Aquél que me sostuvo en sus brazos

PruePhantomhive

O—

(Disclaimer)

Los personajes y escenarios de Teen Wolf pertenecen a sus respectivos creadores y son usados en ésta historia sin fin de lucro.

(Resumen)

Stiles y Derek tenían la relación perfecta, hasta que la casa Hale se incendió y Paige reapareció. Años después, cuando la distancia entre ellos no ha sido suficiente para borrar el espectro del pasado y Stiles está al tanto de lo sobrenatural, comienza a entender los motivos que Derek pudo tener para dejarlo de lado, aunque eso no significa que vaya a perdonarlo… fácilmente.

—O—

And is it worth the wait,

All this killing time?

Are you strong enough to stand,

To protect your heart and mine?

Who is the betrayer?

Who is the killer in the crowd?

The one who creeps in corridors,

And doesn't make a sound?

—O—

Capítulo 1

Parte 1

—O—

Está sentado al fondo de un pequeño restaurante mexicano, escondido en una callejuela cercana a su departamento, en Stafford. Lleva un rato con un tic nervioso en el pie que lo obliga a golpear, ruidosamente, el suelo color crema con el costado del zapato y otros comensales comienzan a verlo con mala cara, pero mentiría si dijera que no está acostumbrado, por lo que le es sencillo ignorarlos.

En las paredes blancas hay decoraciones navideñas: guías de luces apagadas, porque es medio día y el sol que se cuela por las ventanas —cerradas, ya que el frío ha sido algo despiadado éste año— basta para iluminarlo todo sin hacer un gasto de energía innecesario. En el mostrador a su derecha, a varios pasos de distancia, se encuentra un pequeño árbol navideño artificial, engalanado con esferas de cristal blancas y rojas, mientras que, en cada mesa de la estancia hay pequeñas macetas de cerámica con Noche Buenas, cuyos colores varían entre blancos, amarillos y rojos.

Son flores hermosas y, por eso, comete la estupidez de empinarse para olisquear la que adorna su sitio, de un intenso color rojo brillante, y, en el proceso, casi derriba su bebida; consigue mantener el vaso de pie en el último segundo, aunque una ola de agua saborizada le baña el dorso de la mano, haciendo que se le pongan las mejillas rojas al darse cuenta de que Valentina, la chica que atiende, lo observa desde el otro lado de la sala, mientras toma la orden a una mesa recién ocupada, con una sonrisa brillante en los labios que no puede esconder, aunque, obviamente, quiere.

Desde la primera vez que puso un pie en éste lugar, Stiles quedó prendado de ese encanto latino del que otros se quejan, porque siempre ha sido proclive a llevarle la contra al mundo. Además, a diferencia de los estadounidenses con los que convive todo el tiempo, gente como Valentina no se muestra horrorizada ante su naturaleza caótica y torpe, por lo que, casi de inmediato, iniciaron una buena amistad, aunque sospecha, gracias a ciertos comentarios hechos por sus amigos, que a ella le gustaría tener algo más —prefiere prestar oídos sordos a esa clase de insinuaciones, porque, bueno…—.

Está limpiándose la mano con una servilleta cuando un cuerpo se desploma en la silla de enfrente, sobresaltándolo. Levanta los ojos y se encuentra con el rostro, sonrojado y parcialmente oculto por una bufanda, de Eli, que se desenvuelve como una momia, doblando la prenda de estambre azul antes de arrancarse los guantes y colocarlos descuidadamente en la mesa.

—Siento llegar tarde —comenta, con esa extraña entonación que heredó de su madre, una mujer italiana que nunca se preocupó lo suficiente por cambiar su forma de hablar al casarse con un americano y venir a los Estados Unidos.

No hay Ashley colgando de su brazo ésta vez y Stiles lo agradece, porque la chica puede ser ligeramente estridente —y eso, viniendo de alguien como él, debería ser una señal de alerta para la novia de su amigo—.

—Naah, está bien —responde, suspirando sin querer.

Eli enarca una ceja y luego sonríe, burlón, pero comprensivo.

—Estás para nada entusiasmado por ir a Beacon Hills a ver a tu viejo, ¿cierto? —Comenta, haciendo la maceta de la Noche Buena a un lado para poder verlo a la cara sin que las hojas se interpongan—. Otra vez —agrega, impertinentemente.

Pedazo de cretino.

Stiles siente el estómago revuelto al mismo tiempo que se encoge de hombros. Los pocos tragos de agua que logró beber antes de echársela encima se agrían en su estómago y los siente subir por su garganta, provocándole acidez.

Ama a su papá con locura, pero, desde lo que ocurrió hace seis años, su relación ha estado desbalanceada, así que tiene que prepararse, mentalmente y con anticipación, cada fin de año ante la idea de volver a su ciudad natal y convivir con… sus fantasmas.

Todo el mundo tiene esqueletos en el armario, pero los suyos no son precisamente metafóricos y, cuando trató de explicárselo a su padre, el hombre lo miró con una lástima que, hoy en día, sigue causándole pesadillas. Por eso, en cuanto Rafael McCall le prometió que haría algunas llamadas para agregarlo al programa de agentes novatos del FBI — ¿quién lo habría pensado? Toda su vida creyó que el padre de su mejor amigo era un imbécil y, de la nada, muestra semejante generosidad sólo para tener a Scott comiendo de la palma de su mano una vez más—, empacó sus maletas y se marchó sin mirar atrás.

Noah, con quien no lo discutió previamente, se mostró herido, incluso fastidiado, pero también aliviado al tenerlo lejos y, vaya —¡vaya!— que eso dolió, como todo lo demás esos últimos meses que estuvo en Beacon Hills.

Abre la boca para soltar una justificación, pero no puede, porque Valentina se acerca, libreta de notas en mano, y los contempla con ojos resplandecientes. Su cabello es espeso y castaño cobrizo; suele llevarlo atado en una apretada trenza francesa que nace en lo alto de su cabeza. No acostumbra usar maquillaje, a excepción de lápices labiales de tonos suaves y, cuando sonríe, se forman hoyuelos en sus mejillas que le confieren un aspecto agradable.

— ¿Listos para ordenar? —Pregunta, la mirada fija en Stiles, quien decidió esperar a Eli al llegar, por lo que sólo pidió algo para beber.

Su amigo le patea la pierna por debajo de la mesa y, ay, por Dios, no.

No es precisamente homosexual, porque toda su vida, hasta que Derek Hale impactó, literalmente, contra ella —like a wrecking ball—, se creyó enamorado locamente de Lydia Martin, pero, si declararse abiertamente gay es lo que necesita para que sus amigos dejen de hacer ésta clase de cosas, va a salir del closet de nuevo… aunque, en ésta ocasión, sin un hombre de metro ochenta y tres de estatura, con los ojos más hermosos del universo y una voz que pondría en vergüenza a cualquier presentador de radio, a su lado.

La depresión lo toma por el cuello y se quiere ahogar, con la cara sumergida en el plato más hondo de pozole rojo que pueda encontrar —si bien el verde sería más saludable—.

Eli termina pidiendo lo de siempre para los dos y Valentina se marcha, dejando una vaharada de su perfume detrás.

—Estás ciego, ¿cierto? O eres estúpido: ella quiere contigo y pronto se le acabarán las ideas para demostrarlo. Yo, en tu lugar, me apresuraría a dar el primer paso e invitarla a salir —le dice, sonando como una madre regañona.

Entorna los ojos y siente el corazón danzando erráticamente en su pecho.

Nope.

Eli lo mira con el ceño fruncido y la decepción se muestra en toda su cara.

Él, en cierto sentido, es como Scott y, tal vez por eso, se llevan tan bien desde que se conocieron: es un tipo de un solo amor y, en los seis años de convivencia que han tenido, ha mantenido una relación estable con Ashley —a pesar de que la mujer sea algo escandalosa (festiva, se engaña) — y, si las cosas siguen por el mismo camino, es posible que pronto tomen la misma decisión que Scott y Allison: casarse e iniciar una familia —Stiles no fue a la boda y tampoco a conocer a su sobrino, lo cual martilló un poco el cristal de su relación con Scott, quien no le habla con la misma frecuencia de antes, pero, ¿cómo puedes obligarte a ir a dos eventos en los que sabes que tu ex participará activamente y donde no serás bienvenido precisamente por eso? Puede ser algo chocante, pero no masoquista (al menos, eso es lo que le gusta pensar de sí mismo). Se siente mal por Scott, pero también un poco herido porque, bueno, cuando las cosas con Derek se fueron al caño, Scott decidió no tomar partido y siguió conviviendo con los Hale como si fuera su cachorro adoptivo y Stiles pudiera irse a cocer tapioca, sin más—.

Cuando Valentina vuelve y les entrega sus pedidos, Stiles exhala, ahuecando sus mejillas con aire desanimado. Ella lo observa con los labios fruncidos en señal de pena, una ceja ligeramente curvada, y da media vuelta para volver a la cocina y ayudar a su madre, ahora que el flujo de clientes disminuyó.

Es una buena amiga, pero nada más.

Eli picotea su comida con el tenedor y lo mira, pasando saliva.

—Desde que te conozco, siempre has hecho comentarios como Derek esto, Derek aquello. Porque soy un chico listo, sé que fueron pareja y que las cosas terminaron mal, pero… ¿podrías contármelo de una vez por todas? Vamos, amigo, yo te hablé de lo que le pasó a mi papá.

Stiles se estremece. Al padre de Eli, el señor Edlund, lo atacó un oso en el bosque o, al menos, esa es la versión dada por las autoridades, porque, según sabe Stiles, las marcas de garras que se encontraron en su cuerpo diferían mucho de las que podría haber dejado un grizzli. Cuando se hacen preguntas al respecto, la gente comienza a decir cosas como entonces fue un león de montaña, tal vez un lobo, pero ellos conocen lo que en realidad pasó.

Respira hondo, llenándose las fosas nasales con el rico aroma de su comida. Toma la cuchara y la hunde en el caldo, coronado con un montón de especias que, con el paso de los años, se ha acostumbrado a ingerir con regularidad —si su relación con Noah no estuviera tan tensa, quizá podría convencerlo de agregar algo de esto a su dieta, que Stiles se ha visto en la necesidad de ignorar por mera vergüenza, no por indiferencia—.

Estas últimas semanas ha estado pensando mucho en Derek, en los Hale, en el incendio, en Beacon Hills… se pregunta si se trata de alguna clase de señal.

Se lleva la cuchara a la boca, engulle y luego se toca el cuello con incomodidad. Desde que Eli llegó al restaurante, dos mesas cercanas se vaciaron, por lo que ahora son los únicos clientes en la zona de atrás, con un lago de sitios vacantes entre ellos y la otra mesa ocupada —porque sólo la gente osada sale al mundo con éste clima en fin de semana y ellos son de esos—. Respira un par de veces antes de limpiarse la boca con la servilleta y clavar la vista en el mantel blanco.

