AN: Este es el final alternativo que escribí inicialmente para "No juegues en el bosque". Es el final menos feliz, aunque creo que es el más probable. Lo escribí pensando que, si la niña no moría, Carlisle probablemente terminaría resignándose un día a "entrenarla" como habían hecho los Vulturis con Jane y Alec, más por razones de seguridad que por convicción propia. Es algo deprimente, y más bien violento, por lo que no lo recomiendo para menores de edad o para personas que ya estén tristes.

Este final retoma en el capítulo 19 de "No juegues en el bosque (final alternativo 2)", y ambos capítulos 19 se parecen mucho.

Capítulo 23

No podíamos ir a vivir a Estados Unidos, que era lo que los seis más querían, porque los lobos seguían vivos y poco dispuestos a olvidar. La familia de Denali había contado que sentían periódicamente olor a los hombres lobos cerca de su propiedad, señal clara de que todavía buscaban a los Cullen. Y, de todas formas, si hubieran sabido que Jasper me había mordido, los habrían vuelto a perseguir.

Pero a Carlisle y Esme eso no parecía amargarles demasiado, y me aseguraban que preferían mil veces tenerme a mí que conservar el tratado con los lobos. Y, de todas maneras, esos lobos algún día morirían y podrían volver.

Emmett agregó, en forma muy práctica, que arrendar esas propiedades a las que no podían ir a vivir generaba mucho dinero, así que no había gran pérdida.

Bella era la que más pena me daba, ya que ella quería volver a vivir cerca de su padre. Y algunos lobos habían sido sus amigos. Pero nunca lo mencionaba. Aguantaba callada. Se veía que era feliz de vivir con su marido, al que amaba tiernamente, y con eso se conformaba.

A mí me hubiera gustado poder volver a la casa del lago, pero Carlisle me recordó que tendríamos que esperar a que las personas que los conocieron hubieran muerto. Yo le dije que no era tarada, y que lo sabía perfectamente, y que sólo estaba diciendo que me gustaría. Y él me sonrió y me dijo que me prometía que algún día volveríamos.

Me dio pena cuando tuvimos que dejar las casas de la isla. A pesar de todas las cosas tristes que habían pasado, también había sido el primer lugar en el que me había sentido bien desde que era vampiro. Cuando me subí a la lancha con la familia, y la isla se fue viendo chiquitita, me puse a tiritar como una enferma. Esme me sentó sobre ella, y me abrazó mucho. Ya no me daba tanta vergüenza que hiciera eso. Me dijo que siempre era triste dejar un lugar, pero que había que dejar de mirar atrás y alegrarse de lo que venía por delante. Agregó que, al ser vampiros, nos mudaríamos muchas veces, que había que acostumbrarse a que ninguna casa era para siempre, y que donde sea que nos fuéramos a vivir esa sería nuestra casa, y que igual seriamos felices.

Nos mudamos al este de Canadá. A otra casa junto a un lago. Carlisle la había escogido él mismo. No era igual que la otra, y era un poco más pequeña, pero tenía un garaje muy grande y mucho terreno. Y, cómo no, también estaba rodeada de bosques y nevaba. El lago no tenía embarcadero, pero había varias rocas grandes que sobresalían en la orilla y uno se podía sentar arriba. Y, en el agua entre las rocas, se podían ver cardúmenes de diminutos pececitos. Además había ranas, y se las podía oír croar en la noche. Pensé en beberme una, para ver qué tal era, pero cuando la olí me pareció asquerosa así que la dejé donde la había encontrado.

Lo que más me gustó de la nueva casa fue que mi cuarto era el único que había en el tercer piso. No era más grande que los otros, de hecho seguía siendo el más pequeño, y los muros eran inclinados, pero era como si tuviera todo un piso para mí sola. Bueno, era casi un entretecho. Y mi cuarto no tenía baño, pero yo sería la única que usaría el baño que había en el tercer piso, así que era lo mismo.

