta vez si que los necesitaba.
~ Ashes & Snow ~
Por Berseker.
- ¡No me digas, nene! ¡Mis ponies tratan de robarme el postre! ¡O sea, como que no me cuelgues!
Gracias a Dios había amanecido. Salí de bañarme y, después de cambiarme los vendajes de la espalda con ayuda de Edward, decidí hacerle una llamada a Feliks. Me preocupaba que el señor Iván se apareciera por nuestra habitación, pero después de ayer dudaba mucho que se levantara temprano para dar sus paseos matutinos y pedirle a Raivis o a mí que lo acompañáramos para recoger unos cuantos girasoles al campo.
El pequeño de mis compañeros regresó a la habitación y se dejó caer directo a su cama. Edward se aparecía con una toalla en mano, seguro iría a darse un baño de la misma forma que yo. Andaba con una extraña aura de tranquilidad. Algo en verdad raro dentro de esta casa, puesto que la tensión era lo que nos abrigaba y nos detenía para seguir hacia delante.
- ¡Ah~! ¡Es un alivio que el señor Iván no esté por las mañanas! –exclamó Raivis, quitándose el mandil de su pequeña cintura- Seguro que salió a dar un paseo junto a los demás
- Tienes razón, pero… -el mayor volteó a vernos a ambos- ¿Qué no alguno de los dos tiene que acompañarlo? –preguntó, recordando lo agraciado que era por resultarle molesto al ruso- En fin, tal vez y hoy se levantó de mejor humor, jaja… Ya vuelvo –y se desapareció directo a la ducha
- Edward tiene razón… -suspiró- Ojala y no regrese molesto –le rogó a Dios. En ese momento escuché a esos ponies relinchar por la línea- ¿Y dime, Toris, como te encuentras de tus manos?
- ¿Ehh? ¿No como que la hermana de ese cerdo ruso te las había roto ya?
Feliks llegó en el peor momento. Sabía que el señor Iván me maltrataba junto a los demás, pero yo nunca le daba aviso sobre las condiciones en que me encontraba. Esperé a que alguno de sus animales rosados volviera a llevarse su almuerzo y olvidara rápido lo que Raivis dijo.
- ¡¿Obvio nene que me vas a responder, no?! ¿No como que los dos tenemos una relación tan pero tan irreal de amigos? –me dijo, con su voz chocante mientras comía un bocadillo que había logrado rescatar- ¡Santo cielo, Toris! ¡¿Si cada vez que nos vemos no como que nos quedamos despiertos para hacerlo con la luz prendida?! ¡¡Totalmente!!
- A-Ah… ¡E-Eso es otra cuestión! –pero la voz chillona había logrado colarse por todos los cercanos oídos bálticos, aun cuando tratara de tapar la bocina
- ¡¿Eh?! –Raivis saltó de la cama y se me quedó viendo sorprendido al igual que Edward se asomaba con restos de espuma en el cabello por la puerta del baño
- ¡T-Te llamo luego! –y colgué, ruborizado de las mejillas de color rojo- ¡C-Chicos, c-creo que iré a buscar al se-señor Rusia!
No quise quedarme a dar más explicaciones sobre lo que hacía y no debía hacer. Tomé mi saco de color blanco y la bufanda que el señor Iván me había regalado el día de mi llegada a la Unión y salí de la mansión. A penas si me había dado tiempo de secarme el cabello y este brillaba con la luz que atravesaban las nubes. Me detuve un momento a pensar si sería correcto que fuera o no donde el señor Iván, pero si ya había llegado hasta aquí pensé vagamente que le alegraría verme a su lado sin que me hubiera obligado.
Sonreí y apresuré mi paso. En mi transcurso llegó frente a mí un mensajero desde mi casa, con un recado urgente que debí haber atendido de inmediato pero yo tuve más ganas de continuar mi camino que quedarme a escuchar. Me excusé diciendo que tenía prohibido reunirme con varias personas de nuestro país y que en cuanto pudiera me reuniría con ellos.
Cuando me deshice de ellos fui hasta el campo donde solíamos cortar, el señor Iván y yo, unos cuantos girasoles para la mesa principal y su habitación. Algunas veces realizábamos pequeños picnics donde servíamos vodka y comíamos bocadillos fríos para acompañarle, y finalmente el señor Iván terminaba por traerme de regreso cargando y lo hacíamos en su habitación sino era que me lo hacía en medio de todas esa flores antes de volver.
Me sonrojé. Me sonrojé tanto por recordar tales cosas, pero ya había llegado al fin a donde los demás. Subí un par de metros hasta llegar a la cima de la aquella verde loma para ver esos hermosos campos con los que el señor Iván me había confiado que soñaba todos los días.
- Ah… -jadeé un leve momento, tratando de recuperar la respiración en medio de este frío abrumador- Señor Iván… ¡Señor Iván!
Y repetí con todas mis fuerzas su nombre, pero nadie contestó.
Pensé que se encontraría en este lugar que estaba aún más vacío que ese sentimiento que se encargaba de torturarme día y noche.
De pronto, aquella escena que calentaba mi piel se desvaneció de un segundo a otro. Esos gemidos que debieron salir de mis labios, gritaban de la boca de otro por que no se detuviera y esas finas manos donde no se encontraba ninguna herida ni maltrato se aferraban a la espalda de ese hombre que era más que cualquier señor al que le pudiera servir.
Retrocedí un par de pasos hacia atrás. Mi vista no dejaba de separarse de aquel par y entonces solté un mar de lágrimas y desaparecí entre la verdura del pasto hasta llegar a la entrada de la casa. Las lágrimas no se detenían. Seguían fluyendo y pude ver por la ventana a los otros dos realizando el quehacer del día. No quise entrar, sin embargo, necesitaba usar el teléfono.
Entré sin ser visto por la demás servidumbre. Corrí al pasillo donde el teléfono se encontraba y marqué con desespero directo a mi demás gente. No tardaron en contestar. Simplemente avisé que estaría con ellos en un par de días. Colgué y volví a marcar otro número que desde la mañana había tocado. Esperé un par de segundos y logré divisar sus quejidos entre los de sus jefes.
- ¿Ahh? ¡Obvio que voy a preguntar quien es! ¡¿No como que sería totalmente irreal que cayéramos en manos de ese cerdo soviético?! ¡O aun peor! ¡Que ese fornido macho traga patatas volviera a gritarme todo lo que me envidia, dios mío! –lo oí chillar contra un superior suyo- ¡Nene, habla Feliks! ¡¿No como que me dices tu nombre, ya?!
- Feliks…
Mi voz se escuchó casi sin fuerzas. Me contuve el llanto con una mano. Traté de recuperar las palabras en un par de segundos y volví a hablar.
- Por favor, ¿me podrías esperar fuera de tu casa?
* * *
