Disclaimer: Ninguno de estos personajes me pertenecen a mí, sino a Marvel y blablabla


-Prólogo-

Los llantos se escuchaban por todo rincón del reino, llenos de rabia y tristeza mientras unas pisadas se alejaban a toda prisa de la habitación de dónde procedían.

Era un niño el que corría huyendo de la escena del crimen, de poco más de doce años, con cabello negro como el carbón y ojos de un verde grisáceo que en aquel momento miraban hacia todas partes, alerta de no ser visto. Se ocultó tras una de las estatuas de oro que adornaban aquellos interminables pasillos del palacio del rey de Asgard al escuchar voces de las primeras personas que acudían en ayuda de aquel sonido lastimero unos cuantos pasillos más allá.

Cuando dos sirvientas pasaron frente a él y se perdieron en el siguiente giro del camino, sin llegar a ser visto, el pequeño príncipe no tardó en salir de su escondrijo para retomar su huída como si su vida dependiese de ello. Cuando llegó a sus aposentos, cerró la puerta en cuanto entró, con rapidez y omitiendo sonido alguno, de forma tan sigilosa como había sido todo el procedimiento de su plan.

Con la respiración alterada por la carrera, se quedó unos segundos de cara a la puerta sin apartar las manos del pomo, como si la simple acción de separarse demasiado pronto pudiese atraer la atención de alguien, por muy solo que estuviese en aquella habitación, fuera de la vista de todos.

Cuando los nervios pasaron en gran parte, dio un par de pasos hacia atrás y contempló la gran puerta que lo ocultaba de su culpabilidad, con la pulsación normalizándose por momentos. En aquel momento fue consciente por primera vez de lo que acababa de hacer, y aunque para algunos podría resultar un acto horrible, a él simplemente le arrancó una sonrisa de triunfo.

Prestó por primera vez atención a sus manos y se dio cuenta que en la derecha aún llevaba el arma del delito, una tijera. Y en la izquierda, un mechón tan rubio como el cabello de su hermano Thor, aunque no pertenecía a él ni mucho menos, sino a Sif, la princesita incapaz de pensar en algo más que en su dorada melena.

Con una ligera risita, Loki guardó las pruebas en un cajón de uno de sus armarios y no tardó en meterse en la cama y arroparse con sus sábanas, sin perder aquella sonrisa llena de travesura, imaginándose ya las risas y halagos que recibiría de su hermano cuando le contase tal hazaña. El sueño no tardó en vencerle, sin remordimiento alguno.