No ha mantenido silencio sobre su pasado porque así lo quiera, sino porque le cuesta trabajo hablar al respecto, pero supone que es el momento, sobre todo por ese hormigueo de ansiedad que le recorre la espalda desde que Noah lo llamó, hace semanas, para preguntarle si iría a la ciudad para festejar con él —¿festejar qué? Quiso preguntar, pero no tuvo el valor suficiente para hacerlo—.

—Uhm —empieza, tratando de ordenar sus ideas—, cuando tenía dieciséis, estaba escuchando la señal de radio de la policía en un aparato que tomé prestado de la oficina de mi papá —de inmediato, se ve sacudido por un estremecimiento, porque las imágenes vienen a su cerebro como si hubiera ocurrido apenas ayer—. Un oficial reportó que un corredor había encontrado un cadáver en el bosque y yo nunca había visto uno, así que… —se encoge de hombros, aunque se siente profundamente avergonzado al recordar su emoción ante la perspectiva de ver a una persona que recientemente había perdido la vida. Puede culpar al TDAH por su imprudencia, pero eso no significa que se haya perdonado (es decir, si él hubiera sido el muerto, lo habría ofendido mucho que un adolescente enloquecido por anfetaminas se mostrara tan entusiasmado ante su deceso) —. Traté de convencer a Scott de acompañarme, pero él estaba terco en ejercitarse para tratar de conseguir una mejor posición en el equipo de lacrosse de la escuela, así que me marché. Me sentí molesto, ¿de acuerdo? Así que decidí ignorar su petición de volver a casa y fui al bosque.

Pasa saliva y mira la pared, donde una guirnalda navideña resplandece con colores verdes, rojos y dorados. Es parecida a las que su madre solía colocar en el barandal de las escaleras. Tras su muerte, tuvieron que pasar varios años antes de que Stiles pudiera sonsacar a Noah para volver a decorar la casa como cuando Claudia estaba con vida.

Eli lo escucha con atención, intentando mostrarse respetuoso ante su historia, como Stiles procuró hacer cuando le dijo la verdad sobre la muerte de su padre.

»—Me alejé lo más que pude del equipo de búsqueda de la policía, porque, si mi papá me encontraba, habría sido malo: terminé perdiéndome y, al final, tuve que dejar de preocuparme por el cadáver y empezar a hacerlo por cómo demonios iba a salir de la Reserva, ya sabes: hay lobos, coyotes y otros bichos por ahí, así que, meterme en esa situación quizá no fue la mejor de mis ideas.

»—Estaba empezando a desesperarme, cuando escuché un escándalo cercano y, por un segundo, creí que mi papá me había descubierto, con ayuda de la unidad K-9. Podía oír gruñidos de animales acercándose cada vez más, así que, lógicamente —sonríe, con las mejillas encendidas—, eché a correr lo más rápido que pude, pensando que, si conseguía salir del bosque en algún momento, tendría la oportunidad de volver a casa y meterme en la cama para engañar a papá y fingir que nunca intenté hundir la nariz en su caso.

Eli ríe y Stiles repite el gesto, aunque los escalofríos no se han ido. Juega con su cuchara y, aunque el estómago le gruñe de hambre, no puede seguir comiendo. Los recuerdos le causan suma incomodidad. Comienza a revolver el contenido del cuenco, que desprende exhalaciones de humo aromatizado.

»—De la nada, algo saltó sobre mí y me derribó, tan fuerte, que me golpeé la cabeza contra el suelo y comencé a sentirme mareado. La cosa me giró y resultó ser un hombre, enloquecido y de ojos azules. Algo como, súper azules —hace una mueca, porque no tiene idea de cómo explicarlo mejor. ¿Una alegoría de luces navideñas, quizá? Eli mueve la cabeza de arriba abajo y le hace un gesto para que continúe: tiene la boca llena y manchada de crema, pero no se ha dado cuenta—. Levantó una mano y vi garras puntiagudas brillando en la oscuridad, ¿cómo las del guante de Freddy Krueger? —Eli asiente para darle a entender que lo sigue, porque es peor que Scott: si éste no ha visto Star Wars, Eli tiene suerte de haber visto Home Alone—. Pensé que era el final de mi pesadilla en la calle Elm, cuando, de la nada, otra persona chocó contra el sujeto y me lo arrancó de encima —una sonrisa boba se dibuja en sus labios y, cuando se da cuenta, trata de contenerla, sin éxito. Comienza a sentir dolor en la boca del estómago, porque el recuerdo es demasiado intenso—. Mi héroe no era nadie más que Derek Hale, el hermano mayor de mi compañera de clases, Cora.

Eli se carcajea y Stiles se siente abochornado, porque se conocieron de la peor forma posible, pero, en aquél entonces, fue increíble: ver a Derek, en medio de la bruma de su cabeza sangrante, someter al hombre desquiciado — ¿gruñéndole?— y alertar a las autoridades de su presencia.

Noah se mostró bastante impresionado con Derek… y decepcionado con Stiles, pero, de alguna manera, verlo herido ayudó a que su castigo sólo fuera perder las llaves del Jeep un mes y tener que caminar a la escuela, con la cola entre las patas.

Graciosamente…

—Derek lo escuchó castigarme —continúa—, así que, para mí sorpresa, dos días después (cuando me dijeron que ya no corría peligro de vomitarle a alguien encima debido al golpe) se presentó temprano en mi casa, manejando ese sueño húmedo de Camaro que tiene, diciendo que estaba ahí para darme un aventón.

Eli hace un gesto elocuente con las cejas y es el turno de Stiles de patearlo por debajo de la mesa. Cuando ya no puede soportar la mancha de crema en la comisura de su boca, toma una servilleta y se la estampa en la cara sin cuidado. El hombre se la arranca de los dedos y termina el trabajo.

»—No fue tan divertido, porque Cora iba con él y, todo el camino, fingió tener arcadas en el asiento del copiloto (pero Derek me dejó en claro rápidamente que es muy bueno ignorando a sus hermanas) —se encoge de hombros y se anima a comer un poco más.

Cuando su estómago se lo agradece con un gruñido de aprobación, decide concentrarse en eso un momento, así que pasan un desfile de segundos en silencio hasta que puede retomar el hilo de la conversación, decidiendo qué más decir y qué no.

—Ahm, digamos que se volvió una rutina. Tenerlo todos los días pasando a recogerme —Eli repite el gesto de las cejas, de forma más sugerente, y, ésta vez, Stiles se asegura de que la patada en verdad le duela: cuando emite una queja demasiado fuerte, que atrae las miradas desaprobatorias de los otros clientes, Stiles se siente un poco culpable, pero no demasiado—. Y, ¡gracias a Dios!, Cora comenzó a compartir el auto de una de sus amigas (no sé si por petición de su hermano), así que pronto fuimos sólo nosotros dos.

Nosotros.

Wow: es como si se hubiera autoapuñalado en el pecho.

Vuelve a hacer una pausa, ésta vez para aparentar necesitar un trago de agua, y ve a Eli distrayéndose con algo a propósito, quizá para no hacerlo sentir mal por el repentino malestar impreso en su cara.

»—Y, no sé. Supongo que desde el principio me estaba coqueteando y es un sujeto atractivo (algo así como un Superman nacido en la Tierra en vez de en Kriptón) y bastante agradable, así que, creo que comenzamos a salir —el técnicamente, nunca me preguntó si quería ser su novio y yo tampoco lo hice, porque sólo asumí que él en verdad quería se queda atrapado en su garganta, con la forma de una pelota de tenis empeñada en asfixiarlo—. Incluso habló con mi papá para pedirle permiso de verme, porque es seis años mayor que yo y supongo que caer de la gracia del sheriff no es agradable para nadie —se encoge de hombros, queriendo restarle importancia al asunto, pero Eli ladea la cabeza, sonriendo.

A Noah no le agradó la idea al comienzo, pero, como ya estaba al tanto de que es mejor que Stiles haga las cosas de frente que a sus espaldas, cedió, no sin poner algunas condiciones de por medio antes.

— ¡Oww! —Canturrea el otro.

Stiles quiere golpearlo de nuevo, pero ¿es realmente necesario?

Se humedece la boca y suspira, sintiendo un peso viejo arrastrándose por el suelo y reptando por las patas de la silla para montarse en sus hombros y no soltarlo otra vez.

—Me presentó al resto de su familia: su mamá es una abogada muy respetada en la ciudad. Su papá es ingeniero y, en aquél entonces, trabajaba en un proyecto fuera de Beacon Hills, pero volvió hace un par de años. A decir verdad, por un tiempo creí que Talia (su madre) y él estaban separados, pero, al parecer, no es así. Tiene una hermana mayor, Laura, y un montón de tíos y primos.

Y, un montón, en verdad significa un montón.

Procura no hablarle de la abuela Florence, que nunca pareció aclimatarse del todo a él y siempre le ponía mala cara al verlo en, lo que ella denominaba con énfasis, su casa, ni de la tía Francesca, quien le dio la impresión de tener cierta convulsión nerviosa que la hacía ir por la vida tratando de olisquearlo todo como un sabueso —la primera vez que hundió la nariz en el cabello de Stiles, lo único que pudo pensar fue Gracias al cielo que tomé una ducha antes de venir—. Tampoco menciona al esposo de la mujer, un sujeto robusto con el pasatiempo de construir cosas de madera —y el anexo de perseguir a sus hijos, mellizos, tratando de convencerlos de aprender ebanistería con él—. Su nombre es James y siempre fue una de las personas más agradables con Stiles en la casa Hale, además de Ava, la esposa del tío Peter —el hombre más siniestro que ha pisado la tierra después de Caín, está seguro—.

Cuando piensa en la mujer, se siente como si acabaran de golpearlo en el hígado y tiene que agachar la cabeza para ocultar su rostro y tratar de recuperarse. Ella estaba embarazada cuando…

Tiene la sensación de que alguien le echó un cubito de hielo por el cuello de la chamarra al recordar a Mick, su hijo de cuatro años, y a Beatriz, la niña de dos. Detrás de sus párpados cerrados, puede ver con claridad la cara de Derek el día del funeral y… todo en su interior se cae a pedazos.

—Las familias grandes me ponen los pelos de punta —comenta Eli, sin darse cuenta de su pequeño colapso: desde la muerte de su padre, se acostumbró a ser sólo él y su madre, como Stiles y Noah, así que puede entenderlo.

Se aclara la garganta y trata de seguir hablando, porque sería demasiado extraño decidir, de pronto, que ya no quiere hacerlo —aunque así es—. Ahora que empezó, tiene que seguir, sólo para dejarlo salir de una vez por todas, porque han sido seis años...

Recuerda a Laura, que siempre ha sido una mujer tan excepcional como su madre, pero que, como la abuela Florence, nunca terminó de hacerse a la idea de que su hermano tuviera un novio —un tiempo, Stiles la creyó homofóbica, hasta que la oyó hablar de sus mejores amigas, una pareja de chicas, y se dio cuenta de que, quizá, el único problema para ella era él. En aquél entonces dolió, pero Derek trató de convencerlo de que a su hermana sólo le costaba trabajo abrirse con la gente. Decidió confiar en él, sólo para no sumergirse en las arenas movedizas de la inseguridad, que, a los dieciséis, son un terreno mortal—.