El dormitorio de Esme y Carlisle estaba en el primer piso, junto a otra habitación más pequeña que sería el escritorio de Carlisle. No había biblioteca, pero como la sala era muy grande, y tenía muchas estanterías, Esme me dijo que pondrían los libros ahí. También había un comedor, otro baño, una cocina, una logia y un sótano, aunque al sótano ya no se accedía por la logia sino por una puertecita junto a la escalera. Como en la otra casa del lago nunca me habían mostrado el sótano, le pregunté a Esme si podíamos bajar. Pero me dijo que no, que estaba sucio, y que no tenía permiso para bajar porque ahí estaba la caldera. Me dio un poco de rabia, pero que diablos. Apenas tuve la oportunidad intenté abrir la puerta, sólo para asomarme y echar una mirada, pero la habían dejado con llave. Y Edward me asustó, acercándose sin que lo sintiera, y susurrándome en la oreja "te dijeron que no".

En el segundo piso había cuatro dormitorios, todos más grandes que el mío, y tres de ellos se transformaron en los dormitorios de los seis hijos. El único que no tenía su baño se transformó en el taller de Esme. No había espacio para una sala de estar, pero a nadie le importó. Con la sala del primer piso tendría que bastar.

Cuando los seis se fueron a buscar los autos que habían guardado en bodegas cuando huimos a la isla lo pasé muy bien, ya que Carlisle y Esme arrendaron un auto y me llevaron a mí a buscar los dos que habían quedado guardados por años, y viajé con Esme de vuelta a la casa en el mercedes de Carlisle. Carlisle tuvo que viajar solo en el otro auto, que se veía de lo más pituco que hay. Lo único que no disfruté del viaje fue cuando cruzamos la frontera de ida, y luego de vuelta. Pero los nuevos documentos falsos deben haber sido muy buenos, ya que no tuvimos problemas para pasar, y nadie me quedó mirando raro como yo había temido. Según mi nueva identidad yo tenía casi 12 años (los cumpliría ese verano). Yo lo había encontrado un poco exagerado, pero Carlisle me aseguró que pasaba perfectamente por esa edad, que confiara en él. Y luego de que pudiera cruzar dos veces la frontera, sin que nadie cuestionara mi edad, tuve que admitir que había tenido razón. Aunque igual me perturbaba que me hicieran pasar por alguien tres años menor de lo que era en realidad.

Cuando llegaron los camiones de la mudanza (eran menos que para la otra mudanza) ya no me tuve que esconder, aunque igual Esme me pidió que fuera un rato al lago, para que no estuviera en medio. No sé ni por qué me piqué, pero apenas llegué a las rocas me metí al agua. No nadé, pero intenté explorar la tierra que había bajo el agua, con poco éxito. Había una especie de lodo que enturbiaba el agua apenas uno se movía un poco. Pero encontré un hueso muy grande, medio enterrado en el fondo, y decidí quedármelo.

Cuando sentí la voz de Esme llamándome salí de inmediato del agua, temiendo que hubiera creído que había intentado escapar o algo así.

-Perdóname Esme –le dije de inmediato con cara de disculpa-, no intentaba escapar, sólo quería ver cómo era el fondo. Te lo juro.

-Y era puro barro ¿verdad? –Me preguntó.

-Sí… ¿Cómo…? –Comencé a preguntar, pero vi que miraba mi ropa. Y vi que mi ropa no estaba sólo mojada, sino embarrada, con manchas medio verdosas incluso.

-Para otra vez avísame –Me pidió-. Sé que no intentabas nada malo, pero no quiero que desaparezcas simplemente. ¿Entendido?

-¡Pero tú me dijiste que viniera al lago! –Me quejé. Ella me miró feo y me sentí mal.

-Sí Esme, lo siento –le dije de inmediato.

-¿Qué tienes en la mano? –Me preguntó.

Recordé el hueso, y se lo pasé.

-Creo que es un hueso, aunque no sé de qué –le expliqué-. Lo encontré medio enterrado en el barro.

Ella lo agarró con dos dedos y lo giró, mirándolo con un poco de desagrado.

-¿Me lo puedo quedar? –Pregunté. Vi que hizo una mueca como de asco.

-No es humano, así que supongo que puedes –Me dijo resignada, y me lo pasó-. Pero lávalo bien por favor, y no quiero verlo dando vueltas por la casa.

-Ok. Decoraré mi cuarto con él –le dije riendo.

-Qué tétrico.

-Soy un vampiro, ¿qué esperabas? ¿Flores y mariposas? –Le pregunté con sarcasmo. Se rio.

