Hello everyone!

Al fin he vuelto a las andanzas. Vengo a dejarles este FrUK, mi primer multichapter. Espero lo disfruten tanto como yo disfruté escribirlo (Aunque haya costado mucho en algunos momentos).

Disclaimer: Axis Powers Hetalia y sus personajes no me pertenecen, por mucho que yo desee lo contrario.


Sweet Mistake

Una vez más había caído en la trampa, ¡¿Cuándo iba a aprender, por amor a la Reina? Estaba enojado consigo mismo... ¡No! Más que enojado estaba furioso y dolido, muy dolido.
Arthur Kirkland, más conocido como Inglaterra, paró en seco su caminata bajo la lluvia, sin pensarlo había salido de su casa para intentar calmar los instintos suicidas que generaba la situación en él. No traía paraguas y llovía como si no hubiese un mañana.

— Por amor a la Reina... —susurró el inglés, sintiendo como algunas traviesas gotas se colaban por el cuello de su gabardina. Pasó una mano por su frente, intentando ordenar su pelo que goteaba y molestaba, un acto inútil que hizo que su enojo aumentara una vez más.

Sintió un sabor agrio en la boca y suspiró. Metió las manos a los bolsillos y encontró su billetera. Siendo sinceros, era un tanto extraño ver a un inglés, parado en medio de la calle, enfrentando una lluvia intensa y sin paraguas. Gracias al cielo, era el único en ese lugar y no temía ser visto haciendo el ridículo. Revisó su billetera y calculando rápidamente echó a andar hacia una cafetería cercana para refugiarse de la lluvia y tomar un té que le ayudara a calmar sus nervios.

Una vez en el lugar, se sentó en una mesa cercana al ventanal, donde podría mirar la lluvia interminable y pensar con tranquilidad.

— Buenas tardes, señor. ¿Ha decidido ya? —La voz de la mesera, una muchacha trigueña y sonriente, le sacó de sus pensamientos.

— Buenas tardes. Me gustaría una taza de Earl Grey y si es posible leche caliente aparte, por favor.

— ¿Inglés tradicional? —preguntó la chica sin perder la sonrisa— No se preocupe, en un momento traeré su pedido. Mmm...¿Quisiera algo para comer?

El inglés la miró indeciso. No quería comer, pero no podía negar que estaba hambriento.

— Puedo recomendarle la torta de yoghurt de frutilla...

— Está bien, me gustaría un trozo para probar —Tenía fe en que el dulce lo animaría un poco.

— Entonces, un Earl Grey, leche caliente y un trozo de torta de yoghurt de frutilla —enlistó la chiquilla para asegurarse de que no faltara nada— Volveré enseguida —dijo finalmente la mesera luego del asentimiento de Inglaterra.

Inglaterra se dedicó a observar a los otros comensales del café, había poca gente como era de esperar de un día lluvioso como aquel. Había otro hombre solo, sentado en un lugar muy apartado, con un diario en la mano. Más cerca de la barra había dos chicas que se quejaban en voz alta de la lluvia y miraban con cierta preocupación sus bolsas de compras mojadas. En una mesa cercana a él, también al lado del ventanal había dos hombres que tomaban sendos jarros de cerveza en silencio.

— Aquí está su pedido —Inglaterra saltó involuntariamente al oír a la mesera, quien simplemente sonrió dulce y sincera.

—Gracias —dijo, antes de que la chica se retirase.

Y ahora, ya no había excusa, era hora de pensar. ¡Ese francés descarado! Siempre era su culpa. Todo lo que estaba sucediendo ahora. Era su culpa, la ropa mojada, el frío intenso...y ¿el corazón roto? Sí, eso también. A pesar de que intentaba machacarle la culpa a Francia por todo lo que le estaba sucediendo, no podía evitar escuchar una vocecita en el fondo de su mente que le reprochaba el haber sido tan ingenuo. Sabía que no podía confiar en el francés, sin embargo, había vuelto a caer.

Francia había estado bastante atento con él, lo había invitado a pasar unos días juntos, para combinar las reuniones de trabajo con un viaje que resultaría recomponedor para ambos. En medio de insultos y peleas habían ido a Niza. Allá el francés lo agasajó con lo más espectacular de su carta, varias salidas culturales, catas de vino, cenas en finos restaurantes...y, a pesar de las peleas, mucho, MUCHO, coqueteo entre los dos.

Pero eso no era nada al lado de lo que había sucedido cerca de la tercera o cuarta noche, ya ni se acordaba bien. Estaban los dos, tirados sobre la alfombra de la sala de estar de Francia, disfrutando un vino y recordando viejos tiempos (aquellos en que solían odiarse y quererse con menos discreción). Mientras reían, Inglaterra podía sentir el embriagante calor del francés a su lado y cuando sintió una mano en la suya, el vino no le ayudó a alejarla, sino todo lo contrario. Sonrió coquetamente y sus ojos verdes brillaron juguetones, intensos. Francia, a.k.a el país del amor, no podía leer incorrectamente esos gestos y siguió el juego del inglés. Poco a poco, con otra copa de vino, fueron acercándose más, jugando un "tira y afloja", un "dar y quitar".