Piensa en Cora, la única que se acercó a él después del incendio, aunque no para hablar ni consolarlo por la repentina distancia de Derek, sino para pedirle acompañarla al bosque y ayudarla a destrozar viejos troncos de madera con el hacha que tomaron del cobertizo de los Stilinski. La memoria de sus gritos, desesperados y furiosos, le sigue taladrando los oídos hoy en día y se da cuenta de que lo mejor será terminar la condenada historia de una vez, porque es la única forma de poder dejar todo atrás nuevamente.

Se aclara la garganta y toma otro sorbo de agua para aliviar la resequedad.

—A mí también me intimidaban, pero simplemente por el hecho de que, a la mayoría, no les caía bien —acepta con una sonrisa apenada.

Verte, repentinamente, incluido en el seno de una de las familias más portentosas de la ciudad y saber que hay algo en ti que no deja que te acepten por completo es casi traumático. Visitó a Marin Morrell, la consejera de la escuela, un par de veces por ello y la mujer fue educada al tomarlo enserio —mas, claro, le pagan por hacerlo—.

Eli entorna los ojos.

— ¡Pero si eres un encanto! —bromea y Stiles se lo agradece, porque necesita ese toque de comedia para no sentirse como una porquería con su vida.

—Y ni siquiera era por mí: después, me enteré de que era porque Derek tenía… —hace una pausa que le hiela la sangre—, tiene —corrige, porque, en seis años, esa siempre ha sido una posibilidad— la peor suerte del mundo eligiendo a sus parejas y, la chica con la que salió antes de mí, Paige —no es su intención escupir el nombre, pero no puede evitarlo: no es rencoroso, pero su mente está empeñada en clasificarla como Aquella Que Destrozó Mi Vida (y, sí, sabe que está siendo algo melodramático, porque todo fue decisión de Derek, a fin de cuentas)—, lo dejó muy mal cuando rompió con él. Mal como en Cora me dijo que, por un tiempo, pensaron que se cortaría las venas —aunque no tiene idea de si la chica sólo estaba exagerando.

Eli enarca una ceja. La mitad de su plato está vacía, cuando el cuenco de Stiles sigue casi lleno, por lo que vuelve a hacer el intento de comer. Es sencillo y Eli se lo permite sin curiosear. El caldo sigue caliente, por lo que, cada vez que se desliza por su garganta, le quema las paredes del cuello, pero le inunda el cuerpo con la sensación de una vaporosa tibieza que, en medio de todo esto, necesita más que nada.

—Ese tipo de amores son un asco: ¿te hablé de Antonella, mi primera novia? Fue un romance a distancia, por internet, pero eso no lo volvió menos intenso: la chica estaba loca y, desde aquella vez, juré que jamás permitiría que mi prima volviera a presentarme a sus amigas.

Stiles sonríe. Paige no estaba exactamente loca al dejar a Derek, sólo pasó algo entre ellos que la hizo huir despavorida —palabras de Peter, no suyas— y decidir volver en el jodido momento menos oportuno… para él.

—Así que, gracias a ella, los Hale estaban seguros de que yo sólo había aparecido para patear el corazón de su hijo a un cubo de basura, como en esa escena de Los Simpsons, por lo que me trataban con pinzas… de indiferencia y absoluto desprecio —ok, Talia siempre fue cortés, pero una chispa de luz en medio de total oscuridad no equivale a una supernova.

—Idiotas.

Stiles no se siente mejor con eso.

—Uhm, así que salimos casi dos años —los mejores casi veinticuatro meses de toda su vida.

Derek, enserio, estuvo en camino a ganar el premio al Mejor Novio del Mundo, porque, sencillamente, era perfecto y tener una pareja, mayor y fuera de la liga de todos a su alrededor — ¡hasta de la suya, de no haber tenido tanta suerte!— fue un plus para su vida social en la escuela —lo cual puede sonar un tanto patético, pero, cuando Lydia se dio cuenta de que ya no andaba como chacal tras sus huesos, incluso comenzó a hablarle y a tratarlo con decencia—.

Perdió su V-Card bajo la sigla FUCS —Fucking under consent of the Sheriff (porque no había manera de que Noah no supiera lo que pasaba tras las puertas cerradas de su habitación o del departamento de Derek y, si no estaba al tanto, era porque Derek era un maestro en el arte de escabullirse por las ventanas a media noche) —. Ah, el problema con eso es que, después de terminar, nunca se la devolvió —no en ese sentido, sabe que no se puede… bueno, no es que la quiera de regreso, a decir verdad— y es precisamente debido a eso que no ha podido corresponder los avances románticos de nadie: Derek Hale lo arruinó para todos los demás y, esas únicas dos veces en las que intentó empezar algo con una persona nueva —un beso con una chica en una fiesta organizada por Ashley, un coqueteo con un muchacho que conoció en una práctica de la academia—, todo se fue al demonio a los pocos segundos de empezar ¡por su jodida culpa!

Es como si la huella de Derek se hubiera tatuado para siempre en su cuerpo y no hubiera laser capaz de borrarla para permitirle seguir con lo suyo mientras que el otro, por supuesto, está en Beacon Hills living la vida loca tras haberlo marcado de por vida al mandarlo al diablo de la forma en que lo hizo.

Así que, básicamente, esos dos años perfectos ahora se traducen a seis años de blue balls —con los que su mano dejó de luchar hace mucho—.

—Pero, una noche, pocos meses antes de la graduación, todo se fue al carajo —se toca la oreja con fatiga y mira al techo. La luz blanca que se cuela por las ventanas disminuye cuando el cielo se llena de nubes y la estancia se sumerge en una capa de sombras que lo hiela todo—. De por sí, ni siquiera estábamos en el mejor de los momentos en aquél entonces —recuerda, suspirando con pesadez—. Scott llevaba saliendo con Allison casi el mismo tiempo que nosotros teníamos de relación y, en esa época, su tía llegó de visita y, de inmediato, puso sus ojos de harpía en Derek —el simple recuerdo hace que le hierva la sangre, mas no con el mismo furor de antes—. Aunque Allison trató de convencerla de controlarse, la muy perra no dejaba de insistir, a tal grado que comencé a molestarme, pero con Derek. Creí que, si ella no estaba entendiendo sus mensajes de mantenerse lejos, era porque él no estaba siendo lo suficientemente claro y, a decir verdad, llegué a un punto en el que no sabía si estaba molesto porque en verdad tenía motivos o si sólo eran celos. Derek fue mi primer novio…

Único novio. Único amante. Único todo.

»—Así que, cuando mi papá recibió la llamada, una noche, de uno de sus oficiales informándole que había ocurrido un incendio en la Reserva, llevábamos algunos días distanciados (y mi problema era que él no estaba haciendo nada por solucionar las cosas, así que las dejé estirarse hasta que llegaron a un punto insoportable y…).

»—Entré en pánico, aunque sabía que él no estaría en casa esa noche, porque debía cubrir el turno nocturno como paramédico en la estación de bomberos, pero, igual, quizá su familia estaba herida —y lo estaba, una parte al menos—. Convencí a papá de dejarme acompañarlo (prácticamente, me colgué de sus piernas y tuvo que arrastrarme consigo para que lo dejara atravesar la puerta). Cuando llegamos, nos encontramos con un espectáculo de camiones de bomberos, patrullas policiacas y…

Recuerda a Derek abrazando a Cora, envuelto en su uniforme de trabajo azul, tratando de consolarla mientras ella se estremecía sin parar, sólo usando un camisón blanco, insuficiente para protegerla del gélido clima nocturno y de la atrocidad que acababa de pasar. Laura contaba las cabezas de sus familiares, una y otra vez, como para asegurarse de que no faltaba nadie, aunque, lo primero que notó Stiles tras contemplar los ojos rojos y llorosos de la mujer, fue que, claramente, cuatro individuos no estaban presentes.

Más tarde ese mismo día, se enteró de que, si la mayoría de la familia salió con vida del incendio, fue porque lograron escapar a través de una puerta en el sótano que conectaba con el bosque, sin embargo, Ava y sus hijos no corrieron con la misma suerte.

Sentados en la sala de estar de los Stilinski, Cora le contó que sospechaban que Mick y Beatriz fueron los primeros en notar el fuego, pero, en vez de avisarles a los demás, se ocultaron en uno de los armarios de la planta baja, por lo que, cuando se percataron de lo que pasaba, no los pudieron encontrar.

Mi madre se aseguró de que todos llegáramos al sótano antes de volver para tratar de hallarlos, pero el humo era demasiado espeso y sus sentidos estaban alterados. Ava y Peter fueron tras ella, pero una de las vigas cayó y Ava resultó herida. Peter le pidió a mamá que la sacara de la casa mientras él seguía buscando a los niños, pero fue inútil. El golpe en la cabeza de Ava le destrozó el cráneo y ya sabes lo que pasó con los demás.

Los niños murieron en el armario por inhalación de humo. Peter los encontró de esa manera y no pudo con el shock. Se quedó en la casa en llamas y, cuando los bomberos llegaron para rescatarlo, lo sacaron con quemaduras considerables en gran parte del cuerpo.

»—Hasta donde sé, sigue en coma —termina, sacudiéndose de dentro hacia afuera, como si estuviera desnudo en medio de Alaska.

Los ojos de Eli están muy abiertos y parece haber perdido todo apetito —aunque no quedan más que migajas en su plato—. Usa el tenedor para mover los restos de un lado a otro por la porcelana, haciendo que el metal produzca un chillido —Valentina sale de la cocina y lo mira con advertencia, por lo que Eli sólo sonríe y se encoge de hombros, deteniéndose—.

—Vaya —es lo único que comenta y Stiles concuerda.

—Cora se quedó en nuestra casa esa noche; los demás fueron a un hotel. El padre de Derek volvió a la ciudad poco después y esa fue la primera vez que pude verlo. Derek y Laura se encargaron, en su mayoría, de los trámites para… ya te imaginarás. Uhm, el bebé de Ava sobrevivió, pero tuvieron que mantenerlo en una incubadora mucho tiempo. Ya que sus padres… bueno, Talia decidió adoptarlo: lo llamaron Peter.

—Pequeñas bendiciones.

—Ajá. Ah, no vi mucho a Derek, pero era entendible, ¿no? Estaba en duelo por su familia y lo último que necesitaba era un novio empalagoso que le pusiera las cosas más difíciles, pero ahora me pregunto si fue esa lejanía que permití la que provocó que… Uhm, el día del funeral, Paige apareció en el servicio —se siente amargado en cuanto lo menciona, pero procura ocultarlo—. Papá me pidió que les diera su espacio, por lo que me senté con él y algunos compañeros de la escuela en la parte trasera de la conmemoración, pero, cuando llegó, Derek de inmediato la aceptó a su lado —y eso no duele tanto como puede parecer, no… no—. No volví a verlos separados en todo el tiempo que duró la ceremonia y el punto es que se esfumaron antes de que pudiera acercarme al terminar. Todos —frunce el ceño—. Inclusive nuestros compañeros de escuela: Erica, Isaac y Boyd. Por más que quise llamar a alguno para saber en dónde estaban, ninguno respondió.