-Como quieras. Vamos. Quiero que te duches y te cambies de ropa. Hueles pésimo -me dijo.

-.-

Cuando terminaron de desembalar y de poner todo en su lugar, la casa quedó un poco llena. Pero igual se veía bien. Y Esme nos obligó a todos ayudar a limpiar, así que terminamos rapidísimo. A Emmett le tocó la aspiradora, y nos molestó a todos aspirándonos la ropa cuando pasábamos cerca de él. Cuando se lo hizo a Bella, ella le respondió "madura…" en tono de broma, y él le respondió aspirándole el pelo. Ella gritó, y Edward llegó de inmediato. No se gruñeron, pero Edward se picó y le lanzó el trapo con el que estaba limpiando ventanas a la cara, y Emmett apagó la aspiradora y se lanzó sobre él para intentar ensuciarle la cara con el trapo.

Yo dejé de sacudir y me acerqué más para ver quién ganaría la pelea (apostaba por Emmett), pero Esme llegó rapidito y los mandó a los dos a limpiar ventanas afuera, y continuó pasando ella la aspiradora.

-.-

Mi cumpleaños ese verano fue más alegre que el anterior y, consecuentemente, Carlisle y Esme me volvieron a regalar un libro. Y se esmeraron en hacerme un regalo miserable: un diccionario guatón (mucho más grande que el chiquito inglés-español que había usado siempre) y que más encima no era de traducción sino de definiciones. Un asco. Me quejé, diciendo que necesitaría un diccionario para lograr leer ese diccionario. Pero Carlisle parecía feliz de ver cómo me quejaba. Pensé en usar el grueso tomo de proyectil, e imaginé sonriendo el sonido que haría contra la cabeza de Carlisle, pero desistí al ver la cara que Edward me puso cuando tuve la idea.

Ese cumpleaños también fue un poco raro, ya que a pesar de que cumplía 21 años, y según mi nueva identidad cumplía 12, en realidad seguía teniendo 14. Había vivido un tercio de mi vida con los vampiros. Pero preferí no darle muchas vueltas.

Hubiera podido ser muy feliz en la nueva casa, supongo, y lo fui por casi todo ese verano. Pero Carlisle y Esme se encargaron de amargarme la vida inscribiéndome en una escuela. En septiembre, iría al colegio "como todos mis hermanos". Como aparentaba tener 12 años, iría al primer año del mismo establecimiento que ellos.

Ese fue el inicio de una guerra, ya que ambos bandos sabíamos que el resultado de esa primera batalla sentaría un precedente para el futuro. Yo sabía que, si los dejaba salirse con la suya, quedaría condenada a pasar de escuela en escuela por toda la eternidad. Y eso, ni muerta. Estaba dispuesta a todo.

Ingenuamente, yo pensaba que tenía "la sartén por el mango", como se dice. Si intentaban llevarme a la fuerza, pensaba dejar la cagada y obligarlos a mudarse. Suponía que, si los obligaba a arrancar a otra ciudad cada vez que intentaran forzarme, terminarían concluyendo que mejor me dejaban en paz, para conseguir vivir en paz.

Bueno, no funcionó. Como se dice, "donde manda capitán no manda marinero". Y ese fue el inicio del fin de la vida como la había conocido. El sol había salido brevemente después de la tormenta, pero luego de ese verano se nubló y nunca más volvió a salir.

La semana antes del inicio de las clases, yo había decidido no volver a dirigirles la palabra ni a Esme ni a Carlisle hasta que decidieran que me podía quedar en la casa, y me pasé el tiempo diseñando estrategias.

El sábado por la mañana, Alice asomó la cabeza por mi puerta.

-Daniela, ¿puedo pasar? –Me preguntó.

-Depende –le dije-. ¿Vienes a alegrarme la vida o a amargármela más?

Se quedó pensando.

-Ni lo uno ni lo otro –me dijo entrando-. Sólo te quería decir que creo que es mejor que te resignes y no sigas peleando con Esme y Carlisle.

-O sea: vienes a amargarme la vida.

-No. Tú te la estás amargando –insistió, sentándose en mi cama-. Yo vengo a evitar que te la amargues.

Retrospectivamente, creo que debí hacerle caso. En fin. No lo hice.