Al terminar la segunda botella de vino, Francia tenía su brazo izquierdo fijo en la cintura de Inglaterra. Y este se apoyaba en el hombro del francés, aspirando su aroma.

A la tercera copa de la tercera botella, Francia dejaba pequeños besos en el cuello del inglés, mientras este besaba la palma de la mano derecha del francés.

En algún momento entre la tercera copa y el final de la tercera botella, ya estaban lisa y llanamente comiéndose a besos.

Y siguieron así toda la semana. Maravillosa, aunque Inglaterra no fuera a reconocerlo ante nadie (aunque no podría asegurar que no lo hacía en medio de ciertas actividades) y romántica. Cuando dejó el departamento en Niza, sintió un nudo en el estómago, era hora de volver a la realidad y eso, no le caía bien cuando estaba tan feliz y se sentía tan querido.

Su nerviosismo y ansiedad fueron aumentando a medida que se acercaban a Paris. Debió haber sabido que era un mal augurio.

Mon cher, Anglaterre —comenzó Francia antes de entrar a Paris— Espero hayas pasado una excelente semana aquí. Por mi parte, puedo decir que ha resultado bastante placentera tu compañía, mon petit lapin.

— Sí, no me quejo. Puedo decir que cumplió su objetivo a cabalidad, frog —Le llamaba la atención que después de una semana de "Arthur", su nombre hubiese cambiado a "Anglaterre".

— Fue una buena semana — Entonces, Inglaterra miró al francés, alzando una ceja y con una sonrisa de medio lado en sus labios. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna del francés. Cosa que lo dejó desconcertado y apretó los puños en su regazo.

No volvieron a hablar hasta que llegaron a Paris.

Inglaterra tomaría un avión a Londres, así que rápidamente se dirigieron al aeropuerto, aunque el tiempo les sobraba, Francia parecía querer llegar luego. El inglés frunció su ceño ligeramente y apretó más sus puños.

— Debo irme, mon cher Anglaterre. Lamento no poder quedarme a esperar el vuelo contigo, pero hay compromisos que necesito atender. Te deseo un buen viaje, sourcils —dijo el francés, intentando impregnar sus palabras, carentes de sentimiento, con un toque de humor, cosa que no logró. Francia tendió la mano y el inglés la miró confundido unos segundos.

Su maldito sentido de la caballerosidad le obligó a tomar la mano del francés y apretarla educadamente.

— Muchas gracias por la invitación, wine bastard —Sus palabras dejaron entrever levemente la confusión que lo asolaba— Nos veremos en la próxima reunión.

Ambos tomaron caminos distintos.

Inglaterra tomó el avión, llegó a Londres y tomó un taxi a su casa. Cuando abrió la maleta en su habitación comenzaron a caer las primeras gotas. Al terminar de ordenar su ropa y algunos souvenirs que había comprado, sintió que el nudo en el estómago, que había estado cargando durante el día, se disolvió y la confusión dio paso a la inmensa rabia. ¡Había sido el amante de turno del francés! ¡Otra vez! ¡¿Hasta cuándo iba a permitir que Francia jugara así con él?
Y salió de casa, sin paraguas. Y bajo una lluvia torrencial caminó sin rumbo, cegado por la rabia. Y así había llegado a ese café.

El Earl Grey estaba perfecto. La torta de yoghurt estaba exquisita. Él ya estaba tranquilo y la lluvia había comenzado a declinar.

— ¿Puedo ayudarle en algo más?

— ¿Puedes darme otros dos trozos de la misma torta para llevar? Por favor.

La chica asintió y partió tras la barra a cumplir su cometido.

Unos minutos después, salía del café con sus trozos de pastel. Finas gotas caían aún, pero eso no era importante.

Suspiró. Francia era un inmaduro. Si lo pensaba seriamente, en todo momento supo que el francés no era sincero, por ello no reaccionó violentamente. Se conocían desde hace tanto que en el fondo no le sorprendía su actitud. Había sido un lindo sueño durante una hermosa semana, pero sabía que Francia no iba a dejar sus andanzas, así como él jamás dejaría de tomar su sagrado té de las cinco.

Tal como las veces anteriores, había sido un dulce error que no se cansaría de cometer.


Un poco triste, ¿verdad? No puedo creer que yo haya escrito esto, ¡Con lo que me gusta lo dulce!

¡Gracias por leer!

Nos vemos en el siguiente capítulo.