Porque esos tres eran como los hijos adoptados de Talia. Si todos podían convivir con sus desmanes adolescentes —que eran muchos—, nunca entendió por qué no podían con los suyos… Se esforzó, enserio. Pero ellos simplemente no eran receptivos ante sus intentos.

—Eso… debió… dolerte —masculla Eli, como si no supiera realmente que decir. Stiles sonríe con pesar y asiente, porque no tiene idea de cuánto lo hizo en aquél entonces ni de cuánto lo sigue haciendo hoy—. ¿Y así es como todo acabó? ¿Te botó por su ex-novia el día del funeral de sus sobrinos y tía?

Stiles hace una mueca y siente frío. Su cabeza se pone ligera y tiene la vaga idea de que empezará a darle vueltas sobre el cuello. La cicatriz en su hombro duele como si la herida estuviera fresca en vez de tener una edad de seis años.

—Uhm, no en realidad. Digo, no tengo idea. Todo se volvió bastante extraño a partir de ese momento —juguetea con la cuchara en el plato, al que por fin pudo quitarle un poco de volumen—. Derek no quería verme o, al menos, esa fue la impresión que me dio, porque sólo aceptaba hablar conmigo por teléfono y, pronto, ni eso. La poca comunicación que seguíamos teniendo era por mensajes de texto. Ni siquiera podía buscarlo, porque no tenía idea de en qué hotel se estaban quedando, y las únicas veces que traté de localizarlo en su trabajo, sus compañeros me dijeron que se esfumó segundos antes de que yo llegara.

—Qué imbécil.

Stiles hace una mueca: Noah trató de convencerlo de que superar el duelo por cuatro personas no era tarea sencilla, por lo que le pidió que hiciera su mejor esfuerzo para comprender a Derek, pero, rápidamente, dejó de ser sólo él quien no quería tenerlo cerca, casi como si él hubiera sido el responsable de lo que pasó: Cora también dejó de mantenerse en contacto —casi inmediatamente después del incidente con el hacha— y Isaac, Boyd y Erica —quienes nunca fueron sus BFF, pero al menos se llevaban cordialmente entre ellos— comenzaron a ignorar su existencia por completo —Isaac incluso dejó de pasar tiempo con Scott, quien era más su amigo de lo que nunca lo fue Stiles—.

Cuando Claudia murió, su mundo se puso de cabeza y cometió muchas locuras, como pedirle a su padre que le comprara una serpiente como regalo de cumpleaños, perder por completo el hilo de sus dosis medicinales, lo que le causó una crisis emocional llena de depresiones y ataques de pánico que no pararon hasta que Noah pateó su trasero al interior del consultorio de una psicóloga, robar las llaves de la camioneta laboral de su papá y estrellarla con el buzón de la vecina en cuanto consiguió moverla de la entrada —fue un accidente, sin embargo, la señora Summers jamás lo perdonó—, pero, por algún motivo, tenía la impresión de que lo que los Hale y sus allegados estaban haciendo con él era más deliberado que motivado por la tristeza de haber perdido a cuatro de sus integrantes.

—Empecé a creer que su familia en verdad me odiaba y que, de alguna forma, lograron convencer a Derek y a Cora de que me olvidaran de una vez por todas. Cuando esa hipótesis se me grabó en la cabeza, dejé de intentar comunicarme con Derek a la fuerza y traté de concentrarme en otras cosas… como en averiguar cómo ayudar a una persona a sobrellevar el duelo y, de paso, salvar mi relación de un desplome peor que el del Hindenburg.

Eli ríe y, de inmediato, Stiles sospecha que el sujeto no tiene idea de qué le está hablando —Scott 2.0 y eso que Scott se recuperó académicamente, tratando de impresionar a Allison y su familia snob—.

»—Empecé a pasar la mayor parte de mi tiempo libre en la biblioteca de la escuela, leyendo tonterías de psicología y esas cosas —hace un gesto con la mano, tratando de ejemplificar lo estúpido que fue, y lo único que consigue es moverla en círculos antes de dejarla caer pesadamente en la mesa—. Como si fuera a servir de algo (pero, en aquél entonces, cualquier intento me parecía bueno). Una noche, el hijo del ex-compañero de patrullaje de mi papá me atacó.

Su amigo, que estaba en medio de beber un trago de agua, se atraganta y termina escupiendo un chorro contra la Noche Buena, en su peor imitación del Unagi de Avatar hasta este momento —porque ha habido otros—.

— ¿Qué? —Pregunta con la voz cascada por el esfuerzo, mientras se limpia el mentón con la servilleta.

Valentina asoma la cabeza por la puerta de nuevo y le regala una mirada de pocos amigos. Stiles sonríe, porque ese es un cuento de nunca acabar con estos dos.

—Donovan Donati —menciona por primera vez en mucho tiempo, sintiendo un nudo de ansiedad en la garganta y obligándose a mantener la vista fija en el mantel—. Estaba loco y culpaba a mi papá de que el suyo quedara cuadripléjico, pero fue un accidente: una casa estaba siendo robada cuando mi papá era oficial; se quedó un instante en el auto, pidiendo refuerzos, mientras Donati se adelantaba. Le dispararon y la bala lesionó su novena vertebra. El hombre nunca culpó a mi papá, pero Donovan sí y, unos meses antes del ataque, cuando lo arrestaron por allanamiento, lo amenazó con matarlo delante de toda la jefatura. Delante de mí —se estremece al recordarlo.

Eli enarca una ceja, obviamente tomado por sorpresa, y estira una mano por encima de la mesa para darle una palmadita amistosa en el brazo.

Stiles cierra los ojos y, mientras todo un diorama de imágenes del suceso se desliza por su mente, le es imposible no sentir los inicios de un ataque de pánico. Respira hondo, niega con la cabeza, tratando de sacudirse de encima la imagen de Donovan, de sus ojos oscuros y deseosos de sangre, de su cuerpo maltrecho abandonado en el suelo de la biblioteca…

—Era un monstruo —dice antes de darse cuenta de que su cerebro se ha reconectado con su boca, por lo que se obliga a abrir los ojos y observar a su interlocutor, cuya expresión ha cambiado por completo, a una más expectante— y estaba dispuesto a matarme. ¿La herida en mi hombro? —Inquiere y Eli asiente, porque la ha visto un puñado de veces—. Él la hizo.

Luce como una estrella, cuatro picos largos levantados en diferentes direcciones, mientras que el interior está lleno de pequeñas marcas que, de cierto modo, le recuerdan los pistones de la flor sobre la mesa. Es desagradable: no puede verla sin sentir un profundo asco, no por su aspecto, sino por lo que se la otorgó, motivo por el que agradece que esté en su espalda, donde puede ocultarla fácilmente —de los demás y de sus propios ojos—.

Eli frunce el ceño y sus labios se curvan en una mueca de insatisfacción.

— ¿Así fue como empezó para ti? —Pregunta y Stiles recuerda que le pidió la historia de Derek Hale, no la de su primer encuentro con lo sobrenatural, pero supone que están más que entrelazadas.

Asiente y exhala. A pesar de que no es del todo cierto —está seguro de que su primer encuentro fue aquella vez, en el bosque, cuando Derek lo salvó—, Donovan fue el primer ser que vio completamente transformado en eso que se ocultaba bajo su piel y pedía salir a gritos para devorarlo en represalia contra su padre.

Eli se remueve en el asiento, adquiriendo una postura más enjuta: el suyo fue cuando la criatura que mató a su padre, en el bosque donde vacacionaban en una cabaña, fue por él y su madre, mientras trataban de ocultarse, y un hombre apareció de la nada, disparándole con una escopeta a la bestia y arrastrándola por la nieve como si nada para prenderle fuego en una hoguera improvisada e idear la mejor forma de encubrir la salvaje muerte del señor Edlund —porque así es Adam Song: directo al punto y pobre de ti si no puedes seguirle el ritmo—.

—Era un maldito wendigo. Me persiguió por la biblioteca y lo maté por accidente. Me aterré. Nunca en mi vida había visto algo tan desquiciado como eso y, por un segundo, me pregunté si no me habría vuelto loco.

Eli ríe con amargura.

— ¿No lo hacemos todos? Mi madre se volvió alcohólica después de conocer a nuestro vecino peludo. La mayoría de las veces, no puede conciliar el sueño sin llenarse de fármacos —se encoge de hombros, pero Stiles sabe que le duele: la mujer es fuerte, pero, tras la extraña muerte de su marido y lo que contempló en ese bosque, decidió mandar al mundo al carajo—. ¿Qué hiciste después?

El rostro de Stiles se contorsiona y tiene que mirar al vacío para recordarlo sin sentirse afectado: pasó largos minutos dentro del Jeep, con la mano en la llave, tratando de decidir si girarla y huir o si dejarla inmóvil, quedarse y encarar lo que había pasado.

Donovan era una persona, después de todo, ¿no? Respiraba, tenía un corazón que latía, un cerebro que pensaba y era capaz de razonar; era un ser como él… que acababa de matarlo y, si bien lo hizo en defensa propia, tomar una vida siempre será tomar una vida.

—Decidí llamar a la policía y Jordan Parrish respondió —revela. No es que el nombre del oficial signifique algo para Eli, pero sí para él, ya que nunca ha logrado entender la razón detrás de lo que Jordan hizo (porque, por más que Noah insistiera en que Jordan no le hizo lo que hizo, Stiles sabe que, definitivamente, Jordan hizo lo que nadie le cree que hizo. Y sí, tiene sentido para él, aún si no lo tiene para los demás) —. Le conté todo lo que había pasado, pensando que no iba a creerme, y él prometió encontrarme. Decidí esperarlo fuera de la biblioteca, muerto de miedo, porque, dentro del edificio, había un muerto verdaderamente muerto, que yo había matado, así que, apenas distinguí los faros del vehículo, el corazón me dio un vuelco en el pecho, pero no por ver a Jordan llegar, sino por… ver a Jordan conduciendo su auto a toda velocidad hacia mí.

Eli abre la boca y sus ojos, enmarcados por dos hileras de espesas pestañas de color caramelo, se expanden tanto, que es la primera vez que Stiles puede contemplar con tanta precisión el iris verdoso que ribetea sus pupilas.

»—Uhm, Jordan me arrolló —termina y su amigo pone una cara que delata que no sabe si reír o compadecerlo, porque suena increíble.

— ¿El oficial de tu papá te atropelló?

—Ajá.

— ¿Por qué?

—Nunca tuve la oportunidad de preguntarle —responde, seco—. Lo único que sé es que, mientras estaba inconsciente en el hospital, el cadáver de Donovan desapareció de la biblioteca, al igual que todo rastro de nuestra presencia. Cuando desperté, lo recordaba casi todo y, en medio de la histeria, quise contárselo a papá, pero no me creyó. Dijo que todo lo había alucinado y que, en realidad, había sido golpeado por un conductor ebrio que, convenientemente, se dio a la fuga, por lo que no pudieron encontrarlo. Del mismo modo, las cámaras fuera de la escuela no funcionaban, así que no había manera de comprobar que fue Jordan quien me golpeó.