-Alice –le dije-. Si tú quieres pasarte toda tu existencia yendo a clases, eso es asunto tuyo y no me meteré en tu vida. Pero yo no pienso dejar que me hagan eso. La eternidad es muy larga para pasársela haciendo algo que uno odia.

Alice suspiró.

-¿Estás consciente de que terminarán ganando ellos?

-No seas derrotista. Mejor únete al equipo ganador. ¿Por qué no hacen huelga conmigo? Si nos unimos, Carlisle y Esme tendrán que ceder. Podríamos fingir que somos todos educados en casa. Lo vi en la tele. Es perfectamente legal.

Alice se quedó pensando, y me alegró de que pareciera estar considerando la posibilidad seriamente. Tenerla de mi lado probablemente incitaría a los otros cinco a ponerse de mi lado también.

-No funcionará –dijo con rotundidad, al salir de un corto trance.

-¿Por qué?

-Porque Carlisle dirá que no –dijo como si fuera obvio.

Puse los ojos en blanco.

-De eso se tratan las huelgas, Alice. Para que los más débiles, mediante la unión, puedan evitar que los dominen los que ostentan el poder.

Se rio.

-Esto es una familia, Daniela. Las cosas no funcionan así.

-Si nos uniéramos los siete podría funcionar –aseguré-. No creo que Carlisle quiera estar en guerra con los siete al mismo tiempo.

Alice volvió a negar con la cabeza.

-Esto no es una guerra Daniela. Carlisle, además de nuestro padre, es nuestro líder. Él se encarga de que estemos seguros, y de que todo funcione lo mejor posible. Y funciona, en la medida de que nosotros respetemos sus decisiones. Si él encuentra que estaremos más seguros yendo a la escuela, es porque de esa forma corremos menos riesgo de llamar la atención de los humanos.

-¿Y tú crees que faltando cada vez que hay sol llaman poco la atención? –Me burlé.

-Ha funcionado bien hasta ahora –aseguró.

-¿Y por qué mi plan no puede funcionar? –Le pregunté-. Ni siquiera han tratado.

Alice se encogió de hombros.

-Yo sólo sé que no funcionará. Y te vengo a avisar para evitarte malos ratos.

-Cobarde.

-No soy cobarde –aseguró-. Sólo sé mejor que tú cómo funcionan las cosas.

-Pues allá tú –le dije-. Y, cuando yo me quede en casa, y ustedes tengan que ir todos los días a aguantar a los humanos, te miraré irte y recordarás que no te uniste a la rebelión ganadora.

Se rio nuevamente.

-Bueno, suerte con eso –me dijo-. No he visto exactamente qué va a pasar, sólo sé que en mi futuro hay escuela haga lo que haga.

Salió, y yo seguí madurando mi plan.

Tenía varias ideas. La primera, obviamente, era simplemente no salir de la casa y no subirme al auto. Sospechaba que eso no funcionaría, ya que podían sacarme a la fuerza, y subirme a la fuerza al auto. Pero si intentaban meterme a la fuerza al colegio tenía pensado gritar, para que todos pudieran oír, que era un vampiro, y que quien intentaba forzarme a entrar al recinto también lo era. Sospechaba que los alumnos y apoderados podrían no creerme, y pensar que yo era sólo una pendeja malcriada. Pero pensaba desafiarlos a que me tocaran la piel y vieran que era fría. Seguro que algún niño tendría curiosidad, me tocaría, y podría dar fe de que hablaba en serio.

Si eso no funcionaba, y de alguna forma conseguían dejarme en el establecimiento, pensaba decirle a un adulto que me dolía la cabeza y que me llevaran a la enfermería. Bastaría con que verificaran que no tenía pulso para que quedara la embarrada.

Y siempre quedaba el plan B: recurrir a la violencia, aunque esperaba no tener que llegar a eso. Tal vez no era más fuerte que el resto de la familia, pero al menos sí era más fuerte que los humanos. Si hacía algo tipo Hulk, como sacar una puerta de las bisagras, o levantar el escritorio de alguien con una mano, iban a sospechar que algo raro pasaba. Y, si ni eso funcionaba, siempre le podía pegar a alguien o, en última instancia (y espera de corazón no tener que llegar a eso), beberme a alguien. Así me aseguraba de librar seguro, porque no podría ir al colegio con los ojos rojos.

