Título de la obra: All the light we cannot see.
Nº total de palabras: 5.950.
Género: Suspense/Horror.

All the light we cannot see.

oscuridad

(Del lat. obscuritas, -atis)

1. f. Falta de luz para percibir las cosas. 2. f. Falta de luz y conocimiento en el alma.


-Por definición, oscuridad es toda aquella luz que no podemos ver.-


Tu oscuridad gesta luces iridiscentes.

Lienzos de tiempo caen como harapos.
Sobre ruinas nocturnas gira un pájaro
ciego, parvada de recuerdos.


Bienvenidos, damas y caballeros, a este breve, pero no por ello menos horripilante, relato. Rogamos silencio y atención, ya que lo que hoy escucharán no es algo que vaya a repetir dos veces. Me encuentro en este día, en este estrado y ante ustedes, para relatarles una historia oscura, retorcida, que muchos probablemente no soportarán, pero que deberán aguantar si desean conocer la verdad tras el cuento, la realidad tras el noble caballero de brillante armadura.

Los cuentos de hadas, tal y como todos los conocemos, no tienen cabida en esta sala. Por eso debo advertirles, cualquiera que no tenga la determinación de llegar hasta el final, debe retirarse en este momento.

Para las mentes sensibles, aquellas que no pueden ni imaginar la idea de la sangre, ruego su máxima atención porque hoy, enfrentarán su miedo. Dicho esto pues, tomen asiento y pónganse cómodos, ya que una vez que comience no podrán marcharse hasta el final…

Cerraremos las puertas y apagaremos las velas, y mientras ustedes disfrutan de nuestra afamada banda, daré inicio a mi relato.

Hoy conoceremos la verdad tras el príncipe pirata, Cavendish, y toda la oscuridad que esto conlleva. Señoras y señores, prepárense.

La historia, comienza ahora.


Toda gran leyenda tiene un origen, y la nuestra se remonta veintisiete años y cuarenta y siete días atrás. Dícese que la noche del treinta y uno de agosto está maldita, y para todo aquel que recuerde ese fatídico día, este hecho será su principal fuente de pesadillas.

Según cuentan, los cielos se tiñeron de un rojo carmesí, tan oscuro como la sangre, y una extraña niebla cubrió el reino de Kommel. La gente, alarmada, corre a sus casas en busca de refugio ante tan inusual fenómeno. Dentro de una particular choza, alejada de la ciudad e inmersa en las colinas, unos gritos captan la atención de los seres equivocados.

Una mujer de mediana edad, con cabellos rubios y ojos azules, que dista mucho de ser la bella princesa del cuento, da a luz a su retoño, acompañada de una partera común y su marido, un labrador enjuto y anciano, quemado por el sol del mediodía.

La mujer, una campesina de nombre común y sin verdadera importancia en nuestra historia, suspira aliviada tras trece horas de extenuante labor, y observa a su hijo, que llora incansablemente en los brazos de su padre. Con las pocas fuerzas que le quedan, estira una temblorosa y pálida mano hacia el bebé, queriendo sostener a su retoño. El padre, demasiado descontento con la criatura que sostiene en brazos se lo extiende con rapidez, no queriendo aceptar la realidad de una boca más que alimentar.

Ajenos a la espesa y peligrosa niebla del exterior, los habitantes de aquella choza no advierten el peligro hasta que ya es demasiado tarde. Seres oscuros acechan en la oscuridad, atraídos por carne nueva y pura. Arrastran sus viscosos cuerpos con excitación, y a medida que van acercándose al hogar, luchan brutalmente entre sí, decidiendo quién se llevará el gran premio aquella noche.

Esas criaturas, de apariencia sacrílega, con colas y alas desechas, ojos ciegos y dientes rotos, también eran ajenos al peligro acechante y de nuevo, no advierten el peligro hasta que es demasiado tarde. Pero no deben ustedes preocuparse, estas criaturas, traídas por la niebla, sí obtienen su premio la noche del treinta y uno de agosto.

Un grupo de repugnantes bestias logra llegar a la puerta de la cabaña, respirando con dificultad y exudando todo tipo de sustancias a través de todos los agujeros de sus pequeños y asquerosos cuerpos. Son seres de mínima inteligencia, y como tales, entran sin más dilación en la cabaña, sin cerciorarse de que nada más entra con ellos.

La partera, asustada y asqueada, trata de alejarse de la puerta, pero como mencioné anteriormente, es demasiado tarde. Uno de los seres estira su larga y cancerosa lengua, surcada de protuberancias llenas de venenoso líquido, y alcanza a la mujer sin dificultad alguna, manchándola de ácido que corroe su carne y mata sus células, envolviendo así la tranquila noche en gritos de horror.

La pareja observa aterrorizada cómo las criaturas se pelean por los restos de la partera. Una de ellas le arrebata un dedo y lo devora con rapidez, mientras más y más gritos rompen la quietud de la noche. La desamparada mujer está viva, y no puede hacer nada mientras dos repugnantes seres comienzan a arrancar músculo y hueso de su cuerpo, luchando entre ellos como perros rabiosos y hambrientos. Le es dada una muerte lenta y horrible, y mientras tanto, la pareja de campesinos observa sin atreverse a intervenir.

Cuando más criaturas entran en la cabaña, la madre deposita al recién nacido sobre la cama y junto a su marido escapan por la ventana, sólo para ser recibidos por más repugnantes seres, y más ácido que corrompe su carne.

De nuevo, gritos tiñen el cielo de rojo.

Con horror, la novicia madre contempla la luna carmesí, que proyecta directamente la luz sobre su cama, visible entre toda la marea de aquellos seres del demonio. Al igual que aquellas repugnantes criaturas, la mujer carece de inteligencia y muere maldiciendo al hijo que trajo al mundo, culpándolo de todas aquellas desgracias.

Dícese que su hijo abre los ojos maldito.

Agonizante y entre espasmos de dolor el joven varón llora, buscando protección y calor, una madre que lo ampare. La criatura, lejos de ser pura, alienta a los repugnantes seres, que arrancan y arrancan trozos de los que alguna vez fueron sus padres.

Quien estuviera allí presente aquella noche no dormiría en mucho tiempo, la imagen de aquellos campesinos sin ojos, ni lengua, ni dedos, con los huesos reluciendo bajo la luna roja, quedaría grabada para siempre en su retina.

Y en la nueva quietud de la niebla, el monstruo hace su primer movimiento. Cuando los seres de horrida apariencia tratan de alcanzar al bebé, que se debate furioso y asustado sobre la cama, un viento huracanado disipa la niebla, y corta y destroza, devora y asesina.

Entonces sonríe.

Y toma al bebé, y lo acuna. Susurra una canción de cuna en la que un valeroso caballero rescata a una hermosa princesa. Aprieta al recién nacido contra sí, y cuando este llora molesto, le cuenta el final de la historia, en el que el príncipe encierra y viola incontables veces a la joven, que años después, destrozada por las torturas y la edad, es arrojada a la fosa común, viva, para que la aplasten los cadáveres.

El bebé calla y parece entender, y cuando la luz de luna vuelve a reflejarse en su rostro, una sonrisa cruel aparece en sus labios, sus ojos exudando oscuridad y poder. El viento regresa aquella noche, y en el reino de Kommel la niebla se disipa por completo, pero los gritos y el horror sellan su destino, porque desde ese momento, aquellos eran los dominios del monstruo.

Y como todos sabemos, la bestia termina devorándolos a todos al final.

Señoras y señores, permanezcan a la espera.