Los médicos también se dieron a la tarea de tratar de encontrarle una explicación a la extraña herida en su hombro y mencionaron desde vidrio roto hasta una rozadura contra el pavimento. La negación es la enfermedad mental más grave, pero supone que no puede culparlos: él mismo se ha visto cegado por ella, aunque…

—Wow —masculla su amigo y luego parece meditarlo mejor—. ¡Wow! Hablando de rarezas. ¿Crees que éste tal Jordan tuviera algo qué ver con la desaparición del cadáver del wendigo?

Stiles no se siente cómodo pensando en eso, pero, desde que ocurrió, ha tratado de verlo todo desde la mayor cantidad de ángulos posibles. Quizás Jordan tuvo que ver con el desvanecimiento de Donovan. Tal vez, el atropellamiento ocurrió como su padre se lo dijo y el ataque no fue más que una alucinación. Al mismo tiempo, cabe la posibilidad de que el hombre… no estuviera del todo muerto —a pesar de tener una barra de acero atravesándole el pecho— y se hubiera encargado de eliminar su propio rastro para no alertar al mundo de la existencia de las criaturas como él.

Pero, si algo ha aprendido los últimos cinco años, trabajando con un sujeto como Adam, es que lo más descabellado siempre es lo más probable, así que, de esas tres opciones, ¿cuál es la más loca de todas?: Jordan.

Sólo para asegurarse de que su padre estuviera a salvo y de que no hubiera un policía corrupto en las filas del Departamento de Policía de Beacon Hills, le pidió a Adam investigarlo con sus contactos del FBI y no obtuvo nada fuera de lo normal sobre él: sus padres murieron cuando era muy joven, no tiene hermanos y, básicamente, fue criado por el hermano menor de su padre. Cuando cumplió la mayoría de edad, se unió al ejército y, tras un accidente particularmente desastroso que involucró un explosivo, fue dado de baja honrosamente y decidió unirse al cuerpo de policía. Trabajó en Chicago un tiempo, hasta que —como él mismo le explicó a su padre—, sintió algo llamándolo a Beacon Hills, empacó sus cosas y fue ahí.

Adam también verificó que Jordan no se hubiera visto implicado en nada relacionado a lo sobrenatural y el hombre salió limpio, entonces, ¿por qué?

Noah le ha comentado que ha pensado que Jordan sería la mejor opción para remplazarlo como la cabeza del departamento, si en algún momento debe hacerse: ese pensamiento hace que se le pongan los pelos de punta, porque sigue con muchas preguntas y pocas explicaciones.

Cuando queda claro que Stiles no podrá seguir comiendo, Eli toma el cuenco lleno hasta la mitad y lo engulle sin pesar. Stiles le regala una mirada poco impresionada —y pensar que, aunque Noah juraba y perjuraba que era algo imposible, en el mundo en verdad existe una persona con un estómago más insaciable que el suyo— y se aclara la garganta.

—Derek nunca fue a verme al hospital —recuerda, dibujando círculos en el mantel con la punta del dedo—. Talia me envió un jodido arreglo floral, con la tarjeta más borde jamás escrita: esperamos que te recuperes pronto. Firma: la familia Hale —rememora, imitando una voz aguda que no se compara en nada a la de la mujer—. Descubrí que soy alérgico a los girasoles gracias a esas estúpidas flores —no es cierto, pero no puede ver heliotropos sin sentirse a punto de vomitar—. Por más que le pedí a papá que lo llamará, no aceptó. Se negó a darme mi teléfono. Desconectó el cable del de la habitación. Scott no quiso prestarme el suyo porque papá lo amenazó y, cuando tomé el de Melissa, ella me atrapó antes de que pudiera terminar de marcar —pone los ojos en blanco, fastidiado como si el evento acabara de pasar—. Robé el de un enfermero mientras me llevaba a un chequeo… pero tuve que devolverlo, porque se dio cuenta y me vio de una manera que me hizo pensar que me rompería las costillas que me quedaban sanas si no lo hacía. No tengo idea de cómo demonios me atraparon tan rápido.

Porque no ha vuelto a pasar: quizá fue un efecto secundario de los analgésicos, porque su pick-pocketing está mejor que nunca.

»—Cuando me dieron de alta, tampoco se presentó en mi casa. Nada. Puro radio silence de su parte. Incluso peor que antes, porque me sentía como si se hubiera autoborrado de la faz de la Tierra, ¡sin decirme!, y eso… —hace una mueca de coraje y respira fuerte, sintiendo lava en las entrañas (o quizá sólo es el chile serrano en su comida: Valentina ya le ha advertido que lo que los americanos soportan en cuanto a picante es una broma comparado a lo que los mexicanos comen normalmente. Eli no parece estar teniendo problemas y Stiles supone que puede agradecer por eso a la pasta a la arrabbiata que suele prepararle la señora Edlund) —. Por más que quise encontrar a alguien para pedir explicaciones, no pude hacerlo, ni siquiera a ese trio de inútiles que siempre traía pisándole los talones —porque, de acuerdo, las tres mellizas no eran malas personas, pero Isaac podía ser bastante irritante, Erica, atemorizante y, Boyd, serio (dolorosamente serio).

Eli pretende hacerle un gesto de conmiseración, moviendo la cabeza de arriba abajo, pero, como sostiene el plato delante de su cara, haciendo caer el contenido a manera de cascada hacia su boca, no le sale bien. Y su papá se quejaba de su forma de comer papas fritas…

»—Cuando no pude soportarlo más, le envié un e-mail y, básicamente, creo que lo mandé al diablo —porque ni siquiera se acuerda con claridad de qué fue lo que escribió.

En su memoria, hay frases como no puedo creer que me des la espalda cuando más te necesito, ¿qué clase de persona eres?, creí que teníamos algo serio, sé que no estás pasando por el mejor momento, no está bien lo que estás haciendo, habla conmigo por favor, podemos arreglar las cosas si aún es tiempo. Y firmó con algo parecido a si no respondes, sabré que se terminó.

»—Nunca contestó.

Eli termina de zamparse la comida y le regala una mirada penosa. Stiles suspira y pasa saliva con dificultad.

El sol no ha vuelto a salir de detrás de las nubes y la estancia sigue sumergida en sombras. Los comensales de la otra mesa hace un buen rato que se marcharon, por lo que son los únicos que permanecen en el local.

Pueden escuchar a la señora Díaz traqueteando en la cocina, donde trabaja con su hermana y sobrino, dándoles instrucciones en español para preparar pan dulce —por sugerencia de Adam, ha tratado de aprender algunos idiomas: empezó con el japonés y, al conocer a Valentina de la forma en que lo hizo, trató de seguir con el español. Su rubro de trabajo lo obligó a practicar latín e incluso algo de griego. El español es particularmente útil cuando se trata de descifrar el latín y supone que Lydia estaría orgullosa de él, claro, si siguieran en contacto… y si la gente como Lydia se mostrara orgullosa ante logros que no son suyos—.

—Y así terminaron las cosas —adivina Eli, dejando el plato vacío de Stiles sobre el suyo y apilando los cubiertos encima con un tintineo—. Ese es el origen de tu trauma amoroso. Ya no puedo culparte por mantener a la gente a un brazo de distancia, ¿pero no crees que ha sido mucho? ¿Vas a pasarte el resto de la vida penando por un sujeto que te trató así de mal?

Stiles quiere decirle que ese sigue sin ser el motivo de su antipatía, explicarle que hay algo en su pecho que dejó de funcionar cuando Derek lo extirpó de su vida como a un barro, pero se ve interrumpido: Valentina sale de la cocina y va a recoger los cubiertos, moviéndose entre las mesas con esa agilidad felina que la caracteriza y que Stiles le ha envidiado en un montón de ocasiones, porque reflejos así deben ser útiles. Mientras pone las cosas en la bandeja, mira a Stiles, frunce los labios y enarca una ceja.

—Sé que suena mal —comenta con cierto titubeo—, pero, a veces, las personas tienen sus motivos para hacer lo que hacen. ¿Has intentado hablar con él desde entonces? ¿Pedirle una explicación de nuevo?

Stiles se siente como si acabaran de tirarle de un hilo en el pecho, destejiendo su cuerpo, hilera por hilera, hasta que no quede nada, aparte de un ridículo y penoso vacío.

¡Claro! ¿Cómo pudo olvidarlo?

— ¿Sabes que suena mal? ¡Que espíes conversaciones ajenas y ni siquiera te importe admitirlo! —Protesta, pero ella sólo ríe, de una forma que le permite ver sus asombrosos colmillos, antes de estamparle un beso en la frente que lo derrite por dentro.

—Oye, no es mi culpa que empezaran hablando de mí. Y, por cierto, no necesito ayuda para conquistar a nadie —reprende a Eli, cuya cara se pone de un intenso color rosa. Ella mira a Stiles y, automáticamente, su rostro reacciona igual que el de su amigo, a pesar de que, técnicamente, él fue el agraviado aquí—. Aunque supongo que ahora entiendo algunas cosas —le guiña un ojo y Stiles siente las rodillas débiles—. Sabes de dónde vengo: México es famoso por sus telenovelas (bueno, ya no tanto). Creo que mi tía lloró un poco escuchándote… —explica, mirando en dirección de la cocina.

Desde el otro lado de las puertas dobles, proviene un testarudo ¡no es cierto! Que la hace reír de nuevo. Stiles siente el calor de la vergüenza embadurnándolo por completo y se pregunta por qué diablos siempre termina relacionándose con gente más extraña que él.

—Ella tiene un punto —agrega Eli y gente extraña comienza a quedarse corto. Desgraciados sin corazón les sienta mejor.

—No, no he hablado con él desde entonces. Ni siquiera lo he visto: cada vez que regreso a Beacon Hills, es por poco tiempo y procuro mantenerme lejos de los sitios donde podría encontrarlo —stalkearlo en internet tampoco funciona, porque Derek cerró sus perfiles (que Stiles lo obligó a abrir. Como si todo lo demás no hubiera sido indirecta suficiente de que ya no quiere tener nada que ver con él).

Valentina enarca una ceja y le regala una mirada de sabelotodo.

—Básicamente, lo que quieres decir es que, cada año, te atrincheras en casa de tu padre a canto y lodo para no encontrarte con la persona que te rompió el corazón, porque eres todo un hombre.

El apocamiento sólo aumenta cuando Eli se echa a reír.

—Eso no es…

— ¿Sabes por qué mi familia cruzó la frontera cuando yo era pequeña? —Cuestiona y Stiles niega con la cabeza, porque, aunque sabe tanto de ella como de Eli, Valentina prefiere no contarle esas cosas; supone que, si lo está haciendo ahora, es como recompensa por haber cuchicheado en su conversación—. No fue por el estúpido sueño americano ni nada por el estilo, fue porque en México había una amenaza más grande que la xenofobia de Trump: los conocemos como Las Calaveras y, si mi gente aprendió algo de ellos, es que saben que para deshacerse, fácil y rápido, de personas como yo, basta con una llama bien alimentada. Así perdimos a mi papá y hermana.