Tener un plan me tranquilizaba, aunque también me hacía sentir incómoda. No tenía ganas de juntarme con la familia ahora que estaba en guerra con los dos líderes. Así que parte del plan también consistía en evitar a todo el mundo, dentro de lo posible.

Pero Esme tenía otros planes, y un poco antes de mediodía tocó mi puerta.

-Tesoro, ¿puedo pasar?

No le contesté. ¿Acaso olvidaba que no le hablaba? Para que le quedara claro que no era bienvenida, corrí mi cama y la pegué a la puerta para que no pudiera entrar. Cuando me oyó resopló molesta.

-Esto es ridículo, Daniela. Déjame pasar.

No le contesté. Y ella intentó abrir igual, empujando la cama con la puerta. Empujé la cama, para evitarlo, pero cuando comencé a escuchar que la madera comenzaba a crujir la solté. Tampoco quería romper mi cama.

Esme entró, y cerró la puerta.

-Daniela, no puedes seguir así, encerrada en tu cuarto sin hablarnos –dijo.

La ignoré. Resopló.

-Venía a invitarte a salir conmigo. Quería comprar algunas cosas para que llevaras a la escuela. ¿No te gustaría que saliéramos las dos a escoger cosas lindas?

Abrí la cortina, y le mostré que había sol. Chúpate esa Esme. ¡Tu plan apesta!

-Alice vio que se nublaría dentro de media hora. No habrá problema –insistió.

Para dejarle claro que hablaba en serio, corrí mi cama a su posición inicial, me recosté en ella, saqué una libreta y un lápiz de mi velador, y me puse a dibujar, dispuesta a ignorarla todo el fin de semana si era necesario.

Esme se acercó y, cuando vi que se iba a sentar en mi cama, puse mis pies ahí para que le quedara claro Que. No. Era. Bienvenida. Maldita. Sea.

Pero sólo me agarró los pies, los levantó, se sentó, y los volvió a apoyar sobre sus piernas.

Aunque por dentro hervía, continué ignorándola. Me concentré en mi dibujo, aunque estaba quedando horrible. No era más que diseños geométricos y las líneas me estaban quedando tiesas y demasiado marcadas.

-¿Te acuerdas cuando comenzamos a estudiar juntas?

No le contesté. Claro que me acordaba. Era un puto vampiro. ¿Cómo se me iba a olvidar?

-También estabas asustada, y enojada –continuó-. Y al final viste que no era nada del otro mundo. Lo pasamos bien, ¿no?

Que hablara por ella. Yo prefería ver tele. Siempre le había dejado bien en claro que le seguía la corriente sólo porque la quería y porque me obligaban.

-Sé que ahora no lo entiendes, y crees que lo hacemos porque no te queremos, o porque no nos importas. Pero es todo lo contrario. Relacionarte con otras personas te hará bien, y vas a ser mucho más feliz.

Me dieron ganas de preguntarle por qué no iba a la escuela ella misma si le gustaba tanto, pero no pensaba romper mi silencio.

-Te estás ahogando en un vaso de agua Daniela –insistió Esme-. Lo estás pasando pésimo cuando podríamos pasar un rato espectacular juntas. A ti te gusta comprar lápices, cuadernos, y esas cosas. ¿Por qué no vamos?

No era por no ir a comprar. Era porque no pensaba dejarme sobornar. Me quería comprar cosas para la escuela, cuando yo no pensaba ir a la escuela. O no pensaba permanecer en ella si me obligaban. Eso me dio una idea para mejorar mi plan: el plan C sería, simplemente, salir de la escuela por donde fuera si me dejaban ahí. Si lo había conseguido siendo humana, siendo vampiro sería pan comido.

Esme suspiró, y comenzó a hacerme cariño en las pantorrillas. Me dio rabia, recogí mis piernas para que me soltara, e intenté botarla de mi cama empujándola con los pies.

Pero Esme se lo tomó a mal, me agarró un tobillo y me dio una palmada en la pierna. No fue muy fuerte, pero me dolió.

-No vuelvas a patearme Daniela –me dijo enojada, aunque parecía que se iba a poner a llorar.

Al instante sentí que me iba a venir la tiritona. Esme nunca me había pegado. No me di ni cuenta cuando ya había atravesado mi cuarto, el pasillo, y me había encerrado en el baño. Y luego oí pasos en la escalera, y la voz de Carlisle.