Stiles se queda en blanco, aunque sabe que su boca está contorsionada en un rictus de pesadumbre. Siente la garganta cerrada y, por más que quiere pasar saliva, su epiglotis no lo deja. En la cocina no hay más ruido, hasta que, de pronto, la señora Díaz anuncia, con voz potente, que fue suficiente de nostalgias y le pide a su sobrino que meta las bandejas de pan al horno. Es el mejor pan que ha comido en su vida y una sonrisa melancólica se dibuja en su cara al pensarlo.

Cuando descubrió que los Díaz eran cambia formas, de inmediato aquejó a Valentina con preguntas, que ella se obligó a responder como agradecimiento por salvarle el trasero de un cazador. Ahora que la historia de Derek salió de sus labios, supone que ella sumó dos más dos.

—Tú mismo lo dijiste: hay Argents viviendo en Beacon Hills. Si hay alguien peor que los Calavera, esos son ellos. Nunca los hemos visto en Stafford, pero Adam es bueno contando sus cuentos de terror, escritos con la sangre de todos aquellos a los que han eliminado injustamente.

—Son sólo Allison y su padre. Hasta donde tengo entendido, Chris rechazó el código de su familia tras la muerte de su esposa y Allison nunca se enteró de lo sobrenatural —lo supo gracias a Adam, que tiene contactos en todas partes y está al tanto de un poco acerca de todos, sobre todo si trabajan en el mismo rubro que él.

Cuando Stiles averiguó que la —primero novia, después— esposa de su mejor amigo provenía de una familia de cazadores, apenas lo podía creer, pero Adam le dio mucho tiempo para hacerse a la idea —interrogándolo acerca de sus hábitos, tratando de discernir, por medio de ojos ajenos, si la familia seguía representando una amenaza o no—. Stiles respondió lo que pudo y nunca ha sabido a qué conclusión llegó el otro.

Eli vuelve a intervenir:

—Hasta donde tienes entendido. Creer difiere mucho de estar seguro.

— ¿Qué están queriendo decir? —Pero ya lo sabe. Lo supo desde hace mucho, pero hacerse tonto fue más fácil de sobrellevar.

¿De qué otra manera un humano común y corriente habría podido quitarle de encima a un hombre lobo atacándolo en medio del bosque? Obviamente, en aquél entonces no tenía idea de lo que era el sujeto de ojos azules, pero no es tonto, pudo llegar a conclusiones cuando obtuvo la información suficiente.

—Me lo preguntaste poco tiempo después de conocernos, ¿recuerdas? Mi sentido del olfato, del oído, mi visión… No creo que tu ex sea un cambia formas como nosotros —Ocelotes. También duda que los Hale sean ese tipo de cambiantes, porque tienen todo, menos un aire gatuno, como los Díaz—, pero, por las especificaciones del cuestionario que me hiciste, que, supongo, se referían a él, suena mucho como alguien sobrenatural. En California, hay varias manadas de hombres lobo y da la casualidad de que los Argent son cazadores de… —le hace un gesto con la mano para que continúe por ella.

—Hombres lobo —termina Eli cuando él no puede.

Stiles pasa saliva de nuevo y, ésta vez, lo consigue, aunque ahora su garganta se siente como si se hubiera tragado un limón entero. Quiere decir lo sospeché desde un principio, e inclusive podría hacerlo en español, sólo para hacerla reír otra vez, pero todo ánimo de comedia se escabulló de él con un respiro.

Piensa en Ava, en sus hijos, en el bebé que nunca pudo conocer a sus padres o hermanos…

—Allison jamás…

— ¿No dijiste que la tía loca andaba tras sus huesos como perra en brama? Tal vez Allison no, pero ¿qué tal ella?

Stiles quiere vomitar lo poco que logró ingerir: perra en brama no es un descriptivo suficientemente adecuado para Kate Argent, dejando de lado su animadversión hacia ella. Perra psicótica en brama, quizás.

Cuando Adam le habló de los Argent, pensó, ingenuamente, que, si tenía razón sobre Derek, los cazadores no podían estar relacionados con su desventura, porque seguramente ella no se habría atrevido a hacer algo frente a las narices de su hermano, que le dio la espalda a la cacería, pero quizá fue demasiado inocente…

—Dijeron que la causa del incendio fue un cable defectuoso.

—Dijeron que a mi papá lo mató un oso.

—Dijeron que el fuego en mi casa fue ocasionado por una parrilla descuidada —Valentina pone los ojos en blanco con irritación.

Stiles se hunde en su silla y se cubre la cara con las manos.

Es casi risible cómo ya no pueden ver la diferencia entre un crimen y el otro: el padre de Eli fue asesinado por un cambiante, mientras que la familia de Valentina padeció por cazadores, pero han pasado tanto tiempo en la frontera en medio de esas dos cosas, que un delito es un delito a sus ojos, algo que, al parecer, cazadores como los Argent —se siente atragantado— ya no son capaces de reconocer.

—Eso sigue sin explicar por qué me cortó —tomar esa curva lo ayuda a dejar de pensar en todo el horror que un simple cerillo pudo haber causado. A gente que él conocía y, de cierto modo, amaba.

—A nadie le gusta ver a sus seres queridos lastimados. Quizás fue una decisión noble, sobre todo si sabe que lo que pasó tuvo que ver con cazadores.

—Ni siquiera sé si es verdad que son hombres lobo, tal vez sólo nos estamos dejando llevar —aventura, desesperado.

Valentina se deja caer en la silla a su lado, viéndolo con insistencia: ella sabe que él sabe, pero se niega a ver.

—Si quieres salir de dudas, puedes preguntarle a Adam —propone.

—A él no le gusta ir por ahí diciendo quién es sobrenatural y quién no, a menos que tengamos trabajo —Valentina se encoge de hombros: Adam ha sido amigo de su familia desde antes de que Stiles la conociera y, de hecho, fue gracias a ella que se pusieron en contacto. Adam es amable con los Díaz, pero a Eli y a él, con el mejor de sus humores, puede tratarlos con la punta del zapato. Pasa saliva y se concentra en Derek, en la sensación de vacío que su imagen le provoca en la boca del estómago—. ¿Dices que me hizo pasar por ese infierno sólo para protegerme? ¿Por qué no sólo me lo dijo? De todas formas, un wendigo me dio una paliza y soy listo.

—Al parecer, no tanto —bromea Eli y, ésta vez, Stiles no se contiene al patearlo.

—Él ya sospechaba —le informa Valentina, leal hasta la muerte—. Por ciertos hábitos. Y sí: concuerdan con los de un cambia formas. No es sencillo ir por ahí revelando lo que somos: no todo el mundo se lo toma tan bien como tú. Cuando viste a ese hombre tratando de decapitarme con la bayoneta, por un segundo pensé que te le unirías.

Stiles la observa, horrorizado: no, lo que hizo fue tomar un cajón de madera abandonado en el callejón donde los vio peleando, ella, herida a un nivel que le impedía defenderse, y golpearlo con él tan fuerte como pudo. Eso le permitió ponerla a salvo, lo que le granjeó su amistad —y comida gratis. Mucha comida gratis, porque los mexicanos no parecen saber cuándo dejar de dar las gracias, algo que le encanta—.

—Lo habría aceptado —admite e, inmediatamente, siente un nudo en la garganta.

Valentina le da un beso en la mejilla. Se pregunta si así se siente tener una hermana. Recuerda a Cora, con quien mejor se llevaba en la familia de Derek, y se siente apuñalado entre las costillas. Ella incluso lo llamaba hermanito, porque es cuatro meses mayor — ¿por qué no pudiste fijarte en ella? Le preguntó Noah, a manera de broma, después de que Derek le pidiera permiso para verlo—.

Se siente mareado.

Dudaba.

Fanatizaba.

Sólo no esperaba…

Piensa en Paige, en la forma en que terminaron su relación —hubo un pequeño detalle de Derek que la chica se vio imposibilitada para aceptar, comentó Peter con sorna al contarle la historia— y también en cómo apareció el día del funeral de Ava y sus niños, enfundada en un vestido negro, caminando entre los corredores de sillas para llegar a Derek, sujetarle el brazo y no volverlo a soltar.

Cuando él la vio, su rostro se rompió de una forma que Stiles nunca antes presenció —incluso puede jurar que percibió su dolor abriéndole un hueco en el pecho también—. Se abrazaron, Derek hundió el rostro en su cabello de la misma manera que hacía con él… y esa imagen sigue apareciendo en su mente en los peores momentos, sólo para torturarlo.

Recuerda las fotografías de la mujer que Derek nunca fue capaz de borrar, las anécdotas que le contaba con cierta ensoñación en la cara, hasta que notaba su malestar y se apresuraba a cambiar de tema, con el mismo tacto de un rinoceronte dentro de una cristalería…

Él nunca fue suficiente para Derek, pero Paige —la chica por la que casi cometió suicidio, si puede creerle a Cora (y supone que así es) —, al parecer, sí. Él sólo fue un remplazo temporal, un parche para una herida que nunca terminó de sanar, claro, hasta que obtuvo el alivio correcto.

Ríe con amargura. Los otros dos lo miran como si hubiera perdido un tornillo.

—Paige lo sabía y por eso lo dejó, pero luego tuvo un cambio de corazón y volvió. Él se escapó con ella del funeral y, desde ese momento, no quiso volver a verme: ¿ya para qué? Ella era lo que quería desde el principio.

¿Por qué se tomó la molestia de conquistarlo? ¿De hacerlo creer que eran el uno para el otro? Malnacido.

Valentina pone los ojos en blanco y le da un puñete en el brazo que lo hace retorcerse de dolor. ¡Jodidos cambia formas y su malparida fuerza sobrehumana! Si en verdad son hombres lobo, ahora entiende porqué Talia siempre miraba a Cora y Erica con advertencia cuando comenzaban a jugar con él demasiado rudo. Espera, ¿Erica? ¡¿Ella también?!

Deja caer la cabeza contra la mesa. Los platos saltan con estrepito en la bandeja.

—Vaya, iba a decir no te azotes por tu drama, pero no creí que fueras a hacerlo literalmente —comenta Valentina. Eli ríe—. La única forma en que podrás salir de dudas es preguntándole. Aprovecha tu ida a Beacon Hills.

Como si fuera tan fácil: oye, cariño, cuando estuvimos juntos, ¿de casualidad olvidaste decirme que eres un hombre lobo? Porque no tengo problemas con lo furry, por si pensaste lo contrario y por eso decidiste sumergir mi vida en la miseria, grandísimo hijo de…

—Lo escuchaste todo, ¿cierto? —Quiere saber, mientras se restriega las palmas de las manos, gélidas, por la cara.

— ¡Porque es una metiche! —Exclama el primo Rodrigo desde la cocina y Stiles vuelve a golpearse la cabeza contra la mesa.