-¿Qué pasó amor? –Le preguntó Carlisle, alarmado. ¿Acaso no había oído?

Esme no le contestó, y tuve la certeza de que ella también estaba llorando. Me sentí peor. Pero ella se lo había buscado. Le había dejado bien en claro que no entrara a mi cuarto, y entró igual. Que no quería hablar con ella, y habló igual. Que no quería que se sentara, y se sentó igual. Y que no quería que me hiciera cariño en las pantorrillas…

Ahí me calló la teja de lo que acababa de hacer, y me sentí podrida. Esme me había hecho cariño, y yo le había respondido con patadas. Me sentí horrible.

Salí corriendo del baño, y volví a mi cuarto. Esme seguía sentada en mi cama, llorando, y Carlisle estaba sentado junto a ella intentando consolarla.

-Perdóname por favor, Esme –le dije de inmediato, antes de que me bajara la cobardía y me arrepintiera.

-¿Qué hiciste? –Preguntó Carlisle, confundido.

-Intenté que se bajara de mi cama empujándola con los pies –confesé-. Pero no es que no la quiera. Sólo estaba muy molesta. Bueno, sigo molesta. Pero no debí patearla y no lo volveré a hacer. Perdóname Esme, por favor –le rogué, sinceramente arrepentida.

-Bueno tesoro –me dijo, aunque seguía tiritona.

-Amor, déjanos solos por favor –dijo Carlisle.

Esme pareció contrariada.

-Íbamos a salir de compras ahora –dijo Esme, intentando hacerlo desistir.

-Amor… -insistió Carlisle, serio.

Esme se puso a tiritar más, y se paró. Carlisle le tomó una mano y se la besó antes de que se alejara. Cuando paso junto a mí le tomé una mano y le pedí que me perdonara de nuevo.

-Sí tesoro –dijo, e intentó sonreírme pero sólo tiritó más. Y luego sus pasos se alejaron escalera abajo, hasta el primer piso. Y la sentí salir afuera. Tanto Carlisle como yo nos quedamos escuchando como se alejaba, rumbo al lago.

-Lo siento tanto Carlisle –le dije.

-Cierra la puerta –me dijo.

De pronto me cayó la teja de que probablemente él consideraría que una patada a Esme era una falta de respeto. Entré en pánico, y no conseguí moverme.

-Cierra la puerta Daniela –insistió Carlisle con calma.

En ese momento sólo quería que la tierra me tragara, y seguí sin poder moverme.

-Cómo quieras –dijo Carlisle-. Se paró, me agarró una mano y me obligó a acercarme a la cama. Se sentó, me puso boca abajo y comenzó a pegarme.

Aunque me dolió, y bastante, lo peor es que me sentía podrida. Cuando acabó me puso de pie frente a él y me agarró los brazos.

-Nunca más Daniela. ¿Entendido?

Como no conseguía decir nada, ni parar de tiritar, negué con la cabeza.

-Ok. Quiero que vayas donde ella, le pidas perdón por tratarla mal, y que le prometas que no lo volverás a hacer.

Asentí con la cabeza.

-Y no irás de compras con Esme. Pero vas a ir a cazar con la familia más tarde, y nada de dar pelea. Irás, cazarás, y obedecerás. ¿Entendido?

Asentí.

-Ok, ve.

Me giró y me dio un empujoncito hacia la puerta. Pero no tenía ganas de pasar frente a todos después de que oyeran que me acababan de castigar, así que me dirigí a la ventana.

-Por la puerta Daniela –dijo Carlisle serio.

Bajé las dos escaleras lo más rápido que pude, y por suerte no me encontré con ninguno de los seis. Pero no volaba ni una mosca así que asumí que todos habían oído todo y se habían quedado para adentro.

Esme estaba al borde del lago, tiritando sola. Me dio mucha pena y me acerqué corriendo.

-Perdóname Esme, por favor –le dije abrazándola-. Te juro que no volveré a patearte, por muy enojada que esté.

-Bueno tesoro –me dijo, abrazándome también-. Todo se va a arreglar te lo prometo.

No le contesté, porque en realidad no estaba tan segura de que "todo" se arreglara. Yo no pensaba ceder en lo del colegio. Pero, por el momento, no quería seguir peleando. El lunes pasaría a los actos concretos, si ellos no cambiaban de idea. Pero eso era otra guerra.

De haber sabido cómo acabaría todo, probablemente yo habría cambiado de actitud. De haberlo sabido Esme, probablemente ella también. Pero ni a Alice le funcionó la bola de cristal en este caso, por desgracia.

-¿Y? ¿Quieres ir a dar una vuelta? –Me preguntó, cuando sus tiritones pararon un poco.

-Carlisle dijo que no. Pero dijo que iríamos a cazar más tarde.

-Está bien tesoro –me dijo, y me dio un beso en la cabeza-. Vamos.

Miré el lago con ganas, pues lo que me hubiera gustado en ese momento era meterme al agua y desaparecer por un tiempo, un par de horas como mínimo. Pero no tenía ganas de decirle que no a Esme así que la seguí.

Cuando entramos se fue hacia la sala. Pensé unos segundos en subir a mi cuarto, pero imaginar que Carlisle podía seguir ahí me hizo optar por ir detrás de Esme mejor. Oí como ella comenzaba a tocar el piano y me fui a sentar en una de las sillas que había al lado.

Cuando escuché a Carlisle bajar la escalera me puse tensa. Pero lo oí entrar a su escritorio y volví a relajarme.

Cuando escuché abrirse la puerta del cuarto de Bella, y los oí a ambos bajar, me dio tanta vergüenza que me paré para irme. Sabía que era estúpido, que igual tendría que verlos a todos cuando saliéramos a cazar, pero en ese momento no me sentía valiente para nada.

Esme dejó de tocar cuando vio que me había parado.

-Quédate por favor, hija –me dijo-. Me encanta estar contigo.

Ante eso me quedé sin palabras, y me volví a sentar. ¿Cómo le podía decir que no?

Bella entró, se fue a sentar al lado mío, y me pasó un brazo por la espalda por unos segundos. Le murmuré "gracias". Ella no era muy dada a las muestras de afecto, y su solidaridad me conmovió.

Edward se fue a sentar con Esme al piano, y ella sonrió de inmediato y comenzaron a tocar juntos. Y ahí comenzó el show, porque bajaron los otros cuatro. Y los odie por eso, porque eso hizo que Carlisle viniera también a la sala.

Los cuatro no me dijeron nada, ni comentaron nada sobre lo que habían oído, por suerte. Pero Carlisle me miró directamente a mí y me hizo bajar la vista. ¿Acaso seguía enojado conmigo?

Me paré discretamente para irme, cuando nadie me prestaba atención, y me fui hacia el pasillo. Intenté pasar lo más lejos de Carlisle que pude, sin que se notara, pero me atajó igual y me empujó frente a él, abrazándome por detrás. Me frotó un poco un brazo, así que asumí que ya no seguía enojado. Me relajé un poco.

Cuando Esme y Edward dejaron de tocar, Rosalie le apretó el hombro a su hermano y este se paró del banquito. Entonces ella se sentó con Esme y se pusieron a tocar juntas, algo muy movido, y eso hizo reír a Esme. Me alegré de verla riendo, y me sentí culpable por mis planes. Pero luego recordé que de esos planes dependía si pasaría año tras año lateándome en una sala llena de compañeros odiosos, y dejé de sentirme culpable. Capté que Edward me miraba con expresión cansada, y movió casi imperceptiblemente la cabeza en gesto de negación.

"No me acuses, por favor" le rogué mentalmente. Vi que ponía los ojos en blanco sin mirarme. Estaba claro que no estaba de acuerdo con mi plan. Aunque sabía que igual todos se enterarían el lunes, no quería que intentaran aguármelo por adelantado.

Cuando Rosalie y Esme dejaron de tocar, Carlisle me soltó los brazos y aplaudió. Todos lo imitaron, así que aplaudí también. Familia de locos… Pero igual los quería.

-Todos al auto grande –ordenó Carlisle-. Vamos a cazar.

Todos ya sabían que íbamos a ir y se pusieron en movimiento de inmediato, animados. Sentí que Carlisle me pasó la mano por la espalda un par de veces, pero no me di vuelta para mirarlo. No pensaba darle las gracias, después de que me había pegado, por mucho que me aliviara que me hubiera perdonado.

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