— ¡¿No te mordiste la lengua?! —Replica la mujer y la cocina vuelve a quedarse en silencio, a excepción del ruido de los platos y las bandejas.

Una pareja americana entra al local y Valentina se pone de pie de inmediato para ir a atenderlos. Eli se para y toma la bandeja con platos que dejó botada en la mesa, la lleva a la cocina y la señora Díaz le agradece su ayuda con una sonrisa maternal que le recuerda dolorosamente a Melissa. Está seguro de que, si ella y la señora Díaz se conocieran, se harían amigas automáticamente, porque tienen muchas cosas en común, aparte de su lugar de origen —si bien Melissa nació de padres mexicanos en los Estados Unidos—.

Meditabundo, mira al frente hasta que los ojos le duelen por no parpadear. La agrura en su garganta hace que le duela la base del paladar y sus manos se sienten ligeras, como si fueran a desprenderse de sus brazos y comenzar a flotar hasta llegar al techo. Los dedos le hormiguean y su cabeza sigue con la intención de dar vueltas hasta colapsar su cerebro y hacer que se salga por sus oídos.

Piensa en el hábito de Francesca de olisquearlo todo — ¡juro que estoy perdiendo el olfato! ¡Pero qué porquería! Exclamaba, aunque todos le decían que sólo estaba siendo paranoica, en el comentario de Cora acerca de la alteración de Talia durante el incendio, en la manía de Derek por obligarlo a usar ropa suya, por respirar en su cuello como un jodido perro, en sus celos de Scott cuando estaban demasiado cerca, en esa agilidad que le permitía arrojarse del segundo piso de su casa todas las noches sin romperse un hueso…

Cuando Valentina le presentó a Adam Song, un agente retirado del FBI, y le comentó las circunstancias en las que se conocieron, el hombre saltó a su cuello, haciéndole un millón de preguntas que se obligó a contestar con la misma precisión que un examen en la academia. Cuando el hombre pareció satisfecho con sus palabras —no pienso que haya nada malo con los cambiantes, tal vez sólo evolucionaron más rápido que nosotros, como los mutantes de X-Men. Igual que pasa con los humanos, creo que pueden tomar buenas y malas decisiones y es en eso en lo que debemos basarnos para juzgarlos. No son mejores ni peores que nosotros, sólo son distintos—, le preguntó sobre sus planes para el programa de la academia y lo que vendría después de eso. Cuando Stiles se mostró inseguro al respecto —porque tomó la decisión de ir a Virginia en un momento en el que sólo le interesaba poner tierra de por medio con Beacon Hills— le dijo que mantendría una puerta abierta para él y ésta resultó conducir a un mundo donde ya no puede mantener una venda sobre sus ojos y en el que hay criaturas que ni los libros de J.K Rowling lo ayudaron a imaginar —y, si lo hicieron, lo hicieron mal—.

Su primer trabajo con Adam vino al poco tiempo de aceptar trabajar con él, mientras seguía pataleando para mantener la cabeza a flote en los cursos de la academia: fue seguirle la pista a un hombre que, al parecer, estaba detrás del raptó de dos niñas en el sur de Virginia.

Al principio, Stiles creyó que el sujeto al que perseguían era un ser sobrenatural —porque no todos son cambia formas, como el wendigo que lo atacó; vaya que le costó aprenderlo—, pero resultó que era miembro de un grupo de cazadores y las dos niñas, a las que encontraron muertas en una bodega, pertenecían a una manada de hombres coyote.

La alfa le aseguró a Adam que no se metieron con los cazadores de ninguna forma que pudiera provocar el ataque, que, como siempre, procuraban mantener un perfil bajo e involucrarse sólo en sus asuntos, cuando el sujeto apareció y las secuestró, aprovechando el descuido de un miembro humano de la manada.

Adam los llevó a practicar cacería, pero no en el mismo sentido en que hacían aquellos que agraviaron a la manada: los hizo encontrar al sujeto y encargarse de él. Al principio y con el trauma de la muerte de Donovan a cuestas, Stiles no pudo pensar ni siquiera en verdaderamente hacer lo que le decían, pero, cuando Eli hizo el trabajo por ambos y Adam lo arrastró a contemplar el resultado de lo que el cazador provocó —el suicidio de la madre de las niñas, seguido por la locura del padre, hijo de la alfa de la manada, quien también comenzó a mostrar signos de tener problemas para controlar su… don— la determinación se plantó en la boca de su estómago, enraizando con fuerza.

Perder a un miembro de la manada no es para ellos como cuando los humanos sufrimos la muerte de un familiar. Les duele, sí. Pero están tan interconectados uno con el otro, mental, emocional y físicamente, como un enjambre de abejas o un nido de hormigas, que las heridas de éstas niñas fueron sentidas por todos, le dijo Adam, sujetándole la cabeza para forzarlo a ver los cadáveres de las pequeñas en la morgue.

Esa noche, regresó a casa y lo primero que hizo fue vomitar. Recuerda que pensó en Beatriz y en Mick, pero no de la misma forma en que lo hace ahora. Aquél día, lo empezó creyendo que patearía el trasero de una criatura, no penando por sus hijos de la misma forma que ellos.

Se pregunta qué fue lo que sintieron los Hale —si en verdad son transformistas, le recuerda una vocecilla en su cabeza— mientras los niños se asfixiaban con el humo, cuando la cabeza de Ava casi se partió a la mitad por la fuerza con que la viga le cayó encima, cuando Peter se quemó vivo tras contemplar los cuerpos de sus hijos…

Repasa el dolor puro que había en la cara de Derek el día del funeral, tratando de encontrar pistas en él.

A lo largo de estos seis años, ha podido ver los dos lados de la moneda con una claridad impresionante: ha arrancado vidas humanas de garras preternaturales y, al mismo tiempo, ha protegido de balas envenenadas a seres que se muestran tal cual son sólo bajo la luz de la luna.

Pensar en Derek como una de esas vidas que pudo ser cegada por la hoz de un grupo de cazadores ridículo… La cabeza comienza a palpitarle con intensidad, como suele pasarle cada vez que añora demasiado Beacon Hills —a algunos de sus habitantes en particular— y tiene que tumbarse contra el respaldo de la silla y mirar al techo, tratando de tranquilizarse.

— ¿Estás bien? —Le pregunta Eli, mirándolo con angustia en las facciones.

Quiere asentir, pero no lo consigue. Desea ir a casa y derrumbarse en la cama, concentrarse en cualquier cosa que no sea… esto.

Eli enreda las piernas de ambos por debajo de la mesa, de la misma forma en que haría si estuviera aplicándole una llave. Piensa en Scott, en todo el tiempo que llevan sin hablarse, en las fotografías del bebé Lucas que descansan en su bandeja de entrada y no se ha atrevido a ver…

—Odio mi vida —es lo único que puede decir.

Eli ríe, sonando casi aliviado al oírlo hablar de nuevo.

—Yo también odio tu vida, compadre —termina con un pésimo español. Stiles sonríe y se pasa una mano por la cara—. Pero no te perturbes, ni siquiera estás seguro de si es verdad que son cambiantes. Y, por lo demás… bueno, todos cometemos errores.

¿Has oído eso de que los lobos se emparejan de por vida? Sólo si uno de sus miembros muere consiguen otra…

Pero Paige no murió, Paige volvió.

Odio mi vida, piensa de nuevo, en inglés, español, japonés, latín y griego —ojalá hablara mejor éste último—.

—O—

La señora Díaz los manda a casa con grandes bolsas de papel llenas de pan recién horneado. Cuando coloca una en los brazos de Stiles y percibe el aroma de la harina caliente, la canela y el azúcar glass, siente un nudo en la garganta que le irrita los ojos y amenaza con hacerlo llorar como un condenado bebé.

La mujer le acuna la cara entre las manos y, como su hija, le sella la frente con un beso. Extraña a Claudia más que nunca. También a Melissa.

—Una constante del universo es que, pase lo que pase, siempre vuelve a salir el sol —le dice con un perfecto español que hace que se sienta avergonzado de su inhabilidad de pronunciar las erres.

Le sonríe y ella le da una palmada en la espalda para sacarlo de su local. Valentina los observa desde la puerta, donde permanece recargada en el marco, agitando la mano a manera de despedida.

— ¡Felices fiestas! —Exclama Eli cuando van a mitad de la calle, mordiendo una dona de chocolate como si no acabara de comerse dos platillos distintos completos—. Oh, Dios, si algún día alguien me da lo mío, por favor, asegúrate de que me entierren en un plato gigante de enchiladas, ¿quieres? ¿Por qué, de todos los países con identidad gastronómica a los que mis padres pudieron llevarme a vivir, tuvo que ser uno lleno de hamburguesas y salchichas?

Stiles se encoge de hombros. Ya tiene la cara congelada por el mal clima e incluso le cuesta trabajo parpadear, porque sus ojos se sienten secos.

»—Cuando regreses de Beacon Hills, ¿te animarías a ir conmigo y Ash a México? Quiero conocer Cancún.

Stiles lo observa y no sabe qué decir, aparte de no me anima la idea de ser la tercera e increíblemente soltera rueda. Eli no se lo toma personal y sólo le da una fuerte palmada entre los omóplatos.

Se separan en una intersección y Stiles camina, taciturno, hasta el edificio gris donde se encuentra su departamento.

Cuando termina de subir las escaleras —porque los elevadores, como la mayoría de cosas en su vida, no funcionan—, mete la mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar las llaves, pero, en cuanto levanta la mano, se da cuenta de que la puerta está entreabierta y está cien por ciento seguro de que no la dejó de esa manera.

Sólo hay tres opciones posibles:

a) Es un idiota: creyó haber cerrado al salir y no fue así, por distraído.

b) Alguien entró a robar.

c) Uno de sus antiguos trabajos lo localizó y vino a saludarlo… con una cuchilla y/o garras entre las tripas.

Si ha de ser sincero, prefiere A e, incluso un poco, B. Lleva una navaja en el cinturón y otra, escondida en la manga de la chaqueta, pero no tiene idea de si eso será suficiente para hacerle frente a algo en el inter…

— ¿Vas a entrar o te quedarás ahí todo el día, parado como imbécil? —Pregunta una voz refunfuñona y, de inmediato, sus hombros se relajan.

— ¡Maldita sea! —exclama, pateando la puerta para terminar de abrirla, encontrándose con la imagen de Adam Song sentado en su pequeña sala de estar, cerveza de lata en mano y botas, embarradas de porquería, sobre su mesita de café: ahora entiende el trauma de la señora McCall con respecto a esa clase de hábitos, pero al menos tiene un buen desinfectante en la gaveta del baño—. ¿No pudiste avisarme que vendrías antes de… venir? — hace un gesto con la mano.

Coloca el pan y las llaves en la cómoda cerca de la puerta antes de quitarse el gorro de lana y la chaqueta para colocarlos en la percha junto a la entrada.

Adam, con esos ojos grises —desprovistos de alma— y cabello entrecano, lo mira con desencanto, como si estuviera preguntándose por qué decidió involucrarse con alguien como él en primer lugar. Extiende una mano y Stiles lo mira… Oh, por supuesto: el pan. Le tiende la bolsa y Adam hace la cerveza a un lado para hundir la mano en ella y hurgar hasta que encuentra algo de su agrado —por favor, el pan glaseado con relleno de jalea de fresa, ¡no! Ese es su favorito, el bastardo lo sabe y está seguro de que… oh, bien, eligió una trenza almendrada—.

Mientras Adam engulle ruidosamente, va a la cocina a tomar una cerveza —porque, después de todo lo que pasó, la necesita— y, mientras abre el refrigerador, recuerda las palabras de Valentina —si quieres salir de dudas…—, pero sabe que no tiene caso. Adam no es cotilla y menos si tiene que darle explicaciones —porque tendrá— y éstas empezarán con algo como pues, mi ex-novio…

—He oído que viajarás a Beacon Hills para las fiestas —empieza el hombre y Stiles pone los ojos en blanco.

Toma una lata, le arranca la anilla y bebe un largo trago. Cualquiera pensaría que es desquiciado beber cerveza, pff, fría en medio del invierno, pero no tiene el suficiente crédito para gastar en vinos espumosos ni nada de eso.

—Como cada año —responde, cerrando el refrigerador con un empujón del zapato para volver a la sala, donde el otro mantiene la mirada fija en el único portarretratos de la habitación, colocado junto a una lámpara, que muestra una imagen de Claudia, Noah y Stiles en el lago, tratando de pescar.

Eso ocurrió dos años antes de que la diagnosticaran con demencia frontotemporal. Tiene el impulso de colocar la foto boca abajo, pero sabe que será un esfuerzo infructuoso, porque está seguro de que Adam conoce todo su árbol genealógico incluso mejor que él.

¿Cómo es posible que no hables polaco cuando ochenta y seis por ciento de tu familia vive ahí? Le preguntó una vez, cuando se vieron obligados a recurrir a un texto en ese idioma.

¡Ni siquiera sabía que tenía más familia aparte de mi papá, el abuelo y la tía Francine!, respondió con total honestidad —porque la familia de Claudia era la más apegada a sus raíces eslavas, pero nunca convivió mucho con ellos—, ganándose un empujón en el hombro por sus esfuerzos. Es decir, sabía que tenía primos en Europa, pero…

—Como cada año —repite el hombre, con una entonación particular, limpiándose el azúcar de la comisura de la boca con el dorso de la mano—. No, ésta vez es diferente —aclara y, de inmediato, Stiles siente un escalofrío recorriéndole la espalda, el corazón vibrando en su caja torácica como las alas de una abeja agitándose.

— ¿A qué te refieres? —Pregunta, sentándose en el borde del sillón.

Intercambian una mirada y, la última vez que el hombre lo vio así, terminó enterrado, junto a Eli, en una tumba abierta en el cementerio, por un rougarou. Tuvieron suerte de que Adam llegara a tiempo, con Valentina, y se tomara la molestia de liberarlos, soltando, en el ínterin, una lista interminable de groserías —algunas nunca las había escuchado y las menciona cuando se presenta la oportunidad, aún si no está completamente seguro de su significado—.

El hombre pone los ojos en blanco —lo sabrías si me dejaras hablar, supone que es lo que el gesto quiere decir—, termina de comer —lo hace incluso más rápido que Eli y se pregunta si es un hábito que su amigo le copió—, se sacude las manos y lo mira, volviendo a tomar la cerveza para beberla de un solo sorbo.

Wow, ¿podrá hacer eso con todo? ¿Qué tal con mezcal? ¿Vodka? Está seguro de que, si intentara imitarlo, la bebida terminaría saliendo por sus fosas nasales —ya le ha pasado y no es agradable—.

—Recibí el pitazo de que, las últimas semanas, ha habido actividad anómala en la Reserva. Se han encontrado cuerpos con signos de ataques animales —Stiles pasa saliva, porque sabe lo que esas dos palabras implican en un reporte policiaco: generalmente, un engaño— y tengo entendido que los Argent volvieron al rodeo. ¿Por qué estás tan pálido? ¡Ah!, olvídalo, este cabello cano no es más que tu culpa y la de ese imbécil de Edlund —revela, masajeándose los lagrimales con los dedos.

Tiene los globos oculares irritados y sus manos se sacuden un poco. Stiles quiere saber cuándo fue la última vez que durmió o, mejor, cuánto ha bebido. Olisquea, tratando de percibir algún tufo alcohólico, pero no lo consigue, así que supone que esa cerveza es la primera del día para Adam.

Cuando trata de hablar, le cuesta trabajo, porque su garganta se ha cerrado como si padeciera un shock anafiláctico.

—Uhm… —carraspea. Tiene que recurrir a la aproximación correcta porque, de lo contrario, el hombre lo tachará de imbécil (de nuevo) y no responderá—. Las únicas manadas de Beacon Hills son…

Adam lo mira como si sintiera pena por él —y por sus padres, al haberlo procreado—. Ladea la cabeza y enarca una ceja.

—Escucha, chico, si algo has dejado claro desde que te conozco, es que tu cabeza está en el sitio correcto: si tienes una pregunta que quieres hacer, sólo…

— ¿Los Hale son hombres lobo? —Prorrumpe antes de pensarlo mejor, pero no puede detenerse—. ¿Los Argent provocaron el incendio de hace seis años?

El rostro de Adam se ensombrece y Stiles sabe que abrió el pico antes de tiempo.

— ¿Sabes qué? Ya que estás tan curioso sobre la familia de tu noviecito —por supuesto que lo sabe: es lógico pensar que lo ha sabido desde la primera vez que le vio la cara y pudo poner las manos en una computadora, pero, aun así, es desquiciante.

—No es mí…

—… ¿por qué no tomas a Edlund y van a Beacon Hills a asegurarse de que no se inicie una guerra gracias a esos imbéciles Argent y alguna jauría de perros exaltados?

Se congela.

De pronto, la luz que entra por la ventana, cubierta con cortinas blancas, a sus espaldas, se vuelve muy brillante y sus pupilas son incapaces de lidiar con el fulgor.

Con Adam y —cuando la encuentran— Sophia, su segunda al mando —o lo que sea— han estado en Pensilvania, Georgia, Alabama, las Carolinas y, en una memorable ocasión, en Luisiana —vampiros desgraciados. Fue un idiota al llegar ahí pensando en Lestat y, quizás, un poco en Eric Northman—, pero nunca han podido ir a una misión sin niñeros. Incluso Valentina tiene más libertad que ellos —sin embargo, piensa que ese es el bonus de sus garras, si bien Stiles tuvo que salvarla del sujeto que consiguió dispararle una bala envenenada por la espalda para después tratar de decapitarla—.

— ¿Solos? —Pregunta, la emoción filtrándose en su voz sin que pueda hacer algo para contenerla—. Por primera vez, ¿podremos ir a una misión sin que nos vigiles?

El ceño del otro se frunce.

—Si quieres, preparo un pelotón —amenaza, pero no lo hará: lo conoce.

Habrá monitoreo, sí, algún adulto responsable con más experiencia que ellos rondando por ahí para asegurarse de que no metan la pata muy hondo y hacer la limpieza posterior, pero, por lo demás, estarán completamente solos.

Stiles ríe, cubriéndose la boca inmediatamente con una mano fría, y lo mira con ojos demasiado brillantes. Adam parece poco impresionado con su despliegue de emociones.

—Escucha, si no eres capaz de manejarlo, llamaré a alguien más. Sólo pensé en aprovechar tu viaje…

— ¡Puedo! ¡Sabes que puedo! Es decir, ¡podemos! ¿Eli ya lo sabe?

Adam parece asqueado ante la idea de hablarle. Sabe que no es porque lo odie, sino que esa es la forma en que demuestra aprecio: conoce a Eli desde que tenía doce años, cuando, por casualidad, pasaba por ahí y vio al cambiante atacando su cabaña tras asesinar a su padre —Stiles ha bromeado con el cuento de Caperucita, alegando que los cazadores siempre llegan en el momento oportuno—; desde aquél entonces, la vida se empeñó en mantenerlos cerca y Stiles está al tanto de que Adam es la única imagen paternal que su amigo ha tenido desde que el suyo pasó a mejor vida.

Al ex-agente no le gusta el título y, por eso, hace todo lo posible por tratar al muchacho como si fuera basura, pero Stiles lo vio tomar una bala por él una vez y… bueno, las acciones dicen más que mil palabras.

Aunque es huraño y grosero, Adam lo hace extrañar a su padre cada vez que comparten un momento como éste.

—Esa tarea te la dejo a ti —responde, levantándose y chasqueando los huesos de su espalda—. Ve a mi casa más tarde, les daré los detalles. Mientras tanto, sería buena idea que llames a tu padre y le informes que irás. Lo quiero todo por debajo del agua, Stilinski. Si lo joden y terminan con una bala entre las cejas o los globos oculares ensartados en garras, procuraré escupir en sus tumbas, ¿comprendes?

—Nadie quiere que le hagan eso a su tumba —confiere.

Adam lo mira con aire cansado y asiente. Se marcha del departamento tal como llegó y Stiles se tira en el sillón, riendo de emoción. El ¡Cá-lla-te! Que viene desde el pasillo no sirve para aplacar su felicidad.

—O—

He estado escribiendo esto desde Navidad, así que tendrá una temática navideña por eso —aunque el calor volvió, haciéndome sentir que vivo en Vulcano: ¿dónde está mi señor Spock? ¡No vendrá, ¿verdad?! ¡¿Verdad?! *voz de Homer Simpson*—.

Pasando a algo más importante: hace unos días tuve una experiencia increíblemente desagradable, ya que alguien me hizo el favor de comunicarme que una chica plagió mi traducción de I'll be right back (in 24 years) (es plagio si no tienes el permiso del autor para publicar su trabajo: ella no lo tenía, así que, por más que mencionará mi autoría como traductora y la de la escritora original: plagio es plagio).

Lo que quiero pedirles es que, POR FAVOR, cuando vean éste tipo de cosas me lo comuniquen de inmediato. Pueden estar seguros de que éstas personas NO tienen MI permiso para hacer ese tipo de cosas, que, he notado, son una práctica común en Wattpad, lo cual es deleznable.

Les agradecería mucho que mantengan un ojo abierto. Yo también amo el Sterek, pero respeto a mis compañeras autoras como para hacerles una cosa así :p

Dejando eso de lado, recuerden que me encuentran en:

Página de Facebook: PruePhantomhive (actualizaciones, próximas historias, recomendaciones de fics, películas, programas, otras cosillas, mis fandom, tus fandom y así).

Canal de YouTube: Prudence Hummel (DIY con reciclaje, Curiosidades ecológicas y, básicamente, eso: Ecología).

I lava all of you! (como en esa canción de Disney, ya saben, pff).

P.D: ¡Lo olvidaba! La segunda parte de este capítulo está terminada, así que mientras más comentarios vayan dejando, más rápido la publicaré :) Recuerden que mis trabajos sin reviews se van a HIATUS.